-No me mires así- gruñó viéndose al espejo. – Exacto, así de desesperado estoy- continuó hablándole a su reflejo.
Buscó su reloj de cadena, lo trabó a una de las cuentas de su pantalón y lo depositó en el bolsillo del mismo, se puso colonia y fue directo al closet. Caminó a lo largo de los pasillos buscando el mejor espejo de cuerpo completo para verse.
En algún momento en los pasados años, se había preguntado por qué se había convertido en un snob. Pero ya no, ahora lo sabía, para él era como estar consintiendo a Bill: cuidarle del frío de la noche, decorar con buen gusto, comprar el vino que su paladar degustara… Todo lo que le gustaría a Bill, eso era en realidad en lo que se consolaba.
La luz del intercomunicador se encendió, esto le indicaba que ya estaba todo dispuesto según sus órdenes.
"No tan rápido, guapo" se dijo así mismo. Debía hacer una llamada antes de salir. Marcó el número y tres tonos después la voz de su interlocutor le alcanzó.
-Mr. Tom Kaulitz.
-Gustav… ¿Cómo estás?
-Bien ¿Y tú?
-De maravilla. ¿Cómo va todo con la señora Shaffer?
-Tom, no quiero ser pesado pero tú y yo sabemos que no me llamas para preguntarme por ella, así que mejor ve al grano.
-Ok, gracias por evitarme el protocolo. Espera, ¿qué es ese ruido?
-Te puse en altavoz, estoy terminando de arreglarme. Bill fue muy claro en la hora que debíamos estar en el lobby y te juro por Dios que si no me lo repitió veinte veces no fue una sola.
Tom bajó la mirada y suspiró, sólo escuchar su nombre le descomponía.
-Bueno, eh …
-¿Por qué no viniste, Tom?
-¿Podría pedirte un favor?- fue la respuesta a la pregunta de su amigo.
-Lo que sea, lo sabes.
-Mantén alejado a Georg de Bill, por favor.
-Era justo lo que planeaba hacer.
- No sé qué jodidos les pasa cada vez que se emborrachan juntos, pero la última vez por poco mato a Georg y fue mi adorado gemelito el que inició todo el lío.
-Yo les vigilo, igual ya somos adultos, esas estupideces son de niños.
-Gracias, pásala muy bien y salúdame a Dave.
-Lo haré, espero verte pronto Tom.
-Adiós Gustav.
Colgó el teléfono suspirando, al menos lo había intentado.
Bajó corriendo al primer piso. Ahí le esperaba Arthur, quien le entregó un ramo de rosas blancas y una caja de chocolates.
Salió y ahí le estaba esperando su nuevo juguete: un Chrysler 300 negro, con aros cromados ya estaba arrancado.
- Señor, ¿está seguro de...?
-No voy a discutir mas sobre esto, te lo advierto- interrumpió el muchacho arrebatándole las llaves a su jefe de seguridad y subiendo al auto.
Saki respiró profundo y corrió a subirse a la camioneta aparcada detrás, desde donde lo seguiría con dos guardaespaldas más.
Tom encendió la música en el estéreo y dejó que le envolviera ese aire de melancolía que trae el ir solo en un automóvil. Conducía muy poco, cosa que era irónica, ya que de adolecente lo único que quería era poder comprarse un auto. Ahora podía tener todos los que quisiera pero no podía manejarlos o mataba de un ataque de histeria a Saki.
Sintonizó la radio y la canción hip hop de moda le pegó en los oídos. Él la había producido y ahora era tonto cómo le parecía chocante. Siguió cambiando de radio hasta que por fin dejó una estación y tomó la decisión de escuchar lo que fuera. Prestó atención a la melodía suave que recién empezaba, sintió cómo la fusión de los instrumentos transmitía un cierto aire de dolor y subió el volumen.
Su pulsación empezó a acelerarse. Podía sentir la melancolía en la voz del cantante, escuchar dolor en el bajo y en sí toda la canción estaba armada de una forma especial, casi personal. Eran pocos los que podían producir así, él lo sabía, era su negocio y por primera vez tiró su ego por un lado y deseó darle una reverencia al tipo que produjo esa canción. Inmediatamente le habló a la radio.
- Te plagiaron ¿sabías? Me dieron el premio a mí, pero creo que era tuyo. Esta mierda está jodidamente bien hecha- aseveró. Sintiendo que su garganta se cerraba y no le dejaba decir más, tragó en seco y detectó esa estúpida sensación de querer llorar.
Una lágrima bajó por su mejilla y la limpió rápidamente. Odió el segundo en que se le había ocurrido salir de casa, hubiera sido mil veces mejor vivir otro fin de semana como siempre, beber, dormir, comer y repetir todo de nuevo hasta que amaneciera lunes y regresar a su gratificante rutina. Pero últimamente la soledad a la que se había condenado parecía querer devorarlo y volverle loco. "Maldita la noche que se me ha ocurrido salir", pensó de nuevo secando otra lágrima más.
Amaba y odiaba esa canción porque hacía que regresaran a su mente diálogos sueltos, sonrisas, abrazos, caricias y miradas de complicidad. Cosas que sería mejor no poder recordar. Encendió las luces de emergencia y se apartó a un lado de la carretera, sacó un papel y esperó a que terminara la canción. El locutor dijo el nombre de la misma pero no quien la interpretaba.- Estúpido- reprochó Tom mientras escribía el nombre de la melodía.
Vio por el retrovisor como uno de sus guardaespaldas llegaba hacia él. El hombre tocó el vidrio de su auto a tiempo que preguntaba- ¿Algún problema, señor?
Tom negó con la cabeza y le indicó que regresara a la camioneta para ponerse de nuevo en marcha. Buscó la hora: eran justo las siete treinta de la noche y faltaba un buen trecho de camino. Ella le mataría si llegaba tarde, de eso podía estar seguro. Minutos después había alcanzado la vereda que colindaba con el río "¿Cuántas veces habían paseado juntos ahí?" se preguntó.
Se identificó en la garita, condujo hasta la casa y se estacionó fuera. Descendió del auto dispuesto a hacer un esfuerzo. "Sí Tom, de este tamaño es tú soledad" se dijo. "A esto has tenido que llegar, tan solo para matar una noche más"
Agarró las rosas y los chocolates, caminó directo hacia la puerta y se sintió como un perfecto idiota. "¿Chocolates? Mierda ¿acaso estas en secundaria?" se reprochó. Inmediatamente una sonrisa de burla asomó por sus labios. "¿Qué sabes tú lo que es una cita de secundaria?" fue el pensamiento que le hizo reír relajándose y llegando hasta la puerta.
Golpeó suavemente la puerta, estaba nervioso. Era idiota, cualquiera diría que no la conocía, pero vaya que la conocía, y sabía que la amaba pero siempre se habían resultado extraños. En un segundo abrió la puerta y lucía radiante, no recordaba haberla visto sonreírle así jamás.
- Hola- saludó el muchacho entregándole los presentes.
-Mi amor, muchas gracias, pero no era necesario- replicó mientras acercaba su cuerpo al de él y le daba un dulce beso en la mejilla.
Tom la envolvió en sus brazos. Se sentía tan solo, tan desamparado… No recordaba haberla necesitado nunca hasta este día.
-Nunca pensé que ibas a recordarlo.
-¿Piensas que soy tan idiota?
-En los últimos cuatro años, lo has olvidado dos.
Tom se sonrojó, se sentía avergonzado, tal parecía que recurría a ella como último recurso. – Creo que no debes pensar que soy un idiota, evidentemente lo soy- puntualizó el muchacho pasando a la sala.
Le sirvió una copa de vino, mientras él se sentaba, recorriendo el lugar con la mirada, deteniéndose en cada fotografía colgada en las paredes. Ahí estaba su historia.
Mordió sus labios con desesperación. Sabía que estaban cerca, podía sentirlos.
-¿Puedo verlos? – preguntó de golpe.
-No- fue la severa respuesta de ella.
- ¿Por favor? Sólo quiero verlos.
-No, no hoy no ahora...
El joven se paró, no iba a escucharla más. ¿Qué sabía ella lo que ellos representaban en su vida?
-Tom, te lo prohíbo, los vas a alborotar...- decidió guardar silencio y ahorrar saliva, él ya ni le escuchaba. Lo siguió por todo el largo de la casa. -Te vas a ensuciar- trató de razonarle.
- ¿Crees que me importa?- gruñó Tom corriendo la puerta de vidrio que daba hacia el jardín. Automáticamente, una sonrisa auténtica brotó de sus labios al escucharlos.
-¡Acá está papa!- anunció de un grito. Y antes de que terminara de decirlo siquiera, se le abalanzaron encima, tumbándolo al pasto. Sonrió, acariciándolos. Había pasado tanto tiempo… y en medio de lamidas, besos y olfateadas recibió todo el amor de los únicos que sabían sus secretos: sus perros.
Se puso de rodillas.- ¿Dónde estás, viejo Scotty?- gritó mirando hacia la inmensa perrera que había mandado construirles en casa de su madre. – Vamos, no seas flojo, ven con papá.
-Tom Kaulitz, ve como te has hecho la ropa- entró Simone reprendiéndole.
-Ya deja, que no soy un niño.
-Si te vieras en mis ojos ahora mismo, no estarías tan seguro.
Para Simone, el amor de su hijo mayor hacia sus perros era desmedido. A veces bromeaba diciendo que... –Parecen tus hijos.
-Porque lo son- contestó de vuelta mientras se paraba. Simone regresó adentro, haciéndole gestos de que estaba loco.
Tom no le prestó más atención, por de pronto alguien estaba exigiendo más caricias. Se arrodilló de nuevo ante ella. –Sí, sí, ya se, Ruby, eres una caprichosa nena de papi que necesita un segundo de caricias solo para ella- reprochó a la perra que Bill le había regalado. Sintió de nuevo la tristeza llegar y pegó la cabeza de ella contra su pecho.- Ya, Ruby no seas tonta, vamos a estar juntos de nuevo, ya lo verás- le dijo tomando la cabeza de su perra obligándole a que le viera.- Es una promesa- afirmó.
-Scotty, te estoy hablando- gritó de nuevo viendo hacia la perrera, caminó y entró.
-Mierda, ya estas viejo- dijo cargando a su otro perro, vio sus ojos y por un momento juró que podía saber qué sentía.
-Lo sé, te vendrás a casa conmigo- aseveró yendo de nuevo al jardín.
-Vendré pronto, no falta mucho- gritó acariciando con su mano libre a sus demás perros.
-¿Qué crees que haces?- pregunto Simone, viéndole con Scotty en brazos.
-Me lo llevo
-Tom, ya esta grande…
-Lo sé- le cortó.
-Hijo, es probable que muera pronto.
-Es por eso que me lo llevo. Si va a morir, morirá conmigo- dijo saliendo por la puerta principal hacia la camioneta donde sus guardaespaldas aguardaban. Se lo entregó y pidió a Saki que ordenara que llevaran a su perro a casa y dispusieran todo para Scotty.
Iban sumergidos en un pesado silencio, ninguno quería arruinar el momento. Era algo inevitable, terminarían en una discusión o en alguna palabra hiriente, siempre lo hacían. Casi iban resignados a ello, pero cada uno evitaba ser quien lo propiciara, era por ello que el silencio era la única opción al menos para llegar sin lágrimas al postre.
-Amo tu auto, es muy bello- dijo Simone tratando de haber escogido un tema lo suficientemente neutral.
-Gracias ¿quieres uno?
-¿Qué dices?
-Si quieres uno. Te verías linda en un beige, o había un color dorado no muy fuerte. Hablaré con Maguie para que lo vean.
- ¿Estás hablando en serio?
-Más que nunca.
-No es necesario…
-Yo quiero hacerlo- refutó interrumpiéndola.- No creerás que rosas y chocolates era todo lo que tenía para tu cumpleaños.
-Con tenerte a ti me basta.
-Mejor callémonos, mamá- le cortó Tom, odiaba sentir que usaba frases buscadas.
Simone levantó la ceja, característica trasladada genéticamente a sus hijos. Cruzó los brazos y se dispuso a contemplar el camino, no iba ser ella quien echara todo a perder esta vez.
Dos horas después, la última gota de la segunda botella de champán fue servida en la copa de la madre de los gemelos. Habían tenido la conversación más larga y civilizada de los últimos diez años.
Tom sintió los problemas llegar al ver que su madre estaba totalmente ruborizada por el alcohol. Reía una y otra vez sin motivo, no era precisamente excelente bebedora. Le quitó la copa de los labios y la depositó en la mesa pero Simone la tomó de donde la había dejado su hijo y se la bebió de un trago mirándole con ojos retadores.
-Nos vamos- anunció parándose. La tomó del brazo e hizo que se apoyara en él mientras salían escoltados por su seguridad y Saki se encargaba de pagar la cuenta.
"Sólo eso me faltaba, que mi madre se emborrachara" era el pensamiento que le venía cada vez que la volteaba a ver en el asiento del copiloto.
-Deja de verme como si hubiera matado a alguien- le exigió Simone haciendo grave su tono de voz.
Tom no le respondió, siguió conduciendo con precaución y encendió el radio. Para su desgracia, Ready Set Go sonaba en la noche de recuerdos, así que apagó de nuevo la radio.
-Wow, debe ser una maldición que te persiga el pasado- murmuró su madre levantando la ceja burlonamente.
El chico siguió conduciendo, ignorándola lo mejor que podía. Sabía lo que hacía su madre, buscaba provocarlo, quería una reacción de él y eso era justo lo que no haría.
Simone se estiró y encendió la radio.
I promise you right now
I never let you down
Fue la línea justa que cantaba Bill a través de la radio en ese momento, a través del tiempo y de los años. Tom apagó de nuevo la radio y se orilló en la carretera.
-¿Qué pretendes?- preguntó sin voltear a ver siquiera.
Simone abrió la puerta y bajó del auto. Tom cerró los ojos y golpeó el volante con todas sus fuerzas, respiró profundo y bajó dispuesto a seguirla. Y tras ellos, guardando una distancia prudente, Saki y un guardaespaldas más.
-¡Simone ¿qué crees que haces?!- gritó caminando tras ella mientras se ajustaba mejor el abrigo. –Oye, ya deja eso, regresemos al auto. Hace mucho frio- le razonó subiendo un poco más el tono de voz. La única respuesta que tuvo fue un largo silencio aun más dañino que cualquier palabra que ella le pudiera dirigir.
"Imposible negarla" pensó Tom acelerando el paso. "Somos su copia exacta. Me ignora cuando se le apetece, yo hago otro tanto, sube la ceja burlándose justo como lo hace Bill… ¿Qué otra encantadora característica marca Simone tendremos?" Se pregunto molesto. Negó con su cabeza, como si con ello pudiera espantar sus pensamientos. Quería terminar con ese día así que más le valía ponerse en ello.
-Simone deberí….- Tom acalló su voz al ver a su madre dar vuelta hacia él y caminar directo hasta llegar a escasos centímetros.
-Mamá. Si quieres que te preste dos minutos de atención, ten la decencia de llamarme mamá- demandó clavando su índice en el pecho de su hijo. - ¿Qué hice de malo? Dime de una puta vez, Tom, ¿por qué puedes juzgarme?
-No toques ese punto ahora. Sólo no lo…
-Responde.
-Te lo advertí- fue la frase retadora que el muchacho dio como advertencia.- No se qué tan hijo tuyo soy.
-¿Cómo te atreves?
-No como te atreves tu a pedirme que te llame mamá. Dime ¿cuándo has estado? Digo, ni siquiera necesito mucho, una llamada de vez en cuando no molesta ¿sabes? Una atención. Tal vez "Hola Tom, supe que ganaste un Falcon, felicitaciones bastardo estúpido". Con eso me hubiera bastado.
Los ojos de Simone estaban llenos de lágrimas, el dolor en los ojos de Tom no le dejaba sentir el propio. Chupó sus labios ansiosamente.- ¿Tan mala madre soy?- musitó antes de que olas de lágrimas corrieran por sus mejillas.
-Depende a quien le preguntes. Bill podría dar magnificas referencias tuyas- respondió sentándose en un tronco e ignorando lo mejor que podía a su madre frente a él, llorando. Esta se acercó mas a él, se agacho un poco y tomó las manos de su hijo entre las de ella, las besó y acarició.
Los ojos de Tom se desorbitaron y sus manos temblaban, no podía dar crédito a lo que sucedía. –No, no hag…
-Calla, deja que yo hable- le ordenó su madre. Respiró hondo y se lanzó a hablar. - ¿Sabes? Nunca antes te hice falta. No es que estuviera más o estuviera menos contigo, siempre he estado ahí, lo que pasa es que nunca te percataste de nada porque nunca antes habías estado totalmente solo. Cuando eran pequeños y estaban en la banda nunca querías contestarme una llamada, la vida es mucho más intensa al lado de tu hermano y mil veces más satisfactoria para ti. Entonces simplemente no me necesitabas. Sé que lo amas de distintas formas, y también sé que él ocupó todas las formas habidas y por haber de amor y que simplemente desechaste al resto de la humanidad…-la voz de Simone se quebró. Tom quería hablar, pero su madre con un gesto le pidió silencio.
-Ya sé lo que dirás. Bill era el único que sabía cuidarme, cuando protegerme. ¿Quién crees que le enseñó eso, Tom? ¿Cómo crees que un niño de su edad iba a saber hasta como calmarte los nervios antes de una entrevista? ¿Cómo? -repitió algo más fuerte. –Bueno, pues ahí está tu misterio desvelado. Sí, hablaba mas con Bill, pero de lo único de lo que él quería hablar era de ti. Así que sí, Tom, seré una mierda de madre pero siempre he estado ahí.
La respiración acelerada del muchacho empezó a cortarse. Iba a llorar de un momento a otro y estaba tratando de evitar tan incómodo momento.
-¿Y sabes qué pasó luego? Ya ni él me necesitó. Llegaron a los dieciocho perfectamente bien. Bill ya te conocía mejor que yo y te amaba de todas las formas que tú necesitabas. Fue ahí donde dejé de ser importante, hasta que decidieron separarse.
Tom no pudo contenerse más y dejó que sus lágrimas corrieran. Apoyó su cabeza en el vientre de su madre y esta le acarició el cabello.
-Cuando se separaron ¿sabes qué? Bill me pidió que te cuidara. Claro, ahora las instrucciones eran de él: No dejes que lo sepa mamá, odia sentirse débil. Y eso es lo que he hecho. No creerás que Sue aprendió del aire a cocinar justo con la sazón que te gusta. ¿Cómo crees que sabe exactamente cómo servirte tu zumo de naranja? ¿Cómo Maguie podría ser tan estupendamente perfecta? Fácil Tom, yo les enseñé como cuidarte.
Pasaron unos minutos en silencio, él aferrado a la cintura de aquella mujer que había juzgado tan mal mientras Simone no hacía más que acariciar su cabello. Un suspiro del chico le anunció que estaba listo.
-No digas nada, no es necesario- le pidió su madre acariciándole la mejilla.- ¿Tom?
-¿Si?
-¿A qué puta hora te pusiste ese piercing en la lengua?
-Mamá…
-Vamos, Tom.
-Larga historia.
-Tengo tiempo- dijo tomando el brazo de su hijo y obligándole a que se lo pasara por los hombros.
-Está bien, fue hace un par de semanas…
***
-Ahh...ahhh- gemía tratando de ahogar su grito. Respiraba pesadamente y su corazón, latiendo fuerte, le multiplicaba el placer de la sangre fluyendo hacia su pene con rapidez.
Cerró los ojos pegando su cabeza contra el vidrio de la ducha. El vapor delineó la forma de su cabeza mientras mordía sus labios con desesperación y con una mano se sostenía lo mejor que podía de la llave de la ducha. Sintiendo el espasmo previo a la explosión que venía subiendo en su erección, dio un último estirón a su miembro y se corrió. Notó su tibio semen resbalar sobre sus manos aún jadeando, se llevó los dedos a la comisura de sus labios y de forma sensual los chupó pero escupió inmediatamente. Era inútil, no sabía igual.
Terminó de ducharse, ajustó la toalla alrededor de su cintura, salió directo a la suite y se tiró en la cama. Odiaba su soledad y al mismo tiempo la necesitaba. Esa noche seria una perfecta prueba de cuando tenía que hacer cosas que no quería, pero debía. Se estiró hacia el teléfono y vio el reloj antes de marcar. "Serán las siete de la noche en Berlín" pensó.
-¿Mamó?- preguntó al oír el auricular levantarse.
-Sí, Bill soy yo.
-¡Feliz cumpleaños!- gritó tratando de fingir la euforia característica en él años atrás y que nunca lograba volver a imitar, por más que lo intentaba.
-Gracias mi amor, pensé que no lo recordarías.
-¿Cómo no lo voy a recordar? ¿Por quién me tomas?
-Olvídalo cielo, ya sabes, estoy vieja y sentimental. ¿Cómo va todo?
-Bien. Hoy fue el día libre más ocupado que he tenido en mi vida.
-Lo sé, Andreas pasó ayer a dejarme un regalo antes de ir al aeropuerto.
-¿Ves Simone? Todo el mundo te ama.
-Seguro su madre lo amenazó.
-Esa también es otra posibilidad- respondió el chico en medio de una carcajada.- Oiga señora guapa, ¿y qué hace usted en casa el día de su cumpleaños en vez de estar celebrando con la abuela o con alguno de esos miles de pretendientes que le sobran?- inquirió en tono galante.
-Voy a salir con Tom.
-¿Ahh?- fue el grito de sorpresa del menor de los Kaulitz. –Wow mamá, no sé qué decir.
-Yo tampoco supe cuando Maguie me llamó, conteste tres "sí" en cadena y ni sé qué fue lo que acepte, enton…
Simone siguió hablando por un momento pero ya Bill no le escuchaba, estaba completamente aturdido. Su garganta se cerraba y un suspiro trató de calmar la opresión que creía en su pecho, pero era inútil tratar de calmar el dolor porque no era propio, era el dolor de Tom dentro de él. Sí su gemelo había llegado al punto de tragarse su orgullo para salir con su madre, era que estaba muy mal. No quería pensar en eso, no en su Tomi quebrándose.
-Bill... ¡BILL! ¿Me estás escuchando?- fue la pregunta de su madre, que lo hizo reaccionar.
-Si mamá, perdón ¿Qué me decías?
-Que si invitaste a Tom a la fiesta.
-Claro, se lo hice saber- apuntó. Eran obvios formalismos, ambos sabían que no se verían más hasta el momento acordado, ya se habían dejado llevar demasiado por sus impulsos.
-Entonces ¿Por qué no fue?
-No sé, supongo que tenía mucho trabajo.
-Eso es idiota, Andreas tomó un avión para asistir, Gustav ya llegó… Es obvio que lo planeaste de una forma adecuada para todos.
-Sí, verás, es el único fin de semana que tengo libre en algún tiempo. Gustav estaba a dos ciudades y tenía una semana libre y los amigos de Dave tienen sus oficinas en esta área de Europa. Si había algún momento en el que podía reunir a la mayoría era este, pero siempre pas...
-Bill, cállate que te estás enredando, mi amor. Mejor cuéntame ¿qué organizaste?
-Mamá, es una despedida de soltero y te juro que no es nada que quiera contarte.
-Ay, por Dios, no quiero imaginármelo.
-Creo que por fin dejaré de ser virgen.
-Bill Kaulitz, más respeto con tu madre- interrumpió Simone severamente. Los dos cayeron en una carcajada al unísono.
-Es broma, guapa, es broma, tengo que colgar. Te mando un beso y hablamos luego de como celebrarte tus doscientos cincuenta años ¿está bien?
-Te daré una tunda, Kaulitz- logró contestar su madre, que no dejaba de reír.- Cuídate mi amor y diviértete.
-¡Mamá...espera!- gritó Bill aferrándose al teléfono, esperando que su madre no hubiera colgado ya.
-Dime.
-Prométeme que trataras de llevar todo bien con Tom esta noche.
-Sí…
-Él te necesita.
-Lo sé, yo también lo necesito.
-¿Mamá?
-Dime cariño.
-Cuídamelo, por favor.
-Sí, mi amor, yo te lo cuido.
Bill colgó el teléfono a punto de llorar. No estarían bien, lo sabía. Además, nadie sabía cuidarlo como él.
Cerró los ojos y acarició con suavidad su propio rostro tal como lo haría con él.- Vas a estar bien mi amor, falta poco.
Delineó con la yema de sus dedos a memoria el tatuaje en su torso. Con lentitud trazó la "B" que tantas veces Tom le había recorrido con la lengua mientras él no podía hacer más que morder sus labios. Wir hören nie auf zu schreien, wir kehren zum ursprung zurück (1). Claro que gritarían hasta el cansancio, "pero a veces el grito más fuerte es el que sale del silencio", pensó frenando abruptamente su recorrido.
Se llevó los dedos a los labios y los humedeció un poco, abrió los ojos y vio su reflejo en el espejo situado frente a la cama. Amaba su desnudez y no por narcisismo, sino porque en él llevaba el tributo al objeto de su amor. Esa frase en especial la llego a sentir ultrajada cuando el managment decidió que "mágicamente apareciera una foto del tatuaje" para distraer la atención de lo mal organizada que había sido la fiesta para sus fans.
Sin embargo, había algo más en ese tatuaje que era sólo de ellos. Deslizó la punta de sus dedos húmedos hacia la parte baja de su cadera y siguió una línea horizontal y luego una vertical que le llegaba un poco arriba de la rodilla, una perfecta "T".
und von Anfang an waren wir immer du und ich(2). Esa era la cita que complementaba toda su declaración de amor al mundo, esa era la frase que le daba las fuerzas para continuar. Tom tenía el roble y él tenía en su piel una declaración lo que siempre habían sabido. Se pertenecían.
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(1) Nunca dejaremos de gritar, volvemos a nuestros orígenes.
(2) Y desde el principio siempre hemos sido tu y yo.
