No podemos hacer trueque.
Fecha: 14/02/17
Hora: 09:30 a.m
Lugar: alguna calle cerca de aquel restaurante donde sirven carne y res.
Actualmente, el clima mejoraba. Para cualquier persona con una pizca de sentido común, este pensamiento sería completamente falso pues solo bastaba con mirar alrededor y ver el aguanieve que caía con algo de fuerza y el cielo encapotado con nubes grises y negras para saber que, de hecho, el clima empeoraba con cada segundo del día. Además, también se le añadía la brisa que soplaba con dirección Norte-Sur y la temperatura realmente baja para contradecir este pensamiento.
Por suerte (o por desgracia, dependiendo de cómo lo viera uno) Kenji Miyazawa no tenía una pizca de sentido común, por lo que para él, el clima mejoraba. Tenía fundamentos para respaldar su línea de pensamiento, por supuesto que sí. Resulta que el recién entrado en la adolescencia y competente muchacho fue asignado para una misión el día anterior, la misma consistía en un seguimiento muy de cerca de un hombre de treinta años que se sospechaba estaba siéndole infiel a su esposa. Kenji debía obtener pruebas en el trascurso de la noche y volver con ellas a la cede de la Agencia Armada de Detectives a las diez de la mañana, así que sin más demoras, pidió una orden de carne de vaca asada sin más condimentos que sal y una porción de arroz para llevar. Le hubiera encantado degustar el plato en ese mismo lugar, rodeado de las amables personas que lo saludaban al pasar, manteniendo una distancia que Kenji no comprendía y caminando tan rápido como pudieran.
Las personas de la ciudad eran muy extrañas, Kenji no dejaba de sorprenderse por ello una y otra vez, e incluso aunque muchos meses pasaron desde que el jefe de la Agencia lo trajo a Yokohama, aún había muchas cosas que no comprendía. Por ejemplo, no entendía por qué a los hombres infieles se les daba tanta libertad de duda. Él trabajó desde la noche anterior para hacer su seguimiento, tomó fotos que inculpaban al sujeto y gravó conversaciones que seguramente personas con autoridad escucharían y tomarían como prueba para culparlo por negligencia en su matrimonio. Kenji no estaba seguro de cómo funcionaban estas cosas en las grandes ciudades, pero en su pueblo lo hacían todo de modo mucho más diferente y con más rapidez.
Cuando el pedido estuvo listo, Kenji pagó por él y se despidió de la dependienta del lugar, prometiéndole que regresaría en algunos días por más de la deliciosa comida que preparaba. Por supuesto, Kenji no sabía que de no ser por su regular presencia, la dependienta ya habría sido asaltada por pandillas locales al menos diez veces. Lo que sucede es que todo el mundo era consciente de lo peligroso que podía ser Kenji; todos excepto Kenji, que iba por la vida con una sonrisa tranquila y silenciosa, manteniendo su mantra acostumbrado de permanecer imbatible ante todo, ya fuera una tormenta eléctrica o un camión con acoplado, una vaca enojada o un violento ladrón armado con un fierro.
Así que nuestro Kenji pagó por su pedido y se encaminó hacia la Agencia, pero apenas había hecho dos calles de su recorrido cuando se topó con una figura bien conocida para él, lo cual trajo una inmensa sonrisa a su rostro pecoso. Correteó por la acera sin la necesidad de disculparse por entrometerse en el camino de las personas porque éstas se alejaban varios metros al verlo llegar. Un tipo, incluso, corrió hacia la calle, obviamente prefiriendo enfrentarse al tráfico compuesto por conductores impacientes antes que tener que hacerle frente al rubio de sonrisa tranquila, un calvo con barriga prominente, al no tener escapatoria, se trepó a un árbol y dos jóvenes pandilleros a los que enfrentó en el pasado sintieron la humedad en sus pantalones al orinarse encima de puro miedo cuando se quedaron petrificados en el momento exacto en que el adolescente pasó a su lado.
Kenji no notó ninguna de estas cosas, no señor. Él estaba concentrado en alcanzar a la joven de cabello plateado que iba unos metros más adelante cargando su bolso. Ella miraba hacia un lado y otro, como buscando algo, y el menor esperaba poder serle de ayuda tal como ella lo fue una vez, unos cuantos meses atrás. Trabajar con Atsushi fue divertido, pensó mientras le daba alcance, ella estaba aprendiendo de la ciudad y sus costumbres tanto como él, y Kenji contaba con la ventaja de haber llegado primero, por lo que se encargó de guiar el camino para su compañera en esa divertida misión. Hay que aclarar que para Atsushi esa misión no fue divertida en lo absoluto, se dejó llevar por los extraños métodos de investigación de Kenji, se las vieron contra una pandilla completa, y por si fuera poco tuvo que cargar a su colega hasta la Agencia luego que él comiera como si no hubiera un mañana y se durmiera inmediatamente después, todo eso para tener soportar el sermoneo de Kunikida diciéndole que por las malas aprendería a elegir a sus compañeros de misión con más prudencia. Ese día, Atsushi aprendió una importante e inesperada lección: andar con Dazai era más seguro que caminar cien metros en compañía de Kenji.
Pero volviendo al tema, Kenji alcanzó a su compañera y le dio un cálido saludo por medio de una reverencia que la joven albina correspondió de igual manera. Él era consciente de que Atsushi era mayor por cuatro años, pero de alguna manera sentía que eran iguales.
— ¿Estás buscando un restaurante de res? —preguntó de inmediato y apuntó en la dirección por la que vino—Te enseñaré el camino.
—Oh, mmm… no. —Atsushi sonrió a medias, sus cejas finas y plateadas elevándose un poco—En realidad, te estaba buscando.
— ¿En qué puedo ayudarte? —ofreció Kenji.
El hecho de que su compañera y potencial amiga estuviera en su búsqueda alentó al desesperadamente calmado adolescente y un calorcito agradable invadió su pecho, motivo por el que tuvo que alzar sus hombros delgados un poco, para que más aire cupiera en sus pulmones.
—No es nada, en realidad. Solo quisiera que aceptes este presente de mi parte—Atsushi sacó una cajita de metal adornada con señales de tránsito y la extendió hacia él.
Kenji parpadeó y soltó una exclamación antes de sonreír y tomar con cuidado la pequeña caja. La movió con cuidado de un lado a otro y oyó un sonido como de ajetreo en el interior, así que decidió quitar la tapa y echarle un vistazo al contenido. Adentro, una buena cantidad de pequeños bocados de chocolates reposaban uno encima de otro. Kenji sintió que la boca se le hacía agua. En su pueblo, solo se podía soñar con el chocolate y muy rara vez se veía a alguien disfrutando de uno. Conmovido, se inclinó ante su compañera en una reverencia.
—Te lo agradezco mucho, Atsushi. Pero… —Kenji se detuvo a sí mismo cuando un pensamiento verdaderamente desesperanzador removió todo en su mente. Un sonrojo tenue cruzó sus mejillas y cubrió la caja con la tapa y la extendió hacia su compañera, con intensiones de regresársela —No tengo nada para darte a cambio.
— ¿Eh? —susurró Atsushi. La chica medio se esperaba que Kenji también tuviera problemas para aceptar el obsequio, pero mantenía una esperanza secreta de que lo hiciera sin más. Aparentemente, eso era mucho pedir.
—A menos que te de esto.
Kenji exhibió la carne con arroz en el paquete que la dependienta preparó utilizando tanto papel envolvente como pudiera, a sabiendas que el muchacho no era consciente de su propia fuerza y con la esperanza de que fuera suficiente para proteger los alimentos hasta que llegara a su destino. Atsushi miró a su compañero con la confusión pintando sus rasgos delicados y negó con la cabeza, recordando que de donde Kenji venía, los bienes se intercambiaban unos por otros.
—No es necesario. Este es un obsequio especialmente para ti—explicó ella, con su mejor sonrisa y la amabilidad desbordando de su boca como una cascada. A todo el mundo le sorprendía lo simpática y desinteresada que podría llegar a ser esta chica, tanto así que no le importaba acabar con una extremidad menos siempre que pudiera salvar a alguien—Cuando te obsequian algo, no debes dar nada a cambio.
—Ya veo—murmuró el joven de facciones aniñadas. Sus ojos marrones brillaron en comprensión y sus mejillas bañadas en pecas volvieron a ponerse rosadas. —Entonces me quedaré con esto.
Atsushi asintió, secretamente satisfecha de que al menos uno de ellos aceptara los chocolates sin armar un gran escándalo, Kenji acunó la caja en su pecho, al lado de su plato de carne con arroz.
— ¿Vas de regreso a la Agencia? —preguntó Atsushi. Cuando Kenji asintió, ella continuó—Volveré contigo.
En el camino, Kenji le relató a su compañera acerca de lo que estuvo haciendo toda la noche. Su misión de seguimiento comenzó luego de las dos de la madrugada en la casa del hombre que estaba investigando. Lo siguió en secreto mientras se dirigía a un apartamento en la zona del puerto en el que ingresó para salir quince minutos después, acompañado de una mujer pelirroja. Kenji tomó fotos pero debido a la hora, la calidad no era muy buena y pensando que debía intentar con más fuerza hacer que su trabajo fuera bueno, volvió a seguir al hombre y a su acompañante por otros diez minutos, mientras ellos caminaban por la costa congelada. Finalmente, entraron a un pequeño edificio de cuatro pisos cuya fachada estaba pintada de un tono de marrón oscuro que le otorgaba ciertos aires de confort, un cartel se alzaba en la parte más alta del edificio y la palabra Motel podía leerse desde una buena distancia. Kenji sacó fotos del lugar y también de las personas que acababan de entrar, y también de las que salían en ese momento. Sin embargo, una vez adentro, perdió de vista a la pareja que seguía y como no quiso que ese hecho particular frustrara su misión, decidió pedirle amablemente al encargado del lugar que lo dejara pasar. Tras sonreírle por un momento, el encargado le dio el nombre de la pareja, le informó del tiempo que se quedarían, el número de habitación y hasta le obsequió dos bonos con todo pago para cuando Kenji quisiera un poco de privacidad. Con la vía libre, Kenji subió hasta el segundo piso y llegó hasta la habitación número sesenta y nueve, golpeó dos veces y esperó. Entre tanto, tomó su micrófono y lo encendió, y cuando el hombre que buscaba abrió la puerta, no perdió tiempo en tomarle una foto y también a la señorita que yacía en la cama. Después de unas preguntas simples del tipo: ¿Usted es fulano? ¿Está siéndole infiel a su esposa? ¿Ella es su amante? ¿Oh? ¿Su alumna de la universidad?, Kenji le deseó buenas noches a la pareja y salió del lugar tras rechazar una botella de vino blanco que el encargado trató de obsequiarle junto a lo que él creía que eran caramelos envueltos en papel aluminio. Permaneció a la espera de que la pareja saliera, cosa que ocurrió como a las ocho y treinta de la mañana, momento en que Kenji tomó más fotografías siguiéndolos a una distancia prudencial de cincuenta metros todo el camino de regreso hasta la casa del hombre.
Tras escuchar ese relato, Atsushi no pudo hacer otra cosa que permanecer en absoluto silencio. La chica sabía que los métodos de investigación de Kenji no siempre eran normales o buenos, en algún momento, tiempo atrás, se encontró a sí misma llamando a Kunikida para decirle con gritos atropellados que no podía trabajar de esa manera. Kenji era ajeno a las reacciones del mundo real, así que nunca se daba por enterado de todo lo que ocurría a su alrededor. Él incluso era imbatible a la normalidad en el sentido estricto de la palabra. El jovencito tenía, por ejemplo, dudas más importantes sobre el futuro de ese matrimonio que sobre sus cuestionables métodos de investigación.
— ¿Qué sucederá con esto? —preguntó, sus cejas rubias elevándose y perdiéndose entre los mechones de cabello que le caían en la frente.
—Bueno, la infidelidad está absolutamente probada, así que supongo que la mujer se divorciará y se quedará con la mitad de todo—murmuró Atsushi.
Kenji asintió pero su gesto pensativo permaneció en su rostro, dándole aires de profunda reflexión. Atsushi no lo resistió, el deseo por saber quemaba en su garganta así que preguntó:
— ¿Qué hacen en tu pueblo con los infieles?
—Bueno, es muy simple—respondió su compañero, sonriente y aparentemente encantado por responder—Castramos al hombre y luego lo abandonamos en lo profundo del bosque para sobrevivir por su cuenta. Si al cabo de una semana regresa con vida, se le permite conservar sus zapatos.
Atsushi no quiso preguntar qué hacían si la mujer era infiel pero casi podía imaginárselo.
