Notas antes: a LR un feliz aniversario
Haikyuu! 2: La batalla de los hijos
(O por qué todos creen que Tsukishima es el padre de la hija de Yachi)
Disclaimer: personajes no son míos (salvo algunos)
II
Yachi Hitoka llegó a Tokio a inicios de septiembre.
Sin haber fracasado en el trabajo o en el amor, esperaba hallar en la gran capital una segunda oportunidad. Para ella y Kei, su hija.
—¿Kei? ¿Cómo Kei? —se horrorizó Tsukishima cuando se enteró cómo Yachi bautizaría a su hija, hace ya quince años.
—Se escribe de un modo diferente al tuyo[1]. Además, es un nombre muy bonito. No tiene nada de malo, muchas chicas se llaman Kei.
A Tsukishima no le hacía gracia. «Muchas chicas se llaman Kei», ¿qué estaría insinuando?
Yachi Hitoka se quedó en estado de buena esperanza al poco tiempo de graduarse de preparatoria, debido, ante todo, a su imposibilidad de decir «no». Por muchos inciensos que prendió en el altar familiar, y todas las plegarias que rezó, los Dioses decidieron darle la espalda, y en su panza germinó un tubérculo que puso su mundo de cabeza.
—¿Pero por qué «Kei»? —insistía Tsukishima, incapaz de dejar ir el tema.
Yachi Hitoka simplemente encontraba que, para las mujeres, era un nombre refinado que sonaba muy bien. Pero para hombres… pues, «Kei» se le hacía un poco gay.
—Kei no es gay.
—Ya…
—No lo es.
—He dicho que «ya».
Tsukishima sabía muy bien por donde iban los pensamientos de Yachi, pero le traían sin cuidado. Lo que le molestaba de la situación no era que Yachi le considerase marica, sino que todos los demás lo creyeran el padre de la cría.
—Solo es un alcance infortunado de nombres —dijo cientos de veces.
Incluso Yamaguchi, aka su mejor amigo, dudaba.
—Si no eres tú, entonces quién es.
—¿Y yo por qué tengo que saber?
—Si accediste a que se llamara como tú es que debes saberlo.
—No consigo seguir tu línea de pensamiento.
—Di la verdad, Tsukki.
—¡Ahhhhh!
Nadie sabía, solo Yachi y no abría la boca.
Los embarazos adolescentes eran una realidad que se había repetido en su familia como una especie de maldición, generación tras generación. Le pasó a su madre, a su abuela, y también a su bisabuela. Todas las mujeres Yachi se embarazaban antes de la mayoría de edad, y todos los padres huían de sus responsabilidades, dejando nada más que estrías, cicatrices de cesáreas, e hijas con carencias paternas. Ante aquella perspectiva, Yachi ni se molestó en decirle al chiquillo que la hubo profanado que le había implantado una cría en la tripa. Aunque no debía, su exagerado sentido de la autocrítica la señalaba como la única responsable de su situación, y decidió hacerse cargo de sus pecados como la mujer adulta que aún no era.
—¿Pecados? ¿De qué hablas? —la increpó Saeko, al enterarse cómo pensaba su amiga—. Hitoka, fue un desliz, no un pecado.
—Me voy a ir al infierno.
—Claro que no.
—Tenía que esperar al matrimonio. Pero no supe decir que «no» y es solo mi culpa.
—Ya nadie sabe decir que no. Deja de lamentarte tanto.
—Ya no podré casarme de blanco.
—Nadie debería casarse de blanco en este siglo.
Yachi miró con malos ojos a Saeko.
—¿Y tú eres una millennian ahora?
—Los millennian no tienen nada que ver en esto.
—La humanidad va en decadencia y yo soy una más que perpetúa la degeneración.
Y Yachi corrió a lanzarse al balcón. Saeko quien ya conocía bien las exageraciones de Yachi, interpuso un brazo justo a tiempo.
—Nunca se puede razonar contigo cuando estás histérica.
Saeko se largó a reír. A veces, todavía se rie.
Yachi le confesó a su madre aquello que consideraba «su pecado» y le prometió que no cambiaría nada. Sacaría la carrera aunque le llevara más tiempo, y sería, finalmente, responsable.
Con un rebozo atado al cuerpo en el cual llevaba a su cría, un bolso lleno de fórmulas y pañales, y un abdomen surcado de estrías, fue que Yachi sacó su carrera, sin despegarse la pequeña Kei. La llevaba consigo a las clases, y pronto se volvió en otra estudiante. La pequeña Kei se llenó de tíos, partiendo por tu tío tocayo, el tío Tsukishima Kei.
Tsukishima consideraba «mala suerte» que ambos hubiesen terminado estudiando la misma carrera y en la misma universidad. La mayoría, al verlos estudiando los tres juntos en el comedor, pensaban que se trataba de una feliz familia. Pero cada vez que Tsukishima salía a desmentir aquellas ideas, su fama de descarado del año crecía, y cada día se ganaba nuevos enemigos.
Visto desde fuera, todo apuntaba a un romance esporádico fruto de una noche de alcohol y calentura, el cual terminó con una madre adolescente, una hija sin padre, y un violador desmoralizado que caminaba impune por el mundo. Si antes lo odiaban, ahora más que nunca. Tsukishima intentaba defenderse como podía:
—Yachi es mi amiga. Si yo fuese el padre definitivamente no la habría abandonado.
—Pero lo hiciste, la abandonaste.
—Cómo puedes decir algo como eso. ¿No ves que siempre estamos juntos? Cada vez que puedo, la ayudo en lo que me pida.
—Entonces admites que eres tú el padre de la niña.
—¿Qué? ¡No!
—¡Pero qué descarado! O sea, la ayudas o no la ayudas, sé claro.
—No se puede razonar con nadie hoy en día.
Conversaciones como la anterior las había tenido en múltiples ocasiones, con una enorme cantidad de personas. Con Hinata y Yamaguchi casi a diario. Con Kageyama ni lo había entrado a discutir porque Kageyama apenas sabía formular frases, pero aquello era punto y aparte. Tsukishima estaba seguro que Kageyama era de la misma opinión que el resto.
No ayudó a disipar las dudas que la niña sacase todos esos rasgos que él y Yachi Hitoka compartían, como el color miel de ojos, los cabellos dorados, y la piel blanquísima que se ampollaba al sol. Además, cuando le llegó el estirón, la niña Kei cruzó la barrera de los 170 centímetros y, considerando lo baja que era Yachi Hitoka versus lo alto que era él, 170 centímetros parecían el promedio perfecto. Por si fuera poco, a Yachi Kei le prescribieron gafas al empezar la secundaria.
—¡Pero Tsukki! ¡Solo mírala! ¡Es tu clon! —gritó Hinata en cierta ocasión, blandiendo frente a sus narices una fotografía de Yachi Kei.
—Y además, el modelo de marco se parece mucho al tuyo —apoyó Yamaguchi acercando una lupa a la fotografía para que Tsukishima no se perdiera el detalle—. ¡Ha heredado tu miopía y además tus gustos!
—¡Ya basta! Fue una baja nutricional lo que provocó la miopía de la hija de Yachi-san. No tiene nada que ver con mi miopía genética.
—¡Por qué tienes que saber eso! —gritaron los inquisidores al unísono.
Lo sabía porque, cuando la pequeña Kei comenzó a mostrar problemas de visión, Yachi Hitoka le pidió que le recomendase un buen oculista. Si bien tras egresar de la universidad ambos encontraron trabajos en distintas empresas, ocurrió que sus caminos volverían a cruzarse y ambos se descubrieron como vecinos del mismo edificio. Se veían prácticamente todos los días, y realmente parecían una especie de disfuncional familia moderna.
—Lo sé porque Yachi me pidió el dato de un oculista, y como tocaba mi chequeo anual, dejé a Kei-chan venir conmigo.
—Sí no eres el padre, ¿por qué te involucras tanto?
—Porque soy el único que no le hace preguntas desagradables, a diferencia de ustedes malditos entrometidos.
Y sin más los sacó a patadas de su piso. Hinata y Yamaguchi intercambiaron una mirada.
—¿Tú de verdad sigues creyendo que Tsukki es el padre de Kei-chan? —preguntó Yamaguchi a Hinata.
—Hace tiempo dejó de importarme, pero es divertido cuando se pica.
—Entonces no me sentiré mal conmigo mismo. Pero de que se parecen, se parecen.
—Debe ser uno de esos casos de convección genótrica.
—Convergencia genética —le corrigió Yamaguchi—. Si hay dobles de famosos regados por el mundo, deben de haber dobles para personas comunes como nosotros.
Si bien Hinata y Yamaguchi llegaron a convencerse de que Tsukishima no era el padre de la pequeña Kei, lo habían convertido en el tópico favorito a la hora de sacar las copas. Era divertido porque Tsukishima se picaba. Y cuando se picaba bebía. Y Tsukishima ebrio resultaba ser una persona inesperadamente agradable y divertida.
Pero a ratos, en las horas muertas del trabajo, incluso el mismo Tsukishima entraba en duda. Cada vez que aquello ocurría, Kunimi tenía que abofetearlo.
—Cómo puedes incluso tú dudar.
Ambos trabajaban en una empresa de soluciones ambientales, se aburrían juntos día tras día.
—Yamaguchi tiene razón, es mi mismo modelo de gafas.
—Espera, ¿acaso es posible…?
—¡No! Cómo crees. Pero, ¿recuerdas cuando Scully descubrió que tenía una hija anémica?
—…
—A Scully le extrajeron los óvulos para cultivarlos en un útero ajeno, una octogenaria que apenas se valía por sí misma. Descubrió que tenía una hija tras un sueño profético, años después de ser abducida.
—¿De qué estás hablando?
—Scully, Dana Scully, agente del FBI. La pelirroja de los X-Files.
—¿Es una broma?
—Hay muchos datos que avalan sus investigaciones. Mulder-
—Ya basta —le cortó Kunimi—. No más X-Files para ti.
La ciencia ficción era buena para distraerse, no para explicar las rarezas del día a día.
—¿Pero no ves que todo encaja? Kunimi-san, la hija de Yachi también es anémica.
No más X-Files ni ninguna serie de ciencia ficción para Tsukishima, y punto en boca.
Lo cierto era que Yachi Kei, con o sin anemia, se parecía demasiado a Tsukishima Kei.
El edificio en el que las mujeres Yachi y Tsukishima vivían quedaba frente a la bahía, bordeando la costa. Los separaba un departamento de distancia. Tsukishima Kei residía en un séptimo, la señora Rodríguez vivía en el octavo, y las Yachis en el noveno.
La señora Rodríguez también creía que Tsukishima era el padre de la pequeña Kei. En general la comunidad latina del edificio compartía la opinión de que las familias japonesas llevaban el machismo a niveles arquitectónicos: al parecer era inconcebible que el hombre japonés viviera en el mismo piso que su esposa e hija japonesas, tanto que era necesario comprarse casas separadas.
Ayudado de un diccionario español-japonés Tsukishima intentó explicarle a la comunidad latina que él no era el padre de la pequeña Kei, que no era machismo lo suyo, y que de todas formas Yachi vivía dos pisos sobre él, o sea que era dos pisos mejor que él. Pero, a juzgar por la forma en que derivó la conversación, es probable que Tsukishima les haya dicho que estaba necesitado de un refrigerador, pues al otro día se encontró con un refrigerador digital cuatro puertas y sistema cleanflow incorporado que tuvo que pagar en doce cómodas cuotas, y que ocupa casi tres cuartos de su minúscula cocina.
—Es ridículamente grande —opinó Yachi cuando Tsukishima le invitó a verlo.
—Si necesitas guardar lo que sea… la puerta de la derecha será la tuya.
Como Yachi trabajaba mucho y Tsukishima muy poco, se hizo normal que la pequeña Kei quedase al cuidado de su tío Kei. Tsukishima encontró la paz peinando a su sobrina postiza y por muchos años se preocupó que fuese presentable al colegio. De tanto tiempo pasar juntos, a la pequeña Kei se le empezó a pegar el humor negro del tío Kei, así como la pasión por la música y el voleibol, y los rumores de que Tsukishima finalmente había aceptado la paternidad fueron muy difíciles de rebatir para cualquiera de los dos Kei.
La pequeña Kei al menos se lo tomaba con humor.
—¿Dices que el tío Kei es mi papá Kei? Pero eso no puede ser posible. Si fuera posible, yo le debería muchos regalos del día del padre. Es preferible que no sea mi padre hasta que me case y mi nuevo marido pueda solventar las deudas que tengo acumuladas. Sí, es mejor que no sea mi padre.
Como su humor era raro, la mayoría se metía con el otro Kei, que en ese aspecto era más simple.
Hinata y Yamaguchi observaban la situación sin saber muy bien ya qué comentar. La historia tomaba tintes entre absurdos y surrealistas y estaban perplejos. Les habría gustado discutirlo con una tercera persona, pero ni conocían a muchas personas, y a quien conocía, cada vez hablaba menos.
—¿Te has dado cuenta de que Kageyama habla cada vez menos? —le preguntó cierto día Hinata a Yamaguchi, en el bar.
—Debe tener alguna especie de gusano en el cerebro.
—¿Cómo un agujero de gusano? —preguntó a su vez Tsukishima. Frente a los rostros de perplejidad de Hinata y Yamaguchi, se explicó—. Un agujero de gusano es un puente inter-dimensional que conecta dos puntos espaciotemporales distantes.
—Suficiente ron por esta noche —le regañó Kunimi quitándole su vaso de ron de las manos—. Cuando te emborrachas te pones en plan Spielberg y no hay quien te soporte.
Hinata y Yamaguchi protestaron.
—¡Nosotros lo soportamos!
—¡Ebrioshima es el mejor Tsukishima!
—Además, Kunimi tú por qué estás aquí.
Kunimi tampoco sabía por qué se relacionaba con esa gente. La madurez era ruda y los trabajos tuercen los vínculos sociales de antaño. Extrañaba a sus Aobajousai. Incluso extrañaba al mad-dog, y los regaños del coach Mizoguchi.
—Pues me desentiendo —Kunimi se lavó la mano—. Ustedes lo cuidan cuando no pueda valerse por sí mismo.
—¿Eres mi madre ahora? —dijo Tsukishima—. Llevo apenas… —y trató con mucho esfuerzo contar sus dedos—, como dos copas.
—Cuando te olvidas incluso de cómo contar es porque te irás directo al wáter.
—¿Qué boda fue, la de Shimizu-san? Kageyama dio un discurso que duró casi media hora, súper aburrido. Sus frases no tenían sentido unas con otras y era imposible seguirle el hilo. Daba la impresión que vomitaba frases recortadas de un periódico. Pero, estaba pensando… qué ocurre si todas aquellas frases no correspondían a aquel tiempo. Y si, esas palabras, que en su momento nos parecieron un delirio provocado por la emoción de la boda que burbujeaba con el alcohol, no eran respuestas de aquel momento, sino que respuestas a preguntas aún no formuladas cuyas respuestas se resbalan por su agujero de gusano intracraneal que conecta distintos «yo» de su línea de tiempo.
Ni siquiera ebrio perdía la buena dicción. Por desgracia, la idea no funcionaba ni para una película clase B, así que no se molestaron en mencionársela a Ennoshita. Hinata y Yamaguchi siguieron bebiendo cuando Tsukishima se hubo desmayado sobre la barra. Kunimi tuvo que hacerse cargo de Tsukishima, como siempre.
Malditos de Karasuno.
Situaciones así eran más o menos recurrentes, y cierto día, Kunimi decidió ponerle fin y hablar con Yachi, a quien señalaba como la verdadera causa de todos sus males adultos. Él, quien tenía un pensamiento muy lineal, estaba seguro de que si Yachi revelaba de una vez por todas quién la había dejado preñada en el pasado, Hinata y Yamaguchi dejarían de molestar a Tsukishima, Tsukishima aliviado dejaría de beber y buscar excusas en la ciencia ficción, y la paz se establecería en la galaxia.
Así que fue a por Yachi. Le dijo al ebrioshima que le diera el número de Yachi y él se lo dio sin hacer ninguna pregunta. Nunca se acordaría que accedió a darle el número de la no madre de su no hija.
Kunimi eligió llamarla a la hora del almuerzo. Usó un tono de voz tranquilo y pausado para no incomodarla, y eligió con mucho cuidado sus palabras. Se solidarizó con su situación, pero que aquel misterio debía de aclararse ya, o todos se iban a volver muy locos. Él se iba a volver loco, Tsukishima empezaba a mostrar síntomas de locura, y Kageyama, vaya a saber Dios, ya no hablaba.
Frente a aquel panorama y contra todo pronóstico, Yachi resolvió mudarse a Tokio. Todos odiaron a Kunimi. Incluso Kageyama, aunque no dijo palabra.
—¿Qué? Yachi no. No te vayas.
—Siguiendo tu lógica de causalidad lineal, si yo me voy de Sendai la gente dejará el tema en paz, y Tsukki será feliz, y quizá sí, Kageyama-kun también vuelva a hablar.
—Espera, ¿tú también le dices Tsukki?
—Todos terminamos llamándolo Tsukki. Tú también terminarás llamándolo así. Es la señal del apocalipsis.
Ni siquiera Yachi se salvaba de ser una Karasuno. A Kunimi no le importaba que lo odiaran porque él ya los odiaba de antes.
Otros trataron de hacer entrar a Yachi en razón, dejando a un lado las lógicas de causalidad lineal, pero nada dio resultado. En realidad, Yachi barajaba desde hace un tiempo el dejar Sendai y buscarle un nuevo rumbo a su vida. Su plática con Kunimi fue ese empujón que no sabía que necesitaba.
La idea de dejar Sendai le rondaba por la mente precisamente debido a su hija Kei.
Con su entrada en la adolescencia, a la par que la pequeña Kei se estiraba hacia los cielos, sus tetas se volvían turgentes, atrayendo como dos imanes a buitres profanadores y chicuelos malintencionados.
—Ya es copa C, ya es copa C —lloraba Yachi Hitoka, copa A—. Y la ginecóloga ha dicho que seguirá creciendo.
—Pero Kei-chan suele usar sudaderas y ropa muy holgada, nadie se dará cuenta —intentaba animarle Saeko, copa D—. Además, los chicos de hoy en día no son tan superficiales.
Yachi Hitoka se calmó solo unos segundos. Entonces comenzó a llorar de nuevo. Saeko no tenía idea de cómo eran los millennials.
Kei le salió demasiado hermosa, inexplicablemente hermosa considerando el mamarracho que era ella, y temía que aquello fuese un augurio de desgracia. Cuando le llegó el rumor de que su Kei se frecuentaba con un muchacho de su escuela, temió que sus mayores temores se cumplieran y que la maldición familiar se cobrase una nueva víctima.
—¡Tsukki-kun, debes hablar tú con ella!
—¿Yo? ¿Por qué yo? —Tsukishima no podía entender qué pintaba él en todo ese embrollo—. Deja de meterme en estas cosas. Cada vez que te ayudo, todos hablan.
—Kei siempre te escucha, por favor.
—Yachi-san estás mal. Debes visitar a un terapeuta.
—Hecho, pero habla con mi hija de todas formas.
Yachi agendó cita con un terapeuta, el mismo terapeuta de su madre. El hombre le dijo muchas cosas que ya debería de saber, como que hay que dejar a los hijos espacios para que cometan sus propios errores, que su Kei no era un error ni estaba destinada a sufrir los mismos errores que Hitoka, y que la verdad podría incluso liberarla. Yachi tomó nota en una agenda de hojas rosas. Como siempre, sus apuntes eran perfectos. Sin emabrgo, no les hizo ni puto caso.
Tsukishima también cumplió su parte del trato, más o menos. Antes que iniciaran las actividades de la tarde de los clubes deportivos, le escribió a la niña para que le diera alcance en un Family Mart cercano a la preparatoria donde estudiaba. Le compró una bebida isotónica y luego, a la salida, le dijo:
—Se comenta que tienes un novio.
—Ah, eso. Bueno, sí.
—¿Te gusta?
—No sé. Sí, eso creo.
—Ya…
—Es el chico más popular… pero no estoy con él por eso. En realidad… Tio Tsukki creo que él me gusta mucho.
—Ese chico solo está contigo porque todos te encuentran bonita, está presumiéndote.
—Él es distinto. ¿De verdad crees que soy bonita?
Todos en esa familia Yachi debían mirarse la autoestima.
—El asunto es… Que tu madre tiene un corazón muy débil. Así que cuídate.
—¿Cuidarme?
—Sí. Por favor… cuídate.
—Me estoy tomando mis vitaminas.
—No me refiero a eso… —y miró con mucha seriedad a su sobrina postiza—. Quiero decir: cuídate.
En la bolsa con la isotónica, Tsukishima le metió una tira de preservativos.
—Y jamás se lo menciones a tu madre.
Yachi Kei se pasó la semana pensando cómo demostrarle al tío Tsukki que ella guardaba más relación con un amish que con un millennials. Finalmente decidió que no le diría nada —¡ni que fuera su padre!—, y lo habló directamente con su novio.
Cuando su novio supo que la postura de la pequeña Kei era mantenerse de piernas cerradas y casarse con un vestido blanco de verdad, su novio terminó con ella y comenzó a salir con la capitana del equipo de tenis, que también estaba muy guapa.
Yachi Kei llegó llorando a casa. Yachi Hitoka la recibió asustada, con el corazón en la boca. Se temió lo peor y se imaginó un escenario completamente opuesto. Habiendo vivido la traumática experiencia de ser madre adolescente en un pueblo tan chico, y luego de aquella conversación con Kunimi, finalmente Yachi decidió irse a Tokio. Yachi Kei no opuso reparos.
Y así pasaron muchos días.
Las Yachi estaban en Tokio, y en Miyagi, la lógica lineal de Kunimi seguía tangentes que no había vaticinado, porque con o sin Yachi, Hinata y Yamaguchi seguían encontrando maneras de atormentar a Tsukishima. Además, la circularidad es algo inherente en sistemas complejos, y los nuevos rumores señalaban que las Yachi se fueron a Tokio justamente a encontrar a aquel padre desaparecido, y que por fin se hiciera cargo de las estrías y las carencias paternas.
—Su hija ingresó en Nekoma, no puede ser coincidencia —dijo Hinata, otro día que volvió a quedar en el bar junto a Yamaguchi, Tsukishima y Kunimi. Kunimi era como el nuevo Kageyama—. Uno de los gatos debe ser el padre.
Yamaguchi se volteó a Tsukishima con los ojos muy abiertos.
—¡Entonces no eres tú, Tsukki!
—Es lo que te he dicho por quince años.
Kunimi rio con burla.
—Tú no hables mucho Tsukishima, que hasta hace poco también creías que podrías ser el padre.
—En el capítulo de los X-Files…
—¡Ni siquiera has tocado tu copa y ya estás hablando de ciencia ficción!
Kunimi necesitaba a sus Aobajousai, los necesitaba con urgencia. Los chicos de Karasuno estaban mal.
Empezaron a hablar de ciencia ficción y a rellenar la copa de Tsukishima sin que él se diera cuenta.
Una media hora después, o quizá incluso menos, Tsukishima cayó sobre la barra, roncaba.
—Es increíble el poco aguante que tiene al alcohol —señaló Hinata.
—Tsukki debería tomar sake que tiene menor cantidad de grados alcohólicos. O Mirin, que tiene todavía menos.
Kunimi revisó su teléfono, ajeno a la conversación. Hinata retomó la discusión de un principio.
—En Nekoma están ya casi todos casados.
—¿Ah, sí?
—Sí. Inuoka se casó este verano, Shibayama el año anterior. Lev no, pero tiene chica y creo que buscan fecha.
—Qué hay de los demás.
—Seguramente todos casados o en vías de estarlo.
—No creo a Yachi dispuesta a romper un matrimonio —convino Yamaguchi—, ¿y tú?
—Y qué hay de ese otro chico —interrumpió Kunimi—, aquel que ya tiene como mil hijos.
—¡Kenma! —gritaron al unísono Hinata y Yamaguchi porque la historia de Kenma era como una especie de leyenda—. Pero Kenma solo tiene dos hijos, ¿cierto? —Añadió Yamaguchi.
—Se viene otra más en diciembre —explicó Hinata—. Creo que se llamará Panini.
—Eso es un nombre de pan —rezongo Tsukishima en medio de su inconsciencia.
—Y los otros tienen nombres aún más raros —continuó Hinata—. Shiruvia y Paro-Paro.
—Estoy casi seguro que es Pao.
—Pao… eso también es un tipo de pan. Un pan chino. Mi hermano está en china.
Tsukishima recuperaba la consciencia para hablar de panes.
—A mí el pan que me gusta es ese que llaman affogatto, que es con olivas.
—Affogato es un tipo de café —siguió corrigiendo Yamaguchi—. Creo que te refieres al focaccia, Hinata.
—¿Por qué solo saben pronunciar correctamente el italiano? —Kunimi sentía al interior de una sitcom de los 70, horario estelar—. ¿Por qué?
—Somos seguidores de Hannibal.
—La serie —aclaró Hinata.
—¡Il mostro il palazzo! —dijo Tsukishima, de pronto totalmente despierto y con la resaca recuperada—. ¿Se acuerdan de ese capítulo en que…?
Kunimi pagó sus bebidas y se fue del bar.
Lo cierto era que Yachi no fue a Tokio a romper ningún matrimonio, sin embargo, resultaba que en Tokio era que residía el padre de su hija.
[1] En Japón, un Kanji o ideograma puede tener más de una pronunciación; del mismo modo que un mismo sonido puede ser representado por más de un Kanji. En este caso, el sonido «Kei» puede ser dibujado de diferentes maneras.
Notas después: ¿alguien recuerda que yo estaba escribiendo esta historia? yo no me acordaba hasta ayer. Y bueno, esto es lo que ha salido. He colgado en tumblr unos esbozos de mis OCs, por si alguien quiere curiosear. El link pueden encontrarlo en mi profile, en el punto A: trabajos publicados en Japiera / Otros fics publicados en Japiera: / 6. Haikyu! 2 la batalla de los hijos.
Nos vemos en cien años más, salud!
