CAPITULO 22
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Cuando llegamos al acantilado en el que prácticamente habíamos pasado todos los días de este verano juntos, nos recibió una brisa cálida, tan quieta que el océano parecía más un lago, por lo quieto que se visualizaba.
El sol poco a poco se perdía en el horizonte, para dar paso al cielo nocturno. Baje el kayak de la combi y con Hinata lo llevamos hasta la orilla. Mientras lo empujábamos juntos por la superficie marina escuche su voz en un susurro sorprendido.
—¡Vaya! Es hermoso aquí, esta noche.
El agua prácticamente nos llegaba a las rodillas, y la luz rojiza que reflejaba el agua hacia todo más hermoso de lo habitual. Mire en dirección a donde ella lo hacía. El horizonte. —Podría verlo todos los días y nunca me cansaría. —Confesé.
—Yo también —respondió. Su voz sonó como si estuviera dentro de una ensoñación. No quería sacarla de su nube, pero debíamos movernos.
—¿Lista? —Le pregunte mientras sostenía el kayak con firmeza para que ella entrara.
Sin responder, dio un paso dentro, y un segundo más tarde, yo estaba arriba también. Nos acomodamos y aun sin decir nada, al mismo tiempo hundimos nuestros remos en el agua oscura.
Empezamos a avanzar fácilmente, y pronto la escuche hablar de nuevo. —¿Por qué el agua se ve así? —Asomo su rostro por su hombro para que respondiera.
—Es una marea roja. —Respondí.
—¿Una marea roja? —Pregunto de vuelta. Casi sonreí por su tono angustioso. —Me da miedo preguntar que es.
—No es nada para espantarse. —Logré decir sin reírme. —Se debe a un tipo especial de alga que florece de pronto, por toda la costa. Es maravilloso cuando sucede.
—¿De veras? —Dijo escéptica, mirando el agua. Que desde nuestra posición, parecía un poco más agua sucia, por el color a oxido que reflejaba que otra cosa.
—Sí. Es cosa del azar… Nadie puede predecirla ni controlarla, supongo, porque nadie sabe realmente siquiera que la causa, pero de noche…
Me detuve, pues no tenía realmente palabras para explicar lo que sucedía. Hinata giro a verme intrigada por la pausa y no pude evitar sonreírle de vuelta.
—¿De noche qué? —Preguntó.
Mire el agua, debatiéndome entre contestarle o enseñarle. Le sonreí de nuevo. —Solo espera. Ya verás.
—Ahora de veras me da miedo preguntar. —Dijo risueña, lo que me ocasiono soltar una pequeña carcajada también.
—No hay nada que temer, te lo prometo. —Señale con el remo la silueta del muelle al que debíamos llegar, visible a la distancia. —Anda. Vamos a tener que avanzar más rápido si queremos llegar allí a tiempo para ver el inicio de los fuegos artificiales.
Hinata volteo su rostro al muelle que le señalé. —Parece que está lejos… ¿Estás seguro de que podremos regresar? ¿No nos vamos a perder en el mar ni nos va a comer la marea roja nocturna o algo así?
Tuve el impuso de sonreír, con Hinata era imposible no querer sonreír todo el tiempo, no me contuve, sonreí confiado y dije. —No te puedo prometer nada. —Encogí los hombros. —Esos son los riesgos que estoy deseoso de correr esta noche.
—Riesgos que deseas correr, ¿eh? —Su tono de voz juguetón hizo presente una sensación, un zumbido entre nosotros, como si las olas del mar, nos estuvieran uniendo por medio de sus ondas.
Asentí lentamente, y como si fuera lo más serio del mundo dije; —Para tu beneficio, por supuesto.
—Está bien, entonces —dijo, incapaz de evitar que una pequeña sonrisa se asomara en su rostro. —En ese caso, supongo que yo también lo deseo.
—Que bien. —Conecte mi mirada con la suya. Ella había respondido más que lo que esperaba que respondiera, lo que deseaba. —No te arrepentirás.
Continuamos remando en silencio, en nuestro ritmo habitual, el cielo tomo un color índigo y las primeras estrellas empezaron a tildar en la oscuridad del cielo y en el reflejo del mar.
Esa conexión con Hinata la sentía cada vez más presente, como si el ese lugar, no existiera nada más que nosotros deslizándonos en el agua con el cielo cobijando nuestro trayecto. En medio de la oscuridad, nos sentía tan unidos, que no podía delimitar donde empezaba ella, o terminaba yo.
Todo mi cuerpo vibraba, lleno de entusiasmo. Completamente vivo. Lo entendí en ese instante. Este corazón necesitaba llegar a mi pecho, para que yo pudiera estar aquí hoy, a su lado.
Nunca había estado más seguro de querer dejar atrás mi puerto.
Aspire profundamente el olor a salitre y la ligera fragancia de Hinata que se colaba en el ambiente para llegar hasta mi nariz. La noche había caído por completo, las luces del muelle brillaban a la distancia y las estrellas llenaban de puntos el cielo sobre nosotros… Mis ojos se cerraron por un momento, y cuando los abrí otra vez el espectáculo de la marea roja había llegado.
Deje de remar. —Aquí está. —Casi grite de la emoción. —Hinata…, ¿lo ves?
Extendí mi remo a través del agua lo más que pude a ella. Sus ojos se abrieron al doble de su tamaño cuando los destellos azules alcanzaron su pupila.
—¿Lo viste? —volví a preguntar.
Antes de que respondiera de nuevo deslice mi remo por el agua de nuevo. En ella apareció de nuevo ese brillo azul pálido, para desaparecer casi al instante.
—¿Qué es eso? —Preguntó, mirando el agua, como si esperara que eso sucediera de nuevo.
—Es el agua. —Dije riendo suavemente. Volví a hundir un extremo del remo, di un aleteo rápido con el mismo y un nuevo resplandor azul se encendió, más brillante que los anteriores.
—Pero… —No termino de hablar, se limitó a hacer lo mismo con su propio remo y cuando el resplandor azul surgió ahí una vez más se rio con muchas ganas.
Nunca la había visto reír así, claro si reía, pero nunca a carcajadas, la mire más atontado que de costumbre. —Esperaba que pudiéramos verlo. —Dije, cuando su musical risa aún hacía eco en la oscuridad.
—¿Qué es? —Pregunto de nuevo, aun con la risa impregnada en su voz.
—Se le llama bioluminiscencia. Son todas esas algas de las que te hablaba. —Sonriendo de oreja a oreja, use mi remo para atrapar agua como si fuera una chuchara, la deje caer por el borde y cuando las gotas golpearon la superficie del mar, crearon una luz azul, pequeña, apenas discernible.
—¿Cómo lo hacen…? —Pregunto, con su remo aun barriendo el agua.
—Es su mecanismo de defensa. Como un reflejo. Cuando algo las toca, responden con luz. —Hice un tramo más amplio en el agua. Inmediatamente apareció el brillo color azul.
—Esto es…, es mágico. —Dijo.
Ella volvió a girar su remo en diferentes formas, consiguiendo a su vez esos destellos. —¿Cómo sabes tanto sobre tantas cosas? —Pregunto.
No pude evitar reír. —¿Es una pregunta capciosa?
—No, de verdad. —Se detuvo, meditando su pregunta, como si hubiera tenido un significado más profundo de lo que en realidad aparentaba. —No importa —dijo, después de un momento. —No sé lo que quise decir.
Iba a responder cuando un estallido grave se escuchó a la distancia, lo que me hizo apartar mi atención de ella. —El primero de la noche.
En el cielo era visible el rastro de una raya blanca que subía, seguido de eso, exploto en fragmentos de luz brillantes y centellantes formando arcos en el agua.
Tome el remo de mis piernas. —Vamos.
—Ni siquiera necesito fuegos artificiales con lo que hay en el agua. —Dijo, tomando su remo también.
—Es el Día de la Segunda Guerra Mundial Shinobi; todos necesitan fuegos artificiales. Vamos.
Hundí mi remo y empezamos a avanzar en medio de un camino iluminado en azul, ella se unió a mí, mientras los estallidos y luces no paraban de invadir la noche.
Cuando llegamos al muelle, la gente de la playa estaba aplaudiendo, absorta en los fuegos artificiales de los colores de la bandera del Fuego, llenando de luz el cielo nocturno, y crepitando por todos lados al caer.
Levante mi remo y lo coloque dentro del kayak, ella me imito en segundos, para después mirarme atentamente.
—Está bien. ¿Los quieres ver desde el mejor asiento en la casa? —Pregunte.
—¿No es donde estamos justo ahora? —Preguntó contemplando el cielo.
—Casi. Espera.
Un estallido más hizo eco en mi pecho. Busque el ancla para poder instalarnos ahí, lo que provoco que el kayak se meciera un poco y salpicara un mucho.
—Ancla. Para que no vayamos a la deriva. —Explique y me incline hacia su extremo del kayak para desenganchar el cojín. —Pon esto donde están tus pies, como una almohada. Yo haré que mantengamos el equilibrio.
Ella se levantó lo suficiente para tirar el cojín. Después de eso, le entregue tres toallas dobladas. —Ten. Úsalas como almohadas. Así podrás echarte de espaldas y subir tus piernas sobre la parte del medio, justo aquí. —Dije, dando palmadas a la división plana que separaba nuestros asientos.
—¿Y tú? —Pregunto.
—Yo haré lo mismo en un segundo.
—Está bien.
Nos movimos a tientas por unos instantes, ajustándonos cada uno a los movimientos del otro. Sentí su inseguridad sobre dónde poner sus extremidades estando tan cerca de mí. Yo también estaba nervioso por eso, pero también impaciente.
Una vez que ella se acomodó, solo me tomo un segundo hacer el cambio en mi asiento, para también bajar lentamente, estirando las piernas, cerca de las de ella en la parte elevada en medio de nosotros.
El kayak se balanceo suavemente mientras nos acomodábamos allí, recostados, con nuestras piernas rozándose entre sí. Sentí el calor subiendo a mi cuerpo, a pesar de la frialdad del aire nocturno.
—Ahora tenemos los mejores asientos de la casa. —Afirme.
Luces rojas explotaron sobre nosotros, lo que me hizo dudar un poco, entre si el color carmesí del rostro de Hinata se debía a que estaba sonrojada o a la ilusión de las luces.
Un nuevo fuego artificial subió muy alto, ocasionando una luz brillante sobre nosotros que cayó suave y lentamente, y a pesar de lo que dije antes, no pude despegar mi mirada de sus orbes de plata, bañados de los reflejos de las luces artificiales, Su mirada, era el único espectáculo que quería mirar.
Permanecimos recostados allí, mirando cómo explotaban los fuegos artificiales, —en mi caso, yo vi todo desde sus ojos— para después caer alrededor.
A pesar del ruido que nos rodeaba, los estallidos más grandes crepitaban en mi pecho, gracias a esa bombita acelerada que parecía palpitaba más de lo humanamente posible. Latidos ínfimamente ligados al calor de las piernas de ella entrelazadas con las mías.
Todo mi cuerpo se estremeció en un instante, algo estaba creciendo ahí, en ese momento con demasiada fuerza. Algo que yo anhelaba y necesitaba a partes iguales, algo que no podía controlar ni explicar y mucho menos esperar. Un impulso que no podía ni quería combatir más.
El bote se meció suavemente cuando de golpe me incorpore. No me sorprendió que ella también se hubiera levantado. Ella también lo sentía.
Nos quedamos sentados allí, sin palabras, contemplándonos cara a cara entre los resplandores del mar y el cielo.
Su rostro hermoso y brillante en medio de tanta luz, iluminado aun después en la oscuridad. Levante la mano para tocar su mejilla, enrede mis dedos en su cabello, y acaricie con mi pulgar la pequeña cicatriz, en su labio superior.
Como un flash regreso a mí, el momento en que la vi por primera vez, con sus ojos brillantes y hermosos, pero temerosos, cuando nuestros mundos chocaron. Su mirada hoy, era muy diferente.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, se inclinó a mí, exhalando temblorosa y extendiendo sus dedos sobre mi pecho. Pase saliva, más que nervioso, hambriento.
—Hinata, yo… —Susurre su nombre, sin terminar la frase, pues mis labios llegaron antes al encuentro de los de ella. El espacio entre nosotros desapareció.
Mil fuegos artificiales explotaron en mi interior y también los sentí explotar dentro de ella, en sus labios sobre los míos. Con mis manos en su cabello y la manera en la que cada vez nos acercábamos más… y más.
Todo lo demás se desvaneció, y en ese momento, cuando nos tocamos, fuimos luz.
…
¡Por fin! .
