CAPITULO 21
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Llegue a casa justo a tiempo para darme una ducha rápida, ponerme mi familiar uniforme de playera para hacer surf y pantalones cortos.
Karin había —afortunadamente— desparecido. Su cara no había sido particularmente de alegría cuando le dije que vería a Hinata por la noche, pero supongo que el hecho de haber pasado ambos por terapia conjunta la tenía un poco dócil, por lo que no me hizo ningún comentario al respecto y se limitó a encontrar un par de amigos para salir.
Por lo que yo podía ahora, dedicarme a alistar lo necesario para ver a Hinata. Faltaba poco para que fuera la hora en la que llegaría, y yo estaba declaradamente emocionado.
El Día conmemorativo de la Segunda Guerra Mundial Shinobi, era un día importante para todas las naciones ninjas, por lo que era común, que se hicieran fiestas, reconocimientos y más. Sin embargo, el plato fuerte del día, eran los fuegos artificiales. Todo un espectáculo. Porque siendo sinceros ¿a quién podrían no gústale los fuegos artificiales? El destello de colores en el cielo, las diferentes figuras y formas… Un sinfín de estímulos que desde siempre ha provocado emoción y que al menos a mí, me llenan de una sensación de olvido.
Muchos años, a lado de mi familia o en el hospital incluso, sentía como me perdía, y que me podía concentrar solo y únicamente en esas luces que alumbraban el oscuro intenso del firmamento.
Baje a la carrera para acomodar en la combi, las cosas que necesitaríamos para nuestra excursión.
Acababa de arrojar dentro de la WV un par de toallas, e iba de vuelta para ir por más cosas a la casa, cuando la vi estacionarse. En ese momento todo se fue de mi mente, excepto ella. Camine en su dirección, mientras ella salía de su automóvil y me encontraba a la mitad del camino.
Cuando la vi por completo, se me fue el aire de los pulmones, y es que desde el día uno, había sido evidente para mí su belleza. Sin embargo, era demasiado obvio para mi notarla diferente este día, traía un vestido veraniego de color azul claro, con unas cuantas flores desperdigadas en él. No sabría describirlo en realidad, pues la moda, los tipos de cortes y esas cosas nunca fueron de mi interés, sin embargo sabía que nadie podía lucir ese vestido, como lo estaba haciendo Hinata.
—¡Vaya! —Ya estábamos a mitad de la calle, y no pude callar más mi asombro. —Te ves… —Aunque no encontré palabras que le hicieran justicia a lo maravillosa, perfecta, hermosa… que se veía.
—¿Gracias? Creo. —Sus mejillas estaban rojísimas y su sonrisa y pobre intento de parecer petulante, me atraparon en un limbo, como siempre.
—Lo siento, sí. Eso fue definitivamente un halago. —Dije bajando la vista avergonzado de mi poca habilidad.
Ella sonrió ante mi gesto. —Tú también te ves ¡vaya! —dijo, haciendo un gesto hacia mí. Lo que me provoco algo de risa. Pues en realidad estaba vestido como siempre que la veía. En ese momento pensé que tal vez pude haber invertido más en mi aspecto, igual que ella.
—Gracias. Lo intento. —Me burle y le sonreí.
Nos quedamos allí, en medio de la calle, dejando que la brisa nos acariciara mirándonos, hasta que un auto dio vuelta en la esquina y nos arrancó de nuestro momento.
Incline mi cabeza en dirección al garaje. —Solo voy a cargar el kayak y podemos irnos. —Empezamos a caminar, en dirección a mi casa y de pronto caí en cuenta de algo. —Trajiste traje de baño, ¿verdad? —Era una delicia poder verla así, sin embargo, no se podía tener todo en la vida ¿cierto?
—Claro, está en el coche ¿debo ir por él? —Pregunto serena.
—Sí. En realidad tal vez quieras ponértelo aquí para que no tengas que hacerlo en el estacionamiento.
De un rápido movimiento regreso a su auto. Cuando volvió, yo terminaba de acomodar el kayak arriba de la combi.
—¿Dónde puedo…?
Sin que terminara de formular su pregunta, le respondí ligero mirando sobre mi hombro, sin dejar de empujar el kayak. —Puedes usar mi baño. Esta al final del corredor, la última puerta a la izquierda.
—Está bien —respondió distraída, sin moverse de donde estaba.
Gire, y la atrape viéndome. Le sonreí antes de bajar los brazos. El kayak ya estaba asegurado.
—¿Necesitas que te indique el camino?
—No, puedo encontrarlo.
La mire dar la vuelta y caminar por el corredor. Me asegure de haber guardado los salvavidas y entre a la casa también, solo debía ir por… algunas cosas a mi habitación y estaríamos listos. Podríamos marcharnos. .
Cuando llegue al final del pasillo, sentí un golpe en el estómago que me saco el aire. Hinata estaba dentro de mi habitación y tenía entre sus manos uno de mis barcos encerrados en botellas.
Ello lo observaba atónita, buscando, tal vez la manera en la que el barco había entrado dentro de la botella,
—Ese es el Essex. —solté desde su espalda. Mirando también con atención mi pequeño barco. Una nave con apariencia pirata, con velas oscuras raídas, como si el viento las estuviera azotando. Lo nombre así, pues la historia escalofriante y el misterio detrás de ese ballenero de 1799 atrapo mi interés desde que leí Moby Dick.
Dio un brinco, como alguien que es pillado haciendo algo indebido y empezó a trastabillar con la botella en las manos, antes de ponerlo de nuevo en el anaquel al que pertenecía.
Lo tome, del lugar en el que lo acababa de colocar y lo sostuve entre nosotros.
—Lo siento. —Empezó a decir avergonzada y muy roja. —No estaba tratando de espiar. Iba camino al baño, pero entonces vi los barcos a través de la puerta y no pude… —Se interrumpió. —¿Es tu cuarto?
Empecé a reír, porque… El hecho de que ella estuviera ahí, me generaba algo, intranquilidad, claro, porque notara lo bicho raro que era, pero también, era agradable, sentir que podía enseñarle algo más de mí, que no debía esconderlo todo, o mejor dicho, que no tenía como esconderle eso.
Sumándole a todo aquello el hecho de que su nerviosismo y actitud acongojada, pero curiosa, me llenaban de una ternura infinita que no podía remediar.
Volví a colocar la botella en su lugar y un con ademan que abarcaba toda la habitación, mire las paredes repletas de repisas que sostenían barcos de todo tipo y tamaño —cuadradas, redondas con nubes de burbujas… —, con un barco dentro de cada una de ellas flotando en el vidrio.
—Sí. —Respondí.
Ahora, con mi permiso, ella también miro alrededor, no solo a las paredes llenas de barcos, sino al escritorio, limpio excepto por algunas fotografías enmarcadas de mi familia y una lámpara de brazo expandible. Mi cama aun lado, cubierta con un edredón azul, y en la cabecera, pintada en la pared con letra manuscrita de tipo antiguo, mi cita favorita, aprendida por mi abuelo. «Un barco está seguro en el puerto, pero los barcos no se construyen para quedarse allí.»
Antes de saber si ella lo había visto o no, mis ojos cayeron en el buró, con una botella de agua, una pila de libros y dos filas de frascos de medicamentos encima. Cuando la mire, ella estaba viendo los barcos de nuevo.
—¿Los coleccionas? —Me pregunto.
Me aclare la garganta nerviosa y un tanto… —mucho— apenado. —Algo así. Quiero decir que yo los hice.
—¿Tú los hiciste? —Dijo sorprendida. —¿Todos estos? Wow.
—Sí. Por lo general no le cuento esto a la gente. —Sonreí, pero evite mirarla directamente. —Es una especie de pasatiempo de viejo.
Su risita angelical se manifestó en ese momento. —No es un pasatiempo de viejo —dijo, aunque no se escuchó convencida de decirlo.
Volteé a verla. —No, en verdad lo es. Mi abuelo me enseñó a hacerlo hace algunos años. —Le explique.
Respire hondo y mire uno a uno los barcos guardados en cristal, que rodeaban mi habitación. —Las llamaba botellas de la paciencia. Los viejos marineros solían hacerlas con cualquier cosa que encontraban en sus barcos cuando estaban en el mar varios meses seguidos. Era una forma de pasar los días.
El recuerdo de mi abuelo, intentando animarme me saco una sonrisa tan fugaz, que se escapó casi en el preciso instante en el que salió.
—Solía tener mucho tiempo disponible. —Añadí. —Y supongo que él imaginaba que era una buena manera de gastarlo. Me trajo un juego un día, lo puso en mi escritorio y trabajamos juntos hasta que estuvo terminado.
Mire una de mis manos recordando el trabajo y dedicación que invertimos ese día. Aun puedo verlo como si hubiera sucedió ayer. Yo, pálido y delgado, consiguiendo obtener un poco de paciencia de la mano de mi abuelo. Sonreí de nuevo a mi pesar, fue un día muy bueno. —Tú levantaste el primero que hice. —Le informe.
—¿Puedo? —preguntó, estirando de nuevo la mano hacia la botella que hacía unos instantes examinaba.
La tome y se la entregue. Ella la miro de cera, a detalle.
—¿Cómo lo metes?
—Magia…
Golpeo mi hombro con el suyo, y el contacto envió un aleteo demasiado placentero por todo mi cuerpo.
—No, de veras. —Sonó seria, y arrugo un poco el ceño para que respondiera con la verdad. —¿Cómo lo haces?
Me coloque frente a ella y con mucha delicadeza puse mis manos sobre las suyas, que sostenían la botella, para sostenerla juntos. Ella me observo tranquila sobre la curva del cristal, con sus manos cálidas y pequeñas debajo de las mías.
—Construyes el barco fuera de la botella de modo que quede plano y contraído. Luego lo metes y esperas haber hecho todo correctamente; cuando jalas la cuerda para elevar el mástil y las velas si tienes suerte hay magia, se levanta y cobran vida. —Le explique.
Hice una pausa y miré el barco a través del grueso cristal. —No es complicado. Solo frágil.
Pareció pensarlo un momento y respondió. —Son hermosos. ¿Todavía los haces?
Su voz me hizo desviar la mirada del barco para mirarla a ella. Sonreí. —En realidad no. Eso fue… —No fue hace tanto, me dije, y me sorprendió el hecho de observar tan lejano mi asilamiento del mundo. —No tiene caso construir pequeños barcos que nunca verán el océano cuando puedes estar en él todo los días, en la realidad. —Finalice sonriendo aún, y deseando más que nunca alejarme de todo, pero sabiendo que indistintamente de que no podría jamás dejarlo atrás; no podría tener nunca algo «real» con Hinata, si no le hablaba de… mi situación.
—Hablando de estar en el océano —añadí, dejando de lado esas sensaciones amargas. —Debemos irnos ya, si no queremos perdernos los fuegos artificiales. —Con delicadeza quite el barco de sus manos y lo coloque en su lugar nuevamente.
—Está bien. Solo necesito un minuto para cambiarme. —A pesar de sus palabras, no hizo movimiento alguno, se quedó quieta mirándome. Un momento después estiro una de sus manos hacia mí, hacia mí… pecho. Sentí su toque ligero y cuidadoso.
En seguida dio un paso más cerca de mí, con su mano aun sobre mí… corazón, como si pudiera sentir los latidos presurosos que en ese momento lo invadían, porque estaba muy al tanto de su cercanía. Mire su mano sin entender nada. Y después siguió su camino rumbo al corredor, dejándome solo en mi habitación rodeado de paredes colmadas de botellas.
…
