Habían pasado unas quince horas desde que la nave hubiese retomado su rumbo tras acudir a la llamada de auxilio emitida por la cápsula a la deriva de Ethan Winters y las luces de la nave se habían apagado para dejar descansar a los viajeros. Sin embargo, en algunas zonas de la nave todavía había algunos que no tenían muchas ganas de dormir. Brad Vickers era una de esas personas, hacía rato que debía estar durmiendo mientras Kevin Dooley le cubría pero el náufrago lo tenía intranquilo, tanto que llevaba media hora plantado frente a su habitación de la enfermería, sellada por el personal de la zona, observándolo a través de la mampara de cristal. A primera vista no parecía haber nada raro en Ethan, quien seguía inconsciente pero, a juzgar por las máquinas a las que lo habían conectado para mantenerlo estable, mejoraba rápidamente; aún así el piloto de la Ecliptic Express estaba convencido de que había gato encerrado. La idea de que Winters pudiera no ser humano rondaba por su cabeza, cada vez más fuerte, hasta que sintió un escalofrío al darse cuenta de que estaba sujetando un escalpelo y se dirigía a la habitación. Se quedó ahí plantado, pensando en lo que estaba a punto de hacer, hasta que Jill y Birkin entraron en la enfermería.

—¿Qué haces aquí, Brad? —preguntó la suboficial. —¿No deberías estar descansando?

—Sí, sí, yo... —balbuceó el piloto escondiendo rápidamente el escalpelo. —...quería ver si podía conseguir un par de pastillas contra el mareo, ya sabes cómo pilota Kevin.

—Ven, te daré unas cuantas —dijo Birkin indicándole que le siguiera con las manos.

Una vez el piloto había abandonado la enfermería, deshaciéndose del escalpelo nada más salir, Valentine y William entraron en la habitación de Ortigo.

—Tiene mejor cara, ¿no? —comentó Jill.

—No creo que tarde mucho en despertar. —apuntó Birkin. —Sus constantes son normales y aparte de la contusión en la cabeza no veo daños físicos.

Justo cuando terminó de informar a la suboficial del estado de Ethan éste comenzó a despertar, claramente confuso. Miró asustado con los ojos entreabiertos a sus dos acompañantes, dubitativo.

—Bienvenido al mundo de los vivos —lo saludó Jill.- Soy la suboficial Jill Valentine y estás en la Ecliptic Express, captamos tu señal de socorro y recogimos tu cápsula.

—¿Qué? —murmuró Ethan. —No sé de qué me estás hablando...

—Es normal sufrir amnesia tras un traumatismo craneoencefálico, seguro que si le damos unas horas se le pasa. —dijo William examinando las pupilas de Ethan.

—¿Sabes cómo te llamas? —preguntó Valentine.

—Ethan, creo...

—Bueno, ya es un comienzo; ¿seguro que no recuerdas nada más?

Mientras Ethan era interrogado por la suboficial de la nave, más abajo, en el hangar, Kenneth Sullivan se encontraba encerrado en el compartimento estanco junto a Joseph Frost, Edward Dewey, Enrico Marini y un ingeniero de rango menor examinando la cápsula del superviviente de la Auriga.

—¡Eh! —exclamó el científico jefe de la nave. —¿Qué han hecho con esa cosa negra que estaba pegada a la nave?

—¿Nosotros? —preguntó extrañado Frost. —Tú y tu súbdito sabrán qué han hecho con eso, ninguno ha tocado esa mierda excepto ustedes.

—Maldita sea- —soltó Sullivan. —Nadie saldrá de aquí hasta que la encuentren, ¡así que busquen bien!

Kenneth contactó entonces con Wesker por el intercomunicador.

—Capitán, tenemos un problema.

—¿Qué ocurre Kenneth? —respondió Wesker, quien se encontraba en su habitación.

—La sustancia negra que iba adherida a la cápsula del náufrago ha desaparecido, no la encontramos por ninguna parte de la cámara estanca.

—¡¿CÓMO DICES?! —gritó el capitán de tal forma que se acopló el sonido del comunicador. —¿Ha salido alguien de esa habitación?

—No señor, estaremos aquí hasta nueva orden. —dijo Sullivan. —Tenemos que establecer un código rojo de alarma, informar a los pasajeros de que no deben tocar ninguna sustancia u objeto raro que encuentren y que deben avisar inmediatamente al miembro de seguridad más cercano de ser así.

En pocos después Wesker reunió al equipo de seguridad de la nave, dictando las nuevas órdenes al grupo entero.

—El grupo Bravo se repartirá las cubiertas de los pasajeros y la de la tripulación, quiero que se revisen cualquier maldito rincón de cada pasillo y habitación.

—¿Y si los pasajeros hacen preguntas? —saltó Forest.

—Digan que es una inspección rutinaria, que han recibido un chivatazo de que alguien lleva encima sustancias ilegales y que están buscándolas para requisarlas.

—Eso no tiene sentido señor, se les realizó a todos un escáner exhaustivo antes de subir a la nave. —apuntó Chris.

—¡Pues se inventan algo, quiero las cubiertas superiores aseguradas! —exclamó Wesker en voz alta y firme. —El grupo Alpha hará lo mismo que el Bravo pero en las cubiertas de carga y mantenimiento, el primero que encuentre esa cosa que dé la voz de alarma y que no se acerque ni la toque hasta que llegue el equipo habilitado para ello.

—Sí, señor. —dijeron los miembros de seguridad al unísono.

—¡Redfield, tú conmigo! —indicó Barry Burton; el jefe del cuerpo de seguridad, que además encabezaba el equipo Alpha.

—¿Seguimos nuestro rumbo? —preguntó Dooley a Wesker.

—Sí, bastantes problemas tenemos ya como para que el pasaje vuelva a ponerse histérico si informamos de que nos vamos a retrasar más. —respondió el capitán. —Además, en una estación será mucho más fácil analizar y limpiar la nave de lo que sea que haya venido pegado a esa cápsula.

Los pasajeros se extrañaron al ver a los miembros de seguridad instándoles a abandonar sus camarotes y agrupándolos en el bar; algunos no se lo tomaron muy bien.

—Esto no afectará al rumbo de nuevo, ¿verdad? —le chilló Ashley en la oreja a Forest, que la apartó de un empujón.

—Es una inspección rutinaria de la nave, no tiene nada que ver con su rumbo. —contestó malhumorado el miembro de seguridad. —Ahora cállese y deje de montar alboroto.

Un poco más allá, en una de las mesas, Nikolai y Spencer conversaban sobre lo que estaba pasando.

—Podría ayudar si quisieran, ¿sabes? —decía Nikolai con cierto aire de superioridad. —Trabajé en el diseño y construcción de esta nave, la conozco como la palma de mi mano.

—A mí mientras lleguemos a Raccon City me da lo mismo. —respondió Spencer sin mucho interés.

Dos miembros del equipo de seguridad irrumpieron en la enfermería, interrumpiendo la conversación entre Jill, Birkin y Ethan.

—¿Qué sucede? —preguntó la suboficial.

—Que el equipo científico la ha cagado, otra vez. —respondió el más joven, con pinta de chulito, mirando con recelo a Birkin. —Estamos revisando la nave de arriba a abajo por un posible escape vírico, bacteriológico o lo que sea que sea esa mierda que vino pegada a la cápsula del tipo ese.

—Tonterías. —replicó William molesto. —Las muestras que extraje están guardadas en el laboratorio, a buen recaudo, es imposible que haya ocurrido algún escape.

Dicho esto se dirigió hacia el laboratorio, dispuesto a cerrarle la boca al guardia.

—Míralo al cerebrito, ni se espera a que le digamos que la alerta proviene del hangar antes de ir corriendo a dejarse en evidencia. —rió el guardia.

—¿En el hangar? —preguntó Jill. —¿En el compartimento donde se encuentra la cápsula?

—Así es, el equipo científico y técnico se encuentra encerrado dentro hasta nueva...

—¿PERO QUÉ COJONES? —el grito de Birkin cortó al guardia, que se giró junto a su compañero extrañado hacia el laboratorio; William salió blanco de él. —¡No están, las malditas muestras que traje no están!

Chris Redfield y el jefe de seguridad; Barry Burton se encontraban en el hangar, en la sección donde se hallaba el compartimento estanco donde el equipo científico estaba encerrado junto a la cápsula. Más que inspeccionar la zona la vigilaban, no fuera que algún iluminado del equipo de Sullivan tuviera la brillante idea de salir de la habitación.

—Sabes que cuando lleguemos a Raccon City mis días como miembro de seguridad habrán acabado, ¿verdad?. —comentó Barry a Chris. —Ya estoy muy viejo para aguantar pasajeros estúpidos y compañeros de trabajo aún más imbéciles.

—¿Y quién se quedará al mando? —preguntó Chris.

—Precisamente de eso quería hablarte, y por eso te he hecho venir conmigo; quiero que mi sucesor seas tú, eres uno de los guardias con más experiencia, siempre estás listo para el trabajo y, quieras o no, eres mi segundo. —respondió Burton. —Eres la opción más obvia.

Antes de que Redfield pudiera decir algo un golpe fuerte provino de la puerta que daba al compartimento estanco, tanto que atrajo a tres miembros más del equipo de seguridad que se encontraban al otro lado del hangar.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó uno de ellos.

—¿Sullivan? —dijo Barry en voz alta. —¿Va todo bien?

No hubo respuesta.

—¿Kenneth? —volvió a preguntar el jefe de seguridad.

La puerta del compartimento estanco se abrió de par en par; las luces tintineantes dejaban entrever las piernas de alguien tirado en el suelo.

—Ustedes tres, detrás de mí; Chris, conmigo. —indicó Barry desenfundando su arma, una pistola aturdidora; los otros lo imitaron.

Poco a poco, el equipo entró en el compartimento, cubriéndose las espaldas unos a otros y revisando cada rincón; lo que encontraron provocó el vómito en más de uno. Las piernas pertenecían a Kenneth, cuyo cuerpo yacía con su cabeza, arrancada, varios metros más allá. Sobre la cápsula estaba el cadáver de Joseph Frost con un boquete en el cráneo que todavía chorreaba sangre; a sus pies estaba Dewey partido en dos. No había rastro de Enrico pero sí del miembro del equipo científico restante, cuyos restos descuartizados se encontraban repartidos por la habitación.

—¿Qué cojones ha pasado aquí? —preguntó Chris asqueado.

—Sea lo que sea hay que informar al capitán. —contestó Burton tras examinar más de cerca el cuerpo de Sullivan. —Salgamos de aquí, sellemos el compartimento y...

No pudo acabar la frase pues unos brazos negros y delgados, con unas manos enormes con dedos largos y afilados, surgieron de la oscuridad a su espalda y lo arrastraron hacia ella. El hecho no pasó inadvertido para el resto del equipo, que se asustaron como nunca en su vida.

—¿QUÉ MIERDA HA SIDO ESO? —gritó el más joven y pequeño, retrocediendo. —¡¿JEFE?!

—¡Todo el mundo fuera, ya! —ordenó Redfield empujando a sus compañeros, uno de ellos tropezando con las piernas de Kenneth, cayendo al suelo. Antes de que pudiera levantarse aquello que había atacado al jefe de seguridad lo tomó también a él.

—¡No joder, no! —gruñó el guardia más grandullón y curtido, corriendo al auxilio de su camarada disparando a ciegas a la oscuridad. No duró mucho pues cayó fulminado cuando una cola enorme, delgada y afilada como una cuchilla le atravesó el pecho.

—¡HE DICHO QUE FUERA! —Chris arrojó de un empujón al joven guardia restante fuera del compartimento estanco y cerró la puerta tras de sí, asegurándola con el código de seguridad. Después fue a contactar con el mando, pero descubrió que el intercomunicador se le debía de haber caído dentro con el ajetreo, pues no lo llevaba encima. —¡Maldita sea! Dime por favor que tienes un intercomunicador encima.

El guardia no respondía, seguía en el suelo sin moverse. Chris le dio la vuelta, estaba muerto; aparentemente había sufrido un ataque al corazón de la impresión. Peor todavía, no llevaba intercomunicador.

—Mierda. —exclamó el pelicastaño, tras lo cual se levantó y echó a correr hacia la salida del hangar, se encontraba solo y tenía que dar la voz de alarma cuanto antes.

Poco después de abandonar la zona, un líquido negro empezó a filtrarse por las rendijas de la puerta del compartimento estanco...