Hola.

Free! Iwatobi Swim Club / Eternal Summer no me pertenecen.


.

.

.

Se dice del amor no correspondido

.

.

.

Resumen: Serie de historias de desamor, tragedia, malentendidos, peripecias dolorosas, desgracias y amores no correspondidos.

En otras palabras: yo expresando toda la depresión que me causa el RinHaru. / yo expresando mi desdicha de que el MakoHaru no sea canon. / yo expresando mi decepción de que por primera vez me importe si algo es canon o crack o infelizmente imposible.

Advertencias: Lo anterior es pura exageración. Inestabilidad emocional. O algo así.


.

.

.

Se dice del amor no correspondido

Telepatía

Parte I

.

.

.

Resumen: Haruka y Makoto son vecinos, asisten al mismo jardín de niños y club de natación. Lo más obvio es que desarrollen una fabulosa habilidad para comunicarse sin palabras y entender lo que el otro está pensando.


.

Telepatía

.

Como todos los martes a las dos de la tarde desde hacía un mes, el timbre de la casa anunciaba la visita de los vecinos de la casa de abajo –como los conocía él. Haru había aprendido que hasta antes de la cena no podía ver televisión o jugar en la sala porque en su casa estaba el niño de la casa de abajo.

Por lo que tenía entendido, la madre del niño no podía cuidarlo a esa hora. Así que Haru se dedicaba a jugar con carros en el jardín o con los crayones en su habitación hasta que se fuera. Él no solía ser escandaloso, pero cuando estaba el otro niño se aseguraba de ser especialmente silencioso.

No quería atraer la atención del otro niño, y agradecía que su madre no los obligara a compartir.

Hasta ese día.

—¿Recuerdas a Mako-chan de la casa de abajo?—le dijo su madre, con una sonrisa apologética, parada en el umbral de la puerta que daba al patio.

Un niño de ojos verdes y cara redonda estaba tras ella, agarrado de su falda. Haru pensó que ni siquiera él se acercaba tanto a su madre.

—No—respondió Haru, dirigió los ojos a las carreteras de tierra que había hecho en los maceteros para geranios.

—Hubo un retraso con una embarcación. Debo atenderlo—dijo la señora Nanase, mirando a su hijio, con seriedad—. ¿Podrías jugar un rato con Mako-chan?

Haruka Nanase, a sus cinco años, pensó que si su madre tenía trabajo que hacer no debería cuidar al hijo de la señora de la casa de abajo. Sin embargo, dejó sus carreteras y permitió que su madre le lavara las manos y lo acercara tanto al otro niño que se enteró que tenía los ojos muy verdes.

Armados con lápices de colores los dejó la señora Nanase.

—¿Quieres pintar algo, Haru-chan?—preguntó el visitante.

No parecía tan tímido, pensó Haru, aunque tampoco parecía con muchas luces: ¿qué más podrían hacer con hojas y lápices? Tomó algunos lápices, el azul, el verde, el celeste, y se acostó bocabajo.

—Haz lo que quieras—le dijo.

Makoto miró dubitativo a Haru antes de extender sus dedos hacia el color amarillo, que estaba más cerca de él.

—Pintaré un sol—murmuró, con una leve sonrisa. Acomodó la hoja y empezó a dibujar un semicírculo que en alguna línea parecía un cuadrado.

Haru pensó que él hacía mucho había superado la etapa de dibujar soles.

—Tu mamá trabaja acomodando cajas—susurró Makoto, con una mejilla pegada en las tablillas de madera del piso y con una hoja llena de soles para la colección de la refrigeradora de su casa—. Me explicó.

La madre de Haru supervisaba mediante su computador el empaque, embalaje y distribución de mercancías que viajaban en barcos dentro de contenedores. Haru lo sabía, y suponía que para un niño que en un reducido espacio de tiempo ya había dibujado seis soles en la misma hoja, era más fácil entender que acomodaba cajas. Por supuesto, no estaba dispuesto a aceptar que cada vez que sus padres se juntaban, los escuchaba hablar de empaques y embalajes, por lo que aunque no supiera exactamente qué era, por lo menos con él usaban las palabras de adultos.

No dijo nada. Pero se preguntó qué hacía la mamá de Makoto los martes a las dos de la tarde.

.o.O.O.

Haruka Nanase era un niño metódico y ordenado. Uno de sus juegos favoritos era acomodar sus juguetes en línea recta en un estante y fue durante una mañana que se entretenía de esa forma cuando se dio cuenta de que no tenía suficiente espacio.

Lo más obvio era que ahora tenía más juguetes. Pero, ¿por qué? No tardó en identificar las paletas de pin pon, los dos nuevos robots y los accesorios del paquete de policías y ladrones como parte de las nuevas adquisiciones.

Esos juguetes y otros los había adquirido desde que Makoto empezó a ir a su casa, ya no solo los martes, también los jueves, y algunos viernes.

Con sus juguetes nuevos, casi no había jugado. La mayoría requerían más de un participante, por lo que no solía usarlos, y cuando Makoto lo visitaba lo único que hacían era pintar. Y Makoto siempre escogía el color amarillo: una vez pintó toda la hoja de amarillo, de borde a borde, y los adultos pensaron que eso era creativo.

A los cinco años -y… siempre perdía la cuenta de los meses-, Haruka Nanase aceptó que Makoto, de la casa de abajo, era su compañero de juegos.

O por lo menos lo que sus padres pretendían.

Lo mejor sería que sus padres le compraran más lápices de color amarillo. Makoto siempre los acaparaba y hacía mucho que él no dibujaba bananas.

.O.o.O.

No todas las tardes, Haru y Makoto jugaban. La mayoría de veces, la señora Nanase respetaba la privacidad de su hijo y lo dejaba a sus anchas, mientras ella se encargaba de agasajar y entretener al otro niño, el cual causaba pocos problemas.

Haru descubrió que su madre trabajaba tranquilamente con Makoto al lado. También, supo que a Makoto le gustaba contar historias, que su madre alentaba con pequeños comentarios que a todas luces mostraban que le prestaba una atención simulada.

La primera historia que Haru escuchó de Makoto era una sobre el viaje de unos dientes hacia una montaña. Los pedazos de historia le empezaron a resultar tan atractivos que en la siguiente visita ya su madre los dejó solos en la sala, mientras ella trabajaba y la historia Makoto se la contó solo a Haruka.

—Ves mucha televisión—dijo Haru, después de escuchar el cuento de un monstruo que dormía con un ojo abierto y el otro cerrado.

Makoto solo sonrió.

.O.o.O.

Una mañana su madre enfermó. Se dio cuenta porque la persona que lo despertó con el buenos días más suave que había escuchado en toda su vida, no fue su madre, sino la señora de la casa de abajo.

Haru pensó que ya sabía por qué Makoto dibujaba tantos soles: la señora de la casa de abajo parecía un sol. Y a él no le importó que ella preparara su desayuno, lo alistara y lo llevara de la mano hasta el jardín de niños. Ese día se dio cuenta de que Makoto también estaba en el jardín de niños, pero en otro salón.

No le prestó mucha atención a ese hecho, hasta que las maestras propusieron que guindaran sus mejores dibujos en una de las paredes de la escuela. Algunos niños de su clase comentaron que un niño dibujó cinco soles, "como si viviéramos en Júpiter" agregó algún tonto. Y Haru pensó que solo Makoto dibujaba tantos soles en una misma hoja.

Después, la señora de la casa de abajo debió llevar a Makoto alzado hasta su casa, porque no paraba de llorar. Haru se sintió mal cuando la mujer dejó a su hijo en la entrada de su casa, con las mejillas húmedas y los ojos rojos, para acompañarlo a él hasta su propia casa, muchos escalones más arriba. Ella esperó que él comiera su merienda y conversara con su madre, que seguía en cama. Mientras Makoto seguía llorando solo, escalones más abajo.

La señora de la casa de abajo cuidó tanto de él que al día siguiente en el jardín de niños, Haru caminó hasta donde colocaron su dibujo (en el centro de la pared), lo arrancó y pegó una hoja con seis lunas.

Makoto lloró un poquito menos, ese día. Y, en una tarde de un martes, dibujó una luna pequeña en el medio de sus soles.

.O.o.O.

Una mañana, Haruka Nanase miró el sol -el verdadero- desde el patio de los vecinos de la casa de abajo: de la casa de Makoto. Desde el interior, les llegaban las voces de sus padres y Haru pensó que había sido una buena idea visitarlos. Sus padres solían tener ideas que le gustaban, no sabía por qué habían durado tanto en tener esta.

—Este es un barco, Haru-chan—le dijo Makoto, emocionado. Su dedo apuntaba un cajón de madera—. Papá se llevó la vela para lavarla, pero se puede navegar sin vela, si usas carbón o combustible. Este es el muelle. Aquí está el ancla, y también tengo remos y un timón—le hizo una demostración de cada pieza.

Haru pensó que la familia de Makoto debía vivir de la pesca, porque el niño sabía de lo que hablaba.

—¿Juegas a pescar?

Makoto sonrió.

—¿Viste la red?—alzó una tela llena de todo tipo de juguetes—. ¡Tiene agujeros para que las tortugas puedan escapar!

—Y las sirenas.

—¡Sí! Aunque las sirenas no se dejan atrapar—Makoto buscó en la red llena de juguetes para ver si había una sirena—. ¡Nop! No hay ni una.

Haru se sentó en el piso de madera de la casa y lo observó. Makoto hacía ruiditos y pronto se olvidó de su compañero de juegos, dedicándose a jugar solo. Haru estuvo a punto de unirse al juego cuando el bote se incendió, pero Makoto se convirtió rápidamente en un bombero.

Haru pensó que sería mejor si usaba agua en vez de una mala representación del sonido del agua.

.O.o.O.

Una prima lejana de la madre de Haru, alguna vez, dijo que la abuela Nanase solía olvidar a Haru en la bañera y que el pobre niño se quedaba horas en el agua. Haru nunca se sintió olvidado en la bañera, pero siempre agradeció que lo dejaran quedarse horas en la tina.

Por eso no entendía por qué se enojaban tanto cuando él se quedaba horas bajo la lluvia. Así que cuando el viento auguró con su fuerza que ya las nubes grises estaban sobre ellos, Haru se escabulló de su habitación y fue al patio. Estaba seguro de que llovería y quería mojarse. El viento soplaba enfurecido y algunas gotas aventureras le cayeron en el rostro. Disfrutaría esa lluvia, de la sensación del agua en su piel.

Sin embargo, Haru escuchó a Makoto llorar.

Era lunes, entrada la noche, no era normal que Makoto estuviera en su casa. Menos el señor de la casa de abajo. Haru no quiso entrar a la sala, le pareció que no había suficiente espacio. Ya lo había visto, pero había pensado que la diferencia de tamaño era una mala proporción por mirarlo desde las escaleras, pero en realidad era alto. Mucho más alto que su madre.

Makoto estaba hecho un ovillo entre sus brazos. Y era diminuto. Haru recordó que Makoto era más bajito que él y que lloraba mucho en el jardín de niños.

—Lo siento mucho, Nanase-san. Ha estado llorando desde que llegué del trabajo y ya no sé qué hacer. Pensé en venir aquí antes de llevarlo al hospital. Lo he intentado todo, pero no deja de llorar. No sé qué tiene. Soy tan mal padre—el pobre hombre sonaba atribulado y avergonzado.

—Si Makoto está enfermo, no debió sacarlo de la casa sin abrigo—dijo la señora Nanase, con un gesto estricto.

El hombre balbuceó apenado.

—Traeré algo de ropa de Haru y le tomaré la temperatura—suspiró ella.

Haruka observó a su madre cuidar del niño, mientras el señor de la casa de abajo se movía inquieto por la sala. Al final, su madre logró convencerlo de llamar a su esposa y de tomarse una taza de té. Makoto se quedó acostado en un acolchado futón.

Haru se olvidó de las gotas de lluvia y se acercó. Se acostó hasta quedar al lado de él, sus ojos buscando contacto.

—¿Por qué lloras?

—Va a llover—hipó Makoto.

—¿Lloras porque lloverá? —Makoto asintió, parecía que empezaría a llorar de nuevo, con fuerzas—. ¿Por qué?

—¿Sa…?—tartamudeó, y Haru quiso ponerle la mano en la mejilla como había hecho su madre, pero no lo hizo porque él no era una mamá—. ¿Sabes que los truenos se comen a los niños pequeños?

—¿Quién te dijo eso?—le preguntó Haru con voz seria. No era la primera vez que sus compañeros de salón le decían alguna cosa así a Makoto solo para hacerlo llorar.

Makoto negó con la cabeza.

—Yo lo pensé—le confesó, con miedo—. Hacen ruido, como el estómago cuando tienes hambre. Los truenos son tan grandes y cuando tienen hambre buscan comerse a un niño.

—Makoto. Ves mucha televisión. Los truenos solo son truenos—dijo, aunque no estaba muy seguro de que Makoto pudiera entender. Pensó que debería pedirle ayuda a su abuela—. No dejaré que te coman—le prometió en voz muy baja y sus mejillas se enrojecieron: no quería que su mamá se enterara de esa promesa.

.O.o.O.

Haru estaba seguro de que la mayoría de los papás no escogían hablar de temas extraños mientras hacían las compras en el supermercado, pero sus padres -que ya se iba dando cuenta de que no eran tan normales como parecían- comentaban en la sección de comidas sin azúcar de la enfermedad de la abuela. Tan convencido estaba de lo extraños que eran, que no le sorprendió que hablaran de más temas extraños mientras creían que él no prestaba atención.

—¿Crees que también debamos llevar a Haru?

—¿A la psicológa?

—Nagumi-san dice que Mako-chan controla mejor su ansiedad.

—Es un niño y es un amor. No es posible que padezca de ansiedad tan joven. Solo les están robando el dinero.

—No eres psicólogo para saber eso. Haru podría aprender una o dos cosas…

—Haruka podría aprender a nadar.

—Creo que Mako-chan asiste al Club de Natación del centro. Es parte de su terapia.

Fue hasta la noche cuando Haru estaba a punto de dormir y, de casualidad, sus ojos se encontraron con los peluches de animales marinos del estante, que se acordó que antes, cuando estaba en el jardín de niños, solía jugar con un niño llamado Makoto. Había pasado casi un año sin saber de él.

.O.o.O.

El único cambio que Haru percibió del cambio entre el maternal y lo que llamaban preparatoria fue que los obligaban a escribir sus nombres. Aunque no había cambiado nada en el jardín de niños, Haru echó en cuenta de hacía más de un año que Makoto no visitaba su casa los martes, ni ningún otro día.

Las mejillas rosadas de su compañera Aki-chan cuando invitó a todo el salón a su fiesta de cumpleaños fueron un excelente augurio de que Haru vería a Makoto de nuevo. Y así fue.

.O.o.O.

Ya no la llamaba la señora de la casa de abajo, ahora era la señora Tachibana, quien hablaba con la madre de Haru en la fiesta de cumpleaños de Aki-chan. Las dos mujeres se saludaron alegres, como si sus hijos no llevaran un año sin verse, y Haru sospechó que ellas se veían a menudo.

Su madre se disculpó por el retraso, sin mencionar que Haru no tenía ninguna intención de ir y que convencerlo fue difícil. La señora Tachibana comentó que estuvo a punto de no asistir porque temía que Makoto se enfermara. Al parecer, Makoto había estado jugando con unos niños enfermos, pero al final no pescó el resfriado.

—Creo que compartir con tantas personas lo ayuda a tener mejores defensas—murmuró la madre de Haru.

Haru no pudo evitar arrugar la frente: él se enfermaba a menudo, de una tos molesta. Y creyó entender un reclamo en la voz de su madre. Sin embargo, justo en ese momento, Makoto abrazaba a un niño obeso y sucio. Además, acababa de beber de la misma pajilla del fresco de una niña. Su madre debería quejarse de algo como eso.

Después, Aki-chan jaló a Makoto del brazo, separándolo de los otros niños, y lo abrazó ella. Haru sintió que algo se torcía en su estómago. Debía ser una enfermedad nueva.

Al rato, Aki-chan se acercó corriendo y le pidió a Haru que los acompañaran a jugar. No se negó. Y lo primero que hizo fue quitarle unas ramitas que estaban enredadas en el pelo castaño y suave de Makoto. El niño se rio, alegre, calmado. Haru recordó al niñito que dibujaba soles, y Makoto, que Haru lo protegería de los truenos.

.O.o.O.

Las clases de natación en el Iwatobi Swim Club resultaron todo un éxito para la familia Nanase. Varias veces los padres de Haru se reprocharon por no haber matriculado a su hijo antes, sino que se quedaron a esperar a que Makoto se parara firme delante de ellos y con una reverencia les pidiera que llevaran a Haru a clases con él.

Desde que Haru asistía a las clases de natación su comportamiento era más controlable, más apacible, más dócil, menos caprichoso, con menos cambios de humor, y no se enfermaba tanto. Principalmente, porque no salía corriendo al patio cada vez que llovía.

También resultó que después de las clases de natación, Makoto se quedaba en la casa de Haru. Y ya dibujar no les llamaba tanto la atención, menos cuando se acercaban al primer grado de escuela.

.O.o.O.

—Me aburro.

Haru no se movió. Desde niño, estar boca arriba observando el techo, le parecía suficiente entretenimiento. Y él nunca se aburría. Nunca hacía algo que no le gustara, dígase de paso.

—¡Haru-chan! ¡Estoy aburrido!

No le resultaba ajeno que Makoto se quejara de aburrimiento. Ya venían varias tardes así.

—¡Haru-chan! Si no juegas conmigo, me iré.

A Haru no le importaba. Ya Makoto lo había intentado antes, pero la señora Nanase no lo dejó salir de la casa, solo.

—¿Nos quedaremos haciendo nada hasta que mi mamá regrese? ¡Haru-chan! Quiero jugar, por favor.

Haru suspiró. Tampoco le gustaba que estuviera rogándole. Se irguió, y se sentó con las piernas cruzadas. Lo miró directo a los ojos. Makoto sonrió, emocionado, pero pronto se dio cuenta de que Haru no haría más movimiento.

—Es aburrido no hacer nada. Y sabes que no usaré tus juguetes si tú no juegas conmigo.

Haru lo miró medio exasperado.

—¿Cómo voy a saber qué quieres jugar si no me dices?—murmuró Makoto, con las cejas extremadamente fruncidas para un niño con una cara tan redonda. Dobló sus piernas para quedar al frente de Haru, sentado sobre sus rodillas, y se inclinó un poco hacia delante.

—No voy a decir todo lo que pienso—susurró Haru, y desvió la mirada a un lado.

Makoto se alegró de que, al menos, participara en la conversación.

—Entonces, no pienses todo lo que dices—sugirió.

Haru lo miró alterado. Makoto tenía cada ocurrencia. Apretó los labios.

—Aprende a saber qué quiero.

—Lo haré, si me dices—aceptó Makoto, balanceándose levemente.

—Aprende a saber qué quiero, sin que yo tenga que decirlo.

Makoto frunció el ceño. No era muy partidario de los juegos que parecían retos. Al final, siempre terminaba triste y llorando.

—Solo quería jugar un rato. Le diré a mi mamá que prefiero quedarme con la señora Tamura—resolvió Makoto, replegándose hacia atrás.

—La casa de la señora Tamura te da miedo, por las muñecas y las telarañas.

Makoto se alzó de hombros.

Haru frunció más las cejas. A veces él no entendía a Makoto.

—¿Prefieres estar en un lugar feo?

—Ahí podré jugar—murmuró Makoto, alzándose de hombros. Y Haru detectó cierta rebeldía que lo hizo voltear los ojos.

—¿Con la señora Tamura? Te pondrá a hacer cosas aburridas, como mirar sus novelas o bordar.

—Al menos me dirá qué quiere hacer.

Haru se rindió. Se dejó caer sobre su espalda y volvió a la cómoda posición bocarriba con los ojos clavados en el techo.

—Este juego—murmuró Haru muy bajito—, se llama: Adivina qué estoy pensando.

Makoto frunció el ceño.

—¿En agua?—vino la tímida respuesta.

—…

—¿Haru-chan?

—…

—¿Adiviné?

—Adivinaste, Makoto.

—¡Ahora te toca a ti adivinar qué estoy pensando!

—En los fantasmas que viven con la señora Tamura.

—¿Eh? ¡No! ¡No estoy pensando en eso! Espera: ¿Hay fantasmas en la casa…? ¡Haru-chan! ¡Ya no quiero ir a la casa de la señora Tamura!

...

Esta historia continúa...


Hola.

Muchas gracias por llegar hasta aquí. Espero haberles entretenido un rato.

La idea con este fic es sacarme de la cabeza algunas ideas sobre la relación de Makoto y Haru. Tengo un poco de todo.

Aquí les presento mi teoría de cómo se conocieron, y cómo los dos debieron esforzarse para ser amigos. También quería dejar algunos problemas por ahí. Tengo metido entre ceja y ceja que Makoto trató de suicidarse en algún momento de su vida (capítulo 8 de la Novela High Speed 2), y como en mis otros fics de Free! por ahí va la cosa. Pienso que Free! es una serie mucho más profunda y compleja de lo que parece a simple vista, sus personajes son muy grises, con muchos matices, y cada uno carga sus propias cruces. La idea es desarrollar un poco las cruces o problemas de Makoto y Haru, según mi punto de vista.

Quería comentar muchas cosas, explicar por qué escribí lo que escribí, pero ahora que he llegado al final, pienso que mejor lo dejo así, luego serán aclaradas. Tengo planeado escribir momentos no relacionados, pero los temas serán los mismos. En fin, no hablé mucho del club de natación porque ya todo el mundo sabe cómo fue.

Muchas gracias por su lectura y espero puedan darme su opinión. Es muy importante para mí saber qué les pareció.

¡Nos leemos!

.

.

.

pd: El título no tiene mucho sentido. Pero, tal vez, más adelante sí.

.

.

.

pd: Makoto es el sol.