CAPITULO 28

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Después de kilómetros de vueltas retorcidas, precipicios por un lado y la exuberante ladera vede, con barrancos y pequeñas cascadas, por el otro. Finalmente nos adentramos en un llano. Pasando por un pequeño letrero que decía "Campamento Estatal".

No entramos al campamento, sino que dirigí la combi hacia un estacionamiento en el lado de la costa de la carretera. No había nadie en el pequeño quiosco para cobrarnos. El lugar estaba —como ya sabía— desierto. Aparque junto a la reja, bajo un ciprés, similar a un bonsái gigante, con sus ramas anchas y planas extendidas.

Recorrí todo el lugar con la mirada, casi sin poder creer que en verdad me encontraba ahí, ahí con Hinata. —No puedo creer que estés aquí conmigo, —Se lo dije, mientras mi inclinaba para poder rozar sus labios. Al sentir como me correspondía, una pequeña sonrisa tiro de los mios. —Esté es mi lugar favorito desde siempre. Ven.

Bajamos de la combi. Aun situados cerca de nuestras respectivas puertas nos estiramos bajo la luz de la tarde. Sentí el aire acariciándome, más frio y ligero que en la playa, pero con ese característico olor a sal combinándose con el de los árboles y las flores de esas colinas.

Con ese coctel respiratorio, la opresión en mi pecho fue completamente pasado. Me encontraba en mi elemento.

Aunque desde donde estábamos no podíamos ver el mar, lo percibía, y con ella a mi lado, me sentía completo. En paz.

—Vamos a ver el agua. —Antes de que pudiera responder, tomé su mano y la guie a una corta escalera que subía y pasaba por la reja que nos separaba de aquel lugar. Así llegamos a un sendero serpenteante que nos condujo a través de la alta hierba verde para llegar a la orilla del acantilado.

Trepamos por ahí y luego caminamos, tomados de la mano, por el nuevo sendero. Permanecimos en silencio durante todo el recorrido, no era necesario hablar; la dulzura del aire, el tacto de nuestras manos, el sonido distante del océano…, era todo lo que necesitábamos.

Así lo sentía, mi corazón me lo decía con cada latido.

El sendero nos condujo hasta una empinada serie de escaleras, desde donde podíamos ver de manera espectacular la forma del océano desdoblándose ante nosotros.

Hinata se detuvo en seco. —¡Ahh! —Respiro con intensidad. —Esto es hermoso.

—Sabía que te encantaría. —Dije sonriendo. Recorriendo con la vista la amplia ensenada de agua color azul zafiro debajo de nosotros.

En el extremo sureste, un arco gracioso de agua caía por el acantilado, derramándose en la arena antes de encontrarse con el océano. Aspire hondo y lentamente, bebiendo todo el aire, comparando cada detalle con mis recuerdos de ese lugar.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que viniste a este sitio? —Pregunto, como leyendo mis pensamientos.

—Mucho. —Dije sin dejar de mirar el hermoso… Mi lugar. —Vine con mi papá, tal vez hace diez años. Vinimos a acampar solos, en la playa. —sonreí. —Trajimos el kayak y nuestras tablas de surf y nos la pasamos en el agua todo el día. Luego llegamos aquí, hicimos hot dogs y galletas con bombones y chocolate sobre la fogata. Y miramos las estrellas fugaces sobre el océano de noche.

—Suena perfecto.

—Lo fue. Un día perfecto. Así lo recuerdo, de todos modos. Pensaba mucho en él cuando estaba enfermo. —Baje la mirada para poder encontrarme con la de ella. —Pensaba que tal vez ese habría de ser el mejor día de mi vida.

Ambos desviamos la mirada cuando una ola, mucho más grande de las que hay en El Remolino, se elevó, ganando velocidad y altura, para luego estrellarse en una línea rápida con un trueno.

Silbe en tono grave, impresionado. —¿Eres valiente?

—No mucho. —Respondió, mientras otra ola seguía el mismo camino que su antecesora, disparando agua blanca a las alturas, mientras se estrellaba. —Está mucho más agitado aquí.

Asentí. —Si, en realidad no es muy adecuado para el kayak. —Miramos un par de olas más hacer lo mismo. —Pero si es buena para surfear.

Me miró sorprendida. Fácilmente podía ver el terror dibujado en sus ojos color plata.

—Puedes surfear si quieres, no hay problema. Yo miraré.

—¿De veras? ¿No te molesta?

—No, adelante. Todavía no estoy lista para estas olas, pero he visto que puedes hacerlo.

Me gire hacia ella sonriendo. Era como si supiera que lo necesitaba, y esa comprensión de mí, me cautivo más todavía. Me acerque a ella; como imanes, mis labios llegaron hasta los suyos, por mero instinto, dejando un rápido y dulce beso sobre estos.

—Gracias. No será mucho tiempo.

—Tomate todo el que quieras.

—Está bien. Voy a cambiarme y por mi tabla.

Regrese en el sendero, pero me detuve. Ese beso no había sido suficiente. Regrese por uno más. Más profundo.

Me retire un poco y descanse mi frente sobre la suya, para mirar sus ojos. Sonreí al notar su brillo y el sonrojo en sus mejillas. —Está bien. Ahora sí, voy a cambiarme.

—Bueno. Aquí te espero. —Dijo en un tono más tierno aún.

Su cabello flotaba al compás del viento, camine hacia atrás unos cuantos pasos, incapaz de quitar mi mirada de ella.

Sin embargo no podía postergarlo más, la necesidad de sentir el agua y escapar por completo me estaba carcomiendo, por lo que di la vuelta y trote por el sendero rumbo a la combi.

Ya ahí, me puse a prisa mi playera de neopreno, tome a mi fiel amiga y casi corriendo tome mi sudadera, para que Hinata pudiera protegerse del viento frio.

Regrese corriendo y la vi encima de otra plataforma de madera, estaba a medio camino en las escaleras, en dirección a una banca, tomada del barandal. Desde ahí había una vista perfecta de la cascada en la ensenada de abajo.

La alcance. —Te traje una sudadera. —La aproxime a ella. —Por si acaso.

Me incline para besar sutil y rápidamente sus bonitos labios, para después bajar de un salto las escaleras con mi tabla aún bajo mi brazo.

Al llegar al agua, un escalofrió extremadamente placentero me recorrió. Lance mi tabla en el azul profundo de la misma, salte hacia ella, y empecé a bracear, con energía y una felicidad inaudita.

Sin embargo, contrario a lo que pensé, las voces en mi cabeza no se silenciaron, sino que empezaron a sonar más fuerte. Estaba en el momento perfecto. Hinata ahora lo sabía todo, ya no había más secretos entre nosotros, ahora podíamos estar juntos, juntos en serio.

Una ola alta se elevó frente a mí, por lo que hundí los brazos y bracee con más fuerza, empujando la nariz de la tabla hacia abajo, al llegar el momento adecuado, me levante y deslice sobre ella, con la luz brillando a través de agua, con el aire llenando mis pulmones y mis esperanzas.

Termine con ella y di la vuelta para bracear en busca de otra.

Un destello azul cruzo el cielo, tan rápido que me pregunte si en verdad lo había visto. Momentos después un grave y contundente trueno retumbo, comprobando que, en efecto, ese destello, no había sido cosa de mi imaginación.

Las nubes empezaron a acercarse, y a cubrir el sol. Desapareciendo del todo su brillo.

No lo pensé mucho y atrape otra ola, justo cuando el destello de otro relámpago cortó el cielo en un zigzag. Solo pasaron segundos, cuando el estallido del trueno, se dejó oír.

El viento se hizo más fuerte, lo que ocasionó que las olas se elevaran aún más alto, bracee con más fuerza todavía y monte una ola gigantesca. No quería salir de ahí.

Los relámpagos hicieron acto de presencia de nuevo, cada vez con menos tiempo de distancia entre ellos. Gire en dirección hacia la orilla. Hinata me miraba con sorpresa y tal vez un poquito de miedo. Agite mi mano en su dirección, asintiendo, indicándole que estaba bien, que no había porque preocuparse.

Sonrió, y aun a la distancia, su sonrisa me dejo flotando. Solicite su permiso para subir a una ola más, solo una, señale elevando mi dedo índice, ella agitó una mano animándome a hacerlo.

Justo en ese momento, enormes gotas de lluvia empezaron a caer, acompañadas de una nueva capa de aire helado. Eso no me detuvo, fui en busca de una ola gigantesca. La monte y dance con los mismos rayos cayendo sobre el agua.

El deslizamiento fue hermoso, mágico, pero aunque quería seguir, no era correcto hacerlo. Me impuse con las manos de regreso a la playa, al llegar, me puse de pie y gire en dirección a donde Hinata aguardaba por mí. Le hice una seña indicándole que todo estaba bien y en seguida corrí hacia ella con mi tabla bajo el brazo.

—¡Debemos irnos! —Grité, pero un trueno opaco mi llamado.

Su cabello se adhería a su cara y mi sudadera estaba completamente empapada. Llovía a cantaros, o sea que no podía ser de otra forma. Sin embargo la visión de Hinata bajo la lluvia, esperando por mí, se encontraba entre las cosas más maravillosas que me habían pasado en la vida.

Cuando llegue hasta ella, un grito de alegría salió desde mi alma. Ella rio ante mi efusividad. —¡Vamos! —Dije, elevando mi voz por encima de la tormenta.

Tome su mano y la conduje a las escaleras que nos llevarían de vuelta. Con un gesto la invite a subir primero, delante de mí. Con rapidez subió los peldaños de dos en dos, yo hice lo mismo.

Ese día había sido muy intenso, primero la discusión con Karin, el tener que revelar mis omisiones a Hinata, surf increíble en una tormenta, y para cerrar, escapar de ella a lado de esa bonita pelinegra. Nada nunca me había hecho tan feliz. Nunca me había sentido más vivo.

De nueva cuenta, un relámpago cruzo a toda velocidad el cielo, el trueno correspondiente no se hizo esperar. Retumbo con tanta fuerza, que sentí el impacto en mi pecho.

Hinata debió haberlo sentido igual, pues acompaño el trueno con un grito. Y yo no pude evitar reír a carcajadas. —¡Vamos, vamos, vamos! —Grite riendo.

Cuando llegamos al final de las escaleras, el sendero de tierra se había vuelto un pequeño rio, y las sandalias de Hinata se resbalaban a cada paso que daba para llegar a mi combi.

Le ayude un poco y cuando llegamos a la reja, que era la única que nos separaba de nuestra guarida, subimos más deprisa que antes, hasta estar dentro de esa camioneta turquesa brillante, un tanto oculta en la bruma gris de la lluvia que golpeaba con fuerza su techo y cristales.

El sonido de la puerta corrediza al cerrar fue nulo, la tormenta opacaba cualquier otro sonido.

Ya a salvo Hinata se recargo contra un asiento para recuperar la respiración, yo hice lo mismo, recargándome junto a ella.

Nos quedamos callados por un momento, hasta que estallamos en risas. Sacudí el agua del mi cabello como haría un perro y ella empezó a escurrir el exceso de agua del suyo.

—Eso fue una locura. —Dije. —Salió de la nada.

—No, no fue así. Yo la vi venir desde hace mucho tiempo. Nunca había visto nada igual. Pensé que te caería un rayo allí. —Repelo entre entusiasmada y temerosa.

—Yo también, —admití. —Nada como un pequeño roce con la muerte para recordarte que estás vivo. —Sonreí, mientras me estiraba hacia el asiento del piloto para tomar dos toallas. Le ofrecí una.

Pase la toalla que me había quedado por mi cabello, y ella me igualo. Seguido de eso, se quitó mi sudadera y la colgó en el respaldo del asiento del conductor.

Escuchamos como un nuevo trueno con todo y relámpago azotaba en el exterior y como la lluvia arreciaba. Aunque yo me centre en cosas más importantes, por ejemplo; como secaba sus hombros, parecía que el agua no quería desaparecer de su cuerpo. Pronto se rindió. Recargo su espalda contra un costado de la combi y yo la iguale. Por un momento toda nuestra atención se centró en las ventanas, y en la manera en la que las gotas de lluvia las golpeaban sin parar. Nuestros alientos aún no se habían recuperado del todo.

—Parece que vamos a tener que acampar aquí, por la manera en que está lloviendo, —dije sonriendo. —Y ni siquiera llegamos a la cascada.

—No hubo estrellas fugaces ni galletas con bombones y chocolate. —Respondió risueña.

—Lo sé. Todo lo que tengo es… —Me incline sobre ella para rebuscar en el tablero, —la mitad de una botella de agua, cuatro chicles y dos chocolates Rolo. No sé cómo vamos a sobrevivir. —Intente mantener un semblante serio y preocupado, sin embargo, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Debíamos secarnos.

—Debemos quitarnos esta ropa mojada. —Dijo, como leyéndome el pensamiento, aunque escucharlo de sus labios, hizo que mi mente le encontrara un sentido más incitante…

La mire con una sonrisa pícara y una ceja enarcada. —¿Segura? —Pregunte, convencido de que su comentario había sido completamente inocente.

Ella rio en respuesta, nerviosa. —Lo dije mal, ¿verdad? No quise decir eso. Me refiero a que… —La mire atento, con la misma sonrisa plantada en la cara, mientras ella balbuceaba su explicación y el color rojo permeaba todo su rostro abochornado. —Me refiero a que hace frío, estamos mojados y tú te puedes…

Reí suavemente cuando su voz ceso. Estire mi mano para acomodar un mechón de cabello oscuro y mojado detrás de su linda oreja. Estaba por decir, que lo había entendido, que no tenía que explicar nada más.

Pero… justo en el momento en que mis dedos entraron en contacto con su piel, el aire entre nosotros cambio. La lluvia no había bajado en intensidad, pero en ese momento pareció silenciarse. Sonaba lejana como un susurro constante que nos protegía y separaba de todo lo que estaba más allá del ese pequeño espacio dentro de la combi.

Ella se inclinó con lentitud contra mí. Mis brazos respondieron a su acción rodeándola y levantándola, para colocarla sobre mis piernas. De modo que quedamos uno frente al otro. Su mirada atenta y expectante sobre mí, me alentaba a continuar.

Recorrí con mis palmas su espalda, haciendo pequeños círculos. Acaricie su cabello, cuello, brazos, hombros, y la sentí estremecer por mi contacto.

Antes de hacer nada más ella… me beso. Un beso con sabor a lluvia, océano, a vida… A todo lo que siempre había querido.

Un trueno retumbo grave y lejano. Mientras el frenesí nos hacía unir nuestros labios con más y más urgencia. En un latido, las olas de necesidad, nos invadieron por completo. Nuestros cuerpos ya no podían parar de presionarse entre sí, para conseguir estar más cerca.

Me quite la toalla que aún permanecía en mi cuello, para que la repentina aparición de los labios de Hinata, sobre mi piel me elevara más allá de las nubes. Sus manos recorrieron y palparon mi pecho, hasta bajar a mi estómago, donde siguieron la orilla de mis pantalosillos cortos.

La acerque a mi como un acto reflejo, para perderme en su boca.

Ella se alejó un instante, cuando abrí los ojos, no podía creer lo que estaba sucediendo. Su camiseta había desaparecido, pero eso no era lo importante, pues justo en ese momento, su brasier se deslizo por sus brazos hasta llegar al piso.

Inhale de golpe, tan fuerte, que no me hubiera sorprendido si de pronto desaparecía todo el aire de la combi, por encontrarse dentro de mis pulmones. Estaba más que anonadado. Más embelesado que nunca por esa hermosa sirena que pintaba irreconocible frente a mí.

Tal vez íbamos demasiado rápido. Tenía que calmarme. Acerque mis manos a su cara y presione mi frente contra la suya, respirando con dificultad.

Nos miramos a los ojos, aunque enfocar era sumamente complicado. El golpeteo de la lluvia fue audible de nuevo, aunque más que escucharlo lo sentí, pues mi corazón seguía el mismo compas con sus latidos frenéticos, acompañando mi respiración acelerada y temblorosa.

Me aleje un poco para mirarla con más atención, su respiración se veía igual de alterada que la mía. Un rubor rosáceo cubría sus mejillas de una manera puramente sensual, pero más allá de eso… Hinata se veía infinitamente hermosa.

Pase mi pulgar por la pequeña cicatriz de sus labios. Esa que nos hizo estar juntos todo un día por primera vez. Me acerque y la bese con adoración y agradecimiento. Ella cerró los ojos y me dejo hacer. Se veía tan hermosa tan mía, tan…

Siempre sentí que me hacía falta algo medular. Y estaba seguro de haberlo encontrado con ella. No había vuelta atrás. En ese instante entendí, que ese era el momento, eso iba a suceder. Estaríamos juntos.

Me separe para quitarme la playera. Tome los bordes, justo cuando ella abría los ojos. Tome un momento y respire dándome valor. Finalmente la pase por arriba de mi cabeza y me quede quieto, a la espera de su reacción.

Fui consciente del momento en el que contuvo la respiración. Justo cuando sus ojos dejaban los míos y bajaban a la zona que había mantenido oculta por tanto tiempo; marcada con una cicatriz en la unión de mis clavículas, para seguir una línea limpia y delgada hasta el centro de mi pecho.

La mire expectante. Curioso y temeroso de su actuar al verme. En un impuso una de sus manos se elevó en mi dirección, pero al estar a milímetros de mi cicatriz, se detuvo indecisa.

Sin decir nada, tome su mano y la guie, hasta el centro de mi pecho. Presione sobre ella para que en su palma pudiera sentir el golpeteo intenso que generaba en mi corazón.

—Hinata… —Susurre su nombre, pues parecía hipnotizada.

Al nombrarla regreso a mí. La atmósfera se tiño de ese aire que nos había rodeado en un principio otra vez.

Con movimientos lentos pero precisos se dejó caer de espaldas sobre la base de la combi, llevándome con ella. Mis labios recorrieron su cuello hacía abajo, acariciando con suavidad su clavícula, para regresar a su boca, no había porción de piel en mi cuerpo que no fuera acariciada por la suave y tibia de ella. Así, juntos intercambiamos todo lo que habitaba en nuestro interior; nuestras cicatrices, nuestros sueños, nuestros dolores, nuestros secretos, nuestras culpas…

Tomamos y dimos todo de nosotros, has que se desvanecieron, al ritmo de la lluvia, de la respiración… de los latidos.

...

¡Qué! ¿Esto en serio paso?