¡Nada Me Queda!
-¡HARRY!
Harry, que estaba en la cocina buscando algo que llevar por si a Ginny le daban sus ataques, cerró el refrigerador de inmediato y subió casi corriendo las escaleras. Se golpeó con el marco de la puerta pero ahí estaba. Jadeando, acudiendo al llamado de la mujer que amaba.
Ginny estaba sentada con las piernas abiertas frente a su armario en unos shorts y una camisa floja de Harry que normalmente usaba para dormir y que ahora le quedaba justa del estómago. Lo único elegante era su cabello bien peinado y su cara maquillada. Harry no lo pudo evitar, se veía demasiado adorable. Tomó la cámara que había en el buró y, sabiendo que lo lamentaría en unos segundos, tomó la foto que se moría por hacer.
Obviamente, Ginny reconoció el sonido de inmediato. Volteó hecha una furia. Una sexy y hermosa furia. Harry no pudo hacer más que contemplarla con la expresión de un niño haciendo una travesura.
-¿Crees que te llamé a que me vinieras a hacer fotos de mis momentos menos agradables? –Harry negó con la cabeza. Ginny se levantó y caminó hacia él. -¿Crees que por ser mi esposo tienes derecho a tocar mi cámara y tomarme desprevenida? ¿Entonces por qué lo haces, Potter? ¿La fama se te subió a la cabeza? –Lo empujó con un dedo. Harry sonrió. –Tengo un serio problema y tú solo vienes a burlarte de mí.
-¿Cuál es tu problema, amor?
-¡No me hechices con tus encantos! Soy inmune –le dijo dándose la vuelta y pegándole a Harry en la cara con su cabello. Entró al armario y Harry la siguió. –El problema es… No tengo que ponerme –se volteó de nuevo tan repentinamente que Harry estuvo a punto de chocar con ella. Ginny juntó sus manos como si estuviera en una junta ejecutiva. Harry rodó los ojos. Sus papeles dramáticos de emparazada eran parecidos a un Ron borracho.
-Solamente vamos a la cena del cumpleaños de Hermione.
-¡EXACTAMENTE! ¡Y ve mi pansota!
¿Que la viera? Harry era lo único que hacía. Ver el crecidito estómago (casi nada) de casi 4 meses de su esposa era algo inevitable. Era lo que la hacía la persona que más lo había hecho feliz.
-¿Por qué no te pones ese vestido negro que…? –empezó Harry pero Ginny rodó los ojos. -¿O el rojo largo que…? ¿El morado que…?
-Ah, Harry James Potter, tú quieres hacerme sentir estresada –lo apuntó con un dedo. –El morado no me queda y el rojo no queda en esta ocasión. ¡Retráctate! ¡O mejor aún, tráeme un poco de pastel!
-Pero, Ginny, tu mamá dijo que…
-¡Ah, la negación! –puso una mano sobre su cara dramáticamente. Harry levantó las manos y comenzó a retroceder lentamente.
-Tranquila, voy por el pedazo. No será demasiado grande, pero no temas… -luego añadió hacia sí mismo -¿Temer, tú? Eres la persona más loca que he conocido. Temer yo porque Molly me matará.
Salió apresuradamente, chocando de nuevo y murmurando para sí mismo y Ginny sonrió y rodó los ojos. Si tan sólo Harry leyera los libros que Hermione les había dado no habría caído en los teatritos que Ginny hacía a propósito sólo para reírse un rato.
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