El arma preferida de Dazai.
Fecha: 14/02/17.
Hora: 10:30 a.m.
Lugar: Residencia de la Agencia Armada de Detectives.
Su respiración salía pausada, sus latidos eran controlados y su ritmo nervioso iba a una velocidad normal. Primero, movió su cabeza, luego sus hombros y más tarde, el resto de sí. Levantó la mano y apoyó la palma contra la madera pulida de la puerta, el frío material no protestó contra el peso ejercido mientras silenciosamente se asomaba a la mirilla para ver al exterior. Sus cejas se elevaron y sus labios se contrajeron a un lado en un gesto que denotaba su curiosidad cuando reconoció a la persona que estaba al otro lado. Parpadeó confundido y se echó hacia atrás, sintiéndose francamente consternado, es decir, él era Osamu Dazai, ex ejecutivo de la peligrosa Port Mafia y actual detective confiable y buen compañero, y por regla general se creía capaz de prever cualquier situación y tener al menos dos planes listos para salir ileso de ella. Pero definitivamente nada lo preparó para que, al abrir la puerta, Atsushi estuviera esperando en el pasillo. Y ella no tenía buena pinta, sus mejillas estaban rojas al igual que la punta de su nariz, su cabello húmedo por el aguanieve se le pegaba a los costados de la cara y el cuello, el abrigo que traía puesto sobre su camisa no parecía muy grueso.
El viento frío ingresó a su dormitorio y Dazai cerró la puerta, o lo hubiera hecho enteramente si una mano blanca enguantada no se hubiese colado entre la puerta y el marco. Todavía más consternado, Dazai abrió, estiró su brazo y atrajo al interior a su subordinada.
—Atsushi-chan, ¿tienes idea de qué hora es? —reclamó, cruzándose de brazos.
Pero Atsushi no respondió, ella estaba curioseando el lugar, con sus ojos grandes y vivos vagando por los escasos estantes, la pileta de la cocina con platos secándose, la ropa en una esquina que debía ser doblada –y que sólo para aclarar, estaba recién lavada– la pila de documentos a entregar dispuestos en una pila en la mesa chica que también tenía una botella verde a medio llenar, un vaso y tres paquetes de papas fritas vacías.
—Esperaba que este lugar fuera un desastre—murmuró ella, posando sus ojos en él. Parecía estar reflexionando sobre algo importante hasta que lanzó una exclamación ahogada y frunció el ceño, lo apuntó con un dedo acusador y dijo— Casi son las once, debías estar en la Agencia a las ocho.
—Mi reloj se daño.
—Tu reloj no se dañó, Dazai-san. Deja de hacer el vago y ven conmigo.
Dazai se llevó una mano al pecho y abrió mucho los ojos, mostrándose ofendido por el comentario de Atsushi, que a todo esto, solo estaba ahí de pie, dedicándole una mirada seca de esas que le obsequiaba más o menos dos veces al día excepto los domingos por la mañana. Sospechaba que en el fondo, ella sabía que él no era trigo limpio. De acuerdo, para ser justos, ninguno de sus compañeros pensaba así debido a su pasado como mafioso pero Atsushi poseía esa pizca de viveza que a personas como Akutagawa le faltaba. Ella no era un títere, seguía sus instrucciones al pie de la letra soportando en el frente de batalla siendo consciente que Dazai incluso planeó de ante mano cada paso que ella daría, asegurándose también de expresar su opinión sobre lo que él decía y hacía, opiniones que no siempre eran positivas. No siempre fue así, Atsushi aprendió a entrenar su vista y sus sentidos de manera en que quizás solo Rampo y el presidente lo hacían. Sin embargo, Atsushi todavía poseía una característica que hacía que el corazón falto de cariño de Dazai bailara con enferma diversión: su ingenuidad.
Compuso una expresión tan profundamente cansada como pudo y dejó caer sus hombros, se tambaleó un poquito en su lugar y suspiró.
—La verdad es que no me encuentro bien—murmuró, teniendo cuidado de no dejar que su voz sonara como la de un hombre en perfecto estado físico—me duele el estómago.
Para probar su punto, llevó sus manos a su abdomen y se contrajo en una mueca no demasiado exagerada. Funcionó. Atsushi dio un paso adelante y le tomó de los hombros para sostenerlo y ayudarle a sentarse en su tatami.
—Entonces le diré al presidente que te excuse por hoy, y le preguntaré a Yosano-sensei si puede prescribirte una medicación.
Un frío temblor escaló por la columna de Dazai de solo pensar en el tipo de tratamiento que esa respetable loca le recomendaría y negó rápidamente con la cabeza.
—No debemos molestar a Yosano-sensei por un simple dolor de estómago—apuntó rápidamente, lo cual le hizo ganar la sensación de finos dedos pinchando sus hombros. Así que ella comenzaba a sospechar, eh—Me quedaré aquí y descansaré. Ya he bebido un té para paliar el dolor, solo debo esperar a que haga efecto.
Atsushi lo soltó y cruzó sus brazos al frente, puso una expresión más bien decepcionada y luego suspiró, dejando caer sus hombros. Su cabello comenzaba a secarse gracias a la calefacción y las finas hebras apuntaban en todas direcciones, seguramente como un efecto secundario de la humedad de la nieve antes adherida. Suspiró y cerró sus ojos. Se veía auténticamente derrotada.
—Vaya, si te duele el estómago, no podrás probar el chocolate.
— ¿Chocolate? —Dazai parpadeó, confundido por un microsegundito.
Atsushi asintió, todavía con esa expresión de amarga decepción pintando sus finas facciones. Sacó una cajita rectangular, delgada y larga de su bolso y la expuso ante él. Lo que sea que contuviera estaba envuelto en un papel de regalo negro, simple y liso adornado únicamente por una discreta cinta de color blanca en un extremo. Dazai intentó no verse afectado por lo que él creía que era, pero su genio pudo más y acabó de pie frente a ella, con el chocolate en su mano derecha y la izquierda envuelta alrededor de la cintura de su subordinada. Cualquier chica se habría puesto roja como un tomate, habría tropezado con sus palabras y habría cedido con las rodillas hechas gelatina. Pero Atsushi no era cualquier chica y la mayor parte del tiempo su ingenuidad la protegía de rufianes como él. Una espinilla todavía pinchaba su orgullo desde esa vez en que él le propuso suicidarse juntos y ella rechazó la idea de plano, alegando que le gustaba vivir.
—Dazai-san, no pienses en comerte eso si te sientes mal—advirtió ella, ignorando la cercanía entre ambos y la mano presionando su cintura con ligereza.
— ¿Esto es para mí? —preguntó, ganándose una mirada de sorpresa y un –bendito sea el cielo– sonrojo por parte de ella— ¿Me estás dando chocolates por San Valentín? ¿Sabes lo que esto significa?
Ella cambió el sonrojo por otra expresión reflexiva que se mantuvo hasta que sus ojos se desviaron hasta el conveniente reloj en su pared y lanzó otra exclamación ahogada. Se soltó del agarre del que Dazai estaba seguro que no notó y se dirigió hacia la puerta.
— ¿Qué harás? Debo ir por mi cuenta en un encargo esta tarde pero si no te encuentras bien, pasaré a dejarte algún medicamento para
—Iré a la Agencia.
Ante un sonido mezcla de protesta y sorpresa por parte de Atsushi, Dazai tomó su abrigo, se colocó los zapatos y salió al día especialmente nublado, húmedo y frío. El aguanieve ya no caía, lo cual era una buena cosa. Atsushi salió detrás de él, cerrando la puerta y bloqueando el camino. Ella en verdad se creyó que estaba enfermo. Era demasiado adorable para su propio bienestar y su ingenuidad era un arma de doble filo, un arma que a Dazai le encantaba empuñar.
—Por cierto, Atsushi-chan, ¿alguna vez has sido besada?
La pregunta descolocó a su subordinada. En lugar de sonrojarse, volvió a poner ese gesto reflexivo mientras sus ojos se movían por todo el suelo, como buscando algún suceso parecido en su pasado. Teniendo en cuenta el lugar del que salió, Dazai no podía augurar nada bueno ni positivo, aunque ella estuvo ahí mientras pasaba de ser una niña a una adolescente. No quería pensar en todos los tipos de abuso a los que podrían someter a una chica abandonada.
—No—dijo finalmente.
— ¿Ni siquiera un beso indirecto?
— ¿Qué es un beso indirecto?
Dazai suspiró, distraído. Vagamente abrió el envoltorio y descubrió adentro una barra de chocolate marmolada y con incrustaciones de nueces y almendras. La boca se le hizo agua, pero antes de poder disfrutar de su merecido obsequio, tenía que jugarle a su subordinada una broma lo suficientemente bruta como para que cayera en lo que estaba frente a sus narices.
No que fuera tan difícil, Atsushi era una chica bien despierta y consciente… el cuarenta y cinco por ciento del tiempo.
Siendo casi mediodía, decidió que era un buen horario para divertirse a sus expensas, así que acercó a ella el chocolate, ofreciéndoselo. Atsushi parpadeó, preguntando silenciosamente.
—Pruébalo y dime cómo está. No puedo comerlo con este dolor de estómago—otra vez puso una mano contra el estómago y se contrajo, frunciendo un poquito el ceño. Entonces, Atsushi le quitó el chocolate y procedió a darle una cuidadosa mordida—Por cierto, se considera un beso indirecto cuando dos personas posan sus labios en la misma superficie.
—Oh, no lo sabía. —murmuró ella tras tragar el chocolate. Le regresó el resto.
—Por ejemplo, cuando un chico y una chica comparten una botella de agua, una taza de té, una cuchara—mordió el chocolate en la misma esquina que ella, que para ese entonces cayó en la cuenta de lo que significaba y palideció en consecuencia— también cuando comparten los palillos o muerden un extremo del alimento que el otro mordió antes.
La cara de Atsushi pasó del pálido al rojo tan rápido que Dazai creyó que pronto le saldría vapor por las orejas. Supuso que se tardaría un poco en salir de sus estupor y perseguirlo para increparlo por su falta de respeto, así que Dazai se adelantó, encaminándose a la Agencia Armada de Detectives, no vaya a ser que Kunikida decidiera ir en su búsqueda también.
