Gustav caminó tras Georg, quien a su vez tomó una botella de whisky y un pack de cervezas, mientras se alejaban del camerino del menor de los Kaulitz. El ambiente pesado en el que estaba sumido desde el día anterior le empezaba a pasar la factura a su paciencia. En momentos como ese extrañaba el ambiente relajado de su nueva banda. En nada era tan intenso ni extremo, los fans amaban su música no a él, su admiración se traducía en chochar puños, o pedir un autógrafo, así que ver de lejos a las fans de Bill acampando por días, llorando por no verle un par de horas antes, gritando descontroladas cualquier cantidad de cosas sin sentido, todo eso no le hacía extrañar ni por un segundo a Tokio Hotel. Inspiró profundamente tratando con eso despejar las ideas tontas de su cabeza y concentrarse en lo que de momento le preocupaba, Georg.

Los marcados cambios del bajista siempre le eran claros, él en sí no era un enigma, era muy fácil descifrar sus estados de ánimo y establecer qué los provocaban, era esto lo que le inquietaba. Por primera vez en años Gustav no sabía qué diablos le había descompuesto de un momento a otro en el vuelo. Le siguió por lo largo de los pasillos del backstage donde buscaban un lugar para hablar, abrían y cerraban puertas de los camerinos, el cuarto de ensayo, la sala de catering, hasta que por fin llegaron a una sala, supuso que sería donde Bill debería de haber dado la conferencia de prensa horas antes y por obvios motivos había sido cancelada.

Georg destapó la botella de whisky y dándole un trago la pasó a su amigo que imitándole dio un fuerte trago de la botella. —¿Por qué brindamos? —preguntó, queriendo llegar ya al tema. La respuesta que tuvo a cambio fue Georg bebiendo una lata de cerveza de un tirón.

—Supongo que no brindamos, sólo nos emborrachamos. —se contestó así mismo, al darse cuenta cómo su amigo mezclaba las bebidas, era evidente quería ponerse realmente idiota, o al menos anestesiar un poco la angustia que traía retratada en el rostro.

—Exacto Gus, sólo nos emborrachamos. —contestó con la mirada perdida viendo al horizonte.

Una lata de cerveza vacía cayendo al piso, fue lo que por fin rompió el silencio que se había instalado entre ellos, no hacía más de media hora. Automáticamente observaron la lata y luego se vieron por un instante. Gustav respiró profundo, destapó un par de cervezas más y mientras le tendía una lata a su amigo inquirió —¿Me vas a decir qué diablos te pasa?

—Nada.

—¿Nada? Georg a mí no me vengas con pendejadas, y mejor me dices porque tú y yo no tenemos tal conexión.

El bajista sonrió amargamente y dio otro trago a su bebida. —No sé cómo decirlo, estoy hecho mierda no me logro quitar a Bill de la cabeza.

—No es feo, pero no es mi tipo. —bromeó de vuelta, tratando de relajar el ambiente para su amigo.

—Bueno, ya. —cortó el bajista mientras se reincorporaba en el asiento donde estaba totalmente desgarbado— Mierda, Gustav, es que no sé por dónde empezar, sólo tengo mil ideas sueltas en la cabeza, nada pega pero mi mente ya hizo una novela.

—A ver, tírame las piezas y veamos si miró lo mismo que tú. —contestó, mientras daba un trago a la botella de licor y se la regresaba a su amigo.

—¿Viste a los gemelos hoy?

—Mira Georg, mejor vas al grano y dime cosas puntuales. Claro que los vi.

—A lo que voy es ¿los observaste? Sólo estaban ahí, bien, en un momento hasta parecían cómodos, sólo evitaban contacto de más.

—Ajá no soy fan esperando un roce, pero puedo decir que eso fue lo que vi. —respondió Gustav, siguiendo el hilo de la conversación.

—Dime ¿Cuántas veces los hemos visto pelear desde que los conocimos?

—Miles. —contestó rápidamente.

—Exacto miles, lo cual llevaba golpes, gritos y… ¿10 minutos después, Gustav?

—Todo estaba olvidado… —complementó el baterista, tratando de encontrarle sentido a la plática.

—¿Los has visto pelear en los últimos años?

—Así de golpes y gritos, no, pero es obvio algo tuvo que pasar para que todo se haya acabado.

—¿Qué todo? —le atajó Georg.

—¿Cómo que, qué todo? no me jodas.

—Te estoy llevando al punto donde estoy yo para que entiendas. —apresuró el bajista explicar— Ves. Tú los percibes como un todo y ése todo está separado.

—Mierda estoy peor que hace veinte minutos, no te entiendo nada. —dictaminó Gustav.

—A ver te lo pongo de otra manera, Gustav ¿Tienes una idea de cuándo cambió ese "todo"?

Gustav guardó silencio, tratando de recordar, un golpe en la cabeza le hizo reaccionar —Te juro que si no me dices, Gus, te parto la cabezota. —le amenazó Georg, con claras intensiones de llevar a cabo su amenaza.

—¿Cuando se desintegró la banda? —preguntó.

—¡Mierda! Bueno, si y no tarado. Fue unos días antes, justo cuando regresamos del campamento.

—Ajá ¿y qué? a mí eso no me dice nada.

—Puta madre contigo Gustav, ya sé que siente Bill con la gente promedio. Ata cabos Gusti, ata cabos. Empieza por: ¿Qué había en el campamento? El roble. —se contestó así mismo.

—¿Qué roble? para empezar.

—El roble del bosque Gustav, el roble del campamento, el roble de…

—Oh por la puta madre. —le interrumpió el baterista, levantando la mano, no quería oír una palabra más. Dio un trago muy largo a la botella.

—Analiza. Tom tiene un mural no de cualquier roble Gustav, es ese Roble estoy seguro. Y Bill tiene una foto del mismo roble en su relicario.

—¿Cómo sabes?

—Registrando, ¿Cómo más?

—Mierda, Georg. Mierda ¿sabes lo que significaría eso?

Ante la última frase cayeron en un inevitable silencio, sus ojos bailaban por la habitación evitando contacto visual con el otro. Cada uno caía en un recuerdo diferente, casaba la idea a la actual situación y todo coincidía.

Georg dio un trago a la botella de whisky y suspiró. —Supiste lo del Falcon.

—Claro, al fin entiendo "Este premio es para Marie y Taylor. Te amo." ¿Georg? Creo que me voy a volver loco con esto. Ahora entiendo por qué le dijiste a Bill que le admirabas. Mierda siempre hemos estado ahí. ¿Recuerdas el día que se mudaron?

—Cómo olvidarlo. Ahora todo ese drama, Tom quemando todo, Bill gritando paralizado, todo cobra sentido.

Georg conducía a lo largo de la autopista, mojada por la brisa que no se quitaba desde hacía más de tres días en toda Alemania.

—El cielo está llorando. —comentó Bill vagamente, mientras tomaba un trago de ron puro de la botella que sostenía en sus manos.

El bajista siguió conduciendo sin contestarle, sabía que no estaban por iniciar ninguna plática. Bill ahora hablaba solo, desde la conferencia de prensa donde habían anunciado que por razones personales Tokio Hotel llegaba a su fin, Bill hablaba solo. Le vio de reojo sólo para divisar como el menor se ajustaba las gafas y jugaba con el relicario que pendía de su cuello.

—¿Bill? —llamó la atención de este, sin obtener respuesta. Georg tomó aire y lo soltó suavemente por la boca. Era increíble cómo la conferencia de prensa había sido una nada, a comparación de la tensión de este momento— ¿Bill? —le inquirió de nuevo.

El menor volteó a verle indicándole con esto que le prestaba atención.

—Estamos en el último cruce. —le anunció.

—Conozco el camino a la villa Georg. Gracias. —ironizó el muchacho.

—Bill, no tenemos que estar aquí, lo sabes. —le razonó su amigo mientras bajaba la velocidad del auto y se ahorillaba en la carretera.

—Hay muchas cosas que no deben ser, pero aún así son. —contestó, haciendo una pausa, tratando de disimular cómo su voz se quebraba— Conduce. —ordenó.

Georg respiró profundo, no sabía lidiar con la situación. —Tom dijo claro que no debíamos regresar Bill, en cuestión de horas Gustav lo llevará al condominio. —trató de razonarle, para evitar un problema mayor— ¿Bill?

—¿Bill qué? éste era mi hogar también. No entiendo por qué Tom insiste en ser quien entregue las llaves a los nuevos dueños, no entiendo por qué… —calló abruptamente al ver descender del camino que llevaba a la villa un camión de mudanzas— ¡Qué mierdas! —gritó, llevando su mano al pecho y quitándose las gafas, como para constatar que no había alucinado. ¿Porque mierdas había un camión saliendo de la villa? se pregunto.

—Georg Listing. —dijo, ya sin disimular más su llanto— Conduce, por favor.

El bajista suspiró, al menos lo había intentado, se incorporó de nuevo a la carretera y tomó el cruce hacia la villa. Era un largo camino lleno de arboles, los Kaulitz se habían lucido con esa propiedad, no había forma de verlos en ella, eran kilómetros de kilómetros de espeso bosque.

Llegaron al primer portón de seguridad. Georg se identificó, en el segundo Bill puso la clave en el sistema electrónico y ya estaban dentro. La escena que se descubrió ante sus ojos era patética, Andreas y Gustav fuera de la casa paseaban por todo el lado de enfrente fumando.

—¿Qué mierdas es eso? —gritó el menor bajando del auto, tirando la botella de ron, mientras señalaba una fumarola de humo negro que se levantaba en el bosque detrás de la casa.

—Bill —dijo Andreas, avanzando hacia él, extendiendo los brazos haciéndole entender que no le dejaría pasar.

—Hey ¿Qué putas crees que haces? —gritó el menor, empujando a su amigo sin poder librarse de Gustav, quien lo atajó por la cintura— Tom pidió que nadie pasara. —se explicó.

—Yo no soy nadie imbécil. —gritaba el menor, tratando de zafarse del baterista inútilmente.

—Tom está muy borracho, déjalo estar. —buscaba razonarle su amigo.

—¡Hey! —gritó Georg, llamando la atención de los tres— Suéltenlo. —pidió, mientras iba hasta donde sus amigos y le ayudó a zafarse.

Bill aprovechó lo último y se dirigió corriendo hacia donde vio el humo elevarse por los aires, rodeó por fuera la casa hasta que llegó al bosque de atrás, y pudo divisar la figura de su hermano que movía una fogata con un palo a lo lejos. Avanzó lentamente hacia él. —¡Tom! —gritó, tratando de llamar su atención inútilmente, rodeó la fogata para verlo de frente.

—Tomi ¿Qué haces? —preguntó con temor, por primera vez en su vida no sabía qué estaba sintiendo su gemelo, lo bloqueaba, éste no se quería dejar leer, sus ojos vidriosos danzaban junto a las llamas que observaba, le asustaban.

—No me digas Tomi. —pidió en un murmullo sin dejar de ver la fogata— Vete. —demandó.

—Yo, Tom… —dijo avanzando hacia él.

—Si das un paso más te vas a arrepentir. —gritó el muchacho, por fin clavando sus ojos marrones en los de su gemelo.

—Tom, no entendiste, no puedes estar sin mí, es suicidio. —le razonaba el menor bajando la voz, mientras seguía avanzando despacio pero a paso firme.

El mayor blandió el palo en el aire y lo estiró a la distancia de sus cuerpos moviéndose hacia atrás rápidamente —¿Qué? ¡No entendiste! —gritó.

Bill quedó petrificado ante aquella imagen, sus gruesas lágrimas corrían sin tregua, bajó su rostro, la confusión de su propia mente le atormentaba, no podía leerlo. Tom le hablaba con ese tono, esa fuerza, esa disposición a no dejar que se le acercara. Secó sus lágrimas sin poder evitar recordar las veces que había golpeado a Tom y cómo éste sólo se dejaba, jamás se defendía, nunca tenía una actitud agresiva, y ahora el roble lo había cambiado. Por un instante casi se sintió orgulloso de él. —¿Estás quemando tu ropa? —preguntó, al ver cómo Tom se agachaba y tiraba mudas de ropa completas.

—No quiero nada que me recuerde a ti. —contestó, tratando de imprimir frialdad en su voz pero era imposible. Bill le conocía, eran más que una puta conexión.

—¿Pero? Es tu ropa…

—Exacto, todo yo, soy tú. Si pudiera quemarme un poco, lo haría.— le sostuvo la mirada por un instante para ser consciente que el menor no le entendía. —Dime Bill ¿Hay alguna prenda que no me hayas quitado? ¿Alguna de esas playeras a la que no te hayas aferrado? —le inquirió viéndolo con los ojos llenos de lágrimas.

—No. —respondió Bill, mientras miraba cómo su gemelo se quitaba la sudadera que cargaba puesta y la echaba a la hoguera.

—Ahora Bill, ten un poco de compasión de tu hermano y lárgate de una buena vez.

—Vine porque, quería que al menos cerráramos por última vez juntos la villa. —justificó, bien sabía que no podían estar cerca, su gemelo prácticamente se lo había suplicado.

—Ya entregué las llaves, nunca dijimos que lo haríamos juntos. —respondió el mayor, volteando la cara hacia el fuego, bajó el palo y movió más el sudadero asegurándose que se consumiera todo aquello.

Un golpe en las hojas secas llamó su atención, era Bill cayendo de rodillas. –Dime que no es cierto Tomi. —murmuró— Dime que no diste las llaves sin dejarme verla por última vez. —acertó al decir, antes que su voz se convirtiera en un inentendible sollozo. El mayor volteó a ver hacia la fogata, esta vez no cedería.

—Bill ¿Estás bien? —fue la voz que los sacó de ese momento, voltearon a ver, era Georg que corría en dirección de ellos. La forma en que los encontraba no era nada menos que para alarmarse, Tom sostenía un palo y el menor lloraba hincado unos pasos atrás. Ayudó al menor a levantarse.

—Dime que no lo hiciste. —preguntó el menor mientras tanto.

—Georg, mejor váyanse ya. —pidió el mayor, ignorando a su gemelo.

Tom sintió cada paso de Bill alejándose literalmente, pues su cuerpo iba perdiendo sensaciones lentamente. Inhaló profundo y se dio cuenta que el aroma a humo dejaba de molestarle.

Llevaba así una hora respirando fuerte, para tratar de sentir mejor los olores, dando largos tragos a la botella de whisky que tenía atrás y ya ni siquiera sintió su garganta raposa. Respiró profundo y roció gasolina sobre una última montaña de cosas para quemar, le tiró un cerillo y dejó que sus lágrimas corrieran. —No puedo ver esto. —murmuró al ver cómo el fuego empezaba a consumir todo.

Se dio la vuelta y caminó hasta llegar a la puerta trasera de la casa. Sintió cómo su mirada perdía claridad, mordió sus labios los sentía dormidos. —¿Acaso me voy a enfermar? —se preguntó.

Tomó la pequeña maleta roja que había arreglado unas horas antes y su guitarra favorita y caminó rodeando la casa por fuera a paso lento. Era la última vez que la vería. Llegó al porche sólo para constatar que aún seguían ahí los cuatro, sacó aire por la boca y sintió su rostro hervir de furia. Bill no se la iba a poner fácil. Fue directo al auto de Gustav y guardó la maleta y su guitarra.

—¿Que más te llevarás? —le preguntó su amigo antes de cerrar el maletero.

—No necesito nada más. —contestó girando sobre sus talones, pasando de largo al lado del menor.

—Claro que no necesitas nada más. —gritó Bill, a sus espaldas.

—No sé a qué mierdas te refieres. Que te vaya bien. —contestó el mayor, volteándose hacia él, señalándole el camino hacia la salida de la villa.

—¿Qué iba en ese puto camión?

—Nada.

—Dime.

—Nada que te importe.

Bill odió el tono de voz de su gemelo, sabía que no podría hacerle entrar en razón así que corrió hacia las ventanas de la casa y observaba por ellas, quería ver qué faltaba. Habían sido claros, no se podían repartir los muebles. Era su vida ¿cómo dividirla? El menor sintió un punzón en el corazón al ver abierta la puerta de su habitación…

—¡Tom! —gritó, volviéndose hacia donde estaba su hermano— ¿Dónde están los muebles de la habitación?

—Ya cállate. —fue toda la respuesta que recibió de su hermano, el singular en sus palabras de pronto le preocupó, pero el rostro de sus amigos permanecía impasible.

—¿Dónde está la cama? Estaba claro que no nos llevaríamos nada.

—El nuevo dueño se los llevó, es su problema qué hace con todo lo que está dentro ahora. No me jodas. —una pequeña explosión les calló de momento y los cinco voltearon a ver hacia la fumarola de humo, corrieron temiendo que el fuego se saliera de control.

Gustav, Georg y Andreas se frenaron de golpe al ver que era lo que ahora consumían las llamas.

—¡Mierda! Tom se volvió loco. —murmuró Georg, sin poder apartar la vista.

Bill pasó de ellos corriendo peligrosamente hacia el fuego, Tom le siguió de cerca.

—Tomi quemaste… las quemaste. —gritaba Bill, corriendo hacia el fuego, a lo que su gemelo muy en contra de su voluntad lo tomó por el brazo y lo hizo girar hacia él— Quemaste tus guitarras Tom. —continuó gritando el menor entre lágrimas.

El mayor le sostuvo de los brazos esperando que se calmara —Mírame. —le pidió.

Bill sintió todo esto extraño, generalmente sería al revés, el que pediría calma seria él. Obedeció y posó su vista en los ojos marrones de su gemelo— Bill, esta es la despedida —dijo sin que su voz se cortara —No puedes pensar que hay un Te amo más grande que este —dijo señalando los escombros de lo que en otros tiempos era su más preciada posesión, su colección de guitarras —No me vuelvas a obligar a verte o a hablarte, no es justo. —puntualizó soltándole despacio— Como ya te dije, te amo. —dijo señalando nuevamente el fuego, se dio la vuelta y se dirigió al auto de Gustav.

Los ojos de Gustav se encontraron con los de Georg, era inútil ninguno encontraría respuestas a sus preguntas por mucho que le dieran vuelta al asunto.

La puerta se abrió de golpe sacándolos de su aturdimiento. Andreas entro a la sala –De que se esconden eh- pregunto sonriendo, tratando de parecer simpático.

¿Sabría el algo de todo aquello? Se preguntó Georg pero antes que esto se convirtiera en algo que le interesara sonrió de vuelta y apresuro una respuesta aleatoria –Fans locas brother, en cualquier minuto te saltan por los camerinos así que no hay mejor lugar que este para esconderse y beber un poco- dijo tendiéndole la botella de licor.

-¿Un poco?- ironizó el rubio, mientras daba un trago. –Bien, venia por ti- dijo dejando la botella en el suelo dirigiéndose a Gustav. –Tenemos un palco y debemos irnos antes que sea imposible para la seguridad sacarnos de aquí.

El baterista asintió tal cual autómata, su mente divagaba examinando situaciones, lugares, conversaciones y sobre todo imágenes de los últimos años junto a Bill y Tom. Se pararon con fin de abandonar la habitación pero antes de salir cruzo una mirada con Georg y fue obvio para los dos, esa platica no había terminado.

La mirada perdida de Tom no lograban enfocar nada, sus ojos temblaban ante la imposibilidad de frenar sus lagrimas, trato de aliviar todo el miedo que sentía en un suspiro, pero fue inútil.

Se mordió los labios y se dejo caer en la cama, en esa cama que no se permitía usar a menudo, ese nido de amor, ese refugio de sus frustraciones, ese colchón de juegos, se sentía egoísta al conservar esa habitación, le había mentido a Bill sin titubear años atrás sobre el destino de sus muebles, y ahora Bill lo sabía y no le había reprochado nada, empuño sus manos y pudo sentir el olor de su gemelo aun en la cama, hacia tan solo unas horas había estado ahí, podía imaginar su delgada figura reposando en su lado de la cama, podría adivinar hasta la cantidad de vueltas que habría dado tratando de conciliar el sueño y lo inútil que esto le había sido.

Respiro de nuevo el olor de su hermano y de dejo embriagar por la dulce sensación de un imaginario beso, se aferraba a cada pensamiento con la ansiedad de un suicida antes de saltar, tal vez pensando en el único memorable recuerdo que le impediría tomar tan drástica decisión. Pero este no sería su caso el está dispuesto a hacerlo, no importaba lo que doliera, era momento de ser la roca de Bill. Era su turno de no dejarlo caer.