Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.

Capítulo beteado por Manue0120, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.

PRINCESA.

Capítulo 14. Esta soy yo.

—Esta soy yo —expreso mientras él enciende el coche.

—No entiendo —replica un poco frío y sin mirarme.

—Soy una princesa moderna. —Sonrío—. Me gusta cómo hago las cosas.

—Quedamos en compartir —murmura en tono frustrado.

—Lo estamos haciendo, compartimos el tiempo, la comida… —Sonreímos ante lo último—. Pero también es justo que compartamos los gastos.

—No soy rico, sin embargo no tengo problema en invitar a mi novia a comer —insiste.

—Yo no he dicho que no se pueda —argumento—. Quiero que entiendas que me gusta comprar, amo comer, el café es un vicio para mí; pero que cuando comparto cualquier cosa que incluya dinero, siempre tiene que haber algo de mi bolsillo.

—Eso significa que si no tienes dinero, no podemos salir. —Jaque mate. No supe qué contestar a eso.

—Yo quiero un novio, no un banco —insisto—. Además, no veo por qué todo tenga que incluir dinero…y eso me recuerda a otra discusión que quiero tener contigo.

—¿Tres discusiones en un día? —preguntó frustrado—. ¿No…?

No logro terminar de hablar porque en ese momento suena su teléfono, me sorprendo cuando lo veo moverse con la intención de sacarlo.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto cuando lo vi desabrocharse el cinturón de seguridad.

—Está sonando mi teléfono —dijo como si fuera algo obvio.

—No puedes contestar, estás manejando —asevero en el mismo tono. En ese momento se detuvo en un alto y aprovechó para sacar su teléfono—. No puedes contestar.

—¿Bueno?—respondió, haciéndome una seña con su dedo de que no hablara—. ¿Qué pasa, Jane? Estoy al volante…está bien, te llamo al rato. No puedes enojarte porque conteste el teléfono —me dijo apenas colgó.

—Eres un irresponsable, pudiste atropellar a alguien. —Me crucé de brazos. En ese momento volvió a sonar su teléfono—. Estaciónate si vas a contestar.

—No me regañes, pareces mi madre —gruñó mientras se estacionaba y contestaba el teléfono. Quise decirle que no le había gritado, pero él ya me ignoraba.

—¿Hola? —saludó—. ¿Qué sucede, Emmett? Salí a comer y no, no te llevo nada.

No pude evitar reírme un poco, Emmett era predecible y un tragón al igual que yo, aunque dolió un poco cuando me hizo señas de que me callara, suponía que había la confianza de hablar en presencia del otro. Sí, quizás estaba exagerando.

Recordé el altercado que tuvimos por pagar la cuenta donde él se molestó porque yo quise pagar mi comida. Primero, ya le había dicho que lo haría, y segundo, desde que salimos la primera vez le dije que así hacía las cosas, siempre pagaba yo mis cosas. No era que me molestara que alguien me invitara, pero tenía la mala suerte de que el 80% de las veces, cuando dejaba que me pagaran algo, después me lo estuvieran reprochando, cosa que me molestaba demasiado. Así que aprendí a pagarme las cosas yo sola. Además me sentía más cómoda así.

—¿Me acompañas? —preguntó sacándome de mi ensoñación.

—¿A dónde? —Él enarcó una ceja—. No escuché tu conversación.

—Al hospital —bufó y asentí—. Cambia un poco esa forma de ser, o el que se va a enojar soy yo.

—¿De qué me estás hablando? —repliqué mientras avanzábamos.

—Me dices que de todo me enojo, que yo soy el bipolar; pero tú no te quedas atrás, también de todo te molestas, tienes una reacción inesperada para todo.

Eso no era cierto, ¿o sí? La verdad era que nunca me había fijado en eso. Sí, era algo explosiva, siempre tenía una idea y una reacción a todo, pero suponía que como todo el mundo. Aunque debía acotar que según me habían comentado algunos amigos, era mejor cuando expresaba algo, según ellos, si no decía nada era porque estaba molesta de verdad o no me interesaba.

—Me gusta que tengas ideales y te defiendas —me dijo tomándome de la mano y mirándome tiernamente—. Lo que no me gusta es que de todo quieras pelear conmigo, estoy de tu lado, no en tu contra. Tampoco acostumbro contestar el teléfono manejando, pero olvidé el buscador del hospital y ahora necesitan que atienda algo.

—Si tú quieres puedo irme en taxi. —Su expresión cambió, por lo que acaricié su brazo con suavidad—. No lo estoy diciendo por pelear o por capricho, entiendo que tu trabajo es importante, no quiero que te preocupes por mí o distraerte.

—Si tú no tienes inconveniente en esperarme un poco, no, no quiero que te vayas.

—No tengo ningún problema —murmuré acercándome—. Solo si me das un besito.

—¿Solamente uno? —susurra sonriente mientras cumplía mi petición. Nos separamos cuando sonó el claxon del coche de atrás, aunque no soltamos nuestras manos.

—¿Te molesta si enciendo tu radio? —pregunto.

Caramelo… —dice con un tono de voz que decía "no seas absurda"—. No, hazlo.

Sonreí y la encendí. En ese momento comenzaron unos extraños acordes, una canción que nunca había escuchado.

—Déjala, me gusta mucho esa canción —pidió.

—¿Quién es? Nunca la había escuchado.

—Es un grupo nuevo, pero siempre que la escucho me acuerdo de ti. —Me guiña un ojo y yo me sonrojo . Me encantaba que pudiéramos hacer cosas tan comunes como escuchar una canción juntos.

Aunque contigo
se rompan las reglas
aunque al hablar
tus padres no entiendan
aunque te llamo
y no siempre contestas
así me gustas tú

Aunque conmigo
seas tan callado
aunque te olvides
de mi cumpleaños
aunque me ignores
cuando te hablo
así me gustas tú

Tú me gustas
por diferente
porque así
también soy yo
y aunque nos
critique la gente
te doy todo
mi corazón

Me gustas tú tú tú
así me gustas tú
te quiero así
tal como eres
y así también
me quieres tú

—Estos son los detalles que me gustan —comento mientras él se estaciona, me mira y sonríe—. No los que implican dinero, sino esos que llegan al corazón, el que me demuestres que te preocupas por mí y que me quieres.

—Quiero que tú me entiendas a mí, me gusta comprarte cosas y si quiero comprarte una mansión, lo voy a hacer y el saber que te vas a molestar no me va a detener.

—Pero yo no quiero cosas materiales, quiero hechos, sentimientos.

—Es parte del paquete, Caramelo. —Cada vez que me llamaba así mi corazón aleteaba como un pequeño colibrí. ¿Cómo era tan fácil que una simple palabra me pusiera toda tontita?

Me tomó de la mano y entramos al hospital. El área de enfermeras ya la conocía, era aquella donde le traje la comida. Entramos a un pequeño elevador los dos solos. Edward me agarró la cintura y llevó su mano hacia mi rostro para acercarme a sus labios. Adoraba la ternura con que me besaba y me acariciaba, sus manos se amoldaban a la curvatura de mi cintura como si hubieran sido hechas para estar ahí.

Caminé de su mano por un pasillo blanco lleno con varias puertas. Su mano guiaba mi cuerpo porque mi mente estaba en otro lugar, pensando en la rapidez con la que me estaba encariñando con él. No, no podía dejarme llevar tanto, debía caminar con tranquilidad.

—¿Sucede algo? —preguntó sacándome de mi ensoñación. Sacudí la cabeza y él lo tomó como una negativa—. Tienes el ceño fruncido y la mirada perdida.

Qué observador.

—No es nada. —Medio sonreí—. Solo algunas inquietudes que tengo en mi cabeza.

—Dile a esa hermosa cabecita que se tranquilice un poquito —dijo deteniéndose y tomando mi rostro entre sus manos—, todo está bien.

Quise tomar de manera literal sus palabras y de verdad pensar que todo estaba bien, que no había problema en encariñarme con él. Pero no pude. Intenté sonreír y asentir, aunque no creí que fuera convincente porque él rio un poco. Caminamos hasta una puerta cerca de nosotros y entramos.

—Bienvenida —anunció y me permitió pasar primero. Aun recordaba su consultorio de cuando lo obligué a comer conmigo. Habían pasado tantas cosas desde ese día... Me sobresaltó cuando me abrazó por la espalda—. ¿De qué te ríes?

—Me estaba acordando cuando vine y te obligué a comer conmigo. —Me giré y lo abracé—. Pensaba que han ocurrido muchas cosas desde ese día.

—Y faltan muchas más. —Él tomó mi rostro entre sus manos—. Te quiero, Caramelo.

—Yo también te quiero —dije y nos dimos un tierno beso. Después él se alejó lentamente y entró por una puerta, suponía que ese era el baño.

—Espérame aquí —ordenó cuando regresó, se había quitado el saco de su traje y se abrochaba una bata. Me acerqué y lo ayudé—. Gracias, no tardaré demasiado.

—No te preocupes, yo verificaré algunas cosas del trabajo, te prometo que entretenerme no será un problema. —Sonreí y en ese momento tocaron a la puerta. Era un doctor y una enfermera.

—Edward —lo saludó el doctor—. Las enfermeras me avisaron que ya habías llegado.

—Dereck, te presento a mi novia, Isabella Swan —dijo colocándose a mi lado y tomándome por la cintura—. Cara, él es Dereck Shepard, neurólogo del hospital. Y ella es Brenda, es algo así como la aprendiz de Dereck.

—Mucho gusto, señorita. —Me sonrió la enfermera. Edward apretó ligeramente mi espalda, lo miré y él me miraba de reojo.

Sí, no podía hablar porque comenzaría a reír. Tenía frente a mí al guapísimo doctor de la serie Grey´s Anatomy. Amaba esa serie y en algún momento escuché que los doctores eran reales. Era como un sueño.

—Mucho gusto, señorita —me saludó dejando un beso en mi mejilla—. Adelante, puede decirlo.

—Lo siento. —Apoyé mi mejilla sobre el pecho de Edward—. Es que…es…raro.

Escuché una disimulada risita y miré a la enfermera detrás del guapísimo doctor. Me ruboricé, no lo pude evitar, solo estaba actuando como una fanática normal, otra en mi lugar ya se hubiera lanzado a sus brazos y lo estaría llenando de besos, a mí me estaba costando mucho trabajo no hacerlo, pedirle un autógrafo y cuestionarlo sobre las grabaciones de la serie.

—Usted vio la serie en la que estuve —afirmó y yo asentí. Me dolió cuando habló en pasado, igual que cuando me enteré que abandonaba la serie.

—Me encanta, es de las mejores series que he visto. Era tan real…y darme cuenta que en verdad existe es increíble, desde los primeros capítulos fue tan enganchadora… Lo siento. —Me callé cuando vi a mis tres acompañantes reír abiertamente.

—No se preocupe. —Sonrió—. Ahora debo ir a cumplir mi verdadera labor, pero después podemos platicar y hasta un autógrafo le doy.

—Me encanta la idea.

—Debo ir a trabajar, cara. —Edward tomó mi rostro entre sus manos y me miró con ternura—. Pórtate bien.

—Siempre —respondí como niña pequeña. Nos dimos un besito de piquito y se retiró con el doctor Shepard.

Enarque una ceja cuando noté que la enfermera me miraba con curiosidad, sin pasar por alto que nos miró fijamente a mi novio y a mí darnos un beso. ¿Acaso ella había tenido algo que ver con Edward?

Cuando los tres se retiraron me senté en el sillón, tenía mensajes del trabajo y quizás personales que debía revisar, pero en ese momento poco me importaron. Fue en ese momento que me sentí con la libertad, el tiempo y la suficiente inquietud para recapitular un poco. Tenía que ver con Edward, no sabía qué tan bien estaba encariñarme tan rápido con él. No era mi primera relación, pero tampoco hanía tenido muchas. Solo una durante mi adolescencia, la relación con Jacob y esta. No deseaba comparar con Jacob porque en realidad no se parecían en nada los sentimientos. Tenía aproximadamente dos o tres meses de conocerlo y unas cuantas semanas con nuestro discreto coqueteo, pero ahora me daba miedo con qué rapidez todo tomaba fuerza.

Pensé por unos segundos en Jacob y la rapidez con la que le había tomado resentimiento, me molestaba su mención, no le deseaba la muerte pero sí que se alejara y no tener que volver a escuchar su nombre en toda mi vida. Lo odiaba.

Me daba miedo pensar que era capaz de cambiar en ciertas cosas mi forma de pensar y que "unas cuantas cosas" se convirtieran en un "todo". No era un ser perfecto, a pesar de mis ideales de "princesita", aunque de alguna forma me gustaba cómo pensaba. Los ideales de princesita. Ya ni siquiera me acordaba, solo pensaba en que quería ser su princesa y que Edward fuera feliz conmigo.

No, yo debía seguir siendo la que era, esa que no le daba miedo decir lo que pensaba o sentía. Edward no tenía por qué cambiarme. Esta era yo, con virtudes y defectos. Quizás mis sentimientos eran por lo apasionada que era con todo, aunque en estos momentos no me convenía tanto serlo. O quizás era que estaba dispuesta a permitir ciertas cosas con poca importancia, como dejarlo que me comprara lo que él quisiera con tal de no pelear.

Además, también estaba la idea de la enfermera en mi cabeza. ¿Por qué nos miraba tanto? ¿Qué era lo que le llamaba tanto la atención? A lo mejor ella tenía un enamoramiento con Edward. No, no lo creo, no me miraba con odio, aunque quizás ahora solamente me analizaba para saber qué rival tan fuerte era. Estaba desvariando, pensando cosas demasiado extrañas.

—Listo. —Edward entró sobresaltándome—. ¿Qué sucede?

—Nada, fuiste demasiado rápido. —Él me miró extrañado—. ¿Qué sucede?

—¿Qué estuviste haciendo durante mi ausencia? ¿No quedamos en que dejarías descansar esa cabecita?

—Solo fueron unos minutos —repliqué.

—Fue poco más de una hora, Caramelo. —Me sorprendí más no objeté nada. Necesitaba pensar. Me acerque a él y lo abracé, apoyando mi cabeza sobre su pecho. Me sentía cansada, había sido un día agotador—. ¿Qué tienes? ¿Qué te tiene tan preocupada?

—Ha sido un día demasiado largo y agotador —respondí a medias. Él me abrazó más fuerte y acarició mi cabello con suavidad—. Quiero dormir.

—Entonces duerme —musitó. Se separó un poco de mí y nos sentamos. Apoyó mi cabeza en su pecho y acarició mi cabello. Me sentía bien, tan tranquila.

—¿Puedo decirte algo? —pregunto separándome un poco y mirándole a los ojos.

—Siempre, puedes decirme todo lo que necesites.

—Estar así… —Volví a apoyar mi rostro en su pecho y lo abracé mientras que él volvía a acariciar mi cabello, enfatizando el punto—, siento que todo está bien, que mis preocupaciones son mínimas porque estamos bien.

—Todo está bien, Caramelo —afirma sin dejar de acariciar mi cabello—. Duerme, hermosa. Yo te cuido.

Permanecimos durante un rato así, aunque no logré dormirme sí me sentí un poco mejor. Me levanté lentamente pero sin alejarme, y llevé mis labios hacia los suyos. Fue un beso suave, lento, perfecto. Duro algunos minutos, aunque se vio interrumpido por un golpe sordo.

Emmett estaba parado frente a nosotros con la boca abierta y lo que parecía haber hecho ruido era la puerta cerrada. La sorpresa dio paso a la incredulidad y extrañamente después a la furia. Estaba segura que Edward le quiso reclamar por entrar sin tocar, sin embargo la mirada de Emmett lo detuvo. Sinceramente no lo culpaba.

—Emmett —bramó Edward, pero no alcanzó a decir más porque Emmett lo tomó por el cuello de la camisa y lo jaló, tirándome a mí en el proceso.

—¡Emmett! —grité, aunque no me hizo caso—. ¡Emmett, suéltalo!

—¿Cómo pudiste? ¿Cómo te atreves? —vociferaba Emmett rojo del enojo—. Es mi hermana. —Extrañamente Edward no se defendía—. ¡Contéstame!

—¡Emmett, suéltalo! —Continué gritando, me sorprendía que nadie entraba a separarlos.

—Emmett, cálmate —pedía Edward—. Nos estamos dando una oportunidad.

—No voy a permitir que juegues con ella —aseveró él—. Y sabes perfectamente por qué lo estoy diciendo.

—No lo voy a hacer —aseguró Edward.

—Emmett, suéltalo; es una orden.

—¡Júralo! —gritó ignorándome.

—Si no tuviera intención de hacerlo no permitiría que me sacudieras como lo estás haciendo —proclamó Edward—. Te lo juro, no tengo ninguna intención de lastimarla.

—Solo te haré una advertencia, si la lastimas, mejor escóndete, porque como enemigo soy el peor —aseveró Emmett tirándolo sobre el sofá.

Automáticamente corrí a auxiliar a Edward, él me abrazó y secó las lágrimas que no me di cuenta estaba derramando; sollocé en sus brazos mientras acariciaba su cuello.

—Estoy bien, tranquila. —Acarició mi espalda—. No llores, soy débil ante tus lágrimas.

—Quizás me estás odiando, pero créeme cuando te digo que no quiero que sufras —suplicó Emmett acercándose a mí—. Eres como una hermana para mí, tengo que cuidarte. —Asentí después de unos minutos sin separarme de Edward.

—Debo irme, tengo trabajo. —Continuó—. Por cierto, vi a Phil. Te envía saludos.

—¿Phil? —pregunté extrañada.

—Sí. —Se rascó su cabeza como si no supiera qué decir—. Nos vemos.

Se dio la vuelta y se marchó.

—¿Quién es Phil? —preguntó Edward.

—El padre de mi hermana. —Lo miré y leí la pregunta en su rostro—. No, tenemos diferentes papás, aunque él me quiere igual.

—¿Te llevo a tu casa? —preguntó asintiendo.

—Por favor. —Acaricié su bata, se había manchado de maquillaje.

—No te preocupes —dijo deteniéndome—. La lavan aquí en el hospital, vámonos.

¿Nunca han sentido que parece que los problemas no acababan? Eso me sucedió cuando llegamos a mi casa y encontré a Tanya parada en la entrada. ¿Ahora qué quería? Supongo que tocó la puerta y mi madre se negó a abrirle.

—Edward… —Él me miró mientras se estacionaba detrás de mi coche—. Si te pidiera un favor, ¿lo harías?

—¿Qué sucede? —preguntó intrigado. Al parecer mi expresión no era la mejor.

—Sígueme la corriente, ¿sí? Prometo explicarte todo después.

—Supongo que no me queda otra opción —expresó algo molesto.

—Prometo que es por nuestro bien —le aseguro saliendo del coche antes de que él me abriera la puerta—. ¡Tanya! —saludé acercándome sin permitir que Edward me tomara de la mano. No me pasó desapercibido que no dejó de mirar a Edward—. ¿Qué haces aquí?

—¡Qué bonitas flores! —Aplaudió—. ¿Quién te las dio? Están hermosas, y ese ramo está enorme.

—Jacob. —Mentí con una sonrisa.

—¿No me presentas? —preguntó enrollando un mechón de cabello en su dedo. Hasta ese momento fui consciente de que Edward estaba a mi lado. Sabía lo que hacía, trataba de coquetear con Edward.

—Oh, sí. Señor Masen, le presento a la Señorita Thompson, una amiga. Él es un cliente que viene a recoger unos papeles del trabajo.

—¿Masen? Me suena su apellido —declaró Tanya extendiendo su mano. Quise golpearme contra la pared, era obvio que reconocería a Edward—. ¿Acaso no nos conocemos?

—Lo mismo me parece a mí —contestó Edward tomando su mano y dejando un beso.

¿Qué carajos? ¿Por qué hace eso? ¿Acaso Edward le estaba dando pie a sus coqueteos?

—Qué galante. —Sonrió Tanya—. Además de guapo.

—¿Qué te trae por aquí, Tanya? —Interrumpí con una sonrisa falsa mientras que por dentro hervía furiosa.

—Vine porque me enteré de lo que le sucedió a Rosalie.

¿Qué?

—¿De qué me estás hablando? —Ella miró a Edward sin responder.

—Señor…

—Masen —replicó en tono frío. Quise gruñir al darme cuenta que ya se había enojado.

—Sí, eso. Señor Masen, ¿me haría el enorme favor de entrar a mi casa? En unos minutos estoy con usted —pedí sin retirar mi mirada de Tanya. Abrí la puerta de mi casa y él entró—. ¿Qué le sucedió a Rosalie?

—Pensé que estabas enterada —murmuró—. Estuvo hospitalizada, al parecer comió algo que no debía.

—¿Qué? Eso es imposible. —No conocía a nadie más exagerado con la alimentación que Rosalie. Siempre se fijaba en la limpieza y no ingería nada que no viera al momento de ser servido.

—Sí, lo sé. Es tan extraño —expresó falsamente afligida—. Me sorprendió mucho. Es tan feo que sufra ese tipo de cosas porque su hermana no la cuida. Bien, me voy. Cuídala mejor.

Cerré los ojos mientras ella se marchaba. Sus palabras fueron una sutil amenaza. Ella le hizo daño a mi hermana porque yo decidí no hacerles caso. Rosalie era demasiado cuidadosa con la comida, pero confiaba en Tanya. Estaba casi segura que Tanya le había querido hacer daño a mi hermana. Si yo volvía a alejarme de ellas, Tanya volvería a hacerlo.

Un pensamiento cruzó por mi cabeza, Edward me dijo que Emmett estaba de viaje. Phil vio a Emmett. Rosalie enfermó. Todo encajaba. Mi hermana enfermó y Phil, su padre, estuvo con ella y Emmett también. Rosalie sí era la esposa de mi hermano.

En ese momento abrieron la puerta y me encontré con mi madre frente a mí, Edward estaba con Phil a unos metros de nosotras.

—¡Phil! —Corrí a abrazarlo. Lo quería y lo había extrañado—. ¿Qué haces aquí?

—Tenía que hablar con tu madre, hermosa. —Volvió a abrazarme. En ese momento vi el gesto de mi mamá, había tristeza, preocupación y enojo. Phil llamó mi atención—. No quiero que te asustes, pero Rosalie estuvo hospitalizada.

—¿Qué? —Fingí—. ¿Cómo? ¿Cuándo?

—El fin de semana. Al parecer comió algo que no debía, pero…

—Eso es imposible —bramé—, si hay alguien exagerado con el cuidado de la comida esa es mi hermana. ¿Saben qué fue?

—Espera…pensé que tú sabías.

—No, esto es mi culpa. Peleamos y corté la comunicación.

—¿Habías hablado con ella? —preguntó mi mamá.

—Jacob estaba ahí —anunció Phil. Mi madre y yo lo miramos—. Pensé que tú lo habías enviado.

—¿Jacob? —pregunté y él asintió.

—Por cierto… —Sonrió cómplice—, qué bien les ha sentado el matrimonio, él estaba más regordete y tú, mírate, estás espectacular.

—¿Jacob tiene barba? —pregunté y Phil me vio con ternura.

—Sí, supongo que con la preocupación no tendría tiempo de rasurarse, aunque me extrañó que estaba un poco golpeado, pero no te preocupes, de seguro no es nada grave.

Estaba segura de algo, Jacob había sido mi acosador. Él estuvo en Canadá siguiéndome y Alice lo mandó golpear por los gorilas que me cuidaban. ¿O fue Emmett? ¿O ambos?

En ese momento alguien se aclaró la garganta, me giré y me encontré con un muy tenso Edward.

—Creo que no es momento de que yo esté aquí —expuso con la mandíbula apretada—. Si me disculpan, me retiro.

—Espera. —Lo detuve—. Phil, mamá, les presento a Edward Cullen, mi novio.

—¿Qué? —preguntó Phil sorprendido.

—Sí, Jacob y yo terminamos hace meses.

—¡Claro! —Aplaudió mi mamá con ironía—. Y como siempre yo soy la última en enterarme de todo.

Se dio la vuelta molesta y entró a la casa. Quise ir tras ella, pero Phil me detuvo.

—Lo lamento mucho, muchacho —dijo Phil—, no quise hacer comentarios incómodos, pero tenía mucho que no hablaba con Bella. —Luego se dirigió a mí—. Despídete de tu novio, yo conversaré con tu madre.

Se dio la vuelta y siguió a mi mamá. Cuando miré a Edward, él estaba saliendo de mi casa.

—Espera —le hablé pero no se detuvo—. Te estoy hablando.

—Lo mejor será que me vaya —me dijo dándome un beso en la frente—. Ha sido un día muy largo para ambos.

—Espérate, vamos a hablar.

—¿De qué quieres hablar? —objetó molesto—. Es obvio que ese tal Jacobsigue en tu vida.

—No veas las cosas así —supliqué—. Todo tiene un porqué.

—¡Me negaste, Isabella! —gritó—. El día entero he tenido que escuchar sobre el tal Jacob, Alice me amenaza, Emmett también, tú peleas conmigo y, por si no fuera poco, me niegas.

—¿Alice te amenazó? —pregunté extrañada. Él asintió.

—Me dijo que eras una persona muy sensible y que si me atrevía a lastimarte me cortaría…ya sabes, mientras dormía. —Quise reír, pues mi amiga no era del tipo de persona que hace amenazas.

—Yo no te negué, quiero que entiendas que Tanya es mala —comenté—, y el seguirle sus coqueteos puede ser el peor error de tu vida.

—¿Entonces por qué está en tu vida? ¿Por qué le hablas con tanta familiaridad?

—Deja de interrumpirme y escucha —ordeno—. Te voy a contar la historia completa, pero necesito que me escuches.

—Déjate de rodeos y habla ya.

—Yo te conocía hace muchos años.

—¿Qué? —preguntó incrédulo.

—Tú, Tanya, Rosalie y yo estudiamos en la misma secundaria —expliqué—. Tú me gustabas en ese momento, aunque tenías novia.

—O sea que solo soy un caprichito de la niñita. —Interrumpió dolido, traté de que no me hirieran sus palabras y puse todo de mi parte para no golpearlo o mandarlo muy lejos por no dejarme terminar.

—No, escucha y luego hablas —le pedí—. Tanya, Rose y yo éramos muy buenas amigas en esa época, aunque Tanya siempre ha sido cercana a Rosalie. El punto es que ella siempre se ha sentido nuestra hermana. Esto no debería decírtelo, pero mi hermana también estuvo enamorada de ti, aunque a diferencia de mí ella sí se atrevió a acercarse a ti y tú la rechazaste —conté—. Sé lo que está pensando tu cabeza, que quizás yo me quiero vengar de ese rechazo, pero tampoco. He sido sincera cuando digo que te quiero.

—Ajá, ¿y luego?

—Mi hermana se fue hace años a Los Ángeles —proseguí—. Hay cosas que ni yo misma entiendo. Me confunde demasiado y a la vez me lastima las ideas que me hago en la cabeza.

—Le estás dando demasiadas vueltas y no dices nada.

—De acuerdo… —Agaché la cabeza—. Rosalie no conoce a Jacob, o al menos eso creo. Ella no ha querido hablar ni conmigo ni con mi mamá desde que se marchó, únicamente envía correos diciendo que está bien. Tanya es quien la ve, habla con ella, la tiene hipnotizada, por no decirte idiotizada. Cuando terminé con Jacob, él me dijo que Tanya le había dicho cosas de mí, no sé qué exactamente, pero su comportamiento y el que todos a mí alrededor la odiaran me llevó a comprender que era cierto, Tanya era mala. La opinión de Jacob cuenta, pero no demasiado, prueba de eso es que continúo mi amistad con Emmett a pesar de que en su momento él decía que era malo. Entonces, ¿qué hacía Jacob con Rosalie? ¿Y Emmett? A mí no me engaña, yo sé que hay algo ahí, pero no sé qué.

—Respira —me pidió y hasta ese momento lo miré—. Toma aire.

—Hay muchas cosas raras, y si le he mentido sobre ti a Tanya es…

—¿Qué?

—No quiero que ella se meta contigo ni con lo que tenemos, eres demasiado importante.

—A mí no me pareció mala persona.

—Me vino a amenazar —confesé y él me miró sorprendido—. Yo me había alejado de Rosalie por culpa de ella, debo acotar que mi hermana es extremadamente cuidadosa con la comida, ahora vino a decirme que era una pena que Rosalie estuviera sola y que cosas como esa le pudieran ocurrir.

—Nunca me imaginé que tu vida fuera una auténtica telenovela.

—¿Qué era lo que esperabas al relacionarte conmigo? Una niña bonita, hueca y tonta que no tiene ideales, ni problemas.

—No sé.

—¿No sabes qué? ¿No era lo que te esperabas? ¡Perfecto! Estás a tiempo de salir corriendo, porque adivina qué, esta soy yo, con virtudes, defectos y problemas. —Señalé a nuestro alrededor—. Estás a tiempo de irte. —Me di la vuelta dispuesta a entrar a mi casa pero me detuve, me giré y lo miré—. Y te voy a decir algo más, al menos tú te vas sabiendo quién era yo, en cambio yo no sé nada de ti.

No le di el gusto de verme llorar por él. Entré a mi casa azotando la puerta. Phil y mi madre me miraron, así que agaché la mirada y me dirigí directo a mi recámara. Me tiré en la cama abrazando mi almohada.

—¿Alguna vez te he dicho que el amor tiene enemigos? —Me giré sorprendida al escuchar a Phil. Estaba frente a mí.

—Phil —articulé limpiándome las lágrimas.

—El amor tiene muchos enemigos, pero existen cuatros, principalmente. —Se sentó junto a mí, apoyé mi cabeza en sus piernas mientras que mi mamá se sentaba junto a mis pies.

—¿Cuáles son? —pregunté en un susurro.

—La indiferencia que lo mata lentamente. —Comenzó mi madre.

—La indecisión que no lo deja avanzar, al igual que el miedo. —Continuó Phil.

—Las mentiras que lo hieren como espadas —añadió mi madre.

—Y la desilusión que lo elimina —afirmaron ambos.

—Tú ya le has demostrado a ese muchacho quién eres, ahora no seas orgullosa y habla con él. Si te quiere, lo aceptará y, si no, al menos tendrás la certeza de que fuiste sincera —declaró mi madre.

—Pero debes ser completamente sincera —añadió Phil acariciando mi cabello hasta lograr que me quedara dormida.