Disclaimer: La película y el libro son propiedades de Tim Burton y Caroll Lewis respectivamente.
Advertencias: Alice/Sombrerero.
Alex cerró los ojos luego de unos segundos para poder oler mejor ese delicioso aroma que, a su parecer, se encontraba impregnado en el aire, puesto que había estado oliéndolo hace bastantes minutos y no se iba. Tampoco es como si él quisiera que se fuera, ya que el olor era relajante, tenía… Algo.
Detrás de él se encontraba Tarrant, quien no durmió tanto, ya que a los segundos siguientes se había levantado de un salto al tiempo que gritó una palabra que Alex no pudo comprender por su extraño acento y la cantidad de furia de su voz. Sin embargo, no preguntó, algo le decía que preguntar sería uno de los más grandes errores que podía cometer. Por lo que solo fue capaz de tomar un poco más de té y callar.
Ahora, todos, incluido el gato de Cheshire quien iba flotando a su lado, a diferencia del hombre triste que le seguía los pasos unos metros atrás, con la cabeza un poco gacha y a una velocidad casi nula. El silencio se podía desvanecer, pero el único que tenía el privilegio de disiparlo era Alex y no estaba muy seguro de si hablar o seguir como estaba.
Sin duda las preguntas se seguían acumulando.
Las respuestas se negaban a salir del escondrijo.
Alex quería saber muchas cosas, pero no era tiempo de formularlas. Puede que Chess se las respondiera, pero él solamente quería preguntárselas a Tarrant, lo que era algo inaudito. No era que confiara en ese hombre más que en el gato, acaba de llegar y él no era de esas personas que daban su confianza porque sí, simplemente sentía que la tristeza de ese hombre era igual a la suya de un modo u otro a pesar de no saber porque éste sufría. El gato, por otra parte, parecía como si disfrutara de una excelente vida.
—¿No crees que tu madre te extraña? —preguntó el felino apareciendo repentinamente delante de él. Su sonrisa sigue presente al igual que su cola que no paraba de moverse de un lado a otro de su cuerpo—. Alex.
—No es algo que te importe.
—No estoy preocupado —su sonrisa se ensanchó y las pupilas se le dilataron—. Simplemente preguntaba. Quiero saber sobre ella ¿Cómo es?
Alex caminó más rápido, olvidándose del lento Tarrant a sus espaldas. No quería decirle mucho a ese gato de lo que pasa fuera de sus sueños y lo que era su vida. Él deseaba no estar soñando, pues hubiera sido genial haberse quedado en ese maravilloso mundo lleno de cosas ilógicas y hermosas a la vez.
—¿Su nombre es Alice, por casualidad? —maulló Chess.
Alex dejó de caminar.
Su corazón se paró.
Alice se despertó luego de una larga y movida noche. A pesar de estar cansada, se levantó, lentamente, casi sin fuerzas y se vistió con el vestido confeccionado por el sombrerero.
Miró por la ventana y se percató de que el día ya estaba bien avanzado puesto que el sol estaba en su punto más alto en el cielo azulado. Era hermoso, todo, como el sol iluminaba las hojas rosado pálido de los árboles de Marmoreal al igual que hacía brillar las paredes blancas. Que hermoso se el País de las Maravillas comparado con el opaco ambiente de Londres.
Salió de la pieza del sombrerero y se dirigió a la sala real. La reina blanca debió de haber llegado hace unos momentos ya que esta era su última semana en Marmoreal a pesar de que sus deseos de volver con los días se habían vuelto casi nulos. Pero de seguir ahí seguían.
—Su Majestad —escuchó al otro lado de la puerta. Era la voz de Tarrant—. No creo que sea apropiado.
—Nunca que es lo apropiado hasta que se intenta, querido sombrerero.
A Alice le entró curiosidad de la conversación de estos dos. Entreabrió la puerta grande y se dedicó a mirar en el interior de la espaciosa habitación. No le gustó lo que vio al otro lado, una imagen de ella y el oráculo. Su futuro, escrito para ella. Una sensación fea se creó en su estómago, como una revolución, pero al mismo tiempo, de vacío.
Cerró las puertas níveas, sin medir su fuerza, para luego echar a correr por los pasillos de Marmoreal lo más rápido que sus pequeños pies le permitían. Sus ojos le escocían, pero no le importaba en lo más mínimo. En su mente estaba el frasco de la sangre del Jabberwocky arriba de su mueble blanco al lado derecho de la cama. En que no importaba nada de lo que había logrado en ese lugar, absolutamente nada.
Las lágrimas eran persistentes en salir, pero Alice se mantenía firme.
—¡Alice! —una voz le llamó.
Ella supo al instante de quién se trataba, pero no miró para atrás, no necesitaba escucharlo o simplemente mirarlo. Él no se merecía nada de eso. La chica rubia caminó con más velocidad, casi a punto de correr, pero sin llegar a hacerlo. Entró en su habitación, cerró la puerta dándole un portazo y se fue junto al mueble donde descansaba el frasco con la sangre púrpura de la bestia.
Con el corazón encogido, abrió la tapa y se tomó la mitad de su contenido.
No necesitaba más.
El sombrerero de la reina blanca entró en la pieza poco después que Alice, viendo que ésta se tomaba lo que, según él, nunca se tomaría por las mismas razones de que ella sería suya para siempre.
Simplemente no fue así.
—Alice ¿qué haces? —preguntó acercándose a ella cautelosamente—, ¿te vas?
Ella lo miró luego de cerrar el frasco que contenía la sangre, a sus ojos grandes y verdes. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. La sensación de vacío ahora se había alojado en su estómago. Una gran molestia.
—Volveré antes de lo que crees —mintió.
—¿Por qué? —fueron las palabras de él— ¿no te puedes quedar?
—Lo siento sombrero.
Alice desapareció.
Alice siguió a Isaac.
Él estaba muy empeñado con mostrarle algo interesante que había visto unos días atrás cuando estaba buscando a Alex, obviamente sin mencionarle ciertas cosas. Ella sabía que lo que encontrara también la emocionaría a ella tanto como a él al encontrarla puesto que ambos tenían los mismos locos gustos por la aventura y la sensación de descubrir cosas nuevas a medidas que aprendían de ellas.
Las bebidas alcohólicas iban de la mano con el bebé que ella esperaba tanto como la curiosidad en ambos.
—Mira —apuntó al agujero de un conejo luego de caminar por unos minutos—. Pensé que te gustaría —Isaac sonrió abiertamente—, ya que vi a un conejo blanco entrar por aquí un día —él no podía recordar exactamente hace cuándo— y me acordé de ti cuando me dijiste una vez que te gustaban los conejos blancos.
Ella no podía creer lo que estaba viendo, era en verdad un agujero de conejo. Alice le dolían las ganas de mirar en su interior para ver si era profundo o no, poder ver que si por ese agujero se podía volver al País de las Maravillas junto a todos sus amigos: Mallymkun, Thackery, Tarrant, Mirana, Chess, Bayard y los Tweedels.
Si es que todos aún la recordaban.
—Alice —susurró la voz de Isaac en su oído—, corre. Vete antes de que…
La mujer rubia en un principio no entendió sus palabras, hasta que vio que del agujero salía un tipo cubierto de puro oro, su traje era de oro, su pelo rubio y al sonreír mostró dientes también de oro puro, ese tipo la miró como si fuera un trofeo. Isaac la empujó un poco para atrás haciendo que ella retrocediera unos pasos involuntariamente.
—No sirve de nada correr —su voz era parecida a un gruñido—. No ganará mucho terreno sinceramente.
El hombre la miró.
—¡Corre!
—Isaac —murmuró Alice—, no…
No servía de nada correr si de todos modos ella podía ser atrapa por la simple razón de que ya no podía correr tan rápido por el hecho de estás embarazada.
La mujer no se movió, ya que ella estaba congelada y sus pies pegados al piso, por lo que se dedicó a mirar al extraño que salió del agujero del conejo, éste la miraba fijamente, sin mirar a Isaac que estaba más cerca de él. El hombre del agujero, quien tenía ojos increíblemente azules y la piel tostada, por fin se percató del hombre que estaba a la defensiva. Apartó sus ojos de Alice y miró a Isaac con odio.
—Nos has traicionado —gruñó éste mirándolo fijamente.
—Alice, corre. Ahora.
El tipo miró el vientre poco abultado de Alice y sonrió mostrando su fila de dientes de oro. Éste acercó su mano a Isaac con velocidad empujándolo de tal forma que éste segundo personaje salió, literalmente, volando por los aires.
—Ahora el próximo heredero a la corona es mío.
El sonido de la cabeza de Isaac al chocar contra el árbol hizo eco en el bosque, la sangre quedó impregnada en la corteza. Alice, con un gran miedo alojándose en su corazón agitado, corrió hacia su prometido y trató de despertarlo, pero por más que lo llamaba por su nombre él no le respondía.
¿Y si estaba muerto?
Una grande mano se posó en su hombro.
Ella no miró, sabía perfectamente lo que pasaría o por lo menos una idea aproximada.
—Déjalo. Está muerto —siseó el hombre—. Ahora, futura reina de espadas, conozco a alguien que le encantará verla.
Alex miró a Chess fijamente, con sus ojos verdes que pasaban lentamente a amarillo, en cuanto éste apareció cerca de él. Sus manos las cerró en dos pequeños puños. No entendía cómo es que esa cosa sabía tanto sobre él y su pasado. Además, que le importaba al gato.
—No es educado meterse en la vida de los demás —masculló él mirando el piso luego de haberse detenido al percatarse de que su nerviosismo lo estaba consumiendo de tal forma que no se había dado cuenta de que su caminar se había vuelto más rápido—. Sí, mi madre se llama Alice… Alice Kingsleigh
Ahora no caminaba y el minino se le había quedado mirando.
—Entonces no sería ni un mal que me digas tu nombre completo —maulló Chess.
Alex suspiró.
Al parecer no tenía muchas posibilidades para decirle que no. El gato era persistente cuando quería algo a pesar de hacer enojar a las demás personas. Pero al parecer a ese maldito no le importaba nada más que satisfacer su curiosidad sin límites.
—Alex Hightopp.
El sol se había escondido detrás de las montañas y la luna, con forma de la sonrisa de Cheshire, se apoderó del cielo en pocos segundos al igual que su acompañante oscuro y siniestro que siempre aterraba la mente de los niños. Las estrellas no alumbraban mucho la penumbrosa inframundo, o el camino del bosque por donde caminaban Alex y Tarrant.
La sensación de querer regurgitar salió a flote inesperadamente, haciendo que se detuviera a medio camino de su destino incierto. Pero, tan rápido como llegó, desapareció, y la sensación quedó guardada en su mente como si solo hubiera sido un juego macabro de su imaginación. Se estaba volviendo loco, de eso no le cabía la menor duda.
Alex tenía un pequeño anhelo por perder la cordura. Tal vez estar loco no sería tan malo.
—¿Qué sombreros pasa conmigo? —preguntó una voz ronca y maltratada a sus espaldas, esa era la voz de Tarrant, que lo había estado siguiendo en silencio, por lo que fue raro oírlo.
El muchacho se giró al oírlo. El hombre estaba frunciendo el ceño, como si recordara algo poco agradable. No caminaba, pues se había detenido al decir esas palabras. Tarrant parecía paralizado, con la única excepción de que sus facciones estaban contraídas de dolor, las manos estaban hechas puños y los ojos negros cambiaban de negro a un rojo ardiente. La oscuridad de esos momentos le dio una escena más tétrica a su postura.
—Tarrant, no hemos llegado a nuestro destino. Sería genial que me ayudaras un poco —masculló Alex mientras detenía su marcha lenta—. Hey.
El camino por donde estaban pasando era negro como boca de lobo, además de que estaba barrosa y los pies se le quedaban estancados cuando tocaban una fosa lodosa. No era agradable para el chico, pero al parecer Tarrant no tenía la menor molestia puesto que no parecía que estaba caminando con un humano ya que el hombre que lo acompañaba estaba soñando cada segundo con recuerdos de su pasado. El sendero más allá no daba mejores logros en cuanto al barro.
Tarrant cerró los parpados con fuerza e inhaló y exhaló repetidas veces con dificultad. Un fuego le quemaba el pecho, pero no era algo que no le haya pasado antes, él sabía que lo podía controlar. Sus ojos lentamente pasaron por una extraordinaria cantidad diferentes de colores antes de volver al negro carbón de antes. Su cuerpo ya no estaba tenso.
—Vamos —dijo Tarrant—, tenemos que llegar a Marmoreal rápido —desvió la mirada para todos lados, como si hubiera escuchado algo, pero luego rápidamente volvió sus ojos a Alex, quien lo miraba fijamente con sus ojos verdes—. Estos perímetros son peligrosos en la oscuridad.
—Ahora lo dices —casi gruñó Alex.
Tarrant frunció el ceño ante las palabras del muchacho. No estaba de humor para esto… Bueno, últimamente nunca estaba de buen humor.
El Sombrerero sintió como el desgarrón de su corazón empezaba a doler, una vez más, al igual que muchas veces antes en las que se pasaba sentado, preguntándose por qué Alice le había dejado si todo estaba tan bien, qué había hecho mal.
Ella no estaba a su lado como para responder esas preguntas que se acumulaban en el borde de su cordura.
—El castillo de la reina blanca está terminando… —paró abruptamente al escuchar las voces en su cabeza, acusándolo, gritándole.
No lo lleves, no hay noticias buenas, decía una voz.
Aléjate de él, decía otra más fuerte.
Simplemente tenía que respirar. Tarrant se negó a mostrarse débil contra las voces mordaces que nuevamente amenazaban con quitarle la cordura. Ahora se preguntaba dónde demonios se había metido ese Cheshire. Éste desapareció hace bastante tiempo atrás y no había dicho nada de que se iba a ir. Pero no importaba, nunca lo decía. La cosa es por qué, si se notaba a kilómetros que el minino le gustaba Alex.
Algo había pasado.
—Camina —mandó reanudando la marcha con pasos más largos y rápidos. En cuanto llegó a la altura de Alex lo empujó por la espalda para que avanzara. El chico dio unos tropiezos antes de continuar con normalidad mirando el sendero que faltaba por recorrer.
El viento silbaba y arremolinaba el pelo rojo y corto de Alex. El sonido de los ronquidos de las plantas molestó en los oídos un poco a Tarrant que trataba de concentrarse por donde iba llevando al muchacho, puesto que encontrar la blanca Marmoreal en las noches era difícil ya que casi se camuflaba con el ambiente negruzco que la rodeaba como manto invisible.
—No veo un castillo ¿cómo es?
—Igual que un castillo —respondió Tarrant sin tomar mucha atención a lo que decía el niño.
Unos pasos. Alguien o algo lo estaban persiguiendo.
El Sombrerero no estaba seguro de querer conocer o socializar con ese algo o alguien que los perseguía, ocultándose en la sombra de los árboles y teniendo ventaja por la oscuridad. Podía no ser amigable, pero eso era algo que no podía discutir, ni siquiera consigo mismo. Por otro lado, ese podía ser algo inofensivo que se ocultaba de los peligros de la oscuridad y él simplemente estaba siendo paranoico.
Casi se rió ante esa idea.
Casi.
Por desgracia no lo hizo.
Empujó en la espalda a Alex, quien se sorprendió por su brusquedad, mientras aumentaba de velocidad sus pasos, junto a los de su compañero, que sonaron con más intensidad por el barro acumulado en grandes proporciones bajo sus zapatos húmedos y sucios que chapoteaban en los charcos cuando pasaban sobre estos al no poder verlos en la oscuridad de la noche estrellada. No quería correr riesgos y poner en peligro la vida del joven a su lado, que, al parecer no se daba cuenta de la tensión de Tarrant que lo empujó con más fuerza mientras echaba una leve mirada para atrás, pero sin éxito en lo que buscaba
El frío envolvía los dos cuerpos que se alejaban rápidos, por el embarrado camino al castillo de la Reina Blanca que se encontraba al terminar este. Tarrant siguió escuchando los pasos a sus espaldas, pero cada vez que él se detenía, los otros también, era como si les tuvieran miedo. Pero eso no importó mucho, ya que sus sospechas fueron confirmadas cuando se rompió una rama ocasionando un pequeño eco en el espacio.
La sensación de peligro, sin embargo, no hizo mella en él, simplemente era una idea que se revolvía en la locura de su cabeza dejándolo inseguro del visitante imprevisto. Las manos enguantas, llenas de dedales, le temblaron ante la simple idea de que el miedo hiciera rebelión en su cerebro.
No podía dejar al chico solo, no ahora.
Masoquista, bramó una voz en lo profundo de su conciencia.
Tarrant, calla y escucha atentamente, no pienses, déjanos todos a nosotros, la idea era tentadora para el sombrerero sin sombrero en su cabeza.
Tal vez, solo tal vez, Álex no le necesitaba tanto como él creía, después de todo, no tenía la misma edad que Alice en su primera visita a las tierras de abajo, él era mayor, bastante mayor, por lo que dejarlo solo no era tan mala idea. Tarrant solo quería dejar de sentir esa opresión en el pecho y fundirse en la locura que había traído el mercurio consigo al fabricas sombreros. Pero solo esa parte de la locura, ya que la otra parte poco a poco quería sanar sin dar resultados de cambio.
No era miedo lo que el Sombrero sentía, esto era algo más, una parte protectora. Ese niño, ese niño era quien despertaba esa sensación en su mente a pesar de que hace tiempo que no se tomaba en serio la seguridad de otra persona, no desde que Alice abandonó Infratierra dejándolo a su mente y las voces en ella. Alex, sin embargo, era diferente, algo en ese muchacho le recordaba a cierta persona curiosa que…
¡Detente!
Otra rama rota.
El observador no era silencioso, cometiendo así muchos errores o simplemente quería que se dieran cuenta de su presencia para darles la advertencia de una pelea justa, sin ataques por la espalda.
—Mira —la voz ronca y segura del niño lo sacó de sus cavilaciones propensas a dejarlo al borde de las voces en su cabeza que trataban de tomar las cuerdas de su cuerpo. Él apuntaba a la oscuridad—. Un castillo, ese ese, ¿no? Tiene que ser…
Tarrant miró en la dirección que apuntaba el muchacho, dándose así cuenta de, que, entre la negrura de la noche, había una parte en especial que era levemente más negra, como si un manto negro se hubiera interpuesto sobre el negro ya colocado, así dando la impresión de que solamente era un mismo negro, al menos que se enfocara uno en ese negro en especial se daría cuenta del gran castillo de Marmoreal que era habitado por varios personajes de Inframundo.
Los árboles rosados que rodeaban el castillo, al igual que estaban dentro de sus jardines, se camuflaban junto con este oscureciendo sus hojas de mismo frívolo tono del castillo. Eso pasaba por la simple razón de que el castillo era blanco, si hubiera sido de otro color, de seguro en las noches sería más desprotegido, ya que este no ocupaba muchos los guardias para las puertas, ni menos en estos tiempos en que la guerra o cualquier cosa que se aferrara a ella, no era vislumbrada en el futuro cercano o, por ahora, lejano. Los únicos peligros existentes era el bosque en las noches y los exiliados de otras épocas, que estaban encadenados a sus desgracias cometidas en la vida.
Ahora que has dejado al niño, aléjate de él y ese lugar ¿acaso no te trae recuerdos sobre…?
Alice.
El dolor le apretó el corazón sin piedad e hizo que sus ojos se humedecieran en lágrimas. Dolía recordarla, saber que estuvo a su lado por tres semanas para luego dejarlo como si nada, como si todo hubiera sido un juego. Tal vez estaba loco, pero eso no quería decir que sus sentimientos se fueron con la cordura ausente de su cabeza chiflada. Ese dolor lo consumía, como lo había estado haciendo en los últimos años, pero ahora lo empezaba a destrozar físicamente, ya no era algo sentimental solamente. Su corazón, en el momento de verla partir, se rompió en muchos y pequeños pedazos, que, con el tiempo, fueron muriendo hasta solo quedar una pequeña parte rota, pero viva, esa parte que lo mantenía en pie, esa parte que seguía esperando su regreso a pesar de las vanas esperanzas de todo el mundo.
Nunca se arrepintió de amarla y menos aún de conocerla.
Y ahora tampoco lo estaba.
Se arrepentía de no poder envejecer.
—No queda mucho —dijo Alex aumentado la velocidad de sus pasos, ansioso por ver un castillo de verdad por primera vez en su vida. La felicidad hizo mella en él como telaraña fresca, sin soltarlo mientras se mantuviera nueva y firme.
El sombrerero pensó que sería mejor no pensar en la sombra sin nombre que les perseguía escondiéndose en la protección de la oscuridad.
Bien, ahora déjalo y márchate, vuelve sobre tus pasos y regresa a la mesa de té, dijo nuevamente una de esas voces en su cabeza que no le quería dejar tranquilo. Estaba loco, eso no era algo relevante, pero esa locura cada vez iba en mayor aumento sin una solución que la remediara. Una vez existió un remedio a su locura, pero esa salvación se fue varios años atrás, sin embargo, se había perdido toda esperanza cuando ella había bebido la púrpura sangre del Jabberwocky sin dejar explicaciones, solo unas pocas palabras.
Que dolor.
La agonía.
Los malditos años esperando una respuesta inexistente.
Pero eso ya no era importante, o por lo menos eso quería hacerse engañar Tarrant haciendo como si no le importara ya si Alice o no volvería, así, inconscientemente, volver a pensar en ella, el tiempo que se quedó en Inframundo y la desesperación que tuvo cuando se fue la mujer que amaba y sigue amando como el primer día. El sombrerero recordaba con nitidez todo, absolutamente todo, lo que no era para mejor. Él no entendía por qué dolía tanto, por qué tanto sufrimiento en tanto tiempo congelado.
Se obligó a sí mismo salir de sus pensamientos y preocuparse más por el camino por donde estaba caminando con Alex, también tenía que concentrarse en el que los perseguía, pero no escuchaba ya más los pasos del individuo. Se fijo de nuevo en su destino, para darse cuenta de lo terriblemente cerca que estaba de ellos.
—¿Esto es Marmoreal? —la voz baja y firme del niño lo sacó de sus pensamientos oscuros— Curioso y más curioso —inquirió su acompañante, asombrado.
—Lo es.
—Es hermoso.
—Es enorme.
—Pero principalmente hermoso.
Los ojos verdes de Tarrant se dirigieron a la puerta que estaba al frente de los dos, unas puertas bastante grandes. Miró a su alrededor, viendo los árboles, bellos y cuidados, que rodeaban el castillo dándole un toque soñador para cualquiera. Sus pupilas se dirigieron al niño a su lado, quien no dejaba de mirar la puerta con asombro que no se molestó en ocultar.
Alex, al ver la mansión, su corazón casi sale volando de su pecho por la emoción que recorrió cada vena de su cuerpo. Muchas veces soñó con entrar en uno de esos, y ver a una reina como la que se seguro estaba dentro de ese recinto… En eso se acordó, un pequeño recuerdo borroso, de él y su madre, ella le estaba contado cosas, de un castillo y una reina blanca, que su hermana, la reina roja había sido una de las más crueles gobernantes de… ¿de qué? No se acordaba, pero al parecer no era algo relevante, si de todos modos no se acordaba, aunque intentara retomar la memoria.
Tarrant, alzó su mano manchada hasta la figura de un caballo blanco como el de un juego de ajedrez con un círculo en su boca, tocó a la puerta con el objeto. El sonido resonó estrepitosamente al interior del recinto como eco en una cueva, de seguro despertando a varios pretendientes a esas horas de la noche. Tocó otra vez provocando la misma onda de sonido.
Luego vinieron los pasos.
En ese entonces las puertas de Marmoreal se abrieron para dejar a ver a un hombre completamente pálido, no tanto como Tarrant, pero de ser pálido se podía decir que se asemejaba a un vampiro, además de la tez, los orbes de sus ojos eran de un rojo aterrador, casi sanguinolento y no tenía pupilas. El hombre, quien vestía de un traje blanco con azul, sonrió y extendió su mano para acariciar la cabellera de Alex, algo que molestó al muchacho, pero que dejó pasar rápidamente al ver la sonrisa encantadora y a la vez llena de sed de sangre. Algo que le hizo temblar ligeramente. Se dijo a sí mismo que solo era el viento que congelaba las venas de su ser, no ese tipo aterrador.
El sombrerero se percató de la espada en su enguantada de blanco mano derecha.
Miró al acompañante de Alex.
—Tarrant, la reina le espera en la sala real —su voz era relajada y vana de sentimiento, remarcaba cada palabra y de esta cada sílaba pronunciada. Sus orbes miraron al niño a su lado—. Y también a usted, futuro campeón de Inframundo.
¿Futuro campeón?, pensó el chico de pelo rojo, mirando al vampiro que le estaba hablando como si le conociera de hace un tiempo.
Miró con desconfianza al soldado, quien tenía la espada en la mano y la iba guardando sin mucha confianza de dejarla en su posición inicial. Alex frunció el ceño al notar la inseguridad del hombre vampiro. Tanto por sus ojos rojos que por la desconfianza que emanaba. El señor les dejó pasar dando espacio en la puerta, corriéndose. Una vez los dos adentro el guardia cerró la puerta y les dijo que lo siguieran por el pasillo de mármol.
Caminó por delante de ellos mostrándoles el camino para llegar a la reina blanca, Alex estuvo a punto de recorrer todo el palacio cuando estuvo dentro de este, puesto que era la cosa más hermosa que había visto en toda su vida, ese lugar era incluso más grande que la casa donde vivió anteriormente con su madre.
Alice, no, mejor no era pensar en ella, lo había traicionado después de todo.
¿Pero que sería de ella si no volvía?
No había pensado en eso, no pensó en el dolor de su madre, sus sentimientos. Después de todo él era su hijo, y, como una vez ella dijo, un vivo retrato de su padre que Alex nunca llegó a conocer. Para Alice, él era su primer y único hijo y de seguro estaba preocupada, tal vez qué había pasado por su cabeza cuando no volvió a casa.
Con ese pensamiento, Alex se preguntó que hubiera pensado su padre. Si es que alguna vez hubiera tenido alguno.
Apretó las manos formado dos firmes puños.
Alex estaba sorprendido por el diseño del castillo, bajo sus zapatos embarrados, había una larga alfombra roja que iba para todas las direcciones, dependiendo de donde doblara el pasillo, y, junto a las paredes, millones de jarrones de todos los colores con flores hermosas y algunos árboles pequeños, al igual que también había candelabros y mesas de madera. Las puertas eran millones, cada una con un dibujo diferente en la puerta, tal vez para distinguir una de otras, y sus diseños eran diferentes, unos más excéntricos que otros. Las paredes blancas tenían algunas grandes ventanas que las recorrían completamente de forma vertical junto a unos espejos de cuerpo completo y más reliquias.
Simplemente hermoso y curioso.
El señor vampiro los guió por un camino hacia la derecha y luego caminar de frente sin parar hasta llegar a la puerta al fin del pasillo, esta era blanca con azul, al igual que su traje y de dibujo tenía una corona hermosa con zafiros incrustados en la imagen voluminosa. Él le sonrió a Alex y, posando una de sus manos con guante en la puerta, habló.
—Les presento: —dijo mirando a Tarrant y nuevamente a Alex como si fuera una joya de la realeza— a la reina blanca, Mirana.
El señor apretó su mano enguanta de blanco contra las puertas blancas que estaban en frente de ellos, las cuales tenían una decoración de un juego de ajedrez a medio terminar, abriendo así las puertas como si estas no pesaran en lo más mínimo y mostrando su resplandeciente interior blanquecino.
Justo en medio del pasillo, el cual tenía una alfombra morada, se podían apreciar dos figuras, una mujer adulta, de pelo negro al igual que la cejas junto a un pelo blanco, casi tanto como su pálida figura, los ojos de color marrón, y justo a su lado, de menos tamaño, estaba una chica, la cual tenía los ojos morados, la piel pálida al igual que su acompañante y el pelo castaño. La segunda mencionada, era nada más ni nada menos que una niña, de seguro hija de la reina blanca, por lo que a Alex le quedaba suponer que la adulta era la famosa Mirana, la reina de este reino.
—Oh, Tarrant, eres bienvenido, hace tiempo que no te he visto —la reina blanca se acercó con pasos delicados, como los de una bailarina de ballet y las manos meciéndose en el aire, mientras que la niña a su lado la acompañaba con pasos más toscos. Su voz era compasiva y suave, como si nunca en la vida se hubiera alterado.
El muchacho, ocupando el tiempo que le tomaría llegar las dos a su destino, curioseó mirando la sala real. Esta tenía dos sillas reales al fin del pasillo y una silla pequeña en medio de estas, luego, justo detrás un enorme ventanal para mirar al exterior, hacía el hermoso mundo de Inframundo y sus tierras. Los adornos eran los mismos, a excepción de que en las paredes se podían ver retratos de muchas personas, tanto hombres como mujeres al largo de todo el pasillo. La pieza era sagrada, lo decía su hermosura y el silencio que reinaba en los cuadros, la mirada seria de estos personajes pintados.
—Querido sombrerero —inquirió Mirana una vez llegado a la altura de Tarrant—, te he esperado por varios años, y, ahora que estás aquí, podremos avanzar con lo requerido.
—Depende de lo que usted quiera que yo tome, para ver si lo puedo tomar, porque si no fuera para tomar simplemente… —cerró la boca e inhaló, relajando sus hombros ya que estos poco a poco se están poniendo tensos cuando habló—. Su Majestad —respondió cansinamente el sombrerero mientras sus manos se retorcían. Miró a la reina blanca directamente a los ojos—, no creo…
Mirana puso delicadamente su mano blanca sobre el hombro del sombrerero, quien, sin que Alex se hubiera dado cuenta antes, parecía más incrustado en las sombras de su desgracia, lo que, a los ojos del chico, era una desgracia sufrir así por algo. Le daba miedo que su sufrimiento fuera igual a la de ese loco y vacío hombre.
—Se trata sobre ella, Tarrant, creo que es mejor que sepas —por lo visto y escuchado, Alex pudo notar que Mirana también estaba a punto de derrumbarse de sueño y las bolsas bajo sus ojos marrones la delataban. La mención de algo que él no pudo escuchar hizo que Tarrant a su lado se tensara—. Vamos, te explicaré todo, pero en otro lado… —pareció ver algo en sus ojos— Ella volverá, lo hizo una vez y lo hará otra —su voz fue acompañada por la música de un tocadiscos antiguo que estaba colocado justo al lado de uno de los dos tronos reales al fin del pasillo.
—¿No cree que ya ha pasado bastante tiempo? —Tarrant se alejó lentamente del tacto de la reina blanca, sintiéndose raro al volver a sentir un tacto que él no haya empezado. Algo así como cuando Alice le había sujetado la cara cuando perdió los estribos aun cuando el Jabberwocky estaba vivo.
—El tiempo —la reina frunció sus negros labios al tiempo que se movía para mirar a las afueras de un espejo ovalado, con marco blanco plateado, situado cerca, ella miró a el hermoso mundo que se podía ver al otro lado de este, un mundo que estaba opaco por la oscuridad de la noche. Suspiró cansinamente—. Nos vemos afuera.
La reina miró a Alex, se acercó y le sonrió amablemente, se acercó a él y, acto seguido, le acarició la mejilla para luego besársela.
—Bienvenido a el País de las Maravillas, futuro campeón, espero que le guste la pieza que tenemos para usted —fue lo que dijo mientras se alejaba del muchacho con elegancia y una tierna mirada, al igual que su sonrisa—. Natalia, Alex, si nos disculpan, tenemos asuntos que resolver.
La reina, con sus pasos delicados y su delicadeza, se fue caminando para afuera de la sala real con el sombrerero siguiéndola sin muchos ánimos.
En cuanto los adultos salieron Alex pensó que sería mejor mirar toda la pieza, pues, no quería esperar a que los dos terminaran de hablar sobre sus cosas o el tiempo… Lo que sea, lo único que él deseaba era saber más sobre ese lugar maravilloso y todo tenía que empezar por algo, por lo que su comienzo sería el castillo de la Reina Blanca, lo cual no era nada malo mientras no revisara cosas impropias ni rompiera algo de alto valor o de poco, pues la cosa daba igual ya que el objetivo era no romper.
Le dolía pensar que su papá puede que jamás lo hubiera querido, pero, según la historia de su madre, él nunca supo de que iba a ser padre, porque ella jamás tuvo el valor de decírselo cuando se enteró de que estaba embarazada. Si claro, como no. Era toda una mentira de ella, de seguro se lo contó simplemente para que Alex no tuviera el pensamiento de que todo es su culpa, sin darse cuenta que, al contar esa historia, hizo que él se sintiera más culpable pensando que la había obligado a decir tal mentira sobre lo que pasó en esos tiempos cuando aún no había visto su primer rayo de sol.
Él no creía sus palabras, puesto que algo ocultaba detrás de esos dolorosos relatos de su pasado, puede que fueran secretos los cuales eran mejo no descubrir, uno de eso que se llevan a la tumba. Pero no importaba, ese maldito secreto había hecho que pasara su vida sin un padre y lo odiaba.
No, no tenía que desconcentrase ¿O era mejor dejar descansar a su cabeza de las tantas emociones que tuvo en un solo día?
Por eso su odio a los demás hombres, lo que él quería, era que su madre tuviera el valor para regresar con su padre y contarle todo, pero no era nada más que un sueño, algo imposible de alcanzar.
Mejor fijarse en el lugar a su alrededor.
¡Habían cosas tan hermosas!
Alex, quien aún seguía impresionado por la belleza única de ese lugar, sin fijarse en el cuerpo delgado y pálido al frente suyo, empezó a caminar mirando en todas direcciones los grandes y potentes cuadros de personas que, seguramente, eran importantes en la historia de ese lugar que había salido de la imaginación y de sus más raros y extravagantes sueños.
El que más atrajo su atención era el de un hombre, con bigote, su piel era tostada y la sonrisa adornaba su cara, y en las manos una espada que aparecía en todos los otros retratos, pero eso no fue lo que llamó su atención, lo que provocó eso era la vida en sus ojos morados, tan felices, tan sabios.
—Ese es mi padre —la voz suave y dulce de una niña lo sacó de sus cavilaciones—, murió hace dos meses en una guerra contra el Rey de Copas, fue algo trágico, pero murió como un héroe. Sé que todos lo recordarán como uno de las personas más importante en la historia de Inframundo, después del Campeón que mató al Jabberwocky, por supuesto.
La niña, que minutos antes había estado al lado de Mirana, se posicionó a su lado mirando el cuadro. Miró a Alex y sonrió tiernamente.
—Mi nombre es Natalia, futura reina de Marmoreal —se paseó alrededor del chico, mirándolo con curiosidad y una pisca de felicidad— ¿quién eres?
A Alex le empezaba a agradar la muchacha a pesar de empezar a conocerla. Él tomó la mano de la chica y besó su palma.
—Soy Alex, futuro campeón del Inframundo —susurró.
Algo le decía que las cosas mejorarían por un tiempo.
Alex, quien estaba sentado en una mesa de té, no podía creer que a fin de cuentas ese sueño nunca se hubiera acabado, y, que ese día exactamente, era el principio de todas unas aventuras por delante, ir a las Extratierras pasear en el Bandersnatch, su fiel amigo, recorrer todo lo que se llamaba Submundo y hacer un mapa después de su travesía por los mares y tierras. Obviamente Natalia lo acompañaría con muchas ideas y cosas para llevar, ella tomaría una agenda y se podría a examinar plantas silvestres y tal vez tuviera la suerte de encontrar algo nuevo y llevárselo orgullosa a su madre.
Él frunció el ceño dejando su taza de té en su posición original. Sus ojos verdes brillaron por las lágrimas retenidas, no queriendo verse triste… no como esa vez que perdió los estribos.
Tembló ligeramente.
Habían pasado seis años desde la última vez que la vio, a su madre, años, en lo que los tormentos no paraban, el recuerdo no era su amigo, el tiempo se burlaba de él y las pesadillas lo acompañaban hasta su muerte. A pesar de todos los milagros que él descubrió en esas mágicas tierras, tenía que admitir que su cordura no era mejor que la del Sombrerero Loco ya que esta le había estado pasar malos ratos y el miedo de algunos residentes de Marmoreal. Pero eso no tenía que preocuparle ahora, su felicidad en esos momentos tenía que durar y no verse afectada por los recuerdos del pasado. Un pasado lleno de piedras y caminos dobles, uno que fue largo y aún no lograba terminar.
—Me parece que alguien está pensando en el pasado —dijo una voz. Alex miró para todas direcciones buscando al dueño de esas palabras, pero nadie estaba a su alrededor en el gran comedor.
—Chess —susurró sonriendo macabramente mientras de uno de los bolsillos de su chaleco negro sacaba una aguja, la cual era la espada que Mallymkun le había regalado para uno de sus no cumpleaños y que ahora pensaba en ocuparla por primera vez—, mira, Gato, se me ha perdido mi sombrero ayer ¿Lo has visto?
Lo primero que apareció, fue su singular sonrisa grande, luego sus ojos de un azul verdoso que Alex nunca pudo descifrar si cambiaban como los del Sombrerero o como los suyos, puesto que en la oscuridad le parecían más azules que verdes. Bueno, no importaba. Pero aparte de sus ojos y la sonrisa no apreció nada más. Por la posición de estos, pareciera como si el gato estuviera acostado a lo largo de la mesa, pero era imposible ya que si fuera así derribaría todas las tazas de té y bocados que nadie en el desayuno comió. La sonrisa se expandió dejando a ver más dientes de lo que Alex podía contar.
Esa sonrisa… si no la conociera diría que esa sonrisa era inocente, pero era solo una farsa.
—¿Un sombrero? —su voz hizo eco— No, no he visto tal cosa. Pero ahora que lo mencionas, el querido Tarrant ha dejado uno hace por lo menos diez años atrás en el laberinto. No es igual al tuyo, pero si lo encuentras, me lo traes y podemos ver si encuentro el tuyo por esas casualidades de la vida —la sonrisa desapareció y luego el minino apareció flotando a su derecha con la sonrisa aún grande—. Que dices, ¿es un trato?
¿Qué ganaba, además de su sombrero negro, con ir a buscar un objeto perdido hace diez años por el Sombrerero en el laberinto que la Reina Blanca había hecho para los que querían una aventura?...
¡Aventura!, viéndolo de ese modo tan peculiar, podría ser no tan malo adentrarse en la perdición de un laberinto antiguo hecho por Mirana en cuanto había empezado como nueva reina blanca de Submundo. Para Alex, eso sería la más grande aventura que podía tener en esos terrenos, solo tenía un gran y complicado percance, ya que pareciera que, a pesar de no tener padres, con la falta de estos le habían asignado otros dos. Una cosa era convencer a la reina blanca y la otra era convencer a Tarrant de dejarle entrar en esos terrenos… al menos que ellos no se enteraran y el estuviera de vuela antes de que se diera cuenta, en el momento menos esperado estaría saliendo del laberinto y lo único que lo afirmaría sería el objeto entre sus manos que rápidamente sería eliminado por Cheshire que se lo quitaría y dejaría de fingir que no sabía dónde estaba el suyo.
Sonrió macabramente.
—Acepto.
Pero sin embargo no había terminado su taza de té, que era lo más importante… en el desayuno… en la hora de almuerzo… y en la hora de once… en verdad el té era importante todos los minutos de su vida, después de todo ¿Qué sería de él, Campeón del Submundo, sin su té querido, tibio y reconfortante? La respuesta se encontraría en que solo sería un adolescente sin nada que hacer y de seguro aún en una casa con una madre que estaba casada con un hombre al cual no confiaba su seguridad en absoluto. Una desgracia lo que ocurrió en esos tiempos, pero tenía que dejar el pasado atrás, no atormentarse como si fuera el presente.
Terminó su té de canela y se levantó, planeando la idea de cómo entrar en ese laberinto lleno de pasadizos, trampas y atajos escondidos entre sus ramas y hojas, encontrar el flamante sombrero del Gato de Cheshire para recuperar el suyo, y salir sin el menos contratiempo o herida para terminar su aventura y luego regodearse en la victoria contándole a Natalia de su aventura. Ella también le gustaba la aventura, quizá más que a él, pero esa idea a Alex no le agradaba, no porque era mejor que él cuando se trataba de buscarlas, sino porque un día podría salir lastimada. No sabía qué sería de él sin ella. Salió caminando en dirección de la puerta que le daba al trono real y para tomar la espada Vórpica que había pertenecido al antiguo Campeón del Submundo, la utilizaría si entraba en problemas innecesarios con las plantas vivas o algún animal desconocido que encontrara rondando por eso perímetros.
Al abrir la puerta que daba a los tronos reales, no se percató del otro cuerpo vivo que se movía exactamente a donde estaba él. Se hubiera dado cuenta si su mente no hubiera estado en las nubes, y el otro ser vivo si es que no estuviera mirando el objeto entre sus pálidas manos. Ella chocó en el pecho de él y retrocedió unos pasos por el impacto al igual que Alex.
Cuando ambos se hubieron recuperados se dieron cuenta de quién era cada uno.
—¿Natalia?
—¡Oh, Alex! —le enseñó un sombrero de copa de un color raro, con una cinta rosa salmón envuelta, alfileres pegados a este y una tarjeta con un diez y unos seis escritos en ellos ¿acaso ese era? — Mira, este lo encontré dando vueltas por el laberinto. Espero que no te enojes, he tomado tu espada para protegerme de las cosas, pero no la utilicé mucho ya que solo me topé con una planta carnívora. Pero bueno, la cosa es que no me esperé encontrar esto, pero mira, está aquí y es hermoso —estaba plenamente emocionada, no voltear a ver a su amigo. Sus ojos estaban fijos en el sombrero—. Toma, es tuyo —miró a Alex y poniéndose de puntillas se lo puso en la cabeza.
Alex estaba sorprendido, herido más que nada su orgullo de aventura, pero más que todas las cosas, estaba feliz de poder verla, ya que la había estado buscando en la mañana por todas partes y consultando a todo ser vivo si la había visto, pero todo fue un mal día hasta que tomó su taza de té y Chess le visitó. Ahora estaba con ella y fue más su sorpresa al verla con un sombrero antiguo que provenía de la aventura que, al parecer, ya no iba a poder tener.
Él, aún atontado, se dio cuenta de que no le había dicho nada en absoluto y ella estaba en espera de una respuesta con una sonrisa complaciente en sus bellos labios.
—Yo… eh… —lo había tomado con la guardia baja. Alex sonrió nerviosamente—. Gracias.
Ella sonrió más, casi tanto como el gato de Cheshire, mostrando sus dientes blancos, se puso de puntillas de nuevo acercando su cara a la de él y le terminó dando un suave y casto beso en la mejilla derecha. Natalia estaba sonrojada cuando se apartó de él y por no decir de Alex que se había mordido la lengua para no empezar a divagar tratando de mandar la tensión que se había formado a otro lado.
Ella rió, su voz era como el sonar de las campanas, suave y dulce. Toda una Princesa.
—Hey, Tweedledee y Tweedledum van a luchar en unas horas más —se acordó Alex de repente sobre la mañana—, si quieres podemos ir a verla e invitar a Thackery para que sea más emocionante, ya sabes, que todos están locos aquí, incluso tú o yo, pero en verdad no importa. Lo que quiero decir, es que será emocionante —la voz se él se había vuelto tensa y rápida—, sabes que ellos no se pelean ya que solo se dicen cosas, pero nunca se terminan acercado. Otra cosa también es que podríamos llevar una gran manta para tomar el…
—¡Alex! —gritó ella tomando su cara.
—Té… —Alex volvió en sí, avergonzado porque ella tenga que ver esa parte de él. Miró para izquierda y derecha confundido para terminar posando sus ojos en Natalia— Gracias —sonrió poco—, estoy bien… —negó con la cabeza y quitó las manos de ella besando ambas palmas y bajándolas con suavidad— ¿Qué dices?
Ella frunció el ceño por unos segundos para luego volver a sonreír.
—El Sombrerero está esperando por ti en su taller —dijo Natalia—. Ve y rápido, yo esperaré por ti en la puerta del castillo —empezó a caminar alejándose por donde Alex había llegado—. No demores —le guiñó un ojo, se volteó, cruzó todo el espacio rápidamente y desapareció al otro lado de una puerta que conducía al jardín.
Saliendo tardíamente de sus pensamientos románticos, Alex se fue por donde Natalia había entrado y se dirigió a donde se encontraba el Sombrerero que era dos pisos más arriba. Las escaleras eran en espiral y a pesar de que las habías subido antes, nunca terminaba de cansarse de ellas. Al llegar al último escalón suspiró con alivio recordando los tiempos en que se perdía con frecuencia en los pasillos y pasadizos terminando en partes desoladas e incluso sucias ya que nadie las había visitado antes. Pero ahora se lo sabía de memoria mejor que la misma Mirana.
Caminó por el corto pasillo sin prisa y se detuvo en frente de la última puerta doble.
Suspiró.
Al menos Tarrant parecía dejar su pasado.
Entró en la sala del sombrerero real, la persona que había estado a mi lado desde que llegué a Submundo y como el padre que nunca tuvo, él le había enseñado a hacer hermosos sombreros para la reina blanca y también a manejar la espada con agilidad y gracia para las guerras que se aproximaban y las que ya habían pasado hace tiempo, le agradecía eso y muchas otras cosas más, entre eso, su cordura. La sala era completamente blanca, al igual que el resto del castillo, pero lo que le daba vida eran los materiales de sombrero y los mismos sombreros terminados además de los muebles y uno que otro vestido puesto en los maniquíes.
Tarrant se encontraba exactamente donde siempre le encontraba, al otro lado de la mesa de trabajo, la cual estaba cubierta por un mantel rojo y encima de este estaba llenos de materiales como tijeras, hilo, el mercurio, agujas, telas y una máquina de coser la cual estaba siendo ocupada en esos momentos por sus ágiles manos maltratadas. Sus ojos verdes fijados en la creación que poco a poco pasaba a ser un sombrero magnifico para quién lo haya pedido. Él no lo miró al entrar, pero algo le decía a Alex que tenía conciencia de su presencia a pesar de no haber hecho ruido al entrar.
—La princesa blanca me ha dicho que quieres verme —masculló acercándose a la silla que estaba cerca del escritorio y se sentó sobre ella sin dejar de mirar al Sombrerero Loco—. Bien, aquí estoy —sonrió.
Tarrant siguió remendando la tela azul sin mirarlo. El sonido de la máquina fue lo único que se escuchó por unos momentos.
—Ah, sí —dijo terminando de coser, miró la tela con gusto y luego a Alex— solo quería… —su voz se fue apagando mientras lo miraba, bueno, exactamente no lo estaba mirando a él, ya que sus ojos estaban desviados para arriba, a su cabeza, donde Alex recordó con cierta vergüenza que llevaba puesto el sombrero que le había dado su amiga— ¿dónde lo has encontrado? —su voz era diferente, más profunda.
—Yo…
Se sacó el sombrero de copa y se fijó en este, lo ojeó mejor que antes cuando estaba con Natalie. Al verlo mejor, más detalladamente, Alex pudo percatarse de que no era la primera vez que tenía puesto los ojos en ese objeto, puesto que lo había visto en un dibujo, exactamente en su casa anterior. Un dibujo de Alice. En esos tiempos, Alex encontró el cuaderno por casualidad, simplemente estaba buscando un libro interesante para leer, cuando noto el cuaderno sin nombre. Al abrirlo se encontró con imágenes y una historia. Entre los dibujos estaba el de un sombrero, y ese sombrero de su recuerdo era exactamente el mismo del que ahora poseía.
Ahora recordaba todo. La escritura y los cuentos de su madre por las noches.
Miró al sombrerero con grandes ojos.
—País de las Maravillas —dijo ese nombre que no había vuelto a pronunciar en los largos seis años—. El libro, la reina blanca —se levantó de la silla y se acercó al sombrerero, pero aun así los separaba una mesa. Tarrant era más alto que Alex— ¡Tú! ¡Todos! —estaba histérico. Los recuerdos se alojaban en su cerebro—. Antes de llegar a ese lugar, ya había escuchado sobre él, en un libro —explicó al desconcertado sombrerero— Su nombre… ¡Me acuerdo de todo! el libro se llamaba: Alice en el País de las Maravillas… ¡Los personajes! ¡Son reales!
Tarrant se lo quedó mirando, sus ojos verdes perdiendo el hilo de la conversación.
—País de las Maravillas —murmuró bajando la cabeza con tristeza—, así le llamaba… ¿Alice en el País de las Maravillas?
Alex estaba ahora emocionado, por lo que no escuchó lo que decía Tarrant, sino que empezó a hablar más fuerte como si quisiera que todo el castillo le oyera sus recuerdos. Dejó el sombrero en la mesa y empezó a caminar de un lado a otro.
—Mi madre, ella me contó sobre este lugar —sus ojos ahora habían pasado al verde por la felicidad que lo embriagaba. Apuró su paso haciendo resonar fuerte el choque de sus pies contra el piso blanco—, todas las noches hasta que lo terminó por completo. Luego está el libro… sus personajes… la Liebre de Marzo, que se volvió loca en marzo…. El Lirón que siempre tenía sueño… el Sombrerero Loco, con sus interminables fiestas de té, el tiempo estaba enojado con él por matarlo… —se le iluminaron los ojos ante el siguiente recuerdo— ¡Alice!, la niña que cayó por el agujero de conejo al País de las Maravillas… Uh, y la oruga, que siempre la llamaba: chic…
—¡Ya! —gritó el sombrerero, sus manos apretaban el borde de la mesa. Estaba a punto de perder el último rastro de cordura que colgaba de un hilo en su mente. Miró a Alex, no había rabia en sus ojos, pero dolor—. ¿La conoces?
Alex no entendió inmediatamente de que hablaba. El grito lo había sobresaltado y cortado sus pensamientos y recuerdos del libro. Estaba medio en su mundo por un momento. Agitó la cabeza y pestañeó varias veces volviendo en si lentamente mientras sus ojos perdían el brillo que adquirieron. Miró a Tarrant dándose cuenta de su dolor. Se maldijo por ser tan estúpido y suelto con sus pensamientos y sentimientos.
—La conozco desde que tengo memoria —respondió apoyándose en una de las paredes—, ella es…
Otro grito, que no era del sombrerero ni de ningún otro hombre.
Era el de una mujer.
La cabeza le dolía fervientemente como si la hubiera golpeado en un mismo punto repetidas veces sin importarle el dolor hasta haberse desmayado en un terreno blanco, suave y cálido por su propio calor corporal. Pero, para ser sincera, no se acordaba claramente de lo sucedido, simplemente una imagen tras otra corriendo por sus recuerdos haciendo que se sintiera vacía por la falta de estos en orden y sin tanta velocidad de pensamientos presentes en su cabeza, como si una voz le estuviera indicando hacer lo contrario de lo que verdaderamente quería hacer solo por placer propio.
Algo… ese algo, importante, y fuera de su cabeza, era lo que le molestaba, lo que quería recordar con fervor.
Pero antes que empezar a pensar con claridad y poner en orden esas imágenes, olores y ruidos en su cabeza, tenía que tener por lo menos una mínima idea de dónde se encontraba. Era una persona desorientada en todos los sentidos, sin saber dónde estaba el norte, sur, este u oeste.
Bueno, mujercita, en primer lugar ¿qué acaso no es obvio? ¡Es el Submundo!, dijo una voz en su cabeza haciendo eco en sus últimas palabras. Pero eso no es relevante, por otro lado (y cambiando completamente de tema), no sé en qué parte del Submundo estamos. Algo me dice que esto no va bien. ¡Corre!
Abrió los parpados esperando encontrarse con algo que le diera un indicio do dónde se encontraba estancada y cómo había llegado a ese lugar, porque ciertamente que nada iba a descubrir con los ojos cerrados y esa voz intolerante y chillona en su cabeza que le estaba empeorando claramente sus cuerdos pensamientos. Pero también pudo que ella misma se trasladara a ese lugar y se hubiera golpeado la cabeza contra una roca o algo parecido, así haciéndose perder el hilo de sus pensamientos y recuerdos. ¿Por qué se haría una cosa así?... o simplemente tal vez estaba escapando de algo con filosas garras y dientes, por lo que no se percató en ese entonces de una rama, tropezó y se pegó así olvidando. Las opciones eran infinitas, pero prefería quedarse simplemente con esas por ahora.
Inhaló lentamente lo más que pudieran sus pulmones, dejando que el aire libre la invadiera y se sintiera perfectamente bien, sintiendo la pureza invadirla para luego dejarla escapar exhalando con rapidez y echando un vistazo a su alrededor con sus ojos cafés en busca de pistar y recuerdos esparcidos. Su visión se topó con lo inesperado, ella, que sin darse cuenta estaba acostada, al abrir los ojos espero ver el raso cielo azul y nublado de Londres, pero en vez de eso, se encontró con una pared completamente blanca, y sin nada más que blanco. Miró por el rabillo del ojo a los lados sin mover la cabeza de su posición inicial y se encontró con más paredes blancas, pero con excepciones notables, que eran las otras camas, muebles, lámparas y cortinas, cada uno con un tinte diferente de blanco, pero un cambio notable, sin embargo. Ella sentía que se hubiera vuelto loca si todo llegara a ser nada más que blanco y paredes.
¿Qué sería de los otros colores? ¿Se extinguieron o simplemente habían salido a caminar?
De todos modos, no importaba si los colores eran tan amables con ella como para quedarse a su lado. Pensándolo en verdad… Un momento ¡En qué estaba pensando! Los colores no tienen sentimientos, no hablan, no caminan y obviamente no escuchan, por lo que todo pensado anteriormente era basura ¿Qué le pasaba? ¿Había perdido la cabeza?... puede que la haya perdido: pero todas las mejores personas están locas. Alice sonrió, recordando a su padre cuando ella tenía sus pesadillas repetitivas y ahí estaba él, escuchando, con una sonrisa y mirándola mientras ella le contaba de el País de las Maravillas, sobre sus aventuras con la Falsa Tortuga, el Grifo, el Lirón, la Liebre de Marzo, la Reina Blanca y muchos otros personajes maravillosos y todos igualmente locos.
Miró para el otro lado de la habitación, esperando con esperanzas ver una puerta por la cual escapar de ese lugar sin colores. Pero, en ese entonces, al decidir mirar para el otro lado, se dio cuenta del humano vestido de blanco que estaba mirándola. Era una mujer, que le sonreía con delicadeza que Alice muchas veces vio en su madre cuando se reía de algo que ella hacía, pero este caso era diferente. Ella, esa mujer con pelo blanco, cejas negras al igual que sus ojos y la piel pálida como si nunca hubiera visto el sol, no era otra que la mismísima reina blanca de Marmoreal, Mirana.
—Veo que has despertado —dijo dando esos pasos propios de ella. Delicados como si de una bailarina se tratase. Su sonrisa se tambaleó un poco mientras inspeccionaba sus heridas—. Tranquila, Alice. Estás a salvo ahora… bueno, en parte.
Recuerdos.
Sonidos.
Olores.
Voces.
Todo golpeó su mente como un martillo haciéndole doler. El dolor se propagó por su cuerpo haciendo que ella se abrazara a sí misma. Todos venían tan rápidos, tan chocantes y tan verdaderos. Era como enterarse de la verdad y preferir la mentira sobre esta para no sentir ese malestar de un corazón desgarrado y la sensación de vacío incorregible que iba y volvía con simplemente más recuerdos de lo que uno deseaba.
—¿Qué pasó, Su Majestad? —preguntó Alice apoyando ambos codos y levantándose un poco de la cama, dándose cuenta así que no podía sentir sus caderas, algo que dejó pasar ya que estaba más atenta en los pasos de la reina blanca.
—El Sr. Tiempo, por desgracia, no aceptó nuestra oferta para ser aliado de nosotros, y dio sus tierras y poderes a los del Norte, para ser exactos, la Reina Negra —el entusiasmo en su voz había bajado a una nota de tristeza. Ella se alejó y empezó a preparar una poción con los ingredientes que estaban en la mesa—. Han pasado seis años aquí desde que entrarse al Submundo Alice —la miró y le tendió un vaso con la poción lista— ¿Cuántos han pasado desde que llegaste en el Reino de Oro?
Alice bebió ágilmente la poción de un trago largo y se la pasó a la Reina Blanca. Su mente viajo tiempo atrás tratando de recordar cuanto tiempo había sido desde la última vez que fue llevada contra su voluntad a través del agujero del conejo. Ese hombre, era Teyn Fero, alguien que trabajaba para el Rey de Oro, pero que en secreto había estado formado planes para llevarla al Reino de Espadas y así convertirla Reina… Lo siguiente no lo recordaba mucho, era algo borroso, pero ella sentía que algo importante se le escapaba. No le hizo caso. Luego de eso estaba la traición de Fero sobre el Reino de Espadas, destruyéndolo por completo y llevándola al Reino de Oro para ser esposa del Rey de Oro, algo a lo que ella se negó y razón por la que estuvo en los calabozos sin compañía y solo sobreviviendo con un poco de comida y agua todos los días.
Eso ya desde hace tres años.
—Tres —respondió casi en un susurro. Aún no estaba del todo en sus cabales, puesto que sentía que algo importante se le escapaba además de Isaac muerto por un golpe en la cabeza—, fueron tres años.
Mirana asintió con la cabeza en silenció. Respetaba los pensamientos de su Campeón, lo cual duró unos minutos inciertos antes de que Alice volviera en sí pestañeando varias veces hasta que sus ojos no parecían fríos ni lejanos. La Reina Blanca sonrió con tristeza y puso una mano en su mejilla para que ella la mirara, cuando lo hizo, la sacó. Ella había estado temiendo algo desde que su hija Natalia la había encontrado botada a un lado del lago y esperaba que sus temores no fueran ciertos, no quería arruinar más la vida del Campeón.
—Alice… —la voz le tembló un poco por lo que esperó unos segundos para poder recomponérsela—, levántate de la cama. Por favor.
La rubia frunció el ceño ante las palabras de la reina blanca. Pero si no tenía más opción, se levantaría. De todos modos ¿qué tan complicado sería pararse sobre sus pies? Alice trató de mover sus piernas, sin resultado. Su mirada de determinación cambió rápidamente por una de terror cuando se percató de lo que sucedía. Trató de nuevo, pero ambas piernas se negaban a responderle.
La respiración se le empezó a acelerar.
—No, no puedo —chilló desesperada— ¡No puedo! —le empezó a pegar a las piernas, pero ella ni siquiera sentía sus propios puños furiosos. Temblaba y las lágrimas estaban derramándose por sus mejillas— ¡Muévanse!, ¡muévanse! —paró de golpearlas y miró a Mirana respirando irregularmente— ¡¿Por qué no se mueven?
A la reina blanca se le destrozó el corazón al verla así.
Antes de que ella pudiera emitir sonido o poder abrir la boca para hablar, las puertas se abrieron con brusquedad y chocando con fuerza contra las paredes, dando paso nada más ni nada menos que Tarrant Hightopp, quien miraba a Alice, atónito. Él no era el único que había entrado en la sala.
Ella también lo estaba mirando.
—¿Sombrerero? ¿Alex?
El primero en entrar en la sala fue su hijo, quien distinto mas no diferente, la miró con ese combinado de ojos claros variopintos que no determinaban un color fijo y que fueron pasando por los distintos estados de ánimos. Después estaba el sombrerero, más viejo, más pálido y podía que más loco, aunque en un mundo como ese era difícil distinguir la cordura de la locura. Alice parpadeó y sintió como el alma, aquella parte de ella que había estado lejos, navegando por aguas desconocidas y salvajes, volvió a su menudo cuerpo. Algo pequeño y húmedo resbaló por su mejilla hasta caer en el dorso de su mano; como siempre, estaba llorando, y esta vez no quería ocultarlo.
Y su hijo, por dios, su querido y amado hijo, se acercó, puede que, a pasos muy lentos, pero detalles como esos no importaban cuando de nuevo lo tuvo entre sus brazos y pudo sentir la carne tibia y temblorosa entre sus dedos. Estaba más alto, incluso la rugosidad de su pelo había cambiado, sus facciones eran más cuadradas.
—Te extrañé —musitó la voz de Alex, porque sí, efectivamente era él. Quien una vez estuvo muerto, quien una vez hubo escapado de su hogar y saltado en un agujero de conejo.
Era igual a su madre.
—Igualmente —logró articular, y puede que más lo tartamudeó, pero qué importaba, solo quería no soltarlo hasta tener suficiente de él. Se separó un poco y tiró de uno de sus mechones —. Estás castigado de aquí hasta que termines la preparatoria.
—Aquí no existe la preparatoria.
Alice lo sabía.
—La voy a crear.
Mirana se trasladó sin despegarme de la mesa y miró al invitado que seguía bajo el marco café oscuro de la puerta, algo paralizado, mirando al chico y a Alice abrasarse como viejos conocidos. No entendía nada, se le veía en cada célula de su rostro, pero eso no provocó que entrara en trance y se ocultara en su cabeza. Luego de unos segundos Tarrant giró el cuello y miró directamente a la Reina Blanca a los ojos, quien deseó saber qué era lo que pasaba por esa cabeza tan especial. Las posibilidades eran infinitas, y cuando el color de sus ojos decidió mantener el color de los últimos años, Mirana prefirió no entrometerse, pensando en el pasado cercano en donde lo intentó, pero fracasó. Esto estaba más allá de su poder.
De un mueble blanco con dos ventanales medianos como puertas, extrajo un frasco que decía; bébeme, y lo destapó. El olor nauseabundo con un poco de aromatizantes invadió sus fosas nasales y le hizo arrugar por una fracción de segundo la nariz. Acto no propio de una reina.
Se acercó a Alice.
—Bebe esto, campeón, y todas tus heridas se habrán curado.
Alice giró el cuello y alzó una ceja al notar el color morado de la sustancia. Suspiró derrotada, y luego de que Mirana destapara el frasco y se lo entregara, lo hizo desaparecer de un sorbo.
—Pan comido —dijo al terminar.
—Es mejor decir; poción bebida —ronroneó Cheshire, y su cola peluda, a pesar de ser medio vapor, le hizo cosquillas en la cara a la ex campeona del submundo —. Bienvenida, Alice.
—Lo encontré —anunció Mallymkun apareciendo de un salto entre dos arbustos —. Esta junto al cadáver de Absolem.
—¿Cadáver? —se escandalizó Alice.
—Lo que dejó antes de convertirse en mariposa —le explicó Chess, haciéndose una voluta de vapor a su derecha y apareciendo sus grandes ojos frente al rostro de Alice, después, uno a uno, se formaron los dientes para crear la sonrisa. Alice alzó una ceja y empujó lo que había de la cara del felino —. Eso ha sido agresivo —resonó la voz sin cuerpo visible.
—Llévame con el Sombrero, gato.
—¿Tanto tiempo has pasado afuera que ni siquiera recuerdas mi nombre?
Alice le habría lanzado una mirada asesina si supiera donde estaba, en cambio se frenó en medio del patio delantero del castillo y colocó los brazos en jarra. El Sombrerero llevaba varios días desaparecido y aunque Alice tuvo la sincera necesidad de buscarlo, el mismo sentimiento, pero más intenso, de quejarse junto a su hijo fue mayor. Si había sido agresivo y malintencionado sus acciones, lo lamentaba, no fueron sus finalidades. Sabía que algo inconcluso quedó entre ella y Tarrant esa mañana que decidió dejar todo atrás sin avisar, pero es que entonces era tan joven, tan ingenua e imaginativa. Esperaba que su madurez cambiara las cosas, lo esperaba en serio.
Si el Sombrero decidía odiarla, lo aceptaría.
Se lo había ganado.
—Por favor.
—Como desee la campeona del submundo —murmuró la voz felina en su oído y Cheshire se construyó en el suelo frente sus pies, con sus rayas azules tan intensas como siempre. Ese viejo gato no envejecía, por más contradictorio que sonara —. Por aquí.
La guio a través de un laberinto que antes no estaba, constituido de piedras, malezas y hierbas, y por distintas piletas con diseños de su primera y segunda aventura en esas tierras, en la primera estaba en la mesa de té como una niña, junto al sombrerero y la Liebre de Marzo. Mallymkun saltó de su hombro y posó junto a su figura, que del mismo tamaño que la real, alzaba la espada con amenaza; la segunda pileta era ella hablando con Absolem, y justo cuando estaban cerca de llegar a la tercera, Cheshire se detuvo y desapareció.
—Detrás de ese arbusto —apuntó la voz.
—¿Cómo lo sabes?
—Su sombrero lleva años ahí.
Alice no volvió a preguntar.
—En qué se diferencia un… lo he olvidado.
El Sombrerero no se movió. Alice dudo en sentarse junto a él, pero llevaba tanto tiempo caminando que esfumó todas sus dudas y lo acompaño. Se lo debía a ella, se lo debía a él —sobre todo a él —. Llevaba años pensando en el caso de que Tarrant la fuera a buscar a Londres, en el caso de que un día de esos tocara a la puerta de su casa y pidiera explicaciones. Se ríe de lo ridículo de la idea, el Sombrerero jamás haría una cosa similar, por más que ella lo soñara. Parpadea un par de veces repetidamente para no dejar caer las lágrimas.
—No lo sé.
Alice miró al Sombrerero.
—No esperé por tanto tiempo para que me dieras esa respuesta.
—No esperé tanto tiempo para que me lo volvieras a preguntar —contragolpeó él.
Tarrant no la iba a mirar, así que Alice se acostó en el suelo y miró el cielo para encontrar alguna esponjosa forma en las nubes.
—Alex es tu hijo —soltó y ante el silencio de su amigo, apretó los labios acongojada —, pero supongo que ya lo sabías.
—Estás embarazada —volvió a contragolpear el sombrerero, pero con una voz cada vez más pequeña —, pero supongo que eso ya lo sabías.
La ex campeona del Submundo ni siquiera lo pensó, no quería que la conversación se fuera a su difunto esposo y en lo que esperaba. Esta era una conversación entre los dos, de una chica que no supo dónde se metía en su momento, y de un hombre a quien le arrebataron toda su familia. Pensó en Alex, en los años que pasó sin padre… y se preguntó en los años que pasó Tarrant en la soledad de su locura, ¿había sido una buena decisión abandonarlo? prefirió no profundizar en su imaginación.
El olor de las rosas blancas los envolvió a ambos.
—Lo siento mucho —finalmente soltó Alice.
—Yo también lo siento, Alice.
Y como si fuera algo que no había hecho en muchos años, el sombrerero posó delicadamente un viejo sombrero de copa sobre su cabello naranjo.
