CAPÍTULO 29
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El recorrido de algo cálido contra mi cuello me alerto, despertándome de golpe, estaba seguro de haber tenido el más maravilloso sueño.
Sonreí cuando mis extremidades despertaron y sentí un cuerpo tibio junto al mío. Respire hondo, llevando hasta lo más hondo de mis pulmones la fragancia tan maravillosa que se elevaba alrededor de nosotros, un olor tan perfecto y delicioso como lo era Hinata.
Tome la mano curiosa que acariciaba mi cuello con delicadeza para posarla en mi pecho, aun sin abrir los ojos.
—Hola. —Dijo, su voz, a penas rompiendo el compás de la llovizna ligera que aun caía afuera.
Abrí un ojo. En efecto, ahí estaba ella. Abrí el otro e incliné mi barbilla para verla en su totalidad.
Mirar sus ojos chispeantes superaba con creces sentir su cuerpo enredado con el mío bajo las cobijas. Sin embargo, el conjunto era lo que me parecía mágico. —Así que no lo soñé. —Dije riendo. —Bueno, esta vez no.
Rio divertida por mi comentario y me dio un empujón juguetón a modo de reproche, para después estirarse para alcanzar mis labios. La abrace y bese en respuesta con intensidad.
El zumbido de un celular hizo su presencia. Era el suyo, por lo que empezó a zafarse de mi abrazo para contestar. —No te preocupes por eso ahora. —Murmure aun sobre sus labios, sin dejarla ir.
Sin embargo, su cuerpo empezó a tensarse un poco. Se separo de mi cubriendo su pecho con las cobijas y alcanzo el teléfono. Cuando la pantalla del teléfono se ilumino, su cara se tornó lívida. —Dios mío.
Me incorpore, totalmente alerta de pronto.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Sin mirarme toqueteo su celular y pronto se lo puso en la oreja. —Yo…, no sé, creo que tal vez, tal vez…
—Hinata, es papá. Tienes que venir al hospital ahora mismo. —El silencio fue absoluto, tanto que pude escuchar el mensaje de voz. Incluso la ligera llovizna se había ido.
No dijimos nada más, nos vestimos aprisa y encendí la combi.
El camino fue tenso, Apreté su mano en señal de apoyo, pero ella era incapaz de regresar el apretón. Al llegar al Hospital, las puertas de urgencias se abrieron de golpe.
El olor acre de antiséptico me golpeo con fuerza. No era mi olor favorito en el mundo y definitivamente no estaba en mis planes estar ahí por mi voluntad, pero esto no se trataba de mí. Cosa que recordé cuando Hinata se detuvo tratando de respirar. Sus piernas se tambalearon un poco. —Hey. —Con cuidado la sujete del codo —. ¿Te sientes bien?
Boqueo un poco sin responder. Toda su atención se enfoco en tres mujeres tensas sentadas juntas. Su familia.
Quien imagine, era su madre, miraba a media distancia, con ojos afligidos; una mirada derrotada y culpable. Una mirada que conocía muy bien, que había visto demasiadas veces en los rostros de las personas que más amo. La más joven, muy probablemente su hermana, vestida con ropa holgada, un poco manchada de pintura. Resistía con mucha fuerza las ganas de llorar y observaba el suelo como si este estuviera apunto de desaparecer. La mayor, su abuela; era la contraparte de ese par, sentada muy derecha y quieta, como la calma en una tormenta silenciosa.
Mire a Hinata de nuevo, continuaba inmóvil. Cómo si mirara una escena de una película, como si, como si deseara despertar de un mal sueño. —¿Es tu familia? —Pregunte, para sacarla de se estupor.
Asintió con la cabeza lentamente y camino en su dirección. La seguí hasta estar frente a ellas. La primera en levantar la vista fue su hermana, sus ojos se agrandaron cuando nos vio.
Fue hasta ese momento que note nuestro aspecto, con la ropa aun húmeda, el cabello revuelto, Hinata con mi sudadera y con algunos restos de mascara de pestañas bajo los ojos.
—¿Qué sucedió…? ¿Papá está bien? —La voz de Hinata empezó a sonar un tanto quebrada a lado de mí. Logrando que olvidara nuestra apariencia. Creo que lo mismo sucedió con su hermana.
—¿Tuvo un infarto cerebral? —Pregunto de nuevo.
Hasta ese momento no me había pasado por la cabeza, que realmente no sabíamos nada de nosotros mismos. Yo no sabía nada de su familia o sus problemas y hasta ese día yo no había contado mis partes de la historia tampoco.
Sin responder, su mamá se levanto y la atrajo hacia a ella para abrazarla fuertemente. Pasaron un largo rato así, abrazadas y en silencio. Empecé a pensar lo peor…
Pasados unos minutos, la presión en los brazos de su madre ceso, pero no la soltó del todo. —No se sabe todavía. Lo están evaluando ahora y pronto nos darán más informes.
—¿Qué paso? ¿Cómo…? Pensaba que él…
—Me estaba ayudando con uno de mis lienzos —comenzó a hablar su hermana desde su asiento y sin levantar la vista del piso —. Y él… hizo unos ruidos divertidos de pronto, y pensé que estaba bromeando, así que me reí. —Su mirada se elevo hasta encontrarse con la de Hinata. Sus ojos colmados de lágrimas. —Me reí y entonces sus ojos se giraron, se pusieron en blanco y se cayó. Simplemente se cayó. —Las manos de la chica empezaron a retorcerse sobre sus piernas, de manera frenética y nerviosa. Se sentía culpable, y responsable por lo sucedido.
De un solo movimiento la abuela puso una de sus manos sobre las de la hermana de Hinata, con suficiente fuerza para detener sus movimientos. —Entonces actuaste y llamaste al 911, y eso es todo lo que podías hacer.
—No, —la aludida se incorporó de golpe, como si escuchar la voz autoritaria de su abuela le hubiese dado una nueva resolución. —Debí haberme dado cuenta de inmediato, debí llamar antes.
Su madre hablo en ese momento, deteniendo así s replica. —Tú hiciste lo que cualquiera de nosotros habría hecho, cariño. Lo demás no estaba bajo nuestro control.
Las palabras de la señora, lograron su objetivo, aunque a nivel personal, me parecía que no lograban el mismo efecto. La tristeza de su mirada, muy similar a la de Hinata, contaba una historia diferente.
Quise decirle que tenía razón, que no estaba bajo su control, que, en ocasiones, no importa lo mucho que te arrepientas de las cosas o que desees que sean diferentes, no hay nada que podamos hacer para cambiarlas. En lugar de eso, me aclaré la garganta y me moví inquieto. Ese era un momento muy personal, y yo estaba ahí invadiéndolo.
Con un movimiento de cabeza, la abuela se dirigió a Hinata. —Hinata, no nos has presentado a tu amigo. —Parecía la única que había notado a mi "yo" incomodo.
Di un paso adelante y le extendí mi mano a la mayor del grupo de mujeres. —Me llamo Naruto.
La abuela tomo mi mando entre las suyas. —Encantada de conocerte, Naruto. Tú debes ser la razón por la que Hinata está tan cautivada por el océano. Ya veo por qué —dijo, con un giño. —Mi pecho se calentó en ese instante.
—Esta es mi hija, Hima, y la hermana de Hinata, Hanabi.
—Gusto en conocerlas a las dos. —Dije.
Hima asintió y sonrió cortésmente. Hanabi, se levanto y estrecho mi mano, para después pasar su vista de mi a Hinata y de regreso a mí. —He oído hablar mucho de ti, —Dijo, aun mirándome con atención, como estudiándome. Fue incomodo, y no lo entendí.
Después de unos instantes regreso su mirada a Hinata. Tuvieron una conversación sin hablar, con la que Hanabi termino diciendo; —Bien.
—Gracias por acompañarla. —Dijo en mi dirección.
—Por supuesto. —Respondí.
Cuando las presentaciones terminaron, tomamos asiento a lado de ellas. Permanecimos en silencio mucho tiempo, hasta que un doctor de aspecto cansado y con una bata de color verde menta, se acercó con un portapapeles en la mano.
—¿Señora Hyuuga?
—¿Sí? —Respondió la señora Hima poniéndose de pie.
El resto del sequito, —incluyéndome— también se levantó.
—¿Puedo hablar sin reservas acerca de su esposo? —Todos contuvimos la respiración.
La señora Hima asintió con la cabeza,
—Bien. La buena noticia es que su esposo está estable; no sufrió un infarto cerebral y no hay daño permanente.
El grupo en general asintió a modo de comprensión. Aun aguantando la respiración mientras llegaba la mala noticia.
—La mala noticia es que este es su segundo ataque isquémico transitorio y que las exploraciones muestran que se está formando un pequeño coagulo en su arteria carótida, que va al cerebro. Si se deja sin tratar, es probable que si sufra un infarto cerebral, o algo peor, en el futuro cercano. Tenemos varias opciones, pero el tiempo es muy importante, y me gustaría someterlo a cirugía lo antes posible.
La señora Hina, asintió, asimilando la noticia, igual que todos.
—¿Puedo verlo?
—Por supuesto. Venga conmigo.
Inmediatamente se giro para mirar a todos. La abuela hizo un movimiento con la mano, animándola. —Anda. Aquí te esperamos.
Hima ni siquiera espero a que la abuela terminara de hablar. Ya había dado vuelta para dirigirse al pasillo con el doctor.
Hanabi se echó hacia atrás en su asiento, algo menos tensa pero no aliviada por completo. —No puedo creer que me haya reído de él. Yo solo… Sucedió tan rápido que no me di cuenta.
La abuela dio la vuelta hacia ella y le hablo con voz suave. —Vamos, eso ya pasó. Tienes que olvidarlo. Tú y yo vamos a dar una caminata. —Dijo, tomándola de la mano.
El brazo de Hanabi colgó sin fuerza de la mano de su abuela, mientras ella negaba con la cabeza y soltaba un suspiro convertido en escalofrío.
—Levántate. —Volvió a hablar la abuela, con voz más fuerte esta vez.
Hanabi levanto la vista y miro a su abuela como si esas palabras significaran más que lo que decían literalmente. Paso saliva con dificultad y asintió para obedecer un momento después.
Un segundo después la abuela nos miro a nosotros. —Ustedes dos están bien aquí, ¿verdad?
—Si. —Respondió Hinata.
—Bien. No nos tardaremos mucho.
Pasando un brazo por los hombros de Hanabi, el par se encamino hacia la puerta, para salir al crepúsculo nublado.
Hinata se sentó en ese momento soltando un gran suspiro cansado.
—Eso fue aterrador, ¿eh? —Me senté a su lado, poniendo con delicadeza mi mano sobre su rodilla. —Pero parece que tu papá va a estar bien.
—Desearía que hubiera una garantía. —Dijo, mirándome.
Apreté los labios. —Nunca la hay. Para ninguno de nosotros, pero así es la vida.
El silencio nos invadió después de eso. —¿Tienes hambre? —No lo resistí. —¿Sed? ¿Quieres un café, chocolate caliente o algo? Sé orientarme en un hospital.
Sonreí involuntariamente, tranquilo, y de hecho feliz. Porque a pensar de la situación me sentía liberado, Ella ahora sabía mi secreto y yo podía soltar esas referencias de mi estando enfermo con tranquilidad.
—Tal vez solo una botella de agua. —Me respondió con su hermosa vocecita débil.
—Voy por ella. —Rápidamente me puse de pie. Feliz de servir de algo, pero antes me incline frente a ella, tome su barbilla y conectando nuestras miradas. —Hinata, yo… —me detuve, y solo le besé con suavidad la frente —. Regreso enseguida.
Prácticamente corrí por los pasillos hasta llegar a la cafetería del hospital. No quería estar mas que el tiempo necesario lejos de Hinata.
El lugar estaba repleto de doctores y familiares, batas blancas, y trajes verdes, rostros tristes, cansados, o apacibles. Me acerqué al mostrador y pedí dos tazas de café con leche en lugar de solo agua.
A ella le gustaba el café. Tal vez este no sería tan bueno con el de Gaara, pero seguro podía ingeniármelas para traerle algún recuerdo bueno. Mientras esperaba cerré mis ojos por un instante, pensando en el hecho de estar en un hospital de nueva cuenta con ella. El día que nos conocimos de la mano de un café derramado.
Cuantas cosas habían cambiado en tan poco tiempo. No lo creía posible, pero era verdad. Esa tarde a pesar de todo lo malo que había sucedió después había pasado algo grande, algo enorme con Hinata.
Y aunque la situación me lo impedía y mi rostro se mostraba cauteloso y alerta, me encontraba feliz, demasiado feliz y pleno.
Afortunadamente su padre se encontraba estable, pronto todo regresaría a su cauce y… estábamos juntos.
En cuanto el café estuvo en mis manos, direccione mis pies a su encuentro. En menos de un latido estaba de vuelta en el pasillo donde la deje.
La encontré sentada en el mismo lugar, con ojos enormes recorría una hoja de papel color beige. Me congele en cuanto note lo que era.
—¿Qué estás haciendo con eso? —Pregunté. Mi voz se convirtió un látigo, mi respiración empezó a forzarse.
Al escucharme levanto la cabeza, sorprendida… impactada, podría ser una palabra que explicaba mejor su aspecto.
Claro, después de leer esa carta, no podía imaginar que se sintiera de otra manera. El dolor y la tristeza impregnados en las palabras de esa chica, era algo que no podría sacar de mi cabeza nunca.
—Yo… —Con movimientos torpes intento doblarla de nuevo.
Bruscamente puse los cafés en el suelo y quité la carta de sus manos.
—Lo siento. No era mi intención… Estaba en tu bolsillo, y pensé que tal vez era…
—No es tuya como para que la leas. —Solté con brusquedad. No me reconocí, pero ella no tenía derecho…
Empecé a doblar la carta con movimientos frenéticos, similares a los latidos de este corazón. El corazón que amaba esa chica, ¿En qué momento deje de sentir este corazón como ajeno?
Algo dentro de mí me gritaba que me calmara, pero la situación me había sobrepasado. Mis emociones, no eran algo que pudiera controlar en ese momento.
—Es mía. —Dijo con voz clara, lentamente,
Pequeños calambres inundaron las yemas de mis dedos. El suelo se movió bajo mis pies. Un dolor agudo se instalo en la boca de mi estómago.
—¿Qué? —Mi voz paso de ser un látigo, a convertirse en un soplido tembloroso.
—Esa carta es mía. —La mire con atención. El movimiento de su boca encajaba perfecto con lo que escuchaba, pero… eso no podía ser verdad. —Yo la escribí.
—¿Tú qué?
—Yo escribí esa carta. Para ti. Hace meses, después… —Su voz calma se quebró en ese instante. —Después de que mi novio murió en un accidente. —Su voz dejo de sonar en ese momento.
Sin embargo, no necesitaba escuchar sus palabras, ni siquiera en susurros para entenderlas.
Cada uno de los músculos de mi cuerpo se tensó. Sacudí la cabeza, como si de esa manera pudiera reacomodar las palabras que poco a poco se iban incrustando dolorosamente en mi interior.
—Antes de conocerte. —Agregó. Cómo si decir eso hiciera una diferencia.
No supe como reaccionar. El mundo se congelo, el aire desapareció y lo peor es que ni siquiera sentía que me hiciera falta.
Con cautela se puso de pie y dio un paso hacia mí. —Naruto, por favor…
Retrocedí. Mi cuerpo no estaba incapacitado después de todo.
—¿Tú lo sabías? —Pregunte con la quijada apretada.
Sus ojos me dieron la respuesta. Aun así, volví a preguntar. —Cuando nos conocimos, ¿tú sabías quién era?
Sus hermosas mejillas se convirtieron en cascadas. —Si. —Suspiro su respuesta.
Di la vuelta para irme.
—Espera. ¡Por favor! ¡Solo deja que te explique…! —Su voz, su tono suplicante…
Me detuve y di la vuelta para encontrarme de golpe con su cara. La agonía de su mirada no me servía absolutamente de nada en ese momento.
—¿Explicar qué? ¿Qué estabas buscando a la persona que tenía el corazón de tu novio? ¿Qué me encontraste después de que firmé un papel que decía que no quería que se me buscara? —Dentro de mí, se desato una tormenta con proporciones gigantescas. Los relámpagos salían de mi con cada pregunta. —¿O que te quedaste junto a mí hace unas cuantas horas mientras te lo contaba todo y tú no dijiste nada? —Destellos de lo que sucedió después me abordaron como flashazos; ella bajo la pálida luz de la lluvia, dentro de la combi, acariciando mi pecho y besando mis labios… Esas imágenes ahora eran armas punzocortantes que me laceraban de apoco. —¿Qué parte quieres explicarme?
Igual que un pez, un hermoso pez de ojos perla. Boqueo, en busca de oxigeno y de respuestas. —Nunca contestaste. —Le dijo al piso.
Me acerque un paso a ella, con el cólera desbordándose dentro de mí. Necesitaba drenarlo, necesitaba dejarlo fuera. —¿Y por qué crees? Nunca quise algo así. Nunca quise nada de esto.
La mire a los ojos. A esos ojos que me habían brindado tanta paz. Esos ojos que me habían mentido sin contemplación todo este tiempo. —Hazme un favor. Olvida que me conociste. Porque yo nunca debí haberte conocido.
Di la vuelta y en unas cuantas zancadas atravesé las puertas automáticas, que me enviaban de vuelta a donde el aire era limpio, pero que no podían regresarme a donde mi alma estaba en paz.
...
¡Maldita maldición!
¿Qué pensamos de esto? ¿En que equipo estamos?
