Disclaimer: Los personajes y lugares descritos en este fic son propiedad Kyoko Mizuki.

Capítulos: 2/4

Personajes: Albert y Candy

Lo correcto de lo incorrecto

Candy se había enamorado profundamente tres veces. La primera vez fue de Anthony. No pudo evitar confundirlo con su príncipe de la colina. Ella se sonrojaba cuando estaba con él. Dejando escapar suspiro tras suspiro cuando no estaba a su lado. Añorando y sonriendo. Fue su primer amor. Una ilusión de niña, pura e infantil que terminó cuando él murió al caer de un caballo.

La segunda fue de Terry. Y de la mano de su compañero de colegio vio su primer beso. El descubrimiento de algo más físico y al mismo tiempo, ella quería estar con él cuando la necesitara, conociéndolo y comprendiéndolo en su eterna soledad. En su rebeldía. Convirtiéndose esa en una pasión de adolescentes y sin embargo, Candy le amó. Pero también eso terminó, en un sinfín de sinsabores de fugaces encuentros y crueles despedidas.

Y la tercera, la más importante. De Albert. Su tutor, el que había estado a su lado siempre. En las buenas, en las malas y en las peores. Que la había protegido y salvado tantas veces que ya no podía contarlas con las manos. Era un hombre apuesto, trabajador y responsable. Que soñaba con hacer algo por el mundo mientras se consumía detrás de un escritorio.

Esa vez era distinta a las demás. Candy no sentía pena ni sonrojos en presencia de Albert como ocurría cuando Anthony le sonreía. Tampoco siente la omnipresente necesidad de estar mirándolo y no se quedaba tranquila hasta saber que estaba bien, como con Terry.

No, Candy, se sentía ella misma con Albert hablando de mil cosas y compartiendo secretos. Y, sin necesidad de girarse, sabía que estaba ahí, detrás de ella. Habían vivido juntos, creando una rutina natural y correcta entre ambos que Candy a veces añoraba. Vivir en el magnolia con él a su lado y que las preocupaciones se quedaran afuera de esas cuatro paredes. Candy a veces se veía al espejo y recordaba a Albert y de cómo un día, se había ofrecido a peinarla, tomando el cepillo y provocando en ella sensaciones que nunca había experimentado. Y se dio cuenta de que aquel era un amor de mujer cuando tuvo la imperiosa necesidad de pedirle que dejara de tocar su cabello y la tocara a ella. Pero no lo dijo. Y entonces, él se fue de viaje.

Candy no veía nada de malo en que ella y Albert empezaran a salir. Ser novios, poder besarlo y abrazarlo y… que tocara algo más que solo su cabello.

Pero sabía que, a ojos de la sociedad e incluso de su propia familia adoptiva llena de tradiciones y normas ridículas y sin fundamento, no estaba bien visto. No solo porque él era su tutor. Sino porque le lleva nueve años. Y Albert no intentaba llevarse bien con la sociedad, pero su apellido lo obligaba a hacerlo. De todas formas, se dijo Candy, encogiéndose de hombros, para él, ella era una niña. Y a sus ojos, su hermana. Nunca una mujer digna de ser llevaba de su brazo.