Capítulo nueve:

Bueno..., lo que planeó no iba como esperaba, si lo pensaba bien.

Se sentía igual que en esas películas dramáticas en donde el corría hacia el aeropuerto a perseguir a la mujer que amaba que justamente se había subido en un avión con destino a Rusia que prácticamente ya había salido, hace media hora. Para suerte de él, tenía un jet privado y Kagome estaba en Washington, sólo necesitaba un par de horas para tenerla entre sus brazos otra vez. Sin embargo, eso no era el problema. Su problema era que sus hijas estaban frente a él, gritándole. A si, y también que su jet privado había sido secuestrado por su hermano, pero sus hijas eran el problema ahora.

—¿Dormiste con ella?

—¿Y no se lo dijiste?

—¡Eres un insensible!

Ambas gemelas lo apuntaron con el dedo índice y con las frentes fruncidas. Ambas eran idénticas cuando se enojaban, no podrían negar que eran gemelas. Inuyasha miró atónito a sus hijas. ¿Sus oídos estaban escuchando bien acaso? ¡¿Como podía ser que sus hijas supieran que durmió con Kagome!? ¿¡Y que no se le hubiese confesado también!? Aquí había gato encerrado. Las miró discutir y echarse la culpa una a la otra. Él no podía estar más avergonzado. No tenía vida personal, eso era seguro. Escuchó a ambas adolescentes gritaste y suspiró.

—¡Fue tu culpa! –grito Kaori. –¿¡por qué no me lo dijiste a mi!? –le preguntó a Inuyasha. –yo hubiera hecho un mejor trabajo.

—¿Como que...? ¡por favor! –se mofó Rin. –¿acaso hubieras detenido a mamá?

Inuyasha abrió los ojos. Eso era algo que ellas no sabían, ¡o no tenían porque saber!. Las amaba, pero era el colmo. Apretó los dientes y se levantó en interrumpiendo el grito de la rubia.

—¡Claro que si!, si hubiese...

—¡Silencio!

Ambas mujeres se callaron ante el grito de su padre e Inuyasha suspiró aliviado. Las niñas se miraron y abrieron la boca para volver a hablar pero callaron.

—Escuchen, no quiero volver a oírlas hablar de algo así, ¿estamos?

Ellas fruncieron las cejas, Inuyasha se cruzó de brazos.

—¿Estamos?

—Si, papi.

Los tres Taisho se miraron entre si y fue Rin quien habló primero.

—¿Y cómo te fue?

Kaori bufó molesta al no estar incluída en los planes. Inuyasha sonrió y asintió.

—Salió todo como lo planeamos.

—¡Ja!, pues eso no es lo que parece.

Inuyasha le guiñó un ojo a Rin y esta contuvo una carcajada. Kaori y su lengua viperina cuándo estaba molesta o enfadada con algo era peligroso. Pero él era su padre y sabía cómo persuadirla.

—Rin, necesito tu ayuda para ir a Washington, necesito el mejor jet que...

—¿Hola, Henry? Soy Kaori, claro ¿quien más?. Ya, ¿esta Louis por ahí? Necesito viajar a Washington, si, si...,

Rin y su padre vieron como la rubia se alejaba hablando por su celular hacia el jardín trasero. Kaori viajaba mucho en los veranos, era la más mimada de las dos y el aeropuerto nacional siempre tenían en cuenta todos sus vuelos, ¿Kaori quería viajar a las cuatro de la madrugada a última hora? La aerolínea conseguía el mejor asiento de primera a su destino teniendo o no pasajes disponibles. Por eso Inuyasha sonrió. Su hija lo perdonaría.

—Creo que debo hacer mi maleta.

—Te ayudo entonces...

-o-

—Ya basta, papá.

Kagome se sacó su abrigo en el recibidor de la pastelería de su padre; había llegado esa misma mañana y un par de empresas habían querido hablar con la co-dueña de Sweetwater a penas y se había bajado del avión. El problema que tenía su padre en la pastelería,(que no era un problema en realidad), era un nuevo patrocinador para los pasteles. Los postres de su padre eran los mejores y tenían pedidos por todas partes del país. Las ofertas eran demasiadas, así que, habían decidido expandirse. Pero su padre no le importaba mucho la buena noticia. Era de medio día y la único que salía de la boca de su padre era Inuyasha. ¿Como se había enterado de él? Por su hermoso nieto Saito.

«Chusmas»

¡Dios mío!, ni siquiera le había preguntado si el avión había llegado bien. Lo único que salía de la boca de su padre ¡era el nombre de Inuyasha!.

Hizo una mueca con las preguntas que había formulado su padre desde que había pisado el pavimento de la pastelería. Que como te esta yendo con Inuyasha; que si has tratado bien a Inuyasha; que cuando traerás a casa a Inuyasha. Ella dejó el bolso en la mesilla de la cocina y lo encaró.

—Inuyasha sólo es un amigo, papá. –lo vio bufar. –Y ya deja el tema.

Tsubasa alzó una ceja.

—Ajá, y yo no conozco a mi hija. –bufó de nuevo. –Kagome, tú sientes algo por ese hombre.

Kagome tomo su delantal y empezó a dejar los cupcakes en la bandeja con rapidez, suspiró con fuerza.

—¿Tambien tú, papá?

—¿Yo qué?, ¿alguien se me adelanto acaso?

—Tu nieto, es una opción.

—Ese mocoso –dijo molesto. –, le dije que yo te lo diría.

—Así que estuvieron hablando a mis espaldas ¿mm? –ella alzó su ceja derecha y se cruzó de brazos.

Tsubasa sonrió como burla.

—Bueno, para una solterona como tú necesitamos saber cómo vas en las relaciones públicas.

—¡Papá! –exclamó ofendida.

Tsubasa rió y apoyó su arrugada mano en el rostro de Kagome acunándolo.

—No te enfades Kagome. Sólo queremos ayudarte. Queremos lo mejor para tí.

—Así que suponen que Inuyasha es lo mejor para mi. –dijo con pesar.

—Bueno, no me equivoque con Bankotsu así que no puedo equivocarme con él.

—No lo conoces. –rió ella. –Y con el tema de Bankotsu, éramos niños.

—No lo empieces a defender. –arrugó la frente.

—No viene al tema. –suspiró y se sentó en el banquillo a su lado apoyando sus codos en la mesa. Su padre la imitó y miró a su hija con sus arrugados ojos. –Te diré lo mismo que le dije a Saito, papá. Inuyasha ya tiene una familia. Y que yo me meta en ella no supone buenas cosas para él. No es como si yo fuera la mejor opción del mundo.

—¿Y por qué no? –indagó él.

Kagome miró a su padre dudosa. Ella sabía que no le convenía a Inuyasha por el simple hecho de ser la enemiga de su esposa, bueno, ex esposa. Y las habladurías de él y ella no tardarían en llegar a los medios. No quería tener una relación en la que la ex esposa de su pareja hablara de ellos, aunque ella estuviese enamorada de Inuyasha no cambiaría de parecer, nunca le había gustado que Kikyo le quitara los novios en la secundaria y ésta no iba a ser una; suspiró con pesar y rascó su cuello.

—No lo sé, es sólo que no estoy para una relación en estos momentos. –se excusó.

—¿A no?, ¿y para cuando estarás? –preguntó su padre. –Han pasado quince años Kagome. Te recuerdo, querida hija, que los años pasan y no en vano, mírame estoy quedando tan arrugado que jugaría con una pasa y yo ganaría.

—Claro que no, sigues siendo guapo señor Tsubasa. –bromeó ella con una sonrisa.

—Como sea y no cambies de tema, puedes engañarte a ti, pero no a mi. Soy tu padre y sólo te daré un consejo. –Kagome alzó una ceja con burla. –Solo piensa en lo que te dije, ese niño siente algo por ti y, si no fueras tan distraída como eres...

—¡Papá!

—Te hubieras dado cuenta rápido. –Tsubasa suspiró. –Es hora de que te ocupes de ti. –Kagome lo miró con una sonrisa. –, ah si y también es la hora de que saques los bizcochos del horno. Se queman.

-o-

Inuyasha sonrió a Henry que le hablaba a Kaori con total normalidad. Henry era más grande que él y Kaori siempre viajaba con su hija, Marie, a todas partes. Luego de un par de indicaciones más Kaori se acercó a él.

—Henry dice que hay tormenta en Washington. Debes esperar un par de horas. El vuelo tiene una escala en Birmingham y luego de ahí irás a Washington. –Inuyasha asintió riendo para sus adentros. –Conseguí el lugar donde vive el padre de Kagome por si acaso, es una pastelería que queda en Shaw un poco alejado del centro, te enviaré la dirección en un mensaje de texto, ¿va?

Inuyasha estaba piedra esta vez. Kaori rió por la actitud de su padre. No sabía de su astucia. Sospechaba que no sabía ni idea donde iría.

—¿No sabias donde vive, Kagome? –preguntó.

—No tenía idea.

—Bien, debes saber que yo cubro todas las grietas. –Inuyasha volvió a sonreír cuando el pequeño reclamo volvió en la palabra todas. –Así que no tienes nada de que preocuparte.

—¿Ya no estás enojada? –preguntó con una sonrisa y una ceja alzada.

—Lo estaré siempre, papá. –dijo con una sonrisa que le pareció malvada. –Pero puedo considerar perdonarte si la tarjeta platino que está bloqueada...

Soltó una carcajada, había bloqueado las extensiones de tarjetas de crédito de Kaori cómo castigo a su última compra, gastar cinco mil dólares en una tarde no es sano. La niña sabía cómo jugar.

—Si sale todo bien en Washington prometo considerarlo también.

Ambos rieron e Inuyasha abrazo a Kaori como despedida, Henry lo llamó para abordar y su hija le propinó un beso en la mejilla.

—Buena suerte.

-o-

—¡Ay no!, ¿otra vez?

Miró las galletas quemadas en la fuente del horno, ya era la segunda tanda de galletas que tiraba a la basura, no podía ser, esa receta la podía hacer incluso con los ojos cerrados. Ese día había sido extraño y torpe. Todo lo que tenía en sus manos se le caía al piso, todo lo que trataba de cocinar se le quemaba, estaba distraída y mucho. Miró las valientes galletas en la fuente y resopló como un caballo.

—¿Nos despertamos de malas?

Tsubasa se acercó a la cocina y miró a su hija con una sonrisa. Kagome sonrió y frotó uno de sus ojos.

—Creo que solo tengo un mal día.

—Bueno, está por ponerse peor.

Kagome lo miró.

—¿Por qué lo dices?

Tsubasa torció la boca.

—Ese... –escupió la palabra. –, está afuera buscándote.

Kagome alzó una de sus cejas antes de hacer un gesto cuando recordó el por qué de la tosca actitud de su padre. Bankotsu estaba afuera, Bankotsu y su padre nunca habían tenido una relación suegro-yerno amistosa y con la "separación" de ambos el odio de Tsubasa sólo había ido creciendo con el tiempo. Salió de la cocina dejando su delantal y secando sus manos con repasador antes de encontrar a su ex-esposo.

—Bankotsu, ¿cómo estas?

Lo saludó con un beso en la mejilla, cómo le había aclarado a Inuyasha, la relación con Bankotsu no había sido como perros y gatos, eran adultos y, por lo menos ella, sabía separar las cosas. Bankotsu por su parte volvió luego de unos seis años en el extranjero cuando Saito cumplía sus dieciséis, las empresas de autos Shichinintai era una de las mejores, cada mes desde que se había divorciado de Kagome le dejaba dinero en la cuenta de los fondos para la Universidad de Saito, más, no había podido recuperar el amor de su linda azabache. Todos los esfuerzos de él habían sido en vano ante ella, le había dejado claro que no volvería con él y que sólo serían buenos amigos cómo en los viejos tiempos. Y él tenía que conformarse con eso, en sus dos años de estadía en Estados Unidos luego de su temporada en Japón Bankotsu puso de todo su empeño para que su hijo lo aceptara, si el aceptaba su presencia las cosas con su ex esposa iban a ser más fáciles. Pero no, Saito era terco y rencoroso como él, era su viva imagen, le había dicho que no lo aceptaría jamás en una relación con su madre ni en sueño y que más le valía no acercarse a ella. Cosa que Kagome no sabía en lo absoluto la amenaza de su primogénito, así que tenía que conformarse con la simple relación de amistad.

—He estado mejor.

Kagome lo miró y estaba empapado, de arriba a abajo. La tormenta afuera no daba tregua y ella sonrió con diversión.

—Vamos adentro. Te daré algo para sacarte.

-o-

Tsubasa término de atender a la señora James que iba todas las tardes sin falta por sus pastelillos de fresa. La lluvia no atraía muchos clientes y en un barrio común y poco concurrido como aquel no era de esperarse demasiados en un día de tormenta como aquel. Abrió el periódico que no había leído aquella mañana y antes de poder pegar su vista en la enorme hoja, un auto de alta gama paró en frente de la pastelería. Dejó tranquilamente el periódico en la mesa y esperó. Un hombre enfundado en unos jeans oscuros y un jersey gris oscuro bajó del auto y empezó a caminar hacia la puerta, Tsubasa se irguió en la mesa y esperó a que el extraño hombre entrara.

Inuyasha miró el lugar curioso, Sweetwater, pintoresco nombre para una pastelería. No dudaba que Kagome había escogido el nombre. Entró por la puerta y pudo escuchar el sonido de los cascabeles al abrirla. Le echó una mirada al lugar. Era una línea pastelería con mesitas blancas de hierro con unas sillas también de hierro con motivos y formas en las espaldas y las patas. Las paredes estaban pintadas con unos colores vivos entre celestes, lilas, amarillos y verdes. Un plano blanco decoraba el lugar izquierdo y luego todo el aparador donde los deliciosos manjares dulces se mostraban listos para comer. Sus ojos se encontraron con unos oscuros y maduros color azul. Las facciones avejentadas del hombre le llamaron la atención ante el parecido con Kagome. El cabello negro canoso y su piel trigueña más la pose seria que tenía, si, era el padre de Kagome.

—Buenas tardes. –saludó Higurashi amablemente.

Tsubasa observó al individuo con interés. Había visto a muchas personas en aquella pastelería. Pero aquel hombre nunca, jamás, lo había visto. Y si Saito tenía razón en lo que le había contado ese era Inuyasha Taisho. Inuyasha se acercó al aparador.

—Buenas tardes, disculpe pero estoy buscando a Kagome Higurashi.

Inuyasha pudo ver el tinte divertido en los ojos experimentados del hombre.

—¿Puedo saber quién busca a mi hija primero?

«Lo sabía.»

Inuyasha sonrió ante su descubrimiento.

—Mi nombre es Inuyasha Taisho.

«No hay quien como yo.»

La sonrisa que mostró Tsubasa le dio a Inuyasha una mala señal.

—Ella está en la casa ahora, pero puedes esperarla aquí hasta que vuelva o...

—Le agradecería si puedo verla de inmediato.

Tsubasa asintió y, con la misma sonrisa–algo malvada–, le hizo una señal para que lo siguiera. Caminó por la cocina trasera donde tres mujeres jóvenes cocinaban sin quitar la atención de sus obligaciones. Caminaron hasta llegar a la puerta trasera del local y al salir por ella, pudo ver el enorme patio delantero de la mansión Higurashi. Su expresión fue de total sorpresa, la pastelería, enorme la cocina y la mansión estaban conectadas entre sí. El camino de piedra se extendía angosto por el césped verde, la mansión era de dos plantas con enorme ventanales y tenía ladrillos a la vista pintados de un fino color blanco, subieron los escalones de la entrada y la puerta doble de roble negro se abrió delante de la cara de Higurashi. Lo llevó por el vestíbulo y si creía que por fuera era hermosa por dentro lo era aún más. La sala de estar era enorme con sillones blancos acomodados a la vista de un televisor pantalla plana que estaba situada arriba de la chimenea de gas. En la parte izquierda había un enorme piano de cola blanco también que, ahora sospechaba, alguien de la familia sabía tocar. Lo llevó directo a la cocina y pudo escuchar las risas femeninas con las masculinas.

Tsubasa se detuvo y lo miró con seriedad.

—No te gustará lo que verás.

Y se fue dejándolo con la incertidumbre. Agudizó su oído y escucho la conversación que Kagome tenía con... ¿un hombre?

—Cállate. –la escuchó reír. –Eso no es cierto.

—Claro que si. –respondió la voz masculina. –Lo recuerdo como si fuera ayer.

—Eres un idiota. –la escuchó susurrar. –Además, éramos niños. –recordó.

—Si pero ahora no lo somos...

El tono que usó Bankotsu fue más de lo que pudo soportar. Entró a la cocina y los encontró cerca, demasiado cerca.

—Eres un idiota

Kagome rió. Ambos estaban tomando una taza de chocolate caliente en la mesada central de la cocina sentados en los altos banquillos de su padre. Bankotsu había estado recordando sus tiempos juntos en la secundaria. Era divertido pensar que ellos hubiesen hecho todas esas tonterías juntos. La noche de graduación habían estado tan ebrios que habían nadado en la fuente de la plaza en ropa interior. Solo agradecía que no hubiese habido nadie cerca, y, ahora que ambos lo recordaban, habían hecho el amor allí también.

—Además, éramos niños.

Bankotsu sonrió con sensualidad y acercó su rostro a ella quien sonreía divertida. Él siempre era así. Pero Bankotsu tenía otros planes, sus ojos azules miraban fijos los marrones de Kagome. Sus labios estaban curvados en una hermosa sonrisa divertida que el se le hizo de lo más sensual, se acercó a ella dejando la taza en la mesa y tocó su mejilla con sus dedos acercándose aún más.

—Pero ahora no lo somos.

La puerta se abrió de golpe y Kagome volteó el rostro. Su cuerpo se tensó y palideció por completo, Inuyasha estaba allí; por su parte, Bankotsu sólo arrugó la frente, ¡estaban a punto de besarse!.

—¿Inuyasha?

Inuyasha miraba con el ceño fruncido a Bankotsu quien lo miraba de la misma forma. Las facciones duras de él e Inuyasha se mandaban promesas de muerte mutuas. Kagome se separó de Bankotsu tan rápido como él la dejó y bajó del banquillo dejando a un molesto Bankotsu volver a sentarse.

—¡Wow! No pensé en tenerte tan pronto por aquí.

Inuyasha desvío la vista de moreno hacia la pelinegra. Su rostro no cambió y a Kagome le dieron escalofríos los ojos en llamas de Inuyasha. Tenía debilidad con él, eso lo sabía pero ¿porque sentía que las cosas se complicarían para ella?

—Necesito hablar contigo.

—Cla-claro. –asintió.

Él miró otra vez a Bankotsu antes de mirarla de nuevo a ella.

—A solas, si es posible.

Ella asintió con seriedad ante el tono tosco de él.

—Enseguida vuelvo. –le susurró a Bankotsu y salió de la cocina.

Inuyasha se quedó unos segundos mirando al hombre en cuestion que se le hacia remotamente conocido. Bankotsu lo estudio unos segundos y luego sonrió, esa sonrisa arrogante que tanto lo caracterizaba. Inuyasha apretó los puños y salió detrás de la pelinegra.

Estaba molesto, no le había gustado nada el hecho de que ella se llevara tan bien con ese hombre, pero lo que más le había molestado es la sonrisa de superioridad que él le había dedicado. Se estaban a punto de besar y eso, no le gustaba nada.

Kagome se sentía nerviosa. No podía describir la mirada que le dedicó Inuyasha en la cocina.

«Vaya impresión.»

No sabía que pensar, sólo se habían alejado dos días y ella ya estaba a punto de besarse con su ex esposo.

«No fue tu culpa.»

No, claro que no era su culpa, sólo que se sentía demasiado mal. Estaba molesta con ella misma, pero ella que iba a saber que Inuyasha iba a ir justamente el mismo día que Bankotsu. Suspiró y caminó hasta la biblioteca. Era un buen lugar para platicar. Abrió las puertas corredizas y se detuvo en el sillón. Pero él no se sentó. Lo miró y sus orbes doradas tenían un brillo que jamás había visto en él.

Antes de poder articular palabra él habló primero.

—¿Quien era él?

Kagome se estremeció ante el duro tono de Inuyasha, pero con esto de igual manera, aunque un poco tenía también.

—Bankotsu, el padre de Saito.

Inuyasha sintió su cuerpo tensarse. No podía ser él el maldito que la abandonó con un niño. Podía admitirlo si, porque estaba que estallaba de celos. Los dos ya tenían una historia y no podía culpar al hombre por querer recuperar a Kagome, pero él no era fácil y tampoco se la dejaría fácil a él.

—¿Y que hacía aquí?

Esta vez fue ella quien frunció sus cejas.

—Con Bankotsu tenemos una relación de amistad muy estrecha, Inuyasha, ya te lo había dicho así que no veo cual es el problema.

Inuyasha cruzó los brazos.

—El problema es que estuvo a punto besarte.

Su tono era tranquilo pero a la vez amenazante. Pero ella no se dejó intimidar tan fácil. Buen golpe, pero ella también tenía sus trucos.

—Eso, en lo que a mi respecta, no debe porque importarte. –cruzó los brazos. –Te estuve llamando todo el día después de lo que pasó entre nosotros y ¿quien me contestó?

Inuyasha tensó sus labios en una línea recta recordando a Kikyo.

—Así que no me vengas con esos reclamos ahora Inuyasha. –suspiró aflojando su postura, se sentía estúpida con esa discusión absurda. –, yo ya te dije que te quería a ti, pero tu... –acomodó su cabello hacia atrás. –, esto es más de lo que puedo manejar.

Inuyasha también relajó su entorno. Claro, ella aún estaba insegura, necesitaba su respuesta. Él se acercó a ella y la encerró entre sus brazos acercándola a su cuerpo. Escondió su rostro en la curva de su cuello y depósito un beso cálido en el. Kagome se agarraba fuerte del jersey medio húmedo de él, el perfume masculino entró en sus sentidos mareandola.

—No entiendes que no puedo soportar verte con nadie más. –sintió el aire cálido en su oído y tembló en sus brazos. –No puedo siquiera imaginarte con alguien más que no sea yo...

Se separó de su oído y la miró a los ojos, las perlas doradas la miraban con miedo y ternura que peleaban en su interior formando un huracán de sensaciones. Se inclinó hacia ella y la beso, al instante ella rodeó su cuello y respondió el beso con ímpetu. La estrechó entre sus brazos una vez más y saboreó los labios dulces de su pequeña con más ganas. El beso apasionado dejaba que todos sus sentimientos fluyeran solos, Inuyasha hizo del beso un poco más lento, debía tener el control. Con los ojos aún cerrados apoyo su frente contra la de ella y no soltó su agarre, pero antes de que pudiera hablar de nuevo ella lo hizo.

—No podría estar con nadie más aunque quisiera –dijo sonriendo Kagome aún con los ojos cerrados. –, porque yo estoy enamorada de ti.

Inuyasha abrió sus ojos con brusquedad ante la sinceridad de ella. Kagome lo abrió lentamente y sonrió ante su reacción, hasta ella misma estaba sorprendida de haberlo dicho de una vez por todas. Inuyasha no podía creer lo que sus oídos estaban escuchando, estaba enamorada. ¡Ella lo amaba!.

Sonrió, dichoso por lo que sentía, pero necesitaba que se lo diga, necesitaba escucharlo.

—Dímelo de nuevo, –dijo mirándola a los ojos. –dilo.

Kagome sonrió mostrando sus dientes.

—Te amo, Inuyasha.

Inuyasha rió con fuerza y la alzó en el aire antes de besarla. Kagome gimió cuando su lengua invadió su boca y trató de seguirle el ritmo, no sabía que pensar en realidad pero se sentía feliz, completa. Se separó de ella y la miró a los ojos.

—¿Recuerdas la pregunta que me hiciste en la cabaña? –ella asintió, claro que lo recordaba, creía que nunca olvidaría esa noche. –Yo también te amo. Y creo que he caído primero.

Ambos rieron con suavidad y se volvieron a besar. Los ojos azules tristes de Bankotsu veían todo detrás de la puerta. Tenía una sonrisa triste en el rostro, suspiró. La había perdido, y vaya que dolía.

—Creo que tus intentos ya serán en vano.

—Y usted está más que contento con eso.

Tsubasa sonrió.

—Dalo por seguro. –dijo con una sonrisa que Bankotsu sólo ignoró dándose vuelta. –Pero tendré piedad de ti, como ya no intentas nada con mi hija ¿quieres que vayamos por unas cervezas?

Bankotsu alzó una ceja.

—Usted no puede tomar. –Tsubasa hizo una mueca. –Además, nunca nos llevamos bien.

—No seas niña, vamos.

Bankotsu rió, así era Higurashi. Le dio una última mirada a la mujer de su vida que no podría volver a tener, sin embargo, ella siempre sería su primer amor y el de su vida también. De eso estaba seguro

—¿Y ahora que?

Inuyasha la siguió besando antes de contestar y le sonrió.

—Te quedarás conmigo.

Kagome sonrió entre el beso y sintió las enormes manos de Inuyasha bajar por su espalda hasta su muslos.

—Aquí no, Inuyasha. –sentenció.

Él bufó pero no quitó sus manos. Kagome se mordió el labio y sonrió coqueta.

—Estas mojado. –apuntó con la misma sonrisa.–En mi habitación tengo toallas secas.

—Vamos por ellas entonces.

Le dio un último beso lo guió de la mano escaleras arriba. Ahora se sentía feliz. Completa y lo que vendría en el futuro seria mejor, solo debía esperar, la felicidad era con Inuyasha a su lado y no podía pedir más.

Fin.

Martes dieciocho de diciembre.