En la morada de la Dama de las Sombras
A esa Reina cubierta por velos de seda y cuya armadura impedía ver sus ojos, que resplandecían como carbones en la oscuridad, le importaba poco y nada destrozarle para encontrar el Paraíso. Pero disfrutaba de mirarle retorciéndose de dolor por la pérdida de los lobos, mientras que ella bebía su sangre y comía su carne despreocupadamente. Cheza llama a Kiba. Su nombre le despierta la más pura nostalgia y comienza a caer en el coma nuevamente. Allí se ve de nuevo en brazos de sus hermanas, las flores salvajes. Allí puede ver luces de la aurora boreal y se deja acunar por voces apagadas siglos antes. Pero antes vino su despedida. El grito que le nacía sobre el pecho y desgarraba su garganta para brotar de sus labios abiertos al punto del dolor. Entonces el mundo se movió bajo sus pies y quedó flotando en la burbuja de vidrio, con los ojos más borrosos que nunca. Se deshizo en la luz que caía sobre las flores que brotaron de las semillas que dejó caer cuando la arrojaron en su prisión transparente, para esperar a Kiba y entretener a la Bruja de Corazón Negro.
