Never marry a railroad man
Kohaku soltó un suspiro mientras cerraba el libro en sus manos. El silbido del tren a lo lejos trajo consigo dos emociones: la aflicción tan conocida, y la sorna inundándola por esa aflicción.
Kohaku nunca supo lo que era que le rompieran el corazón, ni una sola vez, pudo jactarse de ser una joven de clase alta sin muchas preocupaciones, no al menos después de que su hermana se recuperará de su extraña enfermedad, ella era feliz, tan feliz hasta que lo conoció.
Durante una tarde de primavera, Kohaku abordó el tren después de la discusión con su padre. Sola, sin dinero ni apoyo por parte de su padre, Kohaku huyó de casa.
–No lo necesito –gruñó, intentando acomodar su maleta en el compartimiento superior de su asiento, fallando nuevamente en hacerla embonar.
–¿Problemas con su maleta?
Kohaku giró la cabeza en dirección al hombre que le hablaba, el conductor dedujo por la vestimenta. Sus ojos zafiro no se despegaron del hombre cuando este se acercó para ayudarla.
–Puedo con esto –murmuró, moviendo un poco más su maleta.
–No has dormido nada, y tal vez comido tampoco.
Las palabras del hombre la sorprendieron, ciertamente no había comido desde la tarde del día anterior, ni dormido mucho esa noche preparando su maleta, y por la mañana, no había desayunado, y aunque sus ojos pesaban con el cansancio, Kohaku no se había permitido dormir solo para poder esperar el tren, ella estaba acostumbrada al esforzarse, pero al parecer, el cansancio comenzaba a ser visible en su imagen.
–Sería un verdadero problema para mí si cayera muerta en alguno de mis vagones por sobreesfuerzo –añadió el hombre.
No pudo evitar mirarlo con admiración mientras ese hombre, un desconocido en un tren, le ofrecía su ayuda con una sonrisa confiada. Kohaku sonrió devuelta, alejando la mano de la maleta solo para ver como esta caía al suelo junto al hombre.
–Tu eres el que no debería esforzarse –aconsejó, recogiendo su maleta.
–¡Todo el mundo parece ser un gorila aquí, Taiju, Tsukasa, y hasta tú!
–¡¿Gorila?! –chilló, indignada por la osadía del hombre –Aunque tus acciones sean como las de un caballero, tienes una lengua muy afilada –acusó.
–¡Ese no es el punto!
Una vez su maleta se encontró en el compartimento superior, y Senku –como se había presentado el hombre– pudo levantarse del suelo e irse a la cabina del conductor, ella al fin pudo tomar asiento, sintiendo todo el cansancio del día caer sobre ella.
Se había escapado de casa después de que su padre y ella pelearan. Kohaku no era una chica mimada que escapaba de su padre a la primera oportunidad, de verdad no lo era, sencillamente no quería casarse con Magma en un matrimonio arreglado.
Ruri había tenido suerte de que su padre la desposara con un hombre que la amaba profundamente desde su infancia, Chrome se había encargado de hacerla la mujer más feliz desde que se comprometieron y ahora, con un bebé, eran aún más felices.
Pero Kohaku, al parecer, no correría con la misma suerte, Magma era un hombre asqueroso y pervertido, Kohaku no quería pasar el resto de su vida con un hombre al que ni siquiera podía tolerar. Su padre no pareció entenderlo, la desheredo después de una acalorada discusión, y Kohaku decidió que ya no soportaría más de eso.
Ahora estaba en un tren, con un rumbo desconocido, una maleta llena con apenas dinero y ropa, y sin ningún plan en mente.
–¿No tienes a donde ir, ¿verdad?
La pregunta del hombre llamó su atención, aunque solo se limitó a entrecerrar los ojos con sospecha.
–No lo malinterpretes, no estoy interesado en aprovecharme de ti ni un milímetro, pero tengo una amiga que podría darte un trabajo.
Eso no terminó de convencer a Kohaku, aunque al final, y soltando un suspiro, siguió al hombre quien ni siquiera la esperó antes de caminar al pueblo.
–Si intentas algo, te romperé la cara –advirtió, afianzando su agarre en su maleta.
–Un hombre con mi fuerza no tiene ninguna oportunidad contra una Leona como tú –comentó, hurgando su oído con desinterés.
–¡¿A quién llamas leona?!
–A ti, Leona.
Solo pudo rabiar mientras el reía entre dientes.
El camino fue silencioso después de ese intercambio, al menos hasta que llegaron a una pequeña casa cercana al centro, Senku golpeó la puerta un par de veces antes de que los ruidos en el interior se intensificaran cuando una mujer castaña de cabello corto salió a recibirlos.
–¡Senku! ¿Cuánto tiempo? –una sonrisa brillante le fue dirigida al peliblanco, aunque pronto la mujer pareció notarla.
–¡Buen día, soy Kohaku, mucho gusto! –se presentó, con una leve reverencia que la mujer correspondió.
–¡Un gusto! Soy Oki Yuzuriha.
–Kohaku es nueva en el pueblo y no tiene donde quedarse –explicó Senku.
Yuzuriha pareció captar el mensaje pues rápidamente tiró de su brazo al interior de su casa.
–¿Sabes coser, Kohaku? –cuestionó Yuzuriha, caminando a su cocina para servirles algo de beber.
–No, lo siento nunca aprendí a hacerlo –admitió, avergonzada de nunca haber aprendido cuando su hermana se lo ofreció.
Una mueca pensativa llenó los rasgos de la mujer antes de que sonriera.
–¿Sabes cocinar?
Sus mejillas se colorearon un poco más mientras negaba ante la mirada atenta de la castaña.
–¿Algo de limpieza?
Su rostro se sintió más caliente.
–N-No ¡Pero puedo aprender! –afirmó, con las manos fuertemente afianzadas a su vestido.
–Es bueno escucharlo, creo que esto puede funcionar –Agulló la castaña, tomando asiento frente a ella. –Tengo una habitación vacía, y sería bueno tener compañía cuando Taiju no esté en casa.
Kohaku le agradecería siempre a Yuzuriha por darle trabajo y un hogar, ella y Taiju fueron tan amables y pacientes con ella, enseñándole todo lo que podía para que Kohaku pudiera comenzar de nuevo.
Por su parte, Senku los visitó una vez cada dos meses, dedicando algo de su día a ella, solo para partir a la mañana siguiente cuando el sol salía. Romántico para alguna de las novelas que leía su hermana, pero no en la ejecución.
Se enamoró de ese hombre, de la forma apasionante en la que hablaba de ciencia, de libros y cosas que ella apenas sí podía entender, pero que al ver el brillo en sus ojos fue mágico.
–¿Por qué trabajas en el tren? –preguntó uno de esos días en los que pasearon por el pueblo.
–Mi viejo trabajaba ahí –explicó. –En un inicio me pareció estúpido, hasta que comencé a leer sobre las máquinas a vapor –Senku miró al suelo durante un segundo antes de continuar. –Me gustaría dedicarme a mis experimentos sin preocuparme por nada más, pero necesito el dinero, y el trabajo no es del todo malo.
Kohaku sonrió.
–Son fascinantes tus inventos, Senku.
–Bueno, nada de eso se lograría sin la ayuda de personas como Taiju, y algunos amigos.
–¿Taiju? Creí que él solo trabajaba en la mina.
–El grandulón nunca ha entendido la ciencia, pero desde que éramos niños me ayudó con mis experimentos, no soy precisamente la representación de fuerza, Leona –murmuró, tirando de los guantes.
–No me llames leona, idiota –susurro, con el ceño fruncido, aunque mirando la sonrisa ligera que tiro de los labios del científico.
–Lo que digas, Leona.
Kohaku no tardó en enamorarse, no cuando esos ojos carmesíes brillaron hablando sus investigaciones e inventos, no cuando una sonrisa suave tiró de sus labios al ver los trabajos que Kohaku le mostró, no cuando él le ayudó a buscar un lugar perfecto en el pueblo para construir su casa, no cuando él mismo le llevo los trabajadores para ese propósito, y mucho menos cuando él se presentó en su puerta con un collar de ámbar.
–¿Entonces qué opinas, Leona?
Sus ojos viajaron del collar al hombre que ahora le sonreía. Esa no fue una propuesta de matrimonio, no en forma, pero ella no lo necesitaba, no necesitaba un estúpido papel para saber que él la amaba como ella lo amaba.
Kohaku no pudo resistirlo más, se lanzó a los brazos del hombre, derribándolo en el proceso y besándolo como sí su alma dependiera de ello. Ambos rieron en el suelo, antes de que ella se levantara y lo ayudará a hacer lo mismo.
–Gracias por todo, Senku, de verdad.
Kohaku nunca esperó casarse ni tampoco vivir una historia de amor como las que leía su hermana, por lo que estuvo feliz cuando encontró la felicidad junto a ese hombre de lengua afiada, inteligente y de gran corazón.
Sin embargo, Kohaku seguía siendo humana, los momentos robados no fueron suficientes, los besos y los regalos no lo eran, y ella lo supo después de despertar sola en su noche de bodas.
Kohaku no espero que Senku se quedara una noche más en el pueblo solo por ella, él tenía obligaciones que cumplir, sin embargo, tampoco esperaba que la dejara sola después de tener sexo y con solo una nota con una excusa vaga, la misma que Senku repitió cuando volvieron a verse.
–No esperaba verte aquí, Leona –fueron las primeras palabras de Senku cuando al fin estuvieron frente a frente.
Los ojos de Kohaku se humedecieron, se lanzó a los brazos del hombre, sorprendiéndolo, aunque no lo suficiente como para que él no la envolviera en un abrazo.
–También te extrañe, Kohaku.
Con solo veinticinco años, Kohaku podía darles un consejo a las mujeres: Nunca te enamores de un hombre de ferrocarril, su corazón nunca se quedará contigo, así que sí puedes, mejor aléjate de él.
Notas de la autora:
1.- Y con esto declaro mi regreso a la escritura y a este fandom, o algo así. Después de quedarme casi un año sin computadora, laptop o algo eficiente en lo cual escribir; de abrumarme con la escuela y todo lo que conlleva eso; y de algunos percances emocionales que se pudieron solucionar con la ayuda de la psicología y con música de Jeff Satur, puedo decir que esto es lo mejor que pude escribir, quería publicarlo hace mucho, tenía el inicio y la idea, pero no lo pude terminar hasta ahora, espero aun así sea bueno, y pues téngame paciencia, perdí practica en todo este tiempo.
2.- Agradeceré a quienes lean y un poquito más a quienes dejen reviews.
3.- Peronajes de Inagaki y Boichi, historia mía, inspirada en la canción del mismo nombre de Shocking Blue, sin más me despido, cuídense y sayonara.
