Capítulo dos:
Eso era el colmo. ¿Su madre y sus hijas conspirando contra él? ¡Estaban de coña! Él no necesitaba aprender nada. Podía tranquilamente contratar una buena cocinera y ya. Pero no, él era Inuyasha Taisho y no necesitaba ayuda.
—Papá, ¿sigues enojado?
Luego de la presentación de la cocinera del lugar donde sus hijas prácticamente lo habían obligado a llevarlas había salido de allí hecho una furia con sus gemelas detrás. Subieron al auto y dejaron a Kagome con la explicación a medias. Y el que había creído que una linda mujer quería sus atenciones.
No contestó por tercera vez a la pregunta de Rin. Kaori no había dicho nada desde que salieron. Nunca habían visto así a su padre. Inuyasha suspiro y aparcó el coche fuera de la mansión. Las dos chicas bajaron al igual que su padre y subieron a su habitación.
—Esto salió mal, Kaori. –Rin empezó a caminar por la habitación. –Papá esta molesto.
—Eso parece. –Kaori empezó a morderse la uña del pulgar con insistencia. –¿Ahora que haremos? Abuela Izzy había dicho que se enfadaría y que...
—¡Eso es! Hay que llamar a la abuela y comunicarle que sucedió.
—Ya es tarde. –Miro su reloj de muñeca. –La abuela debe estar durmiendo.
Rin asintió. –La llamaremos por la mañana.
Y con esa orden silenciosa ambas se prepararon para dormir.
—Es como te digo, Izayoi. No quiso escucharme.
Kagome a penas vio como el hijo de Izayoi se marchó echando humo por las orejas la llamó inmediatamente. Ya era tarde e Izayoi seguía despierta. Ella sabía muy bien que el orgullo de su hijo iba a ser pisoteado ante esa noticia. El ego de un Taisho era más grande que la estatua de la libertad.
—Te creo, Kagome. Se como es mi hijo.
—¿Pero que debo hacer? Vi esa ilusión en los rostros de esas niñas que casi me derrito de ternura.
—Son adorables. –Rió Izayoi. –Lo llamaré en la mañana. Luego me comunicaré contigo para ver como están las cosas, cariño.
—Cuenta conmigo para lo que sea, Izzy. Sabes que puedo con lo que sea. –Bromeó haciendo reír a la mujer.
Izayoi Taisho había sido una de las mujeres que más había ayudado a Kagome en la vida. Las cosas que había hecho Izayoi por ella no podría pagárselas nunca en esta vida o en la siguiente. Los momentos de adolescente de Kagome no habían sido los más bonitos recuerdos pero pudo salir adelante con su ayuda y la de su padre.
—Vale, cariño. Solo tienes que ser algo paciente. Inuyasha es algo cabezota.
—Creo que podré con él.
—Bueno, nena. Me tengo que ir. Llegó el viejo y esta exigiendo mi atención, sabes bien que no puede vivir sin mi.
Kagome rió ante las cosas que decía Izayoi. Era única.
—Vale. Adiós.
Se terminó de despedir y corto la llamada. Había llegado a su casa hacia media hora del restaurante. Eran la una y media de la madrugada. Su turno noche en la cocina se había extendido más de lo normal. Aunque no era su lugar de trabajo habitual los novatos de esa ciudad eran rápidos y se adaptaban también rápido. Había aceptado un trabajo nuevo para supervisar novatos en el hotel Tokyo Park en Los Ángeles, los nuevos chef's eran realmente rápidos y solo un par se habían llevado tan solo un llamado de atención. Era algo nuevo estar en Los Ángeles para ella. Su territorio eran las ruidosas calles de Nueva York y estaba acostumbrada a lidiar con gente inexperta (como decir suave) en la cocina.
—¿Aun sigues con esa ropa?
Saito la miraba desde la puerta de la habitación con unos pantalones negros para dormir y el cabello mojado. Se miro a sí misma y aun llevaba el uniforme del restaurante. No había tenido tiempo de cambiarse si apenas había llegado a llamar a Izayoi.
—Ups, no me había dado cuenta.
—Tu nunca te das cuenta de nada. –Se mofó.
—Me insultas. –Dijo haciéndose la ofendida.
—Tengo sueño. Mañana discutimos, descansa.
—Descansa, amor.
Se despidió del reciente adulto de dieciocho años y busco su ropa para ir directo al cuarto de baño.
—¡Adiós, papá! Nos vemos en la tarde.
Las niñas se despidieron de su padre y salieron si esperar respuesta. Inuyasha se dirigió a la cocina y se sirvió una taza de café bien cargado. Era sábado y no trabajaba, más sus hijas tenían deporte el fin de semana. No había despertado bien, su madre lo había llamado más que temprano para ser sábado y lo había regañado por dejar a la tal Kagome en el restaurante, le había dicho que había sido un desconsiderado y maleducado, entre otras cosas con la mujer del restaurante. Él por su parte, le había recalcado que no podía meterse en su vida, que ya estaba lo bastante grande para que hiciera eso. Y así estuvieron gran parte de la mañana. Había pedido por teléfono el desayuno en la cafetería de la esquina como todas las mañanas y vio que sus hijas dejaron la mayoría de la comida. Gruño frustrado y se concentró en terminar el café. El timbre sonó y la paz de la casa de disipó en el momento.
—Buenos días.
Esa suave voz lo recibió al abrir la puerta al igual que una bolsa de madera en frente de su cara.
—¿Que estas haciendo aquí?
—Que carácter. –Gruño.
Inuyasha frunció el ceño al escuchar esa afirmación. Aunque, debía admitir que era gracioso verla con el ceño fruncido.
—¿Que haces aquí?
Volvió a preguntar.
—Vivo a un par de calles y... –Inuyasha en arco una ceja en señal de que no se creía nada. –Vale, tu madre me llamó hace un rato así que me pegue una vuelta.
—¿Como para que?
—¿Visita?
—Puedes marcharte entonces.
Estaba a punto de cerrar la puerta pero Kagome no se rendiría tan fácil.
—¡Oye! –Se detuvo. –Eso es descortés.
Kagome entró a la casa antes de que el terminara de cerrar la puerta.
—También es descortés estar en casa ajena sin ser invitada.
Ella no lo escucho y se dirigió a la cocina.
—¿Inuyasha verdad? –Preguntó sabiendo que estaba detrás de ella.
Quedó impresionada al entrar en la enorme cocina con el mesón en el centro, dos mesadas contra la pared, el refrigerador de dos puertas, los armarios de color cobre , con tres hornos y una enorme cocina industrial. Una obra de arte para cualquier chef, lastima que esa cocina estaba tan abandonada.
—Si. –Suspiro. –Y tu eres Kagome.
—Que bueno que me recuerdas, así podemos empezar más rápido.
—¿Que cosa?
—El desayuno, por supuesto.
—¿No estas viendo que la mesa esta llena de comida?
Kagome llevó su mirada al desayunador y los pasteles de grasa y el café comprado (de seguro que del café de la esquina) estaban por toda la superficie.
—¿Eso es lo que tu familia desayuna todos los días?
Lo miro con dureza y mentiría si dijera que no lo puso nervioso.
—¿S-si?
Kagome suspiro con fuerza.
—¿Porque te rehúsas a mi ayuda?
Esta vez, el rostro de Kagome fue serio.
—Porque no la necesito.
Cabezota. Pensó la pelinegra.
—Ajá. –Sonrió con malicia. –Entonces, si no necesitas mi ayuda, podrías demostrármelo ¿no?
—¡Por supuesto que si!
En ese instante Kagome pensó en como demostrarle a un Taisho que con ella debía tener la boca cerrada. Su sonrisa se ensanchó cuando Inuyasha pareció analizar la información. Kagome junto la comida chatarra de la mesa y todo se fue al bote de la basura.
—¡Oye! ¿Que carajos haces?
—Esa comida que comes no podrías dársela ni a un vagabundo. Tiene aceites y grasas en exceso y puede subir tu colesterol a niveles peligrosos al igual que el azúcar en tu sangre. –Lo dijo como una persona que sabe de lo que habla. –Comer eso todos los días puede llegar a matarte.
—Llevo comiéndolo seis meses y...
—¡¿Que!? –Grito Kagome histérica. –¿Eso le das a tus hijas? –No lo dejó contestar. –Esto se termina hoy.
Kagome abrió la bolsa de madera y empezó a sacar diferentes ingredientes, lo típico de un desayuno. Huevos, leche, miel, harina, azúcar, entre otras cosas. Inuyasha abrió los ojos como platos al ver todas las cosas que había traído.
—Supongo que tienes lo necesario para cocinar. –Asintió y señalo el armario.
Kagome fue como quien en su casa sorprendiendo aun más a Inuyasha. ¿¡Esa descarada mujer quien se creía!? Iba a detenerla cuando se dio vuelta pero ella lo ignoro, apretó la taza de café en sus manos y ella se dio vuelta y se la quito para votarlo en el lavabo de la cocina.
—¿¡Pero quien...!?
Su reclamo quedo a la mitad cuando Kagome lo empujó hasta dejarlo en frente de los ingredientes.
—Bien, empieza.
—¿¡Que cosa!?
Kagome alzó una ceja.
—Dijiste que sabías como preparar un desayuno y...
—¡Eso no te da derecho a venir a mi casa para ponerla de cabeza! –Alzó la voz.
—Empieza.
La orden de Kagome volvió a enervar y Inuyasha. Bien ¿Quería un desayuno? Inuyasha Taisho se lo haría. El podía hacer cualquier cosa, empezó a poner los huevos en el bol con la leche y la harina. Kagome observo cada movimiento. Luego, de la nada, Inuyasha se dio media vuelta y del armario saco una batidora de mano color rojo. ¿Porque tendría una batidora si no cocinaba?
Al pensar en eso no se dio cuenta de las intenciones de su alumno. Física básica ¿que pasa cuando polvo es revuelto de repente a una fuerte velocidad? Inuyasha encendió la batidora y la harina salió volando a cada rincón de la cocina y bañando a Kagome con ella cuándo totalmente blanca al igual que él. La batidora siguió girando está vez echando ando masa por toda la cocina.
—¡Apágala!
El grito de Kagome hizo que Inuyasha apagara la batidora y la observará. Kagome tenía el cabello lleno de harina al igual que su rostro y su ropa. Sin resistirlo, Inuyasha comenzó a reír a carcajadas por su mal aspecto. Él no estaba muy diferente pero Kagome se había llevado la mejor parte.
—¿Estas loco? ¡No puedes batir tanta harina a tanta velocidad sin dejar la cocina hecha un desastre!
—De eso ya me he dado cuenta, Einstein. Pero gracias por el dato, lo tendré en cuenta. –Inuyasha le arrojó un repasador a la cara.
Kagome limpio su rostro y llevó su dedo índice a su boca para probar la masa.
—Le falta azúcar. Pero no está mal.
—Te dije que podía hacerlo.
—¿Podrías hacerlo sin dejar la cocina hecha asco?
—Podría.
—Muy bien. Terminemos con esto, esta vez, te ayudaré.
—Muy bien.
Kagome lo observo por un momento y se dio cuenta que Inuyasha estaba sonriendo.
—Entonces aceptas mi ayuda.
—Puede, primero tendrás que darme una demostración de tus habilidades. –Sonrió.
—Haré el desayuno. Uno decente. –Bromeó y ambos rieron.
Inuyasha mentiría si dijera que el arisco empezar con la peli negra no habia sido exagerado. Era divertida.
—Te ayudaré. –La miró. –¿Esto será como una primera clase?
—Puede decirse que si.
—Muy bien, Kagome, guíame.
Así pasaron la mañana tratando de que Inuyasha pudiera hacer unos simples Hotcakes sin quemarlos (cosa que solo algunos se salvaron) y un café decente. Podría archivar esa primera clase como exitosa. Entre risas y bromas pudieron terminar el desayuno. Ahora si podría fanfarronear a Izayoi como si había podido con su terco hijo. En teoría, había sido una mañana divertida.
—¡Buenos días!
Las mañaneras cantadas de Kagome interrumpieron el desayuno del peliplata. Dejó el café en el mesón de la cocina y vio a Kagome entrar con la típica bolsa de supermercado entre sus manos.
—Buenos días, Kagome.
—Inuyasha, estas de buenas hoy.
—Puede decirse.
Kagome estaba hacia dos semanas con el tema del desayuno. Habían practicado el tema de los hotcakes toda la semana anterior y habían tenido un gran progreso. Pero Kagome estaba con algo más complicado en mente.
La batidora y los utensilios de cocina estaban ya en el mesón esperando a ser usados.
—¿Estas preparado?
La pregunta entusiasmada de Kagome lo hizo sudar frío.
—¿Para...?
—Hoy haremos algo diferente.
—¿Diferente como?
—Haremos brownies.
Brownies, los brownies eran fáciles. Su madre hacia brownies así que no tendría que ser complicado.
—Muy bien, estoy listo.
Los huevos, la leche y todos los ingredientes estaban listos.
—Primero los huevos con el azúcar y luego agrégale la leche y la harina.
—Suena fácil.
—Lo es.
Siguió las instrucciones de la pelinegra al pie de la letra. La mezcla estaba lista. Solo faltaba el chocolate, el chocolate en barra que estaba sobre la mesa estuvo a punto de ser agregado a la mezcla pero el chillido de Kagome lo detuvo.
—¡Espera!
—¿Que sucede?
—Debe ser derretido.
—¿Derretido? ¿Como demonios lo derrito?
—A baño María.
Alzó una ceja y Kagome suspiro.
—¿No hay una forma más fácil?
—Obvio que la hay. –Sonrió.
—¿Entonces?
—Quería hacerte las cosas más difíciles.
—Eres malvada.
—Claro que si.
Inuyasha vio como Kagome se dirigía hacia la bolsa de supermercado, tomó un par de segundos en observarla, Kagome era bonita. El cabello negro que caía en su espalda estaba atado en una coleta alta. Sus ojos marrones eran grandes y sus labios eran gruesos y carnosos listos para...
—¡Inuyasha!
Inuyasha salió de sus pensamientos ante el llamado de Kagome. Sin darle crédito a sus pensamientos volvio su atención a la mezcla. Vio el rosa envase en las manos de Kagome con ojos confundidos.
—¿Eso es...?
—Chocolate en salsa. En vez de derretir el chocolate solo agregas y ya. Solo dejame...
Kagome abrió la tapa del botellón y saco el sellador bruscamente y la salsa de chocolate baño el rostro de Inuyasha.
—¡Inuyasha!
—¡Kagome! Que mierda.
—Inuyasha lo-lo siento.
Kagome empezó a reír a carcajadas sin poder evitarlo e Inuyasha la miro con el ceño fruncido. Inuyasha le arrebató la salsa y baño el cabello de Kagome con el.
—¡Inuyasha!
—Estamos a mano.
—¡Claro que no! Yo tengo más que tu.
—Error de cálculo, Kag.
Inuyasha empezó a reír y Kagome sonrió con malicia sacando de la Bolsa caramelo líquido. Inuyasha quedó extremadamente dulce y Kagome empezó a empaparlo con el caramelo. Inuyasha no se quedó corto y el chocolate contra atacó. Kagome resbaló con caramelo del piso y cayó sobre el ojidorado tumbándolo de espaldas sobre el piso. Sus rostros quedaron tan cerca que rosaban narices. Inuyasha deslizó su dedo índice atrapando el caramelo de la nariz de su compañera y se la llevó a los labios.
—Creo que me gusta más el caramelo.
Kagome observo los dorados ojos de Inuyasha y las carcajadas se hicieron de escuchar otra vez en la cocina. Inuyasha no podía reír, o hablar, estaba hipnotizado ante la imagen de Kagome, tanto que ninguno de los dos escucharon la puerta abrirse y el grito de las niñas anunciando su llegada.
—¿Papá?
Kagome se levantó tranquilamente dando la bienvenida a sus hijas y explicando lo sucedido. Más él no podía conectar ideas. Había descubierto algo perturbador. Kagome le gustaba, le gustaba demasiado.
Domingo diesiseis de septiembre.
