NdA: durante mucho tiempo estaba convencida de que este fic no iba a acabarlo nunca. A fin de cuentas, han pasado tres años desde que lo empecé y razones para dejarlo tal cual está no me faltan. Supongo que sobre todo me pesa el hecho de que ya no escribo igual (quiero pensar que ahora escribo mejor) y que perdí el interés al haberme desentendido del fic durante tantos años. Además, siempre es difícil retomar donde lo has dejado, por no mencionar que la historia ya no me gusta tanto como me gustaba antes. Pero me fastidia dejar las cosas a medias y he llegado a la conclusión de que ya no puedo empeorarlo mucho más. Así que… aquí está: una de las posibles (e infinitas) continuaciones que podría tener. La verdad es que traté de seguirlo mil veces y no lo había conseguido hasta ahora... ha sido todo un logro.
El capítulo es tan cortito como los anteriores. He intentado seguir con el mismo tono, aunque no sé si lo he conseguido. Y cuando lo acabe, me gustaría no haber fastidiado la historia por completo, pero no puedo prometer nada… Tan sólo puedo intentarlo. En cualquier caso, para que no se diga que siempre dejo todo a medias… aquí os lo dejo. ¡Gracias a quienes todavía estén por aquí!
Capítulo 10
-Ellos no lo notan, pero Ginny sí-
Cho Chang se quedó tan desconcertada que durante unos segundos no supo muy bien qué hacer. Permaneció un buen rato con la mano sujeta al marco de la puerta de la sala de los requerimientos mientras barajaba la posibilidad de ir detrás de Hermione (y, por lo tanto, montar una escena para tratar de entrar en la sala común de Gryffindor, adonde probablemente habría ido ella) o esperar a que la tormenta amainara. Tal vez al día siguiente ella vería las cosas desde otro prisma. Tal vez, y sólo tal vez, Hermione estaría dispuesta a hablar sobre lo que había ocurrido, una vez se hubiera calmado.
Pero algo le decía que no iba a ser así. Más aún, su corazón repiqueteaba ahora con miedo contra su pecho al advertir la posibilidad de que Hermione diera el tema por zanjado, negándose para siempre a hablar de ello. Si esa era su intención, ¿qué podía hacer ella? ¿Cómo hablar con quien se niega a hacerlo?
Meneó la cabeza un par de veces, reprendiéndose en silencio por lo que había ocurrido. No podía negarse que lo había estado deseando durante todos aquellos días. La razón… o bien no existía o no la había encontrado. Cho prefería no darle excesivas vueltas a sus sentimientos. Simplemente, se sentía cada vez más a gusto con Hermione y ella no era de las que se piensa dos veces los asuntos del corazón…
De sus labios salieron así un par de palabras, un encantamiento que hizo que las velas de la sala de los requerimientos se apagaran. Cho asió la perilla de hierro de la puerta, tiró de ella hacia su cuerpo, la abrió y se marchó camino de su Sala Común. Pero en sus pasos derrotados hasta la Señora Norris podría haber averiguado lo que Cho estaba pensando: se había equivocado al precipitarse tanto.
Aquella noche le fue imposible conciliar el sueño. Lo intentó varias veces, mientras trasegaba de un lado al otro del colchón, como si aquellos bruscos movimientos estuvieran destinados a zafarse de los pensamientos que la asolaban. Los malditos se habían quedado fijos en algún lugar de su cabeza, en el rincón adonde van los arrepentimientos, e hiciera lo que hiciese sentía que le iba a ser imposible deshacerse de ellos.
Era tal su frustración que cuando las dos manecillas del reloj se propusieron hacer el amor a las cinco en punto de la mañana (con el incordio del segundero, que siempre rondaba a las otras dos como si tuviera celos), lanzó tal gruñido de desesperación que Crookshanks se revolvió, asustado, a los pies de su cama. Luego se dio la vuelta otra vez y esperó otra buena hora más, hasta que se repitió el ritual de apareamiento del reloj, y sobre las seis de la mañana los primeros rayos de sol empezaron a lamerle la cara.
Suspiró. Suficiente, había tenido suficiente. Hermione se levantó, dispuesta a empezar el día costara lo que costase, aunque los fantasmas de Cho la persiguieran. Eso sí, no tenía la menor intención de bajar al Gran Comedor. Ni hoy ni mañana. Ni ¿nunca?
Las esperanzas de Cho quedaron ahogadas en el fondo de su zumo de calabaza cuando los últimos estudiantes se retiraron del Gran Comedor. Había estado convenciéndose a sí misma de que Hermione haría su rutina diaria, pero no había sido así. Ella ni siquiera se había dignado a bajar a desayunar y cuando Marietta empezó a llamar su atención, apenas la escuchó.
-¿Vienes? –oyó que alguien decía a lo lejos, en un paraje brumoso a cuyos dominios no llegaba su atención-. ¡Cho!
-¿¡Qué!? –exclamó de repente.
-Que si vienes.
-Mmm… sí, claro –dijo, levantándose de la mesa como un zombi, puesto que ella tampoco había dormido en toda la noche.
-Tienes mala cara –apreció Marietta cuando ya habían salido del Gran Comedor-. ¿Te encuentras bien?
-Sí –mintió sin reparos. La última persona a la que le contaría lo que había pasado sería Marietta. Conocía a su amiga. De haberlo hecho, ahora lo sabrían hasta los estudiantes que disfrutaban de sus Navidades en compañía de sus padres-. He pasado mala noche.
Las horas pasan lentas cuando no hay nada que hacer. Pero si a eso le sumamos un pensamiento cíclico, repetido hasta la saciedad aunque una pretenda ignorarlo, el tiempo se convierte en una verdadera tortura.
Hermione había imaginado aquellas vacaciones de Navidad de una manera muy diferente. Se había propuesto estudiar, pero también pasar ratos de calidad con sus amigos, aprovechando que se quedaba en el castillo. Sin embargo, no había hecho ni lo uno ni lo otro. Los últimos dos días, de hecho, los había pasado evitando la compañía de los demás, incluso de Ginny. Y aunque se daba cuenta de lo que estaba haciendo, también sabía que no había tenido opción. Hablaba poco, parecía estar de mal humor siempre, pasaba excesivas horas mirando por la ventana, viendo caer los copos de nieve, y la apatía se apoderaba de ella cada vez que alguno de sus amigos trataba de convencerla para hacer algo.
-Ha dicho que no. Se queda.
-¿Otra vez? –preguntó Harry arqueando las cejas.
-Os digo que le pasa algo –susurró Ron, cuidándose mucho de que Hermione no lo oyera desde el alféizar de la ventana, donde de nuevo estaba sentada fingiendo leer un libro en el que no podía concentrarse.
-Sí, bueno, está un poco rara. Tampoco hay que alarmarse ¿A ti te ha dicho algo?
Ginny negó con la cabeza y dirigió su mirada hacia ella. Entonces entornó los ojos al apreciar un suspiro de Hermione. Su pecho había subido y bajado levemente. Puede que los muchachos no lo hubieran notado, pero ella sí.
-¡Pues es evidente que le pasa algo! Está tan rara como hace unos días… Le voy a preguntar –pero Ron se encontró con la mano de Ginny asida fuertemente a su brazo. Miró a su hermana, desconcertado.
-Chicos, no seáis pesados. –Sonaba más a orden que a petición-. Tal vez quiera estar sola. Ya hablaré yo con ella más tarde. Vamos.
Durante su camino a Hogsmeade, Ginny no prestó atención a lo que decían sus dos amigos. Escuchaba sus voces y el crujir de sus pasos sobre la nieve, pero ella estaba más concentrada tratando de encontrar una explicación al comportamiento de Hermione. Es cierto que estaba rara.
Apenas había hablado, ni siquiera con ella, y eso era extraño. Especialmente cuando el día anterior había sorprendido a Goyle rodando (literalmente) en caída libre por las escaleras. Se lo había contado y ella apenas había sonreído cuando lo normal habría sido que se partiera de risa o que hiciera algún comentario mordaz respecto a la anécdota.
Hacer que bajara al Gran Comedor había supuesto un verdadero suplicio. Como pretexto aducía que ya había comido antes que ellos o que no tenía hambre. Y aunque anoche no le había puesto esa excusa, sólo había aceptado bajar muy tarde, cuando las cocinas estaban a punto de cerrar y no quedaba apenas nada que llevarse a la boca. En consecuencia, había perdido peso y ahora tenía mala cara y ojeras.
Que ella recordara, tampoco la había visto estudiando en el sentido literal de la palabra. Más bien jugueteaba con su pluma sobre sus pergaminos, pero conocía muy bien la cara de concentración de Hermione y el tic de peinarse la ceja derecha con su dedo índice cuando trataba de memorizar un pasaje especialmente complicado. En ningún momento lo había hecho y Ginny dudaba mucho que volver una vez y otra sobre el mismo párrafo fuera síntoma de estar concentrada.
Sacarla de la sala común, rara vez.
Que aceptara acompañarlos a cualquier sitio, imposible.
Las etapas de ensimismamiento en la ventana, cada vez más frecuentes.
Y dormir… probablemente tampoco, porque las ojeras de su cara eran tan profundas que parecía haberse extinguido una hoguera en ellas.
Para colmo de males, ya no era que no se relacionara con sus amigos, es que ni siquiera lo hacía con otras personas, con las que hubiera sido más fácil disimular…
-Hola, Cho… Marietta…-saludó de repente Harry.
Ginny alzó la vista del suelo y se dio cuenta de que habían llegado a las Tres Escobas sin que ella se cerciorara apenas. De pronto sus ojos se posaron en Cho. Iba a saludar, pero entonces su cara se iluminó visiblemente, hasta el punto de que la buscadora pareció notarlo porque frunció el entrecejo, desconcertada.
-Sen… sentaos con nosotras si queréis –propuso la Ravenclaw, pensando que era lo que Ginny esperaba al mirarla de esa manera.
Pero la pelirroja no había estado pensando en eso en ningún momento, aunque la invitación fuese más que conveniente para lo que se había propuesto. A fin de cuentas, ¿por qué no hablar con ella del tema? Podía hacerlo disimuladamente, aprovechando esas ocasiones en las que los chicos, por naturaleza, no se enteran de nada porque no son tan perceptivos. Puede que Cho tuviera la respuesta. A lo mejor Cho podía darle una pista de por qué estaba tan rara Hermione.
Y sin pensárselo dos veces, se sentó tan rápido al lado de las dos amigas que Harry y Ron se miraron con extrañeza.
-Vamos, chicos. ¿A qué esperáis? ¡Sentaos! –les ordenó entonces con una sonrisa de oreja a oreja.
