La tormenta

André dormía la mayor parte del día. Pasaron dos días desde que recuperara la conciencia. Aún le resultó difícil moverse, además de doloroso. Recibió siete puntadas, muchos cortes y rasguños. Cuando se incorporó se sintió mareado. Quiso orinar por él mismo, cuando apoyó su pierna derecha no respondió como necesitó y cayó al suelo. Antes de que pudiera ponerse en pie por si mismo la mujer y la niña lo asisten. La niña fue enviada por su madre afuera para que él pueda tener tranquilidad

La hoja de una espada entró encima de su rodilla en la cara interna de la pierna y salió del otro lado cerca del glúteo. Ella le explicó que varios músculos de la pierna estaban dañados. También que probable que no volviera a asentar bien la pierna derecha. También recibió una puntada en el cuello, dos en el pecho,una en el brazo izquierdo y otra en el abdomen inferior completando las siete entradas.

André curioso le preguntó por su nombre ella le respondió que solo la llamara señora o señorita. Orinó varias veces todas asistido por la joven. Se sintió terriblemente incomodo. A pesar de la vergüenza notó que ella realizaba la tarea con seriedad. Cada vez que le limpió las heridas aplicaba, en cada una, un ungüento que adormecía la zona evitando el dolor por horas. En cada proceso recogía su cabello dentro de una cofia y colocaba un pañuelo sobre su nariz y boca. Lavaba sus manos de forma minuciosa. Era como si estuviera acostumbrada a lidiar con heridos, enfermos y convalecientes. Le recordó a su amigo Jean el medico del pueblo de Arras.

La niña permanecía en silencio la mayor parte del tiempo. El hogar se mantiene silencioso durante horas, solo el viento traía sonidos distantes. El crepitar constante del fuego. En la mañana temprano se oía el trajín para preparar el desayuno. Al medio día el ambiente se llenaba de calidez con un rápido almuerzo. Más tarde seria el susurro de los hilos corriendo por el telar, la preparación de la cena y el tarareo de una nana antes de dormir. Por el olor del aire debían hallarse a unos cuantos kilómetros del mar. Pasaron cinco dias más, una semana completa. Ese dia se le permitió bajar de la mesa que había servido de cama. Apoyado en una rústica muleta caminó unos pasos hasta la pequeña mesa para comer junto a la madre y la hija. Cada paso que dio le resultó doloroso, incluso se agitó por el esfuerzo. Al sentarse todas las heridas se resintieron. André disimuló todo lo que pudo. Madre e hija levantaron con cuidado su pierna y la colocaron en alto debajo de la mesa. La cena fue simple y deliciosa.

La mesa pequeña fue movida al rincón junto al telar. André fue movido para quedar sentado frente al fuego. Tras de él se desplegaron las mantas como todas las noches. Ambas mujeres dormían en el suelo frente al calor del hogar. La madre acostó a la niña. Cantó una nana.

André pensó, sentado frente al fuego, en su esposa, en sus hijos. Estaba absorto intentando descubrir cuál era la mejor forma de hacerle saber a su familia que estaba bien o al menos aún con vida. La presencia de su benefactora a su lado lo sacó de sus cavilaciones. No notó cuando el rito de hacer dormir a la pequeña había finalizado.

─¿Puedo molestarlo?

─ No, desde luego que no. Dime

─ Usted pensaba en algo importante. Vi como ese pensamiento desapareció de sus ojos─ explicó. André se sorprendió. Le dedicó una sonrisa triste.

─ Es duro pensar en ciertas cosas.─ Añadió ella mirando el fuego.

─ ¿Cuánto tiempo ha pasado?

─ Desde que lo vi por primera vez han transcurrido treinta y nueve días─ El número pesó en su cabeza. Hizo mentalmente las cuentas y supo con certeza que habían pasado dos meses lejos de su hogar en Arras.

André se llevó una mano a la cabeza, en este casó la derecha, como si con aquel gesto pudiera detener el peso de la angustia y la preocupación. ─ Oscar─ susurró.

Luego de un momento André se movió. Observó como era la joven mujer, mientras ella no despegaba su mirada del fuego. Bajo con lentitud su mano, notó como su cabello y barba habían crecido considerablemente.

─ ¿El señor Sinbad Abdul Ahmed? ─ Se animó a preguntar

─ Partió unos días después del incidente. Me dejó oro para pagar el funeral, pero no sabría a quienes debería avisar sobre su muerte ─ Ella hizo una pausa para contemplar el rostro de su interlocutor. Luego camino a un rincón de la habitación en penumbras.

Mientras André miraba la luz danzante de la hoguera pensó en que era algo tonto llamar incidente a lo ocurrido.

La pelirroja al colocarse nuevamente a su lado prosiguió ─ Pero si sobrevivía me pidió que le entregara esto.─ Extendió a la altura del regazo de André algo envuelto en tela. Con manos algo torpes tomó el paquete y lo abrió para examinar el contenido. No había mucho; solo el cuello de un vestido, unas maderas que tenían forma de sol, estrella y luna, además de un cuaderno. Dentro del cuaderno había una rosa blanca y una cinta azul. La flor fue de su pequeño jardín de su vida en el Palais De Jarjayes. La cinta azul su favorita, la usó en su juventud para recoger su largo cabello negro. Siempre creyó que la perdió en una de esas incursiones por París o de camino a Versailles. Inconscientemente se acercó a la luz ignorando por completo el dolor de su cuerpo. Necesitaba ver lo que tenia escrito. Era la caligrafía de Sofía. Las primeras tres páginas hablaban de su persona y la del turco Sinbad. Luego dos hojas al detalle de como se sintió su primera vez teniendo sexo. La sexta página tenia una sola oración: "Mi bebé". Cerró el cuaderno de improviso, no deseaba saber más por esa noche.

Ella no le dijo nada, solo tomo una costura y se dedicó a realizarla. Cuando dejó el cuaderno y la miró ella supo que él necesitaba descansar, entonces dejó de lado su labor. Lo ayudó acostarse. El viento de a poco comenzó a correr más fuerte. La luz de un rayo se coló por las finas endijas de las ventanas. Luego le siguió un fuerte estruendo. Observó como la mujer reforzó el cierre de la puerta y las ventanas. Oyó el relincho de un caballo probablemente asustado por el ruido de los truenos y rayos. Ella salió a afuera, tras un momento regresó. Movió el fuego del hogar para que el agua que pudiera ingresar por la chimenea no lo extinguiera. Le colocó una manta más por si acaso llegara a sentir frio. Dejó una lámpara encendida, le deseó buenas noches y se acostó.

André permaneció despierto contemplando el oscuro techo. Sus pensamientos no se detenían impidiéndole descansar. La luz que emitía el fuego se movía y ocasionalmente algún rayo de luz se colaba provocando un extraño espectáculo de luces y sombras. Sin que lo notase el cansancio lo vencóo, sumiéndolo en un sueño intranquilo.

Estaba atado en un pozo de agua junto a un hombre que jamás en la vida creyó volver a encontrar.

─¿Qué pensaste cuándo supiste que Sofía estaba en cinta?─ Preguntó André

─ Nada. No podía pensar en nada. Solo quería que ella no sufriera.

─ Qué buen hombre eres ¿No?─ Fue la respuesta indolente

─ Tú no la merecías. Siempre fuiste un perro faldero.

André quedó en silencio. Era cierto que él no merecía Sofía. No porque ella fuera extraordinaria o él un hombre malo. Simplemente no la amaba. Pero ella si lo amaba. Lo amaba con todo su corazón. Después de que desapareciera oró para que encontrara un hombre que la amase como ella sabía amar. Unos días atrás jamás se habría ocurrido plantearse como hubiera sido su vida si la hubiera amado o tal vez elegido

─Deseé con todo mi corazón que Sofía me amara ─ Añadió Sinbad ─ Estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera a mi alcance para hacerla muy feliz. Pero todo acabó muy mal. Ella siempre te amó.

Las palabras de Sinbad fueron sentidas. André se sintió como un miserable. No oyó ni rencor, ni reproche, solo una inmensa tristeza.

Ambos hombres se encontraban atados con los pies juntos, las manos en la espalda, de espaldas. Sus captores utilizaron la soga que retira el balde del aljibe para bajarlos y mantenerlos suspendidos sin que pudieran hacer pie en el fondo del pozo. En el exterior la noche cayó y junto a ella una poderosa tormenta. El agua del pozo comenzó a subir. Ninguno podía ver más allá de la espesa negrura. Las extremidades se hallaban entumecidas por el frio y la falta de movilidad. El agua subía lentamente. Ambos iban a morir ás porque la situación era bastante mala no pensaron que después de morir ahogados quizás sacarían sus cadáveres del pozo para poder seguir utilizándolo.

André solo pudo pensar en su querida familia, en las personas que amó y en las que por falta de tiempo no llegaría a amar. Silenciosas lagrimas corrieron por sus mejillas.

Ambos hombres querían dejar este mundo en paz, sin pendientes, aunque fueran a morir en un pozo.

De pronto un suave movimiento de la cuerda los sacó de sus pensamientos. Poco a poco se fueron elevando por el pozo hasta que salieron del mismo. Ni siquiera pudieron sentir las manos de la chica desatándolos. Solo en sus mentes dieron gracias al cielo. Aliviados por haber sido rescatados centraron su atención en tratar de visualizar quién los había ayudado. En el cielo hubo destellos de luz y como en una aparición fantasmagórica vieron la silueta de una mujer. André sintió que un fantasma que acaba de salvarlo no podía ser peor que los hombres vivos y armados. Luego de un rato se dió cuenta de que quien estaba junto a ellos era una persona viva de carne y hueso.

Intentaron caminar pero la tormenta se los impedía azotándolos una y otra vez obligándolos a estar cerca del pozo. El barro se trasformó en lodo. El terreno se volvió inestable, no podían avanzar. Hubo que esperar a que amainara la tormenta. Eso sucedió cerca del amanecer y cuando aclareo se movieron con cuidado evitando quedar atrapados en el lodo.

─ ¿Cómo escapaste?. Quiero decir muchas gracias por salvarnos la vida ─ Dijo Sinbad a la mujer

─ No hay mucho tiempo. Si a alguien quieren agradecer la ayuda háganlo con ella.─ Respondió la chica palmeando el hocico de su yegua.

André estuvo tan asombrado que ni siquiera pudo agradecer el que lo sacaran del pozo. Caminaron durante horas. La tripulación de Sinbad los esperó a unos kilómetros a las afueras del puerto. Para ese entonces ya había pasado más del medio día. Comieron pan remojado en vino y algunas frutas secas. Se armaron con mosquetes, espadas, dagas, arcos y flechas. Eso era raro porque cerca debían estar los guardias costeros y fuerzas armadas para mantener el orden. La tripulación de Sinbad había llevado oculto todo en un carro con doble fondo casi indetectable y las piezas más pequeñas entre sus ropas. Por eso pudieron pasar sin que los molestaran, alertados por la desaparición de su capitán.

La chica encabezó el grupo guiándolos hasta la morada del enemigo de donde había escapado horas antes. Aun con la dificultad que daba el terreno el grupo se movió para ajustar cuentas con sus enemigos. Sinbad le ofreció a André la posibilidad de ir hasta el pueblo y buscar la manera de regresar a su hogar. Sin embargo la experiencia le enseño a André a asegurarse de que los enemigos no molestaran. No siempre iba a encontrar personas dispuestas a tampoco no siempre escaparía a la muerte.

Divisaron una construcción antigua. Dio la sensación de ser una pequeña ciudad amurallada. Aún desde la distancia observaron que había mucho movimiento. Carretas llenas tiradas por mulas abandonan el lugar.

─ ¿Qué hay en esas carretas?─ Preguntó Sinbad

─ Hay bienes. Estan traficando con sustancias poco saludables y personas. ─ Respondió la mujer ─ Hay que moverse rápido. Como les explique. Las autoridades no vendrán. El señor de estas tierras es cómplice de ellos.

─ Entonces sabe que comercializan esclavos ─ Preguntó André señalando un grupo de personas amarradas y de mal aspecto caminar tras una carreta escoltados por dos hombres montados a caballo.

─ Lo sabe e incluso los elije. Estoy segura de que hay mucho de valor escondido tras estos muros.─ Con eso la chica respondió al misterio de las autoridades del lugar y la facilidad con la que los hombres de Sinbad fueron a su encuentro.

─ Bueno. Que esperamos. Adelante. ─ Animó Sinbad

La emboscada no se hizo esperar. El intercambio de disparos comenzó una vez que ingresaron al patio. André se horrorizó al comprobar la cantidad de personas que se encontraban encadenadas como animales. Estas se replegaban contra los muros tratando de salvar sus vidas. Arrastrando a los más débiles, heridos y tal vez hasta muertos. Algunos hombres usaron a los esclavos como escudos humanos. Otros simplemente comenzaron a matar a cualquier persona que se interpusiera en su camino para huir.

Eran triplicados en número pero el ataque fue rápido. El plan era no detenerse hasta llegar a los cabecillas. La descripción que hizo la mujer y la estrategia elaborada evitó considerablemente las bajas. Las ventanas señaladas eran precisamente de donde la mayoria de los guardias salió a disparar. Al igual que los lugares donde podrían estar apostados en la planta fueron conscientes de que habrían heridos. Aún asi heridos y todo, sin balas que disparar la pelea cuerpo a cuerpo comenzó. No les permitieron recargar sus mosquetes. Las explosiones de los mosquetes, luego los gritos y el choque de espadas produjeron sonidos que retumbaron en la construcción lo que provocó que los lamentos fuesen aún más audibles aterradores e incluso le dieron al lugar un aspecto más sombrío y desolador de lo que realmente era.

Los muros de aspecto derruido y abandonado por dentro estaban llenos de inmensas riquezas. Una vez despejado el patio el grupo invasor se dividió en dos. Algunos hombres cuidarían las espaldas y socorrerían a los infortunados prisioneros exsortandolos a huir. El otro ingreso para dar muerte a los lideres entre ellos André...

Un estruendo lo despertó. El recuerdo de esa ocasión se desvaneció con la luz del dia. André se incorporó con lentitud. Pudo ver como la niña miraba una tetera de cerámica hecha añicos en el suelo. Entonces se rió. Aquel día era solo un mal recuerdo.