Esto era sin duda lo peor que les podía estar pasando. Se encontraban sin barco, sin tripulación y sin dinero en territorio enemigo. Al menos en sus anteriores naufragios habían llegado a Francia, aliado incondicional de Scott pero ahora se encontraban en territorio hostil, en medio de un puerto del Imperio Español, y no solo eso, sino que además estaban ahí después de volar en pedazos el barco insignia del mismisísimo Antonio. Realmente estaban en problemas.
-Estamos en serios problemas- dijo Alfred mientras escondían entre un grupo de barriles que estaban en el puerto- Debemos conseguir un barco e irnos de aquí de inmediato, si la guardia del puerto nos encuentra, nos capturarán y nos entregarán al Imperio Español en persona.
-¿Pero cómo conseguiremos un barco?-preguntó Arthur nervioso. Estaban empapados de pies a cabeza además de estar agotados por nadar todo el camino hasta la costa- No tenemos dinero ni forma de comunicarnos con Francia, pues es el aliado más cercano.
-Ese no es el peor de nuestros problemas, gusano-dijo Scott molesto. No le gustaba estar en desventaja y realmente odiaba no tener el control de la situación- Podríamos robar una nave para huir pero el problema es que yo ya estoy fichado en estas tierras y odio decir esto pero… ¡soy asquerosamente reconocible!- el capitán señaló su flameante cabello rojo que realmente destacaría entre todos los castaños y rubios que iban y venían en el puerto.
-Tal vez con un sombrero pueda pasar desapercibido, capitán- dijo el mortal con una leve sonrisa producto de la ansiedad del momento- Sin embargo, creo que nuestra mejor oportunidad para salir vivos de aquí es robar un barco, sólo hay que ocultarnos el tiempo suficiente para que sea de noche y lo haremos.
-No podemos quedarnos aquí sin hacer nada-dijo Inglaterra negando con la cabeza mientras observaba minuciosamente el puerto hasta hallar una calle que parecía llevar al centro de la ciudad- Debemos hacer algo en ese tiempo, tal vez podamos conseguir dinero de alguna forma.
-¿Qué sugieres, conejo?-preguntó el mayor cruzándose de brazos con una mueca burlona- no tenemos tiempo para que te pongas a vender tu cuerpo en algún callejón abandonado, además, nadie querría a un gusano flacucho como tú…
-¡Cállate, idiota!-gruñó el inglés sonrojándose hasta las orejas ante ese comentario- Tal vez pueda ganar algo de dinero en los bares de apuestas, sé jugar cartas- Obviamente vivir en una isla sin viajar por los mares era aburrido y desde hacía tiempo había aprendido todos esos juegos de bar como las cartas y los dados. Escocia no dudó en recordarle que para entrar en ese tipo de juegos, debía apostar algo y ellos no traían nada de valor- Oh no te preocupes, ya tengo mi apuesta…-y rápidamente sacó la daga de plata que el mayor le había regalado. Arthur la había escondido en su bota para no perderla.
-¿La conservaste?-preguntó el pelirrojo sorprendido mientras la sujetaba. No creía que su hermano la guardara con tanto cuidado, estaba seguro que se había perdido en el naufragio. Un nudo se acumuló en la garganta del mayor al girar la brillante daga entre sus dedos. Maldito gusano- Bien, ve y regresa al anochecer, porque con dinero o sin él, robaremos uno de los barcos ¿entendido?
-Eso haré…-dijo el menor saliendo de su escondite para correr hacia la zona de bares que se encontraban cercanos al puerto con la adrenalina fluyendo por sus venas. No fallaría en su misión.
-Vaya, no puedo creer que Arthur haya guardado la daga que le diste-comentó Alfred mientras se acomodaban para esperar a que anocheciera- Definitivamente ese chico lo quiere mucho, capitán.
-¡Cállate!-gruñó Escocia molesto sentándose a su lado antes de cruzarse de brazos. Un tenue sonrojo se había extendido por las mejillas del capitán causando una suave risa en su subordinado-¡Dije que te callaras!
La animada música de un acordeón inundaba el bar cuando Arthur entró. Marineros y tripulantes reían y conversaban al calor de la cerveza y el ron que corría de mano en mano. Había algunos ebrios en un rincón cantado odas de mar mientras un grupo reducido jugaba cartas al fondo del bar. Las camareras iban y venían con botellas vacías y tarros de cerveza. Varios hombres en la barra discutían acaloradamente sobre intercambios de especias y ganado.
Inglaterra caminó con seguridad hasta la mesa del fondo, ignorando a las personas que lo miraban con curiosidad pues aún se notaba que tenía la ropa un poco húmeda. Se sentó bruscamente en la única silla vacía y todos los presentes lo miraron. Obviamente destacaba por ser tan delgado y pálido además de joven.
-¿Qué haces aquí, chiquitín? Estos son juegos de hombres-le dijo uno de los marineros mal encarados que estaba jugando. En el centro de la mesa se hallaban todo tipo de objetos de valor como monedas, varias perlas y algunos sacos de tela que parecían contener especias exóticas- ¡Esfúmate, niño!
-Vengo a jugar-respondió el rubio bruscamente y puso la daga sobre la mesa. Todos los presentes la observaron muy sorprendidos y el brillo de la codicia apareció en los ojos del resto de los jugadores- ¿Se van a quedar mirando o vamos a empezar?
Uno de los marineros comenzó a repartir las cartas cuando Arthur notó que no era el único adolescente de la mesa, había también una figura pequeña con un sombrero que tapaba sus facciones. El misterioso hombre traía una capa que disimulaba lo pequeño que era al igual que unos guantes desgastados que no permitían ver el tamaño real de sus manos.
Un silencio expectante cayó sobre todos los jugadores conforme empezaban a tomar y eliminar cartas buscando la mano perfecta que les permitiera conseguir tan llamativo botín. Uno de los hombres más grandes y rudos sonrió confiado ante su buena mano y aumentó la apuesta. Todos los demás no querían verse como unos cobardes y lo imitaron, Inglaterra pudo ver cómo el misterioso encapuchado ponía un suculento brazalete de oro en la mesa. Eso sin duda animó a todos a darlo al todo o nada.
-Bien, es el momento-murmuró el rubio con el corazón latiendo a mil por hora cuando comenzaron a mostrar sus cartas. Todos eran buenos jugando, tenían manos realmente buenas, pero esos sucios mortales no podían competir contra siglos de experiencia. Finalmente el misterioso jugador mostró sus cartas, era una flor corrida de diamantes- Wow… realmente eres bueno… pero no ganas con eso- Para asombro de todos, el inglés puso una flor imperial en la mesa.
Los gruñidos y las quejas no se hicieron esperar. Arthur rápidamente se guardó el botín en los bolsillos cuando uno de los marineros lo sujetó por la ropa y lo levantó de su silla.
-¡Pequeña rata, hiciste trampa!-gruñó furioso el hombre y levantó el puño para golpear a la nación cuando el hombre encapuchado tomó la daga del bolsillo de Inglaterra antes de salir corriendo- ¡Detengan a esa sanguijuela!-y ese grito comenzó el pandemónium. Se armó una trifulca en todo el bar, golpes por aquí, patadas por allá, varias sillas terminaron reducidas a astillas. Arthur esquivó un par de botellas y pudo ver cómo levantaban a un sujeto para lanzarlo por la ventana.
-¡Dame mi daga!-gritó el rubio de ojos verdes mientras perseguía al encapuchado que subió al segundo piso del bar. El ruido de los golpes y los gritos eran ensordecedores. El inglés lo persiguió hasta un pequeño balcón donde el sujeto bajó rumbo a la calle con ayuda de una pila de barriles que estaba cerca. Inglaterra no dudó en seguirlo y rápidamente lo sujetó del brazo- ¡Devuélveme mi daga, maldita cucaracha!
Ambos forcejearon hasta que el británico le arrancó uno de los guantes mostrando una pequeña y delicada mano. El misterioso encapuchado soltó un suave chillido y el rubio aprovechó para quitarle el sombrero. Una cortina de brillante cabello rubio cayó como cascada sobre los hombros ajenos. Unos sorprendidos y asustados ojos verdes chocaron contra los de Arthur. Inglaterra observó atónito ese delicado rostro en forma de corazón. Era una chica que aparentaba su misma edad.
-Ehm… dame mi daga… por favor… -la furia del isleño había desaparecido ante la sorpresa de encontrarse frente a una dama. La joven asintió, avergonzada por haber sido descubierta y le devolvió la daga- Entonces me imagino que esto es suyo…-Arthur sacó de entre sus ropas el brazalete de oro y se lo entregó- Disculpa pero… ¿qué hacías ahí? Esos no son lugares para una chica.
- ¡Por eso me disfracé!-gruñó ella molesta- Yo sé que no son "lugares para una chica" pero no me importa, me gusta jugar y antes de que tu llegaras, yo era la mejor en ese asqueroso bar- el adolescente bajó la mirada avergonzado antes de preguntarle por qué lo hacía- Me gusta la adrenalina del juego y con lo que gano puedo comprar comida para mis niños.
-¿Tienes hijos?-preguntó Inglaterra sorprendido antes de que la rubia negara con la cabeza- ¿Entonces? No logro entenderte- ella procedió a explicarle que le daba comida a los niños abandonados del puerto, aquellos cuyos padres habían zarpado y no habían regresado- Vaya… eso es muy noble de tu parte.
-Pues sí… ni mi hermano ni Antonio me dejan tomar comida de las cocinas para darles y yo no tengo dinero propio así que debo buscarlo de cualquier manera posible y qué mejor que ganarlo mientras juego algo que me gusta- la chica sonrió contenta y divertida ante su relato pero hubo un nombre que encendió todas las alarmas en la cabeza de Arthur.
-Espera… dijiste ¿Antonio?-preguntó el isleño sorprendido. ¿Acaso ella era una nación parte del Imperio Español?- ¿Antonio qué? ¿Cómo te llamas? ¿Eres una nación?-la chica retrocedió asustada ante las preguntas ajenas, la primera regla de toda personificación de una nación era no dejar que los mortales los descubrieran. La rubia decidió no contestar las preguntas y salió corriendo- ¡Espera! ¡Regresa!
La chica corría más rápido que Arthur por lo que le sacó una considerable ventaja, sin embargo, eso evitó que mirara al frente y terminó chocando contra un hombre que pasaba. Inglaterra soltó un chillido y se escondió al ver que ella había colisionado contra el mismisísimo Imperio Español en persona.
-¿Emma?-preguntó Antonio confundido y aliviado- Te he estado buscando por todas partes, sabes que no debes estar de este lado del puerto, te lo he dicho mil veces- tomó la mano de la menor y la acompañó a un lujoso carruaje- Ahora ve a casa, yo tengo que matar a unas malditas ratas que no saben con quién se metieron…
Gracias por leer. Sé que me tardé casi un mes en actualizar pero es que realmente el trabajo me ha tenido sumamente ocupado últimamente.
Arthur ya conoció a Bélgica! Yeiiii!
Gracias por sus comentarios, en verdad me alegran mucho.
Kagerou: Jeje pronto se encontrarán con Portugal, no te preocupes.
Lebrassca: Me leíste la mente con tu comentario jejeje
Alice: Me alegra que te guste.
Vicky: Bueno, es un ScotEng diferente jeje
Espero que les haya gustado y no olviden comentar
