nOtiTa dE lA aUtoRa:

mis maravillosos lectores: estoy consciente que tengo demasiadas historias pendientes, pero créanme cuando les digo que si no me saco esta de la cabeza, no voy a poder continuar nunca con las otras. Ofrezco una disculpa enorme a todos los que están leyendo desde 'Plan Macabro', 'Dios de las Pesadillas', 'Redención', 'De Campamento', 'Yuxtapuesto' o 'La Petite Mort' (y el q se haya animado a leer 'Colorblind')

Las actualizaré lo más pronto que pueda.

En cuanto a esta historia: AU a partir del final (sin contar el epílogo), Eventualmente 'M', y Dramione a morir.

No hablo danés o galés ni de chiste, así que si alguno de ustedes encuentra un error colosal y me lo corrige, le agradeceré infinitamente.

Y un Link interesante: www. undiscoveredscotland. co. uk / culross / culross / index. html donde podrán encontrar las fotografías en las que me he inspirado.

De nuevo, una disculpa ENORME, por el retraso en las otras historias, y por esta Nota de Autor groseramente larga, pero, prometo que valdrá la pena (tanto la espera, como darle la oportunidad a esta nueva historia)

Mil Gracias por su apoyo :)

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Disclaimer: Personajes propiedad de JK Rowling.


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"DE CUANDO COMIENZA"

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Culross es un pequeño pueblo a las orillas del Río Forth, cerca de las fronteras que tiene Escocia con el mar.

Uno pensaría que no dista mucho de cualquier otro pueblo que hubiese existido antes. No hay maravillas naturales ni construcciones monumentales que inviten a los foráneos a visitarlo.

Y estarían pensando en lo correcto.

Culross, Escocia, es un pequeño pueblo muy parecido a cualquier otro pueblo que hubiese existido antes.

Dista mucho de ser un sitio famoso, de atractivo turístico o importancia histórica.

No hay grandes misterios, conspiraciones, secretos mágicos escondidos bajo las rocas ni personajes famosos viviendo tras sus paredes.

Olviden todo eso.

Porque en Culross, Escocia, no van a encontrarlo.

Pero, cierren los ojos por un momento e imagínenlo.

Un pequeño pueblo, con su mercado, jardín, una pequeña abadía y una escuela a lo alto en la colina.

Imagínenlo.

Porque es aquí, en una lluviosa tarde de Febrero, donde nuestra historia comienza.

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Hermione Granger llegó por fin a la calle que llevaba buscando ya más de diez minutos, con solo una maleta en la mano, su varita en el bolsillo y un viejo abrigo de viaje, ya empapado, sobre sus hombros.

La preocupación de encontrar el sitio se disipó, y fue entonces inevitable, contemplar su alrededor y por fin apreciarlo.

Sintió que había sido transportada en el tiempo.

Era como estar en una feria medieval.

Las casas parecían salidas de alguna película. Las calles, empedradas, complementaban el ambiente tan pintoresco.

Hermione estaba casi segura de que, en cualquier momento, una carrosa saldría de la próxima esquina, jalada por majestuosos caballos y manejada por algún hombrecito vestido con ropajes de otra época.

Era irreal, pero hermoso.

Si cerraba los ojos, podría escuchar la corriente del río, el susurro del viento, y oler, casi probar, la sal del mar en el aire.

Bajó la maleta al suelo y hurgó su bolsillo derecho.

El pequeño papel tenía claramente escrito:

Masworth Green 43

Culross, Escocia

Sin más, tomó la maleta de nuevo y se acercó a la pequeña casa, de color amarillo y puerta de madera, adornada con el número cuarenta y tres.

Tocó y al cabo de casi un minuto, un anciano le abrió la puerta.

-Buenas tardes- la saludó, con una sonrisa grande y dos cejas pobladas de blanco -¿En qué puedo ayudarle?-

-Buenas tardes. Soy Hermione Granger- contestó ella.

De inmediato, el anciano supo quién era, de dónde venía y qué buscaba aquí.

-¡Señorita Granger! ¡La esperábamos hasta dentro de dos días!- la saludó efusivo –Pero por favor, pase, pase, se está empapando- le dijo preocupado.

Hermione sonrió –No se preocupe, vengo de Londres, yo y la lluvia somos viejos conocidos-

El anciano rió, un poco más relajado -¡Tonterías! ¡Pase! ¡Pase!-

Fue conducida a través de un pasillo angosto y oscuro. La castaña sintió entonces el cambio de temperatura y fue consciente de la humedad en su ropa, pero se distrajo por el olor a madera vieja y carbón quemado.

-Usted perdonará el desastre- se disculpó el anciano, mientras quitaba un montón de libros y revistas que se encontraban sobre un viejo sillón –Pero como le digo, la esperábamos hasta dentro de dos días-

Hermione sacudió la cabeza –Discúlpeme usted a mí, señor Rosmorth, la verdad es que sí tenía planeado llegar hasta la fecha que habíamos acordado, pero hubo un cambio de planes a última hora y tuve que llegar antes-

El anciano sonrió –No se preocupe, de cualquier modo, ya todo está listo, pero por favor, siéntese-

Hermione sacudió la cabeza- Muchas gracias, pero no deseo mojar sus muebles- y suspiró feliz -¿Entonces dice que todo está listo?-

El viejo Rosmorth olvidó al sillón -¡Por supuesto, señorita Hermione! En cuanto usted hizo el depósito, no demoré en completar el trámite-

-¿No habrá problema entonces si vamos ahora?-

El anciano sonrió –Para nada, permítame ir por el paraguas-

Hermione asintió, mientras el señor Rosmorth subía unas viejas escaleras.

Aprovechó el momento para sacar la varita y hacer un pequeño encantamiento, que le calentara el cuerpo, pero sin dejar de aparentar que estaba mojada.

Al fin y al cabo era un pequeño pueblo muggle, y no quería andar levantando sospechas desde el primer día.

Después de unos minutos, el hombre bajó de las escaleras, con un enorme paraguas bajo el brazo y un viejo abrigo.

-Tome, que no quiero que se resfríe- le dijo mientras le ofrecía el abrigo.

Hermione lo aceptó amable, aunque no lo necesitase.

-A mi esposa le hubiese encantado conocerla, pero ha ido a su tarde de bingo en casa de la señora Hithwey- le comentó el viejo Rosmorth, mientras caminaban por las calles empedradas-Me temo que no podrán conocerse hasta mañana-

Hermione asintió, mientras ponía especial atención en el camino que recorrían, intentando memorizarlo -Tendremos tiempo de sobra para conocernos-

-¿Entonces planea quedarse en definitiva?-

La castaña asintió –Así es-

El señor Rosmorth sonrió –Va a gustarle mucho, es un pueblo tranquilo y seguro-

Y muggle. Agregó ella mentalmente.

Cuando doblaron la última esquina, Hermione supo de inmediato, por las fotografías que había recibido de la inmobiliaria, que éste era el sitio correcto.

-Llegamos- le informó el anciano.

Su nuevo hogar.

Frente a ellos se alzaba una pequeña construcción de dos pisos. La fachada, al igual que la de todo el pueblo, semejaba a la de una casa de otro tiempo.

Los ladrillos sin pintar y la madera oscura le daban un toque rústico, pero conservador, y hasta bonito, que con un poco de esmero, luciría aún más bello.

Hermione sonrió satisfecha –Es perfecto-

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Después de que el señor Rosmorth insistiera en ayudarle a llevar la maleta al segundo piso, entregarle las llaves e invitarla a cenar al día siguiente en su casa (que tan solo quedaba a tres calles de distancia), Hermione por fin se quedó sola.

Sin pensársela dos veces, sacó la varita y deshizo la maleta, que a los ojos de cualquier muggle no podría traer mucho, y en realidad no lo traía, pero si más de lo que 'normalmente' le hubiese cabido a algo tan pequeño.

En realidad solo llevaba un par de cambios de ropa muggle, túnicas, zapatos, los artículos de aseo personal y un sinfín de libros y fotografías enmarcadas.

Recuerdos.

Recuerdos de una vida que quería dejar atrás.

A continuación, decidió explorar la casa.

El piso de arriba estaba amueblado, pero dichos muebles dejaban mucho que desear y se propuso que poco a poco los iría cambiando.

Dos habitaciones, un pequeño baño, la cocina y una sala realmente diminuta, pero con una ventana que hacía que valiese totalmente la pena.

También notó que se necesitaba una nueva capa de pintura, arreglar la calefacción y cuando puso a llenar la bañera, se dio cuenta que las tuberías hacían ruidos extraños.

En el piso de abajo, que era también parte de la casa, se extendía una habitación grande, realmente grande, que ocupaba casi en su totalidad toda el área del primer piso de la casa.

Y Hermione planeaba darle un uso muy particular a éste lugar.

Ya podía imaginar los estantes repletos de libros, los cuadros colgando en las paredes, y unas mesas al centro, para que quien quisiera venir a leer pudiese hacerlo libremente.

Abriría aquí una librería.

No lo haría por el beneficio económico, porque vamos, era improbable que con una librería en un lugar como este pudiese ganarse bastante, pero después de la guerra, con eso de ser una heroína nacional, el dinero era la última de sus preocupaciones.

Lo haría por el amor a los libros.

Pero sobre todo, el amor a una vieja vida que nunca había tenido en realidad.

Quería sentirse normal. Y no porque ser una bruja la hiciese anormal o algo de esa naturaleza.

Sino porque quería sentirse tranquila, serena. Sin más recuerdos de guerras, muerte, o ser hostigada por una nación y sus reporteros, que estaban al pendiente de cada paso que diera o de cómo la genio tras el trío dorado manejaba su vida amorosa.

Necesitaba descubrir quién era ella y qué quería hacer de su vida.

Había completado su último año en Hogwarts, y de ahí, había ido de trabajo en trabajo, no porque fuera mala en ellos, sino porque ninguno la llenaba.

Las ofertas jamás faltaban, pero aceptarlas y sentirse a gusto con ellas era un tema totalmente aparte.

Su romance con Ron había terminado en tragedia griega y aunque los Weasley (en general) y Harry seguían adorándola, Hermione se dio cuenta que necesitaba un cambio.

Y uno grande.

Por eso había elegido este pequeño pueblo muggle, donde nadie la conocía, donde podía empezar de nuevo.

Donde ser Hermione Granger no significada nada fuera de lo común.

Donde podía descubrir qué quería de la vida. A lo mejor se dedicaba a escribir un libro, coleccionar estampillas o abrir un refugio para gatos desamparados.

En realidad no importaba.

Solo quería encontrarse a sí misma.

Y cuando la tubería volvió a rugir, resonando por todas las paredes, Hermione sólo pudo sonreír encantada.

Este nuevo comienzo no podía pintar mejor.

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Al día siguiente, Hermione despertó con el cuello torcido.

Decidió entonces que lo primero que iba a cambiar de este lugar iba a ser esa bendita cama, que había resultado más dura que el mismo suelo en el que se había acostado hacía varios años, cuando acompañó a Harry a buscar los Horocruxes.

Intentado mantener su actitud positiva, se dirigió al baño y alejó toda la tensión con agua caliente.

Al salir medio empapada después de una ducha tranquila, notó por la pequeña ventana que el cielo se había despejado y sacó entre su ropa muggle unos viejos pantalones de mezclilla y una camisa desgastada.

Realmente necesito comprarme ropa nueva.

Se cepilló el cabello, que de tanto tiempo que llevaba sin cortarlo, le llegaba ya más allá de su cintura, y lo ajustó en una coleta.

Escondió la varita en un cajón, decidiendo que no quería arriesgarse llevándola afuera, y se propuso explorar el pueblo.

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Cuando salió, lo primero que pudo notar fue que las calles en realidad no se congestionaban tanto como en Londres.

La gente iba y venía, pero casi no pasaban automóviles y lo que más llegó a ver fueron bicicletas recorriendo las calles empedradas.

Muchos se le quedaron viendo y supuso que era uno de esos lugares donde todo mundo conocía a todo mundo, y un nuevo inquilino en la ciudad era la noticia más espectacular del día.

No le costó mucho trabajo encontrar el mercado, y cuando llegó, volvió a sentir esa sensación de que estaba en algún tipo de película o cuento.

-¿Qué le ofrecemos, señorita?- le preguntó una señora que debía rondar ya sus cuarenta, de cabello castaño y ojos azules.

-Me da dos kilos de manzana, por favor- le contestó Hermione, mientras repasaba todo lo que le faltaba comprar de la despensa.

–Por supuesto- asintió en seguida -Y dígame, ¿es usted la nueva dueña de Gwyll-ty?-

Hermione la miró perpleja -¿Disculpe?-

-Gwyll-ty- le repitió sonriente, mientras le entregaba la pesada bolsa –La construcción de dos pisos de la calle Eshttel-

La castaña tomó la bolsa de manzanas –Pues sí, soy dueña de una pequeña casa ahí, pero no la conocía por ese hombre-

La señora le sonrió –No es un nombre oficial ni nada, pero desde siempre la hemos llamado así-

Hermione asintió –Entonces al parecer, sí, soy la nueva dueña de Gwyll-ty-

-Mi nombre es Margaret Tyler- se presentó la señora –Y cuando necesites manzanas frescas, ya sabes a dónde acudir- le dijo, guiñándole el ojo divertida.

-De acuerdo, Margaret- contestó Hermione, complacida por la hospitalidad que estaba recibiendo de la gente –Un placer conocerte-

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De ahí, casi todo su recorrido siguió el mismo patrón.

Hermione llegaba a algún puesto y mientras compraba, las personas le preguntaba si era la nueva dueña de Gwyll-ty, de dónde venía, e incluso, su edad.

Ella amablemente contestaba. Cuando la gente le hacía preguntas, no aparentaban hacerlo con algún rastro de malicia o parecían ansiosos por oír el último chisme caliente del pueblo.

Al contrario.

No hubo ni una sola persona que no fuese amable con ella.

Inclusive, recibió varias ofertas para ir a cenar, por parte de señoras que morían por presentarla a sus pequeños hijos (o ni tan pequeños), de mostrarle los alrededores y hasta le ofrecieron membrecía de lujo para unirse a sus reuniones de bingo, lectura o tejido.

Hermione no pudo sentirse más feliz.

Llegada la tarde, acudió puntual a la cena a la que la había invitado el señor Rosmorth, y por fin tuvo el placer de conocer a la señora Rosmorth.

Una mujer de edad avanzada pero con unos ojos tan hermosos, que Hermione estuvo segura que fue toda una sensación de joven.

La pareja destilaba amor por todas partes.

-Y dime, querida- le habló cariñosa la señora Rosmorth, que insistía en ser llamada por su nombre de pila -¿Qué te ha parecido hasta ahora el pueblo?-

-La gente ha sido muy amable, Rosa- sonrió la castaña, mientras se llevaba a la boca otra cucharada del delicioso estofado de carne –En el mercado todos fueron muy atentos-

Ambos señores sonrieron.

-Pues yo escuché a varias señoras comentando lo hermosa que era la nueva dueña de Gwyll-ty- le susurró Rosa Rosmorth –E incluso, escuché varios planes malévolos que consistían en invitarte a cenar y liarte con sus respectivos hijos-

Hermione no pudo contener la carcajada –No imagino ser la única y mejor opción para futura nuera-

El señor Rosmorth sonrió –Tonterías, Hermione- le dijo por fin, después de muchas insistencias por parte de la castaña de que dejara de llamarla señorita –Eres la nueva noticia, no podía esperarse menos-

-¿Y por qué Gwyll-ty?- preguntó la castaña, intentando desviar la conversación.

Lo último que buscaba ahora eran líos amorosos en un lugar donde apenas y había llegado.

-Pues no recuerdo muy bien por qué- le contestó Rosa, mientras rellenaba su vaso –Pero supongo que tendrá que ver por la familia que vivió ahí por muchos años-

-¿Qué familia?-

-Recuerdo que de niño, ahí solían vivir unos inmigrantes daneses, hasta antes de la gran guerra, cuando decidieron partir a América- le contestó el señor Rosmorth –Desde entonces había estado inhabitado, por lo que te imaginarás el por qué tu llegada ha causado tanto revuelo-

Hermione comprendió –Ya veo-

-¿Y qué planeas hacer con tu tiempo libre, querida?- le preguntó Rosa –Imagino que buscarás trabajo, pero espero que no vaya a ser en la mina de carbón, ¿o sí?- cuestionó con un tono preocupado.

Hermione sacudió la cabeza –No, de hecho, es algo que quería preguntarles- ambos ancianos la miraron intrigados -¿Habrá aquí en Culross alguna biblioteca o librería?-

Los ojos de Rosa Rosmorth brillaron -¿Una librería? ¿Deseas abrir una librería?-

La castaña asintió –Esa es la idea-

-¡Es maravilloso, querida!- le dijo encantada –Cariño, ¿verdad que es maravilloso?- le preguntó a su marido.

El viejo Rosmorth asintió –Disculparás a mi esposa, pero es una amante de los libros y en efecto, aquí en Culross no hay ninguna librería y la única biblioteca desapareció hacía ya varios años-

-¿Desapareció?-

-No había nadie que tuviese el tiempo o el interés en cuidarla, así que el ayuntamiento decidió cerrarla y guardar todos los viejos libros en alguna bodega de la alcaldía-

A Hermione de repente se le ocurrió una maravillosa idea -¿Quiere decir que no hay nadie que se haga cargo de todos esos archivos?-

Ambos ancianos asintieron.

-Querido, creo que Hermione necesita ser presentada con urgencia a Marcus-

Su marido estuvo de acuerdo.

-¿Marcus? ¿Quién es Marcus?-

Rosa contestó sonriente –Nuestro Alcalde-

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A partir de esa noche, la vida de Hermione dio un vuelco colosal.

¿Quién diría que vivir en este pueblo sería algo monótono?

Cuando menos lo imaginó, Marcus Sillvan, el Alcalde de Culross, un hombre de casi sesenta años muy bonachón, la había nombrado la nueva encargada del archivo municipal, dejándola en la difícil tarea de administrar, clasificar y proteger los antiguos libros y documentos de la ciudad.

Llegaron ambos a un acuerdo de que dichos archivos podrían pasar a manos de Hermione y su futura librería, siempre y cuando no estuvieran a la venta y cualquiera que quisiese consultarlos tendría la facilidad para hacerlo.

Pero la tarea de administrarlos y sobre todo, clasificarlos, representó toda una hazaña.

No sólo estaban arrumbados y olvidados en esa vieja bodega, sino que además, muchos eran un montón de papeles inservibles, que de utilidad o importancia histórica no tenían nada, pero Hermione se vio imposibilitada de tirarlos sólo así.

¿Y ordenar algo inclasificable?

Toda una proeza.

Al cabo de un mes de arduo trabajo, Hermione conocía ya más de la mitad del pueblo, o más bien, ellos se habían encargado de conocerla.

Todo mundo estaba enterado de su labor, y al parecer, con ello se había ganado el cariño de muchos y el respeto de otros.

Además, gracias a la amabilidad de Marcus y su facilidad para el manejo de la burocracia, un lote completo de libros se encontraba ya en camino, listo para que ella pudiese abrir su librería en poco tiempo.

Para el mes y medio de su estancia en Culross, Hermione había perdido la noción de alguna otra vida que hubiese existido fuera de este pequeño pueblo en Escocia.

El uso de su varita se había reducido casi por completo, y lo único que la mantenía en contacto con ese otro mundo, era las frecuentes cartas que se escribía con Ginny y Harry, y las inusuales pero extensas con Luna.

Llegaban días en que Hermione despertaba y podría jurar que era una auténtica muggle.

Y a decir verdad, la idea no le desagradaba o le incomodaba. No lo hacía sentir menos, o sola, o como si traicionara su naturaleza.

Al contrario.

Era una sensación nueva y excitante.

Estaba segura que a este paso, lograría encontrarse. Redescubrirse.

Y sobre todo, aprender a ser feliz.

Y con ello, toda su energía se centraba en preparar la futura librería, clasificar los antiguos archivos de la ciudad, cenar con los señores Rosmorth dos veces por semana, jugar bingo, aprender a tejer, sumergirse en debates literarios con personas que al ser muggles, tenían una visión completamente diferente de la vida, religión, naturaleza, políticas y ciencia.

La renovación de la casa ocupó también mucha parte de su tiempo y no parecía conocer fin.

Ella misma, con ayuda de Rosa, Margaret (la que no sólo le vendían manzanas frescas, sino que también la hacía pedazos en el bingo) y otras personas que fue conociendo, redecoró poco a poco su casa, hasta que se sintió tan suya, como si lo hubiese sido siempre.

No era Hogwarts. Ni el departamento que alguna vez compartió con Ginny.

Mucho menos la casa de sus padres en la que pasó toda su niñez y los veranos de su vida adolescente.

Pero era su casa. Su hogar.

Y se sentía parte de ella. Y se sentía bien.

Su guardarropa se había transformado.

Las viejas túnicas de magia estaba arrumbadas en algún rincón, y todo era muggle, muggle y más muggle.

La varita estaba ahí, en ese cajón especial. No la había olvidado y de vez en cuando la sacaba y hacía algún encantamiento sencillo.

Tan solo para recordarse que la magia aún fluía en sus venas.

Pero ahora, no parecía necesitarla.

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-¡Hermione! ¡Hermione! ¡Ya es de día! ¡Es hoy!-

La susodicha ni siquiera había abierto los ojos, cuando sintió cómo un bulto le caía encima y le vociferaba en los oídos.

-¡Thomas! ¡Qué te he dicho de saltarle a Hermione encima!- se escuchó otra voz, esta vez femenina, un poco más lejos.

-¡Pero mami! ¡Es hoy!- argumentó la voz de regreso.

La castaña contestó con un gruñido, enterrando la cara bajo la almohada.

-¡Hermione! ¡Despierta!-

Hermione gruñó de nuevo, y en contestación, salió de su escondite y apresó al pequeño niño entre sus brazos, comenzando un ataque ofensivo de cosquillas.

-¡Cosquillas no!- imploró el niño, entre carcajadas y pataleos.

-¡Has osado despertar al lobo feroz!- gruñó la castaña, riendo y aumentando la velocidad de las cosquillas.

-¡Mami! ¡Sálvame del lobo!-

La susodicha, una mujer de tez blanca y cabello negro, los miraba desde la puerta, con una mueca que oscilaba entre la diversión y rodar los ojos, exasperada.

-De Thomas me lo espero, pero ¿de ti Hermione?-

La castaña paró el ataque de cosquillas y le sonrió a la mujer recargada en la puerta –Oh, vamos, Catherine, no seas una aguafiestas- y en eso dirigió su atención al pequeño de nueve años -¿Y qué hacen ustedes dos aquí tan temprano?-

El pequeño contestó con una sonrisa inmensa, que mostraba sus pequeños dientes, de los cuales, faltaban dos –Hoy es el gran día y le dije a mami que debíamos venir a despertarte para que no te quedaras dormida en el gran día- en eso se levantó y declaró solemne -¡Porque hoy es el gran día!-

Hermione no pudo evitar sonreír -¿Pero tan temprano? ¡Ni siquiera ha salido el sol!-

-Ni que me lo digas- suspiró Catherine desde la puerta –A mi me ha despertado desde hace una hora y me ha traído a rastras-

La castaña chasqueó –Eres controlada por tu pequeño de nueve años-

-Y tú actúas como una cría de la misma edad-

Catherine Rogg había conocido a Hermione Granger a las dos semanas de que ésta se hubiese mudado a Culross.

Resultaron ser vecinas y al poco tiempo, amigas.

La susodicha tenía cierta debilidad por su pequeño hijo, Thomas, y se había ofrecido a acogerlo las tardes que tenían demasiado trabajo y ni ella, ni su esposo, Jason, podían cuidarlo.

En pocas semanas el niño desarrolló un cariño inmenso por Hermione Granger y decidió autonombrarse su ayudante oficial.

La acompañaba cuando clasificaba archivos, libros, papeles, y Hermione lograba mantenerlo ocupado y feliz.

Así que para el pequeño, el gran día, no era otro que el día de la inauguración de la Librería Gwyll-ty.

Y decir que estaba emocionado, era quedarse corto.

-Hay que desayunar, que se nos hace tarde- ordenó el pequeño, con el rostro serio –Porque si abrimos tarde, nos veremos como unos irresponsables-

Hermione rodó los ojos -¿De quién habrás heredado lo mandón? Porque estoy segura que de tu padre no ha sido-

-¡Qué estoy presente!- reclamó Catherine –Y Thomas tiene razón- le dijo burlona –Deja de ser una floja irresponsable, y cámbiate-

La castaña se levantó de la cama –Hay pan, naranjas y huevo en la despensa, mientras ustedes preparan el desayuno, yo me baño- dijo sonriente, sabiendo que si había algo que Catherine odiaba, era cocinar.

-Pero…-

-¡Sí mami! En lo que Hermione se cambia, nosotros preparamos el desayuno- y en eso, el pequeño tomó la mano de su madre, guiándola consigo a la cocina.

-¡Ojalá te ahogues en la bañera!- gritó la morocha desde el pasillo.

-¡Yo también te quiero!- le contestó Hermione, mientras los veía desaparecer.

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La inauguración fue tranquila pero muchísimo más concurrida de lo que Hermione pudiese haber imaginado.

Muchos vinieron, durante el transcurso del día, para mostrarle su apoyo. Desde pequeños hasta grandes.

Algunos compraron un libro y otros solo observaban, felicitándola por la decoración, o la sección para niños, que al gusto de Hermione, era la mejor.

Se había inspirado en Thomas, pensando que si los adultos no visitaban una biblioteca o librería, era porque desde niños nadie les había inculcado el gusto por leer. Y si ella podía contribuir a que los niños leyesen, y vinieran a divertirse aquí un rato, entre libros, sillones de colores, dulces y más libros, podía darse por bien servida.

Y al final del día, cuando cerró la librería y la contempló desde afuera, junto a su pequeño hogar en el piso de arriba, Hermione se dio cuenta de una cosa:

Había encontrado la felicidad.

Y se sentía endemoniadamente bien.

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Después de dos meses con la librería abierta, Hermione había adquirido la costumbre de coleccionar figuritas.

Un hobbie un poco extraño, impráctico y de pinta de tercera edad, pero por alguna vete tú a saber razón, a la castaña le estaba encantando.

-¿Has escuchado las nuevas noticias, Hermione?-

La susodicha alejó su atención de las pequeñas figuritas decorativas del estante -¿Disculpa, Clarisse?-

-¿Qué si has escuchado las nuevas noticias?-

La castaña sacudió la cabeza en negación.

Clarisse, una joven de unos dieciséis años, que cuidaba la tienda de decoraciones de su abuela por las tardes después del colegio, era una mezcla de alguien que todavía tenía la mentalidad de una niña por dentro, aunque aparentase ser casi una adulta por fuera.

-Ha llegado un nuevo empresario, que compró la mina de carbón y dicen que quiere transformarla- le informó preocupada –Mi papá tiene miedo que vayan a despedir a muchos-

Hermione arrugó el cejo. La mina de carbón era la principal fuente de trabajo de Culross.

-Esperemos que no sea así- le contestó a Clarisse, aunque no estaba tan segura de su respuesta.

-Esperemos, Hermione, esperemos-

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Para el cuarto día de haber escuchado las noticias por parte de Clarisse, era inevitable sentir el pánico en el aire.

Todos hablaban de lo mismo.

Y no era para menos.

Si dejase de existir la mina de carbón, Hermione estaba segura que el pueblo desaparecería junto con ella. Sin fuente de trabajo, la gente comenzaría a mudarse, y de pronto, este hermoso sueño, esta vida, se desvanecería en el aire.

Jason, el esposo de Catherine, era uno de los gerentes de la mina, y ni siquiera él sabía muy bien qué estaba pasando.

La venta de la mina era un hecho, le había contado la noche pasada, en la cena que tenía con ellos todos los miércoles, pero el nuevo dueño no había dado ninguna instrucción y no había hecho acto de presencia aún.

Todos especulaban pero nadie sabía a ciencia cierta nada.

Y para el sexto día, el pánico llegó a su punto más alto.

Hermione intentó ignorar lo que estaba ocurriendo. Quiso convencerse a sí misma que no importaba, que aún si la mina cerraba, no tenía por qué afectarle.

La librería no tendría que sufrir ningún cambio, porque en realidad, no daba prácticamente ingresos, y lo único que la llenaba era un montón de niños, que diariamente iban a leer, escuchar cuentos y comer dulces (lo cual, la hacía inmensamente feliz)

Pero perdería a muchos.

Catherine y su esposo, obviamente tendrían que mudarse. Y eso significaba no más Thomas.

Los señores Rosmorth vivían de la pensión que tenía el marido de Rosa de la mina, y no quería ni imaginar lo que pasaría. Llevaban toda su vida en este pueblo y dejarlo les resultaría doloroso.

Sonaba egoísta, y era egoísta, pero Hermione no quería perderlos.

Quería que se quedaran con ella, aquí, en Culross, donde todos eran una familia, donde ella había encontrado una familia, no sanguínea, pero igual de importante.

Y con la preocupación latente, la tristeza en el aire y la desesperanza atascada en el esófago, llegó el noveno día.

Y todo cambió.

...

...

-¡Hermione!-

La castaña dejó caer el libro al suelo, por la impresión.

A la entrada de la librería, una Catherine aturdida la llamaba.

-¿Catherine? ¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien?- le preguntó consternada, notando como la susodicha llevaba el pelo revuelto, y los ojos muy, muy abiertos.

-¿Bien?- rió histérica -¡¿Bien?!-

Hermione la miró raro –Catherine, me estás asustando-

La morocha sacó todo el aire que llevaba en los pulmones y se acercó a Hermione –Hermione, necesito tu ayuda-

-¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Es Thomas? ¿Está todo…-

-No, no es Thomas- la interrumpió –Pero es algo importante-

-¿Qué sucede?-

-El nuevo dueño de la mina por fin ha hecho acto de presencia- le susurró consternada.

Hermione abrió los ojos sorprendida -¿Cómo lo sabes?-

-Se ha reunido con Jason esta mañana-

-¿Y luego?-

-Pues dice Jason que no fue claro en nada, solo dio instrucciones para que todo continuara como siempre, hasta nuevo aviso-

Hermione ahogó un pequeño grito -¿Pero por qué estás así? Algo más debió de haber…-

-Lo ha invitado a cenar- balbuceó Catherine, interrumpiéndola –Lo ha invitado a cenar- repitió despacio.

-¿Al dueño?-

La morocha asintió.

-¿Y por qué estás tan aturdida?-

Catherine la miró enojada -¡¿Pues cómo que por qué?! ¡¿Te parece poco?!-

Y a la castaña se le prendió el foco.

–No irás a cocinar tú…-

Catherine gruñó –Pues claro que no, ¿te imaginas? Después de probar mi cordero a la naranja, será un milagro que no muera envenenado, y si no muere, mínimo cierra la mina con tal de no volver a probar bocado-

La castaña reprimió una carcajada -Entonces, quieres que yo cocine, ¿verdad?-

Catherine la miró dulce –Por eso te quiero, eres tan buena amiga-

-¡Pero si yo no he aceptado!-

-Hermione- siseó la morocha –No puedes abandonarme ahora. Además, si logramos hacer buena impresión, dice Jason que podría influir en su decisión de cerrar o no la mina-

Hermione se mordió el labio –Pues podría ser, pero…-

-Vamos amiga- gimió –Realmente necesito tu ayuda y de paso, deberías quedarte a cenar y servirnos de refuerzo-

-¿Cómo?-

Catherine sonrió –Pues ha sido idea de Jason, dice que si el dueño da pintas de ser un malhumorado, será tu santo deber seducirlo y convencerlo de que no cierre la mina, ni recorte al personal-

-¡¿Mi santo deber?!- exclamó la castaña -¡No voy a andar seduciendo a nadie!-

Catherine gimió –Solo si es excesivamente necesario, además, dice Jason que no está nada feo-

Hermione bufó –No me importa- y se cruzó de brazos –Te ayudaré a preparar la cena y me quedaré, porque estoy intrigada en saber cuáles son sus malévolos planes, pero por ningún motivo – recalcó mortal –Por. Ningún. Maldito. motivo voy a seducir a nadie, ¿entendido?-

La morocha sonrió extasiada -¡Por eso mismo te adoro!-

Hermione rodó los ojos -¿Y cuándo es la dichosa cena?-

-Hoy-

-¡¿Cómo?!-

-Hermione- casqueó Catherine –Hay que limpiarse esas orejas más seguido…-

La castaña rodó los ojos –Estoy hablando en serio. ¿Cómo hoy? ¡Si pasan de las cinco!-

Catherine levantó su brazo izquierdo y miró su reloj –Son exactamente las cinco con quince, quiere decir que tenemos dos horas con cuarenta y cinco minutos para preparar una cena espectacular y arreglarte para que te veas de lo más sensual y enamores al tipejo este y nos salves a todos-

Hermione bufó –Pero no cierro la librería hasta las seis-

-¡Pero esto es una emergencia! ¡A parte ya no hay nadie!-

Y en eso tenía razón. Los niños solían irse antes de las cinco y ya casi nadie venía después de eso.

Y esta era la oportunidad de salvar esta vida que le había costado construir y que en definitiva, no deseaba perder.

-De acuerdo- aceptó.

...

...

Para las siete y media, una cena decente, aunque no precisamente espectacular, estaba preparada.

Con ayuda de Thomas, habían logrado recoger los juguetes del suelo y en general, la sala del hogar de Catherine y Jason lucía bastante bien.

Adornaron el comedor con unas velas y habían comprado el vino más caro que encontraron en la tienda.

-Ahora, tenemos que arreglarnos, solo nos queda media hora- le avisó Catherine, cuando el último carrito de plástico era botado a una gran caja de colores.

Hermione asintió –No tardo- y se dirigió a la puerta.

-¡No lo olvides!- le gritó la morocha, mientras subía las escaleras con Thomas en los brazos -¡Un escote de infarto y rojo! ¡Mucho rojo!-

Hermione rodó los ojos y cerró la puerta tras de sí.

En media hora, logró maquillarse un poco más de lo normal, dejar su melena suelta en rizos descontrolados que se veían bien gracias a lo largo que tenía el cabello, y aunque no fue rojo y no era un escote de infarto, consideró que se veían lo mejor que pudiese haberse visto.

No planeaba seducir a alguien, pero intentaría por lo menos ayudar todo lo que se pudiese, con tal de convencer al tipo este que no cerrara la mina.

Hermione no iba a perder esta nueva vida.

No señor.

Y a las ocho en punto, tocó a la puerta de Catherine.

-Ah, eres tú, que alivio-

Hermione entró y notó que su amiga se veía realmente guapa.

-¡Hermione! ¡Te ves muy linda!- le saludó Thomas, que por primera vez en todo lo que llevaba de conocerlo, no traía los cabellos parados, que siempre le recordaban al cabello de Harry.

-Y tú, te ves muy guapo- le contestó sonriente, guiñándole el ojo -¿Ya vienen?- le preguntó a Catherine.

Ella asintió –Jason me mandó mensaje hace unos minutos, dice que vienen en camino-

Hermione asintió –De acuerdo, iré a calentar la pasta y tú los recibes- se dirigió al pequeño -Vamos Thomas, necesito ayuda-

El pequeño la siguió a la cocina.

-¿Ya te dijo tú mami que debes ser muy amable con el señor que va a venir a cenar?- le preguntó la castaña, mientras encendía la estufa.

Thomas asintió –Si, me dijo que debo ser educado y contestar amable si me pregunta algo-

Hermione le sonrió –Eres encantador, no creo que vaya a haber ningún problema-

En eso, a lo lejos, se escuchó cómo la puerta se abría y Hermione supo que Jason y el famoso personaje por fin habían llegado.

-¿Listo para la batalla?- le preguntó sonriente a Thomas.

-¡Listo!-

Lo tomó de la mano y salieron juntos de la cocina.

Lo primero que vio fue la espalda de Catherine, notando cómo saludaba a los recién llegados y tomaba sus abrigos.

Después pudo ver a Jason, que saludaba a su esposa con un casto beso en los labios.

Y a continuación, el nuevo dueño de la mina de carbón.

Pantalones grises, camisa blanca y corbata que combinaba con el pantalón.

Cabello rubio platinado peinado hacia atrás, nariz respingada y unos innegables ojos grises.

Una piedra le cayó en la boca del estómago y Hermione sintió cómo el tiempo se detenía en ese instante.

-¡Hermione! Has venido- la saludó Jason –Permíteme presentarte a mi nuevo jefe, el señor Malfoy-

Y sí.

Si Hermione aún guardaba la esperanza de que la imagen frente a ella no era más que una ilusión barata o un espejismo de mal gusto, todo anhelo murió.

-Señor Malfoy, le presento a la dueña de la Librería Gwyll-ty, Hermione Granger- presentó Jason.

El susodicho estiró la mano y una mueca sardónica, autosuficiente y altanera se dibujó en su rostro –Granger, qué agradable sorpresa-

¿Y ahí?

Ahí fue cuando todo realmente comenzó.

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Sari