Despertar...
"Su madre, su abuela estaban con él. Se sentía en paz, feliz, completo como hacia mucho tiempo. Oía la voz de su madre cantando una canción de cuna, la de un hombre que se quejaba. Su puso era la voz de su padre. Abrió los ojos y con una gentil caricia su madre calmó su sueño perturbado"...
Oscar no supo donde más buscar ni a quién recurrir. Unas semanas atrás había visto partir a su esposo con algunos hombre para vender una tropilla de potrancos hasta la región de Caen. Después del suceso de los soldados preferían mantener lejos de la vista y oídos de extraños la hacienda. Napoleón avanzó en su locura y era posible que les expropiaran varios equinos para el ejército. Carlos quinto, rey de España, abdicó el trono a favor de su hijo Fernando convirtiéndolo en rey El sur del país estaba en guerra. También los vecinos paises del norte fueron avanzando contra Rusia.
Partió André en el mes de abril. Llevó consigo unas once bestias jóvenes para cumplir con un pedido. La venta se realizó con éxito y el dinero fue hallado por las autoridades locales junto a los cadáveres de los cuatro hombres que acompañaban a André. Las carretas, ni las pertenencias personales, habian sido saqueadas. Solo faltaba él
Pasó diez dias desde la partida de André cuando un mensajero de Caen se apersonó en la , la esposa de André, con manos temblorosas abrió un sobre que contenía las desagradables noticias. Fue acompañada por Alain, un viejo amigo y compañero de armas, para constatar los sucesos. Dejó a sus hijos en la casa de sus amigos en el centro del pueblo y al capaz de la hacienda en la casa mayor a cargo de todo.
En Caen el mayor la recibió de buena gana. Los condujo hasta la parte del camino en la cual se produjo la emboscada. Es un camino principal conecta un pueblo con otro les explicaron los lugareñ transito de ese día y a la hora estimada del ataque no pasó por ahi ninguna persona que pudiera ser testigo. Lamentablemente las lluvias primaverales barrieron parte de las huellas. La milicia apostada en esa zona ayudó todo cuanto pudo. La persona que compró los potros colaboró con ellos contestando todas y cada una de las preguntas que le realizaron. Además ofreció dinero para costear los funerales de los trabajadores asesinados. Incluso interrogaron a los aldeanos de un pueblo y del otro en busca de pistas. Quién realizó la desaparición de André era un profesional. Oscar obsesionada por encontrar algo revisó cada trozo del camino. Para su desdicha la zona era una frontera, y las autoridades de Caen se hicieron cargo del caso. El mayor insistió en cerrar el caso y notificar a las autoridades eclesiásticas para otorgarle a Oscar un acta de defunción. Por fortuna el obispo se negó a que tal acta fuera elaborada porque consideró que la mujer (Oscar) tenía razones de peso para suponer que su esposo aún vivía. El mayor quedó frustrado. El obispo local le recomendó a Oscar buscar consuelo y tener mucha esperanza. También, añadió, que le informasen sobre cualquier noticia que obtuviera. Tras una infructuosa semana en la región de Caen, Oscar accedió regresar a su hogar por el bien de sus hijos.
Ni bien regresó sus pequeños la recibieron con el enorme peso de no tener noticias. Quienes ejecutaron el ataque desaparecieron y el poco rastro que pudieron dejar fue borrado por el clima. Todo indicaba que la persona que buscaban era a André Grandier. Oscar interrogó tanto como había sido interrogada no durmió en días registrando la zona bajo la lluvia y el viento frio. La impotencia se hacía presente entre todas las personas cercanas de la familia Grandier. Bajo un aspecto inquebrantable esperó día tras día una noticia o señal que la condujera de nuevo a su esposo. Mientras el trabajo duro era un aliciente para el dolor del alma. Como madre ella ve en sus hijos el reflejo de su dolor. Intuyó que su hija pensó en una posible persona que pudiera ser la mente tras la desaparición de André. Como también ese pensamiento persistía en ambas
Isabelle de camino a la hacienda se sintió falta de aire. El tiempo en casa de Rosalie se transformó en eterno. Aunque se mantuvo ocupada ayudando al doctor, se sentía inquieta e impotente de tan solo esperar noticias. No quiso,, ni pudo escribir a su novio. Era tonto ocultarlo, pero cómo escribir que su padrino desapareció sin dejar rastro tras una emboscada. Estuvo tentada de escribirle varias veces necesitó su consuelo pero también él tenía que continuar estudiando tranquilo en París. Incluso en una ataque de valentía le pidió a Rosalie , la madre de su novio, no comentarle nada acerca de tan triste situación. Isabelle pensó que solo existía una sola persona capaz de dañar a su padre para dañar a su madre y a ella misma . Una persona que pudo sobrevivir pero que no se detendría ante nada Jerome. Supo que su madre, Oscar, pensó también esa posibilidad y de todas las situaciones posibles aquella idea tomaba fuerza. El regreso a la hacienda fue desolador. Miraron por costumbre hacia los establos esperando ver a André recibirlos. Reírse con ellos de nuevo argumentando un mal entendido por parte de las autoridades de Caen. Que nunca sucedió nada y él estaba sano y salvó de regreso en casa.
Un horrible dolor punzante en la espalda lo obligo a salir de su sueño calmo. Parpadeo varias veces para adaptarse a la luz que había en la habitación. Percibió aromas que no reconoció. Observó el alto techo de madera el sitio en el que estaba no pertenecía a ningún lugar que le fuera familiar. Sin previo aviso el rostro de una niña se asomó. La pequeña le brindo una enorme sonrisa radiante y antes de que pudiera formular alguna pregunta esa personita desapareció. No supo cuánto tiempo pasó hasta que por encima asomó el rostro de una mujer que confundió con su madre. André Grandier quedo en estupor la mujer se acercó, revisó sus ojos. Cuando se alejó un poco de su rostro sintió los dedos de ella envolver su muñeca supuso que buscó sentir su pulso. Fue en ese momento donde la miró con claridad disipando los últimos vestigios de su sueño. La joven se retiró de su campo de visión. Oyó con más claridad un sin fin de sonidos que rompieron la atmósfera silenciosa de la habitación. Intentó girar la cabeza para ver el origen de cada uno pero no pudo. Su cuerpo se sentía débil y desobedecía las órdenes que impartían sus pensamientos. A los pocos minutos, que parecieron horas la mujer volvió a encontrarse en su campo visual. Su cabello rojo como el fuego habían quedado ocultos bajo una cofia blanca, parte de su rostro bajo un pañuelo anudado. Solo pudo entonces vislumbrar los intensos ojos verdes oscuros como la gema esmeralda en donde se unían suaves reflejos celestes y verdes claros. Largas pestañas marrones con destellos rojizos. La línea fina de una cicatriz que inicia cerca de la coronilla en el parietal superior, bajaba dibujando una curva quedando en parte oculta entre el pañuelo y la cofia.
La mujer toma dos pinzas pequeñas una con pico curvo y la otra recta. Extrae de su boca algo. En un inglés muy mal pronunciado le pide que cierre la boca y trague. André obedeció, luego sintió un dolor fuerte en el costado izquierdo de la garganta.
─ Le incomodará durante un tiempo ─ le explicó la mujer.─ La herida todavía es fresca. Llevara un tiempo aprender a convivir con ella.─ Añadió
Luego desenvolvió una fina gasa de su cuello. La tela apenas estaba manchada con sangre. Luego limpió la herida con un ungüento y agua limpia.
André se incomodó al ver cuando ella tomó un cuchillo pequeño. Todo el instrumental se parecía al de un doctor. La chica con una pinza apretó y él sintió como pellizcó en su piel. André sintió una horrible puntada en el cuello.
─ Solo son pocas. Tranquilo.─ Le oyó decir, mientras él apretaba los dientes.
Con el filo cortó el hilo, comprendió entonces que le quitó los puntos con los cuales había suturado la herida. Luego volvió a limpiar la herida y a vendarla con mucho cuidado de no moverle el cuello.
La mujer continuó con su examen y corrió los cobertores repitiendo el mismo proceso de curación para cada lesión del cuerpo del herido, solo dejó la sutura en dos heridas que eran las de mayor tamaño. Pese a la incomodidad que lo invadió al sentirse tan expuesto, estando completamente desnudo, soportó de forma estoica, y sin quejarse, todas las curaciones e incluso los masajes que esa particular médico le propinó a fin de desentumecer sus doloridos músculos. Al terminar el bochornoso proceso, por fin sus músculos y mente parecieron estar nuevamente conectados.
André intentó recordar como llegó hasta allí. Volvía de vender caballos a un muy buen precio las bolsas estaban llenas de monedas. La sustanciosa ganancia permitiría una buena vida en la hacienda por unos cuantos meses. Incluso, tal vez, parte de ese sobrante iría a los fondos de la familia. Los empleados cobrarían bien. Aunque desde el incendio evitaban tener mucha gente merodeando por la hacienda. Tenían previsto llegar al próximo poblado antes del anochecer. El trote liviano de los caballos y el movimiento suave de la carreta harían que llegaran rápido. De pronto de la boscosa vegetación salieron tres personas. Dos hombres y una mujer vestidos de negro, encapuchados y con los rostros cubiertos. Un solo hombre de negro se encargó de matar antes de que pudieran disparar para defender sus vidas a dos de sus acompañantes con una suerte de dagas que supo disparar muy bien para causar una muerte rápida. A un tercero lo hirió en la mano y gritaba del dolor. La mujer y el otro hombre se encargaron de bajarlo del caballo, sin ninguna explicación fue victima de un dolor agudo. Así cayó en la inconsciencia. Sin siquiera tener tiempo de lamentar la muerte de aquellos dos hombres.
Cuando despertó estaba amarrado al lado de un viejo rival. No estaba muy seguro de donde se encontraba. Creyó haber viajado durante un tiempo
─ Señor ─ lo interrumpió la chica ─ necesito que se mueva según mis indicaciones ─
André aceptó la ayuda para incorporarse. La vista de la limpia y pulida habitación lo sorprendió. Una chimenea servia de pequeña cocina improvisada donde pendía encima del fuego una olla. A unos pasos de la cama había una mesilla con el instrumental y una palangana llena de las vendas retiradas. La mujer se quitó la cofia y el pañuelo. La belleza de la fémina lo dejó sin aliento era como ver una visión. Además aun a través de la ropa pudo distinguir un buen par de pechos, un cuello largo fino y delicado que formaba una curva perfecta en la unión de los hombros. Los labios turgentes y rojizos y una nariz pequeña apenas respinga. Era la mezcla equilibrada de tres mujeres: Su madre, su abuela y Sofía.
La niña también estuvo en la habitación y vertió de una tetera de cobre agua caliente en los vendas usadas. Al verla de espaldas fue como ver a una pequeña Isabelle de siete años. La chica trajo una camisa de algodón. Lo vistió con delicadeza, luego colocó un sacó de lana, aunque la temperatura era deliciosamente cálida. Acto seguido le ayudó a colocarse unos calzoncillos de lanilla. André tragó su despacio. Ocultó su vergüenza tanto como pudo; al menos la chica le había colocado un pequeños taparrabo pero la idea de que ella lo hubiese visto completamente desnudo le disgusto.
─ No he visto su hombría ─ Le repondió como si hubiera adivinado sus pensamientos ─ Un hombre me ayudó
André suspiró internamente. Su alivio fue palpable haciendo que su cuerpo se relajara
La mujer colocó una bandeja en su regazo, sobre ella había un plato con sopa. Lentamente sorbo tras sorbo lo ayudó a beberla. Ella se dedicó a la tarea de alimentarlo. Fue tal su consternación que ni siquiera pensó en Oscar en lo que le diría a su familia cuando volviera a verlos. No sabía bien donde estaba. Probablemente por el paisaje helado estuvieran fuera de Francia.
Sinbad había cumplido su venganza. Una inmensa tristeza junto a la ira pugnaron por salir de su pecho. Lo cierto es que lo hecho, hecho estaba y Sinbad había logrado arrebatarle algo importante. Después de largos años sin saber de Sofía, a su lado se encontraba, la primogénita de la familia Grandier
