Capítulo 2: Cosechas lo que siembras
Si alguien le hubiera pedido a Diana que describiera el Parque Nacional de Vikos-Aoos, les hubiera respondido que era, simplemente, un lugar de ensueño. El paisaje parecía haber sido sacado de una pintura de Monet o Gainsborough —los únicos dos pintores famosos que era capaz de recordar en ese momento—: el cielo era de un color azul cerúleo; en el horizonte se extendían grandes montañas de pendientes pronunciadas y, sin importar hacia donde uno volteara la vista, se observaban sinuosos desfiladeros. El follaje de los árboles, frondosos y elevados, era de una tonalidad verde esmeralda y proyectaba sombras sobre los senderos.
Diana no pudo evitar tiritar cuando una gélida ráfaga de viento le golpeó el rostro; retiró un mechón de cabello castaño de su rostro y comenzó a hacerse una improvisada coleta. El grupo había estado recorriendo el mismo sendero de tierra durante los últimos minutos a pesar de que, en teoría, la estación del guardabosque no debería muy lejos de donde el portal los había dejado. En circunstancias diferentes, le hubiera gustado detenerse a admirar el paisaje, pero lo único que deseaba en esos momentos resolver el misterio de las desapariciones y regresar a Torrington lo más pronto posible.
Se acercó a su hermanastro y, sin miramientos, tiró de su muñeca izquierda y presionó un botón en el reloj-u.
—Eh, ¿qué demonios haces? —preguntó Martin, frunciendo el ceño.
—Revisando el mapa, ya que al parecer a tu pequeño cerebro no se le ha ocurrido eso. Por si no lo has notado, hemos estado caminando en círculos por un rato.
—¿Billy no te dio una copia del mapa o algo por el estilo? No quiero que me vayas a pegar tus bichos de nerd—dijo él con obvias intenciones de molestarla. Diana continuó examinando el holograma creado por el reloj-u, sin prestarle la más mínima atención a su patético e infantil insulto. No pensaba en rebajarse a su nivel.
—Bien, de acuerdo con este mapa, en este momento nos encontramos al noreste del pueblo de Papingo. La estación del guardabosque se encuentra al sur, entre Papingo y Monodendri. —Diana suspiró con pesadez. La estación del guardabosque se encontraba más lejos de lo que ella había calculada al principio; parecía les esperaba una caminata muy larga, especialmente si tenía que soportar a su hermanastro durante todo el trayecto.
Martin arrugó el ceño y retiró su muñeca con brusquedad.
—Billy por lo menos pudo habernos dejado ahí desde el principio. ¿En qué estaba pensando? ¡Ni siquiera abrió el portal en el lugar correcto!
—Obviamente está muy ocupado —replicó ella secamente, en parte solo para llevarle la contraria a su hermano; era más que obvio que Billy tendría que haberlos enviado a aquella misión con ropa adecuada para el clima del lugar, o al menos haber considerado el problema del transporte. Si bien era cierto que actualmente su pequeño amigo se encontraba bajo mucha presión, eso no era excusa alguna.
MOM nunca habría sido tan descuidada, ni tan incompetente.
—¿Y qué con eso? ¿Qué cree somos? —preguntó Martin.
—Agentes especiales entrenados y con buena condición física —respondió Diana, arqueando una ceja. —Supuestamente.
Diana nunca había sido una persona particularmente atlética—quizá lo sería, si le dedicara un poco más de tiempo al gimnasio y menos a los libros—, pero tampoco se consideraba a sí misma como alguien débil; después de todo, había distintas formas de resolver una misión, y no todas involucraban el uso de fuerza física. En la mayoría de las ocasiones, el reloj-u era más que suficiente para solucionar los acertijos con los que se encontraban durante las misiones.
Pero a ella nunca le entregaron un reloj-u. No, a ella nunca le entregaron aquella herramienta básica para llevar a cabo sus misiones, para luchar contra lo sobrenatural y lo paranormal; aquel privilegio estaba reservado para el irresponsable de su hermanastro, por alguna razón que ella todavía no terminaba de comprender. ¿Es que acaso no se merecía las mismas herramientas y reconocimiento? Ella también había ayudado a salvar al mundo en varias ocasiones y, sin embargo, nada de eso importó durante su evaluación anual.
Era algo injusto.
—¿Qué estás haciendo? ¡Apúrate, Diana!
La voz de su hermanastro la trajo de nuevo a la realidad. Con la mente llena de nuevas revelaciones y viejas dudas, Diana apresuró el paso.
Después de una larga caminata, los agentes habían llegado hasta la estación del guardabosque. En un par de ocasiones, Martin intentó animar el ambiente con un chiste o algún comentario sarcástico, tan típico de él, pero Java era el único que le prestaba atención alguna. Diana había decido que, si deseaba «sobrevivir» a esta misión, tendría que aprender a ignorarlo lo mejor que pudiera.
—¡Por fin! Puedo sentir como las ampollas se forman en las plantas de mis pies —exclamó la muchacha, apoyándose en uno de los muchos árboles que adornaban el sendero.
—No exageres, Di. Dudo que tus pies se vayan a deshacer por caminar un par de kilómetros. —Con completa desvergüenza, Martin se sentó una gran roca que sobresalía en la orilla del sendero, y se quitó tanto zapatos como calcetines. Java decidió imitarlo.
Diana hizo una mueca de disgusto y se cubrió la nariz; el olor era insoportable.
—¡Por favor! No es para tanto —dijo Martin, aunque la joven pudo notar como él mismo arrugaba la nariz.
—Mentiroso. Y podrías al menos haberte cambiado los calcetines.
—Pies de Java duelen.
—Lo sé, amigo. No me vendría mal un masaje en estos momentos, y una soda bien fría. —Martin se cruzó de piernas e inclinó la cabeza hacia atrás.
—¿Quién es el que está exagerando ahora? No es como si hubieras corrido un maratón o algo similar —replicó Diana, poniendo los ojos en blanco—. Dejen de quejarse, que ya casi llegamos a la estación. Este no es momento para relajarse, Martin.
—¿No eras tú la que se quejaba de ampollas?
—Pues sí, pero eso no quiere decir que vaya a detenerme a oler las rosas. Tenemos trabajo que hacer, ¿recuerdas?
—Oh, ya entiendo: a ti solamente te gusta que te escuchen cuando te quejas, pero cuidado y alguien más quiere hacer lo mismo. A eso se le llama «hipocresía», hermanita.
Diana apretó los puños a los costados y procedió a tomar asiento a un lado de Java, tratando de ignorar el terrible olor que los pies de este desprendían. Estaba demasiado cansada y sedienta, así que decidió guardarse su réplica sarcástica para otra ocasión.
Martin sacó una barra de chocolate de uno de sus bolsillos y comenzó a mordisquearla distraidamente, sin siquiera molestarse en ofrecer un trozo a sus compañeros agentes.
Vaya que era desconsiderado el muchacho.
—Bueno, eso es todo. Pongámonos a trabajar, no hay tiempo que perder, ¿recuerdan? —dijo él de forma burlona. Se limpió las manos en su pantalón, se puso de nuevo sus zapatos y, con renovadas energías, se levantó de un salto, dejando la envoltura del chocolate olvidada en el suelo.
A Diana se le secó la boca, y una sensación ácida le recorrió la garganta. Recogió la envoltura y la guardó en su mochila.
«Maldito descarado, irrespetuoso, arrogan…»
El sonido de alguien carraspeando interrumpió los nada amables pensamientos de Diana, por lo que giró la vista hacia el lugar de donde provenía aquella voz: se trataba de una mujer un poco más bajita que Diana, de piel morena y largos cabellos negros que llevaba sujetos una trenza; vestía un holgado uniforme de guardabosque y una chaqueta térmica; sus grandes ojos marrones estaban abiertos de par en par, escrutando con su mirada a los tres agentes.
—Bonjour, parlez-vous français? —preguntó Diana con amabilidad; cuando la mujer no le contestó, agregó—: ¿Hablas inglés?
—Oh, ya veo, son turistas. Deberán disculparme, mi francés no es muy bueno —contestó la joven, en inglés—. Lo lamento, pero por el momento el parque se encuentra cerrado al público hasta nuevo aviso.
—No somos turistas —añadió Martin.
—Estamos buscando al guardabosque —intervino Diana, dándole a su hermanastro un ligero codazo en las costillas—. De casualidad, ¿sabrás dónde podemos encontrarlo?
—¡Ah! ¡Es un placer conocerlos! Mi nombre es Chloë Andreou y soy el guardabosque local —dijo la muchacha, sonriendo y extendiendo su mano en señal de saludo.
No se necesitaba ser un genio para concluir que Chloë pronto se convertiría en otra de las «conquistas» de Martin, pensó Diana; después de todo, el único requisito era ser una muchacha joven y ligeramente atractiva.
Tan solo un momento después, tal y como siempre ocurría, Martin ya se encontraba peligrosamente cerca de la muchacha, sujetándole la mano con fingida delicadeza y encanto.
—El placer es todo mío, Chloë —dijo Martin de forma seductora, o al menos lo que pasaba por «seductor» en su torcida cabecita. La joven sonrió nerviosamente y fijó los ojos en el suelo, pero no soltó la mano de Martin.
—¡Martin! —exclamó Diana, tomándolo del cuello de la camisa, intentando alejarlo de la joven. —Compórtate, por favor.
—¡Pero si no estoy haciendo nada malo! —Martin hizo un puchero, soltando la mano de la muchacha.
—Discúlpalo Chloë, mi hermano es un poco… —Diana literalmente se mordió la lengua, ahogando sus deseos de usar la palabra «estúpido» o «tarado» para referirse a su hermanastro. No le parecía algo apropiado para la situación, aun cuando fuera cierto. —Es algo excitable.
—No hay ningún problema, señorita…
—Lombard —añadió ella—. Soy Diana Lombard, aquél es Java, y mi muy molesto hermano es Martin Mystery. Es un placer conocerte, Chloë.
Chloë estrechó la mano de cada uno de los agentes; Diana no pudo evitar notar que, tanto Martin como la muchacha se sonrojaron hasta las orejas cuando sus manos se encontraron.
Diana bufó con fastidio. Típico. Nada bueno podía salir de eso.
—Ya veo, ustedes deben ser los agentes que envió El Centro. Me da gusto que hayan llegado.
—¡Espera un segundo! ¿Cómo sabes que somos agentes? Nosotros no hemos mencionado nada al respecto —exclamó Martin.
Chloë lo miró fijamente y luego sonrió de forma satisfecha. ¿Acaso estaba burlándose de ellos?
—Me apena decirles esto, pero, se trata de algo bastante obvio. El reloj-u no es precisamente un aparato discreto —contestó la muchacha, levantando su muñeca izquierda y señalando hacia su propio reloj-u—. Francamente, debí notar desde el comienzo que no eran turistas.
—Entonces, tú debes ser nuestro contacto del Centro, ¿no es así? —inquirió Diana.
—Ah, ¿t-tienes un reloj-u? —balbuceó Martin.
—Por supuesto; soy el único agente asignado a este sector. Estoy segura de que usted entiende, agente Mystery, que esta es nuestra herramienta más básica.
Diana entrecerró los ojos, pensativa. Lo que decía la joven era completamente lógico —a pesar del ligero tono condescendiente que había utilizado—, y algo que ella ya había considerado con anterioridad; hasta ahora, la mayoría de los agentes que habían conocido contaban con su reloj-u, incluso los agentes novatos como Marvin recibían uno, sin importar que tan efectivos fueran en el campo.
Y sin embargo ahí estaba ella, aún sin reloj-u propio, viéndose obligada a depender de Martin, sus contribuciones y victorias ignoradas o infravaloradas.
Era simplemente injusto.
—¡Genial! Tal vez tú y yo podríamos hacer equipo, ¿eh? —La sonrisa pícara de Martin provocó escalofríos en Diana. ¿Es que su hermanastro no conocía la vergüenza?
En un intento por cambiar el tema de conversación y hacer la situación menos incómoda para todos, Diana preguntó:
—¿Es normal que haga tanto frío en Mayo?
—Sí, es normal, aunque nunca había bajado tanto la temperatura. Si lo desea, agente Lombard, puedo prestarle una chaqueta; cuento con varias en la estación.
—En verdad te lo agradezco, no tienes idea de…
—¡Una para mí también, por favor! —interrumpió Martin.
—Por supuesto, ¿necesitan algo más? —dijo Chloë.
—Zapatos —dijo Java señalando sus pies.
—Oh, creo que tenemos algunas botas de campismo, pero no estoy segura que haya de su tamaño, agente Java — Chloë contestó llevándose una mano a la mejilla.
—Java entender —dijo él con la cabeza gacha.
Chloë guío al pequeño grupo el resto del trayecto, durante varios tramos de escaleras, hasta la estación del guardabosque que descansaba en lo alto de una colina. Se trababa de una reciente construcción, y el único asentamiento humano que encontrarían en varios kilómetros.
El interior de la cabaña era caliente y acogedor, y estaba decorado en un característico estilo rústico. Chloë los condujo hasta una pequeña sala. Tan pronto como ella dejó la habitación, Martin se dejó caer pesadamente en uno de los sofás y subió los pies en la mesita de café.
—¡Martin! ¡Deja de hacer eso! —Le recriminó Diana—. Y, por favor, trata de comportarte como una persona decente, aunque sea sólo por esta misión
—No empieces, Di. ¿Por qué siempre tienes que tomarte todo tan enserio?
—Yo no me tomo todo «tan enserio», lo que pasa es tú eres incapaz de actuar con seriedad.
—Lo que tú digas, Di. —contestó Martin—. Tú eres incapaz de divertirte, de hecho, apuesto a que ni siquiera sabes lo que significa esa palabra.
—Es obvio que poseo un vocabulario más amplio que el tuyo, imbé… —Diana aclaró discretamente su garganta antes de continuar—, cabeza de chorlito.
—¿«Cabeza de chorlito»? ¿Ahora eres demasiado buena para maldecir o qué? —preguntó Martin socarronamente.
Antes de que Diana pudiera responder a las burlas de su hermano, Chloë entró a la habitación; llevaba consigo una gran caja de cartón, la cual depositó en el suelo de la sala.
—¿Está todo bien? —preguntó ella.
—Sí, por supuesto, todo está bien, solamente son… riñas de hermanos, ya sabes, lo habitual —dijo Diana nerviosamente, mirando de soslayo a Martin.
—Oh, ya veo. —La joven agente sonrió de oreja a oreja—. Debe ser difícil tener que trabajar juntos durante tanto tiempo.
—Ni te lo imaginas —dijo Martin. Se levantó de su asiento y se acercó hasta la chica, con toda la intención de coquetearle—. ¿Tú tienes hermanos, Chloë?
—Hermanas. Yo soy la menor.
—Ah, ¿sí? ¿Cuántas hermanas tienes?
—Eres muy amable, Chloë —interrumpió Diana—. Gracias por ayudarnos con nuestra misión. Por cierto, no te preocupes por ser tan formal con nosotros, no es necesario.
—En realidad no es nada, agente Lombard. Sólo estoy siguiendo el protocolo —respondió la joven agente, sonrojándose ligeramente—. ¿Están seguros de que desean ser tuteados?
—¡Por supuesto! —Se apresuró a decir Diana. La manera formal pero fría de aquella joven hacía que se le erizaran los pelos de la nuca—. Tanta formalidad no es necesaria, enserio.
—De acuerdo —dijo Chloë mientras sonreía, una vez más.
Martin suspiró como un tonto enamorado. «Perfecto, simplemente perfecto», pensó Diana; lo último que necesitaba era que su hermanastro se distrajera con una chica bonita, como lo hacía en cada misión.
Quizá a estas alturas ya debería estar acostumbrada a su comportamiento infantil.
—¿Qué otra información puedes proporcionarnos sobre la situación? —inquirió Diana, asegurándose de pronunciar cada palabra con claridad. No quería sonar informal frente a una agente tan profesional como Chloë.
—Todo lo que sé al respecto está en el reporte que envíe al Centro. Lo que sí puedo decirles es que estas desapariciones comenzaron hace un año.
—¿Hace un año? ¿Y por qué no mandaste un reporte antes? —espetó Martin.
Chloë se estremeció ante las palabras de Martin, casi como si este la hubiera abofeteado. Diana le dedicó a su hermano la mirada más severa que pudo encontrar; detestaba verlo intimidar a alguien tan inofensivo como aquella muchacha.
—Y-yo, es que… m-mandé el reporte hace tres meses, pero no recibí respuesta. Y n-no pude comunicarme con el cuartel general, al menos no recientemente…
—¿No escuchaste sobre lo que pasó? El Centro fue atacado —inquirió Martin con obvia sorpresa en su voz.
—¿Atacado? ¿De qué está hablando, agente Mystery? ¿Qué fue lo que ocurrió?
Esta vez, Diana le dio un ligero pisotón a su hermano. Con un demonio, ¿por qué siempre tenía que abrir su boca y empeorar la situación?
—A-ah, sí, pero no tienes de qué preocuparte. Ya tienen todo bajo control —balbuceó Diana, después giró la vista hacia Martin —¿Verdad, Martin?
—Claro, ya está todo bajo control —contestó el aludido alzando ambas cejas y cruzándose brazos.
—Pero ¿qué fue lo que sucedió? No he recibido ningún comunicado al respecto —dijo la joven, y Diana juraría su tono de voz se tornó severo por un segundo.
—Oh, nada serio, solamente «gajes del oficio», y… todo eso, ya sabes… —respondió Diana, intentando tranquilizar a la muchacha. Dios, ¿por qué tenía que hacer tantas preguntas?
—Billy jefe ahora —añadió Java.
—¿Billy? ¿Qué sucedió con MOM? ¿Se encuentra bien? ¿Dónde podría obtener una lista de las bajas? —Chloë preguntó, se estaba quedando sin aliento y parecía a punto del colapso.
Bajas. Era de esperarse que la muchacha se preocupara por sus compañeros agentes y por los otros trabajadores de El Centro, pero escuchar aquella palabra hacía que todo fuera más real para Diana.
«No fue mi culpa. No lo fue».
—Está… MOM está un campamento de reentrenamiento. Es… algo complicado —contestó Diana esbozando una sonrisa forzada—. Mira, te prometo que después te cuento todo con lujo de detalles, ahora debemos enfocarnos en la misión, ¿no crees?
Chloë asintió, aunque no parecía muy convencida por aquellas explicaciones.
Los cuatro agentes pasaron la siguiente hora discutiendo sobre las desapariciones. De acuerdo con Chloë, la mayoría de ellas habían ocurrido en el núcleo del parque, cerca de la garganta de Vikos. Dos aldeas importantes se localizaban a escasos kilómetros de la garganta: Vitsa y Monodendri; la muchacha sugirió aquellas aldeas como punto de partida para la investigación, argumentando que algunos turistas y aldeanos habían presenciado nuevas desapariciones tan solo una semana atrás, por lo que su testimonio podría ser de utilidad para los agentes. Martin insistió en ir investigar el meollo del asunto. Al final, decidieron dirigirse al centro de la garganta de Vikos, el lugar donde los aparatos del Centro habían registrado los más altos niveles de actividad paranormal.
—Es una lástima que Chloë no pueda venir con nosotros —dijo Martin, acomodándose al hombro una pesada mochila. Después de que Chloē les proporcionara un mapa, indicaciones y provisiones, los tres agentes se pusieron en marcha.
—Tú la oíste, dice que debe permanecer en la estación, y que además no tiene mucha experiencia en el campo —replicó Diana—. Aunque admito que su reloj-u nos hubiera sido de mucha utilidad.
—Con o sin experiencia, me hubiera gustado trabajar con ella. Era tan linda y dulce y…
—No empieces, Martin —espetó Diana.
—Que aguafiestas eres, Di. —Martin profirió un bufido de desacuerdo—. Oye, con toda esta experiencia en caminar, creo que podría unirme al equipo de campismo de Torrington, ¿no creen?
Java asintió y río por lo bajo. Diana continuó ignorando a Martin de formar deliberada; al parecer su hermanastro era incapaz de captar las indirectas, ya que seguía intentando hacerle conversación.
—Di, no entiendo por qué sigues tan enojada conmigo —dijo él mientras arrastraba los pies por el sendero, dando pequeños golpes a las rocas que se atravesaban en su camino—. ¿Acaso no es mejor dejar todo eso en el pasado? O al menos eso es lo que todos dicen siempre, «El pasado es el pasado», o algo así. Digo, yo ya te perdoné… más o menos.
Al escuchar estas palabras, Diana se detuvo a medio paso. Podía sentir como la sangre se le subía a la cabeza y un vacío se formaba en su estómago.
—¿Dejar «eso» en el pasado? Martin, ¿cómo puedes decir eso? ¿Es que no te sientes culpable por lo sucedido?
Martin giró sobre sus talones y preguntó:
—¿Por qué tengo que sentirme «culpable»? Yo no hice nada malo.
Con el rabillo de ojo, Diana vio que Java se detenía a la orilla del camino, quizá en un intento de evadir la discusión que estaba a punto de comenzar.
—Em-pa-tía, Martin. ¿Recuerdas? Eso es lo que te falta: empatía. ¿O se trata de una palabra muy avanzada para ti? —Diana fijó la mirada en el suelo y luego murmuró—: Si tú no me hubieras presionado…
—¡Oh! ¿Ahora quieres culparme de tus errores?
—¡Tú me empujaste a eso! ¿Crees que iba a seguir tolerando tus burlas?
—¡Deja de hacerte la víctima, Diana! ¡Yo soy el que debería estar enojado! ¡Tú fuiste quien nos traicionó!
La muchacha apretó sus labios en una fina línea.
—¡Lo sé! ¿Crees que no lo sé? ¡Todos los días te aseguras de que no lo olvide! ¡Ya tuve suficiente! ¡No soy la única que comete errores!
«Además, no fue mi culpa».
—No compares mis metidas de pata con las tuyas. Al menos yo si acepto mis «errores» —respondió Martin a la defensiva.
—¡Por favor! Tú siemprehaces algo estúpido durante y fuera de las misiones, te metes en problemas, obligas a Java y a mí a sacarte de esos problemas —replicó Diana, señalando a su amigo cavernícola—, y luego pretendes que aprendiste alguna «lección» de todo eso, pero a la siguiente semana estás volviendo a cometer el mismo error. ¿Y se supone que crea que tú eres el mejor agente de los dos?
—¡Ajá! Con que de eso se trata todo esto —exclamó el muchacho alzando su dedo índice en un modo triunfal—. No puedo creer que sigas celosa porque saqué una mejor nota que tú, aun cuando la computadora central del Centro terminó por cambiar mi evaluación. —Martin entrecerró los ojos, mirando a la muchacha con hostilidad—. Nunca es suficiente, ¿verdad, Di? Siempre tienes que ser perfecta, siempre tienes que ser la mejor; no te importa nada ni nadie más.
«Yo soy mejor que tú», pensó Diana. Decidida a termina la conversación, comenzó a avanzar nuevamente sobre el sendero de tierra.
—¿Sabes qué? Eres patética —masculló Martin. Retrocedió un par de pasos, como si esperara la bofetada de Diana. En lugar de rebajarse a su nivel, la muchacha se dio media vuelta—. ¿A dónde vas? —preguntó él con brusquedad.
—A Monodendri, a entrevistar a los testigos. Algo que es tu trabajo, pero aparentemente se te ha olvidado cómo hacerlo.
—¿Sola? —La sonrisa altanera de Martin vaciló por primera vez desde que habían dejado Torrington atrás—. ¡Pero ese pueblo está a casi una hora de aquí!
Diana bufó con desdén.
—No necesito que me cuides, Martin. Ni ahora, ni nunca.
—Diana… —murmuró Java.
—Estaré bien, Java. Tú quédate con Martin; quién sabe que pueda hacer si lo dejamos solo.
Diana se alejaba con paso firme. Ya había tenido suficiente de la actitud infantil y altanera de su hermanastro. No lo necesitaba ni a él, ni a nadie. Resolvería esta misión por sí sola, y luego tendría el placer de restregárselo en la cara.
—¡Perfecto! ¡Haz lo que quieras! ¡A mí me da igual si te pasa algo! —gritó el muchacho. —Por cierto, vas en la dirección contraria, tonta.
Diana estaba segura de haber visto antes ese roble. A pesar de llevar consigo un mapa, le seguía resultando difícil descifrar exactamente en qué parte del bosque se encontraba, especialmente cuando las montañas de la garganta de Vikos eran el único punto de referencia que tenía, y todas las anotaciones del mapa estaban escritas en griego.
«Tranquilízate, Diana. Respira hondo», pensó la muchacha mientras colocaba el mapa en el suelo para poder examinarlo mejor. Recriminándose a sí misma por nunca haber aprendido griego, intentó descifrar la ruta que debería seguir.
Maldito Martin, maldito el momento en el que le dieron un reloj-u, maldito…
Diana gritó horrorizada. Algo estaba trepando por su tobillo.
Se paró de un salto, intentando liberarse de las raíces que sujetaban su pierna. Una espesa niebla ahora cubría el área; en definitiva, esto se trataba de un evento sobrenatural. Recogió apresuradamente el mapa del suelo y se echó a correr.
Corrió sin mirar atrás y sin saber a dónde ir. Las afiladas ramas de los árboles rasgaron su chaqueta y sus mejillas; un dolor abrasador le quemaba los pulmones y las plantas de los pies.
«¿Qué estás haciendo? ¡Detente y piensa! ¡Analiza la situación!»
A lo lejos, divisó un puente de piedra y, debajo de este, un río poco profundo —o que parecía ser poco profundo desde su altura, considerando la inclinación casi vertical de las colinas. Aceleró su carrera, —no tenía la esperanza de poder alcanzar aquel puente—, cuando algo la sostuvo por su coleta, haciéndola caer de espaldas al suelo.
—¡No me toques! ¡Déjame ir!
Con un esfuerzo casi sobrehumano, logró zafarse de la gruesa raíz que sujetaba sus brazos y piernas. Agotada y resollando, se apoyó en un roble para mantener su equilibrio. Tan pronto como su mano se encontró con el tronco del árbol, este cobró vida; sus gruesas ramas envolvieron el brazo de la muchacha. Pateó y arañó el tronco con toda la fuerza y brutalidad que pudo reunir, hasta que este decidió soltarla.
Perfecto, ahora estaba hablando de un árbol como si se tratara de una persona. Sin duda, estaba perdiendo la cordura.
Cegada por la niebla y por la sangre que escurría de su frente, la muchacha tropezó con la grava que ahora adornaba los caminos; rodó colina abajo, golpeándose contra las rocas, raspándose codos y rodillas. Intentó fútilmente proteger su cabeza con los brazos.
Los párpados le pesaban, pero Diana finalmente logró abrir sus ojos. Le sorprendió poder ver el cielo, el cual ya se había tornado de un gris oscuro.
No había esperado despertar de nuevo.
Intentó contener las lágrimas, salvar lo poco que le quedaba de orgullo. La sangre comenzaba a brotar copiosamente de su nariz y de la herida en su brazo derecho; la muchacha alcanzó a vislumbrar algo pequeño y blancuzco atravesando su piel. Su brazo se había torcido de tal forma que el húmero perforó su codo.
¿Cuánto tiempo había estado rodeando por esa colina, y a qué velocidad?
Intentó analizar la situación en la que se encontraba. Era lo único que la distraía del intenso dolor que sentía.
Recordó su entrenamiento de primeros auxilios: lo más importante ahora era mantenerse inmóvil, especialmente mantener el brazo inmóvil, y hacer presión sobre la herida para la pérdida de sangre. Si gritaba pidiendo ayuda, se arriesgaba a que aquellas criaturas la encontraran, pero, si no recibía atención médica inmediatamente, era muy probable que su herida se infectara, e incluso podría perder su brazo.
«No muevas el brazo, hagas lo que hagas, no muevas el brazo», pensó con desesperación, mordiéndose el interior de la mejilla para ahogar sus gritos de dolor.
Incapaz de contenerse por más tiempo, dejó que las lágrimas brotaran libremente de sus ojos. Sollozó e intentó limpiarse la cara con su brazo sano, y fue entonces cuando tuvo una epifanía: si ella tuviera su propio reloj-u no se encontraría en esta precaria situación. Habría podido defenderse de aquel ataque sobrenatural.
Diana pensó en aquellas pocas semanas en las que trabajó para el CIHL y en cómo había logrado capturar a todos esos monstruos sin necesitar ser salvada por su hermanastro en ninguna ocasión. Lo había hecho por sí sola, probando que, si tan sólo tuviera las herramientas adecuadas, era más que capaz de ser una agente. Era más que capaz de convertirse en la mejor agente.
¿Por qué él había recibido un reloj y no ella? Eso era algo que la muchacha siempre se había preguntado, desde que comenzó su trabajo en el Centro; con todas las distracciones ocasionadas tanto por las misiones como por los deberes escolares, había dejado de cuestionarlo, guardando sus dudas en lo más profundo de su mente. Ahora, tumbada en el húmedo pasto, con un brazo roto y heridas que sangraban profusamente, podía ver todo muy claro.
Ella tenía el potencial para superar a Martin. Estaba segura de eso.
Escuchó un sonido de pisadas, alguien o algo se estaba acercando, después se desmayó.
Notas de la autora:
¡Hola! Esta es la nueva versión del capítulo dos, para los que ya lo habían leído. Tan solo modifiqué unas cuantas escenas relacionadas al personaje de Chloë y sus interacciones con los agentes, aunque estos cambios han sido mínimos. Espero les agrade.
