CAPITULO 11
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Nos alejamos un poco de la caverna y nos detuvimos para que Hinata pudiera observar con detenimiento como el agua rompía alrededor de la roca y luego penetraba en la entrada como un embudo. Habían pasado bajo nosotros unas diez olas y el kayak se movía suavemente con cada una de ellas.
De un momento a otro Hinata se echó hacia como si calculara el espacio que había entre la superficie del agua y el techo del túnel. No eran más de 60 cm y algo me decía que eso la alarmaba un tanto.
—¿Estás bien? —Le pregunte, mientras utilizaba mi remo para retroceder un poco más. —No tenemos que entrar si no quieres. —Afirme.
—Estoy bien. —Mentía. —En verdad me gustaría. —Aunque cuando dijo eso último, un destello en su mirada me dijo que era verdad. —Solo necesito verlo una vez más y luego podremos entrar.
—Está bien. —Nos coloque justo enfrente de la entrada.
Segundos después una ola se coló bajo nosotros elevándonos un poco y entrado poco después dentro de la cueva.
—Recuerda lo que te dije —agregue moviéndonos un poco más atrás, para colocarnos mejor en un ángulo en relación con la apertura de la enorme roca. —Todo lo que tienes que hacer es remar fuerte, luego levantar tu remo y echarte hacia atrás cuando te lo diga, ¿está bien? Vamos a atrapar la siguiente ola que entra. Y lo lograremos, te lo prometo.
—Entiendo. —Hablo con tanta confianza que me desconcertó y emociono a partes iguales.
—Está bien, aquí vamos, justo ahora —le dije mientras la nueva ola crecía detrás de nosotros. —Date la vuelta. ¡Rema! —Grite.
Lo hizo e inmediatamente empareje mis golpes con los de ella para lograr una mayor velocidad, pronto empezamos a despegar cuando la ola nos aceptó como pasajeros y salimos volando en dirección del hueco que resultaba ser nuestro destino, las mariposas es mi estómago como esa primera vez aparecieron, pero ahora en lugar de sentir demasiado temor, me sentía tremendamente contento.
—Échate hacia atrás. —Le grite.
Justo en el momento en que ella lo hizo yo recogí mi remo y me incline también. Un montón de ruido amortiguado comenzó a inundar nuestros oídos. El kayak golpeo fuerte contra las paredes de roca del túnel atrayéndonos más a la embarcación, como si ella misma deseara protegernos.
Sin embargo aunque todas estas sensaciones eran conocidas para mí y sumamente placenteras, no podía dejar de lado que esa bonita pelinegra podía estar a punto de entrar en pánico. —Está bien. ¡Quédate abajo! —Le grite por arriba del ruido.
El aire se tornó pesado por la humedad de la roca y la misma sal del mar, lo que provocaba que respirar no fuera la cosa más sencilla. Pero, como si se tratara de un milagro, toda esa pesadez se desvaneció al mismo tiempo que éramos arrojados por el túnel, como si hubiéramos salido expulsados de un tobogán… pronto todo se volvió calma…
El camino entero tuve los ojos bien abiertos al trayecto, primero en la oscuridad y después con la luz que se colaba por la roca… —¡Ja! Lo logramos. —Reí triunfal.
Sin embargo la silueta de Hinata no apareció en mi rango de visión cuando grite de júbilo. Permanecía aun en la posición que le indicaba, me incline para mirarla, apretaba con fuerza sus ojos y el remo contra ella como si de eso dependiera su vida… parecía que tenía mideo aun. —Hey, ¿estás bien? Ya puedes abrir los ojos.
Lo hizo, primero uno con temor y luego el otro, regalándome una imagen aún más bella que la teníamos como paisaje natural.
—Lo logramos. ¡Mira!
Aun en esa posición, jadeó un poco y miró por encima de mí el cielo a través de una apertura que parecía una claraboya en el techo de la caverna. Era una ventana que lo enmarcaba perfectamente, haciendo que el azul contrastara con las paredes oscuras de la roca.
—Oh, ¡Dios mío! —Susurró. —Esto es… —Se interrumpió y poco a poco se incorporó en el asiento.
Mire atento como sus lindas perlitas empezaron a recorrerlo todo lentamente, absorbiendo la belleza del lugar, mirando con detenimiento como la luz entraba por la apertura en ángulo, haciendo brillar la niebla que flotaba en el aire y dando luz a cada gota de agua que a su vez se movía y chocaba contra las paredes de roca logrando destellos cristalinos ondeando y bailando.
El nerviosismo me recorrió una vez más. Y es que era increíble lo que sentía al mirarla tan perdida en el paisaje. No había visto nada más bello que ella… Por instinto moví mi mano alborotando el aire, haciendo remolinos de niebla.
—Cuando era niño, solía pensar que esto eran todos los iones negativos flotando.
—¿Los que? —Pregunto apartando su vista de la cueva y dirigiéndola a mí.
—Iones negativos. —Me reí de nuevo, de nervios, pronto el botón de mi guía interno aunado a la proximidad de ella me volvían un poco parlanchín. —Lo siento. Olvide que no todos crecieron con mi familia y sus locos datos de información al azar.
—¿Qué…? ¿Qué son? —Parecía que en serio quería saberlo.
—Son los que se liberan en el aire cuando las moléculas de agua chocan con algo sólido. —Con un gesto le señale la caverna, como ejemplo. —Como esas rocas, o la playa cuando una ola se quiebra. Pero no solo viven en el océano. Pueden venir de cualquier lugar: una cascada, la lluvia. —Me interrumpí y sonreí inseguro, definitivamente me faltaba practica en esto de coquetear. —De todos modos, es bueno que los respires. Son curativos, de acuerdo con mi papá y mi abuelo, por lo menos.
Guarde silencio y mire la neblina que se encontraba flotando entre nosotros… inhalamos profundamente al mismo tiempo. No supe si fueron los iones, pero si antes ya me había sentido adherido a Hinata esa pequeña acción me decía que no podría separarme de ella jamás.
—Gracias… —Su voz me saco de mis cavilaciones. —Gracias por traerme a este lugar.
Sonreí lentamente y me encogí de hombros.
—Me imaginaba que si todo lo que tenía contigo era un día, más valía que fuera bueno.
Ella miro el remo que se encontraba en sus piernas antes de mirarme otra vez. —Lo has logrado. En realidad es el mejor día que he tenido en mucho tiempo.
Asentí, la sonrisa aun no abandonaba mi rostro, no lo haría en mucho tiempo. —Yo también… no tienes idea. Pero no nos quedemos cortos, porque esto no se ha terminado.
Pasamos horas platicando dentro de las profundidades de esa roca, respirando el aíre, mirando la luz y el agua, mientras paulatinamente se llenaba y se vaciaba de agua, hasta que el momento para salir llego. La marea estaba subiendo…
…
La corriente nos regresó a la luminosidad del día, pero aunque ya no estábamos envueltos en la calma de la cueva, esa sensación maravillosa y eufórica permanecía entre nosotros, cuidando nuestra vuelta a la orilla, en donde extendimos nuestras toallas y nos tendimos para absorber los rayos del sol.
Vivía una ensoñación, todo lo que nos rodeaba era perfecto, ella se encontraba feliz, acostada con los ojos cerrados a lado de mí, portando solo y únicamente su bikini… que… bueno, no verla era imposible. Sin embargo lo que más me ponía a cien y me llenaba de felicidad era que hacía demasiado tiempo que no veía ni una sola nube de tormenta en sus ojitos… y eso me motivo… Tal vez no solo podía verla hoy… podría enseñarle mis lugares favoritos y tal vez…
—Este verano lo tengo todo planeado, hay demasiados lugares que tengo pensado visitar. Como… —tenía la certeza de que ella me escuchaba atenta, y que con esas perlitas maravillosas resguardadas bajos sus parpados estaba imaginando una a una las palabras que salían de mi boca, —una cueva a la orilla de un acantilado imposiblemente alto, donde nos podemos sentar con los pies colgando del borde y sentir el trueno de la espuma golpeado nuestros pechos.
»También hay una playa con el agua tan clara que podemos salir a remar y ver hasta siete metros de profundidad, donde las colonias de estrellas de mar color purpura cubren el fondo.
»¡O mi ensenada favorita! Ahí podemos ver una cascada que cae desde un acantilado en la arena, en la que el agua dulce se mezcla con la salda de las olas que llegan hasta la orilla. —Me era imposible no decir la palabra «nosotros», necesitaba con muchísimas más fuerzas de lo que podía demostrar, estar con ella, compartir esos lugares, esos momentos a su lado… —¿Qué te parece? —Gire mi rostro sonriente y abrí los ojos para preguntarle.
Estaba seguro que su respuesta sería un «genial, ¡hagámoslo!» al menos eso esperaba… pero lo que vi, no se parecía a nada a lo que esperaba, su carita estaba cubierta de lágrimas y sueños rotos bordeaban sus ojos. Mi sonrisa se borro en ese momento. —Hum, ¿estás bien?
Me senté y… mi primer impulso fue tocarla, consolarla, tomarla de los hombros y estrecharla fuerte contra mí. Me detuve y me eché hacía atrás. Desde que la vi aquella primera vez, y… quiero decir, es ridículo, siento que continuamente la lastimo… Que yo en gran parte soy parte de su dolor… pero eso… yo… eso es imposible.
—¿Hice…? —me corregí. —¿Qué hice mal?
Se sentó de pronto limpiando rápidamente las lágrimas de su cara, pero aun varias se escurrían de manera estrepitosa, no las podía contener. —Lo siento. Estoy bien. No sé lo que pasó. Solo… —Se detuvo, como analizando que podía decir… o inventar… —No es nada. —No lo hizo, no dijo nada, pero al menos tampoco pudo insultar mi inteligencia inventando algo burdo. Eso me hizo descansar un poco, aunque no lo suficiente.
La mire con atención, intentando encontrar una pista de todo lo que no me decía… llegó a mí una respuesta… tal vez,… tal vez hace poco había terminado con su novio, puede ser que, realmente lo quería demasiado y estar conmigo no la hacía sentirse especialmente tranquila.
"Yo puedo ayudarla", me dije, "yo puedo hacer que se sienta mejor"… "Claro que puedo."
Acerque mi mano a su rostro esta vez con toda la intención de tocarla, con un movimiento suave limpie los rastros de lágrimas de su mejilla, ella apartó su mirada de mi mientras mis dedos seguían recorriendo su silueta. Era demasiado bonita… —Debemos nadar. —Le dije.
La tome de la mano y la ayude a levantarse.
—¿Qué…? —Mi efusividad la desconcertó.
—Agua salada —le dije, mientras la atraía hacia la orilla del agua. —Cura casi todo.
Ella limpió con su mano libre las lágrimas que aun salían mientras sus pies no ponían objeción en seguirme.
—¿A qué te refieres?
Gire y la mire directamente a los ojos. —Es un dicho que mi papá siempre solía repetirnos a mí y a mi hermana…, una de esas cosas que creces oyendo todo el tiempo, así que en realidad no significa mucho hasta después, cuando lo entiendes.
—¿Crees eso? —La incredulidad de su mirada, me dio a entender que ella no.
Le regrese la mirada de manera significativa riendo. —Claro. Es buena para el alma.
Una pequeña ola rompió contra las piedras, a nuestros pies, y la frialdad del agua le provoco un escalofrío que hizo que dejara de mirarme.
—Vamos —dije, atrayendo su atención a mi otra vez. —Es más fácil si no piensas en ello. Solo húndete.
Sonreí antes de soltar su mano y dar dos zancadas para clavarme en la siguiente ola. Salí de nuevo con un grito de alegría, sonriendo y sacudiendo el agua de mi cabello. Me miro un instante de manera diferente, las nubes desaparecieron de sus ojos una vez más. Y entonces me siguió, se hundió sin pensar en nada más.
Nadamos quien sabe cuánto tiempo, lanzándonos alternativamente debajo de las olas y tratando de atraparlas, hasta que una de ellas lanzó a Hinata contra mí… La atrape y la rodee con uno de mis brazos primero y luego con el otro al notar que no pensaba alejarse de mí. Nos miramos a los ojos… estábamos tan cerca… tan, tan cerca, que podía ver cada una de las gotitas que bailaban en su rostro… Me quede sin aliento… Definitivamente debíamos tener más de un día… más que ese día…
…
