Atípico sábado
Como cualquier otro sábado, después de terminar la misión, habían terminado en una taberna. Como siempre, Rogue se había arrimado a la barra a pedir dos cervezas. Una para él y una para Sting. Era una típica noche de sábado: música country, un par de borrachos cantarines y el olor a alcohol impregnado en el aire. Y como todo sábado, después de unas tantas cervezas, Rogue esperaba que pudiera juntar un poco de coraje y de un impulso besar a Sting. ¿Pero qué podía esperar? Era un sábado cualquiera, y Rogue no hacía esas cosas.
La noche siguió su curso, los magos continuaron bebiendo, bailaron un rato, e incluso un par de pretendientes se habían acercado a coquetear con el apuesto maestro de Sabertooth. Tan típico de sábado. Ahora estaban de nuevo en la mesa; Rogue estaba comenzando a cabecear, cuando inesperadamente Sting se arrima a su lado. Ya no es un sábado típico, ahora es un sábado extraño.
El morocho le mira perplejo, pero esto no frena el avance del rubio; Sting cada vez está más cerca, hasta que de repente los magos están enfrentados.
El sábado extraño, se convierte en un sábado muy extraño.
Ambos se miran, incapaces de decir nada, pero incapaces de apartar la vista.
Y entonces sucede, Sting posa su mano en la mejilla de Rogue. La distancia entre ellos se acorta aún más, hasta que la misma es inexistente. Se besan, con torpeza, con vergüenza, con un poco de miedo. No se sabe ni quien lo inicia ni quien lo finaliza, tampoco importa. Se besaron, se están besando.
Así vuelven a la típica noche de sábado, una atípica velada.
No por el bar, era igual de malo que siempre. La música también, la misma y crónica. Igualmente la bebida, la invariable cerveza de sábado a la noche. Lo distinto eran ellos, quienes habían decidido reemplazar lo típico, por algo mejor.
