Notas antes: esto es un capricho. Algunos (bastantes) OC; otros tantos OoC más. Yo pienso que todo es posible, especialmente en fanfiction.


Haikyuu! 2: la batalla de los hijos

(O por qué Kenma no puede lidiar con un hijo popular)

Disclaimer: personajes no son míos


I

Kenma no tenía presupuestado tener hijos, pero llegaron. Descubrió que el alcohol puede ser un gran fertilizante, y que el látex no siempre estaba de su parte. O quizá sus pequeños Nanase Haruka eran nadadores formidables que lograban vencer cualquier tipo de resistencia física que se les presentase en el camino.

—¿Quién es Nanase Haruka? ¿Tu nueva chica? —Tora nunca estaba para las analogías de Kenma.

—No. Es este nadador muy famoso…

—Imposible. Si fuera famoso, lo conocería.

—De un anime —completó Kenma.

—Ahhh. —Todo cobró sentido para Tora—. Entonces si no es Nanase Haruka, quién es tu nueva chica.

Kenma rodó los ojos. No es que fuera el ligón del año, más bien lo contrario. Podía contarse su vida amorosa con los dedos de una mano y le sobraban. Pero, en aquella vida monótona y aburrida que llevaba, ya tenía tres hijos, de madres diferentes todos ellos.

—¿Es que tú no aprendiste nada de las clases de educación sexual? —lo retó Tora cuando se enteró de la llegada del tercero al ruedo.

Kenma no supo responderle. No era culpa suya que su Kenma jr fuese un experto asesino de profilácticos. Estaba la gente fértil, la muy fértil, y luego él escapándose de las gráficas.

El mayor de sus hijos se llamaba Paolo y ya iba en segundo año de preparatoria. La madre, una japonesa hija de inmigrantes italianos, fue quien eligió el nombre. Kenma nunca fue capaz de pronunciar «Paolo» correctamente y, como muchos, simplemente le decía Pao. A veces, Pao-Pao.

La madre de Paolo era la única de las madres de todos sus hijos con quien estaba en buenos términos. En realidad, ella resultó ser lesbiana, y fue Kenma quien la sacó de dudas. Pero los Nanase Haruka no discriminan óvulos de chicas que prefieren otros óvulos, y nueve meses después —o bien ocho, porque se presentaron dificultades en el embarazo— un crío de cabello ridículamente sedoso y nombre impronunciable llegó al mundo.

Aún no tenía veinte años cuando hubo nacido Paolo. Kenma intentó trabajar y seguir sus estudios al mismo tiempo, pero se le hizo muy difícil y terminó reprobando casi todo. Al final decidió sacar una carrera de técnico informático por internet, para disgusto de sus padres. Era la vergüenza de la familia, y no pasó demasiado tiempo para que Kenma finalmente se independizara en una caja de fósforos de algo más de 25 metros cuadrados. Cayó en cuenta de que era un inútil. No sabía cocinar, ni fregar, ni hacer la cama. Adelgazó diez kilos su primer año y su piso se convirtió en un nido de hongos. El dueño del piso no le renovó el contrato al año siguiente, y al final, los azares —o malabares— del destino hicieron que su vida se cruzara con la de Lev, con quien vivió una temporada.

Le hubiese gustado vivir con Paolo en lugar de Lev. Al principio lo visitaba con regularidad, pero a medida que Paolo crecía, más se convencía Kenma que no tenía nada en común con su hijo, y que los genes lésbicos oponían alguna clase de resistencia. O los genes italianos, cómo saberlo. Aunque era innegable que lo quería, ya no sabía cómo acercársele. Además, desde que empezó la preparatoria, estaba insoportable.

—No está bien que hables así de tu propio hijo —le regañó Tora.

Cada cierto tiempo, Kenma se reunía con sus antiguos colegas de la preparatoria, Tora y Fukunaga. El primero trabajaba como periodista deportivo en un canal de deportes, se encargaba de las estadísticas. El segundo era raro, pero como lo querían preferían utilizar el término «excéntrico», que era más de amigo. Si Kenma tenía que describirse a sí mismo y su rol en el grupo, seguramente él era aquello que se conocía como un «caso perdido».

—Quiero decir —continuó Tora—, ¡Pao-chan es tu hijo! Quizá sea cosa de la edad, ¿cuánto tiene, quince?

—Dieciséis… —Kenma sacó cuentas con los dedos—. Sí, dieciséis.

—La adolescencia es complicada.

—Ya sé. Pero, Tora, nosotros no éramos así a esa edad. Éramos más civilizados.

Pffff —Fukunaga negó con la cabeza.

—¿Qué te pasa?

—Civilizados, ya

—A lo que voy —retomó Kenma—, dentro de todo, nos portábamos bien. Hacíamos deporte, estudiábamos para que las bajas calificaciones no nos dejasen fuera de los campeonatos, y nos íbamos a la cama temprano. Nos portábamos bien y obedecíamos las figuras de autoridad. Pao no es así, para nada.

—¿Y cómo es? —le preguntó Tora—. El que no se quiera ir a la cama a las diez de la noche no lo hace necesariamente un «insoportable».

—Es como… bien, es como el chico popular.

Fukunaga se cayó de la silla.

Después de Paolo le seguía Sylvia, se llevaban por cinco años. Tampoco era un nombre que supiera pronunciar, y Kenma había optado por llamarla «Siru-chan». La madre de Sylvia era una prima rusa de Lev. Kenma ni siquiera tenía que haberla conocido, y cada vez que debía contar la historia, decía que aquello fue una triquiñuela del destino. Alguien debía traer esa niña al mundo, y la divina providencia sabía que no había espermatozoides más eficientes que sus Nanase Haruka. Kenma no era otra cosa que la paloma del espíritu santo.

El asunto fue que la prima de Lev hacía turismo en Japón, y Lev debía mostrarle la ciudad a su prima, pero olvidó que debía que rendir un examen mortal, y por esos azares de la vida, Kenma terminó encasquetado como el guía turístico de una jirafa que le doblaba en altura y que no hablaba una gota de japonés. La situación no tenía sentido y acabaron en un bar, demasiado decepcionados el uno del otro. Al día siguiente Kenma no recordaba haberse bajado pantalones, mucho menos haberle quitado las bragas a la giganta con sus dientes. Solo recordaba que había sido súper aburrido, y que odiaba a toda Rusia.

Ella por su parte odiaba a Japón, y no tardó en regresarse a su país, donde le creció la panza y dio a luz a Sylvia, creyendo sinceramente que su hija fue concebida por obra del espíritu santo. Al acentuarse los rasgos nipones de la niña, la madre siguió sin hacer conexión, y sus investigaciones religiosas le llevaron a la revelación de que el espíritu santo era de esencia oriental, entonces empezó a formar su propio movimiento religioso.

Años después, y para sorpresa de todos, Lev resolvió el caso.

—¿Tengo una hija? ¿En Rusia? Qué disparate dices ahora, Lev.

—Kenma-senpai, solo mire la fotografía.

A diferencia de Paolo que no se le parecía en nada, la niña Sylvia era un calco suyo, y rubia natural, quién lo pensaría.

Pero la madre de Sylvia no quería saber nada de Kenma, porque su caso estaba siendo estudiado por el vaticano, y ya había emprendido acciones legales para fundar su propia iglesia, Las Inmaculadas del Bodhisattva. Simplemente no aceptaba a Kenma como padre y lo quería lejos de la vida de su hija, quien interfería con la entrada en religión de la niña. Fukunaga le recomendó secuestrar a Sylvia. Tora le recomendó no escuchar las ideas ilegales de Fukunaga, y que consultara con un buen abogado. Kenma, a quien apenas le alcanzaba el dinero para llegar a fin de mes, no estaba como para costearse ni siquiera un mal abogado, así que le pidió a Lev que intercediera por él.

Actualmente Sylvia tenía diez, once años. Kenma había logrado visitarla dos veces, y se escribían cartas de vez en cuando, que no comunicaban demasiado porque ninguno dominaba el idioma del otro. Pero le bastó a Kenma solo aquellas dos veces para descubrir lo mucho que Sylvia se le parecía. Era una asocial, loca de los videojuegos, desaliñada por naturaleza, escurridiza como un gato, y solo comía pasteles de manzana.

Si Sylvia era realmente su calco, sabía que le estresaría profundamente que Kenma emprendiese acciones legales para tener derechos sobre ella. Sin embargo, en ningún caso implicaba que Kenma estuviese conforme con su situación actual, pero pensaba que lo mejor era dejarse llevar y mandarle a Sylvia videojuegos para su cumpleaños.

La última de sus hijas estaba a dos meses de nacer. La madre era una chalada con quien salió y terminó infinitas veces, hasta que el hilo finalmente se rompió y ya no compartían nada más que un feto. Kenma ni podía recordar por qué habían empezado a salir la primera vez. Quizá porque veía por doquier gente sentando cabeza y sus padres le agobiaban con indirectas. Todos sus conocidos tenían trabajos respetables, casas bonitas y matrimonios saludables, o bien estaban a punto de conseguir todas aquellas cosas. Por ejemplo, Tora mismo tenía fecha para su boda el próximo verano, y Lev, quien fuese su compañero de piso por tanto tiempo, había empezado a vivir recientemente con una chica con quien llevaba saliendo dos años. Kuroo seguía soltero, pero el banco acababa de aprobarle una hipoteca para comprarse un loft moderno en pleno Ginza, y Kai tenía todas esas cosas, y además, un perro siberiano. Quizá Fukunaga era el único que, al igual que Kenma, parecía no sentar cabeza, pero Fukunaga realmente no contaba.

Kenma pensó que podría sacar algo positivo de aquella relación tóxica, pero lo único que sacó, fue otra hija.

—Oye, ¿ya tiene nombre el feto? —quiso saber Tora.

—Sí, lo tengo escrito en algún lado —Kenma registró sus bolsillos. Salieron una goma para el cabello, un envoltorio de gominolas, un condón sellado que ni se molestó en disimular, y un papel arrugado. Kenma estiró el papel. Había allí un nombre escrito en katakana—. Pamina, se llamará Pamina.

—Pamina —repitió Fukunaga.

Los tres hombres se quedaron en silencio, contemplando el interior de sus respectivos vasos. Tora fue quien dijo lo que todos pensaban:

—¿Alguno de tus hijos tendrá un nombre japonés?

—Qué se yo, nunca me dejan opinar.

—¿Al menos sabes de dónde salió Panini?

—Pamina —corrigió Fukunaga—. Es un personaje de La Flauta Mágica. Es una ópera. La escribió Mozart.

—Ah, Mozart, claro, a ese lo conozco —Tora comenzó a silbar una melodía.

—Bruto, esa no es de Mozart, es de Vivaldi —volvió a corregir Fukunaga.

—A ti te gustaría la chalada de mi ex, Fuku. Está super loca y sabe todas esas cosas culturales que te apasionan.

—No me gusta tanto Mozart, prefiero el impresionismo.

—No dejes que tu hija se llame Panini, Kenma —interrumpió Tora como si toda la conversación anterior no hubiese ocurrido—, eso es un tipo de pan.

—¡Pamina! ¡Se llama Pamina!

Fukunaga le lanzó a Tora todo el líquido que quedaba en su vaso. Por un leve momento, Kenma se sintió ligero, como transportado a los días pasados, y una risa desprovista de ataduras se le arrancó casi desde sus intestinos. Solo Fukunaga podía provocarle reacciones así de honestas.

Tora terminó muy ebrio. Junto a Fukunaga intentaron llevarlo hasta su casa, pero finalmente lo abandonaron en un hotel cápsula. Eran pésimos amigos, lo sabían, y les daba lo mismo.

—¿Crees que Pamina sea un buen nombre, Fuku?

—Al menos es un nombre que puedes pronunciar.

—Eso es verdad.

Su ex quería mantener a Kenma lo más alejado del feto. Y realmente no sabía por qué trataba de «feto» a su hija, le parecía algo peyorativo, pero la palabra ya se le había pegado. Su ex apenas le informaba sobre su estado de embarazo, y era muy celosa. Kenma no quería repetir la situación que vivía con Sylvia, y aquello lo tenía muy estresado; pero luego pensaba en Paolo, en lo distanciado que lo sentía últimamente, y aquello le hacía sentir contrariado.

Antes de separarse de Fukunaga, le preguntó qué haría él con Paolo, de estar en su lugar. Fukunaga se quedó meditando, jugando con un grano que le había aparecido en la barbilla.

—¿A Pao-Pao también le salen granos?

—No. Ya te dije que es popular.

—Quizá signifique que va a llover. Quizá sea un grano de meteorología.

Fukunaga se despidió de Kenma sin responder a su pregunta. Kenma no sabía por qué tenía los amigos que tenía. «Un grano de meteorología, qué es eso». Pero, sorprendentemente, al día siguiente arreció como nunca, y Kenma quien se dejó las ventanas abiertas del piso, al volver del trabajo se encontró con todo inundado. Sin saber a quién recurrir, terminó llamando a la madre de Paolo. Ella le invitó a pasar la noche en su casa.

Llegó a eso de las veinte horas, con nada más que su portafolios y algunos gadgets electrónicos. Paolo aún no llegaba a casa.

—Está en una edad complicada, lo admito —dijo la madre de Paolo a Kenma—. Volver tarde a casa no es lo único que desapruebo. Se ha vuelto muy respondón, se escapa de clases, pasa horas en el baño… secándose el cabello.

—¿Secándose el cabello?

—Bueno, ya sabes… —e hizo un gesto significativo frente a su entrepierna.

—¿Estás diciendo que nuestro hijo se hace pajas con el secador?

—¡No, no así! Yo pienso que lo deja encendido para disimular… quizá sea un poco retrasado.

—¿Retrasado dices?

—Sus calificaciones son un desastre. Siempre tiene que ir a clases de recuperación, y a veces ni se presenta.

—Cómo pasó esto.

—No lo sé. El año anterior no era así, ¿cierto? No tenía las mejores notas, pero era aceptable. No sé qué pudo haber ocurrido, pero siempre que trato de hablar con él, es como hablarle a una pared. ¿Puedes tú hablar con él, por favor?

Kenma se quedó en la cocina esperando la llegada de su hijo. Paolo no regresó hasta después de medianoche. Se llevó un susto de muerte al reparar que había alguien en la cocina. Se armó con un uslero y encendió la luz. Ver a su padre jugando con su teléfono lo decepcionó profundamente.

—Kenma, al menos enciende la luz. Mierda, me asustaste. ¿Qué haces aquí?

Kenma suspiró. No le gustaba que su hijo le llamase por su nombre, pero no tenía coraje para hacer cambiar aquel hábito en Paolo. De todas formas, él no sabía pronunciar el nombre de su propio hijo, de alguna manera sentía que se había ganado el derecho a llamarle como quisiera.

—Mi casa se inundó —respondió.

—¿Y mamá? ¿Mamá duerme?

—Sí, supongo que duerme, a menos que tenga algún trastorno del sueño.

—Bien, buenas noches.

—¡Espera, detente! ¿No vas a explicar por qué vienes llegando a estas horas?

Paolo pasó por el lado de Kenma, sordo a sus palabras. Kenma le dio alcance en el pie de la escalera. Lo agarró del brazo.

—¿De verdad te vas a escapar así como así?

—Tengo clases mañana, ¿quieres que siga perdiendo más horas de sueño? La señora Lucy dijo que los alumnos en crecimiento debíamos dormir 7 horas diarias.

—¿Quién?

—La señora Lucy. —luego añadió—: La señora Lucy es la enfermera de la escuela.

Nombres impronunciables por todas partes.

—Bien, bien… pero mañana hablamos. No… de esta no te vas a librar así tan fácil. ¿Entiendes que esta no es una hora prudente de llegada?

—Ya Kenma, déjalo.

Su hijo siguió su camino escalera arriba. Había sobrepasado a Kenma en altura, y su cabello moreno formaba ondas naturales que le quedaban muy bien. Al día siguiente, al desayuno, Kenma cayó en cuenta que su hijo era absurdamente apuesto. No se trataba solo su cabello, increíblemente sedoso y brillante, que también. Era aquella simetría perfecta de su rostro, la sonrisa de dientes perfectos, las pestañas largas, la fineza de sus rasgos, su palidez saludable, los lunares en rostros y brazos…

Mierda, un bishonen por hijo, ¿cómo pasó aquello?

—¿Por qué tiene esas pestañas? —le preguntó Kenma a la madre, por lo bajo— ¿se maquilla?

—No Kenma, no me maquillo —respondió Paolo por su madre—, soy naturalmente hermoso.

—No tiene nada de malo si lo haces —Kenma quiso mostrarse comprensivo—. Yo me limaba las uñas a tu edad.

Paolo solo miró a su padre, como decidiendo si valía la pena o no responderle. Tras un momento de cavilación, decidió que no valía la pena. Estaba en una edad muy mala.

—¿Quieres que te vaya a dejar a la escuela? —se ofreció Kenma—, me queda en la ruta a mi trabajo de todas formas.

—No, gracias. No podría soportar que alguien me viese bajando de tu vehículo. No te lo tomes a mal, simplemente no podría.

Una edad pésima.

—¿Qué tiene de malo mi pacman-móvil?

—Creo la pregunta se responde por sí sola.

Paolo dejó la casa con media tostada en los labios. Demasiado bishonen, pero con un carácter de villano de manga shonen. Pensó que se trataba de un caso desesperado, y su madre también lo pensaba.

—El problema es que nunca lo hemos castigado —admitió la madre—. Lo hemos consentido demasiado.

—Sí, ¿por qué hicimos eso?

—Lloraba tanto cuando era pequeño, ¿te recuerdas?

—¿Nuestros padres nos educaron bien al ser tan estrictos y negarnos tantas cosas?

—Quien lo diría. Entonces está convenido, vamos a castigarlo, ¿se te ocurre algún motivo?

Kenma le dijo la hora a la que llegó Paolo la noche anterior y la respuesta que le dio. Mientras hablaba, observó la hora en su reloj. Le habría gustado pasar a su departamento antes que a su trabajo, pero iba justo. Se le ocurrió que el castigo de Paolo podía ser ayudarlo a arreglar su piso. Los castigos estándares como privarlo de su teléfono, o bien encerrarlo en su habitación, le traían demasiados malos momentos de su propia infancia y realmente no era capaz de hacer pasar a su hijo por semejante sufrimiento. La madre no tuvo ningún inconveniente. Quedó así convenido.

Kenma trabajaba en una empresa de soluciones informáticas. Se la pasaba mayormente eliminando virus, instalando softwares, y recuperando datos de computadores averiados. Aquella mañana recibió una confirmación de un cliente para realizar baño químico a computadores con sulfato en la placa madre, así que se dedicó gran parte a desensamblar el ordenar para limpiar cada una de sus partes. Tora se pasó como a eso del mediodía, mientras limpiaba. No era usual que lo visitase en el trabajo.

—No hago descuentos a conocidos —le advirtió.

—Estaba en mi oficina, me asomé por la ventana, y vi a tu hijo. ¿No debería estar en la escuela?

—Debería, sí.

—Sentí que tenía que decírtelo.

—Genial, esto me viene bien. Estoy buscando motivos para castigar a Pao —se explicó—. Fugarse de clases definitivamente es motivo de castigo.

—¿Cuál es el castigo?

Kenma le explicó el castigo, Tora lo pestañeó perplejo.

—¿Se inundó tu piso? ¿Cómo?

—Eso da igual ahora. Pero es un buen castigo, ¿cierto?

—Es cierto, los castigos no deberían ser sinónimo de sufrimiento. Me gusta tu estilo, Kenma. Cuando tenga hijos voy a aplicar tus consejos.

—¿Estás pensando en tener hijos? Porque puedo darte uno de los míos. Cualquiera, de verdad.

—No digas disparates.

—Pero imagina que puedes llevarte uno de mis hijos, ¿cuál elegirías?

—Sylvia.

—No, Sylvia no.

—Entonces Panini.

—Se llama Pamina. Por favor, es el nombre menos difícil de todos.

—Bien, Pamina. Eligo a Pamina, y le cambiaré nombre a uno japonés. Uno sencillo, como Aki, o Aoi.

—¿Por qué no te quieres quedar con Pao?

—De verdad, cuál es tu problema con Pao-chan. Deberías hacer terapia, has desarrollado una especie de bloqueo hacia tu hijo.

—Tú lo viste hoy. ¿No te pareció demasiado bishonen? Además, pasa horas en el baño… secándose el cabello. Pero yo pienso que realmente se seca del cabello en lugar de… secarse el cabello.

—No entiendo de qué estás hablando.

Kenma no quiso explicárselo.

Pero Tora tenía razón, estaba desarrollando una especie de bloqueo hacia Paolo. No le gustaba que su hijo fuese… bueno, popular. Él nunca se llevó bien con los populares de la escuela.

Quizá debería ir a terapia. Castigaría a su hijo, e iría a Terapia. Sería un adulto responsable. Su hijo ya no se encresparía más las pestañas. Y si no funcionaba, sería un padre chapado a la antigua y le requisaría el maldito secador de cabello. Inspirado por una ola de coraje nada propia, tomó su teléfono y le escribió un mensaje a Paolo.

«Te han visto fuera de la escuela. Tienes dos opciones, o venir a mi trabajo ahora mismo para que me des explicaciones, o que yo vaya a la escuela y ellos se den cuenta que te has fugado.»

Paolo le mandó una foto de él en la escuela.

Bishonen, petulante, y además tarado. Un cliché de alumno popular, qué tragedia.

«¿Crees que no sé buscar la fecha en que fue tomada una fotografía? ¿Acaso no sabes en qué trabajo? Iré a la escuela ahora mismo».

Explicó en su trabajo que tenía un asunto de vida o muerte que resolver, y junto a Tora, subieron al Pacman-móvil rumbo a la preparatoria. Lograron capturar a Pao justo cuando intentaba saltar la verja de la escuela y lo metieron a presión al vehículo.

¿Así que quería ser popular y dárselas de rebelde, eh? Pues que se ateniera a las consecuencias. Esta iría en nombre del Kenma que sufrió toda su preparatoria.


Notas después: la idea para este fic la saqué de otro fic mío porque ciertos escenarios no me dejaban en paz. No es la idea más brillante que he tenido… bien, es una basura, pero hoy es mi aniversario así que no se aceptan críticas.

Ok no, siempre se aceptan críticas. No será un fic largo, y no tendrá más neurona de lo que ya han visto. Japiers out. (Se pronuncia con "J" como de "jirafa", o "jabalí", etc)