Justo en ese momento, Tom entró con el móvil en la mano y su rostro lucía reconfortado.

-Todo solucionado-exclamó entregándole el teléfono a su amigo.- Tengo un jet privado ya dispuesto para salir en un par de horas-anunció.

-Puff… Ahora sé lo que se siente al presumir de influencias- dijo Georg sonriendo. -Tom, mi amigo el multimillonario… -empezó a decir con un tono de voz pretencioso, lo que los hizo de nuevo carcajearse.

-Gracias, Tomi- fue la débil voz de Bill, que llamó su atención.

Tom sintió literalmente un jalón en su corazón. El ánimo de Bill no había mejorado ni un ápice, por mucho que quisiera disimularlo, y él no se permitiría más debilidades. Se había acostumbrado a volver a ser el cómodo, pero esta vez no sería así, determinó en su interior.

*****

Bill endureció su expresión. Sabía que Tom le había leído, y se odiaba por ello. Faltaba muy poco y se habían desgastado lo suficiente en esas horas como para hacer la carga aun más pesada. Pero era inevitable, jamás habían pensado en despedirse, y ahora resulta que se separarían en un par de horas.

¿Cómo decir adiós? Eso era lo que rondaba en sus pensamientos. ¿Adiós? De hecho, esa palabra nunca la habrían usado en su vocabulario, al menos no entre ellos… Sólo una vez se habían despedido, y el recuerdo de ese amargo momento los perseguía día tras día. Ese dolor se había convertido ya en parte de sus vidas. Habían aprendido a vivir con eso, pero esto no lo habían planeado. Encontrarse de nuevo, dormir bajo el mismo techo, compartir una comida… Nada de lo sucedido estaba planeado y eso hacía que la agonía de decirse adiós de nuevo fuera insoportable.

Los chicos seguían contando historias y reían a carcajadas, pero los gemelos eran ajenos a ellas. Contestaban como autómatas, sus sonrisas eran fingidas y sus rostros estaban apagados, situación que no había pasado por alto a sus amigos, para quienes entender a Bill y Tom jamás sería un objetivo, pues sabían que era totalmente imposible; así que se limitaban a servir de distracción, a relajarlos y, sobre todo, a apoyarlos cada vez que venía un momento así.

-…y claro, todo fue por culpa de Bill y el plumero- remató la anécdota Georg, que era consciente de que sólo Gustav le escuchaba. El baterista se carcajeó efusivamente, pero no logró sacar de su estupor a los gemelos.

Arthur irrumpió en la estancia con el teléfono en una mano y una agenda en la otra.-Señores, buen provecho- dijo en forma de saludo, inclinando levemente el rostro, y luego, prosiguió hasta la cabeza de la mesa, donde se encontraba su jefe.

-Mr. Kaulitz, todo está dispuesto para transportar a sus amigos. El jet está siendo revisado por última vez por cuestiones de seguridad; sólo necesito los documentos de quienes viajan para acelerar el trámite de salida y podremos partir en una hora, como lo pidió.

-Dije dos- masculló Tom cerrando en un puño la mano.

-Señor, yo…

-¡Ahórratelo! ¡Dije que partían en dos horas!- fue el grito con el que interrumpió al muchacho y llamó la atención de todos.

-Tom, así está bien- dijo Bill, buscando la mirada de su gemelo.

-No, así no está bien y tú lo sabes. ¿O acaso quieres que pretenda que no te conozco? – respondió el mayor, quien fue bajando poco a poco su voz y evitó la mirada fija de su gemelo.

-Tom, comprende, cuanto antes, mejor- argumentó el menor, quien no daba crédito a sus propias palabras.

Él no creía en eso… ¿no? ¿Cuánto antes mejor? Claro que no, quería alargar cada segundo que pudiera al menos respirar el mismo aire que su amor. Pero sabía que no podía hacerlo. Para Tom, cada segundo dolería más y debía protegerlo así que sí, cuanto antes mejor.

-Además, tenemos hasta que abordemos el avión-le razonó fingiendo una sonrisa, mientras luchaba con todas sus fuerzas por que su voz no se quebrara.

-¿Tenemos? Tú. Tú eres el que tiene una hora, porque yo no voy a ningún lado- dictaminó Tom, endureciendo su voz. Se levantó de la mesa y una clara expresión de ira tomó lugar al dulce y relajado rostro que había tenido minutos atrás. –Arthur-masculló.- Trata entonces que el vuelo salga cuanto antes, y ponte a disposición de mi hermano- indicó. Bajó su rostro y respiró profundamente, tratando que el aire le llenara el pecho. Tal vez, así engañaría a su corazón, que lo sentía tan vacio...

Fingió una sonrisa y al mismo tiempo levantó el rostro. -Gustav, Georg, un placer, como siempre- dijo cual autómata, como cuando terminaba una reunión de negocios. –Que tengan un buen viaje-remató, girando sobre sus talones.

Los ciento veinticinco pasos que dio, contándolos uno a uno mientras se dirigía a su habitación, totalmente concentrado en ello para no quebrarse, le supieron eternos. Cada pisada parecía un golpe directo a su pecho. De un tirón, cerró la puerta y le puso llave. Esta vez, no abriría por nada del mundo, se prometió.

***

El corazón de Bill latía a una velocidad vertiginosa. Bajó su rostro, no quería que sus ojos se cruzaran con los de nadie. No quería hablar con nadie, no quería comentarios ni preguntas. Sabía que jamás podría explicar nada, y cuanto más duro se veía Tom, era porque la misma cantidad a la inversa estaba quebrándose en su interior.

Se levantó de la silla mientras dijo: - Sé que no están preguntando nada, pero les agradecería que nunca piensen mal de él, es lo único que les pido.- Bajo la voz, no podía hablar más. Sentía que todo lo que decía carecía de sentido, y sólo sonaría estúpido a los oídos de cualquier simple mortal. Tomó su bolso y, a paso rápido, salió del comedor, cuando cayó en la cuenta de que alguien caminaba a su lado.

-Scotty, no es nada. Ve con papá- le ordenó antes de llegar a la puerta principal para salir. Vio cómo su perro le obedecía y desaparecía escaleras arriba. Ahora ya podía marcharse.

Aceleró de nuevo el paso y se dirigió a su casa. Tiró el bolso con furia. La tristeza mezclada con la impotencia que le hacía sentir Tom lo estaba sumiendo en un vacio del que no creía poder salir, y estaba luchando con todas sus fuerzas, pero no creía ser capaz de resistir un minuto más. Fue al mini bar y tomó una cerveza.

-¡¡Si, una cerveza!!- le gritó al reflejo de su rostro en la refrigeradora. -Hasta eso, Tom, hasta lo que bebo se debe a ti-murmuró con dolor.

Fue directo al sillón, agarró el control e inmediatamente activó el circuito cerrado. La música invadió toda su casa y se permitió, por fin, llorar. "Qué más da" pensó. -Ya me leyó, sabe que estoy mal. ¿Qué más da? Húndete Bill, sólo hazlo-murmuró sollozando.

No supo precisar cuantas canciones escuchó, ni mucho menos cuánto tiempo lloró abrazando un cojín, pero sí pudo precisar el instante en que el latir de su corazón empezó a regularse y dejo de temblar. Había sido justo en el momento en que escuchó la pista que Tom había grabado de 1000 Oceans, que empezó a sonar aleatoriamente y le envolvió, llenándolo poco a poco de confort. Y antes de que la canción terminara, estaba completamente controlado y sereno.

"¿Por qué 1000 Oceans?" se preguntó. Habían mil canciones que podrían significar miles de cosas entre ellos, pero Tom había escogido esa. "¿Por qué?" se preguntó de nuevo. No podía ser el "Just trust me" claro que no. Tom sabía que confiaba en él, así que no podía ser esa simple frase. Y ¿por qué ahora? ¿Por qué no se la había hecho llegar justo cuando se separaron? No era justo que lo hubiera hecho ahora, que estaban a un paso de terminar… Si es que todo aquello terminaba.

Un suspiro salió de lo más profundo de su ser. Fuera como fuera, el cielo se veía soleado… Para su desgracia.

***

"Y pensar que somos como dos gotas de agua…" pensó el mayor mientras acariciaba su propio rostro, viéndose al espejo. Pero claro que no lo eran. Todo en lo que se parecían era solamente físico. De ahí para dentro, eran totalmente diferentes. Una mezcla de sentimientos y emociones que, lejos de parecerse, eran complementarias.

Muchas veces había pensado, cuando era niño, que en realidad eran una sola persona, y a la naturaleza se le había olvidado juntarlos en un mismo cuerpo. Pero claro que no era así. - Si no, jamás nos podríamos haber amado-dijo en voz baja, sonriendo.

Respiró profundo. Necesitaba controlarse, debía ordenarse. Tenía una mezcla de emociones completamente contradictorias entre sí que batallaban en su pecho y, lejos de poder hacer una catarsis y liberarse, parecía que su único objetivo era lastimarse.

-Claro que no somos iguales.- dijo de nuevo mientras parecía que iniciaba una conversación con la imagen que le devolvía el espejo.

Su mayor diferencia era como enfrentaban las cosas. Él siempre huía. En cambio, Bill siempre se quedaba esperando hasta el final, no importando cuanto doliera… Y eso era lo que le había enojado minutos atrás. Bill sabía cuánto le había costado tomar la decisión de ser su roca y esperar junto con él hasta el último minuto posible a que abordara el avión, y, por el contrario, Bill le daba la oportunidad de huir.

"¿Por qué no confías en mí?" le reprochó a su gemelo desde el fondo de su pensamiento. Ya le había demostrado que tenia las agallas, desde el momento en se habían dicho adiós, hacía cinco años ya. Bill debería de confiar más en él, ya se lo había probado, podía sobrellevar eso y más, si era lo que tocaba.

Abrió por completo el cortinaje de su habitación y pegó su cabeza contra el vidrio, posando sus ojos en la casa de su gemelo. Le iba a ver partir, lo iba a poder llevar, se determinó.

-Voy a poder decir adiós otra vez, claro que si- dijo fuertemente, como si en la fuerza de su voz se jugara la fuerza para enfrentar el momento.

-Ya Dave, deja el drama que no eres ningún viejo- sonó la voz de Dunja que, junto con un pequeño golpe en el hombro, sacó al manager de la banda de su pose desgarbada al pie de un árbol.

-Si te doliera el cuerpo la mitad de lo que me duele a mí, no andarías tan fresca.

-Bueno, tú no estás viejo, pero yo, definitivamente, estoy más joven tú. Así que tampoco, no te compares, Jost.- El comentario de su amiga le hizo sonreír, mientras recibía de manos de ella unas aspirinas y una botella de agua.

La rubia recogió su cabello en una coleta y su rostro pareció brillar.

-Mierda, como te ves de bien- murmuró Dave, en contra de su voluntad, pero parecía que después de tanto pensárselo, no podía guardárselo más. Le parecía simplemente hermosa.

-Gracias Dave, tú no te ves nada mal tampoco- respondió la chica, tratando de controlar una risita estúpida que quería ganarle, así que, antes de que el asunto se pusiera mal, decidió cambiar el tema.- A pesar de lo mucho que disfrute este sutil flirteo, me temo que debemos hablar sobre la próxima semana.

-Lo sé y no quiero. Voy a odiar mi vida segundo a segundo hasta que no firmen de nuevo el contrato con Universal. Por de pronto, aquí nos tienes, de esclavos de los tres chiflados.

-¿Los tres chiflados? ¿De casualidad no te falta uno?

-Claro que no, Tom no es ningún chiflado, y te puedo asegurar que ese niño no daría ningún problema si no fuera por…

- Sí, sí tu pequeño angelito- apresuró a interrumpir Dunja, antes de que el manager soltara algún discurso de por qué Tom no podía ser culpable ni de que se rompiera un plato. Y ya estaba un poco harta del tema, pues lo cierto era que la mayoría de problemas mediáticos de la banda siempre se debían al mayor de los Kaulitz.- Oye, ¿pero en serio se creerán tan inteligentes que pensarán que no sabemos que nos tienen de sus sirvientes?

-Pues quien sabe, pero tan inocentes no somos. Sea como sea, queremos manipularlos para que firmen de nuevo con Universal y ni consideren las ofertas de las otras disqueras, así que toca seguirles el juego.

-Lo único que te digo es que fue un poema verles la cara cuando les anunciamos que salíamos de campamento, tal y como lo pidieron. Bill se vio las uñas y por poco llora- comentó la rubia, cayendo presa de un ataque de risa.

-Bueno, pero afortunadamente esto ya terminó- dijo Dave, mirando cómo la camioneta cargada de las tiendas de campaña y demás equipo era cerrada.

Benjamín hablaba por teléfono sin parar. De hecho, parecía que no había colgado en las 28 horas que llevaban en aquel bosque. Movía un dedo señalando cosas y retomaba sus conversaciones, una y otra vez. Así que, cuando vio que la camioneta que transportaría a los chicos abría sus puertas para que abordaran, colgó y respiró aliviado.

-¿Qué te pasa?- le preguntó Dave al ver por fin cómo su amigo se relajaba.

-Me pasa que ya nos vamos, eso me pasa. No sé a qué hora decidiste que se hacía esta tremenda estupidez, pudo pasar cualquier…

-Pero no paso nada, cálmate. Dunja ya fue a por los chicos y en menos de veinte minutos esto terminó-dijo dándole un suave golpecito en el hombro a su amigo.

Bill caminaba a paso firme hacia la camioneta. Paso a paso, mordía más duro sus propios labios. La desesperación parecía querer ganarle, pero debía controlarse. De cuando en cuando, volteaba a ver si Tom venia tras él y, al ver la silueta completamente desgarbada de su hermano, que estaba determinado a no alcanzarle, respiraba profundo y seguía su camino para asegurarse de que llegarían en algún momento. Subió en silencio y fue hasta el último asiento. Ahí podría intentar hablarle.

Segundos después, entró Tom, quien se quedó en el primer asiento al lado de Georg; y tras él, entró Gustav, que, ante la sorpresa de ver al mayor de los Kaulitz en su lugar, no le quedo más remedio que ir a sentarse al lado de Bill.

La camioneta arrancó y el ambiente se tornaba pesado a cada minuto que pasaba. Esa era una característica única de los Kaulitz, quienes podrían convertir en un funeral la fiesta más animada si estaban distanciados. Gustav suspiró, ya estaba acostumbrado a todo el torbellino emocional de los Kaulitz, así que sabía que no podía hacer nada más que presenciar todo aquello.

Pero la situación, que era sólo incómoda para los demás, se convertía en el momento más doloroso de la vida de los gemelos. Bill cada vez hacia más fuerza para respirar, pues parecía que iba a ahogarse si no jalaba más aire incluso por la boca. Gustav trató de ignorar ese hecho, sabía lo que pasaba cuando el menor respiraba así.

-Deja de respirar así-gritó Tom sin voltear a verlo. Cerró sus ojos, como si en realidad pudiera evitar enterarse de lo que pasaba atrás.

-Esto no es justo- fue lo único que pudo decir Bill antes de que por sus mejillas comenzaran a correr gruesas lagrimas que salían sin cesar de sus ojos.

Un sentimiento de impotencia se fue apoderando de Gustav, Georg, Dunja y Dave por igual, mientras que los chicos de seguridad permanecían impasibles como siempre, aunque no dejaban de cruzar de cuando en cuando alguna mirada. En el tiempo que tenían de ser un todo, el staff sabía que debían respetar al máximo a los chicos, y dado que la privacidad era algo con lo que no contaban, ellos callaban y se hacían los invisibles lo mejor que podían.

-Tom…- sonó la voz de Bill, quien le llamaba minutos después. -Tom- repitió un poco más fuerte el menor, tratando de controlarse, pero las lágrimas no dejaban de brotar.-Tomi- pidió de nuevo. – Tom, podemos solucionarlo.

-No hay nada que solucionar- masculló el mayor en medio de una maldición, y cubrió con sus manos sus oídos, tratando de ignorar lo mejor que podía a Bill. ¿Acaso no veía cuánto daño le hacía cada vez que le llamaba? se preguntaba una y otra vez.

En un segundo, Tom pudo sentir cómo los ojos de todos los presentes se posaban sobre él, dejándole claro que, ante sus ojos, se estaba comportando como un verdadero idiota. Y éste, en respuesta, rompió el silencio sólo para decir: - Georg ¿podríamos cambiar de habitación?

-No- fue la determinada respuesta del castaño que, por primera vez, no sabía de dónde sacaba la fuerza para ver de frente a Tom en una de esas situaciones.

-Georg, no seas imbécil, sólo hazlo.

-Ya te dije que no. En dos minutos solucionarán sus problemas y yo ando de imbécil, con mis cosas de un lado a ot…

-Tomi… No, por favor-interrumpió Bill. Ya no importaba nada, no quería controlarse, no podía.

-Déjate de dramas, Bill Kaulitz- sentenció el mayor con voz grave.- Georg, confía en mí, esto es definitivo.- la seriedad en su rostro demostraba una convicción irrefutable de que así sería.

Bill no dejó de sollozar un segundo hasta que estuvieron a pocas cuadras del hotel. Veía a Tom tan determinado que, si estuvieran en otra situación, estaría orgulloso de él. Pero este no era el caso, en ese momento sólo quería molerlo a golpes y hacerle entender que no podía hacer aquello. Se limpió las lágrimas y abrió su bolso, buscando sus cosméticos para disimular un poco el desastre que se anunciaba en su rostro.

Abrió el compartimiento de su bolso donde cargaba las cosas de Tom, lo revolvió buscando el bálsamo labial de su gemelo, sabía que tendría los labios agrietados, se lo tendió a Georg y con una seña le indicó que se lo diera a su hermano.

Tom se lo aplicó y lo dio de vuelta, sin tan siquiera voltear a ver.

Bill sintió su corazón empezar a descontrolarse de nuevo. Tom tenía "esa" actitud cuando le ignoraba, se cerraba y era capaz de aislarse de tal forma que no había forma pacífica de sacarlo de ese estado si no quería. Y lo sabía, Tom no quería.

Las manos del menor se sumieron en un temblor, odiaba que su gemelo lo pusiera en ese estado. En esas ocasiones le costaba demasiado controlarse, se ponía muy agresivo para obtener de Tom una reacción. A veces, llegaba inclusive a golpearle y no quería eso, claro que no. Pero simplemente, no podría manejarlo bien, no así, no en ese estado, no en esta situación.

Continuó registrando las cosas de Tom que llevaba consigo. Sus ojos se toparon con el piercing que recién le había regalado a Tom, tres días antes. ¿Había sido ese el preámbulo de su despedida? se preguntó. ¿Era eso lo que tenía a Tom tan mal acaso?

-¡Tom, eres un idiota!- le gritó desde el último asiento.

Los ojos de Bill se llenaron de lágrimas de nuevo, pero esta vez no se permitió llorar. Tom sabía, de algún modo, que algo así iba a pasar, la conexión se lo había hecho saber y éste se lo había ocultado. ¿Era por eso que le había pedido que le hiciera el amor, con ese dejo de dolor? ¿Desde cuándo su gemelo se quería hacer el valiente? Sus roles estaban definidos, él lo protegía y Tom fingía hacerlo, no estaba dispuesto a cambiar… Pero parecía que Tom no estaba pidiendo su permiso.

Dave no podía dejar de ver a Tom de cuando en cuando. No estaba bien, era obvio, no necesitaba saber qué diablos estaba pasando para deducir que de los dos era evidente al menos para él que quien más sufría era el mayor, le conocía demasiado bien.

Tom sintió la mirada de su manager, pero no pudo verle. Si lo hacía, sabía que se quebraría y no se lo podía permitir. -Si Georg no quiere cambiar, ¿me puedes dar una habitación para mí solo?- pidió, sin poder ocultar el tono de familiaridad que usaba con Dave.

-No hay problema- fue la respuesta del manager, quien al mismo tiempo pudo sentir la furia de Bill en una mirada que, podría jurar, le traspasaba como un puñal de dos filos.

La camioneta fue disminuyendo de velocidad hasta entrar al sótano que Saki había pedido por radio previamente que se despejara para que entraran los integrantes de la banda.

El primero en bajar, casi corriendo, fue Gustav. Odiaba ese ambiente y el sentimiento de impotencia al que los gemelos los arrastraban en algunas ocasiones. Le siguió Georg y se adelantaron con dos guardias por las escaleras, sólo querían alejarse de todo aquello.

Segundos después bajó Bill, se colocó las gafas y tras él bajó, Tom quien irónicamente no había salido. Por muy cerca que estuviera de la puerta, él nunca bajaba antes que su gemelo.

Bill abrió su bolso nada más bajar y volteó, estrellándole en el pecho a Tom su i-pod.-Carga tus propias porquerías- masculló, tratando de imprimir cierta severidad en su voz. Giró sobre sus talones y aceleró el paso, tratando de alejarse un poco de Tom, pero éste le seguía a menos de un metro de distancia, con el rostro bajo y su cuerpo totalmente desgarbado, lucía totalmente abatido.

Llegaron al elevador y junto a ellos entraron Dave, Dunja y Saki. El mayor no podía dejar de posar su mirada en todos, había aprendido a observar durante muchos años, siempre examinaba el terreno y actuaba, pero esta vez no pudo más. Se estiró un poco hacia adelante y se agarró de la mano de Bill. ¡Qué le importaba si los veían! Nadie iba a pedirle explicaciones de por qué cogía la mano de su hermano. Inmediatamente, sintió cómo al contacto de la tibia piel de su gemelo, su propio cuerpo parecía recargarse de esa energía que le mantenía vivo.

-Suéltame- fue el grito de Bill, quien, sacudiendo con fuerza su mano, obligó a que el mayor le soltara, y con esa misma fuerza, le empujó contra la pared.-Es esto lo que quieres ¿no Tom? Pretender que no me conoces-le gritó de nuevo, haciendo que todos se sobresaltaran de la furia que irradiaba el menor de los Kaulitz. Pero a él no le importaba quien se sorprendía o quien no, fueron los ojos de Tom, inyectados de sangre y rebosando lágrimas, los que le castigaron.

-Tomi no, no te asustes- le dijo Bill en medio de un tartamudeo, tratando de tomarle las manos.

Pero el mayor estaba demasiado agitado, tanto que, cuando la puerta del ascensor se abrió en el piso donde estaba su habitación, le arrebató las llaves a Dave y salió corriendo por el pasillo. Sólo quería empacar y largarse, no podía soportar un momento más así.

Entraron a la habitación casi al mismo tiempo, y Bill cerró la puerta tras de sí de un somatón. Tiró su bolso al piso y lo pateó cuantas veces necesito para controlarse. Al mismo tiempo, Tom recogía todas sus cosas, que estaban regadas, y las metía a las maletas.

El momento era realmente patético. El menor se dirigió al mini bar y tomó una cerveza, se sentó en un sillón, y clavó sus ojos en Tom, esperando el segundo en que este se quebrara. Su gemelo no era tan valiente, no sería capaz de atravesar esa puerta y simplemente dejarle.

-¿Podrías darme mi piercing por favor?- fue el susurro que emitió la garganta del mayor. Su voz estaba quebrada, era imposible escucharle.

-No te oigo, habla más fuerte por favor- le pidió Bill, con su rostro lleno de ironía.

La boca de Tom se secó inmediatamente, sabía lo que pasaría: Bill caería preso en la desesperación de hacerlo reaccionar y eso llevaba mucho más que palabras. Era seguro que, según el grado de impotencia que pudiera llegar a sentir, se tornaría realmente violento.

-Que…que si…

-Deja de tartamudear, Tom. ¿Qué putas quieres? No te escucho-gritó Bill, haciendo que el corazón del mayor empezara a latir fuertemente. Sus manos empezaron a sudar y sus cuerdas vocales parecían conspirar contra él y no dejarle emitir una sola silaba. Tom empezó a respirar hondamente, cada inspiración era más fuerte que la anterior y cada expiración más lenta. Quería controlarse, si no podía ni siquiera largarse sin quebrarse, Bill no podría confiar en él.

-Bill, ¿podrías darme el piercing que me regalaste?- pidió con voz fuerte y clara.

El menor sintió su cuerpo clavarse al sillón donde estaba sentado. La seguridad en la voz de Tom le había dejado por demás perplejo, y por primera vez cayó en la cuenta de que aquello realmente estaba pasando. Ahora era él quien no tendría el valor de vivir todo aquello.

Trató de mover su cuerpo pero éste no le obedeció. Estaba aterrado, pero no podía demostrarlo, tenía que persuadirlo. Se paró en cuanto pudo y pateó el bolso una vez más en dirección a Tom. -¡Tómalo si tanto lo quieres!- le gritó.

Y fue en ese instante que pasó: El mayor por fin se quebró, dejándose caer en la cama de la habitación, y lloró, lloró con una desesperación que trataba de ahogar contra la almohada.

Esa era la primera y última vez que Bill observaría llorar a Tom sin intervenir. Permaneció paralizado al lado de la cama donde su gemelo yacía, no podía moverse, no podía siquiera pensar. Trataba de ordenar su mente y estructurar algo para lograr convencerlo que todo aquello era una estupidez, pero ¿y si no lo era?

Minutos después, el llanto de Tom pasó a ser un lastimero sollozo, acompañado por las lágrimas que rodaban por las mejillas de Bill.

La habitación quedó completamente a oscuras. No supieron cuanto tiempo habían pasado llorando en silencio, hasta que Tom por fin se paró, abrió el bolso de Bill y de ahí sacó el piercing. Lo colocó en el bolsillo de su pantalón, caminó directo a sus maletas y las cerró sin apresurarse. Cogió aire profundamente, quería sentir por última vez el aroma de su hermano en la misma habitación.

-Tomi, no lo hagas- pidió el menor.

-Te voy a probar que si puedo hacerlo, voy a sobrevivir sin ti…

-No, cállate- le interrumpió Bill.- Sabes por qué estoy así ¿verdad Tom? Lo sabes ¿verdad? Dime que no te lo tengo que explicar. Tú sabes que no puedes estar sin mí, sabes que te amo igual, pero tú no puedes vivir sin mí-le razonaba el menor, hablando rápido por la desesperación. Tomó las manos de Tom, mientras éste abrió los ojos, observando aquel contacto. Parecía querer archivarlo en su memoria, estaba paralizado, sólo observando cómo su roca… se derrumbaba. -Tomi ¿Quién te va a proteger? No puedo permitir que te hagas esto, es como un suicidio. ¿Acaso no tienes miedo?- preguntó, para al fin cederle la palabra a su gemelo.

-¿Miedo? - repitió el mayor con la amargura impregnada en su cara.- Estoy aterrado. Es por eso, Bill, que no quiero volver a verte. No quiero vivir contigo, no quiero tener nada tuyo o en cualquier momento lo echaré todo a perder.

El menor se limpió las lágrimas y respiró profundo. Usaría su última carta, le obligaría a quedarse.- Tom, estas mal, aquí alguien va a tener que decir adiós. Y ese no seré yo, y tú no serás lo suficientemente fuert…

-Adiós Bill –sonó la voz fuerte del mayor, quien interrumpió el discurso desesperado de su gemelo.- Te amo-finalizó.

Y esa había sido la despedida entre ellos.

Abrió los ojos rápidamente, que se habían cerrado al recordar el dolor de todo aquello. Vio como Bill salía de su casa hacia la camioneta que lo llevaría al aeropuerto, junto con Georg y Gustav. ¿Pero qué mierdas estoy haciendo? se cuestionó Tom. ¿Había regresado a ser el cobarde acaso? Ahí estaba Bill, yéndose sin verle y él… ¿Estaba allí, escondido como un vil cobarde? Giró sobre sus talones y salió corriendo por el pasillo, bajó las escaleras a una velocidad vertiginosa y alcanzó al grupo antes de abordar la camioneta.

-Conduzco yo- gritó haciendo salir a Bill de su estupor. El menor de los gemelos no necesitaba nada para saber de quién era esa voz. Volteó a verle con una sonrisa en su rostro.

-Después de todo, media hora son… Ciento ocho mil segundos que me gustaría estar a tu lado-dijo Tom en voz baja, pero perfectamente audible para el corazón de Bill.

-Saki-llamó Tom.- Traigan mi auto, salir en dos camionetas del condominio es casi como salir gritándole a los paparazzis "Hey, aquí va Bill Kaulitz"- indicó con voz irónica.

Diez minutos después, el Chrysler de Tom se deslizaba por las primeras cuadras para abandonar el condominio… y el asiento del copiloto lo ocupaba Bill, como era la costumbre hacia algunos años.

En el asiento de atrás, Georg y Gustav hablaban sin tregua. No sabían si eran los nervios los que les llevaban sumidos en un ataque de verborrea tipo Kaulitz, pero no había poder humano que los callara por un segundo, contándole a Tom los pormenores de la fiesta de despedida de Dave en el Decay Club, no hacia ni veinticuatro horas, y de cómo todo había degenerado hasta llegar a eso: Un viaje en avioneta que los dejaría con los minutos contados para llegar a la arena y que Bill diera el concierto sin provocarle un paro cardiaco a su manager.

Los gemelos participaban amenamente de la conversación, pero el mayor no pudo dejar de pasar por alto cómo Bill abría cada compartimiento del auto a su alcance.

Tom sonreía al ver el afán de su gemelo.- ¿Qué haces?- preguntó al fin, cuando le vio abrir la guantera.

-¿Qué mas podría estar haciendo Tom? Registrando- respondió Bill de lo más natural, mientras revolvía los papeles que encontraba hasta que vio un papel con la letra de su hermano. Sonrió y cruzaron una mirada.

El mayor se sintió intrigado al ver que Bill cogía un lapicero y escribía algo en el trozo de papel en el que él había escrito la noche anterior el título de la canción que le había puesto al borde de las lágrimas.

Tom sintió cómo su ánimo empezaba a descender de nuevo justo cuando atravesó el portón del área diplomática y pudo estacionar su auto a menos de un kilómetro del jet que se llevaría a su gemelo. Paró y sus amigos bajaron rápidamente del auto, siendo guiados por Arthur hacia una pequeña sala donde esperarían unos minutos antes de abordar.

Bill y él permanecieron aún en el auto en silencio, en total quietud. Esta vez no habría lágrimas ni palabras hirientes, cada vez faltaba menos y eso les esperanzaba. Tom sacó de su bolsillo el relicario que Bill había dejado tirado en el baño de su habitación y se lo tendió.

-Gracias Tomi- fue la respuesta del menor, quien se lo colocó inmediatamente, se estiró y guardó en la guantera el papel en que recién había escrito.

Justo en ese momento, vieron cómo sus amigos abordaban el Jet. Había llegado el momento.

Abrieron al mismo tiempo la puerta del auto y bajaron. Tom aceleró el paso para llegar al lado de su gemelo. -Dame eso- pidió a su hermano al tiempo que le quitaba el bolso y lo cargaba en su hombro, ante la sonrisa de Bill. Caminaron hasta el Jet y se pararon frente a frente.

-Creo que no debemos volver a vernos- murmuró Tom con la mirada fija en el piso.

El menor asintió con un gesto y los ojos llenos de lágrimas.

-Por lo menos no hasta que…

-Nos vemos pronto- fue el grito del baterista que los interrumpió, mientras descendía para despedirse de Tom. Éste avanzó hasta la puerta del Jet, se fundió en un fraternal abrazo con sus amigos y le tendió el bolso de su gemelo a Georg para que él lo subiera.

Tom respiró profundo. Todo aquello era una lenta agonía. Bajó su rostro, no sabía de donde estaba sacando las fuerzas pero sentía quebrarse. Aunque pasará lo que pasará, no se lo permitiría. Por una vez sería lo que Bill era para él: su roca.

Se dio la vuelta y buscó la mirada de Bill, quien caminó lentamente hasta él y así permanecieron: Viéndose en silencio por un espacio de tiempo que nadie pudo precisar. Querían decirse tanto y no podían hacerlo… No había palabras que pudieran encerrar todo aquello que estaban sintiendo.

Ante los ojos de Georg y Gustav, algo realmente importante estaba pasando ahí. No que lo comprendieran, claro que no, pero sí eran parte de toda aquella sinergia. Era algo extraño que les había enseñado a estar siempre para ellos, no importaba qué, ni mucho menos cuándo.

-¿Tienes miedo?- fue la pregunta de Tom, que rompió el silencio.

-¿Miedo? No… Estoy aterrado- respondió Bill bajando su rostro, pero inmediatamente esbozó una sonrisa. No iban a despedirse así, no con esa tristeza y no ahora, se razonó. Faltaba poco y ya no lo dudaba un segundo. No sabían precisar fechas, pero la fe de Tom era inquebrantable, le trasmitía seguridad a cada segundo, y él confiaba en su Tomi.

Bill dibujó en su rostro otra pequeña sonrisa y se la regaló a su gemelo, haciendo que él sonriera también. Caminó hacia la escalera del Jet y justo antes de subirse le gritó- Entonces ¿cuándo hacemos la próxima fiesta, Kaulitz?-preguntó con gesto animado mientras acariciaba el relicario que pendía de su cuello.

-¿Cuándo? No sé. Pero dónde, al parecer, sí lo sabes- contestó Tom sonriendo.

Las puertas del jet se cerraron y Tom abandonó la pista… Pero la dulce sonrisa que su gemelo había provocado en él, no le abandonó.