Voltron: Legendary Defender y todos sus personajes, pertenecen enteramente a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento.

No sé exactamente quién creó el UA de detectives, pero quería probarlo desde hace rato, aunque adaptándolo a mis necesidades y gustos. Advertencia de Shiro/Keith y personajes seguramente OoC. ¡Espero les guste!


Algún día me gustaría irme de aquí —dijo Shiro mientras Keith lo miraba fijamente: era la primera vez que el asiático decía algo como eso, más aún cuando estaban juntos.

¿A qué te refieres? —preguntó, confundido. Shiro le había dedicado una sonrisa antes de acariciarle el cabello en un gesto tranquilizador.

A que este lugar nunca me ha gustado —respondió él. Y, en realidad, Keith sabía que Shiro no se estaba refiriendo al departamento en el que vivían juntos o en la cama que estaban compartiendo: había algo más profundo detrás, algo que no podía comprender y que, a pesar de todo, el otro no le revelaría tan fácilmente.

No te entiendo…

Algún día lo harás.

Keith abrió los párpados de forma lenta, mientras las escenas recién vividas se reproducían en su mente: hacía mucho tiempo que no soñaba con Shiro. A decir verdad, hacía tiempo se había hecho a la idea de que tenía que olvidarlo, y procuró hacerlo en cuanto éste dejó de contestar sus llamadas al móvil y había cambiado su domicilio. Lo intentó, de verdad que lo hizo: salió con otras personas, se dedicó al trabajo a pesar de que no era mucho, incluso tuvo las ganas de averiguar las fechas de inscripción para la Universidad, aunque al final decidió que lo académico no era lo suyo. Su fijación por Shiro le había costado el trabajo, lo habían vetado de la policía por usar su poder para averiguar qué había sucedido con él. Y cuando, después de mucho tiempo, había logrado conseguir un pequeño equilibrio en ese desastre llamado vida, apareció Pidge a reabrir una herida que ya creía cicatrizada. No podía irle peor.

Se incorporó de la cama mientras se dirigía a la ducha: era una buena forma de iniciar el día. En cuanto salió del baño, se colocó uno de los trajes oscuros que utilizaba para el trabajo y salió del diminuto departamento, sin desayunar porque eso lo hacía en una de las tiendas de conveniencia donde ya lo conocían por gastar su poco dinero en café y, de vez en cuando, un sándwich. Esa ocasión fue una de esas, aunque esta vez el sándwich era para Pidge, quien ya lo esperaba, frente a su laptop y sentada en su silla giratoria, una de las pocas comodidades que podía permitirse.

—Llegas tarde —dijo ella, en tono severo. A Keith no podía importarle menos, por lo que simplemente le tendió el sándwich antes de tomar asiento él también y empezar a beber el café de forma autómata. Al parecer, vivir debajo de un techo que él rentaba la hacía pensar que ya se tenían la confianza suficiente como para tutearse.

—Por cierto, tienes ratones: los vi hoy, se están dando un festín con los expedientes que tienes en ese mueble —comentó, señalando una mesa a reventar de pilas de papeles. Keith no dijo nada, se limitó a seguir bebiendo — … Eres esa clase de personas que no funciona en las mañanas sin café de por medio, ¿verdad?

Esta vez Keith asintió. Pidge suspiró antes de hacer una mueca: le dolía la espalda, el piso de la oficina estaba frío y traspasaba la colchoneta, pero era mucho más cómodo que dormir a ras del suelo como había hecho anteriormente.

—Como sea, estuve viendo en Internet si averiguaba algo acerca de los principales sospechosos —dijo, mientras tecleaba con rapidez. Keith alzó una ceja: en la oficina no había internet así que no se explicaba cómo Pidge lo consiguió —. Descubrí que no son personas de bajo perfil, a pesar de todo.

Keith parpadeó con sorpresa, colocándose tras ella para contemplar también la pantalla. La mujer morena que había visto el día anterior estaba frente a ellos, luciendo ese porte de reina en todo su esplendor con fotografías a color y en blanco y negro, donde aparecía vestida con toda clase de trajes elegantes y engalanada con joyas de varios tamaños, posando para la cámara. Pudo detectar que en varias fotografías lucía un semblante de fastidio, como si no deseara realmente estar ahí, pero se guardó tal detalle para sí. Por otra parte, no había señales del pelirrojo con bigote.

—Su nombre es Allura —empezó a explicar Pidge —. Es la dueña de la cadena de joyerías más famosa de toda Ciudad Garrison, y mantiene buenas relaciones con toda la gente importante, incluso el alcalde asiste sin falta a las inauguraciones de sus tiendas.

—Y es la líder de Altea —interrumpió Keith, a lo que Pidge asintió con la cabeza.

—Es la hija única de Alfor así que sí, lo es.

Keith entrecerró los párpados al oír aquello: sí, los hijos casi siempre acababan convirtiéndose en sus padres. Él lo sabía muy bien.

—Utiliza las joyerías para tapar sus negocios turbios —comentó él, y ante eso el semblante de Pidge se ensombreció.

—Altea será una banda de vulgares matones, pero debo admitir que tienen estilo —dijo ella después de un rato. Abrió un enlace que la llevó a un mapa satelital de Ciudad Garrison y donde segundos después aparecieron señales rojizas: las ubicaciones de todas las joyerías. No eran precisamente pocas, y estaban dispersas en los puntos de mayor actividad comercial y los sitios más exclusivos, por lo que no sería tan sencillo acceder a ellos.

—Espero que hayas traído zapatos cómodos: nos espera una larga caminata —comentó Pidge, y Keith bebió con más ganas su café.

OoO

En realidad, el recorrido no lo empezaron a pie: tomaron un autobús y este los dejó relativamente cerca de una de las sucursales de las joyerías. Pese a que no querían llamar demasiado la atención, no podían evitarlo, un hombre joven con cara de pocos amigos y un muchacho con apariencia de nerd resultaba una pareja curiosa en aquel ambiente de gente atractiva y rica. Pese a todo, bastaba una mirada fija de Keith y su entrecejo fruncido para que los dejaran en paz.

El plan era bastante simple: preguntar si Allura había pasado recientemente por ahí o si recibirían su visita en ese día. Claro que alguno de los empleados terminaría llamándola para informarle que un par de sujetos extraños estaban preguntando por ella, y eso era exactamente lo que querían: les ahorraría trabajo que apareciera por sí misma. La primera parada fue un centro comercial, donde se dedicaron a observar los aparadores con toda clase de joyas brillantes y donde Keith pensó que con un par de pendientes sería suficiente para pagar la renta de la oficina y el departamento por varios meses. Pidge, por su lado, utilizó su cara inocente para hacerle plática a las dependientes y preguntar sobre la señorita Allura, a quien deseaba entrevistar para una tarea de la escuela. Y, si bien agradeció que una chica le diera la dirección de la página web de la marca, no era suficiente.

—Creo que esto no funciona —comento la castaña mientras seguía caminando después de haber recorrido más de seis tiendas. Era claro que Allura no se presentaría en ellas, empezando porque era la jefa y seguramente tenía cosas más importantes que hacer que verificar si sus establecimientos estaban limpios o alguna cosa así, pero no perdía la esperanza de encontrársela o, más seguro, al pelirrojo con bigote. Habían llegado a otro centro comercial, el último sitio de la lista que tenían que visitar. Era un sitio enorme y donde daba la impresión de que incluso respirar en sus instalaciones haría que llegase alguien a cobrarles, pero de igual modo se dejaron llevar por las escaleras eléctricas hacia el segundo piso. Pidge aguantó las ganas de internarse en una tienda de computadoras porque estaba segura de que no saldría en mucho tiempo mientras que Keith pensaba seriamente en gastarse el dinero del autobús en comprar una taza de café en uno de aquellos locales caros (aunque estaba seguro de que el café caro era exactamente lo mismo que un café barato, pero lo que contaba era la experiencia), pero tales pensamientos desaparecieron en cuanto encontraron la nueva joyería que les faltaba por visitar. Para su buena fortuna no había clientes, debido a la hora y sobre todo que era un día de semana, y una mujer alta y ligeramente corpulenta fue acercándose a ellos. Traía puestas unas arracadas bastante grandes pero que le lucían bien junto al cabello corto y oscuro, y su mirada era dulce, bastante para el gusto de Keith que no estaba acostumbrado a ellas, excepto si estas provenían de Shiro. Al darse cuenta de lo que estaba pensando, movió la cabeza de un lado a otro para disipar esa imagen mental que llegaba en el momento más inapropiado.

—Buenas tardes —saludó ella con toda cortesía —¿Puedo ayudarlos en algo?

Keith observó que una pequeña placa en la camisa de su uniforme decía Shay, así que ese era su nombre. Se veía amigable, más que las otras empleadas con las que se habían topado y que los miraban con desconfianza y, sobre todo, frialdad: al fin y al cabo, esos lugares estaban vetados para los que no fueran ricos, y Keith tenía de rico lo que ese negocio de honesto. Analizándola mejor, Shay más bien parecía una chica de pueblo recién llegada a la gran ciudad.

—Buenas tardes —respondió Pidge, a la par que le dedicaba una falsa sonrisa —. En realidad sí, sí puede ayudarnos. Estamos haciendo lo posible para recabar información de la señorita Allura… verá, mi trabajo final es hacerle una entrevista a un personaje importante y creo que ella es la persona más famosa en esta ciudad.

Shay parpadeó, levemente sorprendida. Sin embargo, su semblante continuó tan amable como desde el inicio.

—¡Oh! Entiendo, seguro harás un gran trabajo —respondió —. Pero la verdad es que la señorita Allura no viene aquí muy seguido… —agregó, eso antes de que recordase algo —¡Ah, pero seguro el señor Coran estará encantado de ayudarte! Siempre le gusta hablar mucho sobre los logros de ella, así que él te dirá todo lo que quieras saber.

—¿El señor Coran? —preguntó Keith, a lo que ella asintió con la cabeza.

—Sí, es su asistente personal y tengo entendido que también el que la crió cuando sus padres murieron —empezó a decir Shay, y Keith se mostró cada vez más interesado —. Es fácil de reconocer, es pelirrojo y tiene un gran bigote que cuida bastante —añadió, divertida. Finalmente conocían el nombre de ese tipo, el hombre que abría la portezuela del coche en aquella fotografía que implicaba a Allura con la desaparición de Shiro y los Holt. Así que Coran… por lo que decía Shay, sería más fácil encontrarlo a él que a su jefa. Ahora era cuestión de pensar en cómo hacerlo hablar.

Sin embargo, el sonido de la puerta abriéndose y una voz tras su espalda lo sacó violentamente de sus pensamientos:

—Recibimos el reporte de un par de sospechosos. ¿Todo bien?

El que habló fue nada menos que un agente de policía. Vestía con el uniforme reglamentario y el pantalón se ceñía muy bien a sus largas piernas. El azul de la camisa combinaba con lo moreno de su piel y el también azul de sus ojos, y Keith hizo una mueca de fastidio antes de voltear.

—…Agente McClain, tanto tiempo —dijo, sarcástico. El recién llegado, al reconocerlo, abrió la boca del asombro a la par que se cruzaba de brazos.

—No puede ser… —respondió, entre dientes. Sin embargo, fue empujado sin querer por el otro agente que venía detrás, un hombre también joven, alto y regordete.

—¡Hey! ¿Entonces, todo está...? —no terminó de hablar, no al ver a Kogane: parpadeó con asombro —¡Oh, vaya, es Keith! ¿Tú eres el sospechoso? ¿Eso significa que tendré que arrestarte? Porque de verdad no quisiera arrestarte… —agregó lo último con cierta tristeza. Keith lo conocía de igual modo: Hunk Garrett, otro viejo conocido de la Academia de policía de la que fue expulsado tiempo atrás. Si bien Hunk lucía un poco torpe, Keith lo veía mucho más razonable que Lance McClain, o al menos en aquel entonces le daba esa impresión.

—Debe de haber un error, yo no llamé a la policía —explicó Shay, apenas iba a decir algo más cuando McClain la interrumpió:

—Sin ofender, señorita, pero usted es inocente y no conoce la clase de fauna humana que pulula por aquí —dijo, y al oírlo, Pidge gruñó en lo bajo. Keith metió las manos en los bolsillos de su vieja chaqueta.

—De todos los policías que hay en esta maldita ciudad, ¿tenían que mandarte precisamente a ti? —preguntó, desganado. Ante esa pregunta, Lance frunció el ceño.

—Cuida tu lengua, Kogane: hay una dama y un menor presentes.

Hunk alzó una ceja, volteando a ver a Pidge.

—¿Un...? —comenzó a hablar, y la castaña tuvo un muy mal presentimiento: no sabía si ese joven tenía la lengua larga, pero era mejor no arriesgarse.

—¡Ah! —casi gritó —¡Vaya, ya es tarde! Nos disculpamos por los malentendidos —volteó a ver a Shay —¡Muchas gracias por la ayuda, señorita! ¡Nos vemos, oficiales! —sin más tomó a Keith del brazo y, antes de que este tuviera tiempo de protestar, salieron a toda velocidad de la tienda.

—¡Hey, vuelvan aquí! —dijo Lance a la par que salía tras ellos. Hunk volteó a verlo antes de mirar a la confundida Shay.

—Eh, él no es siempre así —comentó —. Bueno, sí lo es la mayor parte del tiempo, digo… creo que mejor lo sigo, por cualquier cosa. Hasta luego —agregó casi nerviosamente y salió de igual modo, pensando en la belleza de esa mujer y esa expresión tan amable que tenía en el rostro. Y, también, que haría rondas más seguido por aquel local.

oOo

—¿Qué demonios pasa contigo? —preguntó Keith con molestia mientras se recargaba en la pared del callejón donde Pidge lo jaló en un desesperado intento de esconderse. Ella no le respondió, estaba demasiado ocupada en recuperar el aliento perdido en la carrera que hicieron de la tienda, bajando apresurados por las escaleras eléctricas y posteriormente la salida y el hecho de que no dejó de correr hasta llegar lo más lejos posible del centro comercial. Keith también estaba cansado, pero era más su fastidio de haber vuelto a ver a McClain después de tanto tiempo: él nunca le tuvo mucho aprecio que digamos, siempre estaba más ocupado en competir con él que intentar llevarse relativamente bien. Keith, por su parte, no tenía nada en su contra e incluso le era indiferente (a tal grado de no recordar su nombre hasta que él mismo se lo gritó en la cara antes de intentar golpearlo), pero tampoco iba a permitir que un tipo como ese lo tratara así: eso no era lo que su padre, que en paz descanse, le enseñó.

—Sólo… me puse nerviosa, es todo —explicó Pidge, ya más calmada por la carrera —. No quiero que sepan quién soy, si lo hacen llamarán a casa y mi madre vendrá por mí, y… no quiero eso. No quiero regresar sin papá y sin Matt.

Keith se quedó en un respetuoso silencio, mirándola fijamente. Era verdad, desde el inicio fue muy clara con que lo único que quería era volver a tener a su padre y hermano de vuelta, por algo había huido de su casa: para encontrarlos, ya que nadie parecía saber nada del asunto. Se imaginaba su dolor y el de su madre y, a pesar de que sabía bien que no debía compararlos, le recordó a la forma en la que se sintió cuando Shiro desapareció de su vida: perdido, desorientado y muy, muy solo. No quería que alguien más pasara por eso.

En silencio, llevó la diestra a los cabellos de Pidge y los revolvió en un gesto torpe. Ella soltó un quejido.

—Vámonos entonces. No fue un día tan perdido que digamos: al menos ya sabemos quién es ese mayordomo.

Pidge alzó una ceja.

—¿Mayordomo?

—La gente rica siempre tiene uno, ¿no? Así que Coran es el mayordomo de Allura o… lo que sea —respondió él, haciéndole una seña para que siguieran su camino: afortunadamente, ni McClain ni Garrett los habían alcanzado. Escuchó el sonido de los pasos de Pidge siguiéndolo y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

oOo

—¿Diga? —preguntó una voz masculina en cuanto tuvo el teléfono contra la oreja. Del otro lado de la línea, una mujer titubeó un poco antes de responder:

—Ah, buenas noches, señor Coran. No sé si deba decirle esto, quizá no sea algo tan importante, pero un par de personas estuvieron preguntando hoy por usted y por la señorita Allura. No se ven peligrosos ni mucho menos, pero, por si las dudas… bueno, usted entiende.

El hombre se acarició el bigote en un gesto pensativo: si algo le habían enseñado tantos años de trabajo, es que nada ni nadie podían tomarse a la ligera.

—¿Un par de personas, dices? ¿Cómo eran?

—Bueno, eran dos hombres, uno de aproximadamente veintitantos y otro más joven, un adolescente. No dijeron sus nombres, pero el mayor se llamaba… era algo como... Ko.. ¡Kogane! Keith Kogane, señor. Creo que la policía lo conoce, por eso sentí que debía enterarse.

El hombre llamado Coran entrecerró los párpados. Se mantuvo un momento en silencio antes de seguir hablando:

—De acuerdo, gracias por la información, Shay. Saluda a tu familia de mi parte.

—Por supuesto, señor Coran. Que descanse —respondió la mujer antes de colgar.

—¿Quién era? —preguntó otra voz femenina, ahora a espaldas del pelirrojo, quien colocó el teléfono en su sitio para después contestar:

—Una de nuestras empleadas, princesa. Creo que volvemos a tener problemas con esos asquerosos Galra.

La recién llegada hizo una mueca de furia a la par que apretaba los puños: no podía evitar reaccionar así cuando mencionaban en su presencia a esos bastardos, los que le arrebataron a sus padres cuando era pequeña, los culpables de todas las desgracias de su familia. Afortunadamente, Coran la cuidó y la crio para convertirla en una sucesora digna de Altea y de Alfor, su difunto padre.

—Si son de los Galra ya sabes qué hacer, Coran: no quiero que quede nada de ellos —dijo, y a pesar de que su voz sonó calmada, Coran se percató de un tono de enfado: no en vano estuvo con ella desde que era una niña, conocía hasta los gestos más mínimos de su patrona. Volteó a verla, haciéndole una educada reverencia.

—Como usted ordene, princesa Allura.


Aquí viene lo bueno, jóvenes (?)

¡Nos vemos en el siguiente capítulo! Ése sí saldrá la próxima semana, lo juro ante Dios (?). ¡Gracias por leer!