Capítulo ocho.

Sus ojos dorados tenían un brillo especial y su rostro una sonrisa idiota pegada. Estaba feliz, se sentía un niño con un nuevo juguete en manos, uno que cuidaría demasiado. Mucho tiempo había pasado para acordarse la última vez que su corazón sintiera tanta dicha por tener una mujer junto a él. Fijó su vista en la espalda de Kagome y pasó su dedo por la columna vertebral, escuchó el ronroneo de su pelinegra y sonrió. Empezó a esparcir besos por la pálida nuca femenina y la escucho reír suavemente, sus piernas estaban enredadas con las de ella y su brazo se había encadenado alrededor de su cintura. Kagome abrió sus ojos al sentirlo besarla.

—Buenos días... –susurró bajito.

—Buenos días.

Dándose media vuelta miró a Inuyasha con el brillo natural de sus ojos marrones aún más intensificados. Inuyasha acarició su mejilla con suavidad y ella cerró los ojos perdiéndose en ella. El sonrió aún más.

—Creo que es tarde, ¿verdad? –musitó aún adormilada.

—Ya es medio día.

Ella rió.

—Llegaré tarde al trabajo.

Inuyasha rió con ella.

—De eso no debes preocuparte.

Saito se había encargado de todo, o por lo menos eso le había dicho su Rin. Pero eso no le diría a la madre.

—Un día libre no me haría mal.

Inuyasha sonrió y la dejó de espaldas al colchón. Sus ojos flameantes la observaron entera y su seductora sonrisa dejó ver sus dientes. Ella correspondió la coqueta mueca y rodeó su cuello con ambos brazos.

—Y creo que tengo como disfrutarlo también.

Sus labios rozaron y él pego su cadera a la de ella y pudo sentir lo de acuerdo que se encontraba su... ¿que? ¿novio? ¿amante? ¿amigos? ¿podían seguir siendo amigos después de aquello?

Él había dicho que haría cualquier cosa por ella, pero ella le había recalcado que lo quería. Ahora que lo pensaba bien, había sido injusto; ella quería saber que sentía Inuyasha por ella, su pequeño cerebro se lo exigía. Pero cualquier pensamiento fue interrumpido por los húmedos besos que los labios masculinos habían empezado a esparcir por toda su garganta. Inuyasha se posicionó sobre ella lentamente subiendo sus besos por la parte trasera de su cabeza. No estaba satisfecho, quería entrar en aquella mujer y perderse en su piel escuchando sus suaves gemidos en su oreja, saciar su deseo por ella, pero sabía que eso no sería posible, nunca.

Sus dientes mordieron suavemente la piel de su cuello. Subió hasta su mejilla escuchando sus leves suspiros, esa, sin duda alguna, era la mejor mañana en años. Podía sentir el calor del cuerpo femenino bajo el suyo y sonrió cuando gimió su nombre. La beso profundamente tomando su labio inferior entre sus dientes. Sus manos viajaron hasta los pechos femeninos y la escucho gemir otra vez.

—Inuyasha, espera...

Él se apartó de su boca y observo su rostro con una coqueta sonrisa. Sus cabellos negros se mezclaban con los suyos plateados, la vio suspirar y dejó un suave beso más antes de hablar.

—¿Que pasa?

Ella abrió sus ojos, que ni siquiera se había dado cuanta cuando los había cerrado, y miró las lagunas doradas de él. Bien, sabía que lo amaba, pero la espinilla de desconfianza de ella no sabía si decírselo o no. Él aún no había cruzado palabra del tema pero ella quería saber, necesitaba saber.

—Yo quería... –suspiró. –¿que sientes por mi?

Él quedo quieto un momento pensando, no la respuesta que iba dar, era más que obvia, lo que pensaba era que ella no se hubiese percatado de sus sentimientos, había sido más que obvio, sonrió al verla a los ojos, era tonta, una verdadera tonta. Kagome miró los ojos dorados brillantes de Inuyasha e hizo una mueca, sabía que era absurdo pedir más en pocos meses de amistad, porque eso habían tenido esos meses ¿verdad?, se habían convertido en buenos amigos, pero ahora no sabía que decir o que hacer. Su corazón estaba en una encrucijada, a lo largo de su vida las relaciones no habían sido lo suyo y luego de sus cincuenta y siete citas ciegas, organizadas por su hermosa sobrina Sango, fallidas había tirado la toalla para concentrarse en su hijo y su futuro. No se arrepentía pero se había acostumbrado tanto a la soledad de una pareja, que no le veía el sentido empezar una relación estable. Pero con Inuyasha era diferente, sentía que él, después de su hijo, era lo que ella había esperado en un hombre, sus ojos y el brillo en ellos era algo que no había visto en ningún otro hombre con el que hubiese compartido un par de semanas de salidas; no, él era diferente, tenía que ser diferente, su corazón así lo gritaba.

Lo vio sonreir y depositar un beso suave en sus labios al que ella respondió con la misma suavidad.

—Creo que esa... pregunta... –habló por sobre sus labios aún con su sonrisa. –es absurda...

Ella frunció el ceño.

—Necesito saberlo.

Él paso su dedo por su ceño deshaciendo la arruga, le encantaba que fuera así de directa.

—Y yo no te negaré la respuesta. –bromeó haciéndola sonreír una vez más. –la verdad es que...

El teléfono celular de Inuyasha sonó rompiendo el ambiente, Kagome miró por sobre el hombro de Inuyasha y después lo miró a él viendo que no tenía intención de contestar.

—¿No responderás?

Él suspiró fastidiado.

—Estamos teniendo una importante conversación aquí. –resongó.

Ella rió.

—Ya, no importa, me la respondes luego de que atiendas... –él alzó una ceja. –anda, ¿que esperas?, atiende.

Se quitó de encima de ella y tomó su celular que no había dejado de sonar en ningún momento. Tomó la llamada y se levantó de la cama poniéndose sus bóxers de nuevo. Ella empezó a vestirse con su ropa interior, estaba algo frustrada por el hecho de ser interrumpidos, pero tenían todo el tiempo del mundo así que no sería problema hablar luego. Escuchó como se despedía y luego sus pasos hasta ella. Miró por la ventana y pudo apreciar el suave paisaje montañesco y el enorme lago que se alzaba frente a la cabaña. Era precioso.

—Kag, –giró su cabeza hacia él dándole su total atención. –Tengo un compromiso que había olvidado por completo.

Ella asintió y sonrió.

—No hay problema, Inuyasha.

Lo escuchó bufar algo incoherente, luego cómo el colchón se hundió y como dejaba un beso suave en su hombro.

—En la tarde estaré libre. –ella sonrió mirándolo. –podemos seguir nuestra conversación tomando, no lo sé, ¿un helado?

—Me encanta el helado.

—Lo sé. –sonrió para dejar otro beso en sus labios.

-o-

Inuyasha condujo con tensión las calles transcurridas de California, Kikyo fue quien había llamado aquella mañana interrumpiendo su declaración ante Kagome. No quería que ella tuviera alguna duda con lo suyo, quería que todo fuera sólido. En la tarde la llevaría a tomar el dichoso helado y aclararía bien las cosas con ella y, sólo capaz, ella también aceptaría el empezar la relación que tenía en mente, total, no era nada del otro mundo. Llegó a la mansión Taisho y aparcó el coche frente a la puerta. El coche de Kikyo estaba justo frente al suyo así que ya se encontraba en la casa. Las niñas no estaban, la última semana de vacaciones las pasaban con los padres de Kikyo, y ahí el tema que discutir. Entró a la mansión viendo como Kikyo discutía por teléfono. Lo vió entrar y asintió dejando claro que eran sus padres. Suspiró, eso daría para rato.

Después de cuarenta minutos al teléfono Kikyo por fin puso atención en el asunto. Posó sus oscuros ojos en él y él alzó una ceja.

—¿Que?

—No dormiste aquí anoche.

—No.

La vio hacer un gesto de desprecio típico en ella. Él rodó los ojos y empezó a caminar al despacho con ella siguiéndole los pasos.

—Veo que al final has podido seguir adelante.

—No quería envejecer solo, gracias por tu preocupación. –ironizó.

Las puertas de madera se abrieron con un empujón y los dos tomaron asiento en sillones enfrentados. Kikyo vestía un traje ejecutivo a medida de la marca más cara. Raro en ella, pensó Inuyasha con ironía. Sin poder evitarlo, comparó a Kikyo con Kagome en todos los aspectos y no pudo llegar a otra conclusión. Kagome era mejor en todos los sentidos. Kikyo era una abogada de gran prestigio en California y el caso de las niñas y la herencia de sus padres estaba en sus manos. Pero la pelea entre la familia Tama era él, siempre le había importado poco, total, eran sus hijas. Vio a Kikyo sacar de su maletín los papeles del testamento de sus padres, Inuyasha los tomó en sus manos y leyó cada párrafo. Luego de leerlo miró a Kikyo y asintió.

—Todo está perfecto.

—¿Porque Higurashi?

—Eso es algo que no creo que te incumba.

La vio torcer la boca en el gesto de desprecio una vez más. La pregunta no venía al caso pero sabía que a Kikyo le había quedado la pequeña espina la que no pudo sacar luego de la cena, así que él solo fue indiferente.

—No creo que ella sea para ti.

—¿Porque lo dices? –preguntó empezando a firmar los papeles.

—La conozco, es todo.

Él no contestó, no tenía porque hacerlo, Kikyo estaba rehaciendo su vida y él tenía que hacerlo igual.

-o-

Kagome cambiaba la televisión una y otra vez haciendo zapping. Estaba aburrida de estar en casa, había ido al hotel pero le habían comunicado que Saito había suplantado su puesto de la mañana y, por ese día, no tendría que trabajar, por lo menos hasta la tarde. Estaba sola en la casa, Saito estaba en la escuela de cocina y Sango no le contestaba el teléfono. Apagó el televisor y suspiró. La verdad era que no podía dejar de pensar en Inuyasha, pensaba que trabajando se le alivianaría los tontos pensamientos de amor que tenía. Al pensar en la noche anterior su interior se regocijaba. Sonrió como tonta y tapó sus ojos con su brazo. Su teléfono de casa sonó en la mesita de la sala de estar y ella tantió el lugar buscando el aparato. Descolgó el teléfono y llevó el aparato a su oído.

—¿Diga? –se incorporó en el sillón ante la avejentada voz del otro lado de la línea. –¿pa?

Hola, amor. ¿Como has estado?

Sonrió y se volvió a acostar.

—Estoy bien, ¿como has estado tu?

-o-

Kagome colgó el teléfono y agarró el celular mirando la pantalla. No quería suspender la salida con Inuyasha pero la llamada de su padre había sido urgente y la necesitaba allá. Deslizó el dedo para marcar el número de Inuyasha esperó un par de segundos antes de que el teléfono fuera descolgado. Kagome suspiró con alivio saliendo de sus pensamientos.

—¡Inuyasha! Que bueno que contestas. Quisiera hablar contigo de algo que...

Lo siento, pero Inuyasha no está disponible.

La sangre de Kagome se congeló y su sonrisa desapareció. La voz de Kikyo del otro lado del teléfono la dejó sin palabras por completo ¿por qué ella contestaba el celular de Inuyasha?. Del otro lado, Kikyo sonrió con triunfo, sólo estaba de paso para arreglar su última semana de vacaciones con sus hijas pero siempre que pudiese alejar a la mosquita muerta de Kagome era grato para ella, sólo precauciones para sus hijas, claro. Lo último que quería era que los rumores de la cocinerita de cuarta y su ex esposo estén por todos los centros de comunicación, su reputación estaba en juego. Como no escuchó respuesta volvió a hablar.

—¿Quieres que le deje algún mensaje? Puedo comunicárselo cuando salga de bañarse. –mintió, podía ver a Inuyasha hablando por el teléfono de la casa en la oficina con le ceño fruncido, la empresa lo tenía discutiendo.

Kagome volvió a la realidad con ese comentario y pudo sentir como algo se rompió dentro de ella.

—Bue-bueno sólo era algo sin importancia, u-una tontería, puedo llamarlo luego, no creo que...

—Bien, nena, nos vemos entonces. –y colgó.

Kagome suspiro y dejó el teléfono en la mesa. Sólo tenía una palabra para auto describirse.

Estúpida.

Salió de la casa, tendría que trabajar esa tarde así que no estaría con tiempo para pensar cosas, tendría un vuelo más tarde así que tendría que alistar todo para que Saito se hiciera cargo mientras ella estaba fuera.

Era ya de noche en California y ella ya estaba en el aeropuerto. Su vuelo salía a las diez menos veinte de la noche. Inuyasha no había llamado en toda la tarde, o sea que su ¿que? ¿cita?, ya no sabía que pensar de lo que "tenían" con Inuyasha. Lo había llamado varias veces en el día pero todas iban directo al correo de voz, así que decidió desistir, no quería molestarlo. Se sentía tonta, pero no quería irse sin comunicarse con él antes. Saito estaba de mal humor también, aunque no sabía porque en realidad. Miró su reloj de muñeca, faltaban diez minutos y el alta voz ya había anunciado su vuelo. Se acercó a su hijo y le sonrió. Saito ablandó su ceño fruncido y correspondió a la sonrisa de su madre, besó su frente y la abrazo.

—Volveré en unos días ¿si?

—Esta bien... –suspiró.

—Mientras yo no esté no quiero que salgas de noche, no quiero que vuelvas tarde a casa, te llamaré todas las noches, no quiero conquista en casa y...

—Cálmate. –dijo riendo. –Ya, entendí. ¿algo más?

—Si, como tú eres un desastre...

—¡Oye!

—Sango irá dos veces por semana a verte.

—Muy bien, eso es aceptable.

Ambos rieron y Kagome besó la mejilla de Saito para agarrar su pequeña maleta de viaje. No llevaría mucho, total, era la casa de su padre. Caminó hasta la plataforma y antes de entrar por completo le dió un último vistazo a Saito y este se despidió con la mano a lo cual ella correspondió. Una vez en su asiento de avión miró por la ventana. Miró su celular una última vez y deslizó el dedo en él.

—Masoquismo es tu segundo nombre, Kagome.

-o-

Inuyasha despidió a Kikyo antes de que desapareciera por la puerta. Suspiró, era muy tarde, Kagome ya debía estar en casa durmiendo. Caminó hasta la cocina donde se preparó un sándwich rápido y miró a un punto indefinido de la cocina. El asunto del testamento había tardado más de lo que esperaba, además, la empresa había tenido problemas con los diseños públicos. Pasó su mano por sus cabellos y frotó sus sienes. Le dolía la cabeza. Se sentía terrible por un lado, había dejado plantada a Kagome, excelente forma de empezar una relación, miró el reloj de la cocina diez menos cinco. Sin pensarlo mucho, sacó su celular de su bolsillo y marcó su número. No esperaría hasta la mañana siguiente.

—El número que usted a solicitado esta apagado o fuera del área de servicio, por favor, intente más tarde.

La llamada fue cortada y lo alejó de su oído para mirar raro el aparato. Eso no estaba bien, Kagome siempre tenía el celular encendido. Lo intentó varias veces, luego se dio cuenta de las llamadas pérdidas que tenía. Eran sólo cinco, pero todas eran de Kagome. Hizo una mueca, no había prestado mucha atención a su celular en todo el día. ¿Y que si le había pasado algo?, no quería pensar en esa posibilidad, el sólo hecho de imaginarla en algún accidente hacia que su corazón se oprimiera dolorosamente.

—Estas exagerando. Debes calmarte. –se dijo así mismo.

Pensó en cómo comunicarse con ella pero ninguna de las opciones era coherente a esa hora. Pero luego pensó, si algo grave hubiese pasado lo hubiesen llamado al instante. Suspiró, sabía que había sido muy exagerado. El pitido insistente de la sala lo sacó una vez más de sus pensamientos. Caminó hasta ella y la única luz que estaba encendida era la del teléfono de la casa. Frunció el ceño, ya nadie usaba la gaceta de mensajes. Tocó el botón rojo y la dulce voz de Kagome hizo que su cuerpo se tranquilizara.

"¡Hola Inuyasha! habla, Kagome. He vuelto a Washington, mi padre a tenido problemas en la pastelería y como buena samaritana tuve que venir, –escuchó sus risas. –Que va, traté de llamarte pero Kikyo dijo que estaban... –tardó en completar. –ocupados así que no quise molestar, llámame si necesitas algo, cualquier cosa ¿si?. Adiós."

El tono dio por finalizado el mensaje e Inuyasha apretó la mandíbula. Sacó una vez más su celular del bolsillo y pudo ver la llamada contestada de Kagome al mediodía.

Ok, ella se había ido, y Kikyo había mentido. La cosa era clara, le había arruinado los planes. Pero no se quedaría con los brazos cruzados, aún tenían cosas de que hablar. Total, sólo estaba en Washington, no es como si estuviera al otro lado del mundo.

Jueves seis de diciembre.