Capítulo 44
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El resto del viaje fue casi en silencio. Los más habladores eran Kuma y Kaoru y, por supuesto, los bebés, que intentaban llamar la atención de los adultos. De hecho, el cuidar a los bebés hizo el viaje más ameno, porque tenían algo en qué enfocarse y aunque Kenshi lo negara, en verdad se estaba habituando a los niños, sobre todo Irina que estaba desarrollando un especial apego por el japonés. Más de una vez Klaus se encontraba sonriendo cuando durante la noche Kenshi caía rendido con Irina en brazos, vagamente se le ocurrió que le hubiera gustado inmortalizar ese momento en pintura. Pronto llegaron a Japón, Kenshi iba a mirar a su lado cuando se acordó que el ruso no estaba ahí. Se preguntaba cómo le estaría yendo por allá. En el momento en que arribaron, varios trabajadores se apresuraron a ayudar a bajar el equipaje. La mayoría se asombró al ver el cambio en Klaus e incluso algunos no le reconocieron, acostumbrados a su aspecto draconiano. Sin su aspecto tan mortífero, arrancó algunos suspiros en mujeres que antes le miraron con suspicacia.
Kenshi informó que Volsk regresaría en algunos días ya que un asunto con la milicia rusa le detuvo, luego de que varios le preguntaron por él. Se despidió de Klaus y los gemelos por el momento, dirigiéndose a hablar con Matsumoto, quien le estuvo sustituyendo por el tiempo que pasó fuera. Klaus en cambio se encargo de sus bebés y de ayudar a reacomodar el equipaje que trajeron, Sasha tuvo la amabilidad de preparar una maleta con recuerdos para los trabajadores de la casa Ottori, un pequeño detalle. Bard también puso su granito de arena metiendo en la maleta un par de recetarios de comida extranjera, desde el amado Borscht de Vladimir hasta la receta de pollo frito de Estados Unidos. Klaus se los hizo llegar pero le dijo a la cocinera que les ayudaría a la hora de la traducción ya que los libros estaban entre ingles y ruso.
Un par de horas después llegó Jim, quien fue notificado por recado de Kenshi de su llegada. El africano se llevó una grata sorpresa al ver a Klaus, y le dio un fuerte abrazo de bienvenida. También unos pequeños besos a los bebés. Procedió a ayudar a Klaus mientras le preguntaba cómo fue el viaje. En cierto momento se vio preocupado por la noticia sobre Vladimir pero, como Kenshi, se recompuso con optimismo y cambió de tema.
Los días pasaron tranquilos, con Jim haciendo visitas diarias y Kenshi poniéndose al corriente con su trabajo. Klaus de vez en cuando lo ayudaba y pronto crearon una rutina cómoda para los dos. Klaus se levantaba temprano para atender a los bebés y desayunar, hacía estiramientos y entrenaba con los guardias, pasaba tiempo con sus hijos, acompañaba a Kenshi en el almuerzo, durante la tarde todos se metían al estudio del japonés hasta que la matrona o alguno de los gemelos se llevaba a los bebés y Klaus aprovechaba ese momento para salir a volar y calentar sus escamas un rato.
Varias veces durante esos días Kenshi iba y venía, esperando ver a Vladimir llegar o algún mensajero con correspondencia desde Rusia, en la que Vladimir le escribía que estaba bien y que pronto regresaría, pero nada de eso sucedía. Las noches era un suplicio porque le costaba conciliar el sueño, se había acostumbrado a su presencia y a que compartieran el calor entre los dos. Le echaba de menos. Distraía su mente con el condado u –era un pasatiempo nuevo bastante interesante– identificando olores. Ya eran varias las ocasiones en las que se sorprendía al saber el olor de las personas que trabajaban para él. Algunos eran extraños y otros agradables. No creía que hubiera tal cantidad de olores distintos para cada persona. Aunque, cuando Jim le pidió que le mostrará sus escamas, Kenshi no pudo. No porque no lo quisiera, sino porque desde que las retrajo, no se había tomado la molestia de seguir practicando como mostrarlas otra vez. No que le molestara, en lo absoluto. Por ahora prefería que nadie supiera que él también era un dragón.
Estaban a mitad de la segunda semana desde su retorno a Japón cuando llegó una carta durante el desayuno. Para alivio del japonés el remitente era de Rusia, aunque no era de parte de Vladimir sino de Sasha, eso los desalentó un poco pero noticias eran noticias. En su carta, Sasha mencionaba que las cosas se estaban complicando un poco. Le pidieron a Jim que leyera la carta, puesto que estaban muy ansiosos y nerviosos. Según el viejo ruso, la situación durante la revolución empeoró luego de que el zar abdicó a favor de su heredero y luego se retractara después de que se decidiera que no era lo suficientemente apto para seguir al mando. Se planeó llevar a la familia real a Ekaterimburgo para hacerles un juicio público, sin embargo esos últimos días fueron recluidos en la casa Ipátiev ante el temor de los bolcheviques a un ataque de la legión Checoslovaca. El comité en el que estaba Vladimir planeaba organizar un rescate a la familia real para ponerlos a salvo fuera de Rusia antes de que los bolcheviques le trasladen nuevamente.
Kenshi empalideció. Jamás había creído que el asunto era tan grave. La situación se asemejaba mucho a la revolución francesa de 1790, e incluso temía que la familia real fuera fusilada como sucedió con Luis XVI y María Antonieta. Klaus se puso pálido ante las noticias y miró a Kenshi descubriendo el mismo temor en sus ojos, para ese momento tan sólo rogaba porque Vladimir no fuera lo suficiente estúpido como para quedarse en medio de ese desastre político, imploraba que el ruso recapacitara y se retirara.
Los siguientes días fueron un martirio para los dos pelinegros, siempre con el alma pendiendo en un hilo rogando porque Vladimir llegara o al menos llegara otra carta porque no aguantaban esa incertidumbre de no saber qué pasaba. A punto de cumplir otra semana, llegó una nueva carta, el remitente otra vez de Rusia pero ésta carta era diferente, un sello lacrado cerraba el sobre, en la parte de atrás estaba escrito el título de Kenshi como Señor Feudal de Hiroshima. Además, junto a la carta venía un gran paquete.
Estimado Sr. Ottori-Volsk.
La razón de la presente carta es ciertamente dolorosa. Debido a que contiene en su totalidad una serie de circunstancias relacionadas con la baja comandada por el General de Brigada Volsk. Transcurrido un periodo de tiempo prudencial, es ahora cuando se ha hecho evidente que la tropa no ha vuelto.
Nosotros estuvimos en contacto con la Cruz Roja y todas las secciones militares, que nos ayudaron clarificar la situación y ofrecernos noticias. Desafortunadamente, es mi obligación comunicarle que se nos ha dado un informe; dicho documento nos informa que la tropa OF-6 fue atacada por un grupo de rebeldes, una granada fue lanzada dando como resultado numerosas bajas. El General de Brigada Volsk estaba muy cerca del área de detonación, fue encontrado bajo unos escombros, las heridas eran graves y su rostro estaba completamente desfigurado. Hemos podido reconocerle gracias a su uniforme.
En nombre del Teniente General, el pueblo y nuestra patria, su esposo tuvo una muerte heroica. Acepte en mi nombre, en el de mi nación y mis camaradas soldados, nuestras condolencias, y esté seguro que nosotros mantendremos nuestro cariño y respeto a su memoria.
Reciba un fuerte abrazo de mi parte, de todo corazón.
Con afecto,
Teniente General, Arman Krasnov.
Kenshi veía la carta, pero las palabras en ella se difuminaban para él. Una pesadilla. Es una pesadilla. Enfocándose en el paquete, lo abrió con manos temblorosas. Un sollozo se le escapó de los labios al ver el uniforme de Vladimir. Con un gesto de manos, lo apartó de sí mismo, dejando la carta allí.
—No, no, no. Es un error. Un error. —Se repetía a sí mismo.
Klaus, al ver el uniforme sucio y manchado de rojo, le terminó por arrebatar la carta a Kenshi para saber lo que decía. Al terminar, tenía una expresión pasmada en el rostro. Leyó otras dos veces la carta, incrédulo ante lo que decía. Se negaba a creer que Vladimir estuviera muerto, la sola idea era irreal. ¡Es Vladimir Volsk, por todos los cielos! ¡Creó un genoma a base de un cuento mitológico! Él simplemente no... No podía...
—Él está vivo —habló Kenshi, bruscamente. Su mirada reflejaba el tormento combinado con el dolor. Su mano seguía temblando, todo él temblaba, conteniéndose por dentro—. Esto es una mentira. Él va a volver, prometió que volvería. —Respiró hondo y su rostro adoptó una tensa calma—. Deshazte de esa basura —ordenó—. Mi esposo va a volver, y tenemos que prepararlo todo para su llegada. —Girándose, entró a la casa—. Tenemos que prepararlo todo.
Klaus miró el uniforme, y sin poder contenerse más, comenzó a llorar. Primero Yuki y ahora Vladimir. Un fuerte sollozo escapó de sus labios. Su manada se estaba desmoronando. El dragón en su interior rugió lastimeramente. Klaus tuvo que cubrirse la boca para no perder los estribos y rugir tan fuerte como el dragón quería. Jim llegó a él. Al ver el uniforme, reconocerlo y tomar la carta para leerla, comprendió lo que estaba sucediendo. Dudó un momento antes de estirar los brazos hacia Klaus y envolverlo suavemente entre ellos.
—Klaus... —No sabía qué decir, seguía pareciéndole un suceso imposible.
Klaus no aguanto más. Con un gruñido particularmente hostil, salió del lugar, corriendo hacia el bosque. A lo lejos, se escuchaba el rugido del dragón.
Jim tomó la caja y se la llevó con él para hacer un pequeño altar en memoria del ruso. No sabía donde se metió Kenshi, pero informó a los gemelos de que cuidarán de los bebés mientras él se encargaba de lo demás.
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Klaus corría por el bosque, rasguñando árboles y destrozando ramas a su paso. Escuchaba al dragón en su interior lamentar la pérdida del líder de la manada. Quería rugir; rugir muy fuerte para que todos lo escucharan hasta quedarse afónico. En menos tiempo del que pensó, había llegado a un claro del bosque con un lago bastante grande. Lentamente, y con la respiración quemándole los pulmones, se dejó caer de rodillas en la hierba. Dolía. No era el mismo dolor de cuando se enteró de que su padre lo había vendido sin dudar. No era el dolor de sentir el suero cruzando sus venas, tampoco el dolor de sentir como sus huesos crujían y se reacomodaban para sacar la alas... Este dolor era mucho peor. Mil veces peor. Le destrozaba el alma. Agachó la cabeza hasta que su frente tocó la húmeda hierba.
En ese momento, sintió ganas de llorar, porque justo ahora se dio cuenta de lo solo que estaba. No pudo contener más el rugido que salió desde el fondo de su garganta. Ambos, él y el dragón, lamentando la pérdida de un amigo, de un miembro de su manada, de un padre. Rugió hasta que sintió su voz quebrarse. Después de ese despliegue de emociones, ya no sentía nada. Miró a su alrededor, ausente, marcas de garras en la tierra. No lo había notado, pero estuvo un buen rato masacrando la tierra bajo él. Miró sus manos ensangrentadas, en un intento de esfumar el dolor en su interior pero de nada servía. Se dejó caer de espaldas en la hierba, y observó el cielo.
Un recuerdo vino a su mente…
Un Klaus de apenas 9 años caminaba de la mano de Vladimir. En su otra mano cargaba una lámpara de aceite para iluminar la oscura vereda. Caminaban los jardines de la mansión Volsk. Ese día, el ruso había preparado un campamento en la zona más alejada de la casa. Cuando llegaron al punto exacto, Sasha, el mayordomo, los esperaba ahí. Había preparado todo espléndidamente. Al ser bastante entrada la noche, había unos cuantos faroles circundando el área del campamento, también había un carpa lo suficientemente grande como para 4 personas, un hermoso telescopio de última generación estaba a unos metros de la carpa, en el centro del lugar un escritorio bajo, puesto sobre una alfombra mullida, libros de todos los colores y tamaños, y a un lado, una pizarra grande de la que colgaba un mapa de constelaciones.
El niño de cabello negro hasta los hombros, y angelical sonrisa, se acercó al escritorio ojeando todos los libros, maravillado. Volteó a mirar a Vladimir, encantado. Tuvo que alzar la vista bastante al medir apenas 1,36m. Sus encantadores ojos verdes pardos despedían un brillo de alegría.
—Te lo prometí, ¿no es así? Hemos venido a ver las estrellas como tanto habías pedido —le dijo Vlad con una sonrisa, acercándose al pequeño. Éste asintió entusiasmado, comenzando una charla con Sasha en un ruso apenas entendible. Después de un rato, apagaron los faroles y se dedicaron a mirar las estrellas. Vladimir se sentó en el escritorio mientras veía al niño girar a todas partes el telescopio, como buscando algo.
—Klaus —llamó desde su puesto. Sasha estaba a su lado—. ¿No encuentras alguna constelación? —El pequeño solo lo miró un momento y negó con la cabeza para seguir buscando—. ¿Entonces?
—Yo… busco a mi mami —respondió tímidamente, esta vez en alemán. Le era más fácil hablar en su idioma natal.
— ¿A su madre? —preguntó, esta vez, Sasha en un gesto consternado.
—Sí. Ella me dijo, antes de que muriera, que me estaría cuidando desde arriba. —Dejó el telescopio de lado y se sentó frente a Vladimir en la alfombra—. Hace un tiempo encontré un libro de cuentos que decía que, cuando alguien moría, se convertía en estrella para velar a los que amaba.
— ¿Por eso quería ver las estrellas, joven Klaus? —El pequeño asintió, un suave rubor le cubrió las pálidas mejillas. Vladimir, que había escuchado todo, habló aún mirando los libros que tenía en frente.
—Qué tontería. Una estrella es solo una esfera de plasma que mantiene su forma gracias a un equilibrio hidrostático de fuerzas. Es científicamente imposible que una persona se convierta en estrella. —Apenas terminó de hablar, sintió como le golpeaban el hombro con fuerza—. ¡Auch! ¿Sasha, qué…? —No pudo terminar de protestar cuando vio la dirección que el mayordomo señalaba. Klaus tenía la cabeza gacha y sus hombros temblaban imperceptiblemente conteniendo el llanto. A pesar de haber pasado dos años con el niño, aún no lograba acostumbrarse a ciertas cosas, entre ellas no aplastar sus ideales infantiles. Carraspeó, tratando de parecer casual—. Pero… estoy seguro de que si seguimos buscando encontraremos a tu madre.
Klaus alzó la cabeza, sorprendido, y sonrió a Vladimir. Ambos hombres no pudieron evitar pensar que con su mirada ilusionada, su adorable sonrisa, las mejillas coloradas y esos ojos llenos de lágrimas se veían adorables. El niño se limpió las lágrimas con las mangas de la camisa y, junto con Vladimir, pasaron el resto de la noche viendo estrellas y contando historias de las constelaciones.
Hacía muchos años que Klaus no recordaba a su madre. Era apenas una silueta sin rostro en su memoria. Pensó con todas sus fuerzas que si en ese momento terminaba con todo, podría convertirse también en una estrella y estar junto a Yuki, Vladimir y su madre. Era tan simple. Solo tendría que volar muy alto y dejarse caer al vacío, rápido e indoloro. Se levantó del suelo con pesados movimientos, y miró el lago. También podría tirarse a las aguas heladas y tragar suficiente agua para ahogarse. Tantas opciones, y todas sonaban tan bien. Una suave brisa sopló, y capto un olor… tenue..., reciente…, el de Kenshi. Eso lo espabiló.
¿En que estaba pensando?
¡No podía acabar con su vida así nada más!
¿Qué sería de Kenshi, y de sus bebés? El japonés estaba tan, o incluso, más destrozado que él, aunque no lo exteriorizara. No podía dejarlo solo, y menos con un posible bebé en camino, su hermano, se dio cuenta de pronto. Su pequeña; el único pedacito que le quedaba de su tesoro. Y Michelle, ese pequeño dependía tanto de él. Simplemente no podía abandonarlos.
Dirigió sus pasos de regreso a la casa Ottori, con las manos sangrándole, el corazón estrujándosele en el pecho y el alma partida en dos.
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Kenshi no estaba tan lejos de a dónde había ido Klaus, había escuchado parte de su desastre, pero se alejó aún más. No quería verlo, no quería ver a nadie. Solo necesitaba..., solo quería... ver a Vladimir.
—No estás muerto... —dijo a la nada, apoyándose en un árbol—. Tú no pudiste...haber muerto. Regresa..., solo regresa.
Seguía escuchando los rugidos de Klaus; rugidos molestos. Quería que se callara de una vez. Se agachó, cubriéndose las orejas, esperando así tener un poco de silencio, el silencio que no le recordaría su pérdida, pero fue en vano. Aquellos lamentos siguieron escuchándose por un largo rato. Vagó un largo rato por el bosque hasta que empezó a sentir frío y tuvo que obligarse a volver. Llegó a la zona donde estaba el estanque de los koi, apenas sorprendiéndose al toparse con Klaus allí. El alemán estaba recostado en el pasto de lado, con la cola entre las piernas y las alas encogidas, daba la impresión de un animal herido, apenas se movió cuando sintió llegar a Kenshi.
—¿Has acabado con muchos árboles? —preguntó, luego de carraspear para aclarar su voz.
—Por el dolor de mis manos yo diría que si. —Mostró su mano derecha, tenía raspones y encajadas algunas astillas, por suerte las escamas le protegieron de cualquier golpe serio.
—Y no conforme también atormentaste mis oídos —acusó—. No importaba a donde iba, siempre te oía gritar. Seguro todo el pueblo también.
Eso le hizo girar la cabeza a Klaus, miraba a Kenshi con el ceño fruncido.
—Yo no... —Con cuidado de no hacerse más daño en las manos, se sentó en la hierba mirando fijamente a Kenshi—. Yo no he gritado. Puede que rugiera un poco al principio pero eso fue hace mucho.
—Y luego dices que soy un mentiroso. Lo hiciste durante un largo rato. No importaba a donde fuera, siempre te escuchaba. —Caminó hacia él para pasar por su lado. Verlo le dolía; porque tuvo razón. Si tan solo le hubiera suplicado a Vladimir que regresara con ellos, ahora estaría allí, vivo.
—Ya te he dicho que no he sido yo —dijo testarudo el menor—. El dolor te hace oír cosas.
—¿Entonces quién? ¿Un fantasma? —rió irónico, continuando su camino—. ¿Quién más estaría gritando cual bestia alrededor de mi, como si lo hiciera en mi oído todo el...? —Se dio cuenta entonces, parándose en seco. No..., no fue Klaus. Sintió un picor en la nariz, la vista nublándose y supo que los ojos se le aguaron.
Porque su primer pensamiento luego de esa revelación había sido ir a contarle a Vladimir que escuchó a su dragón.
Se cubrió el rostro con una mano, intentando controlarse.
—No... —murmuró en voz baja—. Tienes razón. No has sido tú... Lo siento.
Klaus, escuchando atentamente todas sus palabras, llegó a la misma conclusión que el japonés. Se puso de pie ignorando el dolor de sus manos cuando las apoyó para levantarse, y sin que Kenshi se lo esperara, lo abrazó, el contacto un poco inseguro puesto que su relación en el último tiempo no fue la mejor de todas pero suponía que ahora que tenían un dolor en común quizás podrían entenderse el uno al otro. El cuerpo de Kenshi se estuvo quieto, tenso por el toque de Klaus. Sin embargo, en el estado en que estaba, no demoró en sentir como todo dentro de él se venía abajo. Se dejó abrazar, tibias lágrimas deslizándose por sus mejillas, sin la fuerza para detenerlas ya o devolver el gesto.
No se dijeron nada, no hacía falta, no en una situación como esa. Estuvieron así unos minutos tan sólo sintiendo la presencia del otro hasta que Klaus comenzó a dirigir a Kenshi dentro de la casa, su brazo al rededor de sus hombros en todo momento para mantener el sentimiento reconfortante, aunque no sirviera de mucho.
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Kenshi no durmió en su habitación aquella noche. Le pidió a los gemelos prepararle una de las habitaciones libres para ello. Esa habitación le traería recuerdos que no deseaba revivir.
Las horas parecían lentas al día siguiente. En la casa todo seguía igual, pero estaba ese toque monótono y gris, como si algo faltara. Kenshi siguió su rutina como le era posible, algunas veces se sentía cansado y cuando empezaba a darle mareos, se iba al patio a tomar aire. Cuando pasaba frente a la puerta que daba paso al nuevo laboratorio de Vladimir, que durante su ausencia terminaron, el dolor de que el ruso nunca lo usaría le azotaba. Estaba consciente de que Jim le hizo un altar, pero hasta entonces no tuvo el valor de ir a verlo.
Por otro lado, Jim asistía muy temprano a la mansión para ayudar a Klaus. No había hablado mucho con Kenshi, pero se le notaba la profunda tristeza en la mirada. La misma que aún persistía en Klaus.
—¿No han recibido carta del mayordomo o los padres de Vladimir? —preguntó con suavidad una tarde en la que ayudaba a alimentar a los niños.
—Dudo mucho que recibamos carta de los señores Volsk —comentó distraídamente mientras intentaba que Michelle no botara la leche que le estaba dando—. Tampoco ha llegado ninguna otra carta de Rusia. Me pregunto si Sasha estará enterado.
—Es probable. No creo que solo avisasen aquí. —Le sonrió a la beba, quien lo miraba atentamente—. Me da mucha lástima que se hayan robado el anillo de bodas —comentó de paso—. Supongo que Kenshi habrá querido un recuerdo...
Klaus abrió la boca un momento pero no dijo nada. Parecía confuso y sus ojos se movían de un lado al otro como intentando visualizar algo.
—¿No estaba dentro de la caja?
—No, ¿no te diste cuenta de que no estaba? —Jim sacó el biberón de la boca de Irina cuando terminó de beber, acomodándola en su hombro para sacarle los gases—. Le pregunté a los gemelos qué hizo Kenshi con el anillo, pero me dijeron que Kenshi no lo tenía. Supuse que no estaba en la caja porque lo habrían robado…
Klaus negó lentamente. Cuando vio la caja tan sólo podía ver la sangre que manchaba el uniforme, trato de convencerse de que esa no era la chaqueta de Vladimir pero el olor a madera era inconfundible.
—No me di cuenta —murmuró con los labios apretados. Michelle hizo un sonido de gorjeo y el pelinegro le apartó el biberón, tal como Jim le dio palpadas para sacarle los gases—. Él siempre usaba su anillo, desde la ceremonia, nunca vi que se lo quitara. Incluso lo usaba bajo los guantes de látex.
—Entonces eso quizás confirma mi teoría de que fue robado el anillo —dijo Jim—. No creo que..., bueno..., lo hayan dejado. —Escuchó un eructo de Irina, y sonrió—. Bien hecho.
El alemán miró a Jim con grandes ojos suplicantes.
—¿Es posible que esté vivo y sólo sea un error de los militares?
Jim no pudo sostener por mucho tiempo aquella mirada, le apretujaba el corazón.
—Lamento decirlo, pero no creo que se hayan equivocado..., Klaus. —Su voz era un poco baja—. El uniforme está...completamente manchado por la sangre. Si no lo hizo el impacto, pudo haber quedado desangrado hasta fallecer.
El color se le fue a Klaus del rostro, terminó por desviar la mirada de Jim. Era demasiado doloroso para siquiera imaginarlo.
Kenshi no había vuelto a oír ningún rugido, pensó una pregunta dirigida hacia sí mismo, pero jamás recibió respuesta. Vladimir dijo que su dragón aparecería tarde o temprano, ¿pero y si nunca lo hacía? Quizás fuera mejor así. Pero la tortura vendría los años venideros: 300 años sin Vladimir. ¿Qué sentido tenía? Incluso el pensar en enamorarse de otra persona después, como alguien normal haría, le parecía repulsivo. Nadie sería suficiente, porque nadie sería Vladimir.
Estaba en medio del bosque, frente al lago. Como hacía poco que comenzó el verano, el sol estaba reluciente, reflejando rayos en el agua, Kenshi inclusive podía apreciar los pequeños peces y renacuajos que nadaban allí. No había vuelto a intentar sacar los rasgos, no tenía ánimos de ello. Más bien representaba una tortura levantarse de la cama para atender los asuntos del condado. Tenía varios informes de la recaudación de impuestos que revisar y supervisar, así como la petición para los suministros que los campesinos necesitaban para sus cosechas. Se había atrasado un poquito. También estaban las últimas comisiones a las familias de los soldados que participaron y perecieron durante las recientes batallas.
Impuestos. Pensiones. Prestamos. Provisiones. Supervisiones. Ordenar. Dirigir. Aprobar.
Una infinita sucesión de acciones, una rutina monótona. Sin descanso alguno. Sin cambio alguno. Sin esa compañía que tanto quería. Volvía a llorar, notó, cuando un sollozo escapó de él. Durante las noches acudía al cuarto de los gemelos, luego de un té para dormir. Allí se quedaba toda la noche en su compañía, recibiendo el calor de los dos. Eran lo único que le quedaba…
¿Pero y Klaus? ¿Y los bebés? Sabía que su relación con Klaus no era perfecta. No obstante, seguía allí. Podría haberse ido con los bebés, pero continuaban allí. Y los niños… Les tenía afecto. Sobre todo a Irina. Era tan pequeña…, tan dulce y sus ojos reflejaban tal inocencia que le cautivaba. Los días que los estuvo cuidando, había disfrutado mucho verlos jugar, y oírles reír fue lo más maravilloso que escuchó alguna vez. No, los gemelos no eran los únicos que le quedaban. Tenía que tratar de no rendirse, y volver a ser el de antes. No sería sencillo, pero muchos, muchísimos, dependían de él aún. Por lo que, al cabo de un rato más, se levantó y regresó a la casa. Quizás Vladimir no estuviera, pero otras personas seguían ahí. Otras cosas.
Como su trabajo, recordó con un suspiro.
Pasaron los días y la mayoría de los trabajadores volvían a su rutina normal. Los primeros días de la terrible noticia hubo un ambiente de duelo, todos apenados porque el joven Señor Feudal perdiera a su esposo tan rápido, pero ahora a dos semanas del suceso sólo Klaus, Kenshi, Jim y los gemelos seguían con el ánimo decaído. No era algo fácil de superar. Ese día, los gemelos le dijeron a Kenshi que se tomara un descanso ya que no se estaba concentrando. Con Kenshi afuera dando un paseo, los gemelos se encargaron de organizar todo cuando llegó uno de los guardias corriendo con la noticia de un invitado que pedía ver al Señor Feudal. Extrañados y un poco indignados por la falta de respeto de llegar sin invitación, iban a despachar al indeseable invitado cuando vieron al mayordomo de la casa Volsk bajando del carruaje.
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Había un campo que conectaba con el bosque que rodeaba parte de los terrenos. Allí crecían varias hierbas medicinales, las cuales Kenshi usaba para crear sus brebajes, ungüentos y algún que otro veneno. También era un sitio tranquilo, y si caminaba un poco al sur, podría llegar al mar. Árboles salvajes daban alguna que otra sombra, aunque uno de ellos daba piños. A veces encontraba piños caídos. Pasó mucho tiempo desde que iba allí. Lamentaba no haber ido durante la primavera, algunas hierbas daban delicadas flores que otorgaban un toque de color. Era un lugar menos melancólico que el lago. No obstante, siempre terminaba yendo allí. Como ahora, que se devolvía y zigzagueaba entre la arboleda para seguir un camino inexistente pero que igual sabía le llevaría a aquella gran laguna. Se sentó en un tronco caído, a varios pasos de la orilla del lago, la mirada perdiéndose en la nada.
Pasaron apenas unos tranquilos minutos cuando el olor a madera y musgo le llegó a la nariz en un suave soplo de brisa. La verdad no era algo raro, estaba rodeado de bosque y naturaleza hasta donde sus ojos podían alcanzar. El susto vino cuando le pusieron una mano en el hombro. Al girar, se encontró con nada menos que la agraciada visión de un Vladimir vestido sencillamente con unos pantalones oscuros, una bufanda y una camisa blanca de mangas largas desabotonada en el pecho. Kenshi se puso en pie de inmediato, pálido. Un fantasma. Debía ser eso, un fantasma. No, espera, era imposible; le había tocado, le había olido. Era real. Tenía que ser real. Porque si no, entonces significaba que estaría volviéndose loco.
—Vladimir... —susurró, afectado. Dio un paso, y luego otro, y al tiempo que sus ojos se embargaban de lágrimas, se lanzó a su encuentro, los brazos rodeándole en un abrazo. Era real, totalmente real.
Ignorando el dolor de sus costillas por el impacto del cuerpo de Kenshi contra su torso, Volsk devolvió el abrazo con igual de fuerza, desesperado. Comenzó a darle besos en su pelo, la frente, las mejillas, en los labios. Cuánto extrañaba esos tiernos labios.
—Kenshi... Oh, Kenshi —suspiró dichoso.
El nombrado emitió un sollozo, toda la tensión abandonándolo. Fue como si un gran peso se le quitara de encima, un soplo de aire devolviéndole la vida. No soltó a Vladimir, las manos acariciando su cabello, intentando abarcar la gran espalda, llenándose de su olor y su calor. Abrió los ojos, parpadeando ante las lágrimas. Y se quedó quieto. Totalmente quieto. Su ceño se frunció profundo.
Y se apartó de un empujón.
—¡¿Estás loco?! ¡Cómo pudiste! ¡Creíamos que habías muerto! ¿Tienes alguna maldita idea...del...del martirio que pasamos? —dijo, rápido, enojado, dolido—. Ni una carta, ni un aviso, ni una señal de humo, ¡nada! ¡Y te apareces así..., vivito y coleando! —Retrocedió un paso, su voz rompiéndose.
—¡Au! —Se quejó, llevándose las manos al torso con una mueca de dolor—. Yo... lo siento, de verdad pero no podía hacer eso. Debía mantenerme oculto, no quería preocuparlos de esa manera.
La furia de Kenshi se disipó, dejándolo con una gran tristeza.
—¿Y mentirnos..., torturarnos..., con tu muerte no lo haría? En verdad me gustaría saber cómo esa idea te pareció perfecta —ironizó. Tomó su cesta con las hierbas y luego el brazo del ruso—. Camina..., y cállate —masculló al ver que iba a hablar—. No quiero que hables. Sigo enfadado contigo.
—Au, au, Kenshi. Despacio. —Intentaba ir todo lo rápido que su maltratado cuerpo le permitía, igualando el rápido caminar del japonés—. Me vas a abrir los puntos.
—Estoy tentado a abrir tu cabeza a ver qué hay en ese cerebro tuyo —espetó, pero aun así disminuyó el paso.
Le ayudó a llegar a la casa, directo a la habitación de ambos. Las ventanas estaban abiertas para que entrar el aire, pero no había sido usado desde que el traje con la carta que informaba la 'muerte' del ruso llegó. Kenshi prácticamente le ordenó a Vladimir que se recostara en la cama. A punto de recostarse en la cama se escuchó el estruendo de las pisadas y los gritos por el pasillo, cuando Klaus azotó la puerta al entrar. Vladimir se estremeció sabiendo que esa no se la iban a perdonar tan fácilmente.
—¡Voy a matarte! —gritó el alemán entrando como tromba al cuarto. Se abalanzó sobre el ruso, intentando asestarle un puñetazo, ventajosamente los gemelos que venían tras él, junto con Sasha, lo detuvieron y arrastraron fuera del cuarto. Desde el pasillo todavía se oían los gritos del alemán.
—¿Están bien? —preguntó Sasha a la pareja—. Tratamos de contenerlo pero en cuanto escuchó que estabas aquí, se encolerizó.
—Está bien —dijo Vlad, un poco tembloso. Se apoyaba de la pared para mantenerse erguido—. No esperaba menos de él. Traten de darle algún sedante, hablaré con él cuando esté más calmado.
Kenshi miró serio al ruso, aunque también podía apreciarse la preocupación en sus ojos.
—Todo es culpa tuya —dijo, mientras iba por una caja a su armario. Al volver, y colocarse al otro lado de la cama, reveló en la caja un par de ungüentos—. Recuéstate ya, y déjame verte las heridas. Ruso bobo.
—Lo sé. —Se acostó donde le indicó Kenshi. Terminó de desabotonarse la camisa, revelando todo el torso vendado, el hombro derecho tenía un feo moretón y un raspón bastante grande en el antebrazo—. Sasha tuvo que llamar al médico del pueblo cuando apenas llegué consciente a la casa de Arkhangelsk.
Kenshi no dijo nada, pero procedió a hacerle un curetaje. Seleccionó varios ungüentos que acelerarían el proceso de sanación en las heridas del torso luego de cortar las vendas. En ningún momento mientras trabajaba le miró, tampoco cuando le daba una indicación o cuando aplicaba los ungüentos con una paleta; el único lugar que no vendó fue el hombro, el ungüento que esparció en el moretón de esa zona se volvió transparente, desapareciendo lenta y continuamente.
—El aloe vera y el árnica son buenos contra los hematomas y moretones. Mamá me enseñó cómo hacer un gel para ellos. También decía que las hojas de romaza con yodo, o unas gotas de aceite de lavanda sirven para los raspones —explicó al terminar, mientras guardaba todo—. Una vez, uno de nuestros trabajadores salió herido durante la reconstrucción del dojo, y mamá le untó un ungüento de sábila, aceite de coco y miel. A la semana su herida había cicatrizado y casi no dejó marca.- cerró la caja, dejando las manos allí—. Pero ni mamá ni yo supimos...cómo sanar un corazón herido. —Fue entonces que le miró—. No tienes ni idea de lo mucho que sufrí creyéndote muerto.
—Yo de verdad lo siento. Nunca quise que fuera de ésta manera —intentó explicarse. Lentamente se sentó en la cama para mirar mejor a Kenshi—. Cuando acudí al llamado en Ekaterimburgo me di cuenta de lo grave de la situación. Para cuando quise irme ya era tarde, estaba en medio del conflicto y no podía simplemente abandonar mi puesto. —Negó con la cabeza, se sentía tan culpable—. No podía ponerme en contacto con ustedes aunque más de una vez quise ser débil y escribir una carta. Cada vez Sasha me recordaba que si lo hacía, me encontrarían. Sólo por eso me contuve. —Apretó los labios, eso que estaba a punto de decir era muy difícil para él—. Yo deserté. Le di la espalda a mi país. —Bajó la mirada avergonzado—. Quería tanto volver a tu lado que intercambié mi chaqueta con la de un hombre caído...
—Y si no lo hubieras hecho, habrías muerto. Si hubiera sabido que esto era una revolución no habría dejado que fueras. Cuando Sasha envió su carta en la que explicaba que el zar había abdicado... solo quería que regresaras. Ya no estaba en ti, las formas políticas en Rusia seguro cambiaran ahora y... —Se detuvo, suspirando—. Era una lucha perdida —terminó. Bajó la mirada, viendo la mano de Vladimir a unos cuantos centímetros de la suya, por lo que estiró el brazo para enlazar sus manos—. ¿Qué sucedió con la familia real? —cuestionó, su pulgar acariciando el dorso de la mano.
—Hay rumores de que la princesa Anastasia está desaparecida. El zar Nicolás... fue asesinado. —Era una verdad demasiados contundente—. No pude hacer nada. Huí como un cobarde.
—Pues prefiero que hayas terminado siendo un cobarde desertor a un cadáver con honores. —Soltó su mano, levantándose para ir a guardar la caja en su armario y limpiar todo—. Tienes que recordar que más allá de esta lucha, has hecho mucho por ellos. —Cerró la puerta del armario, y caminó hacia él, sentándose a su lado—. ¿Resulta más importante todo este asunto de que desertaste...al que llegases a abandonar a tu familia por un país en el que no todos te conocen o le interesas y que luego de unos años puede que te olviden? —Estiró la mano para acariciar su mejilla—. Nosotros nunca haríamos eso.
Vlad sonrió, acercó a Kenshi a sus brazos. Lo extrañó tanto todas esas semanas que pasaron separados.
—Lo sé, nada me hace más feliz que estar de vuelta, es sólo que... —Se encogió de hombros—. Ahora soy un muerto indocumentado —dijo a modo de broma—. No podré volver a Rusia en un tiempo.
—Quiero que sea así. Tienes que recompensarnos todos estos días de angustia y me encargaré que sea por un largo tiempo —advirtió, estirándose por un beso.
Sus labios se encontraron en un beso lento, trataban se transmitirse todo el amor que sentían, de probar que realmente estaban ahí, en ese momento y no era una ilusión. Vladimir continuó los besos por su mejilla y cuello con la intención de dejar una marca ahí, aspiró la fragancia se Kenshi quedándose quieto. Volvió a inhalar.
—¿Te pusiste perfume?
—Salvo la esencia de lavanda, no. —Se escuchó extrañado—. ¿Por qué lo preguntas...?
—Es que... No sé. Hueles dulce. Mucho, como si te hubieras caído en un procesador de azúcar. —Volvió a oler. Sí, definitivamente estaba la lavanda y podía sentir el sutil aroma a cerezos, pero es como si el olor azucarado opacaba el cerezo.
Kenshi se extrañó. Alejándose un poco para verlo. Ahora que lo notaba, también había algo raro.
—Tú tampoco hueles precisamente a rosas. —Estando en el bosque no lo había notado, y ahora más cerca...— ¿Por qué hueles a musgo? —dijo, arrugando la nariz—. Espera..., ¿es normal? ¿Por qué tú hueles una cosa y yo otra? Antes no pasaba...
—¿Musgo? Yo no... —Se olió el brazo—. No huelo a musgo. ¿Tienes otros síntomas?
Kenshi negó. Pero en seguida recordó algo.
—Bueno, estos días me he sentido algo mareado, pero solo espero. —Se alzó de hombros—. Seguro que era por el estrés.
Vladimir torció los labios, no le agradaba eso. Los mareos no sonaban tan graves pero no le agradaba la alteración de la percepción de los olores, la identificación tan aguda de los olores estaba ligada al genoma, y si algo afectando eso debía preocuparse.
—No te preocupes. Seguro no es nada grave, luego te tomaré una muestra de sangre y... —Su expresión se apagó un poco—. No tengo el equipo necesario, todo está en Rusia. —Torció los labios mientras con su mano acariciaba la mejilla de Kenshi—. ¿Crees que en el doctor local tenga los equipos necesarios?
—Mmh. —Hizo un gesto pensativo—. Le preguntaré. Por ahora debes descansar. —Se inclinó para dejarle un beso—. Debo ver qué hicieron con Klaus.
Después de besarse Vlad se recostó en la cama, con cuidado de no maltratarse las costillas rotas, entrelazó su mano con la de Kenshi antes de que se levantara.
—En verdad lo siento, no era mi intención hacerles pasar por eso.
Mirándolo en silencio, Kenshi acarició su mano. Soltó un suspiro.
—Está bien. Lo importante es que estás aquí. —Se levantó, lo arropó y dejó un pequeño beso en su frente—. Te amo.
—Y yo a ti.
Kenshi salió de la habitación después de eso. Dio una vuelta para ver qué sucedió con Klaus, aunque parece que hicieron caso a las instrucciones de Vladimir ya que le habían sedado. Con eso, pidió a Jim y los gemelos que cuidarán de los bebés mientras que él iba a hablar con Sasha.
Consideraron prudente hablar con Klaus primero antes de que fuera el alemán directamente con el ruso. Era lo mejor mientras que aquellas heridas de Vladimir sanaran, luego podría golpearlo cuanto quisiera. El mayordomo también habló con Kenshi del modo en que encontró a Vladimir, herido, sangrante, en su testarudez por volver a casa voló desde Ekaterimburgo hasta Arkhangelsk a pesar de tener dos costillas rotas y una herida de bala, le confesó estar tan asustado de que Vladimir no se recuperara que no había escrito para avisar que estaba vivo, e incluso después de eso el mismo Vladimir le explicó su deserción y que debían mantener la farsa para evitar que la milicia volviera a contactarlo. Ahora pedía perdón a Kenshi por eso, sabía lo preocupados que estarían porque a él le llegó la misma carta que a Kenshi aunque eso no se lo había dicho a Vladimir, sólo para no angustiarlo más. Horas después, cuando Klaus despertó, el alemán no estaba nada contento con que lo hubieran sedado, y a pesar de que entendía las explicaciones que le dieron, todavía estaba molesto, prometió esperar a que por lo menos las costillas sanaran para darle el puñetazo que se merecía.
Kenshi y Sasha cuidaron de Vladimir los siguientes días. Con las medicinas naturales, los moretones y raspones curaron, y las heridas externas cicatrizaban rápido. Kenshi aún continuaba con el olfato alterado –ya había comprobado que confundía todos los olores– y de vez en cuando tenía algún mareo o náusea. No le restó gran importancia. También habló con los demás habitantes de la casa sobre lo ocurrido, solo informando lo justo y pidiendo discreción. Lo mejor era que no se supiera mucho por fuera. Sabía que debía ir a hablar con el emperador. El hombre en algún momento podría enterarse de los acontecimientos en Rusia, pero por ahora solo quería estar con Vladimir. Ya luego que estuviera completamente recuperado, quizá, podrían ir al palacio imperial.
Cuando Vladimir presentó mejoría, le acompañó al lado opuesto de la casa, específicamente detrás de la oficina de Kenshi, donde le presentó su nuevo estudio y un acceso subterráneo a su propio laboratorio. No era tan grande como el que poseía en Rusia, no obstante tenía lo esencial. Ya estaba en Vladimir si quería abastecerlo con algún otro equipo. Al ver el estudio, Vladimir se maravilló pero al ver el laboratorio estaba completamente atónito, casi podía saltar de alegría, Kenshi se burló de él diciéndole que parecía niño con juguete nuevo y es que Vladimir realmente se sentía de esa manera. Kenshi incluso se preocupó de que tuviera todo el equipo de química, además tenía un microscopio de última generación.
—¡Todo esto debió costarte una fortuna! —Fue lo que logró decir mientras manipulaba con entusiasmo una pipeta de Pasteur.
Kenshi sonrió mientras se apoyaba en la baranda de la escalera.
—La verdad solo un poco. Pero prefiero eso a que sigas destruyéndome la casa si continuas haciendo tus cosas en alguna habitación. —Se cruzó de brazos—. Toda esta zona está fuera de los límites de la casa, del edificio en sí, por lo que la casa no está sobre nosotros. Aquí al menos no morirás de aburrimiento, espero.
—Tomaste todas las precauciones —felicitó al japonés—. Estoy realmente feliz, incluso podré incursionar en el lago que está cerca y estudiar a los microorganismos que habitan ahí. —Se acercó a Kenshi, tomándolo por sorpresa al darle un fugaz beso—. Eres el mejor.
—Eso ya lo sabemos —dijo con leve arrogancia—. Aún no has hablado con Klaus ¿cierto?
—Estoy esperando a que se le pase el enojo. En verdad no quiero que me golpee. —Se frotó la quijada con expresión compungida.
—Nunca te libras de que quiera darte una golpiza ¿eh? Primero con lo del genoma y ahora esto. —Kenshi se giró para subir las escaleras.
—No, no. Espera. —Lo detuvo antes de que subiera el primer escalón—. Ya que estamos aquí abajo estrenemos el lugar. —Tomándolo de la mano, lo sentó en un banco alto para luego comenzar a rebuscar en los cajones. Volvió cuando tuvo todo a mano para sacarle una muestra de sangre a Kenshi.
—No te detienes ante nada ¿no? —Kenshi suspiró—. Oye, Sasha y tú se vinieron a Japón. ¿Qué pasó con la casa...? ¿Y Finnian?
—Cualquier motivo para jugar en el nuevo laboratorio que me regaló mi esposo es un buen motivo. —Mientras hablaba, preparó todo, desinfectando el brazo de Kenshi y buscando su vena para clavar la aguja—. Sasha volverá en unos días a Rusia, sólo vino a traerme. Se ocupará de que todo siga funcionando en Arkhangelsk. Lamentablemente tendré que clausurar la mansión de Moscú por un tiempo. Lo siento por toda esa gente que tendré que despedir.
—¿Tampoco...le dirás nada a tu madre? —preguntó con cuidado—. ¿Le harás creer que estás muerto en verdad?
No hubo una respuesta inmediata. Vlad se concentro en sacar la sangre para luego ponerla en tubos de ensayo. Limpió a Kenshi y desechó los materiales usados.
—No lo sé —terminó por responder después de un rato.
—Creo que al menos ella merece saberlo —dijo—. No sería justo...castigarla de esa manera.- carraspeó.
—No es un castigo. Tan sólo pienso que sería mucho más llevadero para ella y su matrimonio que yo estoy muerto. Creo —dijo no muy seguro.
—Yo no lo creo. Al menos Sasha debería informarle lo que pasó. —Desvió la mirada—. ¿Qué tengo?
—Se lo comentaré a Sasha. —Movió un poco los tubos de ensayo, sacó suficiente sangre para rellenar dos—. Aún no lo sé, haré un par de análisis para ver como sigue interactuando el genoma. También mediré tus niveles de hierro, ácido fólico y vitamina B-12. Lamentablemente no puedo hacerte el perfil lipídico ni medir tus hormonas porque no estás en ayunas pero espero que por el momento esos exámenes basten. —Miró el laboratorio alrededor, lamentando la falta de un refrigerador—. Tendré que comprar un refrigerador —pensó en voz alta.
—Mmh. Puedes usar el que está en la cocina por ahora. —Kenshi sugirió—. Con lo que pasó los últimos días, olvidé seguir proveyendo este lugar. Ya ahora te lo dejo a ti.
—Tengo un esposo muy generoso —dijo con una sonrisita—. Tendré que compensártelo —murmuró con sus bocas a unos centímetros de distancia.
Kenshi se adelantó, uniendo sus bocas en un beso profundo. Nunca iba a ser suficiente en compensarlo por la falta que le hizo. Por ahora, se separó, un poco jadeante.
—Será mejor que hagas tu trabajo... —Hizo un gesto al laboratorio—. Puedes seguir compensándome luego.
—Hmm —se quejó pasándose la lengua por los labios—. Si no logro concentrarme, te haré responsable por eso. —Le dio un beso en la mejilla para evitar tentaciones—. Gracias —dijo una vez más antes de acercarse a una estantería para buscar todo el equipo que necesitaría.
—Por nada. —Kenshi se bajó del banco en el que estaba y subió las escaleras para salir del nuevo laboratorio.
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