¡Saludos! He aquí el segundo relato, correspondientes al gran detective.

Nos vemos en unas horas ;)


La Ultradeducción al ataque.

Fecha: 14/02/17.

Hora: 08:30 a.m.

Lugar: Oficinas de la Agencia Armada de Detectives.

La puerta se abrió y cerró con un estrépito molesto, y Rampo bajó su periódico al tiempo que Atsushi Nakajima se instalaba en su escritorio y abría la pequeña computadora portátil que utilizaba a diario para realizar sus informes. Al lado de la chica, un bolso pequeño se asomaba por entre la ordenada pila de papeles que tenía esperando. Seguramente debía revisarlos antes de enviarlos a alguna parte o archivarlos, pero ciertamente esa joven tenía asuntos más urgentes. Asuntos que incluían a Rampo.

Esperó por los siguientes minutos mientras la joven de cabello plateado tecleaba en su computadora, en completo silencio y con una sonrisa fácil y ligera en sus labios. Su ceño estaba algo fruncido, denotando su concentración y sus extraños ojos iban y venían inspeccionando la pantalla. Afuera, el cielo era rápidamente cubierto por gruesas nubes y algunos copos de nieve aislados comenzaban a caer, lo cual era un inconveniente para el gran detective puesto que no tenía un paraguas. Cuando los minutos comenzaron a pasar y nada sucedió, Rampo decidió que debía hacer algo al respecto, así que estiró su brazo y tomó un caramelo relleno de sabor chocolate con nueces, le quitó la envoltura, y se lo echó a la boca.

Asunto solucionado.

No.

El asunto estaba lejos de estar solucionado, sin embargo, no podía hacer nada al respecto más que tomar su periódico del día y pasar directo a la sección de policiales. Estuvo inmerso en ello durante algún tiempo, pero luego escuchó las ruedas de una silla giratoria arrastrarse con calma por el suelo y un momento después, bajó el periódico y se encontró cara a cara con la chica del tigre.

— ¿Sucede algo, Atsushi-chan? —preguntó, cruzando sus brazos y moviendo los pies para mecer la silla.

—Rampo-san, quisiera que…

— ¿Acaso despertaste hoy y supiste lo maravilloso que soy? —continuó, levantando una mano a la altura de su cara para inspeccionar sus uñas—Eso debe ser, de lo contrario, no estarías aquí con intensiones de darme chocolates por San Valentín, ¿no es así?

— ¡Increíble! ¡¿Cómo lo supiste?! —exclamó ella, poniendo ojitos brillantes. Sus mejillas se colorearon y Rampo sonrió, satisfecho con esa reacción entusiasta.

—Bueno, eso es muy sencillo— respondió el joven, entornando los ojos hacia ella. Tomó los lentes que se ocultaban entre su ropa y se los colocó. Entonces, procedió a continuar con sus palabras, animado por la emoción que teñía las facciones de la chica del tigre— Te lo diré ahora, con mi Ultradeducción.

—Oh. Mmm… —farfulló a su vez, encogiéndose de hombros. —En verdad no necesitas eso, yo tengo que…

—Oh, no te sientas intimidada por el hecho de que mi habilidad es mejor que la tuya. Al fin y al cabo, poseo la mejor habilidad de toda la agencia, no. ¡Qué digo! ¡De todo el mundo! —exclamó, removiéndose en su asiento. Delante de él, al otro lado del escritorio, Atsushi permanecía en silencio— Te has quedado anonadada por mi maravillosa presencia. ¿Estás mareada? ¿necesitas sentarte? No te preocupes, es lo que sucede habitualmente en las personas cuando comprenden cuán maravilloso soy. Se quedan mudos.

Pasó un minuto completo antes que Atsushi diera señales de seguir ahí, parpadeó, y se removió inquieta.

—Sí, eso debe ser. Tu… tu gran carisma… me impresiona.

Rampo asintió, sonriendo ampliamente. Pensó que Atsushi era un poquito lenta de mente, quizás hasta algo tonta e ingenua pero… un momento. Atsushi de hecho era tonta e ingenua, era el único motivo que se le ocurría por el cual esta muchacha seguía yendo a todas partes a la par del idiota engreído de Dazai. Pero más allá de ese hecho particular, comenzó a creer que ella tenía un lado inteligente. Sino, ¿por qué más le obsequiaría un chocolate? Seguramente estuvo admirándolo en secreto desde el momento en que llegó y se tomó todo ese tiempo para reunir el valor suficiente y acercársele. Tenía que asegurarse de ser suave con ella.

—Entonces… —susurró Atsushi, extendiendo una cajita rectangular y de tamaño mediano en su dirección—Te he traído este chocolate.

— ¡Lo sabía! ¡Son de la chocolatería del centro comercial!—exclamó, acercándose a examinar el presente desde todos los ángulos posibles.

— ¿Cómo sabes eso? —los ojos de Atsushi volvieron a brillar con interés y ella se inclinó un poco hacia adelante.

—Bueno, eso es muy fácil de decir. Para empezar, la envoltura de la caja tiene un diseño particular que solo se comercializa en una tienda del centro comercial del que somos clientes regulares, ahí nos dan descuentos en todas las tiendas. Tú fuiste a ese lugar en navidad, por órdenes de Kunikida-kun. Justo al lado de esa tienda, hay otra de chocolate, donde venden los mejores de la ciudad y también granos de cacao para fabricarlos en casa. No tendría sentido que compraras el chocolate en esta zona pero fueras hasta el otro lado de la ciudad solo para conseguir la envoltura. ¿No es así?

—Increíble—susurró ella— ¿Lo supiste sólo debido a la envoltura?

Rampo negó con la cabeza efusivamente y apuntó a la menor con un dedo, no acusándola, sino indicando su ropa. Ella parpadeó en comprensión y se llevó una mano delicadamente a la cintura, como buscando algo.

—Hay otros signos que denotan el proceso por el que tuviste que pasar para llegar a este momento. Por ejemplo, la falda que estás usando es más corta que la que tenías puesta ayer, que poseía un aspecto más pesado y caía por debajo de tus rodillas. En cambio, esta es la que utilizas en verano, justo en la línea de tus rodillas y más ligera. Ayer nevó con mucha fuerza durante la tarde y noche, que fue el único momento del día que tuviste libre para salir de compras, así que seguramente tu falda se mojó y no fuiste capaz de secarla a tiempo para asistir a trabajar hoy. —después, Rampo apuntó al rostro de Atsushi, y ella se tensó en espera—hay líneas de ojeras en tu rostro, lo cual dice mucho acerca de lo tarde que te fuiste a dormir, sobre todo porque nunca tienes ahí esas líneas. Tus pupilas están dilatadas, lo que significa que consumiste al menos dos tazas de café para paliar los efectos del sueño. Dado lo dilatadas que están, pienso que bebiste esa cantidad inmediatamente antes de salir de tu apartamento.

—Pues, sí. En realidad no me gusta mucho el café.

—Ese es el motivo exacto por el que tu ceño está algo fruncido. Seguramente no te has dado cuenta, pero el sabor del café tardará un tiempo en desaparecer y el regusto hace que tus mejillas se tensen. Por cierto, tus mejillas están rojas y eso me dice que la cafeína te ha afectado. Por último, hueles mucho a chocolate, tus dedos están manchados con una mezcla muy ligera de colores cálidos, quizás marrón, rojo y naranja, así que seguramente envolviste los chocolates tú misma.

—Vaya, la verdad es que tienes razón en todo lo que has dicho. —Atsushi volvió a extender la caja hacia él y esperó—Estos son para ti. Espero que puedas disfrutarlos.

—Los aceptaré por una sola razón. —Rampo tomó el paquete de las manos de su joven colega y lo acunó en su pecho—Te has atrevido a darme un obsequio tan simbólico en persona, a mí, el mejor detective del mundo. Eso es toda una hazaña.

Atsushi le dio un intento de sonrisa y luego se marchó rápidamente, alegando que tenía algo que hacer de manera urgente. Rampo entendió y la dejó ir, a sabiendas de que ella seguramente se sentía nerviosa, o ansiosa por cómo calificaría él su trabajo.

Un rato después, con todos los periódicos del día ya revisados y con su trabajo amontonado en el escritorio de Kenji, Rampo se sentó y abrió la caja de chocolates. Había bombones en forma de pequeños corazones en el interior, algunos oscuros y otros blancos, tras probarlos, descubrió también que unos cuantos tenían relleno. Estaban deliciosos, demasiado deliciosos como para pensar que fueron hechos por ella, pero tuvo que reconocer que haberse trasladado hasta el otro lado de Yokohama para comprar chocolates tan costosos merecía que le diera un punto a favor. Solo uno, pues halagar su habilidad era algo que debería hacer todos los días, pero atribuía la falta de halagos por su parte a su timidez natural.

—Vaya, has recibido chocolates por San Valentín—la puerta se abrió y la doctora Yosano se le acercó y se encaramó a su escritorio, inclinándose para mirar el contenido de su caja— ¿Quién te los dio?

—Atsushi—respondió Rampo, dejando los blancos y más dulces para el final.

Se preguntó si debería dejar algunos para después de la cena, o el desayuno del día siguiente.

— ¿Y tú los aceptaste?

Se encogió de hombros a modo de respuesta, pero la doctora insistió con la mirada. Eso, o estaba a la espera de que le convidara alguno de sus bombones; podía olvidarse de esa idea si ese era el caso. No pensaba dárselos ni a su sombra.

—Atsushi finalmente ha reconocido cuánto me admira. Estos chocolates son la prueba irrefutable de ello, ¿no lo ves? Se tomó muchas molestias y además…

— ¿Además?

Rampo evadió la mirada de su colega con maestría absoluta. Bajó la cabeza, asegurándose que los mechones de su cabello cubrieran su rostro y el sonrojo que comenzaba a teñir sus mejillas.

—Nunca antes me habían dado chocolates en esta fecha. —farfulló, su voz baja y casi incomprensible obligó a la doctora a inclinarse más hacia él, había una sonrisa astuta en los labios tintados de rojo de ella, sin embargo, la mirada de ternura que le dirigió hizo que Rampo quisiera enterrarse vivo.

—Me alegra que te tomaran en cuenta en San Valentín. —dijo, bajándose de la mesa y dirigiéndose hacia su propia área de trabajo.

Rampo asintió distraído y tomó el último chocolate oscuro que quedaba en la caja, todos los demás eran blancos y con leche. La puerta volvió a abrirse y Tanizaki ingresó a la oficina, viéndose algo tembloroso y sonrojado. Rampo pensó que quizás su hermanita le montó otra escena y no le prestó mucha atención, hasta que notó la mirada errática en sus ojos, la sensación de inseguridad y peligro que lo rodeaba, y la conveniente caja de tamaño mediano que llevaba en una mano, casi oculta tras su espalda.

—Buenos días Rampo-san, Yosano-sensei. —murmuró el joven pelirrojo, realizando sendas reverencias ante ambos antes de dirigirse a la puerta de la derecha.

—Tanizaki—dijo Rampo, trabando miradas con el joven.

— ¡Sí!—farfulló él, tensándose en su lugar. El color huyó de su cara, y la cajita se deslizó de entre sus dedos para caer al suelo con un sonido sordo que hizo eco en la mente de Rampo. Pareció que Tanizaki tuvo intensiones de levantarlo, pero se mantuvo estático.

—Dime, Tanizaki. Eso que tienes ahí, ¿de casualidad son chocolates?

—Por favor… —farfulló entre dientes, con la mandíbula fuertemente encajada. Sus manos se cerraron en puño, se abrieron, y sus dedos temblaron. Se acuclilló y tomó la caja, acunándola entre sus manos—Por favor, por favor… ¡NO SE LO DIGAN A NAOMI!

El grito llenó la habitación junto a la respiración pesada y acompañada de jadeos que le siguió. La palidez del rostro del muchacho pelirrojo no era normal, Rampo notó con creciente interés. Pero tampoco lo era su repentino ataque de pánico.

—Atsushi te dio estos chocolates, ¿no es así? Y temes que al verlos, Naomi lo malinterprete.

—Atsushi es mi amiga pero… pero si Naomi lo ve, ella, ella me…

pero Rampo no prestó atención a lo que Tanizaki estaba diciendo sobre su aterradora hermanita menor. Se levantó de su asiento con un salto que lo llevó al otro lado de su escritorio y corrió por el pasillo tan rápido como pudo, pero no consiguió ver a la chica del tigre por ninguna parte. Ella llevaba un bolso cuando salió, y obviamente se dirigía a alguna otra parte, sin embargo, no llevaba consigo papeles a la vista, ni sobres, ni nada que debiera entregar. Eso le dejaba dos opciones; o regresó a la residencia por algún motivo personal, o fue en carácter de recadera a algún sitio, del que regresaría con algo nuevo en las manos. Dado que ella no llevó su bufanda cuando salió y el cuello de su camisa no ofrecía mucha protección contra el frío, supuso que fue directamente a la residencia. Estaba en la entrada del edificio, de cara a la calle y siendo cubierto rápidamente por la nieve, con fuertes intensiones de encaminarse hacia la residencia cuando una mano se posó en su hombro, deteniendo su avance.

Yosano sonreía detrás de él, la mirada en sus ojos era extraña, misteriosa.

— ¿Qué sucede? Tengo prisa—gruñó a la doctora.

—Tanizaki y tú no son los únicos a los que Atsushi le ha dado chocolates. Kunikida está sufriendo un ataque de ansiedad en la cafetería mientras se atraganta con trufas, velo si quieres.

—Entonces eso significa que…—Rampo abrió mucho sus ojos y escuchó un sordo e imaginario click en alguna parte de su cerebro.

Yosano asintió, la sonrisa ahora acompañada de una mirada enternecida y comprensiva.

—Sí, así es. Existen diferentes tipos de chocolates para esta ocasión incluso yo he…

— ¡Está tratando de enmascarar su obsesión secreta hacia mi persona dándole chocolates a todo el mundo! —exclamó, gratamente sorprendido.

Vaya que esa chica tenía sentimientos fuertes por él; tanto que le obsequió chocolates a los demás para que no se sintieran tristes o desmerecidos.

Tuvo que admitir que Atsushi tenía un corazón bondadoso.

Por supuesto, él no vio la mirada de incredulidad que Yosano puso mientras volvía al interior del edificio, ni tampoco su suspiro de resignación. Tampoco notó que ella tenía en su mano una flor de chocolate que la chica del tigre le obsequió un rato antes, a modo de agradecimiento por haberla sanado en una ocasión.

Rampo solo tenía una cosa en mente, encontrar a la chica y hacerle saber que no tenía que obsequiarle chocolates a ese grupo de hombres mediocres para hacerles sentir que al menos una mujer pensaba en ellos en esa fecha tan especial.

Con que se los diese todos a él, era suficiente.