Capitulo 5: Opus 23
Las semanas pasaron, y finalmente, la reina madre llegó a Babilonia, llevaba tantas bolsas de equipaje que se necesitó que tres generales cargaran con ellas, además de los caballos que llevaban las demás bolsas con ropas y joyas, y el montón de cestas de serpientes. Alejandro estaba ahi para recibirla, y Hefestión estuvo a su lado todo el tiempo, ofreciendo apoyo.
Durante las primeras horas de aquel día, mientras los eunucos corrían de un lado a otro preparando todo para la llegada de la reina madre, Hefestión estaba sentado mirando, con Bagoas al lado y Cassandro y Cleito parados detrás, el cabello, que le habían peinado en un elaborado tocado de oro le pesaba en la cabeza, y el manto dorado con púrpura le causaba problemas para moverse, por lo que tuvo que permanecer en su sitio hasta que Alejandro fuera a buscarle para recibir a la reina madre.
Olimpia se detuvo ante su hijo, observando detenidamente todo a su alrededor, este lugar era distinto a Macedonia, y le gustaba... Pero lo mas sorprendente era la hermosa doncella que estaba al lado de su hijo, con un manto dorado con púrpura sobre el vestido púrpura con celeste, detrás de la bella joven, se encontraban dos de los generales de Alejandro, observando todo en silencio, como un par de estoicos cerberos, y al lado derecho de la joven se encontraba un ser extraño, a Olimpia le costó un poco de trabajo saber si era hombre o mujer...
Pero eso no importaba, por que Olimpia sabía que aquella belleza casi divina no era otra mas que Hefestión convertido, quizás para siempre, en una bella mujer... La idea le pareció extraña a Olimpia cuando se le ocurrió, no imaginó que Hefestión se volvería una señorita tan bella, cautelosa, se acercó a su hijo y lo envolvió en un dulce y maternal abrazo, y cuando lo hizo, se acercó al oído de su hijo.
-No creí que lo que me comentabas en tu carta fuera tan serio...- Dijo, fingiendo sorpresa.
-Lo es... No sabemos quien pudo hacerle eso... Pero tú ya conoces mis planes...-
Madre e hijo se separaron, y Alejandro avanzó hacia Hefestión, tomando su delicada mano entre la suya, y lo condujo hasta donde estaba la reina madre, sonriendo animadamente, Hefestión temblaba, la reina madre siempre le había dado miedo y ahora que lo miraba con esa mirada analizadora, le daba mas miedo todavía, sin embargo, en cuanto Hefestión estuvo frente a frente con Olimpia, ella le sonrió dulcemente, y extendió los brazos para abrazarlo, con la misma dulzura y cariño con que hubiera abrazado a su hijo, luego se separó de él, posando sus manos en los delgados hombros del general convertido en doncella, mirándole con orgullo.
-Es increíble cuanto te pareces a tu madre...- le dijo la reina madre, Hefestión no pudo evitar que los colores se le subieran a la cara, recordaba claramente que cuando murió su padre, varios hombres de la corte del rey Filipo se peleaban por desposar a su madre. -Alejandro me ha contado la situación, tu madre también está enterada... Me ha dado una carta para ti, pues supo que vendría a Babilonia...-
La reina le extendió un pequeño rollo de pergamino, y Hefestión lo guardó entre su manto, y se apartó de la reina madre, Alejandro tomó a su madre y a Hefestión, ofreciendo sus brazos, y les guió hasta el salón, donde un banquete para dar la bienvenida a la reina madre se llevaría a cabo.
Pero Hefestión solo dio dos pasos y se dio cuenta de que algo andaba mal... Sentía que algo húmedo y tibio corría por sus muslos, paró en seco, mirando hacia abajo, y notó que el entallado vestido purpúreo tenía una oscura mancha, que se iba extendiendo lentamente... Levantó la vista, los ojos de toda la gente estaban posados en la mancha, y para Hefestión era difícil entender lo que le estaba pasando... Vio a Alejandro, y este tenía la misma expresión de sorpresa, pero parecía que él tenía conocimiento de lo que le pasaba y no quería decírselo... Se frustró y se sintió herido y molesto, así que se quitó el manto y lo dejó caer, pesado como era, al suelo y corrió lo mas rápido que pudo hasta sus aposentos, dejando un pequeño camino de liquido carmesí, fue entonces cuando todo mundo supo lo que le estaba pasando... Alejandro mandó llamar a los criados para que limpiaran el camino de inmediato, y llevó a su madre al salón, pero estaba tan preocupado por Hefestión, que la dejó ahí y fue a buscar a su amado...
Hefestión corrió a toda velocidad a sus aposentos, seguido de cerca por los generales que se encargaban de vigilarlo y de los criados que limpiaban el camino de sangre que la doncella iba dejando detrás de si, Hefestión se encerró en sus habitaciones y ordenó a Cassandro y Cleito no dejar entrar a NADIE a su recámara, mientras Hefestión se tiraba a la cama a llorar a mares, con el vestido manchado de sangre y el orgullo destrozado... Bagoas se quedó afuera un momento, los generales intercambiaron miradas y luego vieron a Bagoas.
-¿Que fue lo que pasó allá?- Preguntó Bagoas, Cleito se encogió de hombros.
-No puedo creer que no sepan sobre eso...- Cassandro suspiró largamente. -Llega un momento en la vida de todas las damas en que sus cuerpos cambian y les pasan cosas y es cuando empiezan a sangrar por ustedes saben donde y entonces sus familias empiezan a buscarles marido por que ya están en edad de concebir...-
-¿Y tú como sabes?- Bagoas lo vio como si fuera la primera vez que lo veía en su vida.
-En realidad soy mujer...- Le dijo Cassandro, Cleito y Bagoas lo vieron, sorprendidos, el general suspiró, exasperado. -Tengo una hermana ¿Contentos?-
-Yo tengo una hermana, y no sabia sobre esas cosas...-
-Cleito, ¿Tu hermana corría por toda la casa con sangre en las manos? ¿Tuvo tu madre que sentarla a explicarle todo con manzanitas mientras su pobre hijo estaba ahí para escuchar y ver todito?-
-Pues... No...-
-Para la edad que tienes, tienes mucho que aprender... Por eso no te has casado, no sabes nada de mujeres...-
-Yo estoy en un harem, rodeado de mujeres, y no sabia eso...- Bagoas arqueó una ceja.
-Pero las mujeres del harem tienen sus propios secretos...-
-Ah...- Bagoas hizo a los generales a un lado y entró a la habitación.
El rey caminó hasta la habitación de su amante y vio a Cassandro y a Cleito parados afuera de la puerta, y a los criados limpiando el piso, cuando terminaron de limpiar, y notaron la presencia del rey, se retiraron inmediatamente, Alejandro iba a entrar a la habitación, pero los dos generales le bloquearon la entrada.
-Hefestión ha ordenado que nadie puede entrar...- le dijo Cleito.
-¿Y tú le vas a hacer caso?-
-Ordenes son ordenes...-
-Háganse a un lado, tengo que entrar... ¡Hefestión, dejame entrar!-
-¡No quiero, muérete!- dijo una vocecilla desde detrás de la puerta.
-¡Hefestión, te lo advierto!-
-¿Qué me vas a hacer? ¿Olvidas acaso que a pesar de mi condición, aun soy mas fuerte que tu?-
-¡No me obligues a derribar la puerta!- Alejandro vio a los dos generales con ira. -¡QUITENSE DE MI CAMINO AHORA MISMO!-
La voz autoritaria de Alejandro hizo que los dos generales tragaran saliva y se quitaran del camino lo mas rápido que pudieron, Alejandro abrió la puerta y vio a Hefestión tendido en la cama, el cabello le caía sobre la espalda, y tenía el vestido y la sábana manchados de sangre, pero no podia dejar de llorar, Alejandro hizo una seña a Bagoas para que preparara el baño y los dejara solos, y el eunuco salió, muy a su pesar, a preparar el baño.
Escuchar llorar a su amado le desgarraba el alma, el rey soldado se sentó en la cama, acariciando los suaves cabellos de su querido, mientras este sollozaba, inconsolable, giró en su cama, viendo a Alejandro con los ojos azules hinchados por las lagrimas.
-Escuché a Cassandro decir que esto le pasa a todas las mujeres...- le dijo, llorando. -Los dioses deben odiarme para castigarme de este modo... Y el vientre me duele...-
-Yo se, mi cielo... Pero no debes renegar de lo que los dioses han hecho...- Alejandro se sentó un poco mas en la cama, con la espalda contra la cabecera de la cama, e hizo que Hefestión descansara su cabeza en su regazo. -Pedí a Bagoas que te prepare un baño, te hará sentir mejor...-
-Gracias, mi rey...- Hefestión suspiró, viendo sus manos, estaban manchadas con su propia sangre, Alejandro también las vio, tomó a su amado en brazos justo cuando Bagoas regresaba para anunciar que el baño estaba listo, Alejandro le dijo que él bañaría a Hefestión, y Bagoas salió de la habitación y cerró la puerta, dio unos cuantos pasos afuera y luego regresó corriendo, se paró en medio de los dos generales y los tres pegaron los oídos a la puerta. La reina madre persa, Sisigambis, pasó por donde estaban los tres con la oreja pegada a la puerta y frunció el ceño.
-¿Nunca os enseñaron a no espiar detrás de las puertas, jovencitos?- Dijo la vieja mujer, los tres se giraron, sobresaltados. -Debería daros vergüenza... Es de terrible educación espiar a los enamorados cuando conversan...-
Los dos generales y el eunuco arquearon una ceja, y la abuela se alejó riendo, abanico en mano, seguida por sus dos nietas.
-¿Como diablos sabe?- Susurró Cleito.
-No lo se... A mi siempre me dio miedo...- Dijo Bagoas.
Adentro de los aposentos de Hefestión, Alejandro tomó a su amado en brazos, cargándolo para que no manchara el suelo con su sangre, lo ayudó a desvestirse y admiró su cuerpo desnudo unos segundos, luego lo hizo meterse a la tina con agua caliente y le lavó el cabello.
-Mi madre vendrá a platicar contigo mas tarde...- le dijo mientras lavaba su cabello con devoción. -Creo que tienen mucho de que hablar...-
-Pensé que hablaría más contigo... Tu eres su hijo...-
-Pues si, pero le expliqué tu situación y está preocupada... Quiere ver en que puede ayudarte...-
-Entiendo...- Hefestión reclinó su cabeza en el regazo de su amado de nuevo, mirándolo con sus intensos ojos azules, Alejandro se inclinó y posó sus labios en los de su amor, se besaron largo rato, pero la falta de aire hizo que se separaran. -Quiero salir ya...- dijo Hefestión.
El rey ayudó a su amante a levantarse de la tina, perlas de agua rodaban por todo su delicado cuerpo, y Alejandro tuvo que contener la respiración unos segundos, sin embargo, no pudo resistirse, tomó a su amado por la cintura y atrapó sus labios en un apasionado beso, Hefestión gimió despacio y se dejó hacer, correspondiendo el beso y envolvió el cuello de su rey con los brazos, enredando sus dedos en el cabello de él, mientras el rey acariciaba su espalda con una mano y posaba la otra en su cadera.
Besos delicados se volvieron salvajes mientras Alejandro llevaba a su amante en brazos, tropezando, hasta la cama, depositó el delicado cuerpo sobre la cama, y se posicionó encima de aquella belleza, besando sus labios como si no fuese a besarles nunca más, sus labios descendieron al cuello de su amante, besando y mordiendo la tierna piel que encontró ahí, Hefestión no podía parar de gemir, hasta que las palabras de Cassandro volvieron a su mente...
"empiezan a sangrar por ustedes saben donde y entonces sus familias empiezan a buscarles marido por que ya están en edad de concebir..."
Sabedor de lo que seguía después de los besos, comenzó a removerse con inquietud en los brazos de su rey, y con toda la fuerza que le quedaba, lo separó de si, aun sintiendo la dureza entre las piernas de Alejandro.
-No, Alejandro, por favor...- Dijo, suplicante, el rey frunció el ceño, confundido.
-¿Qué te sucede, mi cielo?- Alejandro le besó ambas mejillas, ambos se quedaron en silencio un minuto, tratando de recuperar el aliento.
-Es que yo...- Hefestión se quedó en silencio por unos minutos, pensando en sus próximas palabras. -Ahora soy diferente... Antes no me importaba que dijeran que era la puta del rey... Pero... ¿Qué van a decir de mi ahora?-
Alejandro sintió que el corazón se le oprimía dentro del pecho, los ojos azules de Hefestión se llenaron de lagrimas de nuevo, sabía que su amado no podría soportar la vergüenza de que lo trataran como a las mujeres del harem, nunca se había sentido mas ignorante de los sentimientos y los deseos de Hefestión como ahora, quería golpearse contra la pared mas cercana por no pensar en eso... Se separó de Hefestión y se levantó de la cama.
-¿Alejandro?- Hefestión se levantó detrás de el, el rey estaba de espaldas, pensando en lo poco que merecía el amor de aquella criatura de inusual belleza.
-Cuanto daño te he hecho sin darme cuenta, mi corazón...- Susurró, sin atreverse a verle a la cara.
-Alejandro, no me has hecho daño...- Hefestión fue a pararse frente a él, mirándole con toda seriedad, posó sus manos en el pecho del rey y se paró de puntitas para besar sus labios. -Mi rey me ama y le cuesta trabajo pensar que nada será diferente por que yo lo soy... Pero mi rey debe entender que cuando algo asi cambia, todo lo hace... Yo no puedo seguir siendo su amante... No sería justo para el rey ni para mi... Mi rey puede besarme cuanto quiera, pero este cuerpo es distinto y virgen... Y mi rey no puede tomarlo así nada más... Ni aprovecharse de que ahora que he cambiado, no puedo defenderme igual... ¿Entiendes eso, mi amor?-
-Si... Yo... Entiendo...-
Alejandro no podía seguir ahí, se sentía indigno... Como pudo, alejó a Hefestión de si mismo y salió de la habitación, sin ver a los generales y a Bagoas, que estaban sentados afuera, esperando para ver que pasaba. Corrió hasta los aposentos de su madre, donde sabía que ella se encontraba a pesar del banquete que se celebrara en su honor, la reina madre no era aficionada a las fiestas.
De golpe, la puerta de los aposentos de Olimpia se abrió, y su hijo, mayor en edad como era, se echó en su regazo y lloró sobre las faldas de la reina madre, balbuceando algo sobre sentirse indigno y no merecedor de algo que Olimpia no era capaz de entender por que su hijo decía cosas con poco o ningún sentido.
-Alejandro... No te entiendo...- Olimpia hizo que su hijo levantara la cabeza para secarle las lagrimas. -Limpiate esos mocos y dime que es lo que te pasa...-
-Hefestión, madre...- Dijo el rey. -No merezco su amor ¿como puedo merecerlo si lo único que hago es lastimarle?-
-¿Alejandro, que hiciste?-
-Estuve a punto de aprovecharme de que es diferente... De que es frágil y delicado y su belleza me produce sentimientos que creía haber olvidado... Pero solo tuve que ver sus ojos, madre, y no pude hacerlo... Es tan bella y yo tan indigno de su amor... ¿Que puedo hacer, madre?-
-Alejandro... Me dijiste que planeabas desposar a Hefestión... ¿No harás eso?-
-¡No es el momento! ¡Nunca es el momento, por que siempre lo arruino haciendo o diciendo algo que no debo y lastimando a Hefestión, que es lo que más amo en este mundo!-
-Entonces dale tiempo, hijo mio... Pero no dejes de demostrarle que es lo más querido de tu corazón... Corteja sus atenciones, hazle saber que tu corazón es suyo... Y cuando sientas que es el momento, no lo dejes ir...-
-Por favor, madre, ve a hablarle... Tiene tanto miedo... Y yo me siento como un inútil por que no puedo ayudarle a sentirse a salvo en mis brazos... Lo único que hago es hacer que tenga mas miedo... No quiero que me tema, madre... ¿Como puedo hacerle sentir que está seguro conmigo?-
-Alejandro... Estoy segura de que se siente a salvo a tu lado.. Pero trataré de hablarle si eso te hará sentir mas seguro a ti...-
Madre e hijo continuaron conversando sobre el asunto, sin saber que afuera, con la oreja pegada a la puerta, un eunuco se enteraba de todos sus planes y se los comunicaba a Bagoas, quien corría veloz como una saeta hasta la habitación de Hefestión a comunicarle lo que el otro eunuco había escuchado.
Hefestión, por su parte, estaba de nuevo tendido en la cama, llorando a mares, Bagoas le cambió las sábanas y trajo algo para evitar que manchara todo de sangre, pero el vientre aun le dolía y sentía en el fondo de su corazón que con sus palabras hirió el orgullo de Alejandro... Ahora seguramente decidiría que Hefestión no era digno de su afecto y no volverá a visitar su alcoba nunca más... Y mucho menos se casaría con él... Pensar en eso, en que su destino era quiza ser enviado al harem con las demás mujeres le asustaba... Sin la protección de Alejandro ¿qué iba a ser de el? Quedaría a merced de cualquier hombre que quisiera tomarlo, y Alejandro no movería un dedo para defender su honor...
Los dos generales encargados de protegerlo estaban sentados a los lados de la cama, sin saber que hacer o decir... Cassandro no tenía experiencia en consolar mujeres a pesar de que su hermana había llorado mas de una vez por un muchacho, puesto que lo unico que el hacia en esos casos era burlarse de la suerte de su pobre hermana... Pero ahora ni el ni Cleito sabían que hacer con Hefestión, por que no solo era una doncella, seguía siendo un general y cuando un general sufre, los otros se dan cuenta y entre todos hacen todo lo posible por animarle, los generales siempre tienen que tener el espíritu en alto, de otra manera, no podrán luchar al cien por ciento de su capacidad...
Sin embargo, jamás habian tenido que lidiar con un general atrapado en el cuerpo de una doncella con una herida de amor... Causada por un rey, para rematar...
Bagoas entró a la habitación, corría tan rápido que cuando quiso detenerse resbaló en el piso y fue a dar hasta abajo de la cama, sobresaltando a Hefestión, que despegó la cara de la almohada y vio a todos lados, buscando la fuente del ruido, mientras los dos generales se tumbaban en la cama y lloraban de la risa.
-¿Donde está Bagoas?-
-Está... Abajo de la cama...- Le dijo Cassandro, tratando de recuperar la compostura.
-¿Que está haciendo ahí? ¿Bagoas? ¿Que haces debajo de mi cama?-
La cabeza de Bagoas emergió de la nada, asustando aun mas a Hefestión, Cleito se cayó de la cama de pura risa y rodó por el piso, haciendo que Cassandro se riera aun mas, pero Bagoas se levantó con la poca dignidad que le quedaba, se arregló el cabello y los ropajes y le dio una patada al general que rodaba por el piso.
-¿Como te atreves, engendro sin bolas?-
-Tu empezaste...- Bagoas se sentó en la cama, tratando de recuperar su dignidad perdida, Cassandro lloraba de la risa y se quejaba de que le dolía la panza de tanto reírse, pero el eunuco lo ignoró por completo.
-¿Por qué entraste así?- Hefestión se sentó en la cama y le dio un almohadazo a Cassandro para que se callara.
-Me contaron un chisme, pero como ellos no dejan de reírse, no se los diré...- Dijo el eunuco, con la nariz muy en alto.
-Venga, si alguien mas se hubiese caido, tu te reirías...- Dijo Cleito, recuperando la compostura y se sentó de nuevo en la cama. -Como sea, yo me he callado y Cassandro parece que ha muerto gracias a la almohada de la señorita...-
Cassandro respiraba con dificultad, trataba con todo su ser de contener la risa, resollaba y soltaba pequeñas risas a ratos, pero se controló y tomó la almohada, abrazándola como un adolescente que espera el chisme de la semana.
-Vamos, cuenta... La curiosidad me mata...- Le dijo el general.
-Pues resulta ser que uno de los otros eunucos del harem escuchó a Iksander y a la reina madre...-
-¿Olimpia o Sisigambis?-
-La reina madre... Sisigambis es la ABUELA madre...- Enfatizó Bagoas. -Como sea, el chiste es que Olimpia le preguntó a Iksander cuales eran sus planes... El dijo que planeaba casarse contigo...- Bagoas picó el brazo de Hefestión con el dedo, los dos generales soltaron un gran jadeo de sorpresa. -¡No hagan eso, se parecen a las mujeres del harem cuando se comparten chismes!- Bagoas les dio manotazos a los generales, irritado.
Conocer aquello, sin embargo, no hizo sentir mejor a Hefestión.
-Si esos son sus planes... ¿Por qué no me ha dicho nada?-
-No sé... El eunuco que me dijo esto dijo que Iksander había comentado que no encontraba el momento apropiado para hacerlo y que se sentía como un inútil por que tu estabas asustado con tu cambio y él no sabia como hacerte sentir seguro...-
-¡Pues claro que es un inútil! ¡Cuando se lo propone, si que puede serlo! Tuvo su estúpido momento apropiado hoy mismo y se puso a manosearme como si fuese yo cualquier cosa...-
-Ahora entiendo por qué mi hermana hacía tantos corajes...- Comentó Cassandro, aun abrazado a la almohada. -Somos bien idiotas a veces...-
-¡Pues si, todos ustedes y Alejandro son un montón de idiotas! ¿Que tiene Alejandro en el cráneo, aire? ¿No se da cuenta de que su momento ha estado delante de el como un millón de veces?-
Ahora, Hefestión estaba de pie, dando vueltas por la habitación como una fiera enjaulada, la larga cola de su vestido rojo daba vuelta cada que él lo hacía, y los generales y Bagoas lo seguían con la mirada.
-Creo que te hizo la proposición sin que te dieras cuenta...- Cleito frunció el ceño, como si recordara algo. -Hoy, cuando llegó la madre de Alejandro, te hicieron usar un vestido púrpura... Es un color designado solo para la familia real, el rey, la reina y los hijos de ambos... Si eso no es una indicación, no se lo que es...-
-¡De veras! ¡El color de tu vestido! Ni me había dado cuenta...- Cassandro hizo la almohada a un lado. -¿Crees que haya querido decirte algo con eso?-
-No lo sé... Pero...-
Un eunuco entró corriendo a la habitación y se lanzó a la cama al lado de Bagoas.
-¡La reina madre viene en camino!- Exclamó, antes de salir corriendo de nuevo.
Los dos generales se levantaron como resortes, Bagoas se puso a hacer cualquier cosa para que pareciera que era un criado mas y no el informante de Hefestión, y el antes mencionado fue a sentarse frente a un montón de mapas, fingiendo que los revisaba para planear nuevas estrategias, y los generales hacían como que le seguían la onda, y justo cuando todos estaban en su papel, la reina madre entró a la habitación.
Olimpia miraba todo como si analizara la estancia, caminó hasta la cama y se sentó, esperando a que Hefestión terminara lo que sea que estaba haciendo para hablarle, Hefestión hizo como que al fin notaba su presencia y le hizo una seña a los generales para que los dejaran solos, y pidió a Bagoas que trajera unos dulces para él. Cuando se quedaron solos, Olimpia se levantó de la cama y caminó hasta donde Hefestión se encontraba, y se sentó delante de él, sonriendo.
-No leíste la carta de tu madre... ¿Verdad?-
-No... Creo que la he perdido...-
-No del todo...- Olimpia le extendió el pequeño rollo. -La recuperé, tu madre me hizo responsable de que la recibieras, tenía que asegurarme de que la leyeras...-
-Alejandro está preocupado por mi...-
-No necesito venir a hablarte para que te sientas mas seguro con tu nueva situación, la carta te hará sentir mejor...-
Olimpia se puso de pie y salió de la habitación. Hefestión la vio marchar y luego centró su atención en el rollo enviado por su madre...
Lo abrió y se dispuso a leerlo.
