La crisis de Tanizaki.

Fecha: 14/02/17.

Hora: 08: 45 a.m.

Lugar: Edificio de la Agencia Armada de Detectives, escalera de entrada.

El día anterior hizo horas extras, lo cual no era una novedad ni algo digno de mención si de hecho trabajabas en la Agencia Armada de Detectives, esa era la principal razón por la que muchos de ellos llegaban en horarios que distaban del reglamentario. Por ejemplo, Tanizaki sabía que casi eran las nueve y que al menos la mitad de sus colegas y superiores ya estaban en las instalaciones, pero el propio Kunikida le dijo que se lo tomara con calma. Así que ahí estaba, con el desayuno que se asentaba cómodamente en su estómago y sus zapatillas que dejaban huellas en la nieve mientras caminaba por la acera y se acercaba al edificio. Naomi tomó un rumbo diferente, corriendo a prisa con un emparedado en la mano derecha y su bolso en la izquierda, rogándole a todo lo divino de este universo que los portones de su escuela no estuvieran cerrados para cuando llegara. La noche anterior ella se quedó esperándolo para cenar, además de que se encontraba en pleno proceso de confección de chocolates. Tanizaki durmió con un ojo abierto, a la espera de que su hermana menor saltara sobre él y tratara de, eh, eso. Pero no lo hizo, y no sabía si sentirse bien con respecto a ello, o armar un escándalo. No es que Tanizaki fuera un escandaloso, esa parte se la dejaba a Naomi, pero el hecho de no haber sufrido un caso de acoso grave muy temprano en la mañana le resultaba extraño teniendo en cuenta la fecha. Por lo menos no le dolía ninguna parte del cuerpo. Naomi era una chica con mucha fuerza.

Apenas entró, el ascensor llegó y pensó en aprovecharlo, por lo que se volteó en su dirección y esperó pacientemente a que se estableciera y se abriera. Mientras, quitó de su cabello rojo algunos copos de nieve que comenzaban a derretirse y escurrirse entre las finas y cortas hebras, haciendo que tiritara de frío por momentos. Sabía que debió traer un gorro pero la ansiedad de Naomi por llegar a la escuela se le contagió y acabó por salir a la par de su hermana menor, olvidando por completo tomar alguna cosa para protegerse de la nieve. Por lo menos sabía que Naomi llevó consigo un paraguas.

La puerta del ascensor se abrió con un sonido sordo y Atsushi asomó la cabeza, saliendo con cuidado. Llevaba su bolso colgando de un hombro pero no traía un gorro ni tampoco una bufanda. Tanizaki elevó sus cejas, preocupado de que su compañera tuviera intenciones de lanzarse a la calle con la nevada cada vez más intensa y sin ninguna protección. Una parte de él se preguntó si los gatos enfermaban. Atsushi Nakajima era una tigresa de pelaje plateado, y los tigres son gatos grandes y salvajes.

—Buenos días, Atsushi-chan. No pensarás salir así, ¿verdad?

La chica emergió desde el ascensor completamente, su ropa de trabajo habitual que consistía en una falda negra con tablas a un lado y esos tirantes que recorrían su torso y se sostenían de sus hombros delgados, además, la camisa blanca de mangas largas y un saco negro adicional que fue añadido por el clima. Botas gruesas y de aspecto cómodo enfundaban sus pies y piernas hasta la pantorrilla, dejando una buena cantidad de piel expuesta al frío. Tanizaki tembló de solo pensarlo.

—Solo tengo que hacer un recado rápido, no te preocupes—ella se encogió de hombros y se acercó. Su sonrisa cordial y sus ojos de esta peculiar mezcla entre el morado y el dorado mirando hacia él con entusiasmo. Un rubor tenue invadió sus mejillas pálidas y ella tomó su bolso, lo abrió, y sacó de él una caja mediana y algo delgada—Tanizaki-san, hice esto para ti.

Tanizaki parpadeó confundido y miró la caja que Atsushi sostenía en sus manos. Era larga, de al menos treinta centímetros y algo delgada. Pensó que podría contener cualquier cosa, pero el envoltorio gris con diseño punteado en verde y claro y oscuro más el pequeño listón formando un moño de color rojo en un extremo hicieron que el cabello de su nuca se erizara. Tragó duro y extendió su mano, sus dedos temblorosos acariciaron el borde de la caja y se aferraron a ella como si, bueno, como si necesitara apoyarse en algo.

—Vaya, esto es… es inesperado y extraño—farfulló, sonrió a medias y aceptó el presente, provocando una brillante y entusiasta sonrisa en el rostro de su compañera—Quiero decir, extraño en un buen sentido, ya sabes; una buena extrañeza…

—Tanizaki-san, no te pongas nervioso, son solo chocolates.

Atsushi mantuvo su sonrisa cuando su rostro se inclinó un poquito hacia la izquierda, su mirada de gato aguda y directa buscando los ojos de Tanizaki. Él, por su parte, trató de sonreír con tanta facilidad como ella, sin embargo no pudo. Simplemente no pudo. Pero bien, su compañera se molestó en conseguir chocolates para él, ¿no es así? Ella seguramente eligió un envoltorio que pensó que le le iría bien y decoró la caja con ese moño de color rojo. El rojo es el color del amor, pensó Tanizaki. El rojo era un colo cálido, un color fuerte, lo cual tenía mucho que ver con San Valentín y los chocolates de Atsushi, aunque Atsushi no usaba nada que fuera rojo además de esa bufanda que Kyouka tejió para ella junto a un par idéntico para Dazai.

Oh, Dios. Dazai. Tanizaki se sintió palidecer cuando pensó en el mentor y superior de Atsushi, se preguntó cómo se tomaría esto cuando lo supiera, y cómo lo tomarían los demás. Obsequiar chocolates en el día de los enamorados era una cosa seria.

Un nuevo pensamiento se formó en su mente, y el rostro de Tanizaki pasó de la palidez absoluta, a todos los tonos de rojo y algunos que seguramente el mundo no sabía que existían, su corazón latió desbocado y sus rodillas amenazaron con ceder en cualquier momento. Miró de nuevo a Atsushi y parpadeó, su mandíbula se encajó con fuerza y sus hombros temblaron. El pensamiento le resultó tan obvio que casi dolió, y una nueva y extraña simpatía por su compañera invadió su pecho, llenándolo con un calorcito vergonzoso y agradable. Se preguntó por cuánto tiempo Atsushi estuvo ocultando estos sentimientos que dejaba salir de la nada a través de los chocolates y se sintió realmente mal por no haberlo visto, por no haberla visto.

Atsushi era una chica linda, agradable, tenía estos impresionantes ojos que imitaban los colores del atardecer y el cabello plateado que reflejaba la luz del sol y brillaba como oro blanco, poseía una habilidad casi infalible en batalla y su coraje y valor le otorgaron a la Agencia y la ciudad victorias honorables y orgullosas.

—Atsushi… yo, yo… —susurró, acunó la caja entre sus brazos con sumo cuidado, procurando no arrugar los bordes ni el papel. Se inclinó hacia adelante en una reverencia y continuó— ¡Perdóname por no darme cuenta!

Miró a través de los mechones de su cabello y encontró la mirada confundida de Atsushi. La chica del tigre parpadeó y miró a todas partes, alzó las manos en un gesto conciliador y sonrió otra vez.

—Ah, Tanizaki-san, si esto te resulta incómodo…

¿Incómodo? ¡¿Incómodo?! ¡Por supuesto que era incómodo! Él estaba ahí, perdiendo los estribos y sintiendo que estaba cada vez más cerca de sufrir un aneurisma mientras que Atsushi permanecía como si nada, prácticamente declarándose de forma tácita y al mismo tiempo demostrando un gran control de sí misma además de una increíble cantidad de valentía.

Tanizaki se irguió y compuso una expresión seria, decidida. Su corazón todavía latía rápido y podía oír su propio pulso en los oídos, sin embargo, Atsushi se tomó muchas molestias para darle un obsequio como éste, así que se obligó a sí mismo a actuar como cualquier digno hombre de la Agencia Armada de Detectives, aunque eso técnicamente quería decir que podría ser un egoísta inmaduro como Rampo-san, un neurótico con trastorno obsesivo– compulsivo como Kunikida-san, un relajado e ingenuo joven de campo como Kenji-kun, o un maniático suicida como Dazai-san.

Pensándolo de ese modo, ninguna opción era buena, pero aún así…

—Atsushi, estoy agradecido por tus intenciones—dijo, hablando con calma y dejando las palabras fluir con parsimonia—Estoy seguro de que están deliciosos y prometo que los disfrutaré. También te prometo que tendré una respuesta para ti pronto.

— ¿Una respuesta? ¿Qué? Oye, no tienes que molestarte en

Tanizaki no la dejó terminar. En un arranque de valentía (o estupidez) extendió los brazos hacia Atsushi y la atrajo hacia sí mismo en un abrazo que se sintió torpe y atropellado, ella se puso tensa en su agarre y él sintió que sus rodillas cedían lentamente, así que supuso que mantenerla como un soporte temporal era una buena cosa. Lo último que le faltaba para acabar de verse más estúpido frente a Atsushi era desmayarse como una colegiala y que ella tuviera que cargarlo cuesta arriba hasta la enfermería.

Cuando la soltó, delicadas manchas de rosa pintaban las mejillas de marfil de su compañera, Tanizaki podía sentir el calor quemando su propio rostro y su nariz aleteando ligeramente debido al aroma como a jabón de flores y té verde proveniente de Atsushi que se quedó con él.

—Me tengo que ir—susurró ella, parpadeando repetidas veces y deslizándose hacia la salida como quién no quiere la cosa.

Tanizaki se quedó en su lugar por un momento demasiado largo, evaluándose a sí mismo tanto física como mentalmente. Físicamente, era un desastre tembloroso y errático, y mentalmente era un lío de pensamientos sin sentido. Tomó asiento en el primer tramo de escaleras y puso la cabeza entre ambas manos, dejando a un lado la caja de chocolates. ¿Qué iba a hacer? ¿Debería corresponder los sentimientos de Atsushi? ¿Debería hablar de esto con alguien? Sacudió su cabeza, desechando la idea de inmediato. No podría decírselo a Naomi, su hermanita se pondría territorial y probablemente confrontaría a Atsushi directamente sobre sus intensiones para con él. Tampoco podía ir con Dazai, él era el superior y mentor de Atsushi, en alguna que otra ocasión escuchó a su compañera decir que el declarado maniático suicida le salvó la vida, además, no sabía cómo reaccionaría el detective ante una cuestión como ésta. ¿Sería territorial con Atsushi de la misma manera en que Naomi lo era con él? ¿Se enojaría? ¿Rechazaría de plano la posibilidad de que su aprendiza tuviera este tipo de sentimientos? Tanizaki no debía ser un genio para saber que la única persona con la que Atsushi tenía un trato íntimo era su superior. ¿En qué lugar quedaba Tanizaki entonces? ¿Y en qué lugar quedaba Naomi?

Si Naomi se entera de esto, pensó, soy hombre muerto.

Y lo era también si Dazai se enterase.

Tenía que ocultar el hecho, tenía que asegurarse de que Atsushi comprendiera la necesidad imperiosa de mantener todo este asunto en secreto, al menos hasta que ambos pudieran resolverlo como las personas adultas y responsables que eran.

Decidido a guardar las apariencias, Junichirou Tanizaki subió las escaleras con los fluidos movimientos de un robot.