Capítulo tres
Las dos estaban más que felices. ¡Por fin! Un desayuno que si podía llamarse desayuno.
Kagome había estado en su casa día y noche tratando de enseñar a su padre preparar un simple desayuno. Bueno, a decir verdad solo había estado por las mañanas, por toda una semana. Inuyasha había aprendido, muy rápido, a hacer hotcakes con miel, café con leche y chocolatinas. Eran realmente deliciosas. Las dos podrían decir que Kagome era una excelente maestra.
Pero el pequeño problema del ramen seguía allí. ¿Porque seguía allí? Al menos era un sabor nuevo de espinacas y cebolla. Terminaron los fideos del almuerzo y miraron el reloj. Ya iban a ser pasadas la una de la tarde y Kagome no había llegado. Las niñas estaban nerviosas ¿Que iba a pasar si ni volvía? Vivirían a un rico desayuno y ramen por toda su vida. No. No lo permitirían. Si Kagome no volvía obligarían a su padre a que contratara una cocinera y...
El timbre sonó y los tres llevaron la vista ansiosas a la puerta, y sin querer admitirlo, Inuyasha también empezaba a ponerse un poco tenso. Los días pasados con la descarada y poco vergonzosa pelinegra habían sido más de lo que esperaba. Si era sincero, tres semanas le bastaba para encariñarse con ella.
Inuyasha fue quien se levantó a abrir, con un poco de prisa, con sus gemelas siguiéndolo por detrás. Kagome los recibió con la enorme sonrisa de siempre, pero no estaba con su habitual bolsa de supermercado. Algo pasaba, e Inuyasha se esperaba lo peor al igual que sus hijas.
—Buenas tardes, Inuyasha. –Saludo.–¿Como están niñas?
—Hola señorita Kagome.
—¿Kagome?
Kagome fijó su vista en la confusa mirada de Inuyasha. Estaba claro que no venía por sus clases. En vez del simple pantalón de lana gris y su camisa de cuadros que llevaba todos los días a la casa de Inuyasha para cocinar, esta vez llevaba puesto un simple pantalón negro y una camisa blanca con el logo del restaurante con las letras TokyoPark, estaba claro que era el uniforme del restaurante.
—Hoy, iremos a dar un paseo.
—¿Los cuatro? –Preguntaron las gemelas a unísono.
—Los cuatro.
Con esa afirmación las gemelas subieron por las escaleras. Si saldrían, de pondrían presentables. Kagome miro a Inuyasha y este suspiro negando con una sonrisa.
—Ponte cómoda, tenemos para rato.
Kagome rió y los dos se dirigieron a la cocina por un refrigerio rápido. Pero la mujer abrió la nevera y nada había allí. Anotó mentalmente llevaría a Inuyasha al supermercado en la próxima oportunidad. Kaori y Rin aparecieron vestidas con dos vestidos floreados. El de Kaori era de flores de cerezo de color rosa y el vestido blanco con unas sandalias veraniegas negras y llevaba su rubio cabello suelto. Rin, por su parte, llevaba un vestido lila con flores negras con unas Converse blancas y, a diferencia de su hermana, su cabello estaba atado con una coleta alta. Kagome quedó anonadada ante la diferencia de gustos. Inuyasha sonrió ante su mirada. Sus hijas eran dos gotas de agua y de aceite.
Se dirigieron al frente de la casa donde ambas camionetas estaban aparcadas. Después de una gran lucha de egos Inuyasha fue el ganador llevando a las tres mujeres al destino donde Kagome le indicaba. Llegaron al restaurante del Tokyo Park y bajaron del auto. Las quinceañeras miraron extrañada a su padre y este se encogió los hombros. Kagome los guió hacia la puerta del principal y entraron al lugar.
—Se preguntaran que hacemos aquí. –Dijo y ellos asistieron con la cabeza. –Debo admitir que cuando Izayoi me pidió instruirte no estaba segura del todo. Porque la verdad, no se cocinar.
—¿¡Que!?
El grito de los tres Taisho atrajo la atención de varias personas del lugar y Kagome lanzo una carcajada.
—O sea, no del todo. –Aclaró. – Yo soy una maestra de repostería profesional. Es decir que solo trabajo con lo dulce. —Los guió hasta la cocina y paro para seguir explicando. –Vine a Los Ángeles a supervisar a los novatos en este hotel, pero lo que concierne a la comida salada casi no tengo experiencia.
—¿Y como los supervisas si no sabes cocinar un simple guisado?
—Tengo asistentes eficientes.
Dos muchachos salieron del congelador llamando la atención de los Taisho. Más aún de las dos adolescentes presentes. El más alto era un moreno de ojos azules con el cabello negro corto y llevaba el mismo uniforme que Kagome. Luego, el otro era un poco más bajo que el no tan moreno con el flequillo rebelde y su pelo estaba atado como una pequeña trenza.
—Inuyasha, niñas. Ellos son Saito y Kohaku.
Ambos miraron a la familia y asintieron como saludo. Inuyasha miro con recelo al más alto y respondió el saludo de igual forma. Por otra parte, Rin no podía sacar sus enormes ojos marrones de Kohaku. Él la miro por un momento para luego sonreírle. En ese momento Rin creyó que su corazón saldría de su pecho. Kaori miro con desconfianza a Saito y le envío una dura mirada, Saito la miro y sonrió con burla haciendo que Kaori hirviera por dentro. Temperamento Taisho, señoras y señores.
—Puedo ayudarte con el desayuno y con la merienda sin problema, Inuyasha. –Explicó con suavidad. –Pero a lo que respecta el almuerzo y la cena queda en manos de mi asistente personal.
Vio como los ojos de Kagome tomaron un brillo al nombrar a su subordinado. La miro con ojos expectantes y vio como el muchacho, Saito, se ponía a su lado. Bien, podría admitir que había creído su amistad con Kagome había formado algún lazo especial. Estaba encariñado con ella y enterarse que tenía pareja, era un duro golpe. Además, el parecía ser mucho menor que ella, tal vez no pasaba de los dieciocho años.
—¿Él es tu novio, Kagome?
La pregunta de Kaori hizo que Inuyasha abriera los ojos como platos. Kagome miro al muchacho y rió por lo la cara que puso. Los tres Taisho miraron como Kagome se doblaba de la risa y Kohaku empezaba a reír también, Saito tan solo frunció el ceño molesto.
—¡Por Dios, no! –Exclamó exhausta y limpio una lágrima de su ojos.–no, en realidad, Saito es mi hijo, Kaori. –Aclaró.
Y ahí fueron las recientes esperanzas de Inuyasha. Si Kagome tenía un hijo, se suponía tenía esposo. Suspiro de frustración masculina, aunque no se esperaba lo que venía después.
—Saito será tu guía ahora, Inuyasha. –Comunicó.–Desde mañana, tu vendrás aquí para poder cocinar la cena.
Observo al moreno y este lo miro con dureza, bien se podía dar cuenta que no estaba de acuerdo con la idea.
—Kagome, no creo...
—Estas de acuerdo, ¿verdad?
Kagome lo miro con la suplica brillando en sus ojos. Suspiró con cansancio y asintió.
—¡Genial! Entonces...
Un carraspeó detrás suyo la hizo callarse y cerrar los ojos. Había olvidado a Kohaku.
—Lo siento. –Susurro, al igual que una niña. –Chicos, el es Kohaku Higurashi. Mi sobrino.
—Mucho gusto. –Saludó.–Tía, yo debo irme. Quede con unos amigos en el gimnasio de la escuela, jugarán un partido hoy.
—¿Partido?
La voz de Rin los hizo girar inmediatamente hacia ella. Rin habló sin proponérselo, al darse cuenta que era el centro de atención se sonrojo furiosamente. Kaori la miro con desaprobación, su padre con asombro al igual que Kagome y Saito. En cambio Kohaku la miro sonriendo.
—Rin, no es...
—Si. Un partido de baloncesto, –Kohaku interrumpió a la hermana de la morena. –¿Juegas? –La vio asentir y decir un casi audible "si" –¡Genial! ¿Quieres venir? Justo necesito un jugador de más, mi hermana estará allí.
—¡Claro!
Dos carraspeos a su espalda detuvieron su marcha. Apretó los ojos y se dio media vuelta.
—¿Puedo ir, papá?
—Rin, no creo que sea buena...
—¡Anda! Déjala ¿si? –Kagome interrumpió su respuesta negativa. ¿Porque esa chica se empeñaba en interrumpirlo siempre? –¿Porque no?, será divertido, además, Sango es mayor. No habrá problema ¿verdad Inuyasha?
Era una manipuladora, de eso estaba seguro.
—Te quiero en la casa antes de las siete. –Rin sonrió como una tonta. –Si no estas a esa hora, mandaré a por ti y no saldrás hasta que tengas la mayoría de edad.
Rin asintió con fuerza y se situó al lado de Kohaku. Le dio una última mirada a Kagome formando con sus labios un "gracias" Al que Kagome sonrió y salió de allí con su nuevo amigo.
—Bien, yo tengo un largo día por delante. –Kagome se saco la camisa de chef dejando una musculosa de tirantes. –Saito, mi turno es en la noche. Inuyasha... –Miro al nombrado y este sudo frío. –Hoy Saito estará a cargo. Te veré en la noche, ¿vale?
—¿Y tu donde irás?
—Bueno, la boda de Sango esta cerca, debo hacer algunas compras. –Sonrió. Inuyasha adoraba cuando le regalaba esas sonrisas. –¿Te importa si te robo a Kaori por hoy?
La rubia miro a Kagome con confusión.
—¿Para que?
—Una salida de chicas.
Saito, el que hasta ahora no había dicho ni una palabra, arrugó la frente.
—Mamá, no creo que sea buena idea.
—¿Porque no?
—Opino lo mismo.
Los dos hombres se miraron con recelo mientras Kagome trataba de descifrar el porque, ¿Porque era tan tonta? Saito podía ver más que claro que Inuyasha tenía interés por la pelinegra y su hijo no estaba nada de acuerdo. Podía sentir la mirada del moreno en su espalda como si de dagas se tratara.
—Yo estoy de acuerdo. –La rubia miro con malicia al moreno. –Así se conocen más. Creo que tendremos para rato con papá.
Saito le lanzo una mordaz mirada al igual que su padre y esta sonrió aún más.
—¡Genial! Entonces, nos retiramos. –Agarro su bolso y saco una camisa a cuadros roja y azul para ponérsela. –Tenle paciencia Saito. Adiós, Inuyasha.
—Adiós, pa.
Y con esa advertencia las dos abandonaron el lugar. Kaori podía reír para sus adentros, era más que obvio el interés de su padre por Kagome y el recelo de Saito. Más, no le había caído nada bien este último así que ¿porque no darle una cucharada de su propio chocolate? A ella nadie la hacia menos, nadie.
—¿Te parece si caminamos hasta tu casa? –La pregunta de Kagome la saco de sus vengativos pensamientos. –Deje mi auto ahí, no está muy lejos.
—Claro, no hay problema, Kagome.
Si era sincera, Kagome le caía muy bien, cocinaba rico y era muy simpática. Además, sabía cómo convencer a su padre para algunas cosas. No le molestaría en absoluto tenerla como «madrastra»
Ese último pensamiento la hizo reír, no se sorprendería si su padre se enamorara de ella. Solo esperaba que saliera vivo de la tarde con el tal Saito.
Domingo veintitrés de septiembre.