Punto y aparte
El frío golpeaba con una fuerza incesante la ventana de la pequeña habitación en que los dos se encontraban y ninguno de ellos sabía qué les había llevado una vez más a aquel lugar, a aquella caja de recuerdos que ambas compartían, si la vida daba muchas vueltas, desde luego, la suya era una de tuerca. ¿Cómo iba a imaginar ella que volvería a verlo? ¿Cómo que lo seguiría amando? ¿Podía seguir así? Un golpe de viento la hizo de nuevo consciente de lo que se acumulaba fuera… Una nieve densa, fría. No podrían salir de allí en algún tiempo. Estaban encerrados. Ella, él y 10 metros cuadrados de habitación. Perfecto. Él se movía incómodo, ella intentaba mantener la mirada en sus ojos almendrados, su cabello ardía como el fuego, el de él lo acompañaba en el juego. Un suspiro. Se movía. Una sonrisa. Se volvía. Se miraron. De nuevo la seguridad de las paredes
Hacía tiempo que ambos habían decidido que aquello debía terminar, a él le preocupaba no poder protegerla, a ella le preocupaba que él se arriesgase al defenderla. Pero ambos compartían el mismo miedo. Temían el punto final. Las miradas en la furtividad de los encuentros, los besos bajo la sombra de un cedro, las sonrisas dulces, las lágrimas amargas, los abrazos que no se daban y las caricias que otorgaban. Eran su respiración, su hálito, su razón de ser. Razones que habían acabado en el pasado. Pero no lo habían hecho bien, en su miedo por separarse habían olvidado todo lo que les hacía amarse… Se habían distanciado, solos, en un entramado de mentiras, mientras sus amigos observaban impotentes. Nada habían podido hacer para que ellos se dieran cuenta de su error, sólo pudieron presenciarlo. Ver cómo la vida se escapaba de sus ojos, y cómo la fuerza abandonaba sus abrazos, cómo lo que habían creado moría lentamente, desapareciendo… Pero había llegado el día que más temían. Estaban uno frente al otro. Sus ojos frente a los de ella, los de ella clavados en los de él, sus labios curvados en una sonrisa incómoda, su ceño fruncido, su cuerpo encogido, el frío arropándolos. Ceguera. Miradas furtivas. Sonrisas desesperadas. Ansia. Deseo de sus cuerpos enlazados. Vacío.
Ella miraba por la ventana, observando cómo el manto blanco aumentaba cada vez más, su amigo había llamado antes a los servicios de emergencia, pero no llegarían hasta dentro de mucho. Solos. Como lo habían estado una vez hacía un año, en aquella cabaña donde los recuerdos los atenazaban, el recuerdo de uno de tantos besos que sin embargo significó que no podían seguir juntos. Era aquel el lugar del que había sido el primero y el último de tantos. Él se acercó a ella. Ella se limitó a moverse ligeramente, haciendo sitio a su lado. Los brazos de él la rodearon, poderosos, y ella dejó escapar un suspiro. Seguridad. Sólo en sus brazos. En los suyos. No en los de los muchos que habían pasado por su vida en el tiempo que habían estado separados. Y en su abrazo, calidez. Sólo con ella. Con la niña que dormía cuando él se preocupaba, la niña que en sueños contra su pecho se mecía. No con las tantas que habían coincidido en su lecho. Con ella. La miró, y ella también. Cansados de huír, hartos de mentir…Deseando sentir. Deseando volver a vivir. Juntos.
Sus ojos se encontraron, y también sus corazones. Se acercaron. Un beso. Una unión. Un nuevo comienzo. El principio de la felicidad, el fin de la soledad. Él y ella. Nadie más. Como había sido en un principio. Se separaron. Una mirada. Palabras mudas. Ojos que comunicaban más que cientos de sonidos. El gris del destino frente al avellana de la calma. Su amada. Su enamorado. La nieve derritiéndose en el exterior. Sus cuerpos desnudos. No importaba. Sólo las paredes miraban.
- ¿Podré amarte?
No había sido un punto final.
- Siempre
Sólo un punto y aparte
