Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.

Capítulo beteado por Manue0120, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.

PRINCESA.

Capítulo 13. Caramelo

A la mañana siguiente desperté apenas sonó el despertador. Lo apagué e intenté despertarme, odiaba entrar más temprano cuando mi hora era a las nueve. Anoche había llegado junto con Alice en un taxi, ya que Edward y Jasper fueron llamados de emergencia al hospital, luego permanecí despierta hasta tarde esperando a mi madre. Había sido un día agotador.

Comienzo mi día con la plena intención de pasar por la cafetería de la empresa por un dulce Cappuccino. Sintonicé un poco de música en tono bajo antes de bañarme para no despertar a mi madre, escuchando "Te Mando Flores" de Fonseca.

Decidí ondularme el cabello y maquillarme más cargada con la intención de más tarde ver a mi novio. Me dio un poco de risa pensar en cómo éramos las mujeres, en cuanto estábamos en una relación o simplemente había un chico que nos gustaba, sacábamos el maquillaje y la ropa más bonita. Miré mi cabello y pensé que quizás debía retocar un poco el tinte, no quería que Edward me viera con el cabello decolorado.

Abrí mi armario y opté por una falda crema, una blusa roja que se anudaba al costado, unos tacones altos, la bolsa y mi abrigo hasta mitad del muslo del mismo color que mi falda. Escogí unos aretes de plata con unos pequeños rubíes y una pulsera que tenía muchas piedras rojas. Me encantó cómo me veía, totalmente profesional. Finalmente me coloqué un poco de perfume con olor a frambuesas.

Ayer Edward y yo nos quedamos con las ganas de darnos un beso, ambos preferíamos que nuestro primer beso fuera solo de nosotros. Aun me parecía raro el pensar en Edward como mi "novio" y la simple idea de darnos un beso me provocaba una risita tonta.

Apagué la música y fui a ver si mi mamá ya había despertado, quería hablar con ella sobre Edward. A mis casi 28 años me era importante estar comunicada con ella. Sin embargo, aún seguía dormida.

Miré el reloj y ya eran las 6:15 a.m., lo que quería decir que iba sumamente tarde a mi trabajo. Salí corriendo, pero la suerte hoy no estaba de mi lado y encontré mucho tráfico. Comenzaba a enojarme, me preguntaba por qué a todo mundo se le había ocurrido salir en ese mismo momento. ¿Por qué no salieron más temprano o más tarde? Logré estacionarme a las 6:56 en el estacionamiento de la oficina. Tenía 3 minutos para subir y llegar a la oficina de mi jefa. Corrí y casi me caigo cuando uno de mis tacones se torció. No pude dejar de observar el reloj.

Estaba entrando al despacho a las 6:59:48 a.m. Sí, conté los segundos. Justamente detrás de mí entraron mi jefa y un hombre que imaginaba era el nuevo cliente. No me dio buena espina el hecho de que caminara hacia el despacho de mi jefa sin siquiera mirarnos. Ni siquiera un "buenos días" o una pequeña sonrisa, nada. Lo seguimos mientras sentía mi teléfono vibrar, pero debido a la situación, decidí ignorarlo.

El susodicho se sentó en un sillón frente al escritorio de mi jefa, enarcó una ceja confundido mientras Irina abría la puerta de su oficina. Visualicé segundos después a Lucy, la secretaria de mi jefa. Una mujer regordeta y encantadora de aproximadamente unos 55 años, quien me saludó con un movimiento de cabeza y se ubicó detrás de mi jefa. Me giré cuando sentí la mirada del hombre sobre mí.

—Disculpe, señorita —me llamó.

—Arquitecta Isabella Swan. —Me presenté extendiéndole la mano. Sin embargo, él permaneció impasible. Levemente intimidada bajé lentamente mi mano. Qué hombre más grosero. Si no fuera porque era el cliente, le hubiera dicho con mucha ironía y sarcasmo que aplaudía la educación que sus padres le habían dado y que podía ir a ver si ya había puesto la gallina.

—No le pregunté —aseveró—. Solamente quería preguntarle si su jefe tardará mucho en llegar.

Fue como un balde de agua fría cuando comprendí la situación. El cliente era un prepotente que creía que el mundo de la arquitectura y la construcción eran solo para hombres.

—Mi jefe ya llegó —musité con ironía—. Ahora, con su permiso, me retiro.

Deseé marcharme y dejarlo con la palabra en la boca, pero yo tenía mucha más educación de la que él tenía. Por esa razón toqué la puerta de la oficina de mi jefa y entré.

—¿Por qué tienes esa cara? —me preguntó Irina. Lucy me miraba con gesto preocupado.

—¿Te habías entrevistado con ese tipo anteriormente? —inquirí, aunque intuía la respuesta.

—No, su agencia nos contrató, es la primera entrevista que tenemos con él —respondió, entregándole unos papeles a Lucy—. No se hable más, hazlo pasar, Lucy.

Traté de tranquilizarme y me senté frente al escritorio de mi jefa, esperando que él entrara. Sentí la mirada de Irina sobre mí, mientras yo intentaba inhalar y exhalar y comportarme como la mujer profesional que era. Cerré mis ojos cuando escuché abrirse la puerta. Por el rabillo del ojo pude ver los zapatos negros del hombre.

—Buenos días —saludó hacia mi jefa mientras esta se ponía de pie—. Debe haber una confusión muy grande.

—No entiendo —murmuró extrañada mi jefa.

—Tengo una cita con el jefe y el arquitecto de esta empresa para hablar de…temas laborales. —No me pasó por alto la pausa que hizo, como queriendo menospreciarnos a mi jefa y a mí.

—No hay ninguna confusión —replicó mi jefa. En ese momento me giré y le sonreí con prepotencia al señor "machito"—. Yo soy la jefa y directora de esta compañía y la arquitecta Isabella Swan es quien está llevando su proyecto.

—Es una broma, ¿cierto? —dijo burlón—. ¿Una niña y una chiquilla con ganas de jugar a la casita están llevando mi proyecto?

—Permítame decirle que se equivoca, actualmente nuestros arquitectos son únicamente mujeres, al igual que el 70% de todo el personal —objetó mi jefa, el susodicho tuvo la osadía de hacer gestos de desprecio.

—Yo no sé a quién se refiere como "niña" y "chiquilla" —expreso intentando mantener a raya mi lenguaje—. Somos dos mujeres estudiadas y con la experiencia suficiente…

—Déjese de tanta palabrería —me interrumpió groseramente—, la construcción es trabajo de hombres. ¿Por qué no se van a su casa y hacen algo de provecho?

—Es usted un machista —refuto con rabia.

—Y tú una niña berrinchuda y caprichosa —declaró—. Y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.

—Está usted muy equivocado en pretender construir algo social, lo único que usted quiere es que la gente le bese los pies y le agradezcan. Entérese de una vez que no me voy a ir a llorar a los rincones por gente como usted, me ha costado mucho trabajo, de ese donde se ensucia las manos, para llegar hasta donde he estado. Quizás encuentre alguien que haga su proyecto, yo tendré otro proyecto en mis manos y me llevaré la satisfacción de aprender y crecer. Sí, seré una niña, pero mientras yo avanzo, usted seguirá siendo el mismo machista. Y usted puede irse a su mundo de cavernícolas, mientras yo estaré en el mundo de gente triunfadora que no se detiene por gente como usted.

Tomé mi bolsa y salí de ahí en dirección a mi oficina. Entré azotando la puerta. Quería llorar, gritar, golpear a un machista idiota como el que acababa de tener enfrente. ¿Cómo podía existir gente así? Era tan idiota pensar que las mujeres solo servíamos para estar en casa y no para llevar a cabo una construcción. Yo tenía la capacidad de ensuciarme las manos, llenarme de polvo y poco me importaba. Amaba lo que hacía, aun con todo el esfuerzo que me costó abrirme un lugar en el mundo.

Miré el reloj, eran las 8:00 a.m. Mi estómago comenzó a gruñir y recordé que no había probado bocado. Decidí que quizás era una buena idea ir por mi espumoso café y quizás comprar un sándwich. Mi estómago rugió de aprobación.

Estaba por salir de la empresa cuando escuché a mi jefa llamarme.

—¿A dónde vas? —me preguntó.

—Iba por un café —respondí—. ¿Necesitas algo?

—No, solamente quería saber…si todo estaba bien. —Me pareció que al final había decidido decirme otra cosa.

—Supongo que muchos tipos como ese rondan en todo el mundo.

—Sí, mi hermano es algo así. —Sonrió y yo no supe qué decir—. Entonces, ¿estás bien?

—Furiosa, pero sí, estoy bien. —Le sonreí—. Algo hambrienta también.

—Entonces te dejo para que comas y respondas ese montón de mensajes que sonaron allá adentro. —No pude evitar sonrojarme, mi teléfono había sido algo obvio.

—¿Qué sucede? —pregunté al ver que no se atrevía a decirme algo.

—No voy a mentirte, si el tipo regresa voy a tener que llamar a Jacob y pedirle que regrese. —Suspiró—. Él nos discrimina, pero yo no puedo hacerlo, por lo que le entregaría el proyecto a Jacob.

Asentí triste y un poco más molesta. No sabía muy bien cómo lidiar con esto.

Bajé a la cafetería del edificio y me formé en la fila para comprar desayunos, pude ver que sí había sándwiches de pollo. Solo esperaba que no se los terminaran las personas delante de mí. Decidí esperar a sentarme para revisar mi teléfono, aunque debía aceptar que quería saber si algunos de los mensajes eran de Edward.

Por fin llegó mi turno y le sonreí al chico que atendía.

—Buenos días —me saludó—. No me digas, un cappuccino grande con leche deslactosada y lo más espumoso que se pueda.

Sonreí sin poder evitarlo, y sí, también me ruboricé; siempre compraba el mismo café y era una adicta a su espuma. En ese momento sonó mi teléfono, avisándome que esta vez tenía una llamada, lo saqué y era Edward.

¿Por qué no contestas los mensajes? —preguntó con fingida suavidad.

—Y un sándwich de pollo —le ordené al chico que me atendía—. Hola, guaposaludé al teléfono, y no pude evitar burlarme un poco del pobre chico—. ¿Cómo amaneciste?

—Son $50.00 —informó el chico y le tendí el billete.

Hola, bonita. Amanecí bien, intentando hablar con mi hermosa y caprichosa novia. ¿Y tú? —declaró, y no pude evitar suspirar.

—Aquí tienes tu café súper espumoso y tu sándwich. Ten una bonita mañana, hermosa. —Enarqué una ceja mientras sostenía mi teléfono con el hombro y tomaba mis cosas.

¿Qué dijo ese idiota? —bramó Edward del otro lado de la línea. Le pedí que esperara mientras buscaba una mesa que estuviera lejos de la barra, me sentiría nerviosa y muy rara bajo la atenta mirada del chico.

—Es un niño que atiende la cafetería de la empresa, se puso rojito diciéndome eso. —Reí—. Creo que soy su crush.

Idiota —musitó Edward.

—¿Nunca te han parecido tiernos los enamoramientos ficticios? Vamos, no me digas que nunca tuviste uno.

¡Claro! Pero con… no sé, Thalía o algo así. ¿Y tú?

—Sí, aunque yo lo tuve cerca por años —respondí sonriendo, sin querer confesarle que fue él mi crush de secundaria.

Llamaba para preguntar cómo iba tu mañana, nena.

—Horrible, sin ganas de recordarla. —Mis ojos se llenaron de lágrimas sin derramar. Intenté tranquilizarme tomando mi delicioso café.

¿Está todo bien? —preguntó, yo negué con mi cabeza.

—No, perdí un contrato muy importante, todo porque el idiota vio que era mujer.

Lo siento, hermosa —se lamentó—. Pero él se lo pierde.

—¿Ya desayunaste? —Cambié de tema.

Hermosa, tú y tu trabajo valen mucho la pena, nunca dejes que nadie diga lo contrario, piensa que quizás va a llegar algo mejor —me alentó—. Y no, voy a comprar un poco de fruta antes de entrar.

—Gracias por tu apoyo. —Suspiré—. Debo irme, aún tengo trabajo que hacer y desechar.

Yo opino que no lo deseches, el idiota va a regresar, sé bien lo que te digo.

—Quizás tengas razón, o solo me sirva como idea para algo más. —Me deprimió pensar en lo que dijo mi jefa, si el cliente regresaba, llamaría a Jacob.

Vamos, anímate; ten muy bonito día, nena.

—Igual, guapo —respondí y cortamos la comunicación.

.

Llegué a mi oficina y Alice me esperaba afuera; apenas me vio me tomó del brazo e hizo que entráramos.

—¿Qué sucedió con el cliente? —inquirió.

—¿Por qué lo dices?

—Las chismosas dicen que Irina llamó a Jacob, pero que no logró localizarlo. —Las chismosas eran las secretarias.

—El tipo me discriminó por ser mujer y se marchó. —Alice abrió la boca sorprendida—. Irina me dijo que si regresa, le entregará el proyecto a Jacob.

—¿Y lo vas a permitir?

—¿Qué quieres que haga? Estoy de manos atadas.

—Me parece una gran injusticia —dijo, luego sonrió—, si esta fuera tu empresa…

—Pero no lo es, así que mejor vamos a ponernos a trabajar.

Uno de mis más grandes sueños era tener mi propia empresa de arquitectura, pero a mis casi 28 años, era un poco difícil. Confiaba en que quizás dentro de algunos años pudiera lograrlo, no me rendía ni perdía la esperanza.

Salí un momento a hablar con Angela sobre unos contratos, para cuando regresé a la oficina ya eran las 3:00 p.m. Sonreí. A partir de ese momento podía seguir en la oficina o irme, era libre.

Vi un hombre hablando con Jessica, estaba de espalda por lo que no podía verlo bien, así que me acerqué. En ese momento Jessica me señaló y el hombre giró hacia mí.

—¡Edward! —Sonreí acercándome a ellos. Le di los papeles a Jessica—. ¿Qué haces aquí?

—Te escuché triste en la mañana y pensé que sería bueno invitarte a comer, tengo la tarde libre —confesó. Se veía guapísimo con su traje azul y camisa blanca, le ajustaba perfectamente a su cuerpo—. También te quise traer esto.

Frente a mí tenía un hermoso ramo de rosas rojas y en el centro un corazón de flores blancas. Era muy hermoso y dulce. No tenía palabras para expresar lo que sentía, Edward calentaba mi corazón con sus hermosos detalles.

—¡Es hermoso! —Tomé su mano y lo guie hacia mi oficina. Lo miré a los ojos y sonreí. Jessica nos siguió y pude verla analizándolo de pies a cabeza—. ¿Qué necesitas, Jessica?

—Eh…estos papeles, ¿qué hago con ellos? —Enarqué una ceja y ella salió corriendo. Era obvio que sabía lo que tenía que hacer con ellos.

—Qué miedo —exclamó Edward antes de comenzar a reírse, lo secundé segundos después.

—Lo siento, pero Jessica ama meterse donde no la llaman —comenté.

—Así que aquí trabajas. —Paseó sus ojos por mi oficina. Estaba decorada a mi gusto, era blanca con negro. La mesa era de cristal y las sillas negras. Tenía dos mesas de trabajo a mi izquierda y varios caballetes con dibujos e ideas expuestas. Detrás de mí había un ventanal que permitía que casi nunca tuviera que encender la luz—. ¿Estos trabajos son tuyos? —me preguntó y yo asentí.

—Algunos, otros son de Alice, quien por lo regular trabaja aquí o en su pequeña área.

—Ella fue la que me indicó cómo llegar —explicó y asentí. Me imaginé que había sido ella o Emmett—. ¿Te gusta la idea de salir a comer?

—Me encanta. —Admiré las hermosas flores de cerca. Eran hermosas. Aunque yo no era la típica chica que se enamoraba con rosas rojas, su detalle me había dejado completamente tontita.

—Son rojas como muestra del amor, y blancas por la pureza y la sinceridad de mis sentimientos. De verdad voy a poner todo de mi parte para que funcione.

Asentí intentando relajar el nudo que se formó en mi garganta. Sentía mi corazón bombear fuertemente, sabía que si no tenía cuidado podría caer perdidamente enamorada de Edward. Aunque él me lo ponía bastante difícil con todos esos detalles tan dulces.

—¿Te falta mucho para salir? —preguntó acariciando mi mejilla, no pude evitar apoyar mi rostro en su mano.

—No, solo tengo que sacar una cosa y estaré lista. —Asintió y se sentó frente a mí.

—Tómate tu tiempo. —Sonreí y comencé a sacar algunos datos que necesitaba. Sentía su mirada fija en mí, lo cual me ponía un poco nerviosa.

—¡Jessica! —llamé pero no respondió. No podía ser cierto que se había ido a llorar al baño. Mi linda secretaria tenía que dar la nota—. ¡Jessica!

—¿Me llamabas? —Entró cuando yo estaba por ir a buscarla.

—¿Dónde estabas? Tengo rato llamándote. —Sacudí la cabeza molesta—. Quiero que le lleves estos papeles a Alice. —La miré y ella miraba a Edward, el cual intentaba no reír evitando su mirada—. ¡Jessica!

—¿Eh? ¿Qué? —preguntó distraída.

—¿Viniste a trabajar o qué? —aseveré. Ella se sonrojó—. Te dije que quiero que le lleves esto a Alice y que le digas que analice esos materiales y con esos trabaje los bocetos. Yo me voy.

—Está bien. —Dio la vuelta y se fue.

—Tu asistente me puso nervioso. —Rio Edward acercándose—. Parecía que en cualquier momento me iba a saltar encima.

—A veces me desespera como no tienes idea. —Tomé mi abrigo y mis rosas.

—Espera, ¿te he dicho lo hermosa que te ves? —Me tomó por la cintura e insistió en que diera una vuelta—. Eres preciosa.

—Gracias. —Me acerqué más a él—. Te confesaré que me vestí para mi lindo novio.

—Qué novio tan suertudo tienes —dijo bajando la voz. Se acercó otro poco, bajando su rostro hacia el mío. Acarició un poco nuestras narices, logrando ser tierno. Yo dejé mis cosas sobre de la mesa sin apartar mi mirada de la suya mientras acariciaba su rostro suavemente, pero intentando que no se alejara.

—¡Bella! —gritó Alice entrando a la oficina sin tocar, haciendo que nos separáramos. Edward murmuró un no puede ser—. ¿Interrumpo?

—¿Qué quieres, Mary Alice Brandon? —gruñí.

—Lo siento —dijo—. Quería preguntarte sobre lo que me mandaste con Jessica.

—¿Qué duda tienes? —pregunté.

—Mi duda es por qué quieres el cambio de materiales.

—Por la misma razón de siempre, porque estos son más sustentables, siempre me preguntas lo mismo y siempre te digo lo mismo.

—Ahhh sí, es cierto —expresó distraída, luego sonrió—. Bueno, eso era todo.

Reí cuando por detrás Edward hizo gestos de querer ahorcarla. Yo no me detuve y tomé el cuello de mi amiga entre mis manos jugando.

—Te odio, Alice Brandon.

—No, así me amas. Nos vemos. —Se dio la vuelta y se fue.

—¿Nos vamos? —pregunté tomando la mano de Edward. La esencia romántica se había esfumado con la interrupción de Alice.

Caminamos tomados de la mano. Pude notar todas las miradas de los empleados y compañeros de trabajos que nos cruzábamos. De camino dejé las llaves de mi coche con Alice y le pedí por favor que se lo llevara. Esta asintió.

—¿Cómo estuvo tu día en el trabajo? —cuestioné a Edward mientras salíamos del estacionamiento.

—Bien, bastante tranquilo.

—¿Por qué escogiste ser médico pediatra? —curioseé.

—No lo sé, Bella, supongo que me gusta.

—¿Tus padres a qué se dedican? —proseguí.

—Nena, esto parece un interrogatorio de una serie policiaca, solo te falta ponerme la luz en los ojos.

—Lo siento —dije. Decidí callar, aunque debo confesar que muchas preguntas burbujeaban en mi pecho. Quería conocerlo más.

Llegamos a un bonito restaurante en silencio. Edward se estacionó y le dio la vuelta al coche para abrirme la puerta como todo un caballero. Miré a todos lados y noté que nos encontrábamos solos, no había forma de que ahora nos interrumpieran, por lo que me acerqué lentamente y lo abracé, colocando mis manos alrededor de su cuello. Acaricié suavemente su nuca y le sonreí dulcemente; no entendía por qué me sentía tan nerviosa, quizás era él quien me ponía así.

Edward acercó mi nariz con la suya mientras yo pasaba una de mis manos por su mandíbula. Sonreí un poco y él me correspondió, su mano subiendo y bajando lentamente por mi espalda. Poco a poco acercamos nuestros labios. Alterné mi mirada entre su boca y sus ojos a medida que nos acercábamos. Cerré mis ojos y me dejé llevar por los suaves movimientos de mi novio. Actuábamos con tanta tranquilidad y lentitud que pudieron transcurrir horas y poco nos habría importado. Suavemente sus labios tocaron los míos, podía sentirme flotar en una burbujita donde no importaba lo que sucedía a nuestro alrededor.

Poco a poco el beso se tornó más intenso, así que cuando nos urgió respirar nos separamos. No dijimos nada, puesto que las palabras sobraban. Únicamente nos miramos y enlazamos nuestras manos. Entramos al restaurante y, mientras esperábamos que nos asignaran una mesa, me recargué en su hombro, dichosa. Permanecíamos con nuestras manos unidas fuertemente. Estaba feliz y la vez temerosa, sentía que Edward se estaba convirtiendo en alguien importante muy rápido y no sabía cómo reaccionar a eso.

Minutos después un mesero un poco regordete nos llevó hasta una bonita mesa cerca a la ventana. Edward recorrió la silla para mí como todo un caballero. El mesero nos entregó los menús y se retiró en silencio.

Vislumbro el jardín mientras Edward revisa unos mensajes. Aunque no lo quiera no puedo evitar que el peso de lo ocurrido en el día caiga sobre mis hombros, provocando que me sienta agotada. ¿Por qué la gente debe discriminar? ¿Por qué no juzgarme por mis habilidades y no por mi sexo o por mi edad?

—Te noto preocupada —murmura Edward sacándome de mi ensoñación—. ¿Qué sucede?

—Nada, es solo trabajo. —Miento mirando aun por la ventana.

—¿Tiene que ver con el cliente idiota? —pregunta y asiento.

—Irina, mi jefa, me dijo que ella estaba de acuerdo en que era idiota. —Sonreímos—. Pero que era un cliente importante, y si regresaba llamaría a…Jacob.

—Y eso te tiene preocupada porque ahora estoy en tu vida —afirma en tono molesto.

—¿Qué dijiste? —pregunto extrañada—. ¿De dónde sacas eso?

Se ve incapaz de responder porque el inoportuno mesero se pone frente a nosotros para tomar nuestra orden. Me molesto tanto que ni siquiera escucho lo que él ordena, siento mis oídos zumbar. Cuando me preguntan, pido lo mismo aunque no tenga la más mínima idea de qué es. ¿Qué le sucede? ¿Por qué siempre tiene que hacer eso? Siempre tiene estúpidas reacciones que rompen cualquier burbujita de felicidad. ¿Así es como dice que quiere compartir conmigo?

—Isabella…

—Cállate —bramo. Él arquea las cejas—. ¿Así es como piensas demostrarme que quieres compartir todo conmigo?

—Oye…

—Te dije que te callaras —replico. Una tipa de la mesa de al lado nos voltea a ver sin ningún tipo de discreción—. Escúchame bien, sé estar en una relación, tengo perfectamente clara la definición de fidelidad.

En ese momento aparece nuevamente el mesero con nuestra orden y yo aprovecho para ir al tocador. Cierro la puerta y me miro en el espejo, tengo las mejillas rojas; me las toco y están calientes. Estoy furiosa, no tengo porqué soportar que alguien ponga en duda mi comportamiento. ¿Hasta qué momento la sombra de Jacob seguirá molestándome? ¿Por qué carajos si ya salió de mi vida no se borra del mapa de una buena vez? Si, lo que ahora siento por Jacob es odio y fastidio. No veo el momento en que tenga que dejar de decir su nombre o relacionarme con algo que tenga que ver con él.

Pienso que estoy cometiendo un error, Edward y yo no tenemos nada qué hacer juntos. Tiene un humor tan inestable, tan pronto es dulce como es duro. Por un instante cruza todo tipo de libros de historias románticas por mi cabeza, más en concreto Cincuenta Sombras de Grey. Hombre más inestable, el mío.

En ese momento cruza otra palabra por mi mente.

Celos.

¿Será posible que sienta celos? He hablado muy poco de Jacob con él. Me mojo un poco la nuca y regreso a la mesa. Edward me observa desde la mesa mientras me acerco, puedo ver el arrepentimiento en sus ojos. Me siento bajo su atenta mirada.

—¿Todo bien? —inquiere suavemente, yo asiento. Miro mi plato y encuentro Enchiladas verdes con pollo. Bien, al menos no es carne—. Emmett se reintegró hoy al trabajo —comenta aun mirándome y yo asiento sin articular palabra mientras tomo un poco de limonada. Estoy tan distraída que olvido que nunca tomo nada que no vea cuando es servido—. Me preguntó por ti.

—Buen provecho —mascullo.

—Perdóname —susurra y me atrevo a mirarlo, se muestra avergonzado.

—No pasa nada, solo tendré presente nunca contarte nada —reprocho comenzando a comer—. No soy del tipo de persona que permite que la traten como una cualquiera.

—Yo jamás he dicho que lo seas.

—Con tu trato me lo dices. Y escúchame una cosa, yo voy a pagar lo que me estoy comiendo.

—Por supuesto que no, yo te invité a comer.

—¿Por qué me tratas así? ¿Qué pretendes? ¿Acaso buscas un saco de boxeo con el cual desquitar tus extraños cambios de humor?

—Por favor, te pido que olvides mis palabras. —Intenta sonreír—. Vamos a disfrutar de nuestra comida.

Asiento.

—Pero quiero una respuesta, hasta decirme que sufres de bipolaridad es válido, es una enfermedad actual y te puedo acompañar a ver algún médico.

—Me equivoqué —comenta—, no eres como el resto de las chicas.

—No, no lo soy y no pienso serlo —afirmo—. Tengo mis ideales claros.

—Por favor, no hagamos una tormenta en un vaso de agua por una tontería —pidió. Suspiro. Era él quien había hecho drama—. Tómalo como un error de apreciación.

—¿Solamente un error de apreciación, Edward? —pregunto bruscamente—. No hablas de… —Quise decir "celos" pero me detuve, quería saber que sentía por mí.

—¿De qué?

—De sentimientos —murmuro mirándolo fijamente.

—¿De sentimientos?

—¿Qué sientes por mí?

—N-No sé, más bien, sí sé —articula y puedo ver su sonrojo—. Pienso en ti con mucha intensidad, me vuelves loco, eres tan rara, me perturbas, me inquietas, me preocupo por ti, te tengo clavada en la mente…

—Yo quisiera que me tuvieras en tu corazón —digo poniendo mi mano sobre su camisa azul, justo donde se encuentra su corazón—. No quiero ser algo de un rato o de unos días.

—¿Yo estoy en tu corazón? —pregunta haciendo a un lado su plato vacío y tomando mi mano.

—Quizás sí —respondo—. Lo que tengo seguro es que no eres un juego y que deseo que lo nuestro se vuelva tan fuerte como un gran árbol.

—¿Entonces me dirás que crees que lo nuestro es algo así como un amor a primera vista? —bromea—. ¿Lo crees?

—Yo creo que el amor nace de muy distintas maneras. Tanto el amor como los sentimientos son como una pequeña semilla que se debe de cuidar y regar, no solo los primeros días, siempre —confieso—. Los sentimientos, todos, son valiosos. No son un juguete nuevo en manos de un niño, que pasados unos días se olvida que lo tiene.

—Piensas de forma muy hermosa.

—No solo quiero ser tu novia, también quiero ser tu amiga, tu mejor amiga —prosigo—. No quiero que dudes en confiar en mí, en decirme las cosas; habrá cosas que quizás no entienda, pero puedo hacerlo si me explicas.

—¿Qué es para ti el amor?

—Depende del tipo de amor que hablemos. Existe el amor hacia los padres y hermanos, la pareja, los amigos, pero también hacia uno mismo, aunque a veces el último nos cueste más trabajo —explico—. Todos son muy fuertes, iguales y a la vez tan distintos.

—De acuerdo. —Asiente—. ¿Qué es para ti el amor hacia la pareja?

—Dar, compartirlo todo con esa persona. Cada ser humano es un mundo, ve las cosas de una forma en específico. Al compartir tu vida, tu tiempo, con alguien le enseñas algo nuevo. En general creo que cada persona que conoces tiene algo que enseñarte al igual que tú a ellos, me recuerda mucho esa frase de la obra de WICKED: oí decir, que quienes llegan hacia ti es por algo que les debes aprender y hay que seguir a quien te ayude a ser mejor, siempre y cuando le ayudes a crecer. Quiero compartir mi modo de ver la vida, pero también quiero conocer la forma en que tú la ves, pero no me dejas.

—No estamos hablando ahora de eso —replica separándome un poco de él y tomando mi mano—. Isabella, lo nuestro empieza ahora, veamos qué es lo que pasa, si crece…

—Yo quiero que crezca. —Lo interrumpo colocando mi otra mano sobre las dos unidas.

—Yo también. —Sonríe.

—Entonces dilo, dilo hasta que te convenzas de que es cierto —pido—. Dilo muchas, muchas veces, hasta que lo creas y llegue al fondo de tu corazón.

—De acuerdo.

—¿y qué vas a decir? —pregunto coqueta.

—Quiero a Isabella Swan. Quiero a Isabella Swan. Quiero a Isabella Swan. Te quiero, Isabella Marie Swan.

—Y yo te quiero a ti —respondo acercándome a besarlo. Cerramos nuestra plática con un tierno beso—. No quiero que una sombra opaque la felicidad que podemos tener —murmuro aun cerca de sus labios—. Y tengo ideales claros, y uno de ellos es que no permitiré que me trates…

—¿Los señores van a ordenar algún postre? —Interrumpe el mesero. Tanto Edward como yo sonreímos y nos separamos, sé que pensamos lo mismo, el mesero es muy inoportuno. Frente a nosotros tiene una charola con varios postres.

—Yo quiero uno —digo señalando una copa rellena en varias capas de chocolate, crema y mermelada de fresa. Luego crema, chocolate y al final crema de nuevo. Decorado con mermeladas y zarzamoras—. ¿Tú quieres uno? —le pregunto a Edward, pero niega con la cabeza.

Me entregan el postre con dos cucharitas y el mesero se retira.

—Te fascinan los postres —murmura Edward mirándome.

—Está muy rico. —Lo miro y después tomo un poco de postre—. Abre la boca.

—¿Qué? —pregunta pero solo señalo la cuchara—. No, yo no quiero.

—Vamos, cariño, está muy rico. —Acerco la cuchara un poco más a su boca, pero él se aleja—. Si no lo comes te voy a ensuciar, va a gotear el chocolate.

Por fin suspira y abre su boca y come lo que le ofrezco. Tomo un poco más y le ofrezco más.

—Caramelo, en serio no quiero. —Me le quedo mirando sorprendida—. ¿Qué?

—¿Cómo me llamaste? —pregunto sorprendida.

—Caramelo. ¿Te molesta? —Niego con la cabeza y él sonríe.

—¿Por qué me dices así? —Él solo sonríe y come lo que le ofrezco—. ¿No me dirás, cierto?

—Exacto.

—Me encanta. —Sonrió comiendo un poco más de postre.

—¿Quieres que te confiese una cosa? —pregunta y yo asiento—. El día que salimos a cenar, que encontramos a mi amigo español…

—¿El día que te robe aquel beso? —bromeo y el ríe.

—Exacto, ese día. —Me da un pequeño beso—. Él preguntó si tú eras mi churri y yo dije que sí.

—Ajá, nunca me quisiste decir qué era. —Sonríe misterioso.

—Hoy tú eres mi churri.

—¿Pero qué es eso? – gruño frustrada.

—Mi novia. —Se encoge de hombros y yo me quedo con la boca abierta. ¿Por qué lo hizo? ¿Acaso en esos días ya pensaba en mí de esa forma?

Él toma un poco de mermelada de fresa con su dedo y me la unta en la comisura de la boca. Antes de que pueda decir algo lo retira con sus labios y después me besa. Me doy cuenta de que me gusta el sabor de sus besos y que no me importaría pasar todo el tiempo del mundo besándolo.

¿Caramelo? Me encanta.