CAPITULO 19
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Nos encontramos de nueva cuenta en la cueva a donde la lleve la primera vez. Ella se reía por algo que yo no entendía en ese momento, pues mi cerebro sufría un pequeño choque con todas mis neuronas revoloteando y actuando tontas en su presencia.
De repente, de su chispeante mirada, me llego una ligera advertencia. Algo se disponía a hacer y antes de poder actuar en consecuencia de sus actos, de un brinco salió del kayak, y nado como toda una sirena, deslizándose de un lado para otro, dentro de esa enorme roca.
—Vamos, salta… —Me llamo.
Algo me sujeto al kayak, no podía seguirla y zambullirme.
Ella nado hasta el kayak de nuevo y me pincho el pecho. —Vamos.
—Auch… —El contacto de su dedo me lastimo.
—Vamos, —volvió a decir y a pincharme con sus pequeñas manos.
El dolorcito, me pego de nuevo. Abrí los ojos. Estaba soñando otra vez. Toque mi pecho y me sorprendió que aún varios días después podía sentir un poco de incomodidad en el área de la biopsia, pues era algo que ya se encontraba muy atrás, era casi un día olvidado.
Descarte rápidamente ese recuerdo y me levante de un brinco. Tenía una rutina que seguir. Me desperece, me duche y salí volando a la combi para llegar al mar, hacer surf y contemplar el amanecer. "Otro día… otro día realmente bueno…" Pensé… o mejor dicho desee.
Salí del agua, tome mis pastillitas con verdadero gusto. Ya llevaba días con un estado pletórico de ánimo. Nada me podía amargar la existencia, ni las pastillas, ni los horarios, ni Karin con sus continuas cantaletas. Que, dicho sea de paso, se habían vuelto más comunes de lo normal. Con preguntas desde "¿qué pasa con esa chica?" a "No me gusta nada, es muy extraña, te estas exponiendo demasiado."
Las dejaba pasar, esperaba a que el reloj marcara el medio día, y salía disparado al acantilado al que la lleve la primera vez que vino a verme. Llevábamos varios días viéndonos ahí.
Idea mía, pues quería ahorrarme los bochornos que Karin me causaba, y la incomodidad que estaba seguro, le enfundaba a ella.
Me he maravillado conociéndola un poco más. Mostrándole, todos los lugares que solía visitar de niño. Cavernas ocultas y caminos costeros, lugares importantes para mí.
Estos días habían sido más que perfectos. Era la persona que quería ser a su lado. Le enseñé todas las cosas divertidas y fantásticas que conozco y hacía. Y que puedo hacer de nuevo. Sin tener que ahondar en camas de hospital, tanques de oxígeno ni cajas de plástico llenas de pastillas.
Parecía que los planetas se habían alineado, junto con todo ese show raro, porque incluso a las horas en que debía tomar mi respectiva dosis de medicamentos, Hinata desaparecía por alguna u otra razón, evitando así que tuviera que esconderme de ella.
En nuestros momentos de clama, ella se dedicaba a contarme cosas de su vida diaria, dejándome conocerla sin necesidad de sentir que invado demasiado y sin que yo tuviera que preguntar.
Me ha hablado de las carreras con su hermana Hanabi, a las que regreso recientemente. De su abuela y un selecto grupo de "Damas del Sombrero Rojo". Me ha compartido sus dudas, respecto al futuro. Diciendo que no sabe que pasara con ella, pero que le gusta lo que hace ahora y que quiere seguir haciéndolo.
Cuando habla así, no puedo evitar incluirme en el paquete de lo que le gusta. Y contribuyo activa y recíprocamente a que ella me conozca también. Haciendo que sepa cosas de lo que de verdad me importa, Mi admiración por mi papá, y lo unido que he sido a mi abuelo. Que es, quien me heredo su amor por el mar y me enseño todas las leyendas existentes de marineros. Y muchas veces cuando el sol cae y deja ver a la distancia los puntitos plateados que conforman las constelaciones, le cuento las historias detrás de ellas.
Nunca estuve más seguro de que cada día puede ser mejor que el anterior. Y todo es, gracias a que ella ha estado aquí, acompañándome.
Desde el día en que la vi por primera vez, siento una corriente entre nosotros, pero en estos días he notado como crece más y más en nuestros momentos de silenció, cuando platicamos y cuando reímos a carcajadas.
Lo veo cuando nuestros ojos se encuentran y sin poderlo evitar sonrío porque sus perlitas me devuelven mi reflejo y sus mejillas se convierte en frambuesas listas para engullir. Lo escucho en la manera en la que dice mi nombre. Y estoy seguro de poder tocarlo cada vez que nuestras manos, hombros o piernas se rozan. Estoy seguro de que ella también lo siente.
Aun así, hay algo que me detiene. Es como si bailáramos uno alrededor del otro, y a pesar de que cada vez nos siento más cerca, no puedo terminar de sentirla, es como no poder terminar la canción.
El día anterior, después de remar en el kayak y de almorzar unos riquísimos sándwich preparados en su casa, dijo: —Quiero aprender a surfear.
Así que empezamos en la tarde con lo básico. La empuje de una ola a otra, gritando para que se levantara y aplaudiendo cada vez que lo conseguía, aunque se caía de inmediato.
Lo hizo una y otra vez, hasta que finalmente lo logro. Braceo hasta alcanzar una ola con todas sus fuerzas, le di un pequeño empujón, solo para que entrara en la ola. En esa ocasión cuando le grite para que se parara, lo hizo, encontró su equilibrio y monto la ola hasta el final.
Su cara llena de júbilo y emoción por haberlo conseguido, no tuvo precio. Pensé que me costaría trabajo poder sacarla del agua. Aunque mentiría si dijera que lo intente alguna vez.
Nos quedamos en las últimas horas de la tarde, braceando y surfeando hasta que estuvo tan agotada que apenas podía levantar los brazos.
Nos deslizamos más allá de donde rompían las olas, con nuestras tablas flotando una a lado de la otra, sobre la superficie cristalina del agua.
El viento de la tarde se apagó y uno a uno, los visitantes de la playa se fueron alejando, con excepción de los que se quedaban para la puesta de sol.
Mire como su silueta fue coloreándose de los tonos cálidos del sol menguante, sintiendo muy lejanos esos días de amargura, desaliento y temor.
Ella me regreso la mirada en cuanto sintió la mía. —¿Qué? —Me pregunto cohibida.
Sonreí mientras giraba mi pie dentro del agua.
—Nada, solo que… —Me puse serio. —¿Sabes cuantas días pase deseando hacer esto?... Mi abuelo me ha hablado tantas veces del resplandor verde que, no hubo ocasión en que no intentara con todas mis ganas esperar en la playa para la puesta de sol, pero no podía… Mi abuelo dice que es algo muy inusual e impresionante. Aunque quien sabe, podríamos tener suerte…
—¿Podemos entrar? —Dijo de pronto. —Por favor.
—¿No quieres esperarte a saber si lo podemos ver? —Le pregunte confuso.
—¿Ver qué? —Reviro.
—El resplandor verde, —volví a decir, señalando al sol que para ese momento, ya había desaparecido hasta la mitad debajo del agua, y que continuaba hundiéndose rápidamente.
—¿Qué? —Volvió a preguntar con el ceño un poco arrugado.
—El resplandor verde —repetí, consciente de que no todo el mundo estaba al tanto de las leyendas de mi abuelo. —Mira. En el último segundo, cuando el sol se desliza en el agua, si todo es adecuado puedes verlo. Se supone. —Sonreí —. Mi abuelo solía hacer que lo viéramos, y cada vez nos repetía el viejo dicho de que si ves el resplandor verde, puedes ver dentro del corazón de la gente. —Jugué un poco con el agua, haciendo trazos con uno de mis dedos y me reí un poco abochornado. —El jura que lo ha visto, por eso siempre sabe lo que todos están pesando.
»Mira —Volví a hablar señalando el horizonte. —Pasa rápido.
Ambos volteamos hacia el sol, que parecía una enorme bola anaranjada hundiéndose en el agua y llenándola de brillos dorados repletos de su luz. Cada vez desaparecía más rápido. Mire con mucha atención el rastro de luz que el sol iba dejando, deseando ver el resplandor verde, y ansiando que la historia que me conto mi abuelo fuera real, para así saber lo que pensaba Hinata, y entender que nos detenía, el por qué no avanzamos.
Y entonces el sol se fue. Suspiré desilusionado. —No hubo resplandor verde hoy. —Le dije.
Me miro por un instante directamente con sus ojitos perla, luego miro con pesar el parche vacío del cielo, donde el sol había estado hace tan solo unos minutos. Y sin decir nada dio la vuelta y regresó nadando hasta la orilla.
La seguí, inquieto y dudoso de su actitud. Ella subió deprisa las escaleras de vuelta a su automóvil. Se cambió con rapidez, y se despidió de mi demasiado rápido.
Eso me confundió, pero no me afecto más, que el hecho de ver a la distancia, como apenas podía soportar las lágrimas que pujaban por salir de sus bellos ojos.
En las últimas dos semanas que habíamos estado juntos, no había visto ni una sola vez, que su semblante se ensombreciera, que sus ojos estuvieran llenos de tristeza y… ¿pánico?
No entendía que había sucedido. Estaba claro que algo había pasado en su vida, algo fuerte y grande para ella, le había roto el corazón. Pero desconocía cual era el detonante de su tristeza. Estaba bien un instante y al siguiente sus ojos colapsaban con lágrimas de dolor, y yo no sabía que hacer o qué demonios estaba haciendo para provocar eso.
¿Cómo lo evitaba?
¿Cómo la ayudaba?
Esas preguntas colmaron mi cabeza antes de conseguir dormir, para soñar, como casi cada noche, con ella.
Sin embargo, era un nuevo día, y tenía que encontrar la manera de hacerlo muy bueno. Mucho, mucho mejor que el anterior.
Comencé a devanándome los sesos para planear algo. ¿Qué lugar me faltaba por recorrer? ¿Que no le había enseñado aún? ¿Qué podía hacer para que su día fuera mágico y ajeno a todo lo que la lastimaba?
…
