Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.
Capítulo beteado por Manue0120, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.
PRINCESA.
Capítulo 4.
Y si…
Talvez…
Doy diez vueltas en mi cama mientras me repito en mi cabeza como un mantra: levántate. Estoy segura que Jacob diría… Me levanto de golpe, ya no importa lo que él diría; sin embargo, dos segundos después tengo que sentarme, me siento completamente sin fuerzas. Lentamente me levanto y me sostengo de las paredes, poco a poco saliendo de mi recámara. Es un tramo de tres metros para llegar al barandal. Me siento en el piso y lloro; dolor, coraje y frustración inundan mi cuerpo.
Ya no sirve nada.
Quiero gritarle que vuelva, pero sé que no lo hará. Tanto como sé que, si lo tuviera enfrente, no le rogaría porque volviera. Lo dejaría que se marchara de nuevo.
Mi madre sale de su habitación viéndose pálida y ojerosa, e inmediatamente sé que es por causa mía. La tristeza en sus ojos es lo que me da fuerzas para levantarme. Ella intenta ayudarme, más niego con la cabeza, tengo que poder hacerlo sola.
Me sostengo de la puerta y me levanto. Tomo aire y obligo a mis pies a moverse, aprieto los dientes y camino, todo bajo la atenta mirada de mi madre. Me permito sonreír un poco cuando tengo entre mis manos la barandilla de las escaleras y las bajo sin inconvenientes.
Cuando logro entrar en la cocina, miro desde lejos el refrigerador; no soy doctora, pero supongo que después de…no sé cuántos días, mi estómago debe estar sensible. Así que me acerco, abro y tomo un yogurt y una gelatina. Cuando me doy la vuelta mi madre ya tiene una silla a mi lado, le ofrezco una media sonrisa y me siento. Abro la gelatina y me llevo un poco a mi boca, siento extrañamente cómo pasa por mi garganta y cae, parecido a cuando arrojas una piedra a un vacío.
—Deja la vergüenza, soy tu madre —me riñe.
—Perdón… —susurro.
—¿Por qué? —Su tono es molesto. Me encojo de hombros—. No quiero que me pidas perdón porque crees que debes hacerlo. Mírame. —Levanto la mirada—. No tienes que disculparte por tener sentimientos, cada quien reacciona como puede.
—Gracias, y lo siento. —Rueda lo ojos—. Estoy hablando en serio, no era mi intención preocuparte.
—Solo dime que estás lista para seguir adelante —replica.
—Lo estoy.
Le doy una media sonrisa y ella me abraza. Siempre he sido completamente apegada a mi madre. Hemos sido las dos contra el mundo, no porque quisiéramos excluir a mi hermana, sino porque ella siempre caminó sola. Cuando era una niña fue mi enemiga, esa que se encargó de que aprendiera a respetar las reglas y todo lo que se debe aprender. Al crecer se convirtió en mi mejor amiga, ese hombro para apoyarme cuando sentía que no podía más. Su apoyo me hace seguir adelante. Mi madre, la mujer que pudo educar a dos polos opuestos ella sola, es mi fortaleza.
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Llamo a mi jefa y le pido que cancele mis vacaciones, lo cual acepta sin preguntar, solamente me explica que ha tenido problemas en la empresa y necesita que regrese.
Ahora me preparo para un nuevo día laboral, aunque en realidad lo único que hago es mirarme al espejo y buscar aquello que no me gusta. Son varias cosas. Mi ropa no me queda, no tengo una cintura marcada, aunque soy delgada, ahora bajé un par de kilos de peso y mi ropa me queda holgada. No me gusta la forma de mi cabello; negro, largo, pesado y nada definido, a pesar de algunas capas de hace mucho tiempo. Me obligo a regresar la vanidad a mi cuerpo y me maquillo, lo más mínimo me parece suficiente. Me fijo en mis ojos, los cuales a pesar de no ser de ningún color en especial, chocolate avellana, siempre me ha gustado su forma, las marcas del tiempo y las sonrisas están en ellos, es lo más bello en mí.
Me giro, tomo mi bolsa y me dirijo a la puerta sin mirar atrás, con el firme propósito de enfrentarme al hombre que me destruyó la vida.
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Mientras ingreso a la empresa, toco y miro mi cabello y continúo con la idea de que no me gusta. Siempre he sido terca, y cuando una loca idea se mete dentro de mi cabeza, no me detengo hasta conseguirlo. Me paro frente al elevador cerrado, esperando a que abra, y miro mi cabello. Es largo y me recuerda continuamente a él y a la persona en la que me convertí por él, así que decido cortármelo y pintármelo, hoy mismo. Terminando la jornada de hoy, iré con mi estilista y haré que me arregle el cabello.
Sonrío por mi decisión y mientras espero llegar a mi piso, suspiro por enésima vez en el día. Anhelo en algún momento dejar de depender de él, seguir adelante y pensar en mí. Quiero dejar de depender de un hombre, ser la gran estrella y arquitecta que siempre planeé ser. En el momento en que las puertas del elevador se abren, otra idea se acerca a mi cabeza, sin embargo, la hago a un lado, debo concentrarme en el momento.
Fabrico una pequeña sonrisa y camino en dirección a la oficina. Visualizo cómo varios pares de ojos me examinan y maldigo internamente cuando veo que cuchichean.
—Hola. —Se pone en mi camino una mujer rubia, de ojos verdes, pantalón de vestir y blusa de tirantes. Enarco una ceja—. Usted debe ser la arquitecta Isabella Swan.
—¿Y usted es…? —le pregunto mientras le estrecho la mano.
—¡Por fin llegas! —Escucho la voz de mi jefa. La miro y me extraño con lo agotada que se veía. Caminé hacia ella, viendo hacia todos lados y rogando por no encontrármelo y ver el rencor en sus ojos—. ¡Te he esperado por días! Espero que tus vacaciones en Suiza hayan estado bien. Después me cuentas cómo son esas cabañas, ahora sígueme.
Caminamos al interior de su oficina, mientras cerraba la puerta observé su escritorio desbordarse de papeles y planos, incluyendo algunas carpetas en el suelo.
—Me doy cuenta que me extrañaste —musité. Ella bufó—. Por cierto, ¿a qué vienen los gritos y mi supuesto viaje a Suiza?
—No quiero chismes ni murmullos de pasillo. —Se acomodó en su gran silla de presidenta ejecutiva—. Jacob se fue, renunció a los pocos días de que saliste de vacaciones. Mis dos únicos arquitectos se fueron.
—¿Te dio alguna razón? —pregunté mientras tomaba asiento, lo necesitaba.
—Me dijo que recibió una importante propuesta de trabajo, su renuncia fue irrevocable. —Suspiró—. A estas alturas me da igual la razón por la que se fue, pero no quiero cuchicheos y necesito que sigas siendo la mujer respetable de siempre. Ahora solo tengo una arquitecta y una diseñadora de interiores, me estoy ahogando.
—Sacaremos a flote el trabajo. —Me puse de pie, pero recordé algo—: ¿Quién es la mujer de allá afuera?
—Se llama Jessica y es tu nueva asistente. Necesito a Ángela en departamento legal. —Por primera vez sonreí sinceramente. Conocía poco a Ángela, pero sabía que nada tenía que hacer una abogada con labores de asistente.
—Bien. —Tomé el pomo de la puerta—. Me pondré a entrenarla y luego a adelantar el trabajo. —La observé suspirar aliviada. Luego me miró.
—Por cierto… —dice desviando la mirada—, cambia el look, pareces una piltrafa humana.
Me retiro de su oficina y nuevamente me encuentro con la señorita sonrisas, quien no se separa de mí ni un instante mientras ingreso a mi oficina.
—Espero que haya tenido buenas vacaciones —comenta con cortesía, yo asiento mientras le hago una seña con la mano para que cierre las puertas—. Anhelaba de conocerla, todas…
—Dejemos los halagos para otro momento —la interrumpo cortante, ella asiente cohibida y cuando veo que se dispone a disculparse, cambio el tema—. Quiero que vayas con la jefa y le pidas los expedientes y contratos a revisar, luego le sacas un juego de copias. —Le aviento una hoja y una pluma cuando noto que repite en voz baja lo que le pedí. Ella me mira sorprendida—. Debiste dejar los halagos para otro día y prepararte con pluma y lápiz si es que pretendías ponerte a mis servicios. Ahora, dile a tu cabecita que recuerde todo lo que salió de mi boca y hazlo, porque lo quiero para dentro de diez minutos. Nueve minutos y 55 segundos ahora. —Ella sale corriendo, intentando no azotar mi puerta o gritarme alguna grosería.
Cuando cruza la puerta me sorprendo por mi comportamiento, por lo regular no soy así, pienso que en cualquier otra circunstancia le habría tenido paciencia, sin embargo, sacudo la cabeza y me digo que solamente es la presión que vi en mi jefa lo que me obliga a actuar así, eso debe ser, eso es.
No me estoy comportando como una perra, como una princesa caprichosa.
No me puedo concentrar en los papeles que minutos después caen en mis manos. Pienso en mis problemas y una parte de mi busca la forma —sutil— de hacer que la señorita temblorosa salga de mi oficina sin hacer que corra al baño a llorar.
—Quiero… —Comienzo y de forma instantánea veo que se pone en alerta.
—¿Qué necesita?
—¡Quiero que salgas de aquí! —bramo—. Me estás poniendo de nervios con tus temblores. SAL. AHORA. —Únicamente veo como sus piernas corren fuera de mi oficina y casi choca con mi mejor amiga, quien viene entrando.
—¿Qué fue eso? —preguntó asustada—. Por cierto, hola, bienvenida.
—Eso fue mi intento de sutileza. —Suspiro—. Me puso de los mil nervios.
—No la culpes, escuchó demasiadas cosas de ti.
—¿De mí? —inquiero interesada mientras ella se acomoda frente a mi escritorio.
—Escuchó decir que eras una monada de chica, que te gusta la eficiencia y que quizás tu ex… —La callo con un gesto de mano—. ¿Cómo estás?
—Si obviamos que mi jefa, la señora nomemetoenvidasprivadas se atrevió a decirme que era una piltrafa humana…
—Lamento decirte que eres una piltrafa humana en bancarrota. —Enarco una ceja—. No me mires así, nos salió caro que no hicieras las presentaciones. —Mi humor se hunde más, cosa que mi amiga se da cuenta, pues sin decir palabra se levanta, se da la vuelta y se va. Debo admitir que en este instante odio a mi amiga. Ella sabía lo mucho que quería a Jacob y ahora viene y me echa en cara mi depresión y las consecuencias de ella, como si yo no lo supiera.
Me levanto y decido salir, ha pasado mi hora de trabajo. En el escritorio afuera de mi oficina encuentro a Jessica. No me equivoqué, tenía los ojos corridos de rímel.
—Quiero que tomes las copias de los contratos que están sobre mi escritorio… —La tomo desprevenida y la agarro por la barbilla—. Te voy a aclarar una cosa y quiero que te la aprendas porque no lo voy a repetir. Cuando estés frente a mí y yo te de una indicación, anótala si tienes el papel en las manos o escúchame atentamente para que no se te olvide. ¿Entendido? —Ella mueve lo ojos, así que lo cojo como un sí—. Vas a tomar las copias de los contratos y le vas a volver a sacar una copia a cada uno. Esas copias las vas a leer, si no entiendes algo, lo marcas y mañana lo leerás conmigo y yo te lo explicaré. Mucho cuidado que no los leas, porque entonces me vas a conocer más enfadada que hoy.
Le suelto y camino en dirección a la salida sin mirar atrás. Decido que crearé a esa muchacha una experta en el tema, no permitiré que se convierta en una simple saca copias, un café lo puedo comprar yo misma. En el camino me encuentro a mi amiga pero decido ignorarla, igual que ella ignoró mis sentimientos.
Salgo y llevo mi coche en dirección al centro comercial, sé que mi amiga dijo que estaba en bancarrota pero necesito cambiar. Necesito dejar atrás lo que soy. Aparco en el estacionamiento y camino en dirección a mi estilista favorito. Veo los precios y pienso que mis planes se van un poco abajo, entonces la asistente se acerca a mí.
—Hola, Srita. Isabella. —Sonríe—. ¿Qué podemos hacer hoy por usted?
—Qué bonito color de cabello. —La alago—. ¿Te lo hizo Paolo?
—No le diga que le dije. —Asiento—. Pero me lo hice yo, compré el tinte en el supermercado y me lo pinté.
—¿De verdad? —pregunto sorprendida y ella asiente.
—Millones de mujeres lo hacen, es la cosa más fácil del mundo. —Mira hacia el estilista y después a mí—. Pero dígame, ¿qué vamos a hacer hoy por usted?
—Quiero cambio de look —respondo y ella anota en su libreta.
—¿Con tinte? —Niego con la cabeza—. Sígame por aquí.
Me lava y seca mi cabello y yo me dejo mimar. Después me sienta frente a un espejo y me cepilla el cabello.
—En unos momentos vendrá Paolo a atenderla. No le vaya a comentar lo que le dije del tinte, se supone que debo decir que lo hizo él.
—No se preocupe. —Sonrío, su comentario me supo a gloria—. Yo no sé nada.
—¡Isa! —grita mi estilista—. ¿Qué vamos a hacer hoy? ¿Lo mismo de siempre?
—¡No! —Él enarca una ceja—. Cambio de look.
—¿De verdad? —Asiento—. ¿Cómo te gustaría?
—No quiero algo demasiado radical, sin embargo, ya me cansé de verme igual.
—¿Tinte? —Niego con la cabeza.
—Eso se sale de mi presupuesto, un simple corte.
—Eso sí es novedad —murmura—. ¿Isabella Swan sin presupuesto? —Me encojo de hombros y me doy cuenta del cambio con esas palabras. He dejado de ser una clienta predilecta y paso a ser una clienta más. Deseo levantarme de ahí, pero ya me han lavado el cabello, así que de todos modos me cobrarán el corte.
Aun así debo aceptar que Paolo es de los mejores estilistas de la ciudad, sabe perfectamente lo que hace y me lo demuestra con el cambio de imagen que logra en mí. Parezco más joven de lo que en realidad soy. Ahora llevo fleco semirecto, a los costados es más largo, lo que enmarca mi rostro, y aunque llevo capas, casi no se notan.
—Listo, querida. —Paolo se muestra amable pero cortante—. Mi asistente te cepillará y te limpiará, te pido que la próxima vez hagas cita, soy alguien muy ocupado. —Asiento y él se va con otra clienta. Al final pago y salgo de ahí, quizás no vuelva.
Camino hacia el centro comercial y compro algunas cosas esenciales para la casa, como leche y suavizante de ropa. Después me dirijo a la sección de tintes y me doy el lujo de escoger una buena marca, veo el color que me gusta y decido llevar varios paquetes, pues no tengo el cabello demasiado corto.
Cuando salgo de ahí y camino hacia el estacionamiento, pienso en las personas que me rodean y las que no. Veo que vivimos en un mundo de frivolidades, como ejemplo tengo a Jessica. Hoy pude darme el lujo de tratarla como se me dio la gana por el simple hecho de ser la persona con experiencia. Mi mejor amiga se dio el lujo de reprocharme mi depresión, sin saber si ya había logrado superarla o no. Mi jefa tuvo que inventar que estuve en un viaje frívolo con tal y la gente no hablara de mí.
Y si…
Talvez…
Y si me convirtiera en una de esas personas, quiero que la gente me quiera con virtudes y defectos. No que me pisoteen, si quieren mi dinero solo se llevarán un golpe en la pared. Ya basta de ser la "piltrafa humana". Si van a hablar de mí, va a ser porque mirarán hacia arriba y mi resplandor los lastimará.
Ahora seré la princesa a la cual rendirán reverencias.
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¡Ha llegado la princesa! Y su príncipe está cerca…muy cerca.
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