Arthur estaba temblando, su mente daba vueltas mientras un torrente de emociones insólitas y completamente nuevas se apoderaban de su cuerpo. Estaba tan asustado que hasta su cuerpo se sentía frío, lo cual era un enorme contraste con el cuerpo de su hermano que estaba caliente como el infierno. Parecía que la ira de Scott se lo iba a tragar cuando de pronto sintió la rodilla del mayor chocar contra su entrepierna. Ese roce le arrancó un gemido de lo más extraño, ni siquiera sabía que su cuerpo podía producir esa clase de sonidos.
El pelirrojo parecía disfrutar ese sonido, pero el inglés se asustó aún más por las reacciones de su propio cuerpo por lo que empezó a forcejear con mayor fuerza intentando romper las ataduras de sus muñecas, pero solo consiguió hacerse mucho daño.
-¡Ya quédate quieto, bastardo!-gruñó Scott con un sonido gutural pero el rubio no le hizo caso y siguió intentándolo. Se liberaría así tuviera que romperse las muñecas para lograrlo. Era tanto el forcejeo de ambos que el escritorio en el que estaban prácticamente acostados, se volcó. Un horrible crujido seguido de un dolor insoportable le indicó a Arthur que se había roto algo.
El menor soltó un alarido de dolor puro aún con la venda en la boca. Fue un sonido espeluznante que retumbó en el silencio de la noche y que pareció apagar la ira de Scott en un segundo. El mayor le quitó la venda de la boca y de las muñecas antes de fijarse en el brazo del rubio que se hallaba en una extraña posición.
Fue en ese momento que el capitán del navío cargó al menor para ponerlo sobre uno de los cofres de oro que se encontraba en el camarote antes de reacomodarle el brazo en la posición correcta con un crack. El brusco movimiento hizo que el inglés soltara un segundo alarido de dolor que, ahora con la boca libre, se escuchó más desgarrador que el primero.
-¡Cállate, idiota! ¿Qué no ves que te acabo de reacomodar el brazo?-exclamó el pelirrojo antes de soltarle una cachetada para que guardara silencio. Los ojos del menor estaban inundados de lágrimas mientras sollozaba en voz baja. El ver a su hermano tan vulnerable hizo que disminuyera su ira y a cambio lo invadió un sentimiento de compasión- Ya deja de llorar, gusano.
De manera instintiva, sin pensarlo de antemano, atrajo al menor hacia él para consolarlo. El rubio se aferró a su hermano con el brazo intacto sin dejar de llorar desconsoladamente. Y por primera vez, el pelirrojo se sintió mal por lo que había hecho, pero era necesario, debía mantener su reputación. El inglés buscó la mirada del más alto mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Scott suspiró y depositó un corto beso en la frente ajena.
-Esta es la última vez que me retas frente a todos ¿has entendido?-gruñó él mientras desviaba la mirada pues el rubio se había sonrojado de manera adorable otra vez antes de asentir- Ahora largo, ve a que Alfred te cure el brazo- el capitán cortó el abrazo y lanzó al inglés fuera de su camarote. Necesitaba pensar y el lloroso de su hermanito no lo dejaba hacerlo con claridad.
La puerta del camarote se abrió con un suave crujido y Alfred se puso de pie en cuanto vio a Arthur entrar cojeando. Se veía muy mal, traía la ropa completamente destrozada, había sangre fresca en su rostro y en prácticamente todo su cuerpo y se sujetaba el brazo como si se le fuera a caer. Pero gracias al cielo estaba completo.
-¡Arthur!-exclamó el mortal al acercarse a la joven nación que sollozaba en voz baja. El pequeño rubio se sentó en un cofre con ropa mientras el maestre Alfred buscaba vendas para su brazo. La mirada verde del recién llegado cayó sobre una figura acurrucada en un rincón- Ah es la chica, se acaba de quedar dormida, después de tanto llorar debe estar agotada.
Emma se había acurrucado en el suelo en un pequeño nido de ropa y telas que Alfred le había dado. Su cabello rubio estaba todo revuelto y había un claro rastro de lágrimas en sus mejillas. La chica se abrazaba a sí misma en un intento por calmar el frío que había rodeado el navío al caer la noche. Arthur no pudo evitar sentir pena por la chica, todo había sido su culpa.
-¿Cómo fue que saliste entero de ahí?-preguntó el mortal llamando la atención de la joven nación. El rubio soltaba pequeños quejidos mientras su amigo le vendaba el brazo a fin de que no lo moviera más. El recién llegado no quiso dar detalles de lo ocurrido en ese camarote por lo que se limitó a encogerse de hombros y suspirar-Creí que Scott te mataría.
-No puede matarme, es mi hermano-dijo el menor con una sonrisa aunque eso seguía sin explicar cómo es que había sobrevivido con daños menores pues lo que pasó en su brazo fue un accidente pues ambos habían caído al suelo por su culpa. ¿Realmente lo había salvado el amor fraternal? ¿O había algo más por debajo?
Scott respiraba entrecortadamente. Sus sentimientos se encontraban a flor de piel, nunca se había sentido así, aunque también era cierto que solo el mocoso de su hermano lograba arruinar su ecuanimidad. Necesitaba aire fresco, había pasado un rato encerrado en su camarote, tratando de calmarse en vano. El pelirrojo salió y comenzó a respirar la fría brisa que lo golpeó en la cara. La noche se había instalado sobre ellos hacía ya un rato por lo que miró las estrellas. Sin embargo, rápidamente notó que algo andaba mal.
-¿Qué está pasando?-miró a su alrededor con cierta preocupación hasta hallar la estrella del norte. Durante siglos había estudiado esa estrella y se había dado cuenta que si la seguían, se llegaba a las aguas frías del norte y a su nación. Sin embargo, ahora la estrella estaba detrás de ellos- oh no… no, no, no, no… - si la estrella estaba detrás de ellos, eso significaba que estaban volviendo. ¡Habían dado vuelta en U!
El capitán, con el corazón latiendo a mil por hora, corrió hacia el timón y lo giró con todas sus fuerzas. Habían estado navegando en sentido contrario a donde querían ir por demasiado tiempo. Todo en el barco se balanceó hacia el mismo lado cuando el pelirrojo giró el timón, despertando a los tripulantes del mismo que salieron a cubierta entre quejas y preguntas.
-¡¿Qué ocurre, capitán?!-preguntó Alfred que subió las escaleras que llevaban al timón seguido por Arthur que cojeaba lentamente- ¿Por qué cambió nuestro curso tan abruptamente?-pero Scott no contestó, el hombre solo miraba frenéticamente hacia todos lados como si esperara encontrar algo oculto en la negrura de la noche- ¿Capitán? ¿Se encuentra bien?
Entonces ocurrió lo que el escocés tanto estaba temiendo. Una niebla salida de la nada comenzó a cubrir el barco. Scott no quería admitirlo pero no estaban listos para otra batalla, los nuevos reclutas no eran más que marineros desesperados por oro, no eran luchadores, por eso se habían dirigido a las islas británicas, para conseguir verdaderos piratas.
Si tan solo no se hubiera entretenido de más con su hermano, se hubiera dado cuenta del cambio de la dirección del viento. Ahora era demasiado tarde para huir. Rápidamente, el pelirrojo le ordenó a su segundo al mando que les diera una espada a cada uno de los tripulantes pues iban a tener que luchar por su vida.
-¡Arthur!-exclamó el mayor de los Kirkland y tomó a su hermanito por los hombros mirando fijamente esos ojos verdes tan parecidos a los suyos- Vamos a perder, no tenemos armas ni hombres para sostener otra batalla contra el Holandés Errante, necesito que huyas, ese malnacido me quiere a mí.
-¡No te dejaré! –exclamó el rubio pero su hermano no le hizo caso. El capitán le ordenó a Alfred que preparara el bote de remos con provisiones para que huyeran- ¡No me iré! ¡¿Me escuchas?! ¡No te dejaré!
-¡No te estoy preguntando, gusano infértil! –le gritó Scott antes de acercarse a su segundo al mando. Los tripulantes a su alrededor estaban cargando los cañones y preparando las armas- Alfred, eres mi más grande amigo, quiero que vayas con mi hermano, protégelo- el mortal se negó rotundamente pero la nación lo calló con una bofetada- ¡Cállate y obedece la orden de tu capitán! ¡Estoy dejando en tus manos el tesoro más importante de mi inmunda vida! ¡Váyanse ya!
-¡No te dejaremos!-exclamó Inglaterra al borde de las lágrimas pero Alfred lo sujetó de la cintura y lo lanzó al bote de remos-¡NO!-Arthur trató de salir pero el contramaestre saltó a su lado y lo sostuvo. Escocia cruzó una última mirada con su hermano y le sonrió, tratando de tranquilizarlo antes de cortar las cuerdas que sujetaban la pequeña balsa. El bote empezó a bajar rápidamente por el borde del barco hasta llegar al agua- ¡NO! ¡SCOTT! ¡NO ME IRÉ! ¡SCOTT! ¡HERMANO!
-Ya no hay nada que podamos hacer-dijo Alfred que había empezado a remar con todas sus fuerzas para alejarse del barco. Los cañones cobraron vida y dispararon contra el Holandés Errante que se acercaba a gran velocidad. Con suerte no los verían alejarse gracias a la niebla que acompañaba el navío enemigo. Arthur lloraba y gemía con desesperación. No quería irse- Él estará bien, no temas.
Scott los vio marcharse y sonrió amargamente. No sabía cuándo volvería a ver a su hermano, quizás en un siglo o dos, dependiendo de cuánto tiempo lo tuviera preso el Imperio Español. Maldición, el mocoso acaba de irse y ya lo estaba extrañando. El barco se estremeció cuando tres balas de cañón se impactaron contra uno de los costados. El escocés secó rápidamente la lágrima que rodaba por su mejilla y corrió hacia el camarote donde estaba atada su rehén.
La cargó fácilmente y la llevó a la cubierta donde había comenzado el asalto. Frente a él se encontraba el mismisísimo Imperio Español y el capitán del Holandés Errante. Se escuchaban los choques de las armas a su alrededor, pero Scott no prestó atención pues sus ojos estaban en sus dos adversarios. Nadie se movió mientras el infierno se desataba alrededor de ellos.
Finalmente, con lentitud, Scott puso a la chica en el suelo y ella inmediatamente corrió hacia el capitán holandés. Él la abrazó protectoramente sin dejar de apuntar su arma hacia su eterno rival. ¿Quién lo diría? Al parecer había secuestrado a la hermanita del capitán del Holandés Errante y la protegida del Imperio Español. Mejor boleto al infierno no podía haber sacado.
Una sonrisa amarga apareció en sus labios. Lentamente levantó su espada y la lanzó al suelo. Sus tripulantes hicieron lo mismo. Quizás si todos se rendían, tal vez les perdonarían la vida. Una sonrisa victoriosa apareció en los labios del Imperio Español. Por fin, Alba había caído.
Hola! Gracias por leer y por sus comentarios
Nonamee:No te preocupes, nunca pensé en que Scott violaría a Arthur, lo quiere demasiado, más de lo que lo desea en realidad.
Kagerou: No le hizo nada al final, solo le metió un susto. Y sí, de la que se salvó Emma, sin duda.
Espero que le haya gustado y no olviden comentar.
