¡Buenas noches! Vengo otra vez, esta vez con un mini fic por el día de los enamorados.

Estado del fic: Completo. Son una serie de oneshot con los miembros masculinos de la Agencia Armada de Detectives y, obviamente, cierto perro mafioso que todos conocemos bien.

Lista de capítulos:

1) Kunikida.

2) Rampo.

3) Tanizaki.

4) Kenji.

5) Dazai.

6) Akutagawa/Atsushi.

Advertencias: esto es un genderbender, así que encontrarán al personaje de Atsushi Nakajima en su versión femenina. Si esto no es de tu agrado, por favor, respeta e ignora.

Saludos, y nos vemos en unas horas. :)


Algo imprevisto.

Fecha: 14/02/17.

Hora: 08:05 a.m.

Lugar: oficinas de la Agencia Armada de Detectives.

Cerró la portátil una vez que se hubo asegurado de que el documento se enviara correctamente. No obstante, poseía una copia de seguridad con cifrado numérico en el ordenador de su apartamento y otra más en un conveniente y discreto pendrive. Verificó una vez más que todo estuviera marchando tal y como lo había designado esa mañana en su cuaderno de Ideales y asintió escuetamente, satisfecho por contar con diez minutos de más para beber una deliciosa taza de café en el bar del primer piso. Con ello en mente, Kunikida se volteó en su silla giratoria y se puso de pie, dispuesto a marcharse. O eso es lo que hubiera hecho si tan solo no se hubiese topado con un obstáculo en su camino.

De pie frente a él, a escasos tres metros, Atsushi esperaba con las manos unidas al frente y un pequeño objeto rectangular entre sus dedos. La sonrisa en su rostro era amable y respetuosa pero cierto brillo de emoción hizo que sus ojos afectados por este particular tipo de heterocromía se vieran intensos.

— ¿Sucede algo?

Ella dio un ligero salto en su lugar que fue perceptible a medias, apenas un movimiento de su pecho y rodillas subiendo antes de regresar a su lugar. Su cabello plateado se encrespó como el de un gato y apuntó a todas las direcciones, la luz que se filtraba a través de la ventana emblanqueció las finas hebras y también su frente, mejillas y nariz. Bajó y subió la cabeza rápidamente y cuadró los hombros.

—Esto es para ti, Kunikida-san.

Extendió hacia él la carga rectangular que llevaba en las manos y esperó en lo que Kunikida parpadeaba y posaba sus ojos en el pequeño paquete. Obviamente se trataba de un obsequio, la evidencia saltaba a la vista en el papel que servía como envoltura, que era de un cálido y discreto color marrón claro con estampados de líneas blancas que formaban un patrón cuadriculado. Había una etiqueta y un delicado moño en forma de flor del mismo color blanco de las líneas adornando el lado superior, con los pétalos de papel de vinilo acariciando las uñas cortas y sin barnizar de Atsushi.

Kunikida extendió su mano para tomar el presente, pero algo hizo click en su mente y se detuvo a medio camino, con sus largos dedos temblando ligeramente y sus ojos abiertos de par en par. Respiró cuidadosamente y retuvo su mano, llevándola hacia sí mismo para acomodar brevemente sus lentes antes que cayeran más abajo en el puente de su nariz.

—Atsushi—murmuró, ahorrándose los honoríficos. Desde que dejó de dirigirse hacia su persona como Mocosa, y comenzó a utilizar su nombre de pila, jamás se vio en la necesidad de usar el simpático honorífico con que los demás se dirigían a ella—Estás consciente de lo que esto implica, ¿verdad?

— ¿Eh? —la albina vaciló en su posición, retrayendo un poco los brazos e inclinando inconscientemente sus manos juntas a un lado.

—Recibir un presente de tu parte… —farfulló, suspirando. Se volteó rápidamente y tomó su cuaderno para levantarlo y dejarlo a la vista de la joven—No está en mis planes de hoy.

Atsushi abrió la boca y formó una perfecta "O", llenó los pulmones de aire y Kunikida supuso que estaba preparando una réplica, así que abrió su cuaderno y le mostró su itinerario del día.

—Como verás, tenía todo calculado. Me tomaría quince minutos enviar mis informes matutinos, luego estaría en el bar durante treinta minutos, más tarde, tendría que realizar unos encargos personalmente, lo cual me tomaría una hora con quince minutos ya que todos los lugares están en esta calle. Luego de esto, entrevistaría a una clienta que vendrá a las diez de la mañana y se marchará a las diez y treinta. Me tomará media hora más planear con cuidado el desarrollo de la misión y designar a alguien para que lo haga. Luego, el almuerzo y más tarde, una hora de descanso antes de verificar que todo esté yendo bien en la misión, tarea que tomaría un mínimo de tres horas. El resto del tiempo lo dejo para los detalles.

—Oh… pero… —ella dio un salto hacia adelante y redujo la distancia entre ambos por un metro. Había un raspón reciente en la rodilla de Atsushi, Kunikida se dio cuenta. Sus manos se tensaron y pensó que el contraste entre el negro de sus guantes y el pálido color de su piel era muy duro.

— ¿Ves algún espacio disponible, que yo haya apartado especialmente para recibir un obsequio de tu parte?

Atsushi, quien tenía sus brillantes ojos de esa mezcla extraña entre lila y dorado muy abiertos, de pronto bajó sus párpados y le dio una mirada seca, de esas que le obsequiaba a Dazai muy a menudo. Volvió a mirar su rodilla para descubrir con un pequeño interés que el raspón ya no estaba.

—Kunikida-san, no necesitas apartar unos minutos—dijo ella, utilizando un tono de voz igual de seco que su expresión—Solo tienes que tomarlo.

Kunikida parpadeó dos veces y extendió su mano, tomó el presente y murmuró lo agradecido que estaba. Atsushi sonrió entonces, y se marchó tras tomar su bolso. Por su parte, Kunikida se apresuró al bar y se sentó en un extremo de la barra, donde esperó por cuatro minutos para tener su café con crema batida. En ese lapso de tiempo, quitó el papel de regalo haciendo una nota mental sobre preguntarle a Atsushi dónde lo consiguió, y abrió la cajita para encontrar pequeños bocados de trufas de chocolate en el interior, todas dispuestas en envases delicados de color rojo.

— Trufas de chocolate, eh. —la camarera puso la taza de café con crema delante de él, en una taza transparente de color amarillo con corazones gravados en blanco—Kunikida-san ha tenido suerte de recibir chocolates el día de hoy. Estoy segura de que la señorita que se los dio espera su respuesta con mucha ansiedad.

Kunikida Doppo se quedó de piedra aún cuando la camarera se retiró a continuar con sus quehaceres.

Miró los chocolates y sintió un escalofrío escalar por su espalda e instalarse en su cuello. Recordó la fecha en que estaba, prestó atención a la decoración del lugar y miró las trufas como si ellas tuvieran la respuesta a la pregunta que surgió en su mente y llenó cada espacio en su cabeza, esa pregunta que a la que se negó a dar forma. Entonces, tomó la tarjeta que venía adherida a la cubierta de papel y leyó las simples palabras en la letra de la muchacha.

Gracias por tu amabilidad. Es bueno contar con tus sabios consejos.

Kunikida sintió un calorcito extraño escalar por su cuello para instalarse en sus mejillas. Eso, sumado al frío en su nuca, causaron una verdadera tormenta tropical en su rubia cabeza.

Atsushi Nakajima pensaba que él era un hombre sabio, pensaba que era amable.

Atsushi Nakajima estaba contenta de contar con él.

Atsushi Nakajima, la mocosa, la chica del tigre, le dio chocolates el día de San Valentín. ¿Qué debería hacer? O mejor aún, ¿Por qué aceptó el obsequio? No tenía planeado recibir chocolates por San Valentín al menos hasta el año entrante, además, quien debiera dárselos sería la mujer que se convertiría en su novia, que conocería en tres años a partir de éste y con la cual se casaría en dos más.

Sus ojos se abrieron cuando una nueva idea llegó a su mente, tan aterradora como Dazai al teléfono o Kenji y Rampo juntos en una misión.

¿Y qué tal si…?

Sacudió su cabeza y tomó la tapa de la caja y la cerró, la colocó a un lado y se concentró en su café. La crema estaba derritiéndose y mezclándose con el café y oscurecía el color dorado de la taza, el mismo dorado de los ojos de Atsushi.

Nuevamente sacudió la cabeza y se concentró en los globos colgando de las esquinas de la barra. Eran plateados, igual que el cabello de Atsushi.

Sintió que iba a estallar, de verdad que iba a estallar. Miró la caja con las trufas, acusándolas por esta nueva y molesta sensación de incertidumbre que comenzaba a presionar sus hombros y la pregunta que antes negó se deslizó en su mente tan inocentemente como su mano alcanzó la caja para abrirla nuevamente.

¿Y si Atsushi era…? No. No podía ser. Ella no cumplía con siquiera tres de sus requerimientos y además, era muy joven e inexperta. No que Kunikida fuera un gran conocedor en asuntos del corazón o una relación, pero sin dudas Atsushi Nakajima sabía incluso menos que él, incluso menos que Rampo. No, de acuerdo. Tuvo que admitir que todos sabían de amor más que Rampo.

Aún así, tendría que hablar con esa joven más tarde.

Ahora, si tan solo pudiera deshacerse de ese rubor en sus mejillas que persistía mientras se comía las trufas…