Capítulo 3: Más espeso que el agua

—Lo digo enserio, Java: ese es el mismo roble de hace unos momentos. Lo reconozco —aseveró Martin. Él y Java habían estado caminando en los alrededores de la garganta de Vikos por más de una hora, pero no llegaban a ninguna parte.

—¿Cómo saber Martin? Árboles verse igual —apostilló el cavernícola.

En efecto, los robles y los abetos que ahora dominaban aquel sendero eran completamente idénticos en apariencia; además, los pocos señalamientos que habían encontrado hasta ahora estaban escritos en griego. ¿Cómo se suponía que él leyera griego?

Martin presionó un botón de su reloj-u y un mapa holográfico se materializó frente a él.

—Esto es muy extraño: según este mapa, estamos yendo en la dirección correcta, pero...

—Raro —murmuró Java.

—Sí, lo sé, Jav. Es como si estuviéramos caminando en círculos.

—No. Hablar de cielo —dijo Java, apuntando hacia las nubes que ahora se arremolinaban arriba de sus cabezas.

Martin levantó la vista del reloj-u y miró hacia el horizonte: No solo el cielo se había tornado de gris oscuro —era demasiado pronto para que anocheciera—, sino que tampoco se veía o escuchaba a un sólo animal en los alrededores. Un silencio sepulcral había caído de pronto en el bosque.

—Sí, eso también es extraño. ¡Ah! ¡Maldita sea! Apuesto a que el reloj-u está roto o algo parecido —dijo Martin, agitando su muñeca izquierda. —Maldita porquería, siempre se tiene que descomponer en los peores momentos.

—Martin…

—Uno pensaría que el Centro tendría un mejor control de calidad, pero no es así. —Martin continuó con su diatriba, dándole ligeros golpecitos a la pantalla del reloj-u—. ¿Cómo se supone salve al mundo con este «equipo básico» si ni siquiera funciona? ¡Lo que no daría por tener ese reloj del CIHL!

—¡Martin!

Todavía con el ceño fruncido, el muchacho dirigió la vista hacia donde apuntaba su amigo cavernícola. Se talló los ojos un par de veces, incapaz de creer lo que estaba observando: una espesa niebla había aparecido de repente y ahora avanzaba hacia ellos, como si tuviera vida propia.

Okay, eso definitivamente es algo sobrenatural. ¡En tu cara Diana! —exclamó de manera triunfal.

Pero por supuesto, su hermana ya no los acompañaba.

«Hermanastra, no hermana. Hermanastra. Es una diferencia importante.»

Demonios, ¿por qué se había sentido tan culpable después de su última pelea? Nada de lo que había sucedido era culpa suya; Diana fue la que empezó, con sus ridículas bofetadas y su perpetua cara de estar oliendo mierda.

Desde que eran pequeños, Diana siempre se había mostrado incapaz de aceptar cuando se equivocaba, o cuando fallaba, o cuando alguien la superaba en algo. Hubo momentos durante su niñez en los que la había odiado por eso —en ocasiones, aún la odiaba—, y el odio parecía ser mutuo.

No, el odio definitivamente era mutuo.

—¿Qué hacer ahora?

—¿Eh? Pues tenemos que ver de dónde proviene esta niebla, Jav. No es como si tuviéramos muchas opciones. —Antes de que Java pudiera protestar, Martin añadió—: No te preocupes por Diana, te aseguro que la señorita sabelotodo llegó a la misma conclusión que nosotros… o quizá esté intentando explicar todo con algunas de sus inútiles «teorías científicas».

Martin suspiró. ¿Cómo se suponía que iba a resolver este caso si ni siquiera era capaz de ver más allá de su nariz o salir de este estúpido bosque?

—Más niebla.

—Sí, ya lo me di cuenta, Jav —replicó Martin poniendo los ojos en blanco—. ¡Creo que es hora de un análisis de baba!

Martin presionó un botón en el reloj-u y, en esta ocasión, un pequeño tubo de ensayo se materializó frente a él. Esperó a que la niebla los envolviera más, y luego recogió algunas gotas de rocío e introdujo la muestra en el escáner.

—Veamos... nada fuera de lo normal. Que decepción.

—¿Martin escuchar eso?

—¿Mmm?

—Sonar como... algo arrastrarse.

—¿Algo que se arrastra? —cuestionó Martin, sin levantar la vista del reloj-u—. ¿De qué estás hablando?

La niebla se hacía cada vez más espesa, impidiendo por completo la visibilidad. Cuando Martin finalmente levantó la vista de la pantalla del reloj-u, descubrió que su gigantesco amigo ya no estaba a su lado.

—¿Java? Java, ¿dónde estás?

Martin avanzó a tientas entre la niebla. Sacó de su arsenal los anteojos alfa, esperando que le ayudaran a encontrar a su amigo cavernícola; sin embargo, estos no registraban ninguna lectura de calor.

Era como si Java hubiera desaparecido de la faz de la tierra.

—¡Java!

Nada.

—¿Qué demonios está sucediendo aquí? —susurró Martin para sí mismo. Continuó intentando abrirse paso entre la espesa niebla; el tétrico sonido de la hojarasca quebrándose bajo sus pies era lo único que podía escuchar.

Hasta que logró oír los alaridos de dolor de Java.

Con adrenalina circulando por sus venas y todos los músculos ahora tensos, comenzó a correr hacia el lugar de donde creía que provenían los gritos del cavernícola. Llegó hasta donde este se encontraba sólo para alcanzar a ver como su gigantesco amigo era lanzando por los aires, como si se tratara de una simple muñeca de trapo.

—¡Java!

Antes de Martin pudiera acercarse a Java, un par de gruesas ramas lo sujetaron por el tobillo. Forcejeó con futilidad contra su atacante; al no ver otra solución, sacó el cortador-I y arremetió contra las ramas que lo apresaban.

Martin podría jurar que el roble dejó escapar un grito casi salvaje cuando una de sus ramas fue cortada.

«Estás imaginando cosas», se dijo a sí mismo.

Martin se puso en pie con rapidez y, después de quitarse la pesada mochila de su espalda, comenzó nuevamente a correr hacia los gritos de su amigo. No importaba hacia donde corriera, siempre terminaba topándose con algún árbol; era como si estos lo estuvieran siguiendo.

Otro par de gruesas ramas lo sujetaron por las piernas y por los brazos, impidiéndole alcanzar su reloj-u. Incapaz de moverse, Martin gruñó con frustración. Sus gritos y protestas fueron abruptamente silenciados cuando otra de las ramas se enredó en su cuello, apretando su tráquea.

El aire no entraba a sus pulmones. No llegaba suficiente oxígeno a su cerebro.

Martin se estaba asfixiando.

Algunas personas dicen que, cuando se está a punto de morir, uno puede ver pasar toda su vida ante sus ojos; Martin siempre consideró que eso no era más que un montón de estupideces. Estaba perdiendo la consciencia y en lo único en lo que podía pensar era en que no quería morir.

El mundo a su alrededor se tornó borroso.

Un alarido le llenó los oídos. Martin cayó pesadamente sobre su espalda y luego se desmayó.

Despertó un par de minutos después. El cuello le dolía, y comenzó a toser con desesperación. Aturdido y desorientado, se recostó nuevamente sobre la suave hojarasca.

Cuando por fin logró enfocar su vista fue saludado por el rostro angustiado Chloë. Se encontraba arrodillada frente a él.

—¿Chloë? —preguntó Martin con un hilo de voz, entre accesos de tos.

—Es mejor que no te muevas, Martin. ¿Puedes decirme qué tan graves son tus heridas?

—N-no es nada… —musitó el muchacho con voz débil. Inhaló profundamente e intentó ponerse de pie, pero la fatiga y el dolor pudieron más que él—. ¿Dónde están Diana y Java?

Martin frunció el entrecejo al darse cuenta de lo que había preguntado.

Se dijo así mismo que lo había hecho por costumbre y nada más, o tal vez por un sentido del deber. Si, por supuesto que esa era la única razón. Por más que detestara a Diana en estos momentos, ella seguía siendo parte de su familia, y él no podía evitar preocuparse por ella, simplemente no podía; además, ¿qué diría su padre o su madre si regresaba a casa sin ella? Estaba seguro de que nunca se lo perdonarían.

—Java se encuentra bien. Lo lamento, pero no sé dónde pueda estar tu hermana —contestó la muchacha, señalando con su dedo índice al gran cavernícola. Martin dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio a su amigo, el cual solo parecía encontrarse un poco aturdido.

—Chloë, me alegra mucho verte, pero ¿qué estás haciendo aquí?

La muchacha desvió la mirada antes de contestar la pregunta.

—Yo… me sentí culpable después de que ustedes se marcharon, después de todo, también soy un agente del Centro; pensé que podrían necesitar de mi ayuda y… no podía abandonarlos. Digo, no s-sé cuánto pueda a-ayudarlos, pero haré lo que pueda.

Martin le sonrió. Se llevó una mano hacia su adolorido cuello y se dio cuenta que las ramas habían dejado marcas en su piel; estaba seguro de que se le formarían moretones al día siguiente.

Esos jodidos árboles habían intentado matarlo.

—¿Estás bien? —preguntó la muchacha, arrugando el ceño.

—S-sí, claro, solo necesito… recuperar el aliento. —Con un poco de dificultad, Maritn logró apoyarse sobre los codos. —Tenemos que encontrar a Di, puede estar en peligro.

—La agente Lom… ¿Diana? ¿Qué sucedió con ella? ¿Por qué no está con ustedes?

Martin se mordió el labio inferior, sintiéndose casiavergonzado.

—Bueno, es que tuvimos una pelea. Diana decidió investigar por su cuenta.

—Entiendo —respondió Chloë secamente. Se levantó y luego se limpió las manos en su chaqueta—. Por favor, esperen aquí, creo que vi sus mochilas por allá; voy a traerlas.

—No hay tiempo que perder, tenemos que encontrar a Diana antes de que resulte lastimada.

Chloë asintió.

—Entiendo tu preocupación, Martin, pero primero deben descansar un poco. Ni tú ni Java están en condiciones de continuar con la investigación, al menos no de momento.

—Pero…

—Espera aquí, por favor.

—Oye, ¡detente! ¡Regresa aquí! —gritó Martin, pero la muchacha no le prestó atención.

La figura de Chloë desapareció tras la espesa niebla y Martin logró finalmente ponerse en pie; resollando y con un sudor frío todavía escurriéndole por la frente, se acercó hasta Java, quien se encontraba sentando a la sombra de un abeto.

—Java, ¿estás bien? ¿Cómo te sientes?

—Cabeza y espalda doler —contestó el cavernícola, llevándose las manos al cuello.

—Te entiendo; yo siento como si me hubiera pasado un camión por encima. El estrangulamiento es algo que no quiero volver a experimentar —declaró el muchacho en un tono jovial.

—¿Pensar que Diana estar bien? —preguntó Java mientras se ponía en pie al parecer si ningún esfuerzo. Ciertamente, era mucho más resistente que Martin.

—No lo sé, amigo. Eso espero —murmuró Martin. Traición o no traición, pelea o no pelea, no iba a permitir que nada ni nadie lastimaran a su hermana; no si él podía evitarlo—. Vamos, Java, hay que ir a buscar a Di.

—¿Qué hacer con Chloë? No poder dejarla aquí.

Martin dejó escapar un suspiro; aunque a Chloë no le agradara la idea, la prioridad del joven era encontrar a Diana. Si bien la muchacha les acababa de salvar la vida, y su reloj-u les podría resultar muy útil tomando en cuenta los peligros que seguramente se avecinaban, él no deseaba tener que seguir andando con pies de plomo cada vez que le dirigía la palabra. Chloë parecía alguien muy sensible, y era difícil saber de qué forma actuaría si las cosas llegaban a volverse más peligrosas de lo que ya eran.

«Pero… vino hasta aquí e incluso nos salvó. Tal vez no es tan delicada como parece».

A pesar de todo, no podían simplemente marcharse y dejar a la joven a su suerte en ese bosque, y mucho menos con todos esos árboles asesinos andando por ahí.

Pasados unos diez minutos, Chloë regresó con ambas mochilas. Las colocó en el suelo y les entregó a los muchachos dos botellas de agua potable, además de un par de barras nutritivas.

—Entonces, es hora de que continuemos con nuestra investigación, ¿no lo creen? —preguntó Martin, guardándose la envoltura de la barra en uno de sus bolsillos.

—Pero caminar en círculos. Java no querer hacer eso otra vez.

Chloë pestañeó un par de veces, confundida por las palabras del cavernícola.

—¡No me lo recuerdes! Este jodido bosque… —Al ver la mirada de desaprobación de la muchacha, Martin tragó saliva y luego aclaró su garganta—. Quiero decir, Java y yo estuvimos caminando en círculos poco antes de que la niebla apareciera y esos robles nos atacaran. ¿Tienes alguna idea lo que pueda estar sucediendo, Chloë?

—N-no, la verdad n-no lo sé —respondió la joven cabizbaja, desviando la mirada una vez más—. En verdad lo lamento. Me gustaría poder serles de más ayuda.

—No te preocupes —dijo Martin, colocando una mano sobre el hombro de la muchacha y lo apretó de manera reconfortante—. Hemos salido de peores situaciones, créeme.

—¿A dónde ir ahora? —preguntó Java.

—Considero que lo mejor es que nos apeguemos al plan original. Debemos encontrar a las personas desaparecidas cuanto antes nos sea posible —apuntó Chloë.

—¡Diana puede estar herida, o peor! —gritó Martin.

—E-entiendo t-tu preocupación, Martin. —Chloë fijó la vista en el suelo durante un momento, pero enseguida volvió a mirar a Martin y, apretando los puños a los costados, le dijo—: Escúchame, Diana puede estar en cualquier parte del bosque, y ni siquiera tenemos idea de dónde comenzar a buscarla. Nuestro deber como agentes del Centro es darle prioridad a nuestra misión; tenemos que rescatar a las personas desaparecidas, y terminar con el peligro que acechaba estos bosques.

—¿Deber? ¡Deber! —vociferó Martin, sujetando a la muchacha por los hombros—. ¡Eso no me importa! ¡Lo que me importa es mi hermana!

—Suélteme, agente Mystery —dijo ella con voz severa.

Algo sorprendido por su tono de voz, Martin soltó los hombros de la joven y se ruborizó.

—Comprendo que estés preocupado por el bienestar de tu hermana, pero estoy segura de que ella puede valerse por sí misma; después de todo, ella también es una agente entrenada. ¿O no?

La mirada casi sombría de Chloë hizo que a Martin se le erizaran los vellos de la nuca.

—Tú no lo entiendes. La seguridad de Diana es mi responsabilidad.

—Lo comprendo mejor de lo que crees. —La muchacha le sostuvo a Martin la mirada, su tono —. Aunque yo soy la menor, mi trabajo es velar por el bienestar de mi familia, por sobre todas las cosas.

—¿Hablas de tus hermanas? Ellas… ¿son tu responsabilidad? —preguntó Martin. Chloë asintió.

Ninguno de los dos habló o se movió; solamente se quedaron de pie, mirándose fijamente el uno al otro en un incómodo silencio.

—Veo que no te haré cambiar de parecer —dijo ella finalmente, cruzándose de brazos y dejando escapar un suspiro de resignación—. De acuerdo, te ayudaré a buscar a tu hermana, pero en verdad pienso que lo mejor sería continuar con la investigación.

—Lo sé… pero por favor entiende, no puedo simplemente abandonar a mi hermana.

Aun cuando hiriera su orgullo el admitirlo, a Martin le era difícil analizar objetivamente sus opciones; después de todo, su hermana era la inteligente, la racional, la perceptiva, y la que tenía la capacidad de compartimentar sus emociones.

Al menos eso era lo que todo el mundo le decía.

«Vamos, puedes resolver este caso tú solo, no necesitas a Diana».

No, por supuesto que no necesitaba a Diana, ella era quien lo necesitaba a él, y siempre había sido así; pero ahora estaba sola, perdida en un bosque lleno de árboles asesinos y sin ninguna forma de defenderse.

Él le había fallado.

¡Al demonio con eso! Él no tenía la culpa; no, ella fue quien lo traicionó primero, quien los traicionó a todos. Ella fue quien se unió a una organización rival que casi destruye el Centro solamente porque no pudo soportar la idea de que él, el tonto y mediocre Martin Mystery, fuera admirado por alguien. Ella fue a la que ni siquiera suspendieron o amonestaron por lo que había hecho, en lugar de eso, solamente le dieron una palmadita en la mano y la recibieron de nuevo con los brazos abiertos.

Ella fue quien demostró ser el mejor agente de los dos.

Parecía que Diana ya no lo necesitaba, parecía que se había vuelto mejor que él en algo a lo que ni siquiera le daba la suficiente importancia —Diana, la eterna y tozuda escéptica—, y eso era lo que más le enfurecía.

Ser un agente era lo único que él tenía —la única cosa en lo que era bueno—, su mayor orgullo, y no iba a dejar que Diana se lo arrebatara, así como ya le había arrebatado tantas otras cosas.

«¿Y se supone que crea que tú eres el mejor agente de los dos?»

«No necesito que me cuides, Martin. Ni ahora, ni nunca.»

—¿Agente Mystery?

La voz de Chloë lo hizo volver en sí.

—Ah, sí, ¿qué sucede? —preguntó distraídamente.

—¿Martin estar bien? —cuestionó Java.

—Sí, claro, sólo estaba pensando. —Martin se rascó detrás de la nuca—. Chloë, ¿crees que puedas guiarnos hasta la garganta de Vikos?

—Por supuesto, pero ¿por qué? —preguntó Chloë con algo de brusquedad—. Q-quiero decir… pensé que preferirías tomar el liderazgo y buscar a tu hermana.

—Bueno, sí —Martin se sonrojó ligeramente—, pero tú eres la guardabosque, supongo que debes conocer estos caminos mejor que nosotros —respondió el muchacho, encogiéndose de hombros—. Créeme, Java y yo ya estamos cansados de caminar en círculos.

—Supongo. —La joven agente arqueó una ceja—. Pero ¿qué sucederá con la agente Lombard? Acabas de decirme que no podías abandonarla. ¿Qué te hizo de pronto cambiar de parecer?

—Es solo que… Ella estará bien, tú misma lo dijiste: ella es una agente y puede cuidarse sola —dijo Martin sin mucha confianza en sus propias palabras. Fijó su vista al frente y enderezó su postura, moviendo sus hombros hacia atrás—. Vámonos. Tenemos una misión que cumplir.

Martin había tomado una decisión: Encontraría las personas desaparecidas, atraparía quien quiera que fuera que estuviera detrás de todo esto, y resolvería este caso sin ayuda de Diana; les probaría a todos que él no la necesitaba, que ella no era mejor que él.

Con renovada determinación, Martin, Java y Chloë, se pusieron en marcha hacia el centro de la Garganta de Vikos.


La niebla que los había acechado momentos antes había desaparecido por completo, como si nunca hubiera estado ahí en primer lugar; el cielo había recuperado su color azulado habitual. Chloë se abrió paso entre la profusa vegetación con facilidad, y ahora el sinuoso y escarpado sendero los conducía a lo largo de uno de los muchos acantilados que dominaban el paisaje. Martin caminaba lentamente detrás de la muchacha, mientras que Java se había quedado considerablemente rezagado.

En ocasiones, la muchacha se detenía y colocaba sus manos sobre los troncos de los árboles, como si esperara que estos le mostraran el camino. Martin se preguntaba si se trataba de alguna forma de navegación que él no conocía.

—¿Por qué tener que subir? —preguntó Java mientras limpiaba el sudor que escurría de su frente.

—¿Qué pasa, Jav? No me digas que tienes miedo a las alturas —cuestionó Martin, deteniendo su caminar un segundo. El cavernícola asintió. —No te preocupes, ya no falta mucho, ¿verdad?

—Así es —respondió Chloë, esbozando una pequeña sonrisa hacia el cavernícola—. No tengas miedo, Java.

—Pero es una buena pregunta —añadió Martin—, ¿por qué vamos de subida? ¿A dónde vamos?

—Esto nos permitirá tener una vista panorámica del bosque. Además, aún tenemos que llegar hasta la ruta de senderismo que atraviesa toda la Garganta de Vikos, y esta es la forma más rápida de hacerlo —respondió la muchacha—. Ese sendero es también la forma más segura de llegar hasta el corazón del parque.

—Ah, claro, claro, tú eres la guardabosque, Chloë. Digo, la agente, ¿agente-guardabosque? —balbuceó el joven mientras pateaba una de las pequeñas rocas que se encontraban el sendero. Al menos Chloë volvía a llamarlo por su nombre de pila.

Tal vez, cuando todo esto terminara, la invitaría a salir.

Martin sacudió la cabeza. No, Diana estaba en peligro, no era momento de pensar en eso.

O quizá sí lo era. Después de todo, Diana no estaba ahí para meterse en sus asuntos amorosos, ni para sermonearlo como sólo ella sabía hacerlo. ¿Por qué le importaba tanto si él salía o no con alguna chica? Él no tenía la culpa de que ella fuera patética e increíblemente impopular en la academia, o de que asustara con su seriedad y su mal genio a todos los muchachos que se le acercaban.

Por supuesto que se había preocupado por la clase de muchachos en los que su hermana se fijaba —hubo un tiempo en el que Diana había andado tras de Marvin. ¿Es que acaso no tenía auto-respeto?— pero eso era algo totalmente diferente; él nunca se había interpuesto de forma directa entre Diana y su potencial «novio», ni siquiera cuando este era una persona tan tonta y detestable como Marvin. Además, el proteger a Diana era su deber, no al contrario.

Si. Este era el momento perfecto para hacerle aquellaimportante pregunta a Chloë.

—Oye, Chloë, me preguntaba si… bueno… —comenzó a decir Martin.

—¿Sí? ¿Qué sucede? —preguntó ella, girando ligeramente su mirada hacia él, pero sin detenerse.

—Estaba pensando que… ya sabes, cuando rescatemos a esas personas, quiero decir, después de que las rescatemos…

Martin tragó saliva. Las palabras no querían salir de su boca, por más que intentara sacarlas.

—Bonito —murmuró Java. Se había detenido a contemplar el paisaje que se extendía frente a ellos: las escarpadas paredes de roca caliza de los acantilados rodeaban un estrecho río, el cual se zigzagueaba a todo lo largo del bosque, para luego perderse en el horizonte.

Desde esa altura, apenas y se alcanzaban a distinguir los tejados de las casas. Martin se preguntó exactamente cuántas personas vivían en aquellas villas y poblados, y si estaban al tanto de los acontecimientos que habían transpirado en el parque. Se preguntó si habrían perdido familia o amigos debido a cualquiera que fuera lo que acechaba en esos bosques.

¿Encontrarían a las personas desaparecidas con vida?

Un escalofrío le recorrió la espalda. En realidad, no había contemplado la posibilidad de que no hubiera personas a quienes rescatar —no deseaba hacerlo, no—, de que hubiera transcurrido demasiado tiempo y todas aquellas vidas se hubieran perdido para siempre.

De que él, una vez más, hubiera fallado como agente.

—Tienes razón, Jav. —El joven dejó escapar un suspiro, sus intentos frustrados de coqueteo y su creciente vergüenza ahora olvidadas—. ¿Te imaginas como se ha de ver el cielo durante la noche, con todas esas brillantes estrellas? Es una vista perfecta para una cita.

—No sabía que fueras un romántico, Martin —dijo Chloë, llevándose una mano a la barbilla y sonriendo de forma burlona.

—Ah, n-no l-lo soy, sólo creo que… —musitó él, ruborizándose hasta las orejas. Había dicho lo primero que se le había venido a la mente, y ahora se arrepentía. No quería que Chloë pensara que era un chico sensible y, por lo tanto, patético.

—Martin no ser romántico. Martin no tener suerte con chicas —apostilló el cavernícola.

—¡No es cierto! —exclamó el aludido a todo pulmón—. Digo, por el momento no tengo novia, pero no es porque no quiera, es decir, yo estoy… esperando a la chica indicada. Sí, eso es: estoy esperando a la chica indicada.

Chloë se cubrió la boca con una mano, como queriendo ocultar una risita.

—Te entiendo, Martin. Yo tampoco tengo suerte ni en el cortejo ni en el romance. Mis hermanas siempre dicen que me enamoro «muy rápido», y que «no pienso bien las cosas» cuando se trata de esos temas. —Al ver las miradas confusas que intercambiaron Java y Martin, la muchacha se sonrojó—. Oh, por favor discúlpenme por aburrirlos con mis problemas amorosos. Estoy segura de que no es algo que deseen escuchar.

—¡Para nada! ¡Eso no nos molesta! —Se apresuró a decir Martin, quizá con demasiada efusividad—. Q-quiero decir, tal vez deberíamos continuar con nuestro camino, ¿no crees? —añadió él, tratando de recuperar su compostura. Chloe asintió, aunque sus mejillas seguían estando rojas como tomate.

Maldición, ¿por qué tenía que ser tan linda y amable? ¿Qué no se daba cuenta de que lo estaba distrayendo?

«Vamos, concéntrate. Ya habrá tiempo para invitarla a salir. Ya habrá tiempo para que te rechace como todas los hacen», pensó el muchacho con cinismo mientras comenzaba a andar nuevamente. El rechazo, no solo por parte de las chicas bonitas, no era un extraño para él, y dudaba que algún día fuera a serlo.

«Ahora estás siendo melodramático. Perfecto».

Finalmente, después de más de media hora, descendieron. El sendero los llevó hasta un arroyo de aguas verdes y cristalinas, el cual formaba parte del río que atravesaba justo a la mitad de la Garganta de Vikos. Agotados después de subir y bajar por aquellas innumerables pendientes, los agentes decidieron detenerse a tomar un descanso a sus orillas.

—Chloë, tengo que admitir que —dijo Martin, mientras se dejaba caer sobre la blanca tierra, la cual tenía una textura más parecida a la arena—, si esto no fuera una misión de vida o muerte, no me molestaría acampanar a las orillas de este río, aunque fuera solo por una noche.

—Java gustar también —dijo el cavernícola, quitándose la pesada mochila de la espalda y dejándola caer al suelo.

—Me alegra oír eso —dijo Chloë, sonriendo. Se encontraba de pie junto a Martin, su mirada seria y algo distante—. Aunque no lo crean, hoy en día muy pocas personas se detienen a apreciar la belleza de la naturaleza.

—Oh, vamos, suenas como mi maestra de ciencias —intervino Martin poniendo los ojos en blanco—. Este es un Parque Nacional, ¿no? La mayoría de las personas que vienen son campistas, turistas o ñoños; y la única razón por la que vienen aquí es para «apreciar la naturaleza».

—¿«Ñoños»? —preguntó la joven, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado.

—Personas como mi hermana: sabelotodos, ñoños —aclaró el muchacho, agitando una mano despectivamente—. Ya sabes, esos ñoños que se la viven estudiando y no hacen nada más.

—Lo lamento, pero no estoy familiarizada con ese concepto. ¿Qué tiene de malo estudiar o adquirir conocimientos?

—Créeme, si fueras a la Academia Torrington, o a cualquier preparatoria del mundo, lo entenderías.

—Si tú lo dices. La verdad es que nunca he asistido a la escuela.

Atónito por aquel comentario, Martin apenas alcanzó a preguntar:

—¿Nunca has ido a la escuela?

La joven negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Eh… entonces, ¿fuiste educada en casa o algo así?

—Así es. Fui educada junto con mis hermanas más jóvenes —respondió Chloë como si esto fuera lo más natural en el mundo.

—Vaya —musitó Martin, rascándose detrás de la nuca. Nunca había conocido a un adolescente en aquella situación. De todos modos, ¿qué edad tenía Chloë? No parecía mucho mayor que él o que Diana, y sin embargo hablaba de una forma muy extraña; a veces sonaba más como uno de esos aburridos adultos, y no como una adolescente. Quizás el hecho de que nunca hubiera asistido a una preparatoria normal explicaba esa peculiaridad, o quizás era porque estaba hablando en un idioma que no era el suyo.

Martin se puso de pie y estiró los brazos sobre su cabeza. Se acercó hasta la orilla del río y remojó sus manos en el agua cristalina.

—El agua no es muy profunda, creo que podemos cruzar por aquí.

—Profundo o no, sigue siendo peligroso salirnos del sendero marcado —repuso Chloë.

—Estar de acuerdo —añadió el cavernícola.

—¡Vamos, Java! ¿Dónde está tu espíritu aventurero? —Martin dio un paso y se adentró en el agua aun con los zapatos puestos. Chloë lo siguió de cerca, con el ceño fruncido y los ojos fijos en el agua—. Podemos cortar camino por aquí, estoy seguro.

—Por favor, agente Mystery, salga de ahí en este instante.

—En un momento, y dime Martin, por favor. Te juro que a veces suenas igual que mis maestros en Torrington, o incluso igual que Diana. La verdad no sé cuál de los dos es peor —repuso él mirando sobre su hombro. El agua le llegaba poco más arriba de las rodillas—. Demonios, está más fría de lo que pensé.

Martin salió del río y, aunque todavía llevaba puesta su chaqueta térmica y sus botas de campismo, comenzó a tiritar.

—Muy bien, regresemos a ese dichoso sendero —dijo él, para luego aclararse la garganta.

Chloë se acercó hasta al muchacho y colocó una mano sobre su antebrazo.

—Sí, pero primero te…

La joven agente no logró terminar su frase. Dio un respingo y retrocedió un par de pasos, su rostro contrayéndose en una mueca de asombro y miedo.

—Chloë, ¿qué sucede? —preguntó Martin. Su reacción lo había tomado completamente desprevenido.

—No podemos quedarnos aquí; tenemos que irnos. Ahora. —Chloë se dio media vuelta y comenzó a alejarse. Martin observó los alrededores por el rabillo del ojo, buscando aquello que había causado semejante pavor en la chica, pero lo único diferente en el ambiente era aquella densa niebla.

Niebla. Eso significaba que esas «criaturas» estaban cerca. Chloë debió haberlo notado también.

—Está bien, vámonos —dijo Martin, no sin antes observar nuevamente los alrededores por el rabillo del ojo. Metió las manos en los bolsillos y comenzó a andar detrás de ella.

O eso hubiera hecho, de no ser por la larga y gruesa rama que ahora sujetaba su tobillo izquierdo y le impedía avanzar.

«Aquí vamos de nuevo», pensó Martin mientras era arrastrado y levantado en el aire. Todavía colgando de cabeza, alcanzó a escuchar las voces de Java y Chloë gritando su nombre. Se preparó para sacar su cortador-I.

—¡Espera, Martin! —exclamó Chloë—. Por favor, no le hagas daño a ese árbol.

—Pero ¡qué dices! ¿Es que no has notado que es el árbol el que trata de hacerme daño?

Por favor.

Antes de que Martin pudiera decir algo, la muchacha se acercó hasta el árbol y colocó una mano sobre su tronco. Martin suspiró aliviado cuando sintió que la presión en su pierna menguaba.

Cayó de sentón, farfullando una sarta de palabras malsonantes y haciendo un recuento mental de las veces en las que había terminado desparramado en suelo durante esta misión. Definitivamente le pediría un día de vacaciones a Billy en cuanto regresara al Centro.

—Bueno, gracias por el rescate, pero te aseguro que lo tenía todo bajo control —masculló Martin, limpiándose la tierra de sus pantalones.

«¿Qué demonios acaba de suceder?»

—Por supuesto —dijo la muchacha, y Martin podía jurar que se estaba burlando de él, a pesar de su dulce sonrisa.

—Java no gustar árbol —declaró el cavernícola mientras se acercaba a los dos agentes; tenía ambas manos cerradas en puños, estaba listo para defenderse de ser necesario.

Martin asintió, para luego dirigirse hacia el gigantesco roble. Ya había tenido suficiente de este bosque, de los árboles asesinos, y del secretismo de Chloë. ¿Podría estar ocultándole algo al Centro? Su cerebro le decía que sí, pero su instinto y sus emociones le decían que era injusto desconfiar de alguien que no había mostrado, hasta ahora, nada más que amabilidad.

—¿Qué estás haciendo?

—Lo lamento, Chloë, pero necesito tomar una muestra de la corteza y mandarla al Centro. Estos «árboles» pueden ser la clave para resolver el misterio de las desapariciones —replicó Martin, el cortador-I reluciendo en su mano.

—¡No! ¡Detente! —exclamó la joven sujetando el brazo del Martin e intentando, fútilmente, arrebatarle el cortador-I de la mano—. No hagas eso, por favor. Sólo lograrás que se enfaden.

—¿«Se enfaden»? ¿Quiénes se van a enfadar? —preguntó él, enarcando ambas cejas.

—Los espíritus del bosque.

—¿Qué espíritus? Tú nunca mencionaste algo sobre espíritus.

—No creí que fuera relevante en su momento —dijo ella, sus ojos marrones suplicantes—. Por favor, Martin, te lo explicaré todo, lo prometo… pero no lastimes a ese árbol.

Martin miró a la muchacha con los ojos entrecerrados. Era más que obvio que les había estado mintiendo y ocultando información desde que llegaron al parque, pero, ¿por qué razón? ¿Por qué molestarse en llamar al Centro si estaba trabajando para esas criaturas?

—No voy a lastimar al árbol —dijo por fin Martin—. Solo tomaré una pequeña muestra y nada más. Será rápido.

Chloë sacudió la cabeza e intentó nuevamente arrebatarle a Martin el cortador-I, pero este la superaba en estatura y fuerza física, por lo que no le fue muy difícil apartarla de su camino. Se acercó hasta el roble y comenzó a cortar pequeños trozos de su corteza.

—¡Cómo te atreves!

La voz reverberó por el bosque, y Martin buscó con la mirada a su dueño; ciertamente se trataba de una voz femenina, pero era demasiado grave para pertenecer a Chloë.

—¡Martin, ten cuidado! —gritó Chloë detrás de él.

Una fuerza sobrenatural empujó al muchacho lejos del roble, dejándolo en suelo y sin aliento. Adolorido, se llevó ambas manos al abdomen.

—Pero ¿qué…? —alcanzó a decir Martin entre dientes. Observó como la corteza de aquél gran roble comenzaba a desprenderse, como si de piel se tratase. Algunas de sus ramas se transformaron en brazos y manos, las gruesas raíces adquirieron forma de piernas y pies, y del tronco ahora sobresalía una silueta humana, una silueta decididamente femenina.

El árbol permanecía en su lugar, no se había transformado en un ser humano, sino que de este se había formado uno.

Se trataba de una mujer de piel del color del musgo y desnuda de pies a cabeza; aunque su larga cabellera, que parecía estar hecha de hojas, cubría la mayor parte de su cuerpo.

—A-ah, supongo que tú eres uno de los «espíritus del bosque», o como sea que se llamen ustedes —murmuró Martin, ruborizándose.

—Bien hecho, hermana. —La criatura ignoró por completo a Martin. Su tono era sarcástico, burlón—. No sólo te encuentro fraternizando con el enemigo, sino que también te atreves a guiarlos hacia el corazón de este bosque. Tus actos son imperdonables. —La mujer entornó los ojos hacia Chloë —. No eres más que una patética y despreciable traidora.

—¡Oye! ¡No le hables así! —exclamó Martin, a pesar de no estar seguro de lo que estaba sucediendo, o de qué lado estaba Chloë. Volteó a ver a la muchacha y preguntó con voz ronca—: ¿Hermana? ¿Por qué te llamó hermana?

Ella no respondió, ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos. Se acercó hasta él e intentó colocar una mano en su antebrazo. Martin retrocedió de forma casi instintiva.

—Martin, por favor déjame explicarte: Ella es una de las dríades, las ninfas que protegen este bosque y sus alrededores.

Robles. Ninfas. Dríades. Por supuesto que eran dríades, era tan obvio ahora. Después de todo, estaban en Grecia, el lugar de origen del mito de las ninfas que habitaban en los árboles y se encargaban de proteger los bosques.

—Tú lo sabías, ¿verdad? Todo este tiempo has estado ocultándolas del Centro —espetó hacia Chloë, su rostro lleno de rabia.

—Era necesario que lo hiciera —repuso ella sin entonación alguna en la voz—. Sé muy bien cuál es el destino de las criaturas sobrenaturales que son capturadas por el Centro. —La muchacha levantó la vista hacia la dríade—. Hermana, debes detenerte. Esto ha llegado demasiado lejos.

—¿Tú crees? —preguntó Martin con sarcasmo, interrumpiendo a la joven—. Decenas, quizá cientos de personas desaparecidas, pero tú apenas estás cayendo en cuenta de que esto ha llegado «demasiado lejos». ¿En qué demonios pensabas? ¿Cómo pudiste ayudar a estos… a estos monstruos?

—Tú no sabes nada sobre mí, o sobre mis razones —espetó Chloë.

—Tal vez, pero sí sé que esto no está bien.

—¿Esto? ¿Acaso tienes idea de lo que está ocurriendo, muchacho? —preguntó la dríade, levantando una verdosa y delicada mano. Martin notó como esta comenzaba a adquirir un tono marrón; era como si todo el cuerpo de la dríade ahora estuviera cubierto por una gruesa corteza. Sus cabellos se solidificaron, convirtiéndose en delgadas ramas que ahora sobresalían de su cabeza—. No, por supuesto que no la tienes. Ustedes los «agentes» siempre atacan y lastiman antes de preguntar.

—¡Detente! —exclamó Chloë, colocándose entre Martin y la dríade.

—Lo siento, hermana. Intentamos razonar con él y con sus compañeros, pero es obvio que ellos son iguales a todos los otros humanos: se niegan a escucharnos.

—¿«Escucharlas»? ¡Ustedes intentaron matarnos! —gruñó Martin—. ¡Y en más de una ocasión!

—Silencio, humano.

Los brazos de la dríade habían tomado la forma de unas afiladas cuchillas; con un simple movimiento de la muñeca, arremetió contra los agentes. Martin apenas y alcanzó a activar el escudo-u para proteger a todos del ataque, incluyendo a Chloë.

Una vez que el escudo se desvaneció, Java se abalanzó sobre la dríade para tratar de deteneral, pero la ninfa simplemente lo sujetó con sus ahora gigantescas manos, y lo lanzó por los aires sin miramiento alguno. El cavernícola apenas estaba poniéndose de pie cuando la dríade lo atacó nuevamente, sujetándolo de pies y manos por medio de las raíces que se asomaban del suelo, impidiéndole cualquier movimiento.

Los ojos verdes de la dríade resplandecieron. Se preparaba para atacar de nuevo.

Martin trató de esquivar el ataque, pero sus piernas ahora se encontraban sujetas al suelo. Sin el escudo-u se encontraba completamente desprotegido. Cerró los ojos, esperando su final.

Pero este nunca no llegó.

Al abrir los ojos, se quedó boquiabierto con incredulidad: frente a él, en el lugar donde antes había estado Chloë, se encontraba una dríade.


Notas de la autora:

¿Chloë y Martin como pareja? Quizá en los sueños más descabellados del muchacho. Sólo digamos que Martin no concuerda en lo absoluto con las preferencias de Chloë ;)

Gracias a todos los que han leído y comentado hasta ahora.