La forma en que su amigo se desplomó en el asiento del avión no pudo menos que alarmar a Georg, quien vio cómo el rostro de Bill cobraba un color cenizo y la sonrisa de no hacía cinco minutos en la pista, era remplazada por una mueca de abatimiento. Buscó con su mirada los ojos del cantante tratando de descubrir la verdad, no iba a permitir que le mintiera, y justo cuando logró contacto visual le preguntó — ¿Estás bien?
—De maravilla—contestó el muchacho. Su voz era un quejido lastimero, nada parecido al energético grito que había dado a la puerta del avión, cuando se despedía de su gemelo.
—Déjate de boberías. ¿Te sientes mal? —dijo al tiempo que llevaba su mano a la frente del menor de los Kaulitz para constatar que éste no tuviera fiebre. Pero no, estaba fresco.
Gustav se unió a la preocupación de su amigo cuando vio cómo el cuerpo del menor se sumía en un temblor. —No hemos despegado, si te sientes mal, es mejor no volar.
—No, no chicos, sólo estoy cansado —les razonó mientras giraba su cuerpo ligeramente hacia la ventana. Esa era su forma de pedir que le dejaran en paz, imperceptible para cualquiera pero no para ellos, que habían compartido tantos vuelos y horas de viaje. Entendían perfectamente esas cosas, esos pequeños signos que pedían a gritos un poco de privacidad.
—Si te sientes muy mal, avisa ¿eh? —le pidió Gustav mientras extendía su chaqueta sobre el cuerpo de su amigo, cubriéndolo. —Trata de dormir.
Bill cerró los ojos, fingiendo descansar mientras hacía un esfuerzo casi sobrenatural para controlar el temblor de su cuerpo. Ahora su tristeza había alcanzado un nivel físico y no sabía si iba poder con todo eso más tiempo, si bien era cierto que confiaba en Tom, en el roble y en toda esa mierda por la que habían pasado esos años. Pero… ¿Quién le razona a su corazón? pensó extendiendo la mano sobre su pecho, tratando de consolarse, como si pudiera acariciar ese órgano que, afortunadamente, latía de forma automática, porque si él debiera ordenarle que latiera por segundos, temía que le obligaría a pararse.
—Ya falta poco—murmuró en voz alta involuntariamente.
Minutos después, Georg se volteó hacia el asiento de atrás, quería comprobar si el menor estaba bien. Lo vio dormido, con la mano aferrada al relicario que pendía de su cuello. El bajista movió ligeramente su rostro en negación, no podía entender de qué iba todo aquello. Su mente a cada momento le jugaba sucio, dándole ideas que parecían absurdas. Mil recuerdos regresaron, agobiándole uno tras otro sólo al mirar el relicario.
Y entonces lo vio.
Marie, Taylor, el roble... Y sobre todo, los gemelos. Los pensamientos le golpearon fuerte los sentidos y se dejó caer rendido en su asiento. ¿Cómo había podido estar tan ciego? ¿Cómo no lo había visto desde el principio? Pudo sentir cómo su estomago se revolvía, y un sentimiento parecido a la angustia, mezclado con incertidumbre, le embargó. Cerró los ojos de golpe, tratando de procesar todo aquello. Ahora era él quien temblaba. Inspiró y expiró, buscando tranquilizarse, pero parecía que nada iba a funcionar. Era demasiado para un solo instante.
Sintió la mano de Gustav en su brazo, llamando su atención en silencio.
—Tenemos que hablar—fue lo único que el bajista le ofreció como explicación.
Tom elevó sus manos al cielo en un gesto triunfal, giró sobre sus talones y caminó de regreso al auto. No había nada que pudiera borrarle la sonrisa que se había instalado en su rostro. Lo había logrado. Al fin había podido ser lo que Bill siempre había sido para él: su roca.
Caminó a paso rápido hacia el Chrysler y buscó en la guantera el papel donde Bill le había escrito minutos atrás. Sin leerlo, lo dobló y lo metió en la bolsa de sus pantalones, no quería verlo aún. Quería atesorar cada objeto, cada segundo y cada gesto de su gemelo que había presenciado en las últimas horas, y repasarlos una y otra vez hasta embriagarse de todo lo que le llevara hacia el par de ojos marrones en que se había refugiado tantas veces.
El ruido del motor del Jet despegando sobre su cabeza le golpeó de pronto el corazón. Hizo caso omiso a esto, era obvio. Bill se estaba yendo, no podía esperar no sentir de nuevo ese dolor físico que le producía esta nueva separación. Se dedicó a contemplar cómo el avión desaparecía en el horizonte. Dortmund nunca le había parecido tan lejano y a la vez era lo más cerca que estaban de terminar.
Se dirigió a una de las camionetas, no tenía ganas de conducir. Dio instrucciones de regresar al condominio, iba a dedicar esa tarde a fantasear con la maravillosa vida que le esperaba, estaba totalmente esperanzado. Sabía que iban por buen camino y sólo a un paso de terminar con todo aquello. Los calendarios ya no serian nada más que un chiste porque sólo faltaba un par de hojas por arrancar de aquellos eternos 60 meses. Después, ya únicamente quedaría esperar.
—Saki, esto no es un funeral—gritó desde el asiento de atrás para llamar la atención de su encargado de seguridad. —Pon algo de música—pidió, hundiéndose en el asiento mientras observaba en detalle cada matiz de los colores en el camino.
Amaba cómo parecía que sus sentidos nuevamente funcionaban al cien por cien. Sentía la vibración de la música, clara y fuerte y estaba dispuesto a disfrutar de todo aquello. Llevaba cinco años viviendo en un continuo letargo. Hoy, había despertado.
Segundos después, fue cobrando conciencia de cómo se le nublaba la vista, y cómo su frente se sentía perlada de sudor frio. ¿Acaso era Bill? se preguntó inmediatamente. Lindo momento para que mí parte de la conexión empiece a funcionar, se reprochó. Sintió cómo su garganta se secaba y estrechaba, haciéndole imposible respirar con libertad. Se desabotonó los botones altos de la camisa para intentar refrescarse un poco.
— ¿Está bien, señor?—llamó su atención Saki, quien le veía por el espejo.
—De maravilla—contestó él, hundiéndose aún más en el sillón.
Un dolor en el pecho le estaba matando y se agudizaba a cada segundo. De pronto, el cansancio que sentía se convirtió en una fatiga pesada y profunda, donde sólo moverse le llenaba de dolor.
Arthur, quien iba a su lado, trató de reincorporar a su jefe cuando vio cómo éste se desvanecía sin tan siquiera poder sostenerse derecho en el asiento. Sacó un paño húmedo del bolso del muchacho, el cual cargaba, y se lo pasó por el rostro para tratar de refrescarlo. Tom le apartó suavemente. No quería que nadie se hiciera cargo de él, ya era un hombre lo suficientemente fuerte. Llevaba cinco años demostrándolo.
Saki le lanzó una mirada a Arthur, indicándole que dejara a Mr. Kaulitz. Él sabía cuánto se esforzaba Tom por mantenerse bajo control, así que, si no lo estaba, lo menos que podían hacer era fingírselo, tal como Bill le ordenaba cada vez que le abordaba en secreto.
Tom posó los dedos sobre sus parpados cerrados, estaba agobiado. Ahora sabía lo que había sentido Bill cuando él se ponía mal y le extrañaba en las raras veces que le dejaba.
La suite del hotel jamás le había parecido tan inmensa a Bill Kaulitz porque Tom la llenaba toda con su presencia. Pero hoy, que estaba sin él por órdenes del managment, sentía que todo le quedaba grande, que él en sí no daba la talla. Sentía que sus comentarios no eran lo suficientemente divertidos y sus pensamientos ni siquiera eran iluminados. Todo lo hacían juntos, todo. Cuando él doblaba, Tom estaba en el lobby del estudio, aburrido, jugando con su DS. Cuando estaban en el estudio, Tom le indicaba hacia dónde llevar su voz. Y hoy… Hoy no era ni la sombra de sí mismo sin él.
— ¿Podrías quitar esa cara?—le pidió David mientras entraba a la suite con un latte en la mano. —Bill, es el lanzamiento de una película, no un funeral.
—Pues pareciera el mío.
—Esto es absurdo.
—No es absurdo. No entiendo por qué no pudimos traerlo. No sería la primera vez que viajo y él se queda en la habitación. Además…
—Bill, no me hagas dramas—sentenció el manager. —Estamos a unas horas en auto, y mañana temprano estarás en la villa con tu hermano.
— ¿Por qué no podía traerlo?—preguntó por octava vez en el día.
—Exigencias de los publicistas de Universal, ya te lo repetí hasta el cansancio.
— ¿Y desde cuando tú les pones asunto?
—Bill, es a lo que me obligan después de que tu hermano golpeo a una tipa en el rostro y que ni siquiera pudiera fingir una cita con Chantelle Paige—contestó, harto, el manager. —Así que les pongo asunto desde que yo no puedo hacerme cargo de la imagen sin ayuda de la disquera.
—Perrine se lo merecía—respondió el menor bajando la voz. El por qué se lo merecía, sería un secreto que se llevaría con Tom a la tumba. —Dave, lo hecho, hecho esta, pero no dejaré que la disquera siga disponiendo cuando estoy con Tom y cuando no.
—Bill, debes entender que hay gente maliciosa. Ya sabes, piensan cosas, de ti y de él. Es mejor mantener las cosas a raya y, ya sabes, "No hacer cosas buenas que parezcan malas".
—Sí, ir con mi hermano a la premier sería darle material al diablo, claro—rebatió el menor en tono irónico mientras se dirigía a los percheros para seleccionar la ropa que usaría. — Entonces ¿Qué? ¿Acaso es más razonable que vaya solo?
—No iras solo.
— ¿Ah, no? ¿Y qué maravillosa idea tenemos ahora?—inquirió mientras sacaba una camiseta blanca que se pegaría perfecto a su torso.
—Irás con Natalie—dejó caer el manager de golpe.
— ¿Qué? No David, no.
—Dijiste que serías el próximo cuando le pedimos a Tom salir con Chantelle, y con Natalie ni siquiera lo manejamos, así es sólo una sutil insinuación.
— ¿Sutil? ¿Después de que me la meten al auto donde no va ni mi madre, eso es sutil para ti?
— ¡Hey!—gritó la maquillista, que trataba de permanecer al margen de la discusión. —Bill, yo no estoy más cómoda con esto que tú.
El móvil del menor sonó, interrumpiendo la escena.
— ¿Quién es? —preguntó a Alex, su guardaespaldas personal.
—Es el móvil de Andreas.
—Rechaza la llamada, no tengo tiempo-contestó de vuelta mientras seleccionaba un pantalón de cuero blanco.
— ¿Y esa ropa es para…?
—Es mía, David, no te hagas el gracioso.
—Digo, arregla de una vez toda la ropa que necesitarás: Una muda para la alfombra roja, otra para las entrevistas y la que usarás en la premier.
—No, creo que hoy sólo usaré un cambio.
— ¿Sólo un cambio?
—Sí, ya sabes quiero estar más… —dijo Bill pensativo. —Podríamos decir, un poco más recatado.
— ¿Tú, recatado? No me jodas la vida, Bill, hoy es mi día de descanso-le dijo el manager, mientras cogía una hoja que detallaba las actividades que habían programado con el menor para ese día.
Bill rodó los ojos en un gesto exagerado, se dejo caer en un sillón y, con la mirada perdida, empezó a observar con detalle todo lo que pasaba a su alrededor. Natalie arreglaba el tocador donde le maquillaría, los chicos de seguridad repasaban una y otra vez los accesos hacia los lugares a los que le conducirían, Benjamín y David estaban en conferencia telefónica ultimando detalles de la premier…
¿Y él? se preguntó.
Él, seguramente estaría en pijamas, recorriendo la casa vacía. Saldría unos minutos a jugar con sus perros, pero antes de dar una vuelta completa a la villa, regresaría a encerrarse bajo mil cerrojos. Tom odiaba estar solo, y para su gemelo la soledad se definía de una sola forma: estar sin Bill.
—Mierda—masculló en medio de un suspiro.
Se paró y se dio cuenta de cuan invisible era en la habitación. Parecía que cada quien estaba sumergido en su propio mundo, todos hacían su trabajo. Lo irónico, era que todo giraba a su alrededor en ese momento, y quien menos importaba en realidad ahí era él mismo. Caminó hacia Alex y, con un gesto, le pidió que le devolviera su móvil. Giró sobre sus talones y, antes de que Natalie se lo pidiera, se sentó como un autómata en la silla para que le maquillara. No tenía muchas ganas de hablar. Al menos, no con cualquiera.
Marcó el número de la villa. Por razones de seguridad, jamás guardaban nada en la memoria de los teléfonos. Puso la llamada en altavoz y, mientras la crema humectante se deslizaba por su rostro a través de los dedos de Natalie, su corazón latía al mismo ritmo que cada tono que el teléfono daba.
— ¿Bill?—fue el grito eufórico que le contestó del otro lado de la línea.
—Tomi, estás en altavoz—le indicó de inmediato, para evitar cualquier indiscreción. — ¿Cómo estás?
—De maravilla, mi nena y yo vamos a salir de paseo.
—Ya te dije que no la consientas tanto. Son cuatro, Tom, no sólo ella.
—Sí, si lo sé, pero ella es mi nena.
—Y Scotty es mi muchacho, y si se pone celoso, ya sabes.
—Lo sé, lo pagan mis calcetines.
—Exacto. ¿De veras estás bien?
—Sí, me estaba arreglando. Voy a por una pizza con Andreas.
—Perfecto. Tom, voy a la premier con Natalie—anunció.
—Oh, qué bien, digo, ella se ve bien. Ya sabes, es una chica linda, rubia… Se verá bien en la alfombra roja.
—Sólo se sentará a mi lado durante la función.
— ¿Idea de Universal?
—Exacto.
— ¡Qué maravilla! Son tan buenos para el mercadeo que estaba pensando en sugerirles que, para promocionar el próximo single, deberíamos rifar orgías con Tokio Hotel.
—Tom—llamó su atención Bill, tratando de frenar la verborrea en la que sabía estaba por caer su hermano.
— ¿O sabes qué? Sería increíble que Tom Kaulitz lavara el inodoro de alguna fan afortunada.
—Tomi— repitió Bill al ver cómo todos en la habitación de pronto guardaban silencio y volteaban a ver en dirección al teléfono.
—Claro, prostituyamos a los cuatro mocosos de Tokio Hotel. ¿Qué jodidos da con tal de que se vendan los discos y se cree morbo? Ahora hagamos que el pequeño Bill se tire a su maquillista, que le lleva más de trece años.
—Hey, ya cállate—le ordenó Bill en tono enérgico al ver cómo Natalie soltaba una de las brochas y cerraba los ojos, expresando su molestia.
— ¿Quieres que me calle?
—Sí, quiero que lo hagas.
—Pues cuelga, tarado, y no llames más. Que te la pases lindo al lado de tu managment y de las tres mil imbéciles que quieren que te las cojas. Ah, y de tu maquillista, que pareciera que el cirquito este le viene en gracia.
Bill respiró profundo al escuchar cómo su gemelo le colgaba el teléfono. Mordió sus labios con rabia. Quería decir tanto… y no podía. Odiaba las inseguridades de Tom, sus irracionales celos y cómo perdía el control.
— ¿Y para eso le querías traer? ¿Para pelear como siempre y poner el ambiente incomodo? Felicitaciones, lo lograron a distancia- fue el comentario, por demás inoportuno, de David, quien cogió el teléfono y lo apagó. —Hora de trabajar, Bill, suficiente tengo por hoy—sentenció abandonando la habitación.
Se hizo un silencio incómodo tras la salida del manager y Bill miró a Natalie, cuya expresión seguía turbada.
—Natalie, yo…
—Sólo no digas nada, Bill, por favor—pidió la muchacha, que se puso de nuevo a trabajar. Era irónico cómo mientras mil niñas querrían estar por un segundo en su lugar, ella a veces sólo quería alejarse de ellos.
Bill se sentía morir, y, debía admitirlo, no sentía la menor pena por ella. Su verdadera preocupación estaba a varias horas de él. Tom había tratado de lucir despreocupado pero se contradecía en sus palabras y actitudes, primero decía que saldría con su cachorrita y luego a comer con su amigo, no resistió más y tomó el teléfono de nuevo y marcó a Andreas.
— ¿Bill?
—Sí, oye, ¿vas a salir con Tom a algún lado?
—Yo también estoy bien, gracias—dijo el muchacho en un sarcasmo.
—Lo siento, sólo contesta lo que te pregunté, por favor.
—No Bill, le he marcado un par de veces y no contesta las llamadas.
—Está bien, hablamos luego—dijo a modo de despedida y apagó de nuevo el teléfono.
Veinte minutos después, Bill Kaulitz salió de la habitación justo para encontrarse de frente con el staff.
— ¿Nos vamos?— preguntó sin inmutarse por las miradas fijas en su ropa.
— ¿Qué mierdas traes puesto?—masculló David con los dientes apretados de la furia.
—Ya sabes, yo y mi sentido de la moda, que no perdonan.
—Bill, traes un suéter tamaño payaso.
—Hace frío.
— ¡Son las cuatro de la tarde!—gritó el manager, ya sin poder contenerse.
—Ahora se enfría el ambiente más temprano ¿no?
—Hace unos días, te tenía a las 3 de la mañana, borracho por todo Berlín en camiseta. ¿Qué mierdas crees que haces con esa ropa?
—David, creo que habíamos quedado que con mi ropa no te metes.
— ¿Y los cambios?
—Te dije que no iba a usarlos. Me siento cómodo así, gracias—cortó el menor, caminando hacia la camioneta que lo llevaría, junto a su staff, a la premier.
El ambiente dentro del auto era realmente tenso. David repasaba el programa una y otra vez y Bill le daba miradas retadoras de cuando en cuando. Minutos después, empezó a creer que había sido un terrible error usar camisa de cuello alto, porque sentía cómo su garganta se estrechaba, haciéndole imposible respirar con libertad.
Cerró los ojos y quiso pensar por un segundo que era ansiedad por el estreno, pero era inútil tratar de engañarse. Respiró profundo, tratando de llenar sus pulmones al máximo. Sintió cómo su frente estaba perlada de sudor frío y le comenzó un dolor en el pecho que poco a poco fue volviéndose más agudo. Ya no podía ignorarlo aunque quisiera. Y lo peor es que sabía perfectamente lo que era.
—Ay Tom, no ahora, por favor—murmuró.
— ¿Qué dices?- cuestionó David.
—No, nada—contestó, tratando de normalizar el tono de su voz.
—Estás sudando—le señaló Natalie, soplándole un poco para volver a matizarle el rostro con los compactos.
— ¡Ah!—gritó llevando su mano al pecho.
— ¿Bill?
—En serio, no es nada—dijo tratando de incorporarse. —Sólo necesito un poco de silencio— pidió cerrando los ojos.
Esos eran los momentos en que odiaba la conexión. Tom estaba mal y él se sentía morir. Pidió el teléfono de nuevo y marcó a la villa.
— ¿Tomi? —preguntó al escuchar que descolgaban el teléfono.
—Lo siento—fue la respuesta que le llegó del otro lado del teléfono.
—No, me cuelgues ¿sí? —pidió el muchacho.
Y estuvieron así en silencio por largos minutos, escuchando sus respiraciones.
Todo en la camioneta volvió a la normalidad. Sólo en el último asiento seguía Bill, con el teléfono en el oído, en silencio.
—Hemos llegado—anunció Bill a su gemelo segundos después, colgó el teléfono sintiendo alivio al menos físico le llegaba lentamente.
Bill sentía las horas hacerse eternas, y ahora que estaban a tan sólo minutos de la villa, la ansiedad crecía en su pecho. Una vez más, habían confirmado lo que ya sabían: No podían vivir el uno sin el otro. No podrían alejarse, o el dolor les consumiría, matándolos lentamente.
Presionó el código de seguridad de la reja y la camioneta entró hasta dejarlo frente a la puerta. Bajaron sus maletas y el cantante aprovechó para patear la bolsa de regalos que le había dado la cinematográfica. Nunca hubiera pensado que odiaría tanto a los Minimoys como ese día.
Giró la manecilla de la puerta principal con cuidado y entró, sintiendo cómo la casa estaba envuelta en un lúgubre ambiente. El silencio en que todo estaba sumido no le asustaba, no, sólo le preocupaba. Corrió el grueso cortinaje de la sala y vio cómo sus perros jugaban en el jardín. Se quitó los zapatos y la chaqueta y, sin esperar un segundo avanzó con paso rápido hacia la recamara principal.
Ahí lo divisó cubierto por las sabanas y fingiéndose dormido. ¿Acaso Tom aún creía que podría engañarle?
Llegó hasta el pie de la cama y se paró en ella. Caminó al lado del cuerpo de Tom y se sentó con la espalda pegada a la cabecera. Sintió el estremecimiento que recorrió el cuerpo de Tom al notarle cerca, y sin perder un segundo, abrió sus piernas y jaló con fuerza la almohada donde Tom tenía apoyada su cabeza, la tiró al piso y le jaló de los brazos. Tom no se opuso a ninguno de sus movimientos y sólo se dejó hacer cuando Bill hizo que recostara su cabeza en su pecho. El menor sintió cómo la respiración de su gemelo se agitaba al solo contacto de su piel. Acarició con suavidad la cabeza de su amor y se inclinó para depositar un beso en el pómulo de su hermano.
—No has dormido nada, ¿verdad?—preguntó mientras acariciaba con suavidad aquel rostro, casi idéntico al suyo.
Lo único que obtuvo de él fue un ronroneo extraño, mientras se acurrucaba más en su torso.
Bill amaba sentirse tan necesario, saberse tan indispensable y saber que todo era mutuo.
—No puedes hacerme esto, Tom. Por poco me matas con ese dolor que me provocas en el pecho cada vez que te pones así—le reprendió mientras repasaba con las yemas de sus dedos la espalda desnuda del mayor.
Tom buscó la mano de su gemelo y entrelazaron sus dedos.
—Me encantó ese enorme suéter y la camisa holgada. Me hubiera terminado de morir si te hubiese visto con los pantalones de cuero ajustados, sabes que me matarías de celos.
—No me los quise poner. No me quiero ver bien para nadie excepto para ti.
—Gracias—respondió Tom con una sonrisa. —Pensé que no vendrías hasta la noche. ¿Qué hiciste? —preguntó intrigado Tom.
—Un escándalo marca Kaulitz. Por cierto, yo no sé cómo vas a hacer para que David me vuelva a soportar, pero por ahora ten seguro que me odia.
—Ya dime ¿qué fue lo que hiciste?—indagó en medio de un bostezo.
—Es una larga historia, Tomi, y tú tienes que dormir—dijo estirándose un poco mientras cubría la espalda desnuda de su hermano, aún aferrado a él. —Pero ya lo sabes, haría lo que fuera por ti, así que, en resumen, David lo pasó mal.
Tom sólo se aferró a su pecho en respuesta y, segundos después, cayó por fin en un profundo sueño. Bill sonrió. Amaba tenerlo dormido entre sus brazos.
Dio un largo suspiro. Aun a través de los años, podía sentir el confort de estar recostado en el pecho de Bill. Inhaló profundamente, podía incluso sentir su olor.
Una nueva punzada directa al corazón le hizo regresar al presente. Llevó su mano al pecho y se incorporó con la poca fuerza que lograba sacar del orgullo propio. Abrió sus ojos, fingió que podía ver bien y giró su cabeza hacia la ventana. En realidad, ante su mirada nada tenía forma, eran sólo manchas de mil colores. Parpadeó un poco, tratando de enfocar mejor su vista y lo hizo varias veces hasta que enfocó a la perfección el camino. "Al fin un pequeño triunfo" pensó.
Bajó la mano de su pecho lentamente, no tenía la menor intención de hacer gestos rápidos. Amaba matar los segundos, uno a uno. Tal vez así el tiempo pasaría sin doler tanto.
Buscó en sus bolsillos el papel doblado y lo tomó entre sus manos. No quería verlo, sólo amaba sentir la energía que Bill había dejado en él. Acarició el papel con los dedos, tocándolo con un cuidado muy próximo a la devoción. "Es suficiente" se ordenó antes de soltarlo. Y era cierto. No podía tirarse ahí a sufrir como un cobarde, debía hacer algo. No iba a dejar que su gemelo se hundiera ante sus ojos sin mover un dedo. Bill nunca lo había hecho y él no lo haría.
—Es un puto y soleado día —comentó con débil voz, tratando de sacar a su hermano por un segundo de sus pensamientos, pero era inútil. Incluso si el día era soleado o no, el pensamiento lo llevaría irremediablemente hacia él.
—Excelente clima para volar. Su hermano estará pronto en Dortmund sin novedad. —dijo Arthur sin que Saki pudiera evitar ver cómo el rostro de su jefe se descomponía de inmediato.
—No estoy hablando contigo —cortó Tom antes que el muchacho creyera que estaban conversando.
Se cruzó de brazos y se sumió de nuevo en sus pensamientos. Mordiendo sus labios con ansiedad, buscó de nuevo el papel doblado en su bolsillo y lo abrió. Ahí estaba el nombre de la canción que había escuchado una noche antes, "Blind", y justo al lado Bill había agregado "= ¿1000 Oceans?" con el trazo tembloroso.
Tom sintió cómo de nuevo su vista se nublaba. "¿Qué pasa? ¿Acaso Bill no ha entendido nunca?" se pregunto con furia. "Sería el colmo si así fuera", reflexionó mientras arrugaba el papel dentro de su mano.
Su corazón empezaba a agitarse de nuevo, ahora el dolor se multiplicaba por dos. Lo que sentía su amor en ese momento y su propio malestar por el mensaje que éste le había dejado. Mil cosas le atormentaban y todas se resumían a eso. Tom nunca le había explicado a Bill la canción que le había escrito. A veces era tan estúpido que confiaba en la conexión más que en las palabras en voz alta y clara.
Desde pequeños, Bill le leía a la perfección, y él, a su vez, presentía todas aquellas cosas que a éste le pudieran perturbar y entonces actuaba antes. Fue por eso que había golpeado a Perrine, por eso viajaba incluso antes que Bill a algún lugar donde éste fuera a tener un problema. Tom tenía la capacidad de sentir antes lo que a su gemelo podría pasarle, y era por eso que había escrito "1000 oceans" desde siempre sabía que en algún momento se iban a separar aunque fuera temporalmente. Y ahora sabia que él ni siquiera la había entendido nunca.
Dio un puñetazo con furia al sillón de delante.
—Conduce más rápido —ordenó a Saki mientras su pupilas se dilataban.
Se sentía aprisionado en aquel auto. Todo era una sospecha y sólo había una forma de comprobar de una vez si se estaba dejando envolver en un juego de su mente o si en realidad Bill lo estaba pasando muy mal. Y para eso necesitaba sentirlo, por mucho que lo debilitara.
Bill era para él como una esponja que le absorbía, sin dejarle un poco de energía siquiera para vivir. Así había sido toda su vida, y Tom había pasado cuatro años tratando de bloquearlo todo. Por ello no veía fotos y odiaba escucharle. Era por eso que ni siquiera podían estar en el mismo lugar, pues entonces se dejaba envolver por él y en ese momento todo pesaba y dolía a otro nivel.
Un nuevo sonido le obligó a prestar atención. Los portones del condominio les franqueaban el paso. "Por fin", pensó.
Saki condujo a la velocidad permitida dentro de los residenciales, tratando de hacer caso omiso a las miradas de clara molestia de su jefe. De estacionó en el garaje de la casa y, antes que pudiera apagar el motor, vio cómo Tom descendía de la camioneta y atravesaba corriendo el jardín hacia la casa de al lado. Le siguió junto a Arthur a una distancia prudente. No podían intervenir, pero su trabajo era estar ahí. Vio cómo el muchacho estaba parado frente a la puerta principal, observándola como si no supiera que Bill no estaba ahí.
Tom giró sobre sus talones y, con mirada ahora controlada, anunció —Quiero entrar.
—Mr. Kau...
—Bill me dio permiso —interrumpió. Y, con mirada atónita, vio cómo su guardaespaldas sacaba una llave de su bolsillo y le abría la puerta.
—¿Cómo diablos tienes eso? —preguntó por demás asombrado. Pero no esperó respuesta, la ansiedad de sentirlo era mucho mayor en ese momento. Entró y cerró la puerta tras de él.
Respiró profundo y se llevó la mano al pecho, percibiendo de inmediato el dolor que había quedado en la estancia. Cerró los ojos, tratando de impedir que alguna lágrima cayera. Agachó su cabeza, permitiéndose tan solo un segundo de debilidad. Bill estaba mal y él debía ser su roca.
Dejó salir todo el aire de sus pulmones por sus labios entreabiertos de forma lenta y abrió lentamente los ojos. Observó la sala y caminó hacia la mesa de centro. Había varias latas de cerveza aún con rastros del suave labial de su hermano. No pudo evitar pasar sus dedos por una de ellas y colocarlos en su boca, dando un suave beso.
Aún le podía sentir, la tristeza era casi palpable. Vio la pantalla encendida del sistema de sonido y buscó el control.
—¿Qué escuchabas cuando estabas sumido en esto, mi amor? —preguntó a la nada.
Quitó el botón de pausa y a sus oídos llegaron los acordes de su propia guitarra tocando 1000 oceans. "¿Así es entonces? No, Bill nunca la ha entendido" reflexionó sentándose en medio de aquel lúgubre lugar. Respiró profundo y vio su reloj, no tenía mucho tiempo.
Salió y fue directo a Arthur. —Necesito un vuelo privado a Dortmund ahora mismo —ordenó mientras caminaba directo a su casa.
—Está bromeando ¿cierto? —fue el cuestionamiento de su asistente que le terminó de crispar los nervios. Giró sobre sus talones y clavó sus ojos marrones en él.
—¿Desde cuándo bromeo contigo? —le preguntó dirigiéndose paso a paso hasta llegar frente a él.
Bill sintió cómo el descenso de altura le revolvía el estómago y se incorporó en el asiento. Constató con sorpresa que el cinturón de seguridad lo tenía puesto y aún permanecía cubierto por la chaqueta de Gustav.
Miró por la ventana, estaban aterrizando en Dortmund. Un silencio irreal se había apoderado de la avioneta, cosa por demás extraña para él. Buscó con su mirada a Georg y el rostro casi cenizo de su amigo le recordó su propia palidez.
—Buenos días, bella durmiente —fue el comentario del bajista, quien fingía molestarlo, pero su tono de voz era por demás extraño.
Ignoró esto y observó a Gustav, sumergido en sus propios pensamientos. Todo el cuerpo de su amigo iba inclinado hacia Georg, como cuando eran niños y recién los había conocido. Siempre refugiándose en el otro. Alguna vez pensó que tal vez también tendrían algo, pero había sido sólo una tontería infantil al querer sentir que no solo él y Tom tenían una relación así.
Por el altavoz escuchó una grave voz, pero no entendió nada de lo que decía, estaba demasiado ocupado tratando de respirar. Se quitó el cinturón y trató de pararse, pero inmediatamente se desvaneció en el asiento del avión. Su rostro cobró un ligero tono rojizo, estaba realmente apenado, se había dejado vencer. El dolor lo estaba por fin golpeando y él estaba cediendo.
Georg vio la escena. —Bill, espera ahí.
Pero el menor intento de nuevo pararse sin éxito.
—¿Que no escuchaste? Quédate ahí —repitió en tono enérgico.
Los ojos de Gustav se descompusieron ante la actitud de Georg, pero no iba a cuestionarlo, sólo calmaría los ánimos. Se paró y fue hacia el menor de los gemelos.
—Bill, escucha —dijo mientras abría una botella de bebida energética y le obligaba a darle unos pequeños sorbos. —Tom dispuso que abrieran el área diplomática para la disquera, no vamos a pasar migración ni nada. Ahora espera que venga Dave y vamos a ayudarte a bajar.
Bill soltó una carcajada amarga —¿Ayudarme a bajar? ¿A mí? Soy el maldito Bill Kaulitz, en cualquier momento sale una fotografía en un puto periódico y…
—¿Y? —le inquirió Georg.
—Y… —repitió el menor bajando la voz, mientras buscaba algún juego de palabras para salirse de ese aprieto.
—Y Tom no puede saberlo —terminó el bajista.
—¿Ah? Cállate imbécil ¿qué sabes…?
—Por Dios, veinticuatro horas sin mis angelitos —dijo la voz que irrumpió en la cabina.
En medio de todo aquello ni siquiera habían notado que Dave entraba seguido por Dunja, quien fue directo a Bill y con una dulce sonrisa le pasó un paño por la frente, limpiándole el sudor. Ella al contrario que el manager, nunca había tenido favoritos, pero el menor de los Kaulitz al menos se dejaba cuidar, cosa que con Tom era imposible y ella adoraba sentirse útil a esos cuatro hombres que para ella nunca dejarían de ser los mismos mocosos.
—No estás bien querido —le señaló al menor, que ponía su cuerpo rígido al sentir como Dave le pasaba la mano por la frente, queriendo constatar si tenía fiebre.
—Sólo estoy cansado —justificó bajando la mirada.
—Bill, nunca te diría esto si no creyera que fuera necesario. Suspendamos el show —dejo ir el manager, que tenia al teléfono a Natalie, que esperaba recibir instrucciones para hacerlo.
—¿Qué? No, ¿estás loco? ¿Qué culpa tienen las fans de que yo este cansado? No, no suspendemos nada
—No seas testarudo ¿quieres? —dijo Georg, por fin saliendo del silencio en que se había sumido.
—No voy a suspender el concierto, soy un profesional, no voy a hacer eso, Dave.
—Bueno, superman, entonces al menos retrásalo un par de horas —sugirió Gustav. —No habrá fan que no te perdone esto, sólo anúncienlo y asunto arreglado.
Bill asintió en silencio, esa idea parecía ser lo mejor para todos. Dave giró las instrucciones y diez minutos después el menor de los Kaulitz bajo a paso lento, pero por sí mismo, del avión y se recostó en el ultimo sillón de la camioneta. Volteó a ver cuando cerraron la puerta, estaba sólo. Trató de incorporarse, pero su debilidad era demasiado grande.
—Georg —llamó con suave voz.
Dave, quien iba adelante con el chofer, con un gesto llamó al bajista y le indicó que Bill le buscaba. Éste abrió la camioneta y con la mirada le hizo saber que ahí estaba.
—¿Me van a dejar sólo? —preguntó el menor de los Kaulitz. Georg sintió dolor en su corazón, jamás le había parecido tan indefenso.
—Claro que no, tarado. Jamás —dijo mientras se subía a la camioneta, seguido por Gustav. Se volteó hacia él menor y lo observó por largo rato. —Bill, ¿recuerdas lo que dije en el show de Kerner?
—Georg ¿por qué no te callas y lo dejas dormir? —cortó el baterista cogiendo del brazo a su amigo, obligándole a sentarse bien. El resto del camino transcurrió en silencio, pero a Bill la pregunta del bajista le bailaba en la mente. —No, no recuerdo qué dijiste —respondió minutos después.
—Solo te admiro —fue todo lo que dijo el muchacho mientras abría la puerta de la camioneta y bajaban llegando a la arena.
La confusión en el rostro de Gustav era un poema. Ayudó al menor de los Kaulitz a bajar y lo llevaron hacia su camerino. Insistió en oír la reacción del público mientras anunciaban el retraso y sonrió, sus fans lo habían tomado bien, como siempre. Sólo en ese momento por fin se dejo guiar, se recostó en el sillón y pidió que le dejaran sólo. Dio orden que lo regresaran a buscar en una hora, dando otra para arreglarse y dar el show después. Tenía la certeza que no dormiría ni un segundo, pero, minutos después, un calor suave fue invadiendo su débil cuerpo, primero lentamente, después un aire de confort fue llevándolo a un dulce sueño, hasta que cayó profundamente dormido.
