Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.
Capítulo beteado por Manue0120, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.
PRINCESA.
Capítulo 2.
Intento no desesperarme. Tomé una decisión…o mejor dicho me vi obligada a tomar una decisión. Me abrazo a mí misma mientras los árboles soplan con fuerza, es como si me advirtieran que estoy por cometer un error. ¿Desde cuándo los árboles hacen ruidos tan horribles? Me estoy comportando como una maldita cobarde y estoy inventando cosas. Sacudo la cabeza para quitarme esas ideas.
Hace unos días me otorgaron vacaciones en el trabajo y Alice, mi manager y mejor amiga, me avisó que tenía una gira de conciertos en Brasil y Colombia, por lo tanto, tendría que salir del país por dos semanas.
Sin embargo, mi amado novio y prometido me estaba causando algunos dolores de cabeza. La próxima semana él tenía una presentación muy importante en su trabajo —ambos trabajábamos para la misma empresa— y dentro de diez días teníamos que confirmar en buffet de la boda.
¿Dónde radicaba mi gran problema? Él desconocía cuál era mi segundo trabajo. Incluso ahora, a minutos de decírselo, no tenía idea de cómo explicárselo sin que terminara odiando lo que más amaba…o peor aún, a mí.
Dentro de todas las cosas que me tenían con una extraña sensación, fue su actitud cuando hablé con él, lo sentí distante y frío.
—Hola —me saludó con frialdad mientras aparecía detrás de mí. Me sobresalté asustada.
—Hola. —Le sonreí. Su rostro estaba tenso—. Tardaste.
—Estaba ocupado. —Se encogió de hombros aún con gesto serio— ¿Qué necesitas?
—Quería verte y platicar contigo sobre algo —expliqué.
—Tú dirás. —Fue tan cortante, tan frío.
—¿Antes no me merezco un beso? —Intenté salirme por la tangente—. ¿Te sucede algo?
—Isabella… —Suspiró…¿molesto?—. Tengo prisa, ¿de acuerdo? Dejé trabajo detenido, habla ya.
—Es que no sé cómo explicártelo. —Suspiré mientras aferraba mis brazos a mí alrededor. Agaché la mirada y observé mi ligera blusa azul sin mangas y mi pantalón sastre negro, junto con tacones negros. Mi ropa era demasiado ligera para el frío viento que soplaba.
—¿Tienes frío? —me preguntó mientras se quitaba su chaqueta y me la ofrecía.
—Te llamé hace media hora, la misma media hora que llevo aquí parada —respondí mientras me colocaba la chamarra. Me pareció ver un poco de arrepentimiento en su mirada.
—Habla. ¿Qué quieres decirme?
—Quería hablarte sobre… que tengo un segundo trabajo, y necesito que me escuches antes de que saques conclusiones.
—Habla de una buena vez.
—No sé por dónde comenzar… —Tartamudeé—. Soy cantante.
—¿Qué?
—Escúchame, no es la gran cosa, tengo apenas dos discos y hago algunos covers, voy aquí y allá…
—Te odio, Isabella Swan. —Lo miré atónita ante sus duras palabras—. Odio tu forma de ser y la forma en que dices las cosas, eres una cínica.
—¿De qué me estás hablando? —¿La forma en que digo las cosas?
—Te burlas de las personas. —Rio con sarcasmo—. Llegas y eres de decir "mañana es viernes, oh, por cierto, soy una estúpida traidora. ¿Qué haremos mañana?", como si no fuera la gran cosa.
—Deja de ofenderme —repliqué entre dientes intentando contener la furia que corría por mi cuerpo. No estaba cometiendo ningún pecado. Bueno, solo había hecho mal en omitir algo tan importante—. Yo no soy una maldita traidora, hago lo que miles de personas hacen.
—¿Y así quería casarme contigo? —dijo con dureza—. Eres una… —Me di cuenta de lo que había hecho hasta que sentí mi mano estrellarse contra su mejilla. Esta punzaba horrores. Quería llorar, gritar. Antes de que me ofendiera pensé en ponerme de rodillas y pedirle perdón, pero ahora, solo sentía rabia corriendo por mi cuerpo—. Terminamos. —Me miró con dureza—. No quiero volver a verte, pero te voy a dar un último consejo.
—No lo necesito, tampoco necesito un hombre como tú. —Bajé la mirada, me negaba a que viera cómo me rompía.
—Aun así te lo voy a dar. —Me agarró por la mandíbula, obligándome a mirarlo—. Ten cuidado, porque una de tus "súper amigas" te está traicionando.
—¡Mientes! —grité—, ellas son incapaces de traicionarme, eres más capaz de traicionarme tú que ellas.
—Piensa lo que quieres. —Miró su chamarra y solo en ese momento recordé que la tenía puesta. Continuó hablando mientras me la retiraba—. Entonces sigue confiando ciegamente en ella, para que te siga traicionando. Tú sabes bien de quien estoy hablando. —Tomé su chaqueta entre mis manos y se la aventé en la cara. Él no esquivó el golpe.
—No te preocupes, podrás seguir siendo todo lo zorra que quieras, no me volverás a ver. Desde ahora compadezco a tu próxima víctima. —Se dio la vuelta y se marchó, dejándome ahí de pie.
Me di la vuelta y me permití derramar las lágrimas que contenía. Lágrimas de dolor, de rabia. Segundos después sentí unas pequeñas manos abrazarme.
Alice.
—¿Qué haces aquí? —pregunté entre sollozos.
—Jacob me llamó y me dijo que viniera, al parecer me ibas a necesitar.
—¿Tú estabas en contacto con él? —La miré con rabia. Ella no podía ser, no, no, ella no podía ser la que me traicionara.
—¿De qué me estás hablando? —preguntó confundida. Le creí, ella era incapaz. Jacob había hecho referencia a alguien más, a Tanya—. Sí te acuerdas que trabajamos juntos y que todos tenemos los números de todos, ¿verdad? Además, para nadie es un secreto que soy tu mejor amiga.
La abracé y me permití llorar, cayendo al suelo y llevándomela a ella en el camino. No se quejó, parecía que había presenciado todo. Con dificultad me levantó y llevó a mi casa. Dentro del coche me dediqué a mirar por la ventana, sentía que caía en un abismo, no era consciente de muchas cosas de las que sucedían a mí alrededor. Apenas fui consciente de cómo mi amiga buscó en mi bolsa mis llaves y me sacó del coche. Caminar, caminar, era lo que me repetía mientras movía los pies ingresando a mi casa, subiendo las escaleras, entrando a mi recámara y después llegando a mi destino final: mi cama.
No quise averiguar qué decían las voces que se desarrollaban a mis espaldas, les permití ser un simple y molesto ruido. Tampoco quise hacerle caso a la que supuse sería mi conciencia, esa que me decía que mi madre tenía lejos a su hija menor y ahora la mayor convirtiéndose en una piltrafa humana.
Solo hice caso a las lágrimas que deseaban desbordarse por mis ojos y, cuando éstas se agotaron, la inconciencia terminó adueñándose de mí.
