Capítulo cinco:

Inuyasha llegó a su casa a las tres de la madrugada. La cena se había extendido un poco más ante la incomodidad de Kagome. Ella lo había negado demasiadas veces para contarlas, pero se notaba a la leguas que ella no disfrutaba de los lugares ostentosos como aquellos. Suspiro con cansancio, estaba en la cocina tomando un café, las niñas estaban en sus correspondientes cuartos ya durmiendo, el tendría que hacer lo mismo pero no podía. La charla con Kagome fuera del restaurante fue amena y tranquila pero el calor en su pecho no se iba aún. Aún podía verla en su saco con el cabello recogido y su sonrisa blanca alumbrando la oscuridad.

—Kagome.

Kagome se dio vuelta y miro con una sonrisa forzada al peliplata.

—¿Inuyasha? –frunció el ceño. –¿Porque no estás dentro?

—Eso debería preguntarte a ti.

Kagome se tenso pero solo fueron unos segundos, pero no pasó desapercibido para el platinado en frente de ella. Esta sonrió y suspiro.

—Solo, necesitaba aire fresco. –Se sonrojó. –Y mis pies necesitaban un descansó también.

Inuyasha la miro con ojos interrogantes y ella señalo con la mirada el par de zapatos que estaban a su lado. Sonrió con diversión ante la situación.

—Kaori me matara si lo sabe. –Suspiró. –Fueron sus favoritos.

—Bueno, –Metió sus manos en los bolsillos del pantalón. –no tenemos que decirle.

Ella rió contagiando a su compañero, tembló ante el frío viento que había esa noche. Inuyasha se quitó su saco negro del traje.

—No es...

Antes de que ella dijera algo estúpido se lo puso en sus hombros callando cualquier escusa haciendo que ella sonriera con agradecimiento.

—Gracias.

El gracias y la sonrisa habían despertado una calidez en su pecho que hacia mucho tiempo no estaba allí. La sonrisa de Kagome era como un faro en la noche... Ok. Se estaba poniendo muy cursi. El punto era que estaba confundido. Muy confundido.

Suspiro y tomó otro sorbo del café sin azúcar. No tenía sueño, ni un poco. Suspiro apoyándose en el mesón y miro por la ventana, el azul oscuro del cielo solo era iluminado por la innumerables estrellas. La luna nueva siempre lo ponía sentimental.

—¿Papá?

La dulce voz de Rin hizo eco en la habitación sacando de sus pensamientos a Inuyasha.

—Rin, ¿que haces despierta?

Con el ceño fruncido Inuyasha miro las orbes marrones de su hija que le hacia acordar a su madre pero el brillo en ellos le hacían volver a pensar en la mujer que lo traía más que confundido.

—Solo vine por agua. –Abrió el refrigerador sacando agua. –¿Tu que haces aquí?

—No puedo dormir.

Inuyasha suspiro y Rin se sentó en el mesón y miro a su padre con el vaso en la mano.

—¿Es por alguien en especial?

—¿Por qué lo preguntas?

—No lo se, te veo fuera de órbita.

—¿Así que me ves así?

—Si. –Tomó un sorbo de agua e Inuyasha se llevó la taza a los labios también. –Y sé que es por Kagome.

Inuyasha casi escupió el café y Rin sonrió para sus adentros.

—¿¡Pero que...?!

—Cálmate. –Rió. –Es solo una suposición mía.

—Pero no es lo que piensas.

—Ajá.

Rin rió un poco más fuerte ante la mirada pálida de su padre.

—Rin yo...

—¿Sabes, papá? –Se levantó de la silla. –Nos has Estado cuidando ya por quince años. –Lo miro con sus perlas marrones. –Debes admitir que mamá no aportó mucho a nuestra crianza, aunque trates de negarlo.

—Rin, no se que tiene que ver con...

–El punto es que solo no lo pienses tanto. Te lo mereces después de tantos años casado con mamá. –Rió y salió de la cocina.

Rin sonrió mientras subía las escaleras. Amaba a su madre, total, era su madre. Un poco loca y súper caprichosa pero no era mala con ellas (o solo trataba de hacerse la idea). Pero no se arrepentía de ninguna de las palabras que le había dicho a su padre. Si le gustaba Kagome, que se lo diga y ya.

Sonrió para si misma. La espinilla estaba puesta en la mente de Inuyasha Taisho solo había que esperar y ver lo que Saito tenía en mente para el próximo paso. Camino por el pasillo a su habitación, la puerta de la habitación de Kaori estaba abierta y podían escucharse los ronquidos ruidosos de la rubia. Rin se carcajeó bajo ante su último pensamiento.

—Pobre de la persona que tenga que dormir con ella.

Inuyasha por su parte estaba en un dilema.

«Solo no lo pienses demasiado»

Las palabras de Rin hacían eco en su cabeza como un recordatorio casi inolvidable. Y solo una pregunta era la que se conectaba en su cerebro.

¿Que sentía por Kagome?

-o-

—¡Mamá! ¿¡Donde esta el shampoo!?

—¡En la gaveta, Saito!

—¡No hay nada aquí!

Kagome rodó los ojos y camino hasta el baño. Era de mañana y Saito tenía turno para el doctor, cosa que ella no recordaba. Tenía que estar diez y veinte en el consultorio del doctor Suikotsu y eran siete y media. Estaba preparando el desayuno como siempre pero ahora tendría que interrumpirlo por su, no tan idiota, hijo. Entró al baño donde la ducha de vidrio empañado tapaba la desnudez de Saito. A duras penas alcanzó la gaveta en lo alto de la pared y saco el shampoo que si estaba allí.

—Sabes que no soy bueno para encontrar cosas.

—Ajá.

Dejó el shampoo en la mesita del baño al lado de ducha.

—Te espero a bajo con el desayuno listo. No tardes tanto, hijo.

—No, ma.

Y salió cerrando la puerta detrás de ella. Terminó el desayuno con enormes tostadas y tortitas; huevos con tocino, licuado de frutas y café con leche. Ella no podría comer aquello pero Saito comía tanto como un ejército entero. Eso lo había sacado de su padre claramente. Sintió un escalofrío en la espina al recordar la noche donde cenaron con los Taisho. Pensar en Bankotsu siempre la ponía de mal humor. Después de la reciente charla que tuvo con su ex esposo Era un don que el sacaba de ella. Pero hoy sería diferente, hoy no dejaría que su mano humor...

—Mamá ¿Porque saliste del restaurante así del restaurante anoche?

—¿Yo? Hmm.. me... sentía... –Carraspeó incómoda. –U-un poco inco-cómoda...

—Ajá... ¿Así que solo fue eso?

—Si, Saito. –Frunció el ceño. –No entiendo a que viene esto. Si tienes que decir algo escúpelo, hijo.

—Nada en particular. –Contestó sentándose en la isla de la cocina para empezar a desayunar. –Solo fue que me pareció raro tu actitud.

—Sabes que no la paso muy bien en esos lugares. –Hizo una mueca. –No me acostumbro.

—Ajá, tampoco a un barrio residencial o al auto de alta gama que tengo.

—Sabes que no me gustan esas cosas. Soy más bien simpática.

Saito rió ante su auto descripción.

—Eso no tiene nada que ver. –La enfrentó.

—Claro que si, bueno, más o menos, digamos que no fui criada con esa mentalidad.

—Yo tampoco. –Saito sonrió con arrogancia.

—Claro, habla miss caprichosa Estados Unidos.

—¡Hey! Eso no es...

—Como que ya nos fuimos de tema ¿no?

—Esa es tu escusa para escapar de tu posición social.

—¿Que posición social, Saito? –Dijo molesta. –Vivo en una casa normal en un barrio normal con un auto viejo que es a gasolina y cuentas que pagar, como cualquier persona.

—Y el abuelo vive en una mansión que queda en Washington. –Se mofó. –No puedes escapar por siempre. Eres la mejor en lo que haces, ganas bien y no tienes un restaurante porque no quieres.

—Que tenga solo un poco más de dinero no me hace diferente. –Dijo con el ceño fruncido. –No cambiaré mi pensamiento y siempre seré así, –Suspiró. –No creo que nunca me acostumbre a ese estilo de vida.

Se dio vuelta llevando la taza de café ya vacía al fregadero para enjuagarla.

—¿Ni siquiera cuando te mudes con Inuyasha Taisho?

Kagome tuvo que hacer malabares para que la taza no se hiciera añicos en el suelo.

—¡Saito!

Saito comenzó a reír a carcajada limpia ante el sonrojo de su madre.

—A mi no me engañas. –Fijó sus orbes azules en los marrones de Kagome. –Te gusta.

—¿¡Pero como...!? ¿¡Que estupideces dices!? ¡Es simplemente absurdo! ¡No tengo quince años!

—Tu actitud si lo parece...

—¿¡Que dijiste!?

Se dio vuelta y Saito sonrió.

—Que no soy tonto, mamá. –La miro fijamente. –Siempre has cuidado de mi y de Kohaku con Sango. –Hizo una pausa. –¡Vamos! ¡Hace casi quince años que no sales! ¡Pareces una anciana cincuenta!

—¡Hey! Eso es ofensivo. –Hizo una seña con los dedos negando. –No me arrepiento de lo que hice, tu eres mi prioridad y siempre lo serás, no importa si Inuyasha me gusta, o si tu padre quiera volver o si...

—¡Espera! ¿Que dijiste? ¿Ese tipo quiere volver contigo?

—Si... ¡Digo no!... Digo... –Se sentó en la silla pesadamente tapando su rostro. –Es un tema que todavía no tocamos.

—¿Hablaste con él?

Saito tenía el ceño fruncido y los labios en una línea recta. Que su padre quisiera volver con su madre no era una opción. ¡Él la abandono con un hijo de cuatro años! ¡Joder!

—Solo lo encontré en el restaurante del hotel, nada grave.

—Mamá, –Suspiró. –Solo piensa, Inuyasha Taisho muere por respirar tu mismo aire y tu estas coladita por él. No me lo vengas a negar ahora, te conozco muy bien.

—Saito, déjalo ya ¿quieres? No pasa ni pasará nada entre Inuyasha Taisho y yo.–Lo miro con determinación. –Ya estoy lo bastante grande para separar las cosas e Inuyasha Taisho esta separado muy recientemente como para entrar en otra relación, él quedaría muy mal, y sabes tambien que esto lo hago por Izayoi y por las niñas. Sabes muy bien que a Izzy le debo demasiado.

Saito suspiró negando. Su madre siempre fue igual, pensando siempre en los demás antes que ella misma. Terminó su desayuno y miro su reloj de muñeca, eran las nueve en punto, aun tenía una hora para salir así que se relataría.

—Por cierto... –Kagome rompió el silencio. –Te gusto como Kaori estaba vestida anoche, ¿verdad?

Saito abrió los ojos de golpe y su madre sonrió, esa sonrisa sádica en busca de venganza.

—¡Por supuesto que no! Es solo una niña malcriada y caprichosa.

—Ajá, así que no tiene nada que ver el hecho de que la estuvieses mirando como estúpido toda la noche o las maldiciones que lanzabas cada vez que te ponías celo...

—¿Sabes? Se me hace tarde, mira la hora. –Se levantó de la silla de golpe. –Voy por mis cosas arriba.

—¡Espera! Aun no hemos terminado de...

Saito bajo las escaleras y se acercó a su madre y le beso la frente.

—¿No me haces un favor? Quedé con Taisho en su casa para la clase de hoy. –Kagome iba a responder pero Saito contesto por ella. –Deje lo que tienen que hacer en la mochila de arriba, todo lo que necesitan esta anotado ¿podrás verdad? –Kagome abrió la boca pero este sonrió. –Gracias ma, nos vemos en la tarde.

Saito agarro sus llaves de la mesita del recibidor y se dio vuelta antes de salir.

—Por cierto. Pásate por un supermercado antes de llegar ¿vale?

—¡Espera Saito! no creo que...

Y se fue, dejando a Kagome demasiado confundida.

-o-

Saito llegó al parque donde Kohaku ya lo estaba esperando. La bomba ya estaba tirada en su casa, la espinilla de la duda en su madre ya estaba puesta y solo esperaba que Rin hubiese hecho su parte. Si era así, todo saldría más que bien. Aparcó el coche y Kohaku lo divisó a lo lejos.

—¡Hermano! No pensé que tardaras tanto.

—Hubo un problema llamado Bankotsu en la conversación, pero después de eso, todo salió perfecto.

—Espero que la tía no nos mate después de esto.

—No lo hará.

—Y si lo hace, Saito será a quien castiguen.

Kaori y sus rubios cabellos hicieron aparición con uno de sus caros vestidos y su actitud de superioridad haciendo que Saito gruñera por lo bajo. Rin a su lado rió con diversión ante la actitud infantil de los dos. Vestida con sus jeans y su sudadera trato de no burlarse.

—Jah, a mi no me castiga nadie niña.

—Si claro. –Se mofó Kaori bufando alto.

Rin saludo a Saito cordialmente antes de pasarlo de largo y abrazar al moreno haciendo que Kohaku la estrecahara desde la cintura con ambos brazos dejando perplejos a los dos enemigos detrás de ellos.

—¿Y ustedes dos que se traen?

Dijeron la pregunta al unísono y con el ceño fruncido.

—¿Nosotros? –Kohaku se hizo el desentendido. –Nada, hermano.

—Absolutamente nada. –terminó Rin sin dejar de abrazarlo.

Kaori frunció el ceño ante la actitud de su hermana.

—Eso no parece nada, hermana.

—¡Ok! Terminemos con esto. –Dijo Kohaku. –Pero antes tengo una pregunta. –terminó Kohaku alzando un dedo.

—¿Que?

—¿Porque ustedes dos son gemelas si sus facciones casi no se parecen?

—Esa es una pregunta estúpida. –Kaori frunció el ceño.

—Es una buena pregunta.

-Como sea, ¿a dónde iremos y con que nos transportaremos?

Las tres miradas se posaron en Saito quien era el único quien tenía auto y era el único adulto responsable de allí. Este suspiro pensando que sería un largo día.

-o-

El timbre sonó e Inuyasha a pasos pesados se dirigió hasta ella. No sabía por que el mocoso Higurashi había querido hacer las clases en su casa esa vez. Sus hijas habían salido a una importante salida de chicas, cosa que lo desconcertó porque Kaori y Rin eran las gemelas más opuestas del mundo y juntarlas para una salida al centro comercial no era buena idea. Con un último suspiro abrió la puerta esperando encontrarse con la fría mirada del mocoso de dieciocho años pero las perlas doradas de la mujer que surcaba sus pensamientos lo saludaron efusivamente con ese brillo característico de Kagome.

—¡Buenos...! –Miró su reloj. –¿Mediodías? –Sonrió con disculpa antes de disculparse. –Lo siento, la fila en el supermercado era enorme. Quería llegar más temprano. No pensé que tardaría tanto.

El peli plateado la miro confundido antes de hablar.

—¿Kagome? –Parpadeo un par de veces. –¿Que haces aquí?

—Que forma de saludar. –Hizo un infantil puchero. –¿No me invitarás a pasar? Las bolsas pesan.

En ese momento fue en el cual Inuyasha se percato de las bolsas enormes de supermercado.

—¡Lo siento! ¡Pasa, pasa! –Kagome estuvo a punto de entrar pero este la detuvo. –¡Espera! Dame eso primero.

Le arrebató las bolsas y entró el primero seguido de ella. Dejó las bolsas en el mesón de la cocina y miro nervioso a la peli negra frente a el, las palabras de su hija aún no lo habían dejado dormir y estaba en una lucha interna consigo mismo.

—¡Wow! Ka-Kagome no te-te... –Carraspeó, incómodo preguntándose mil veces ¿¡Porque mierda tartamudeaba!? –No te esperaba aquí hoy. –Se felicito mentalmente por haber podido terminar la frase.

Kagome le pasó desapercibida la actitud de su compañero y empezó a sacar las cosas de las bolsas.

—Bueno, hoy Saito debía ir al doctor por algo que no me dijo y me pidió que lo sustituyera por hoy.

—¿Medico? –Inuyasha lo pensó antes de arrugar su ceño. –¿Un domingo?

Kagome dejó de hacer sus cosas antes de mirar las orbes doradas de Inuyasha. Era cierto, la noche anterior era sábado, su sábado libre y eso quedaba que era día domingo. Y ningún doctor te atendería un domingo, ni siquiera Suikotsu.

—Saito estará en problemas cuando vuelva.

Y ahí supo Inuyasha que había metido la pata hasta el fondo.

—Ok, ¿que haremos hoy?

Trato de cambiar de tema ante el aura aterradora de Kagome cosa que funcionó a la perfección ya que lo miro con su cálida sonrisa de nuevo.

—Hmm... bueno... yo... no lo sé. –Inuyasha alzó una de sus cejas ante su respuesta. —Saito me dijo que... –recordó la mochila que se encontraba en el piso de arriba de su casa que prácticamente había olvidado. —Soy una estúpida. –Dijo mientras golpeaba su frente repetidas veces.

Inuyasha trato de contener las carcajadas ante lo gracioso que se veía una Kagome frustrada y enojada consigo misma.

—¡Uy! ¡No puede ser que lo haya olvidado!

No lo aguanto más y rió ante su berrinche. Esta infló sus mejillas y se cruzó de brazos, estaba molesta.

—Tranquila. –Sonrió mirándola a los ojos. —Haremos lo que queramos mientras busquemos la receta en internet.

Kagome sonrió también y asintió. Así estuvieron buscando por unos treinta minutos algo fácil de cocinar, como sabía, Kagome no era una maestra para las cosas saladas así que eso sería un reto, pero mentiría que no disfrutaba su compañía, de hecho le encantaba su compañía mucho más de lo que quisiera admitir. Encontraron una receta con pocos ingredientes y fácil de hacer en una de las páginas de cocina que tenía como nombre "Lo de la nona" era gracioso pensar que así llamaban a las ancianas en otros países. Se decidieron por probar con Pechugas y patas a la mostaza picante. No le gustaba mucho lo picante, pero solo sería un poco.

—Muy bien, ahora dime como es que... –Kagome miraba con curiosidad el pollo que estaba en todo su esplendor aún sin cortar en frente de su compañera.

Sus ojos eran lo más hermoso que había visto en toda su vida. Era grato saber que podía pensarlo libremente. Kagome tocó la piel del pollo y su mueca le comunicó que no le gusto nada su textura, el rió ante eso.

—¿Esto es lo que... comemos?

—Es simplemente imposible que nunca hayas visto un pollo aún crudo. –Aseguró el ojidorado.

—Bueno... digamos que a Saito no le gusta que lo moleste mientras cocina. –Hizo una mueca. –Dice que habló demasiado.

—No lo discuto.

Con eso se llevó un golpe en el estómago lo bastante fuerte como para dejarlo casi sin aire.

—Como sea, ¿empezamos?

—Por supuesto, yo lo cortaré y lo cocinaré y tú lo condimentarás.

—¿Sabes como trozar a ese pobre animal ya muerto?

—Bien que comerás ese animal. –Ella frunció el ceño. –Y si, se cortar un pollo, ¿como crees que hago barbacoas?

—Ahora me siento inútil. –Suspiro.

—En teoría, lo eres.

—Creo que te he dado mucha confianza Inuyasha Taisho.

Inuyasha rió y empezó. En una hora el pollo ya estaba en el horno y media hora después estaba dorado en la mesa. Si era la presentación era perfecto, hablar del sabor era otra cosa. Ambos se miraron e Inuyasha corto una pata para hacer la primera prueba. No se veía mal, dio una mordida y solo fueron cinco segundos antes de que su cara se pusiera roja y saltara de su asiento para correr al grifo. Estaba picante.

¡Estaba MUY picante!

Kagome lo miro confundida y probó un poco. El picante era demasiado pero le gustaba la comida mexicana así que no era tanto el efecto en ella. Pero había algo más que estaba mal en ese platillo estaba... dulce.

—¿No lo sientes... extraño?

—¡Por supuesto! ¡ESA COSA PICA COMO LOS MIL DEMONIOS!

—No, –Nego confundida mientras Inuyasha tomaba agua como un loco. –lo siento dulce.

—¡Maldición, Kagome! ¡¿Cuanta pimienta le pusiste a eso!?

Inuyasha ignorádola quiso saberlo. No podía ser que fuera tan picante.

—Lo que decía la receta, cincuenta gramos. –Le dijo mostrándole su celular.

—Ah ver, ¡dame eso!

Kagome aún sin poder verlo le entregó su celular e Inuyasha parecía que iba a sacar humo por las orejas.

—¡Cinco! ¡Eran cinco gramos, Kagome!

Kagome lo pensó por un momento. Luego lo vio y su cara estaba totalmente colorada, se aterró y corrió hacia el refrigerador sacando una botella enorme de leche. En sus primeros días comiendo comida mexicana le dijeron que la leche era lo mejor para aliviar la picazón.

Literalmente le metió el botellón en la boca para que empezará a tragar la leche. Sin vaso y sin delicadeza. Luego de varios tragos Inuyasha pudo volver a respirar. Kagome suspiro hondo antes de estallar.

—¡Demonios! ¡Como lo siento Inuyasha! ¡No creia que fueras tan sensible! ¡Casi te quedas sin aire! ¡Y fue por mi culpa! ¡Pude haberte matado!

Inuyasha miro los ojos llorosos de Kagome. Estaba exagerando demasiado, así que trato de calmarse aún escuchando las sandeces que se decía a ella misma, la leche era genial ante el picante, levantó su vista y la fijó en ella; y ahí lo vio...

—Inuyasha, ¿estas bien...?

—Si, Kag. –Sonrió. –Estoy bien.

—Es un alivio... –Dijo en un suspiro y lo miro aliviada.

Inuyasha no podía hacer más que observarla y repetirse lo mismo.

Estaba enamorado de la loca e inmadura de Kagome Higurashi.

Lunes veintidós de octubre.