Capitulo 6: Opus 36
Mi muy amado hijo.
Me he enterado, gracias a Olimpia, de tu terrible situación... Lo único que puedo aconsejarte es que tengas cuidado, puesto que quien sea que te hizo esto, obviamente quiere hacerte daño... Debes ver esta situación de la mejor manera posible... Tu posición ahora es incierta y tienes que usar tus habilidades para pensar en una estrategia de acción y lograr un objetivo conveniente para ti...
Recuerda que cuando se trata de Alejandro, nada es absolutamente seguro... Me sorprende mucho que alguien que obviamente heredó mi encanto, no haya ya obtenido todo lo que los demás ambicionan con solo una mirada o una sonrisa... Aunque, por supuesto, tu nunca fuiste ambicioso...
Te aconsejo que aproveches tu situación... Este cambio no debe desanimarte en lo absoluto... Piensa que ahora tienes mucho más que ofrecerle a Alejandro... Usa toda tu inteligencia y encanto para que él se de cuenta de que sigues siendo el mismo que eras a pesar del cambio, mantente presente en su corazón...
Hefestión cerró el rollo... Suspiró largamente y se levantó de la silla en la que estaba sentado, arrastrando el largo vestido rojo... Se paró delante del espejo y vio su reflejo durante unos segundos con los ojos azules bien abiertos de sorpresa...
Delante suyo, se vio a si mismo como siempre había sido, como si nunca hubiera cambiado, llevaba un chiton de chifón rojo, del mismo color del largo vestido que llevaba en este momento, del mismo material, y le miraba de vuelta con la misma expresión perdida... Parpadeó unos segundos, para asegurarse de que lo que veía era real...
Pero cuando abrió los ojos, el reflejo femenino volvió a recibirle, entonces se dio cuenta de que aquello había sido un recordatorio... Seguía siendo el mismo por dentro, aunque por fuera su fisico fuese distinto...
Esa noche, fue Hefestión quien entró, sigiloso como un gato, a los aposentos de Alejandro mientras él dormía, se metió en su cama y se acurrucó en sus brazos, Alejandro, que era de sueño más ligero que el de su amor, despertó lentamente, y al ver el rostro acongojado de su amante, su corazón se hizo pequeño en su pecho y besó su frente y sus mejillas enrojecidas
-¿Sabrá mi rey esperar por mi?- Preguntó, desviando la mirada y pasando la punta de sus dedos por el pecho de Alejandro, como si temiera tocarlo.
Ante aquella pregunta, Alejandro sintió que su alma se partía un poco más, le dolía ser el responsable de la pena y las dudas de aquel ser al que amaba con tanto fervor, y movido por un inusitado impulso, apretó a su amado contra su pecho, besando aun más su rostro, Hefestión rió y se removió en los brazos del rey.
-¡Basta! ¡Tu barba me pica!- Exclamó, entre risas y Alejandro se detuvo y vio los inmensos ojos de aquel que era el dueño de sus suspiros.
-Te amo... Esperaré cuanto quieras que espere...- le dijo, besando su frente con devoción, y envolviendo aun mas su cuerpo en aquel abrazo, Hefestión suspiró, y lentamente, se fue quedando dormido en el pecho de Alejandro.
Los eunucos corrieron las cortinas de la cama del rey a la mañana siguiente, y lo que vieron frente a ellos los dejó congelados en su sitio... En la cama, el rey y la doncella que definitivamente no era su esposa se encontraban, acurrucados en un tierno abrazo, el manto de chifón celeste que Bagoas había elegido para que Hefestión durmiera resbaló durante la noche, revelando un hombro y una parte del busto, cubierto por los brazos de Alejandro, los eunucos estaban a un paso de gritar escandalizados por la escena, pero Bagoas entró a los aposentos del rey y los echó a todos a abanicazos.
El muchacho persa corrió las cortinas de seda de la cama él mismo, sin apartar los ojos de la escena, Hefestión dormía tan en paz en los brazos de Alejandro, y aunque Bagoas corrió las cortinas de la cama, no tuvo el corazón de despertarlos, dejó las cortinas de las ventanas cerradas y salió de la estancia, sintiendo que sonreía como un idiota.
Caminaba por los pasillos silbando felizmente cuando de pronto sintió que alguien tiraba de su brazo, y se vio atacado a preguntas por Cleito y Cassandro, ansiosos de saber donde estaba Hefestión y qué estaba haciendo, por que si no lo encontraban, Alejandro los desollaría vivos.
-Tranquilos... Está con Iksander en la habitación ¡Cassandro, me lastimas el brazo, grandisimo idiota!-
-¿Estás diciendo que durmieron juntos?-
-¡Cassandro, no seas niño! ¡Obviamente no pasó nada! Los dos estaban vestidos todavía...-
-Igual, si pasó algo... Alejandro puede hacer lo que quiera... Después de todo, es el rey...-
Los tres se quedaron en el pasillo largo rato, la pregunta quedó en el aire, ninguno sabía si realmente había pasado algo entre ellos.
Alejandro despertó, las cortinas de su cama estaban corridas, pero las de las ventanas permanecían cerradas, vio a la criatura que descansaba en sus brazos y sonrió, besando su frente con fervor. Hefestión se removió en sus brazos, y despertó despacio, se estiró como un gato y volvió a abrazarse a su amante, suspirando.
-Despierta, mi cielo...- Le dijo, besando sus mejillas y hundiendo su rostro en el largo cabello castaño.
-No quiero...- Hefestión escondió su rostro entre la almohada y el hombro de Alejandro, gimoteando, hasta que sintió los tibios besos recorrer su cuello y bajar hasta el hombro desnudo.
-Vamos, amor...- Le dijo el rey, sonriendo contra la delicada piel de su hombro, Hefestión sintió como los tibios besos descendían del hombro al pecho, y como las manos expertas retiraban despacio el manto celeste, descubriendo el delicado busto desnudo, a un lado fueron hechos el chifón y la seda persa para dar paso a las manos y los labios del rey, Hefestión gimió despacio, sintiendo como las manos de Alejandro recorrian su cintura y se posaban en sus caderas, y los labios de su amante besaban sus senos con adoración, de vez en cuando atrapando sus pezones con los dientes, causando que más gemidos escaparan de los labios de su amante, y que sus mejillas se tiñeran de rojo.
-Alejandro... Por favor...- Rogaba Hefestión, enredando sus dedos en el cabello dorado de su amante, que no paraba de besar y morder sus pechos, como si fuera la ultima vez que lo haría.
Los besos parecian no tener fin, a un ritmo tortuosamente lento, Alejandro ascendió, de los desnudos senos al cuello, hasta encontrar los labios entreabiertos nuevamente, en un hambriento beso, Hefestión rodeó el cuello de su rey con los brazos, mientras Alejandro deslizaba sus manos desde las suaves curvas de su amado hasta llegar a los pechos, apretando uno mientras los besos seguían, y atrapando el pezón del otro entre sus dedos. Hefestión se retorcía de placer en sus brazos, gimiendo entre besos.
Sin embargo, voces de alarma comenzaron a sonar en la mente del general convertido en doncella... Se removió en los brazos de Alejandro, inquieto, hasta que finalmente, el rey lo soltó.
-Estate quieto, Hefestión...-
-Mi rey prometió que esperaría... No quiero que esto pase todavía, Alejandro... No así... Podrás tomar a las mujeres del harem de esta manera... Pero yo no soy una de ellas...-
La noción de lo que estuvo a punto de hacer dejó helado a Alejandro... No podía creer que estuvo a punto de tomar el cuerpo virgen de Hefestión otra vez... Eso habría arruinado sus planes... Vio el rostro de su amado, las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos, pero sus intensos ojos azules estaban nublados por las lagrimas que no se atrevía a derramar... Tal visión de inmensa congoja y belleza hizo que el corazón de Alejandro se derritiera dentro de su pecho, y apretó el frágil cuerpo de su amado contra el suyo, besando sus parpados y perdiéndose en el aroma de su cabello, Hefestión lloró en silencio, rozando el pecho de Alejandro con los dedos.
-Mi rey tiene derecho a hacer conmigo lo que desee... Sin embargo, no lo hace...- Hefestión vio a Alejandro a los ojos, tenía las mejillas llenas de lagrimas, pero sonreía. -¿Tanto me ama?-
-El rey te ama con cada fibra de su ser... Le duele ser el culpable de tus lagrimas, mi cielo...-
Permanecieron abrazados largo rato, Hefestión comenzaba a dormirse de nuevo en los brazos del rey, que besaba su frente y su cabello, apartando algunos mechones de su rostro, de pronto, Hefestión se levantó de golpe de entre los brazos de Alejandro, sobresaltando al rey.
-¿Que pasa?- Alejandro tomó a su amado de la cintura. -Deja de moverte...-
-Es que... No deberia de estar aquí... Alguien seguramente ha entrado y me ha visto aquí... ¿Qué pensarán de mi?-
-No pensarán nada de ti... No tienen por qué pensar nada de ti...-
-¡Por supuesto que tienen por qué pensar algo de mi!- Le dijo, tomando el manto de chifón y seda persa y cubriendo su cuerpo desnudo con él. -Hablarán con mas fuerza de mi... Pensarán que he pasado la noche contigo...-
-Haz pasado la noche conmigo...-
-¡Pero no de esa manera! ¡Dirán cosas horribles de mi! ¡Dirán que hemos pasado la noche juntos sin que yo sea tu esposa!-
-¿Y por qué no lo eres, entonces?-
Hefestión vio a Alejandro como si de pronto le hubiera brotado otra cabeza con ojos chuecos, el rey tenía una sonrisita estúpida en la cara y parecía querer decirle algo, pero por la cara tonta que tenia en ese momento, pareciera que no sabía exactamente como decirlo.
-¿Qué quieres decir?- Hefestión arqueó una ceja, aun tratando de cubrirse con el manto.
-Si... No dirían nada de ti si fueras mi esposa...-
-¡Pero no lo soy!-
-¡Por eso! ¿Por qué no lo eres?-
-Porque... ¡No me lo has pedido!-
-¡Te lo estoy pidiendo en este momento!-
-No me estás pidiendo nada, Alejandro, lo estás insinuando, es algo totalmente diferente...-
-Bueno... Entonces te lo pido...- Alejandro se levantó de la cama y caminó hasta donde su amado se encontraba, besó su frente y tomó sus manos entre las suyas, besando sus nudillos. -Sé mi esposa... Mi reina... Mi amante... La diosa que me acompañe...-
-¿Alejandro?- Los ojos azules del general se llenaron de lagrimas, vio a Alejandro un momento, y luego su vista se nubló por completo y cayó en los brazos de su amante, como una flor marchita.
El rey tomó el fragil cuerpo de su amante en brazos y lo cargó a la cama, se sentó a su lado y removió los cabellos que obstruían su rostro, mirándolo con cariño, los ojos azules de Hefestión se abrieron despacio, mirando al rey de cabellos dorados, confundido. Alejandro sonrió, depositó un beso suave en los labios de su amante y se levantó de la cama.
-Tomaré tu reacción como un si...- Alejandro caminó por la estancia, Hefestión lo miraba con curiosidad. -Haré preparativos para casarnos mañana...-
-¡¿MAÑANA?! ¡Pero Alejandro, yo no estoy preparado!-
-¡No necesitas estarlo!-
-¡Por supuesto que necesito estarlo! Las bodas no pueden hacerse en un día, Alejando... No es así de fácil... Necesito... ¡Un montón de cosas!-
-Me encargaré de que tengas todo lo que desees y necesites... Nos casaremos mañana por la tarde...-
Hefestión suspiró, no tenía sentido discutir algo así con Alejandro... Seria mejor dejarlo hacer lo que quisiera y ver su error mas adelante... No había manera de planear una boda para el día siguiente.
-Ahora... Acompáñame a cabalgar...- Alejandro se levantó de la cama, se vistió de prisa y tomó las pequeñas manos de su amado entre las suyas. -Tenemos que probar esa hermosa yegua que me hiciste comprarte...-
El bello general sonrió, y envuelto en el manto para dormir, siguió al rey fuera de la habitación.
