CAPITULO 17
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Maneje hasta la orilla del acantilado que ya había tenido el honor de vernos juntos. Después de estacionarme, bajamos y observe a su lado las olas que se precipitaban contra las rocas, con una fuerza tal, que podía fácilmente sentir el impacto sobre mi pecho.
—Hum. Yo no… —Sonó la temblorosa voz de Hinata a mi lado.
Mire de reojo como negaba con la cabeza. —Tal vez andar en kayak no era nuestro destino, después de todo. —Dije, consciente de que el mar no presentaba las condiciones óptimas para adentrarnos. —Tengo una mejor idea. Ven.
La guie a la combi de nuevo. Estando arriba, gire para ver sobre mi hombro, mientras conducía la combi en reversa para salir de la canaleta. Puse más por costumbre que por otra cosa un brazo detrás del asiento que ocupaba Hinata y mis dedos rozaron su hombro con suavidad.
Cuando di la vuelta y quite mi brazo de su respaldo… Pudo haber ido mi imaginación, pero al mirar sus ojos, note como un escalofrío recorría su cuerpo. No puede evitar sonreír en el interior. ¿Significaba eso que yo la afectaba tanto como ella a mí?
El color inundo sus mejillas y se rio nerviosa. —¿Qué? —Pregunte.
—Nada. —respondió sacudiendo la cabeza y mirando en todas direcciones para evitar mi mirada. Pronto sus ojos llegaron al piso de la combi lleno de arena. Vi con claridad el momento en el que su nerviosismo desapareció. Ahora miraba con atención mi pastillero con las horas escritas a marcador indeleble.
Aparentando más naturalidad de la que creo, era necesaria, me estire, levante la caja y la guarde en una bolsa de la puerta de la combi, con una sonrisa falsa. —Vitaminas. —Mentí, antes de que preguntara cualquier cosa. —Mi hermana insiste mucho en que las tome. Las envía conmigo a todos lados. —Aclare.
Inmediatamente después me concentre en manejar, poniendo la música muy alta para no tener que pasar por un momento incomodo, con preguntas y evidentemente, más mentiras de mi parte.
—¿A dónde vamos? —Pregunto elevando su vocecita por arriba de la música.
Sentí que el momento tenso había desaparecido por lo que baje el volumen de estéreo.
—Otro de mis lugares favoritos. —Respondí. Pero antes necesitamos algunas provisiones. —Termine de decir mientras tomaba la salida de la carretera.
Finalmente me detuve en el estacionamiento polvoso del Granero de Frutas de la Familia Tazuna. El estacionamiento estaba lleno de familias entrando y saliendo de sus autos, desempacando carriolas, cargando canastas repletas de fruta.
En ese momento un tractor que remolcaba una plataforma paso rodando, lleno de niños y padres comiendo y cargando melones.
Hinata me siguió, mientras intentaba abrirnos paso entre la gente, hasta llegar a un puesto de frutas, donde pase mis dedos por el arcoíris de fruta mientras seguía avanzando. Tome un durazno y se lo lance. Lo cogió al vuelo con un poquito de dificultad. —El mejor lugar que conozco para iniciar un día de campo. —Dije aun mirándola sobre mi hombro. —¿Qué te gusta? —Le pregunto mientras me instalaba frente a otro puesto con pilas de fruta perfectamente acomodadas.
Ella mira con curiosidad el puesto y se detuvo en una canasta de frambuesas demasiado rojas. Las tome antes de que dijera nada.
—¿Qué más? ¿Sándwiches? ¿Papas fritas? ¿Todo? —Pregunte, sintiéndome demasiado entusiasta.
—Sí. —Me respondió riendo. —Todo. ¿Por qué no?
Cargamos una canasta llena de provisiones para un día de campo: un par de sándwiches, papas fritas, refrescos a la antigua en botellas de vidrio, más fruta y luego completamos todo con barritas de miel, que encontramos en contenedores cerca de la caja. Dos de cada sabor.
Ya afuera, nos encontramos con tres cabras pequeñas que nos persiguieron con ojos hambrientos y con claras intenciones de sonsacarnos comida. Me senté con ella en una banca a lado de mi combi y ambos comimos frambuesas directamente de la canasta. Tomé unas cuantas con un puño y las arrojé de a poco a cada uno de esos animales que para ese momento nos acosaban paradas frente a nosotros.
Después de un raro, Hinata hizo lo mismo. Riendo con unas carcajadas nada discretas, por la historia de las cabras que me traumaron de niño, al tratar de comer mi mano completa en lugar de la fruta que les compartía para comer.
Fue un momento muy extraño, pero al mismo tiempo placentero. Mirarla reír sin restricciones, sin ver nubes grises en su semblante, llena de color carmesí en las mejillas y con los ojos chispeantes por saber más de mí. De la nada, y casi por accidente, como si eso fuera natural, mientras intentaba recuperar la respiraron por la risa incontenible, coloco una de sus manos en mi pierna.
El tiempo se detuvo, la burbuja se rompió en ese instante, Olvide lo que estaba diciendo, y contemple su mano en mi pierna, debatiendo si debía tomarla entre mis manos, o fingir que no había sucedió. Tarde mucho tiempo en decidir qué hacer. Al final mis neuronas no me dieron nada. Mire mi reloj y constate lo que ya sabía. Mi condena debía ser ingerida en ese momento.
Me aclare la garganta mirando aun el reloj. El tiempo corría, hoy, no podía retrasarme, debía volver pronto. —Hay un lugar que quiero mostrarte, pero tenemos que irnos pronto para que regrese a tiempo e impida que mi hermana se ponga nerviosa. —Dije, al tiempo que me levantaba, rompiendo así el contacto que ella aún mantenía. —Tal vez quieras hacer una parada en el baño antes de irnos… No hay ninguno en el lugar al que vamos.
—Está bien. —Se puso de pie rápidamente. Le señale un letrero con la silueta de una granjera y la vi seguir ese camino. —Aquí nos vemos. —Dijo, mientras se alejaba.
—Aquí te espero. —Complete mientras abría una botella de agua. Cuando estuve seguro de que no me veía, me acerque a la combi y saque de la bolsa de la puerta, mi pastillero, tome unas cuantas y las tome todas con un largo trago de agua.
Al terminar, las guarde de nuevo, junto con la botella, cargue la canasta y la metí en la parte de atrás de la combi. Intentando no sentirme atormentado por ocultarle… por no ser capaz de decirle…
Sin embargo sentir que podía ser una persona nueva a su lado, era algo que no podía resistir. Podía hacer una versión de mi para ella, sano, sin drama, sin dolor… No iba a darle más dolor de que ya opacaba su brillo constantemente.
Mi teléfono sonó en mi bolsillo. No debía mirarlo para saber que me recordaba lo que ya había hecho. Sin embargo lo saque y apague el sonido de momento. Lo coloque a lado en el tablero de la combi, justo cuando Hinata regresaba de su excursión. —¿Lista? —Pregunte.
—¡Si!, —Subimos de nuevo a la combi y salimos de la granja para regresar por el camino lleno de olmos y robles sin llegar a la carretera. Subimos por varias colinas hasta respirar de nuevo el aire salado.
—¿A dónde vamos? —Preguntó de nuevo cuando di una vuelta rápida para subir por un camino inclinado y sinuoso. Casi imposible.
—Ya verás. —Le respondí. —Casi llegamos.
Llegamos a la cresta de la colina, desde ahí arriba, se podía ver el océano, que rodeaba en tres direcciones la cima, con su azul profundo, lleno de destellos como si el sol se derramara y fragmentara sobre su superficie.
Aparque a la orilla del camino y por instinto mire las sandalias que traía Hinata. —¿No hay problema si caminas un poco con esas? No es muy lejos.
—No. —Respondió serena.
—Bien. —Sonreí. —Porque creo que te gustará este lugar.
Bajamos, y ella miraba curiosa alrededor, con un aire de conocimiento. Yo volví a tomar mi botella de agua y la contemple, mientras ella notaba donde estábamos. —¿Es Bahía de los Piratas? Una playa nudista. —Dijo con sorpresa. —Nosotros… No vamos a ir, ¿verdad?
La perplejidad y titubeo de su voz, lograron que no pudiera aguantar la risa. Reí tan fuerte que termine escupiendo un sorbo de agua que acababa de tomar.
Me costó trabajo controlarme. Pues sabía todo lo que sucedía en esta playa. Hombres mayores, por no decir viejos, se acostaban al sol, y se bronceaban todititos sus atributos. Cuando logre pararme, le sonreí.
—No, no vamos de día de campo a la Bahía de los Piratas, a menos, por su puesto, que en verdad quieras. El lugar al que vamos tiene una vista mucho mejor. Sígueme.
Tome nuestras provisiones y me las colgué en los hombros. Camine a un pequeño sendero de tierra que por la expresión de Hinata, ella no había notado. Pues al dar la vuelta, ella miraba perpleja el lugar, como si de repente hubiera aparecido dicho camino. —¿Vienes?
Sin responder me siguió por el estrecho sendero, que daba vueltas entre arbustos tan altos que lo hacían similar a un túnel. Durante el pequeño recorrido no hablamos, me limite a escuchar el apenas perceptible sonido que hacían sus pies al caminar detrás de mí. Llenándome de una sensación de tranquilidad y regocijo brindada su compañía.
Después de unos minutos, aminoré el paso, y me detuve frente a la entrada de una cueva. —Muy bien, ¿estás lista?
—¿Para qué? —Me preguntó sonriendo también con los ojos.
—Para mí lugar favorito para almorzar.
—Lista. —Respondió. Y fue muy grato ver su curiosidad y regodeo por estar ahí.
Di un paso a un lado, y le deje mirar por un instante la cueva que se abría al océano como una ventana, dejando ver el azul profundo del agua y toda la amplitud del horizonte.
Me era imposible saber si recordaba que ya le había hablado de este lugar, sin embargo ver su cara de asombro fue suficiente pago para mí.
Sin pensarlo demasiado, tome su mano. —Vamos, solo ten cuidado con los vidrios en la cueva. La gente deja muchos. —Le advertí.
El frio propio de la roca nos caló al poner un pie dentro del arco de la cueva, aunque eso no opacó el calor que me invadía por sentir la pequeña mano de Hinata entre la mía, mientras nos habríamos paso entre los restos de fiestas secretas y fogatas ocultas de noches de verano.
Al llegar al otro lado, la luz del sol y los sonidos del océano ya no nos alcanzaban. Solté su mano e hice un gesto que abarcaba el contorno del lugar. —¿Qué te parece? No es una vista mala, ¿verdad?
—Para nada —dijo sin aliento.
La observe mientras sus retinas se llenaban de la belleza que estaba contemplando. La orilla del acantilado en la que estábamos era similar a estar en la orilla del mundo, con una abrupta caída debajo de nosotros.
Me agache y senté con toda la confianza y naturalidad que me permitía el haber estado ahí innumerables veces. Hinata poco a poco se agacho hasta tocar el suelo e hizo lo mismo, aunque con claro nerviosismo.
Limpie el pequeño espacio que había entre nosotros, para así desempacar nuestro almuerzo. Un instante después ya estábamos con nuestras espaldas recargadas en la roca, mientras una brisa se encargaba de refrescarnos.
Mire de soslayo a Hinata que aun contemplaba con fascinación, el paisaje. Pase saliva y me mordí la lengua para soltar un par de cumplidos que seguro la abrumarían.
Tome mi sándwich y contemple un momento el agua que golpeaba una y otra vez muy por debajo de nosotros, sin poder evitar que en mi mente se agolparan las singularidades y misterios que la rodeaban. Cuando sentí que me miraba solté sin verla directamente. —¿Sabes lo que es realmente extraño?
—¿Qué? —Respondió en un susurro.
—Es extraño que no sepa nada de ti, en realidad. —Hice una pausa. —Pero que sepa mucho acerca de ti.
Seguí sin mirarla, contemplando una y otra y otra vez, el copas de las olas estrellándose y retrocediendo.
—Hum —fue lo único que dijo después de un rato. Tomo su sándwich y le dio una mordida. Pensé que no diría nada más, pero un momento después, cuando había pasado el bocado que había dado volvió a hablar bajito e insegura, como si no pudiera evitarlo. —¿Qué… sabes?
Respondí sin basilar y sin demorarme. —Bueno, para empezar, sé que no eres la mejor conductora del mundo. —Termine sonriendo,
—Gracioso. —Respondió abochornada, con las mejillas rojas y desviando la vista de mí.
—Veamos —dije poniéndome serio y eligiendo cuidadosamente lo que podía decir. —Sé que vives en el campo, con una familia unida.
Ella asintió.
—Que se te hace un hoyuelo cuando sonríes, y que deberías sonreír más porque me gusta.
Sonrió al escucharme.
—¿Ves? —La señale. —Así. —Fue muy claro como el bochorno que había coloreado sus mejillas quedaba eclipsado por su sonrisa infantil y tierna, cuando el color prácticamente coloreo toda su blanca piel.
Mire directamente sus brillantes perlitas claras. —Sé que eres valiente para hacer cosas que te dan miedo. Como el kayak ayer o sentarte aquí ahora. —Hice una pausa, y la mire con una firmeza electrizante. —Eso también me gusta.
Recorrí con la mirada el bonito color escarlata que hacía brillar su piel como un foco, admitiendo para mí que no había nada en toda ella que no me gustara, que no me pareciera absolutamente maravilloso y… Mire sus ojos de nuevo, y el cambio de mi voz, no puedo decir que lo regule yo, salió natural.
Le hable con ternura y con calma. —Confías con facilidad, pero las preguntas parecen espantarte, lo que significa… —Me detuve de nuevo, sopesando lo que debía decir y al mismo tiempo sintiendo su angustia regresando. —Hay cosas de las que no quieres hablar.
Ella aparto la mirada, asustada.
—Está bien. —La intente calmar. —Todos cargamos cosas como esas, cosas de las que preferiríamos olvidarnos. —Me detuve y respire profunda y largamente. Si algo podía entender yo, era ese sentimiento de querer olvidar, de poder empezar de nuevo. —El problema es que casi nunca puedes hacerlo, no importa cuando te esfuerces. —Dije más para mí que para ella, sin poder disimular el dolor que me causaban mis propias palabras, y sintiendo como la culpa empezaba a empañar mi espacio.
Una ola particularmente grande, reventó contra las rocas de abajo y el agua blanca las engulló, ocultándolas momentáneamente debajo de la espuma que se arremolinaba. Ese ruido me hizo mirarla de nuevo. Sentí como el puño que magullaba su corazón me alcanza a rozar a mí también. Su rostro estaba empapado en lágrimas de nuevo.
Esta vez no me detuve, alargue la mano y acaricie sus mejillas con ternura, con calma y con amabilidad. —Lo siento. —Le dije. —Sea lo que sea por lo que has pasado.
—No tienes por qué sentirlo. —En contraste con su mirada dolida anegada en lágrimas, su voz salió potente y fuerte. —Por favor, nunca lo sientas. —Me miro con firmeza y volvió a hablar, con calma y solidez, consiguiendo toda mi atención. —No puedes sentirlo por algo que no puedes controlar.
Sus palabras fueron como un bálsamo al sentimiento de culpa. Sentí como poco a poco esa emoción se disolvía bañada por su voz. Baje la vista a mi regazo llenándome de su consuelo y regrese a mirarla fijamente. Ahí estaba de nuevo. Ese sentimiento… esa… conexión. Como si hubiera entre nosotros algo más profundo que esa conversación.
Como rayo, una resolución se instaló en mi cabeza. Algo que nos ayudaría a los dos, que nos sacaría del dolor y la pena. —Entonces no hay nada que sentir —dije, —Solo estemos aquí ahora.
—¿Ese es tu mantra? —Me pregunto, con una sonrisa que me indicaba que ella también quería escapar, olvidarlo.
—Algo así. —Respondí con un encogimiento de hombros, quitando el peso de las cosas, y aligerando la situación.
Antes de que pudiera agregar nada, mi celular sonó en el bolsillo, recordándome una vez más, lo que yo ya sabía. Mi momento feliz estaba llegando al final. Lo tome y lo silencie.
—¿No tienes que contestar? —Pregunto.
—No, es mi hermana. —Dije con ligereza.
—Deberías contestar. Parecía un poco preocupada.
—Siempre es así conmigo. Protectora. —Intente quitarle importancia, pero tuve que mirar el agua una vez más para esquivar la mirada inquisitiva de ella. —tiene buenas intenciones, pero llega a exagerar. A veces creo que todavía me ve un poco desvalido. —Dije, sin pensar.
Nos quedamos callados un momento. Tenía la certeza de que ella sabía que algo ocultaba, y por una retorcida razón, esa verdad no me hacía sentir tan culpable, ella también ocultaba algo, y su mirada me decía que también quería iniciar de nuevo. Estaba seguro de que podíamos hacerlo juntos.
—Eso no es lo que veo. —Dijo, sorprendiéndome.
—¿No? —Sonreí.
—No.
Una sensación parecida a la atracción de los polos de un par de imanes me hizo inclinarme en su dirección acercándome a su rostro. —Entonces ¿qué ves?
Su respiración empezó a ser irregular, y la mía la imito.
—Veo… —Se detuvo y se alejó un poco, poniendo más distancia entre nosotros. —Veo a alguien fuerte. Que ya sabe mucho sobre la vida. Alguien que comprende lo que significa tomarse un día y lograr que sea un buen día. —Se detuvo de nuevo, mirando el agua y luego regreso a mirarme a mí. —Alguien que me está enseñando a hacer lo mismo. —sonrió, y fue una felicidad enrome para mí, no notar ni una sola lagrima. —Me gusta eso. —Sonreí fascinado. —Así que tal vez podamos seguir haciéndolo. —La miré absorto y feliz, sabiendo que no tenía idea de la brecha de ilusión que había creado en mi persona. —Haciendo que cada día sea mejor que el anterior, y estar aquí y ahora, y todo eso.
—¿Mañana? —Pregunte alucinado.
—O pasado mañana. —Dijo
—Los dos días. —Concluí, cuando mi teléfono volvió a sonar dentro de mi bolsillo.
—Maldita sea. Tenemos que irnos.
Una ola más se estrelló contra las rocas debajo de nosotros, rodeándonos. Nos quedamos unos minutos más inmóviles, sin querer romper la atmosfera que habíamos creado.
Finalmente recogimos nuestras cosas y recorrimos el camino que nos llevaba a nuestros propios mundos separados.
...
