Atenea se acercó al libro y leyó el título en voz alta: "Percy Jackson y los dioses del Olimpo: El ladrón del rayo"
- ¿Quién quiere leer primero? - preguntó mirando a los demás.
- Yo lo are - dijo con voz enérgica Zeus, él era el rey, si alguien debía leer primero lo haría él -. Capítulo 1: Pulverizo accidentalmente a mi profesora de introducción al álgebra.
El título confundió a la mayoría de los dioses, por no decir a todos. Pero aguardaron a que Zeus siguiera leyendo.
Mira, yo no quería ser mestizo.
- ¿Quién quiere? - preguntaron retóricamente Perseo, Teseo y Aquiles.
Si estás leyendo esto porque crees que podrías estar en la misma situación, mi consejo es éste: cierra el
libro inmediatamente. Créete la mentira que tu padre o tu madre te contaran sobre tu nacimiento, e
intenta llevar una vida normal.
- Sería un buen consejo de no ser por los monstruos - indicó Hermes.
Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del tiempo sólo sirve para que te maten de manera
horrible y dolorosa.
Ante esto tanto los dioses olímpicos y dioses menores que habían tenido semidioses bajaron la cabeza recordando algún hijo perdido.
Si eres un niño normal, que está leyendo esto porque cree que es ficción, fantástico. Sigue leyendo. Te
envidio por ser capaz de creer que nada de esto sucedió.
Pero si te reconoces en estas páginas -si sientes que algo se remueve en tu interior-, deja de leer al
instante. Podrías ser uno de nosotros. Y en cuanto lo sepas, sólo es cuestión de tiempo que también
ellos lo presientan, y entonces irán por ti.
No digas que no estás avisado.
Me llamo Percy Jackson.
En cuanto Zeus leyó el nombre una luz apareció en el centro de la sala cegandoles temporalmente. Cuando la luz se desvaneció, una persona estaba justo donde había aparecido la luz.
Era un muchacho que aparentaba tener unos 16 años. De tez morena, despeinado cabello azabache y llamativos ojos verde mar. Iba vestido con una camiseta naranja con las letras "Campamento Mestizo" junto con la imagen de un pegaso y unas bermudas veraniegas. Y en el cuello llevaba un collar con 5 cuentas de diferentes colores. Con todo el chico tenía pinta de surfero.
El chico miró con aire distraído alrededor de la sala antes de inclinarse ante algunos dioses. Primero se inclinó ante Hestia, seguido de Poseidón, Artemisa, Hades y Apolo junto con algún dios menor. Zeus al ver esto se levantó y apuntó con su rayo maestro a el semidiós.
- ¿Quien eres semidiós? ¿Como osas no inclinarte ante el dios del Olimpo?
- Mi nombre como ya habéis leído es Perseo Aquiles Jackson. Y yo sólo me inclinó ante los dioses que respeto.
Esto dejó sorprendidos la mayoría mientras enfadaba a algunos olímpicos. Perseo y Aquiles simplemente sonrieron a su tocayo.
- ¿Quien es tu padre piadoso? - preguntó amablemente Hestia.
- Lo siento señora Hestia, pero no puedo decirlos. Las Moiras nos han ordenado no decir nada sobre el futuro, así que tendería que esperar hasta leerlo.
Y tras decir eso se acercó hacia Hestia sentándose a su lado en la chimenea. Algunos se le quedaron mirando, mientras el pretendía que no se daba cuenta. Al final Zeus decidió que lo mejor sería seguir leyendo.
Tengo doce años. Hasta hace unos meses estudiaba interno en la academia Yancy, un colegio privado
para niños con problemas, en el norte del estado de Nueva York.
¿Soy un niño con problemas?
- Pues si - admitió Percy con una pequeña sonrisa.
Sí.
Podríamos llamarlo así.
Podría empezar en cualquier punto de mi corta y triste vida para dar prueba de ello, pero las cosas
comenzaron a ir realmente mal en mayo del año pasado, cuando los alumnos de sexto curso fuimos de
excursión a Manhattan: veintiocho críos tarados y dos profesores en un autobús escolar amarillo, en
dirección al Museo Metropolitano de Arte a ver cosas griegas y romanas.
- Suena fascinante - dijo Atenea.
- Suena a tortura - le contradijeron Poseidón y sus hijos.
Ya lo sé: suena a tortura.
Ante esto Atenea bufo mientras los anteriormente nombrados sonreían a Percy.
La mayoría de las excursiones de Yancy lo eran. Pero el señor Brunner,
nuestro profesor de latín, dirigía la excursión, así que tenía esperanzas. El señor Brunner era un tipo de
mediana edad que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el cabello, lucía una barba desaliñada
y una chaqueta de tweed raída que siempre olía a café. Con ese aspecto, imposible adivinar que era
guay, pero contaba historias y chistes y nos dejaba jugar en clase. También tenía una colección
alucinante de armaduras y armas romanas, así que era el único profesor con el que no me dormía en
clase.
- ¿Te dormías en clase ? - preguntó Atenea horrorizada.
- Con las dislexia y THDA es casi imposible no hacerlo - le respondió encogiéndose de hombros.
Esperaba que el viaje saliera bien. Esperaba, por una vez, no meterme en problemas.
Anda que no estaba equivocado.
Verás, en las excursiones me pasan cosas malas. Como cuando en quinto fui al campo de batalla de
Saratoga, donde tuve aquel accidente con el cañón de la guerra de la Independencia americana. Yo no
estaba apuntando al autobús del colegio, pero por supuesto me expulsaron igualmente.
- ¿A donde estabas apuntando ? - preguntó ansioso Área.
- A ningún sitio en particular.
Y antes de
aquello, en cuarto curso, durante la visita a las instalaciones de la piscina para tiburones en Marine
World, le di a la palanca equivocada en la pasarela y nuestra clase acabó dándose un chapuzón
inesperado.
- Probablemente seas hijo mío - dijeron Apolo y Hermes a la vez mientras se reían.
Y la anterior... Bueno, te haces una idea, ¿verdad?.
En aquella excursión estaba decidido a portarme bien.
Durante todo el viaje a la ciudad soporté a Nancy Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana que le
lanzaba a mi mejor amigo, Grover, trocitos de sándwich de mantequilla de cacahuete y ketchup al
cogote.
- Que niña tan desagradable - se quejó Demeter y algunos asintieron dándole la razón.
Grover era un blanco fácil. Era canijo y lloraba cuando se sentía frustrado. Debía de haber repetido
varios cursos, porque era el único en sexto con acné y una pelusilla incipiente en la barbilla. Además,
estaba lisiado. Tenía un justificante que lo eximía de la clase de Educación Física durante el resto de su vida, ya que padecía una enfermedad muscular en las piernas. Caminaba raro, como si cada paso le
doliera; pero que eso no te engañe: tendrías que verlo correr el día que tocaba enchilada en la cafetería.
- Satiro - dijo Dionisio.
En cualquier caso, Nancy Bobofit estaba tirándole trocitos de sandwich que se le quedaban pegados en
el pelo castaño y rizado, y sabía que yo no podía hacer nada porque ya estaba en periodo de prueba. El
director me había amenazado con expulsión temporal si algo malo, vergonzoso o siquiera
medianamente entretenido sucedía en aquella salida.
-Voy a matarla -murmuré.
- Azlo - ánimo Ares junto a sus hijos inmortales.
Grover intentó calmarme.
-No pasa nada. Me gusta la mantequilla de cacahuete.
-Esquivó otro pedazo del almuerzo de Nancy.
-Hasta aquí hemos llegado.
-Empecé a ponerme en pie,
- Si - festejaron los nombrados.
pero Grover volvió a hundirme en mi asiento.
-Ya estás en periodo de prueba -me recordó-. Sabes a quién van a culpar si pasa algo.
Echando la vista atrás, ojalá hubiera tumbado a Nancy Bobofit de un tortazo en aquel preciso instante.
La expulsión temporal no habría sido nada en comparación con el lío en que estaba a punto de
meterme.
El señor Brunner conducía la visita al museo.
Él iba delante, en su silla de ruedas, guiándonos por las enormes y resonantes galerías, a través de
estatuas de mármol y vitrinas de cristal llenas de cerámica roja y negra súper vieja.
Me parecía flipante que todo aquello hubiese sobrevivido más de dos mil o tres mil años.
- Mucho más - corrigió Atenea.
Nos reunió alrededor de una columna de piedra de casi cuatro metros de altura con una gran esfinge
encima, y empezó a contarnos que había sido un monumento mortuorio, una estela, de una chica de
nuestra edad. Nos habló de los relieves de sus costados. Yo intentaba prestar atención, porque parecía
realmente interesante, pero los demás hablaban sin parar, y cuando les decía que se callaran, la otra
profesora acompañante, la señora Dodds, me miraba mal.
La señora Dodds era una profesora de matemáticas procedente de Georgia que siempre llevaba
cazadora de cuero, aunque era menuda y rondaba los cincuenta años. Tenía un aspecto tan fiero que
parecía dispuesta a plantarte la Harley en la taquilla.
Hades reconoció la descripción y se preguntaba por le había mandado una furia a aquel semidiós.
Había llegado a Yancy a mitad de curso, cuando
nuestra anterior profesora de matemáticas sufrió un ataque de nervios.
Desde el primer día, la señora Dodds adoró a Nancy Bobofit y a mí me clasificó como un engendro del
demonio. Me señalaba con un dedo retorcido y me decía «y ahora, cariño», súper dulce, y yo sabía que
a continuación me castigaría a quedarme después de clase.
Una vez, tras haberme obligado a borrar respuestas de viejos libros de ejercicios de matemáticas hasta
medianoche, le dije a Grover que no creía que la señora Dodds fuera humana. Se quedó mirándome,
muy serio, y me respondió: «Tienes toda la razón.»
- Estupido sátiro - se quejó Dionisio -, hechara a perder su cuartada.
El señor Brunner seguía hablando del arte funerario griego.
Al final, Nancy Bobofit se burló de una figura desnuda cincelada en la estela y yo le espeté:
-¿Te quieres callar?
-Me salió más alto de lo que pretendía.
El grupo entero soltó risitas y el profesor interrumpió su disertación.
-Señor Jackson -dijo-, ¿tiene algún comentario que hacer?
Me puse como un tomate y contesté:
-No, señor.
El señor Brunner señaló una de las imágenes de la estela.
-A lo mejor puede decirnos qué representa esa imagen.
Miré el relieve y sentí alivio porque de hecho lo reconocía.
-Ése es Cronos devorando a sus hijos, ¿no?
- ¿Tenia que ser esa? - preguntaron los hijos de Cronos algo verdes, todos menos Zeus que sonreía arrogante.
-Sí -repuso él-. E hizo tal cosa por...
-Bueno... -Escarbé en mi cerebro-. Cronos era el rey dios y...
- ¡¿DIOS?! -se auto interrumpió Zeus, mientras culminaba a Percy.
-¿Dios?
-Titán -me corregí-. Y... y no confiaba en sus hijos, que eran dioses. Así que Cronos... esto... se
los comió, ¿no? Pero su mujer escondió al pequeño Zeus y le dio a cambio una piedra. Y después,
cuando Zeus creció, engañó a su padre para que vomitara a sus hermanos y hermanas...
-¡Puaj! -dijo una chica a mis espaldas.
- Exacto - corroboró Afrodita asqueada.
-... así que hubo una gran lucha entre dioses y titanes -proseguí-, y los dioses ganaron.
Algunas risitas.
Detrás de mí, Nancy Bobofit cuchicheó con una amiga:
-Menudo rollo. ¿Para qué va a servirnos en la vida real? Ni que en nuestras solicitudes de empleo
fuera a poner: «Por favor, explique por qué Cronos se comió a sus hijos.»
-¿Y para qué, señor Jackson -insistió Brunner, parafraseando la excelente pregunta de la señorita
Bobofit-, hay que saber esto en la vida real?
- Pillada - comentó Hermes divertido.
-Te han pillado -murmuró Grover.
-Cierra el pico -siseó Nancy, con la cara aún más roja que su pelo.
Por lo menos habían pillado también a Nancy. El señor Brunner era el único que la sorprendía diciendo
maldades. Tenía radares por orejas.
Pensé en su pregunta y me encogí de hombros.
-No lo sé, señor.
-Ya veo.
-Brunner pareció decepcionado-. Bueno, señor Jackson, ha salido medio airoso. Es cierto que Zeus
le dio a Cronos una mezcla de mostaza y vino que le hizo expulsar a sus otros cinco hijos, que al ser
dioses inmortales habían estado viviendo y creciendo sin ser digeridos en el estómago del titán.
- Fue una infancia horrible - se quejó Hades.
Los dioses derrotaron a su padre, lo cortaron en pedazos con su propia hoz y desperdigaron los restos por el
Tártaro, la parte más oscura del inframundo. Bien, ya es la hora del almuerzo. Señora Dodds, ¿podría
conducirnos a la salida?
La clase empezó a salir, las chicas conteniéndose el estómago, y los chicos a empujones y actuando
como merluzos.
- Chicos - se quejó Artemisa, mientras sus cazadoras asentían.
Grover y yo nos disponíamos a seguirlos cuando el profesor exclamó:
-¡Señor Jackson!
Lo sabía.
Le dije a Grover que se fuera y me volví hacia Brunner.
-¿Señor?
-Tenía una mirada que no te dejaba escapar: ojos castaño intenso que podrían tener mil años y haberlo
visto todo.
-Debes aprender la respuesta a mi pregunta -me dijo.
-¿La de los titanes?
-La de la vida real. Y también cómo se aplican a ella tus estudios.
-Ah.
-Lo que vas a aprender de mí es de importancia vital. Espero que lo trates como se merece. Sólo voy a
aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson.
Quería enfadarme, pues aquel tipo sabía cómo presionarme de verdad. Verás, quiero decir que sí, que
molaban los días de competición, esos en que se disfrazaba con una armadura romana y gritaba
«¡Adelante!», y nos desafiaba, espada contra tiza, a que corriéramos a la pizarra y nombráramos a todas
las personas griegas y romanas que vivieron alguna vez, a sus madres y a los dioses que adoraban. Pero
Brunner esperaba que yo lo hiciera tan bien como los demás, a pesar de que soy disléxico y poseo un
trastorno por déficit de atención y jamás he pasado de un aprobado...
A Atenea parecía que le iba a dar un ataque.
No; no esperaba que fuera tan
bueno como los demás: esperaba que fuera mejor. Y yo simplemente no podía aprenderme todos
aquellos nombres y hechos, y mucho menos deletrearlos correctamente. Murmuré algo acerca de esforzarme más mientras él dedicaba una triste mirada a la estela, como si
hubiera estado en el funeral de la chica.
Me dijo que saliera y tomase mi almuerzo.
La clase se reunió en la escalinata de la fachada, desde donde se podía contemplar el tráfico de la
Quinta Avenida. Se avecinaba una enorme tormenta, con las nubes más negras que había visto nunca
sobre la ciudad. Supuse que sería efecto del calentamiento global o algo así, porque el tiempo en Nueva
York había sido más bien rarito desde Navidad. Habíamos sufrido brutales tormentas de nieve,
inundaciones e incendios provocados por rayos. No me habría sorprendido que fuese un huracán.
Nadie más pareció reparar en ello.
- Si lo notaste, seguramente seas hijo de Demeter, Poseidón, Dionisio o Artemisa, lo cual es imposible - agregó rápidamente Hermes al var como esta le fulminaba con su mirada.
Algunos chicos apedreaban palomas con trocitos de cookies. Nancy
Bobofit intentaba robar algo del monedero de una mujer y, evidentemente, la señora Dodds hacía la
vista gorda.
- No es tu hija - tranquilizó Percy a Hermes, haciendo que suspirara aliviado.
Grover y yo estábamos sentados en el borde de una fuente, alejados de los demás. Pensábamos que así
no todo el mundo sabría que pertenecíamos a aquella escuela: la escuela de los pringados y los raritos
que no encajaban en ningún otro sitio.
-¿Castigado? -me preguntó Grover.
-Qué va. Brunner no me castiga. Pero me gustaría que aflojara de vez en cuando. Quiero decir... no
soy ningún genio.
Grover guardó silencio. Entonces, cuando pensé que iba a soltarme algún reconfortante comentario
filosófico, me preguntó:
-¿Puedo comerme tu manzana?
La sala se río mientras Percy pensaba en su amigo.
Tampoco tenía demasiado apetito, así que se la di.
Observé la corriente de taxis que bajaban por la Quinta Avenida y pensé en el apartamento de mi
madre, a sólo unas calles de allí.
No la veía desde Navidad. Me entraron ganas de subir a un taxi que me llevara a casa. Me abrazaría y
se alegraría de verme,
- Chicos - se volvió a quejar Artemisa.
pero también se sentiría decepcionada y me miraría de aquella manera. Me
devolvería directamente a Yancy, me recordaría que tenía que esforzarme más, aunque aquélla era mi
sexta escuela en seis años y probablemente fueran a expulsarme otra vez. Era incapaz de volver a
soportar esa mirada.
Ante esto las cazadoras lucían ligeramente sorprendidas, al igual que su señora.
El señor Brunner aparcó su vehículo al final de la rampa para paralíticos. Masticaba apio mientras leía
una novela en rústica. En la parte trasera de la silla tenía encajada una sombrilla roja, lo que la hacía
parecer una mesita de terraza motorizada.
Me disponía a abrir mi sándwich cuando Nancy Bobofit apareció con sus desagradables amigas -
supongo que se habría cansado de desplumar a los turistas-, y tiró la mitad de su almuerzo a medio comer sobre el regazo de Grover.
-Vaya, mira quién está aquí.
-Me sonrió con los dientes torcidos. Tenía pecas naranja, como si alguien le hubiera pintado las
mejillas con espray.
- Ni siquiera yo parodia arreglar eso - admitió Afrodita.
Intenté mantener la calma. El consejero de la escuela me había dicho un millón de veces: «Cuenta hasta
diez, controla tu mal genio.» Pero yo estaba tan cabreado que me quedé en blanco. Y a continuación oí
un revuelo y estrépito de agua. No recuerdo haberla tocado, pero lo siguiente que vi fue a Nancy
sentada de culo en medio de la fuente, gritando:
-¡Percy me ha empujado! ¡Ha sido él!
La señora Dodds se materializó a nuestro lado.
Algunos chicos cuchicheaban:
-¿Has visto...?
-... el agua...
-...la ha arrastrado...
No sabía de qué hablaban, pero sí sabía que había vuelto a meterme en problemas. En cuanto la profesora se aseguró de que la pobrecita Nancy estaba bien y le hubo prometido una
camiseta nueva en la tienda del museo, se centró en mí. Había un resplandor triunfal en sus ojos, como
si por fin yo hubiese hecho algo que ella llevaba esperando todo el semestre.
- Seguramente - dijo Hades.
-Y ahora, cariño...
-Lo sé -musité-. Un mes borrando libros de ejercicios.
- Nunca intentes adivinar el castigo - le recriminó horrorizado Hermes.
-Pero no acerté.
-Ven conmigo -ordenó la mujer.
-¡Espere! -intervino Grover-. He sido yo. Yo la he empujado.
Me quedé mirándolo, perplejo. No podía creer que intentara encubrirme. A Grover la señora Dodds le
daba un miedo de muerte. Ella lo miró con tanto desdén que a Grover le tembló la barbilla.
-Me parece que no, señor Underwood -replicó.
-Pero...
-Usted-se-queda-aquí.
Grover me miró con desesperación.
-No te preocupes -le dije-. Gracias por intentarlo.
-Bien, cariño -ladró la profesora-. ¡En marcha!
Nancy Bobofit dejó escapar una risita.
Yo le lancé mi mirada de luego-te-asesino y me volví dispuesto a enfrentarme a aquella bruja, pero ya
no estaba allí. Se hallaba en la entrada del museo, en lo alto de la escalinata, dándome prisas con gestos
de impaciencia.
¿Cómo había llegado allí tan rápido?
- Monstruo - dijo la mayoría mientras pensaban cual podría ser.
Suelo tener momentos como ése, cuando mi cerebro parece quedarse dormido, y lo siguiente que
ocurre es que me he perdido algo, como si una pieza de puzzle se hubiera caído del universo y me
dejara mirando el vacío detrás. El consejero del colegio me dijo que era una consecuencia del THDA,
Trastorno Hiperactivo del Déficit de Atención: mi cerebro malinterpretando las cosas.
Yo no estaba tan seguro.
Me dirigí hacia la señora Dodds.
A mitad de camino me volví para mirar a Grover. Estaba pálido, dejándose los ojos entre el señor
Brunner y yo, como si quisiera que éste reparara en lo que estaba sucediendo, pero Brunner seguía
absorto en su novela.
Miré de nuevo hacia arriba. La muy bruja había vuelto a desaparecer. Ya estaba dentro del edificio, al
final del vestíbulo. «Vale -pensé-. Me obligará a comprarle a Nancy una camiseta nueva en la tienda
de regalos.»
- No - se volvió a quejar Hermes.
Pero al parecer no era ése el plan.
Nos adentramos en el museo. Cuando por fin la alcancé, estábamos de nuevo en la sección
grecorromana. Salvo nosotros, la galería estaba desierta.
Ella permanecía de brazos cruzados frente a un enorme friso de mármol de los dioses griegos. Hacía un
ruido muy raro con la garganta, como si gruñera. Pero incluso sin ese ruido yo habría estado nervioso.
Ya es bastante malo quedarse a solas con un profesor, no digamos con la señora Dodds. Había algo en
la manera en que miraba el friso, como si quisiera pulverizarlo...
-Has estado dándonos problemas, cariño -dijo.
Opté por la opción segura y respondí:
-Sí, señora.
Se estiró los puños de la cazadora de cuero.
-¿Creías realmente que te saldrías con la tuya?
-Su mirada iba más allá del enfado. Era perversa.
«Es una profesora -pensé nervioso-, así que no puede hacerme daño.»
-Me... me esforzaré más, señora -dije.
Un trueno sacudió el edificio. -No somos idiotas, Percy Jackson -prosiguió ella-. Descubrirte sólo era cuestión de tiempo.
Confiesa, y sufrirás menos dolor.
¿De qué hablaba? Quizá los profesores habían encontrado el alijo ilegal de caramelos que vendía en mi
dormitorio.
- Seguro qu e eres hijo mío - dijo Hermes.
O quizá se habían dado cuenta de que había sacado la redacción sobre Tom Sawyer de
internet sin leerme siquiera el libro y ahora iban a quitarme la nota. O peor aún, me harían leer el libro.
- O mío - dijo Apolo.
-¿Y bien? -insistió.
-Señora, yo no...
-Se te ha acabado el tiempo -siseó entre dientes.
Entonces ocurrió la cosa más rara del mundo: los ojos empezaron a brillarle como carbones en una
barbacoa, se le alargaron los dedos y se transformaron en garras, su cazadora se derritió hasta
convertirse en enormes alas coriáceas...
- Una furia - dijo la sala mientras miraban entre Percy y Hades. Preguntándose que podría haber sucedido para que el primero se inclinara ante el otro.
Me quedé estupefacto. Aquella mujer no era humana. Era una
criatura horripilante con alas de murciélago, zarpas y la boca llena de colmillos amarillentos, y quería
hacerme trizas...
Y de pronto las cosas se tornaron aún más extrañas: el señor Brunner, que un minuto antes estaba fuera
del museo, apareció en la galería y me lanzó un bolígrafo.
- ¿Y que se supone que harás con eso? - se burló Heracles, Percy simplemente le fulminó con la mirada mientras llevaba su mano al bolsillo de las bermudas.
-¡Agárralo, Percy! -gritó.
La señora Dodds se abalanzó sobre mí.
Con un gemido, la esquivé y sentí sus garras rasgar el aire junto a mi oreja. Atrapé el bolígrafo al vuelo
y en ese momento se convirtió en una espada. Era la espada de bronce del señor Brunner, la que usaba
el día de las competiciones.
La señora Dodds se volvió hacia mí con una mirada asesina.
Mis rodillas parecían de gelatina y las manos me temblaban tanto que casi se me cae la espada.
-¡Muere, cariño! -rugió, y voló directamente hacia mí.
Me invadió el pánico e instintivamente blandí la espada. La hoja de metal le dio en el hombro y
atravesó su cuerpo como si estuviera relleno de aire. ¡Chsss! La señora Dodds explotó en una nube de
polvo amarillo y se volatilizó en el acto, sin dejar nada aparte de un intenso olor a azufre, un alarido
moribundo y un frío malvado alrededor, como si sus ojos encendidos siguieran observándome.
Los dioses miraron sorprendidos a Percy que se encogió de hombros ante las miradas.
Estaba solo. Y en mi mano sólo tenía un bolígrafo.
El señor Brunner había desaparecido. No había nadie excepto yo. Aún me temblaban las manos. Mi
almuerzo debía de estar contaminado con hongos alucinógenos o algo así.
¿Me lo había imaginado todo?
Regresé fuera.
Había empezado a lloviznar.
Grover seguía sentado junto a la fuente, con un mapa del museo extendido sobre su cabeza. Nancy
Bobofit también estaba allí, aún empapada por su bañito en la fuente, cuchicheando con sus
compinches. Cuando me vio, me dijo:
-Espero que la señora Kerr te haya dado unos buenos azotes en el culo.
- ¿Quién?
-¿Quién? -pregunté.
-Nuestra profesora, lumbrera.
Parpadeé. No teníamos ninguna profesora que se llamara así. Le dije de qué estaba hablando, pero ella
se limitó a poner los ojos en blanco y darse la vuelta. Le pregunté a Grover por la señora Dodds.
-¿Quién? -preguntó, y como vaciló un instante y no me miró a los ojos, pensé que pretendía
tomarme el pelo.
-No es gracioso, tío -le dije-. Esto es grave.
Resonaron truenos sobre nuestras cabezas.
El señor Brunner seguía sentado bajo su sombrilla roja, leyendo su libro, como si no se hubiera
movido. Me acerqué a él. Levantó la mirada, algo distraído.
-Ah, mi bolígrafo. Le agradecería, señor Jackson, que en el futuro trajera su propio utensilio de
escritura. Se lo tendí. Ni siquiera había reparado en que seguía sosteniéndolo.
-Señor -dije-, ¿dónde está la señora Dodds?
El me miró con aire inexpresivo.
-¿Quién?
-La otra acompañante. La señora Dodds, la profesora de introducción al álgebra.
Frunció el entrecejo y se inclinó hacia delante, con gesto de ligera preocupación.
-Percy, no hay ninguna señora Dodds en esta excursión. Que yo sepa, jamás ha habido ninguna señora
Dodds en la academia Yancy. ¿Te encuentras bien?
- El si que sabe mentir - alabó Hermes.
- Se acabó el capítulo, ¿quién lee? - preguntó Zeus.
- Yo lo haré - cogió el libro Hera.
