Voltron: Legendary Defender y todos sus personajes, pertenecen enteramente a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento.

No sé exactamente quién creó el UA de detectives, pero quería probarlo desde hace rato, aunque adaptándolo a mis necesidades y gustos. Advertencia de Seith y personajes OoC, ¡espero les guste!


En realidad, la información proporcionada por Pidge no había sido suficiente: traía en la mochila, además del dinero, una laptop de buena marca (Keith pensó que había tenido mucha suerte de que no se la robaran apenas pisó el barrio donde estaba su oficina) y también las fotografías de Samuel y Matthew Holt: frente a él apareció un hombre mayor con gafas y un joven prácticamente idéntico a Pidge y que sonreía a la cámara de forma bondadosa. No parecían malas personas, así que no encontraba alguna razón para su desaparición, sobre todo al saber que eran intelectuales: después de todo, en la Universidad Central no dejaban trabajar a cualquiera.

—Él era el jefe del área científica —comentó Pidge acerca de Samuel —. Matt lo apoyaba. Poco después, Takashi empezó a trabajar con ellos.

Keith entrecerró los párpados al escuchar ese nombre. Shiro se había ido a trabajar al área científica de la Universidad más importante de la ciudad, donde solamente entraban los talentosos y los catedráticos. Sí, ese ambiente sonaba adecuado para él, quien siempre mostró una inteligencia superior al resto y también mucha capacidad de liderazgo. Admitió, al menos para sí, que le hubiese gustado mucho verlo cumpliendo con su trabajo.

—Desaparecieron hace exactamente dos meses. La policía no pudo averiguar gran cosa, pero cuando llegaron a revisar el laboratorio y las oficinas, todo era un desastre: alguien llegó antes que ellos y revolvieron papeles, destrozaron muebles… y se llevaron algo, aunque todavía no sé qué.

Sería mentira decir que Keith no estaba sorprendido por la perspicacia de Pidge: había averiguado lo importante del caso y el aparente objetivo del criminal o criminales. Sin embargo, había cierta cuestión en su mente: ¿por qué un catedrático y su hijo habían sido desaparecidos? ¿Qué se podía obtener de ellos? Y, claro, ¿qué tenía que ver Shiro en el asunto?

—Ahora bien, en casa dejaron algunas notas. Creo que en este asunto se involucran ciertas personas bastante importantes que…

El gruñido producido por el estómago de Pidge provocó que guardara silencio. Sus mejillas se tiñeron de rojo debido a la vergüenza, y Keith parpadeó antes de suspirar y llevarse el vaso con café de nuevo a los labios. Hizo una mueca al sentir que ya estaba frío, por lo que se incorporó de su asiento.

—No tardo —dijo, saliendo de la oficina y dejando a Pidge en ella: no había problema, después de todo no tenía nada que valiera la pena robar y si mostraba tanto interés en que resolviera el caso, sabría también esperar. No pasaron ni diez minutos cuando estaba de vuelta, con un par de sopas instantáneas entre sus manos y que provocaron que los lentes de Pidge se ensuciaran debido al vapor: le importó poco, porque las devoró sin importarle que le quemasen la lengua. Keith esperó a que terminara antes de seguir con la charla pendiente:

—Dijiste algo sobre unas "personas importantes" —dijo. Pidge asintió con la cabeza antes de sacar ahora la laptop, abriéndola y volteándola hacia el detective, quien pensó que era una suerte que tuviera batería.

—¿La conoce? —preguntó, señalando una fotografía. Keith la reconoció como la parte externa de un edificio de oficinas, y el logo en un cartel confirmó que se trataba de un edificio perteneciente a la Universidad. Había un automóvil estacionado afuera, y junto a él se encontraban dos personas: un hombre pelirrojo con bigote y una mujer morena con el cabello claro. Vestía un elegante traje sastre y traía puestos unos aretes y un collar que lucían carísimos. El hombre pelirrojo le estaba abriendo la portezuela del coche, y ella se encontraba en la postura para descender.

—Jamás los había visto, a ninguno de los dos —respondió Keith. Ante eso, Pidge hizo una mueca.

—Pues debería, detective. Ella es la líder actual de Altea y él, su subordinado.

Keith abrió los párpados desmesuradamente al escuchar esa palabra: Altea. Para los más inocentes resultaba inocua, incluso sonaba bonita. Sin embargo y para los que frecuentaban los barrios más bajos de Ciudad Garrison, Altea era el nombre de una de las principales mafias, los encargados de proveer a los malvivientes de drogas, alcohol adulterado, armas y a cambio recibían mucho, bastante dinero.

Ciudad Garrison nunca fue un sitio muy tranquilo para vivir: el hecho de que fuera tan grande hacia prácticamente imposible que la policía tuviera vigilados todos los sectores, por lo que era claro que la distinción de clases haría aparición y, junto a ella, la pobreza de muchas personas y la posterior delincuencia. Sin embargo, las cosas parecieron estallar cuando dos mafias hicieron acto de aparición hacía mucho tiempo atrás: Altea y Galra. Los primeros se movían en los círculos más selectos, mientras que los segundos optaban por reclutar adeptos en los barrios bajos, donde había gente lo suficientemente desesperada por dinero como para aceptar. En realidad, los segundos se habían desprendido de los primeros a raíz de una traición por parte de la mano derecha de Alfor, el antiguo jefe de Altea, y que provocó una guerra en donde hubo zonas de la ciudad cuyos habitantes no podían salir de noche so pena de ser confundidos con alguien del bando enemigo. Fueron días muy oscuros, días en los que Keith todavía vivía con su padre en uno de los distritos abandonados por las fuerzas del orden y que veía por la ventana, escondido detrás de la cortina, cómo pasaban automóviles a toda velocidad mientras eran perseguidos por otros, o cómo los sicarios entraban a algunos departamentos en la búsqueda de los miembros de la otra mafia. Fueron tiempos muy oscuros que por fortuna habían pasado, pero que no había borrado de su mente y seguramente tampoco lo habían hecho varias personas más.

—¿Altea está involucrada en esto? No veo el motivo —dijo Keith. ¿Por qué habría de hacerlo, más todavía, por qué la líder en persona se presentaba en un sitio como ese? ¿Qué tenían que ver los Holt y Shiro en esa situación?

—Yo tampoco, detective —dijo Pidge después de un rato —. Pero es la realidad, así que tendrá que empezar sus pesquisas con ellos.

Keith volteó a verlo casi escandalizado.

—Bromeas, ¿verdad? Si entro a su territorio soy hombre muerto —respondió. No es como si considerase su vida muy importante, pero, definitivamente, no quería morir a manos de unos sicarios de quinta. Pidge frunció el ceño.

—Es su deber, detective. ¡Debe hacerlo si quiere saber qué sucedió con los Holt y con Shiro! —dijo. Keith frunció el ceño al oírle pronunciar ese apodo con el que él mismo empezó a dirigirse a Takashi años atrás, pero algo de razón tenía. Empero, debía hacer un plan si quería meterse con Altea y vivir para contarlo. Y, también, debía tomarse las cosas con calma a pesar de que tanto su cerebro como Pidge le recordasen que cada minuto era importante. Un detalle llegó a su mente, detalle que se vio reflejado en pregunta poco después:

—¿Huiste de tu casa? —soltó de pronto. Pidge parpadeó con toda sorpresa antes de responder:

—Pero… ¿eso a usted qué le importa? —dijo, y Keith negó con la cabeza.

—¿Qué me hace pensar que no estás en alianza con Altea y que todo esto es una trampa?

La boca de Pidge se abrió tanto que Keith temió por sus mandíbulas, pero al ver el ceño fruncido y el tono rojo de ira que tomaba su rostro, dejó de preocuparse.

—¿Cómo se atreve a decir algo así? —le espetó, con toda la ira del mundo —¡Yo no tengo nada que ver en esto! ¡Mi padre y Matt son lo más importante para...! —guardó silencio. Keith le dedicó una fría mirada, y ante eso Pidge no pudo más que tragar saliva y maldecir mentalmente haber caído en su juego y hablar de más. Pero ya no importaba mucho.

—Mi nombre es Katie Holt —dijo después de un rato. Aun así, su voz sonaba dudosa: había mantenido en secreto su relación con los Holt desde que decidió salir de casa a hacer ella misma sus pesquisas ya que la policía estaba más interesada en darle carpetazo al tema, y ahora el detective que contrató había descubierto su identidad. Lo había hecho por mera seguridad, no quería causarle más sufrimiento a su madre después de lo que estaba pasando, pero estaba tan desesperada por volver a ver unida a su familia que no lo pensó mucho: he ahí las consecuencias. Sin embargo, la voz de Keith la sacó de sus pensamientos:

—Entonces sí huiste —afirmó. Se incorporó de su asiento, cruzando la pequeña oficina para abrir una puerta que estaba detrás de Pidge y que inicialmente pensó que era el baño: cuando vio a Keith sacar una vieja colchoneta, supo que estaba equivocada.

—Puedes quedarte aquí si quieres —dijo Keith, colocando la colchoneta en el piso: no era muy grande, pero cabía perfectamente una persona pequeña como Pidge —. No es cómodo pero es lo que hay, así que ya te acostumbrarás, supongo —agregó, yendo de vuelta a la diminuta bodega para sacar una manta que lucía igual de gastada, pero por el momento era todo lo que tenía: le había tocado dormir en esa oficina durante un tiempo hasta que encontró departamento, y ahí tampoco tenía mantas nuevas ni mucho menos —. El baño está aquí también, más al fondo —señaló el interior de la oscura bodega. Decir baño era halagüeño, porque constaba nada más de un retrete y un bote de gel antibacterial ya que no había lavabo —. Claro que, si no te gusta, puedes regresar a las calles a dormir, da igual —finalizó. Pidge lo miró con todo el asombro del mundo: desde que salió de casa, había tenido mucho cuidado de no confiar en nadie porque corría peligro, esa había sido otra razón del por qué tomar la apariencia de un chico y dejar de lado los cómodos vestidos que acostumbraba a usar cuando vivía con su familia.

—¿Habla en serio? —preguntó. Keith frunció el ceño antes de asentir.

—Sólo no le abras a nadie. Y si viene el casero, dile que me fui del país o algo así —respondió. Pidge continuaba asombrada, pero al ver el gesto molesto de Keith, hizo una mueca antes de responderle:

—Yo… gracias, detective —dijo.

—Nada de eso, te cobraré un extra —respondió él. Pidge lo contempló ahora más asombrada y, también, un poco indignada: sin embargo, terminó asintiendo con la cabeza después de un rato.

—Bien, entonces empezaremos mañana mismo —comentó Keith, y apenas Pidge iba a protestar y decirle que cada segundo contaba, cuando la interrumpió: —. Sin peros.

Ella tuvo que morderse la lengua y se limitó a asentir nuevamente: soportar a un detective malhumorado era poco comparado con todo lo que estaba dispuesta a hacer con tal de recuperar a su familia.